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Los peligros de los nuevos alquimistas

Tenemos que prestar atención a las revelaciones transmitidas por las tradiciones. Por ejemplo, la doctrina de las cuatro Edades según expone el Libro de Daniel, confirmada por Hesíodo entre los griegos, e igualmente entre los hindúes. El sueño de Nabucodonosor es un sueño profético narrado en la Biblia, en el capítulo II del Libro de Daniel, al que se llama Doctrina de los cuatro imperios universales. Nabucodonosor II (630-562 a. C.) es probablemente el gobernante más conocido de la dinastía caldea de Babilonia. Reinó entre el 605 a. C. y el 562 a. C. Es famoso por la conquista de Judá y Jerusalén, y por su monumental actividad constructora en Babilonia, como los famosos Jardines colgantes de Babilonia. EsImagen 12tradicionalmente llamado “Nabucodonosor el Grande“, pero la destrucción del Templo de Jerusalén y la conquista de Judá le causó una imagen malévola en las tradiciones judías y en la Biblia, al contrario de lo que sucede en el Irak contemporáneo, donde es glorificado como un líder histórico. En el siglo VI a. C. el imperio neobabilónico o caldeo se convertiría en el imperio más poderoso de la antigüedad, sustituyendo al poderío asirio. El rey Nabucodonosor II de Babilonia se constituyó como el soberano más poderoso de la antigüedad antes de la aparición del imperio aqueménida y del aplastante éxito de Alejandro Magno. Bajo el dominio de Nabucodonosor II ocurrió la primera diáspora de los judíos que significó un cambio radical en el culto judío al ser destruido y quemado el Templo de Salomón. Según los profetas hebreos de la época, esto había sido anunciado por Yahvé, ya que su pueblo, en desobediencia y pecado, se había apartado de él. El Rey Nabucodonosor soñó con una enorme imagen de un coloso,  cuyas partes corporales se componían de distintos metales.   Tras esto,  Nabucodonosor quedó muy perturbado.  Entonces el rey consultó a Daniel, al cual llamaban Beltsasar: “¿Podrás tú hacerme conocer el sueño que vi, y su interpretación?”   Daniel respondió al rey, diciendo: “El misterio que el rey demanda, ni sabios, ni astrólogos, ni magos ni adivinos lo pueden revelar al rey. Pero hay un Elohim en los cielos, el cual revela los misterios, y él ha hecho saber al rey Nabucodonosor lo que ha de acontecer en los postreros días. He aquí tu sueño, y las visiones que has tenido en tu cama. Estando tú, oh rey, en tu cama, te vinieron pensamientos por saber lo que había de ser en lo porvenir; y el que revela los misterios te mostró lo que ha de ser. Y a mí me ha sido revelado este misterio no porque en mi haya más sabiduría que en todos los vivientes, sino para que se de a conocer al rey la interpretación, para que entiendas los pensamientos de tu corazón”. La profecía describe el sueño de Nabucodonosor: “Tú, oh rey, veías, y he aquí una gran imagen. Esta imagen, que era muy grande, y cuya gloria era muy sublime, estaba en pie delante de ti, y su aspecto era terrible. La cabeza de esta imagen era de oro fino; su pecho y sus brazos, de plata; su vientre y sus muslos, de bronce; sus piernas de hierro; sus pies, en parte de hierro y en parte de barro cocido. Estabas mirando, hasta que una piedra fue cortada, no con mano e hirió a la imagen en sus pies de hierro y de barro cocido, y los desmenuzó“.
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En esta descripción se nos revela que  la calidad de los materiales,  desde la cabeza hasta los pies,  se va deteriorando progresivamente en calidad: oro, plata, bronce, hierro y barro. Pero la analogía es que, en paralelo al  deterioro de la calidad,  aumenta la fuerza.  Estas partes de la estatua representan,  por separado y en conjunto,  los poderes del mundo; desde el antiguo imperio Babilónico,  hasta el imperio mundial final de la Bestia Apocalíptica,  así como su influencia en la historia de la humanidad. Por el relato de Daniel nos percatamos  que los sabios consultados previamente por Nabucodonosor habían admitido no poder interpretar el sueño del rey. Además dijeron que la interpretación estaba fuera del alcance de sus dioses. Daniel dijo: “Pero hay un Elohim en los cielos, el cual revela los misterios”. Se supone que se refería a Yahweh. Daniel no había estado presente cuando el rey había ordenado ejecutar a los magos, sabios, adivinos y astrólogos consultados,  por no haber conseguido una respuesta al rey.   Cuando los guardas del rey llegaron para matar al Daniel, él pregunto: “¿Por qué se ha promulgado este edicto?“. Daniel se reunió con sus compañeros en una oración conjunta.   Yahweh entonces reveló el sueño y su interpretación. Entonces Daniel compareció ante el rey para revelarle el sueño y su interpretación. La cabeza de oro representa el Imperio Babilónico de  605-539 a.C: “Este es el sueño; también la interpretación de él diremos en presencia del rey. Tú, oh rey, eres rey de reyes; porque el Elohim del cielo te ha dado reino, poder, fuerza y majestad. Y donde quiera que habitan hijos de hombres, bestias del campo y aves del cielo, él los ha entregado en tu mano, y te ha dado el dominio sobre todo. Tú eres aquella cabeza de oro“.  Yahweh revela mediante su siervo Daniel que la cabeza de oro de ese enigmático coloso representa al propio Rey Nabucodonosor y su  imperio babilónico. Los babilonios eran conocidos por su amor al oro. Nabucodonosor gobernaba desde un trono de oro y quiso edificar Babilonia como una ciudad de oro. Ordenó hacer una estatua que medía 27 metros  de altura y que medía 2.7 metros de anchura. Cuando Herodoto visitó Babilonia setenta años después de la muerte de Nabucodonosor, dijo que nunca había visto tanto oro y esplendor como allí. Babilonia celebraba la venida del año nuevo con grandes fiestas a sus deidades. Nabucodonosor y los reyes que le sucedieron se sentaban en un trono de oro. La corte leía la antigua épica de la creación tal como había sido escrita por los babilonios. Honraban a Marduk, quien según su tradición era su creador y dios. También adoraban al mismo rey humano, como representante terrenal de Marduk. Declaraban que el rey gobernaba no solo los pueblos, sino sobre los animales y las aves y toda la creación, palabras de las que hace eco Daniel en su saludo al rey.
El pecho y los brazos de plata representa al siguiente Imperio, que conquistó a Babilonia. Se trataba  del Imperio Medo-Persa. Año 538-333 a.C: “Y después de ti se levantará otro reino inferior al tuyo”.  Muchos teólogos e historiadores concuerdan en que este pasaje se refiere al imperio Medo-Persa, que tomó el lugar del Imperio Babilónico. La palabra para “plata” en el antiguo arameo es también la palabra para tributos.  Los medo-persa se dieron a conocer por su sistematización de los tributos. Todos los tributos se pagaban en plata, a diferencia del Imperio Babilónico, donde los tributos se pagaban en oro.  Por ello la plata es el símbolo del segundo imperio medo-persa que surgiría y dominaría. Año 538-333 a.C.  El vientre y los muslos  de bronce representa el Imperio Griego. Año 333 a.C, bajo Alejandro Magno: “Y luego un tercer reino de bronce, el cual dominará sobre toda la tierra“.  El soldado medo-persa vestía un turbante, una túnica superior con mangas largas, y pantalones. Este vestuario era confeccionado con tela.  Pero un soldado griego llevaba un casco de bronce, una coraza de bronce, un escudo de bronce y una espada de bronce. Las piernas y pies de hierro, y los dedos de los pies de hierro mezclado con barro representan al Imperio Romano, desde el año 200 a.C.: “Y el cuarto reino será fuerte como hierro; y como el hierro desmenuza y rompe todas las cosas, desmenuzará y quebrantará todo. Y lo que viste de los pies y los dedos, en parte de barro cocido de alfarero y en parte de hierro, será un reino dividido; mas habrá en él algo de la fuerza del hierro, así como viste hierro mezclado con barro cocido. Y por ser los dedos de los pies en parte de hierro y en parte de barro cocido, el reino será en parte fuerte, y en parte frágil. Así como viste el hierro mezclado con barro, se mezclaran por medio de alianzas humanas; pero no se unirán el uno con el otro, como el hierro no se mezcla con el barro”. El cuarto reino representa al Imperio Romano, y Daniel se refiere al mismo con mucha mayor extensión que de los otros. El hierro describe el disciplinado régimen  de los soldados romanos que conquistarían el mundo conocido. La estatua describe varios rasgos característicos del Imperio Romano.  Las piernas estaban hechas de hierro puro, pero los dedos y pies estaban hechos de barro cocido y hierro.  Sin embargo es importante notar que para Yahweh y para Daniel,  todo ello formaba parte de un sólo  imperio.  Los pies estaban compuestos de una mezcla de barro cocido y hierro. Estos son dos materiales que naturalmente no se combinan entre sí  para constituir una sola sustancia. Esto implicaría una unión en la que los componentes mantienen diferencias marcadas e identidades separadas, y que por lo tanto, una vez en vigor,  su unión no duraría mucho.   Esta mezcla implica una especie de cooperación. Al mismo tiempo se mantendrían las identidades nacionales y culturales separadas. Será un imperio pero estará dividido.
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Hay una referencia a la piedra que desmenuza los pies: “Y en los días de estos reyes el Elojim del cielo levantará un reino que no será jamás destruido, ni será un reino dejado a otro pueblo; desmenuzará y consumirá a todos estos reinos, pero él permanecerá para siempre, de la manera que viste que del monte fue cortada una piedra, no con mano, la cual desmenuzó el hierro, el bronce, el barro, la plata y el oro“.  Podemos comprobar que en el curso de la historia humana han surgido esas cuatro potencias mundiales en este orden sucesivo: Babilonia, Medo-Persia, Grecia y Roma.  Pero, en algún momento, Yahweh intervendrá en la historia y aplastará todos los imperios mundiales y establecerá su reino, después de lo cual no habrá más reinos humanos.  Algunos investigadores, en contra de toda prueba bíblica e histórica,  alegan que el cuarto imperio no puede ser Roma,  dado que actualmente no estamos viviendo bajo el imperio romano.  Pero todos los países en donde reside la gran mayoría de la descendencia moderna de Israel, son países que anteriormente fueron parte fundamental del Imperio Romano. Otro símbolo lo representa la piedra rechazada: “La piedra que rechazaron los edificadores ha venido a ser cabeza del ángulo; de parte de Yahweh es esto, y es cosa maravillosa a nuestros ojos“. También, según Isaías, la piedra del ángulo:  “He aquí que yo he puesto en Zion por fundamento una piedra, piedra probada, angular, preciosa, de cimiento estable; el que creyere, no se apresure“. Esta segunda referencia a una piedra se revela  en el Berit Kjadashá. Y la piedra se refiere a Yahushua Ja Mashiaj.  El apóstol Pablo afirma esto en Romanos  y el apóstol Pedro dice lo mismo. Muy probablemente la piedra mencionada en Daniel se refiere a Yahushua el Mashiaj. Algunos eruditos están de acuerdo en que el sueño de Nabucodonosor representa el surgimiento y la caída de imperios humanos sucesivos.  Luego representa la venida de Yahushua Ja Mashiaj, la piedra viviente, para establecer su reino eterno sobre la tierra.  En el sueño, la venida de Yahushua Ja Mashiaj está vinculada al Imperio Romano.  Las piernas de hierro y los pies de barro cocido y de hierro representan dos etapas del Imperio Romano. La primera fue una época de fortaleza, y la segunda,  una renovada coalición de pueblos y  naciones,  conseguida mediante una asociación similar al Sacro Imperio Romano, que existía hace siglos.  Podemos suponer que, hace mucho tiempo,  Yahweh predijo el surgimiento y la caída de los imperios que existirían en la Tierra hasta la venida de Yahushua Ja Mashiaj, al final de los tiempos, cuando se establecería su reino.
Fulcanelli es el seudónimo de un autor desconocido de libros de alquimia del siglo XX. Se han lanzado diversas especulaciones sobre la personalidad o grupo que se oculta bajo el seudónimo. Es mucho lo que se ha escrito sobre la vida de este personaje, pero la mayor parte de sus biografías están basadas en testimonios inciertos, pues al parecer ocultaba expresamente toda información sobre su persona, propiciando la circulación de infinidad de rumores. Algunos han especulado sobre su posible nacimiento en 1877 en Villiers-le-Bel (Francia) y su muerte en la pobreza en París el año 1932. Fulcanelli se movió hasta los años veinte del siglo XX por Francia y ocasionalmente por España: País Vasco, Sevilla y Barcelona. Para algunos era un personaje de vasta erudición con importantes contactos y relaciones con círculos selectos e influyentes, como Eugène Emmanuel Viollet-le-Duc, arquitecto y restaurador de catedrales góticas francesas, con quien compartió su admiración y estudio por el arte gótico, lo que le permitió interpretar con éxito el papel que la alquimia juega en las esculturas que adornan estas construcciones, muy especialmente las impresionantes representaciones en las gigantescas catedrales góticas, tales como relieves, esculturas, suelo y vidrieras. La identidad de Fulcanelli, está por dilucidar. Incluso podría ser un seudónimo de un colectivo de alquimistas. El nombre de Fulcanelli parece estar relacionado mediante la cábala fonética con Vulcano-Hélios o bien con Vulcano-Hellé . Con la escasa información y los comentarios de su discípulo y albacea Eugène Canseliet, diversos autores han adelantado varias hipótesis sobre su identidad.  Jacques Bergier menciona en su libro (escrito con Louis Pauwels) “El retorno de los brujos” que Fulcanelli y otro alquimista se dedicaron a visitar a los más conocidos físicos nucleares entre las dos Guerras Mundiales. Ambos describieron somera pero muy gráficamente en qué consistía un reactor nuclear y advirtieron de los peligros de las sustancias subproductos de las reacciones. Esto pasó sin mayores atenciones respecto de los científicos hasta que Fermi logró la primera reacción en cadena. Alguno de los visitados recordó, entonces, la conversación mantenida con alguno de los dos supuestos alquimistas y comunicó la historia a los servicios de inteligencia correspondientes. Inmediatamente los servicios aliados comenzaron la búsqueda de ambos personajes. Fulcanelli fue imposible de encontrar, mientras que la otra persona resultó fusilada en el norte de África por ser colaboradora de los alemanes. Es muy difícil hallar pruebas de tales cosas, más allá del texto del libro antes citado. Jacques Bergier fue ayudante del físico francés Louis de Broglie y formó parte de la inteligencia de los Aliados.
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A partir de la búsqueda de estos dos personajes y del comienzo de la carrera hacia la construcción de una bomba nuclear los servicios de inteligencia compraron cualquier libro de alquimia que se pusiera a su alcance. No hay comprobación oficial a nivel público de estos relatos, pero tampoco ningún desmentido conocido. Por otra parte, en el capítulo “Química y Filosofía” de su libro Las Moradas Filosofales, Fulcanelli escribe: “Los viejos alquimistas, que poseían de fuente tradicional más conocimientos de los que estamos dispuestos a reconocerles, aseguraban que el Sol es un astro frío y que sus rayos son oscuros. Nada parece más paradójico ni más contrario a la apariencia y, sin embargo, nada es más verdadero. Algunos instantes de reflexión serena permiten convencerse de ello. De hecho, si el Sol fuera una especie de globo de fuego, como se nos enseña en la escuela, bastaría acercarse por poco que fuera para experimentar el efecto de un calor creciente. Y lo que sucede es justo lo contrario, pues las altas montañas permanecen coronadas de nieve pese a los ardores del Verano. En las regiones elevadas de la atmósfera, cuando el astro rey pasa por el cenit, el globo de los aeróstatos se cubre de escarcha y sus ateridos pasajeros padecen un frío muy intenso. Así, la experiencia demuestra que la temperatura desciende a medida que aumenta la altura. La misma luz se nos hace sensible cuando nos encontramos situados en el campo de su irradiación. En cuanto nos situamos fuera del haz radiante, su acción cesa para nuestros ojos. Es un fenómeno bien conocido por un observador u accidentado que contempla el cielo desde el fondo de un pozo al mediodía ve, sin embargo, el firmamento nocturno y constelado“. Esta afirmación ha hecho que se pueda dudar de que fuese un científico. Fue autor de tres obras cumbres de la alquimia. Una de las obras es El misterio de las catedrales (Le Mystère des Cathédrales), con una interpretación esotérica de los símbolos herméticos. Fue escrito en 1922 y publicado en París en 1929. Otra de sus obras es Las moradas filosofales (Les Demeures Philosophales), que explica el simbolismo hermético en sus relaciones con el arte sagrado y el esoterismo de la gran obra. Fue publicado en Paris en 1930. Para algunos pudo haber muerto en un desván de la calle Rochechouart de Paris sin terminar el tercero y último libro, que iba a ser el colofón de su obra. Se trata de Finis Gloriae Mundi, título inspirado en una pintura del pintor sevillano Juan de Valdés Leal y que en la actualidad está colgada en la iglesia sevillana del Hospital de la Caridad. En ese libro se completaría la revelación del misterio alquímico o verbum dimissum (La palabra perdida), dando respuesta a los miles de años de búsqueda de los alquimistas. Me he basado en Finis Gloriae Mundi para escribir este artículo
Para la mayoría de los estudiosos es un texto apócrifo, ya que dicha obra relata sucesos que acontecen tras la segunda guerra mundial, fecha para la cual se supone que el autor ya había fallecido. No obstante, otros estudiosos del tema entienden que el elixir de larga vida no es en modo alguno una quimera de la alquimia, sino una de las pruebas en la consecución de la piedra filosofal. El autor de la versión revisada de Finis Gloriae Mundi afirma en: ” No es costumbre que un adepto vuelva a coger la pluma después de haber franqueado la transmutación (…) abandonemos el manto de silencio con el que se cubre quien pasa por las ascuas del fénix“. La tercera obra de Fulcanelli, que fue sustraída según el deseo de su autor a toda eventual publicación, se titulaba Finis Gloriae Mundi (El Fin de la Gloria del Mundo). Este título designa también un sorprendente cuadro conservado en hospital de la Santa-Caridad en Sevilla. Este panel de dos metros de lado fue ejecutado por el artista Juàn de Valdès Léal en 1672. Se puede ver en primero plano el cadáver de un obispo en descomposición avanzada, en el fondo de su ataúd. Frente a él, cabeza laya, se encuentra a su vez en su ataúd un caballero para nada afectado por la putrefacción y cuyos ojos abiertos y la frescura del tinte dejan comprender que descansa pacíficamente y escapa así a todo desgaste del tiempo. En segundo plano, una mano que lleva la marca de la crucifixión, pero curiosamente femenina, sale de los nubarrones, llevando el mástil de una balanza en la en que cada una de las bandejas está subrayada por las inscripciones “ni más”, “ni menos”. A la izquierda, en la entrada de la cripta, se sitúa una lechuza en postura hierática, símbolo de la sabiduría, pareciendo juzgar gravemente la situación. En segundo plano se divisan esqueletos y osamentas dispersas que participan del carácter bastante macabro de esta escena titulada Finis Gloriae Mundi, así como lo indica la filacteria agregada al primer ataúd, tan inquietante pues parece que la Iglesia esté aquí destruida para siempre con el único provecho del despertar iniciático simbolizado por el caballero que simula la muerte. Fulcanelli realiza en este libro la interpretación alquímica del cuadro en conexión con los sucesos que han acontecido tras la segunda guerra mundial, advirtiendo del enorme peligro de la carrera nuclear y de sus residuos por saltarse los límites, cuidados y reglas filosóficas mantenidas en secreto por los alquimistas desde antiguo.
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Juan de Valdés Leal (Sevilla, 1622 – 1690), fue un pintor y grabador barroco español. Es conocido fundamentalmente por sus dos pinturas «de jeroglífico» sobre las postrimerías humanas: las alegorías Finis gloriae mundi (El fin de las glorias mundanas) e In ictu oculi (En un abrir y cerrar de ojos). Las pintó en 1672 para la iglesia del Hospital de la Caridad de Sevilla, donde se conservan. Alude a la vanidad humana y amonesta sobre la caducidad de los bienes temporales y la brevedad de la vida terrena. El 4 de mayo de 1622, Juan de Valdés Leal, hijo del platero lusitano Fernando de Nisa y de la hispalense Antonia de Valdés Leal, fue bautizado en Sevilla, por lo que su nombre, conforme a los usos actuales, hubiese tenido que ser Juan Nisa de Valdés. Sin embargo, como era costumbre en Sevilla, se hizo famoso usando el apellido materno, tal como hizo el pintor Velázquez. Al parecer, fue discípulo de Antonio del Castillo, en Córdoba, y allí se casó, en 1647, con Isabel, de ilustre familia. Los encargos pronto empezaron a aparecer y Valdés Leal dispuso de casa propia con taller en la calle de la Feria. La epidemia de peste que sufrió Córdoba en 1649 motivará la marcha de Valdés Leal y su familia a Sevilla al año siguiente. Su primer encargo en la capital andaluza está documentado en 1652. Se trata de un ciclo de pinturas para el convento de Santa Clara en Carmona, entre las que destaca la Retirada de los sarracenos. En 1658 Valdés Leal se dirigió al cabildo municipal sevillano para solicitar que se le eximiese de la realización del obligado examen como maestro pintor, aludiendo a su precaria economía, situación que le acompañará a lo largo de su vida. El cabildo le concedió una licencia temporal que le permitió desempeñar su oficio sin ningún impedimento, alcanzando en 1659 el cargo de examinador municipal del gremio de pintores sevillanos. Al año siguiente fundó, junto a Herrera el Mozo y Murillo, la academia de dibujo, ocupándose en primera instancia de recaudar las cuotas de los académicos para sufragar los gastos de la institución. Cuando Murillo abandonó la dirección de la academia será Valdés Leal el encargado de dirigirla. Francisco Herrera, el Mozo (Sevilla, 1627 – 1685) fue un pintor y arquitecto barroco español hijo de Herrera el Viejo. Bartolomé Esteban Murillo (Sevilla, 1617 – 1682) fue un pintor barroco español. Formado en el naturalismo tardío, evolucionó hacia fórmulas propias del barroco pleno con una sensibilidad que a veces anticipa el Rococó en algunas de sus más peculiares e imitadas creaciones iconográficas como la Inmaculada Concepción o el Buen Pastor en figura infantil.
Fue elegido, por esas fechas, mayordomo de la cofradía de San Lucas, del gremio de pintores. En 1667 ingresó en la Hermandad de la Santa Caridad de Sevilla, para cuya iglesia del Hospital pintó, entre 1671 y 1672, sus obras más famosas: los dos Jeroglíficos de las Postrimerías, que forman parte del programa iconográfico diseñado por Miguel de Mañara, artífice de la renovación de la Hermandad. Completando el discurso iconográfico, para el que Murillo ya había pintado seis lienzos con las obras de misericordia, se encargó Valdés Leal de las dos pinturas que debían figurar a los pies de la nave: In ictu oculi y Finis gloriae mundi que, como en las pinturas del género vanitas extendido en los Países Bajos, aluden a la banalidad de la vida terrena y a la universalidad de la muerte, pero enlazando aquí con el objeto propio de la Hermandad, que era dar sepultura a los indigentes, y con el Entierro de Cristo, de Pedro Roldán, representado en el retablo del altar mayor. En 1673 pintó una serie de cuadros sobre la vida de San Ambrosio para el oratorio bajo del Palacio Arzobispal de Sevilla, por encargo del arzobispo don Ambrosio Spínola. Todos ellos desaparecieron durante la Guerra de la Independencia, cuando el mariscal francés Nicolas Jean de Dieu Soult  convirtió el Palacio en su cuartel general, y se dieron por perdidos hasta que reaparecieron en 1960 y 1981 en un mercado del arte. La mayor parte de los cuadros de la serie se conservan actualmente en el Museo del Prado de Madrid. En 1682, a la muerte de Murillo, Valdés Leal quedaba como el más importante pintor en Sevilla, a pesar de sufrir este mismo año un ataque de apoplejía que mermó sus condiciones físicas. Esta última década la dedicará a la realización de importantes ciclos decorativos en diferentes edificios religiosos sevillanos, como el Hospital de la Caridad, la iglesia del Monasterio de San Clemente o la iglesia del Hospital de los Venerables, decoración esta última que compartió con su hijo Lucas ya que su salud se iba resintiendo. El 9 de octubre de 1690 Valdés Leal redacta su testamento, falleciendo a los pocos días, para ser enterrado el 15 de octubre de 1690 en la iglesia de san Andrés de la capital hispalense. In ictu oculi es una obra del 1672. En esta obra Juan de Valdés Leal manifiesta ya desde el principio un estilo absolutamente barroco, marcadamente naturalista y con tendencia al tenebrismo, con dibujo contundente, un colorido fuerte y poco matizado y unos volúmenes monumentales. Posee una particular sensibilidad pictórica inclinada hacia lo dramático, con gran ligereza de toque y un especial interés por la expresividad, que protagoniza sus composiciones, en detrimento de la belleza y la corrección formal. Tenía inclinación por la temática macabra o grotesca, pero con un vivo sentido del movimiento, brillante colorido y dramática iluminación. A pesar de ser contemporáneo de Murillo, su temperamento era completamente opuesto; Valdés Leal, nervioso y violento, se dejaba seducir más por el movimiento desenfrenado y por la expresión, por el sentido de un exagerado dramatismo y un intenso colorido, que por la dulzura y el costumbrismo burgués de Murillo. Faceta importante también en el arte de Valdés Leal es la de grabador, género en el que inició asimismo a sus colaboradores y discípulos.
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Con Valdés Leal la escuela sevillana de pintura alcanzó el momento álgido de su barroquismo y llega a anticiparse a Goya, así como a ejercer influencia sobre los pintores románticos e impresionistas franceses. El Hospital de la Santa Caridad de Sevilla conserva un curioso cuadro de Juan de Valdés Leal, Finis Gloriae Mundi, que podemos considerar como filosófico. Apenas había concluido su Siglo de Oro cuando, arruinada por las guerras, España perdía una tras otra sus ricas provincias del norte de Europa. Para asegurarse la preeminencia ya no bastaban las conquistas americanas. Junto con el oro y la plata del Perú, España había extendido por América la muerte y la crueldad. En España actuaba la Inquisición, con sus autos de fe, y se perseguía tanto a sus sabios como a sus místicos. Pero pese a ello, al igual que en el resto de Europa, florecieron escuelas de alquimistas en Compostela y en Sevilla, que tuvieron que operar en una casi total clandestinidad. Los hidalgos y monjes que instalaron sus hornos y sus matraces en el fondo de los castillos y conventos, tuvieron que esconder la destilación de medicinas y remedios, ya que su estado no les ponía a salvo de una acusación de brujería o de herejía, que inmediatamente les habría valido la cárcel o la hoguera. Los artistas españoles, y particularmente Juan de Valdés Leal, transmitieron los secretos de la Obra Alquímica a través de sus temas religiosos. A este respecto, Finis Gloriae Mundi representa el principal mensaje de la escuela hermética sevillana. Encima de una cripta donde yacen, en féretros abiertos, tres cuerpos en diferente estado de descomposición, las nubes se abren sobre una mano que sostiene una balanza cuyos platillos, timbrados con las palabras ni más ni menos, se equilibran. Ante una escalera débilmente iluminada, la lechuza de Minerva vigila la metamorfosis de los cadáveres. En primer plano yace un obispo con capa y mitra de un oro muy pálido, asiendo todavía su báculo de oro entre las manos cruzadas sobre el pecho, mientras que los terciopelos escarlatas que recubren el interior del féretro se desgarran, dejando aparecer la madera de roble, de la que está hecho. En segundo plano, en posición invertida para con el primer personaje, reposa un caballero que, según atestigua el estandarte que lo cubre, pertenece a una de las órdenes religiosas militares, Calatrava, San Juan o Santiago, que fueron la punta de lanza de la Reconquista. El tercer féretro, al fondo, no contiene más que un esqueleto sin atributos, a cuyos pies se amontonan huesos y cráneos desarticulados. Delante del obispo, una filacteria, amuleto o talismán que usaban los antiguos, aparece abandonada negligentemente sobre el suelo y porta las siguientes palabras: Finis Gloriae Mundi. El conjunto de la escena aparece bañado en una luz purpúrea.
La mayor parte de los historiadores de arte ven en este lienzo una alegoría moral de las vanidades mundanas. Podemos considerarla como una obra de un filósofo alquímico, que seguramente lo fue Valdés Leal. Los símbolos están cruzados y encima del obispo vemos los emblemas de la caballería, yelmo, mastín y joyas timbradas con un corazón escarlata; mientras que encima del caballero distinguimos una estrella, un pan ya comenzado, un libro, un mortero de cristal con su almirez y el corazón rojo coronado con la cruz. Hay intercambio de platillos para efectuar la pesada de los corazones. Ello, y la disposición invertida de ambos personajes, designan una vía someramente evocada en los escritos alquímicos, conocida como vía breve. En su obra Ars brevis, Ramon Llull describe los principios de una manera particularmente oscura. Esta vía permite abocar rápidamente en la Piedra, pero su práctica se revela ser particularmente peligrosa. La maestría de los pesos y equilibrios es esencial a cada instante, en un trabajo que se opera a ciegas. Los vestidos litúrgicos blancos que visten al obispo se portan únicamente en dos tiempos: Navidad y Pascua, el nacimiento del niño y la resurrección; y ambos ocurren en el seno oscuro de una gruta. Ramon Llull (Mallorca, 1232 – 1315), también conocido como Raimundo Lulio en castellano, Raimundus o Raymundus Lullus en latín, como Raymond Lully por los ingleses o como Raymond Lulle por los franceses, fue un laico próximo a los franciscanos (pudo haber pertenecido a la Orden Tercera de los frailes Menores), filósofo, poeta, místico, teólogo y misionero mallorquín. Fue declarado beato por «culto inmemorial» y no por los cauces oficiales. Su fiesta se conmemora el 27 de noviembre. Sus contemporáneos le llamaban El Iluminado. Abruma la amplitud y profundidad de sus conocimientos. Sus obras poéticas han sido consideradas como los más antiguos escritos clásicos de la literatura catalana. Escribió sobre Fisiología y sobre Navegación. Compuso siete obras de Medicina, tres tomos de una recopilación, de varios miles de proverbios, sesenta y tres volúmenes de Teología y veinte volúmenes de Lógica y Metafísica. En 1721 se hizo una edición de sus obras, y en ella se indicaban los títulos de 242 libros suyos, entre los que podemos citar: La clavícula; Ars Magna; Ars Brevis; Ars Generalis; Arbor Scientiae; Lógica Notae; Llibre d’amich e d’amat; Compendium animae transmutationis; Testamentum; Mercuriorum hiber; Elucidationis Testamentum Novíssimun; Potestad divitiarum; Theoria et practica; Codivilius seu vademécum; Lapidarium; El vademécum de las tinturas; etc.
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Ramon Llull era el hijo primogénito del Senescal de Mallorca, quien acompañó al rey Jaime I de Aragón en la conquista de la isla a los sarracenos. La familia de Ramon Llull era muy rica, pues el padre recibió vastas tierras del rey después de la conquista. Destinado por su padre a la carrera de las armas, después de casarse muy joven, se fue a la corte de Jaime II de Aragón, quien le distinguió confiándole cargos de honor en palacio. Según sus biógrafos y lo que él mismo cuenta en su libro Líber Contemplationes in Deo, observó una vida licenciosa y turbulenta hasta la edad de treinta y un años, en que a causa de una pasión violenta y desgraciada, en 1286 cambió radicalmente de costumbres y se volvió a Palma para llevar una vida ascética y virtuosa, después de repartir sus bienes entre sus hijos. A fines de ese mismo año se recluyó en una celda en el monte Randa, en Mallorca, permaneciendo allí nueve años. Quería predicar a los musulmanes, y para aprender el árabe compró un esclavo. Pero éste un día le hirió gravemente con un puñal y se suicidó. Repuesto Ramon Llull de sus heridas, se retiró a un lugar cerca de Palma, donde escribió, el año 1275, su Ars major sive generalis, un tratado de Filosofía. Después comenzó a viajar. Fue, a Montpellier el año 1277 y escribió allí varios libros. En 1286 fue a Roma. De allí se dirigió a París, donde escribió varias obras y prosiguió sus estudios de Alquimia. Aquí conoció a Arnau de Vilanova, médico, teólogo y embajador de grandes figuras de la monarquía y del clero de su época. Viajó por Austria. En toda esta amplia gira fundó algunas escuelas de lenguas orientales y trató de interesar a los Reyes y Papas para que le ayudasen a organizar unas misiones de predicadores cristianos. Para dar ejemplo, el año 1291, teniendo cincuenta y seis años, se dirigió a Túnez a predicar y entabló controversias con los musulmanes. El sultán le hizo encerrar, pero después resolvió desterrarle y le hizo embarcar. Se escapó y permaneció escondido tres meses en Goletta, puerto de Túnez, donde escribió otro libro y predicó a los musulmanes en secreto. Se embarcó por fin para Nápoles, donde vivió varios años dando conferencias. De allí se fue a París, donde escribió Fabula Generalis y Ars Expositiva. Volvió a Roma para hablar al Papa Celestino V. Desde 1299 hasta 1309 Ramon Llull predicó a los judíos de Mallorca, en Chipre, Siria y Armenia. En este último país residió más de un año y escribió su obra Líber de iis quoe Homo de Deo debet credere. Volvió a Italia y a Francia, por donde viajó de 1302 a 1305, siempre hablando en público y escribiendo. Pasó a Inglaterra, alojándose en el hospital de Santa Catalina y escribió allí una obra sobre Alquimia. Es muy conocida la transmutación que hizo para el rey Eduardo III de mercurio y estaño en oro, con el que el monarca hizo acuñar las. monedas desde entonces llamadas raymundinas o rosas nobles.
En 1307 Ramon Llull volvió a predicar a los musulmanes y visitó Hippona, Argel y Bughiah, en la actual Argelia, en donde comenzó a predicar en árabe en una plaza pública. El pueblo le quiso matar. Le salvó el mufti y estuvo preso seis meses, al cabo de los cuales lo embarcaron para Italia. Al llegar naufragó el barco, pero Ramon Llull se salvó. Le llevaron a Pisa. De allí volvió a Génova y a París. En 1311 asistió al concilio general celebrado en Vienne, Francia, para obtener del Papa que se fundasen cátedras de idiomas orientales en las universidades de Salamanca, Oxford y París. Volvió a África, desembarcando otra vez en Bughiah el 14 de agosto, donde predicó en secreto durante diez meses. Pero cansado de ocultarse, el 30 de junio de 1315 salió a predicar a la plaza y el pueblo le lapidó en las afueras de la ciudad. Su cuerpo, todavía con vida, fue recogido por unos genoveses que le llevaron a su nave. Murió a la vista de Palma y le dieron sepultura en esa ciudad, en la iglesia de San Francisco, donde aún se visita su tumba. Así, dicho a grandes rasgos, vivió y murió ese asombroso genio, cuyo nombre ha sido dado a diversas calles de las ciudades españolas y al que la Iglesia ha considerado a veces como mártir suyo y otras como un hereje. Los Padres griegos de la Iglesia establecían la analogía entre la tumba y la cuna. En Navidad, Dios muere para nacer hombre. Durante la Semana Santa este último es el que muere, para que en la mañana de Pascua resurja el hombre-Dios. Este simbolismo cristiano ya fue conocido por los egipcios. Representaban a Ptah trabado en la muerte del neter y nacimiento al mundo bajo la forma limitada de una piedra opaca. Los antiguos egipcios creían en Un Dios Unico que se había creado a Sí Mismo, que existía por Sí mismo, y que era inmortal, invisible, eterno, omnisciente y todopoderoso. Este Dios único era representado con sus funciones y atributos. Estos atributos eran llamados neteru (neter). Ptah era el “Señor de la magia“, el dios creador en la mitología egipcia. También era el “Maestro constructor“, inventor de la albañilería, y patrón de los arquitectos y artesanos. Se le atribuía también poder sanador. Era la deidad de la ciudad de Menfis y, por tal razón, la preeminencia de la dicha ciudad sobre el resto de las ciudades egipcias implicaba la elevación del dios sobre el resto del panteón egipcio. Mientras la ciudad de Menfis se mantuvo como capital política del reino, el culto y el clero de Ptah conservaron una posición de preeminencia. Durante la época del Imperio Antiguo era el dios más poderoso, asociado al poder menfita, pero con el tiempo perdió notoriedad frente a Ra y Amón. Las ciudades del Antiguo Egipto rivalizaban por considerar a Ptah como creador del mundo (Menfis) o como una divinidad surgida de las otras (Tebas). Durante el periodo Ramesida (Dinastías XIX y XX) Ptah formó con Amón y Ra la gran triada del Reino.
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Sejmet (Sekhmet), “La más poderosa“, “La terrible“, fue el símbolo de la fuerza y el poder, en la mitología egipcia. Era considerada una diosa de la guerra, y de la venganza. También conocida con los nombres de Sakhmet, Sekhet, Sekhem, Shakti, Nesert. Fue representada como un ser con cuerpo de mujer y cabeza de leona, aunque con melena, generalmente coronada con el disco solar, el Uraeus (serpiente protectora), y portando el Anj y una flor de papiro o loto, y con flechas. También era representada como mujer con cabeza de cocodrilo, o como el ojo udyat, símbolo de características mágicas, protectoras, purificadoras, sanadoras, símbolo solar que encarnaba el orden y el estado perfecto. Era hija del dios Ra. Su esposo era Ptah y su hijo, Nefertum. Su ira era temible pero, si se conseguía apaciguarla, otorgaba a sus adoradores el dominio sobre sus enemigos y el vigor y la energía para vencer la debilidad y la enfermedad. En algunos casos fue considerada aliada y protectora de Ra, dado que daba muerte a quienes osaran enfrentarse o atacar a la monarquía divina o terrenal. En varios textos estaba relacionada con la diosa Bastet, siendo Sejmet la forma encolerizada de Bastet, que se transforma en gata cuando se apacigua como leona. Ptah era entregado por Sekhmet. Esta segunda operación de muerte y resurrección debía ser reconducida con la mayor prudencia, ya que si Sekhmet escapaba de control, la potencia de Ptah, liberada demasiado bruscamente, llegaría a ser devastadora. Pasados los siglos, este simbolismo es lo que han descubierto los sabios atómicos.  La pintura de Valdés Leal posee un sentido muy preciso en cuanto a la perfección de los metales. La elección de los personajes comporta una advertencia de lo más oculta, que habría sido inoportuno desvelar antes. Contemplamos un obispo, un caballero y un hombre sin atributos particulares, que debemos suponer un agricultor o un artesano. Estamos en presencia de la división medieval de los tres órdenes, oratores, bellatores et laboratores. Vemos en ello la alegoría de las tres operaciones a efectuar en la materia, que perfecciona la obra. Representa la recogida del espíritu celeste, el combate de las dos naturalezas, y el humilde trabajo en la oscuridad, precisando cada una la virtud que se atribuye a cada uno de los tres estados. Se trata igualmente de la triple maestría que necesita el obrero para conducir el arte, a saber: la del ars sacer, la de la iniciación caballeresca o ars regis, y en fin, la del compañero perfecto o magisterio. Valdés Leal sugiere que el proceso alquímico, a mayor escala, se aplica a las sociedades humanas. Esta revelación entonces no se podía hacer más que bajo la cubierta de una especulación religiosa. Los maestros reconocidos de las tres órdenes tenían el derecho de portar blasón en la sociedad medieval. No estaba en el espíritu de la época jerarquizar los órdenes según el modelo rígido de castas que sobrevino en la decadencia de la India. El mismo Mahabharata, texto épico-mitológico de la India, reconoce que la pertenencia a las castas no debe deducirse únicamente del nacimiento, sino en primer lugar del temperamento, tal como lo definen los escritos ayur-védicos. Las órdenes tradicionales en alquimia son designadas como sal, azufre y mercurio.
La aplicación del arte a las sociedades humanas, que es el último secreto de Hermes, no debía ser revelado ni siquiera por transmisión oral de maestro a discípulo. Ištar o Ishtar era la diosa babilónica del amor y la guerra, de la vida, de la fertilidad, y patrona de otros temas menores. Se asociaba principalmente con la sexualidad: su culto implicaba la prostitución sagrada; la ciudad sagrada Uruk se llamaba la “ciudad de las cortesanas sagradas“, y ella misma fue la “cortesana de los dioses“. Ištar tenía muchos amantes; sin embargo, como señala Guirand: “¡Ay de aquel a quien había honrado Ištar, la diosa caprichosa trataba cruelmente a sus amantes de paso, y los infelices desgraciados suelen pagar un alto precio por los favores amontonados en ellos. Los animales, esclavizados por el amor, perdían su vigor nativo: cayeron en las trampas colocadas por los hombres o fueron domesticados por ellos. ‘¡Tú has amado el león, poderosos en fortaleza’, dice el héroe Gilgameš a Ištar, ‘y has cavado pozos para él siete y siete! Has amado el corcel, orgulloso en la batalla, y le has destinado el cabestro, el aguijón y el látigo’“. Incluso para los dioses el amor de Ištar fue fatal. En su juventud la diosa había amado a Tammuz, dios de la cosecha, y, si hemos de creer a Gilgameš, este amor causó la muerte de Tammuz. Se asocia en otras regiones con diosas como Inanna en Sumeria, Anahit en la antigua Armenia (Urartu), Astarté (Asera) en Canaán, Fenicia y en las religiones abrahámicas. Ištar, Inanna y estas diosas representan el arquetipo de la diosa madre. En Sumeria era conocida como Inanna, siendo dos diosas distintas, que representan lo mismo, y posteriormente en Babilonia, y en su zona de influencia cultural en todo Oriente Medio recibe los títulos honoríficos de Reina del Cielo y Señora de la Tierra. Para Joseph Campbell, Ištar/Inanna, que amamanta al dios Tammuz, es la misma diosa que Afrodita y que la diosa egipcia Isis, que alimenta a Horus. Era hija de Sin, dios de la Luna, y Nannar, la Luna. Asimismo era hermana menor de Ereškigal y hermana gemela de Šamaš, en sumerio Utu, dios del Sol. Compañera de Tammuz, en sumerio Dumuzi. diosa del inframundo en la mitología sumeria-acadia. Ereškigal gobierna el inframundo junto a su consorte Nergal. Es hija del gran dios Anu y hermana de la diosa Ishtar, y era antaño una diosa celestial. Sin embargo, fue raptada por el dragón Kur y llevada al inframundo, donde pasó a ser su reina. La leyenda cuenta que Nergal, también un dios celestial, fue requerido por el inframundo. Allí conoció a Ereškigal y se enamoraron. Yacieron juntos durante 6 días, al final de los cuales Nergal se escapó sigilosamente del lecho para volver al cielo. Ereškigal, desesperada y enfurecida por la pérdida, amenazó a Anu con enviar de vuelta a todos los habitantes de su reino hasta que los muertos superaran a los vivos, a menos que Nergal volviera y se convirtiera en su amante para toda la eternidad. Enfurecido con la amenaza, Nergal bajó de nuevo al inframundo, rompiendo las siete puertas que lo cerraban, y encarándose con Ereškigal. Según una versión, Nergal la expulsó del trono por los pelos y la trató de decapitar. Antes de eso, sin embargo, Ereškigal le confesó su amor y le ofreció compartir el reino de los muertos como su consorte. Nergal aceptó, y desde entonces gobernaron juntos el inframundo.
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Pero algunos, en la actualidad, han decidido arrancar los velos de Ishtar, en vez de incitarla a su despojamiento progresivo mientras desciende al inframundo de Ereškigal. Este descenso, evocado por el VITRIOL, que con sus siete letras y sus siete palabras simboliza toda la Gran Obra, es el que observamos en la pintura de Valdés Leal bajo la forma de la escalera vigilada por la lechuza de Minerva, ave cuya mirada, penetrando en la oscuridad, guía a los hombres durante la travesía de la noche. La lechuza se encuentra a la altura de los platillos de la balanza divina. Juan de Valdés Leal insiste en la necesidad de equilibrio y de una regulación del proceso. La mano celeste que sostiene la balanza indica claramente que esta regulación debe venir de lo alto. Aunque exhiba los estigmas de la Pasión, esta mano se parece a la de una mujer. La naturaleza alcanzaría entonces su perfección, ya que habría cumplido su Pascua. Se trata aquí de un arcano temible. No es sin graves consecuencias que los hombres de ciencia han abandonado el control de su trabajo a los nuevos príncipes de la política. Los Adeptos del pasado pusieron siempre en guardia a sus discípulos contra el apetito de riqueza y poder que tenían los reyes. La alquimia de las sociedades humanas que sugiere Valdés Leal, sigue las mismas vías de perfeccionamiento que la de la materia mineral, tratando de evitar las dificultades que acarrea la explosión accidental del crisol. El lanzamiento de la bomba atómica sobre Hiroshima y Nagasaki no sólo causó sufrimientos a las víctimas directas, sino también quebrantó el espíritu de la humanidad. No lo compensa el hecho de que los sabios, después, hayan encontrado la manera de regular la acción de la terrible leona Sekhmet para fabricar electricidad.  Desde los primeros experimentos de Ernest Rutherford (1871 – 1937), físico y químico neozelandés, en 1912, hasta los aceleradores de partículas, los físicos se han contentado con quebrar la materia para descubrir su estructura interna. A menudo se trata de bombardeos mediante flujos de electrones que se precipitan y percuten contra la delicada arquitectura de los núcleos atómicos. Bajo el choque, los físicos obtienen transmutaciones reales, bien de los cuerpos atacados o bien de las partículas atacantes. Sólo muy recientemente se han dado cuenta de que perturbando ligeramente y con débil energía los equilibrios internos del átomo, también podían recibir una respuesta de la materia. Pero esos reencuentros con la ciencia de los filósofos no ha franqueado todavía las puertas del laboratorio. La industria de las centrales nucleares sigue utilizando todavía el choque redoblado para arrancar la energía de los cuerpos inestables, que se mantienen al límite de las posibilidades de equilibrio de la naturaleza. En los ciclotrones este método exige energías tales, que no se podría conseguirlas sino rompiendo los enlaces de la fuerza que asegura la cohesión de los quarks, constituyentes fundamentales de la materia.
La alquimia, traducida al lenguaje de la ciencia contemporánea, juega con la llamada fuerza nuclear débil. La interacción débil, frecuentemente llamada fuerza débil o fuerza nuclear débil, es una de las cuatro fuerzas fundamentales de la naturaleza. Esta fuerza es la responsable de fenómenos naturales como la desintegración radiactiva. El efecto más familiar es el decaimiento beta (de los neutrones en el núcleo atómico) y la radiactividad. La palabra “débil” deriva del hecho que un campo de fuerzas es de 1013 veces menor que la interacción nuclear fuerte; aun así esta interacción es más fuerte que la gravitación a cortas distancias. En el modelo estándar de la física de partículas, la fuerza débil se considera una consecuencia del intercambio de bosones W y Z que son muy masivos, y de acuerdo con el principio de incertidumbre de Heisenberg son de corta vida, lo cual explica el escaso alcance de este tipo de fuerzas. La interacción débil es un tipo de interacción entre partículas fundamentales, responsable de fenómenos naturales como la desintegración beta. Como interacción débil no sólo puede ocasionar efectos puramente atractivos o repulsivos (como sucede por ejemplo con la interacción electromagnética), sino que también puede producir el cambio de identidad de las partículas involucradas, es decir, lo que se conoce como una reacción de partículas subatómicas. La primera teoría para entender la interacción débil se remonta a los años 1930, cuando Fermi propuso su teoría del decaimiento beta en 1933. Sin embargo, a finales de la década de 1960 se propuso una explicación más amplia y completamente satisfactoria, la teoría electrodébil que explicaba la interacción débil como un campo de Yang-Mills asociado a la simetría interna. Originalmente se la denominó “fuerza nuclear débil“, ya que la interacción débil está confinada a muy cortas distancias, de poco más que el núcleo atómico, y porque es muy débil en comparación la fuerza nuclear fuerte que mantiene unidos neutrones y protones. Sus efectos más considerables son debido a otra condición única: su cambio de sabor. Debido a la debilidad de esta interacción, los decaimientos débiles son muy lentos comparados con los decaimientos fuertes o los electromagnéticos. Por ejemplo, un decaimiento electromagnético de un pion neutro tiene una vida de cerca de 10-16  segundos; mientras que un decaimiento débil cargado con un pion vive cerca de 10-8  segundos, es decir, cien millones de veces más largo. Un neutrón libre “vive” cerca de 15 minutos, haciéndola una partícula subatómica inestable con la vida media más larga conocida.
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La Alquimia es un arte de música, afirmaban los filósofos; lo que recuerda el laúd colocado detrás del mortero sobre el platillo derecho de la balanza del lienzo de Valdés Leal, y que se muestra más claramente todavía en una célebre ilustración de un tratado de Robert Fludd. Robert Fludd, también conocido como Robertus de Fluctibus (1574 –1637), fue un eminente médico paracélsico, astrólogo y místico inglés. Robert Fludd era el quinto hijo de Elisabeth Andros y Sir Thomas Fludd, funcionario del gobierno de alto rango y tesorero de guerra para la armada de Isabel I. Se educó en el anglicanismo, la religión de sus padres. Pero considerando que su formación era insuficiente, y con objeto de perfeccionar sus conocimientos, emprendió un viaje al continente europeo que duró seis años. Entre 1598 y 1604 Fludd recorrió España, Francia, Italia y Alemania, estudiando medicina, química y lo oculto, aunque es principalmente conocido por su investigación en el campo de la filosofía oculta. Fue sin duda en Alemania donde Fludd entró en contacto directo con el movimiento rosacruz. De retorno a Inglaterra, el 16 de mayo de 1605 obtuvo su doctorado en medicina en la Universidad de Oxford. Más adelante se instaló en Londres. A partir de los 42 años (1616) empezó a escribir y publicar, y hasta su muerte no paró de escribir voluminosas obras herméticas. Fludd es considerado como uno de los grandes humanistas del Renacimiento: su conocimiento se apoyaba en el conjunto de las Humanidades, y consagró una parte importante de sus voluminosos escritos a defender la reforma de las ciencias. En tanto que médico y alquimista, se interesó por las ideas de Paracelso. En materia de medicina, es reconocido como un precursor. A él se debe la descripción del primer barómetro. Fludd fue la primera persona en tratar acerca de la circulación de la sangre, y de hecho llegó a la conclusión correcta. Sin embargo, su conclusión se basaba en la analogía del macrocosmos-microcosmos, una teoría en la que todo cuanto acontece en el microcosmos (hombre) está bajo la influencia del macrocosmos (cielo). Su teoría planteaba que la sangre debe circular puesto que el corazón es como el Sol, y la sangre como los planetas; en esa época ya era conocido que los planetas orbitan alrededor del Sol. Posteriormente, William Harvey explicó la circulación de la sangre en términos más modernos y experimentales, aunque el trabajo de Harvey todavía hacía referencias a la analogía macrocosmos-microcosmos de Fludd.
Fludd era ante todo un espiritualista que establecía una distinción entre la parte física mortal y la parte anímica inmortal del hombre. Para él, el alma está unida a Dios, mientras que el cuerpo físico es una parte de la naturaleza. El espíritu de la vida, la fuerza esencial de la vida o fuerza vital, etérea y unida al alma, constituye a la vez la conciencia y el espíritu animal en nosotros. Esta fuerza vital es la causa de todas las funciones vitales. Fludd practicaba la sanación a distancia mediante un sistema descrito anteriormente por Paracelso y que Fludd denomina en sus tratados el ungüento de simpatía. Este método era usado por varios médicos rosacruces de la época, especialmente Jan Baptist van Helmont y Kenelm Digby. Mantuvo un célebre intercambio de opiniones con Johannes Kepler relativas a los enfoques científico y hermético del conocimiento. Su filosofía está expuesta en La historia metafísica, física y técnica de los dos mundos, a saber el mayor y el menor, publicado en Alemania entre 1617 y 1621. En 1617, Fludd escribió De Musica Mundana (Música Mundana), libro tercero de la Historia metafísica, física y técnica de los mundos mayor y menor, donde describe sus teorías de la música, y del macrocosmos, además de su monocordio (también conocido como “divino” o “celestial”).  Un año después publicaría De Naturae Simia (la historia técnica) ampliando sus teorías acerca de la música humana y siguiendo la pitagórica estela que Boecio había trazado en el siglo VI. En sus libros, Robert Fludd se ocupó asimismo de presentar la armonía entre el macrocosmos y el microcosmos. Continuando con un conocimiento universal, se interesó en las correspondencias armónicas que existen entre los planetas, los ángeles, las partes del cuerpo humano y la música. Sus libros son verdaderas obras maestras, magníficamente adornados con grabados que ilustran sus ideas. En 1630, Fludd ideó una máquina de movimiento perpetuo. En la década de 1870 se hicieron varios intentos de patentar variaciones de la máquina de Fludd. Esta máquina funcionaba mediante recirculación por medio de una noria de agua y un tornillo de Arquímedes. El dispositivo bombea continuamente el agua a su depósito de origen. Según los Dossiers Secretos, de Henri Lobineau, Fludd era un Gran Maestre del Priorato de Sion.  Fludd defendía la filosofía de los alquimistas y de los Rosacruz, y se sirvió de sus doctrinas para describir al hombre, la naturaleza y el universo. No era miembro de los Rosacruz, como sostenía a menudo, pero defendió su pensamiento en su Tractatus Apolegeticus integritatem Societatis de Rosea Cruce defendens, donde describió el origen del conocimiento de los Rosacruz. La obra trata de sus ideales, de su integridad y su sabiduría.
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La alquimia es un arte de resonancia y no de colisiones, y la interacción entre la capa electrónica responsable de las reacciones químicas ordinarias y la arquitectura nuclear, se obtiene modulando dichas resonancias. La abertura alquímica de la materia establece tales resonancias a nivel del núcleo. Se acompaña de una actividad violenta descrita como un combate de dragones mitológicos, que es absolutamente necesario dominar y contener. Pero esta violencia de reacción no tiene nada en común con colisiones que representa el método de Rutherford y sus seguidores. La explosión del crisol, o bien, para las centrales nucleares, lo que hoy se llama «síndrome de China», no es el único peligro contra el que debemos protegernos. En el cuadro de Valdés Leal, el ataúd del obispo está tapizado con una tela cuyo color rojo podría evocar a la Piedra filosofal, y que sin embargo se cae en jirones, mientras que el prelado parece congelado en un estado que ni es el de la descomposición de la carne, ni el de su total revitalización. En la materia se traduce este estado por una cristalización demasiado apresurada. Su coloración superficial puede engañar al investigador. Todo parece correr el riesgo de fijarse en una estasis que ya no participa en la evolución de la naturaleza, sometida solamente a una lenta degradación. Los alquimistas filósofos insistían en la necesidad de apresurarse lentamente y de seguir las vías de la naturaleza. La aparición de la Prostituta escarlata del Apocalipsis de Juan significa que uno se ha salido de los caminos naturales. De modo que los alquimistas reiteran sus advertencias a quienes practiquen una ciencia sin conciencia. Siempre es peligroso objetivar lo que se toca y creerse dueño de las fuerzas ciegas en el interior de las estructuras inertes. «Te parecerás al espíritu que concibes», replica Mefistófeles en el segundo Fausto, de Goethe.  El artista reproduce a una escala más reducida el proceso que sustenta la evolución del cosmos, hasta eso que lo que los antiguos llamaban transfiguración. Sólo los Adeptos y los Sabios conocían su significado exacto. Pero como dice en Romanos el Apóstol Pablo: «la creación entera gime en dolores de parto». No somos dueños para cambiar la estructura íntima de cada átomo del universo. El relato de la Caída en la tradición judeocristiana, o los comentarios del Kali-Yuga en el Vedanta hindú, muestran que existen potencialidades secundarias cuya expresión desordenada conduce a callejones sin salida.
Kali iugá es un periodo que aparece en las escrituras hinduistas. El demonio Kali trata de matar a una vaca, y es detenido por el rey ario Paríkshit, descendiente de los Pándavas. Comúnmente se lo denomina «era de riña» o «era de riña e hipocresía». En idioma sánscrito káli significa ‘dado’, o más bien el lado del dado marcado con un uno: el lado perdedor del dado, y iugá: ‘era’. Según el Bhagavata-purana, Kali es un demonio de piel negra, hijo de Krodha (‘ira’) y Jimsa (‘violencia’). Cometió incesto con su hermana Durukti (‘calumnia’) y así tuvo dos hijos: Bhaia (‘miedo’) y Mritiu (‘muerte’). Su segunda esposa era la diosa Alaksmí (‘infortunio’). Aparece como un genio malvado en el episodio de Nala, en el Majábharata. No se debe confundir a este malvado demonio Kali con la diosa Kali. Según el Majábharata, la era de Kali comenzó en la medianoche del duodécimo día de la guerra de Kurukshetra, que duró en total 18 días, la noche en que los dos ejércitos se negaron a detenerse al atardecer para orar y siguieron matándose en la oscuridad, hasta el amanecer. A mediados del siglo VI, el astrónomo Aria Bhatta (476-550 d. C.) determinó mediante cálculos astrológicos que ese momento podría haber sucedido entre el 17 y el 18 de febrero del 3102 a. C, según el calendario juliano, y el catorce de enero según el calendario gregoriano. En la actualidad los hinduistas sostienen que esa fecha es correcta. Debido a la presencia del dios Krisná en el planeta, la personificación de Kali no se atrevió a entrar con toda su fuerza. Pero en el mismo día de la ascensión de Krisná al cielo, que murió a los 125 años de edad, Kali entró en este mundo en la forma del delito de lastimar a una vaca. Este iugá del vicio durará exactamente 1200 años de los deva (dioses) o 432 000 años de los humanos (curiosamente 360 veces más). Al final, nacerá Kalki, el décimo y último avatar de Visnú que, montando un caballo blanco y blandiendo una espada, matará a toda la humanidad corrompida, y salvará a los que sigan siendo devotos de Visnú. Según las escrituras védicas, los cuatro iugás forman un ciclo de 4 320 000 años (un majá-iugá, o ‘gran era’), que se repite. La Satyá-iugá (‘era de la verdad’) es la primera era y la Era de Oro, de 1 728 000 años de duración. El promedio de vida era de 100 000 años. La Duapára-iugá (‘segunda era’) es la Era de Plata y su duración es de 1 296 000 años. El promedio de vida era de 10 000 años. La Tretā-iugá (‘tercera era’) es la Era de Bronce y su duración es de 864 000 años. El promedio de vida era de 1000 años. La Kali-iugá (‘era de riña’) es la Era de Hierro actual y su duración es de 432 000 años. El promedio de vida era de 100 años al comienzo de la era, hace 5100 años.
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Las potencialidades secundarias juegan su propio papel en ciertas etapas del proceso cósmico. En la época en que Valdés Leal realizó su pintura, la civilización española se empantanaba como resultado de una fosilización de la jerarquía eclesiástica, y por la requisición de la Obra por parte de los oratores y los bellatores, dejando a los laboratores en la indigencia de una muerte sin recursos, simbolizada por el esqueleto casi totalmente desencarnado del tercer ataúd. Orator, bellator y laborator equivalen a clérigo, guerrero y labrador, o sea, las tres órdenes medievales. Aunque revestidos con los colores de la Obra, los primeros no consiguen levantarse de la tumba, y los cuatro cráneos del osario, al fondo del sepulcro, no rematan sino un montón de osamentas secas. Sólo los emblemas que vemos sobre los platillos de la balanza tienen frescor. Sin embargo un rayo de luz ilumina la frente del último muerto, indicando que él también espera la resurrección. Los cuatro cráneos del osario representan las cuatro Edades muertas, el fin de un ciclo ya acabado y olvidado. Si examinamos la distribución de la luz que hace el pintor en el interior del sepulcro, vemos cómo se opera la regeneración del mundo. Pero tendremos que observar antes un quinto cráneo, apenas distinto de los otros cuatro. Los cráneos así dispuestos corresponden en la obra alquímica a los cuatro elementos, y el quinto, a la quinta esencia. Pero se trata de elementos muertos, reducidos al estado de osamentas. Esta afirmación sorprenderá a los que creen que la quintaesencia está activa desde el momento de su separación de lo que Hermes Trismegisto llamaba lo denso o lo espeso. El término quintaesencia es una palabra compuesta que se deriva de quintus y esencia. Los antiguos alquimistas, quienes consideraban la existencia de cuatro elementos básicos en el universo, agua, fuego, aire y tierra, utilizaban este término para referirse a lo que venía después de estos, es decir, un quinto elemento al que también se le denominaba éter o alma. Aunque el término Quintaesencia fue ampliamente utilizado por los alquimistas durante la Edad Media, este concepto es mucho más antiguo y tendríamos que remitirnos a la Grecia Clásica donde Empédocles comenzó a hablar de un quinto elemento perfecto existente en todas las cosas.  La quintaesencia es la perfección misma, la piedra filosofal, el elixir de la vida que sólo es posible una vez que se llega a un estado de pureza y se logra la transmutación en oro, que no necesariamente se refiere al metal, pues la quintaesencia reside en todas las cosas que existen en la Tierra.  Salomón la definía en los siguientes términos: “Quinto ser de una cosa mixta… Como un alma muy sutil extraída de su cuerpo y de la superfluidad de los cuatro elementos por una muy sutil y muy perfecta destilación, y por ese medio se espiritualiza, es decir, se vuelve muy espiritual, muy sutil, muy pura, como incorruptible, astral y celestial…”.
Sin embargo, no sólo Salomón y Empédocles intentaron explicar la Quintaesencia. A lo largo de la historia muchos alquimistas trataron de estudiar, entender y desvelar la Quintaesencia. El alquimista francés Cyliani, en su libro Hermes desvelado, publicado en 1832, decía que: “Debe tenerse cuidado de no perder la más mínima porción, pues es la verdadera quintasencia del oro común regenerado, en la cual se convergen los tres principios que se asocian…“. En el siglo X de nuestra era, Hugo de Santalla, en su obra De secretis naturae, defendía la “existencia de un elemento primordial en forma de calor o espíritu ígneo, de sutil consistencia material, que estaría presente en todo el universo, dotándolo de movimiento, comunicando sus partes, y que sería capaz tanto de formar como de descomponer cualquier sustancia natural“. Es en pleno siglo XIV que París se levanta como una ciudad de vital importancia en los estudios de la quintaesencia, gracias al desarrollo y publicación de los textos Textus alkimie, publicado en París alrededor del año 1325, así como el Liber super textum hermetis. La quintaesencia se entiende entonces como la verdadera naturaleza de las cosas en su estado más puro y perfecto y, por tanto, difícil de alcanzar e incluso de ver. Desde un punto de vista cósmico, la quintaesencia puede ser denominada como materia oscura o antigravedad. Pero son pocos los científicos que se han logrado poner de acuerdo en torno a la existencia de este “quinto elemento”. Y como es algo que no se puede ver o tocar, resulta difícil que sea aceptado. Pero la quintaesencia es una energía que reside en todas las cosas y de una pureza imposible de igualar por cualquier elemento terrestre. Para proseguir la obra más allá de la sola regeneración mineral y perfeccionarla plenamente, la quintaesencia misma debe ser purificada y separada de las superfluidades. El alquimista interfiere permanentemente con su crisol. De este modo, la materia trabajada les hace pasar progresivamente del estado de profano al de adepto. La primera quintaesencia obtenida, aunque indiferenciada, porta en sí la marca del operador. Es éste el que introduce en ella, por resonancia, las superfluidades que todavía porta en sí mismo. Por lo tanto, todavía le queda por realizar en sí mismo una última purificación, para evitar volver a introducir gérmenes de muerte en el elemento vital. Quien quisiera transgredirla sin purificarse, sólo conseguiría que el poder de la primera quintaesencia sea una quintaesencia mortífera y se rebote contra él, padeciendo personalmente la catastrófica respuesta. Distintas potencias militares han escudriñado los escritos alquímicos para encontrar los remedios que les preservarían de sus propias armas, y algunos, envalentonados por los éxitos temporales obtenidos, presumen  de capacidades demiúrgicas. Pero no basta con haber fabricado un oro potable, capaz de invertir los efectos fisiológicos de una irradiación atómica, para remodelar el universo a la propia conveniencia.
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Bajo su presente forma, los cráneos, o los elementos, podrían perdurar hasta deshacerse en polvo. El estado de muerte, en su último estadio, es tan estable y estéril como la Prostituta del Apocalipsis de Juan. La luz de la resurrección no les alcanza directamente. Inunda a los cuerpos quizá momificados, pero en los que persiste el germen de la revitalización. Esta constatación es la llave para entender las cuatro Edades tradicionales. En el Libro de Daniel, la sucesión de los cuatro «reinos» se acaba con la irrupción de la piedra arrojada desde el cielo que viene a romper su encadenamiento. En la mitología nórdica todo se termina con el «tiempo de los lobos» y el espantoso conflicto del Ragnarök, la batalla del fin del mundo. Según el Völuspa, poema de la Edda poética: «Tiempos rudos en el mundo – adulterio universal – tiempo de hachas, tiempo de espadas – los escudos están hendidos – tiempos de tempestad, tiempo de lobos – antes que el mundo se desmorone: – nadie – nadie se salvará».  En la mitología nórdica, Ragnarök (en español, destino de los dioses) es la batalla del fin del mundo. Esta batalla será supuestamente emprendida entre los dioses, los Æsir, liderados por Odín, y los jotuns, liderados por el gigante Loki. No sólo los dioses, gigantes, y monstruos perecerán en esta conflagración apocalíptica, sino que casi todo en el universo será destruido. En las sociedades guerreras vikingas, el morir en batalla era un destino admirable, y esto se tradujo en la adoración de un panteón en el que los dioses mismos no son eternos, sino que algún día serán derrocados en la batalla de Ragnarök. En las propias sagas y poesía de los pueblos nórdicos aparecen claramente definidos los acontecimientos del Ragnarök. Se conoce quién luchará contra quién, así como los destinos de los participantes en esta batalla. El Völuspá, la primera serie del Edda poética (Edda mayor), que data desde 1000 d. C., cuenta en 65 estrofas la historia de los dioses, desde el inicio de los tiempos hasta la batalla de Ragnarök. La Edda prosaica (Edda menor), escrita dos siglos después por Snorri Sturluson, describe en detalle qué ocurrirá antes, durante y después de la batalla. Lo que es único sobre el Ragnarök como historia apocalíptica, al estilo Armagedón, es que los dioses ya saben a través de la profecía lo que va a suceder. A saber, qué anunciará la llegada del acontecimiento, quién será asesinado por quién, y así sucesivamente. Incluso saben que ellos no tienen el poder de evitar el Ragnarök. Esto está relacionado con el concepto de destino de los pueblos nórdicos antiguos.
La palabra Ragnarök consta de dos partes: ragna es el plural genitivo de regin, ‘dioses‘ o ‘poderes gobernantes’, mientras que rök significa ‘destino‘. En el siglo XIII, poetas nórdicos, probablemente por cuestión de estilo, cambiaron la palabra ragnarök por ragnarökkr. La traducción alemana del vocablo ragnarökkr es Götterdämmerung, un término popularizado en el siglo XIX por Richard Wagner en su ciclo El Anillo del Nibelungo, cuya última ópera es El crepúsculo (u ocaso) de los dioses (Götterdämmerung, en alemán). Los acontecimientos principales más significativos del inicio del Ragnarök son, por un lado, el nacimiento de las tres criaturas más malvadas y poderosas, descendientes de Loki y Angrboda, llamados: Jörmundgander, Fenrir y Hela (o Hel), y la acción de los dioses para confinarlos; por otro lado, la muerte de Balder y el castigo de Loki. El Ragnarök será precedido por el Fimbulvetr, el Invierno de Inviernos. Tres inviernos sucesivos se seguirán uno a otro sin verano. Como resultado, explotarán los conflictos y las peleas, y todos los mortales desaparecerán. Después de una persecución perpetua, el lobo Sköll y su hermano Hati finalmente devorarán a la diosa Sól y a su hermano Máni, respectivamente. Las estrellas desaparecerán de los cielos, sumiendo la tierra en la oscuridad. La tierra se estremecerá tan violentamente que los árboles serán arrancados de raíz y las montañas caerán. Cada unión y cada eslabón se romperá y se separará, liberando a Loki y su hijo, el lobo Fenrir. El terrible hocico de este lobo se abrirá tanto, que la parte inferior de su quijada raspará contra la tierra y la parte superior de su quijada ejercerá presión contra el cielo. Las llamas bailarán en sus ojos y saltarán de sus fosas nasales. Eggthér, el vigilante de los Jotuns, se sentará en su tumba y rasgará su arpa, sonriendo severamente. El gallo rojo Fjalar cantará a los gigantes y el gallo de oro Gullinkambi cantará a los dioses. Un tercer gallo, de color rojo óxido, levantará a los muertos en Hel. Jörmundgander, la serpiente de Midgard, se levantará del lecho profundo del océano para dirigirse hacia la Tierra, retorciéndose y girando con furia sobre sí misma, provocando que los mares se alcen y azoten contra la tierra. Con cada respiración, la serpiente arrojará veneno, salpicando la Tierra y el Cielo con él. De las tierras del este, el ejército de Jotun, conducido por Hrym, saldrá de su hogar en Jötunheim y navegará en la espantosa nave Naglfar, fabricada con las uñas de hombres muertos y que será liberada por la marejada y la inundación, hacia los campos de batalla de Vigrid. Desde el norte, una segunda nave dirigirá sus velas hacia Vigrid, con Loki, ahora desatado, como timonel, y los horrorosos habitantes de Hel como peso muerto. El mundo entero estará en guerra, el aire temblará con los ruidos, fragores y ecos. En medio de esta agitación, los gigantes de fuego de Muspelheim, conducidos por Surt, avanzarán hacia el sur y partirán en dos el mismísimo cielo, cerca de Vigrid, dejando a su paso todo ardiendo en llamas.
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Mientras cabalgan hacia Bifrost, el puente del arco iris, éste se agrietará y se romperá tras ellos. Garm, el perro del infierno frente a Gnipahellir, también conseguirá liberarse. Él se unirá a los gigantes de fuego en su marcha hacia Vigrid. De esta manera, todos los Jotuns y todos los habitantes de Hel, Fenrir, Jormundgander, Garm, Surt y los hijos ardientes de Muspelheim, se reunirán en Vigrid. Todos ellos llenarán el vasto terraplén que se extiende a ciento veinte leguas en cada dirección. Mientras tanto, Heimdal, siendo el primero de los dioses que verá a los enemigos acercarse, hará sonar su cuerno Gjallarhorn, con tal ímpetu, que será oído a través de los nueve mundos. Todos los dioses despertarán e inmediatamente se reunirán en consejo. Después, Odín montará Sleipnir y galopará a la morada de Mimer para consultarle sobre el destino de su pueblo y de él mismo. Entonces, Yggdrasil, el árbol del mundo, se sacudirá desde la raíz a la copa. Todo en la tierra, el cielo y Hel temblará. Todos los Æsir y Einherjer se pondrán sus vestimentas de batalla. Este extenso ejército de 432.000 Einherjer, con 800 guerreros en cada una de las 540 puertas del Valhalla, marchará hacia Vigrid, con Odín cabalgando al frente, usando un casco de oro y una faja brillante, y  blandiendo su lanza Gungnir. Odín se dirigirá hacia Fenrir. Thor, a su derecha, no podrá ayudarle porque Jörmungandr, una serpiente gigante, inmediatamente lo atacará. Freyr se enfrentará al gigante de fuego Surt, pero se convertirá en el primero de todos los dioses en sucumbir, pues él habrá prestado su propia espada a su criado Skirnir. Todavía quedará una larga batalla antes de que sucumba Freyr. Tyr logrará matar a Garm, pero será herido tan seriamente que morirá, pero sólo hasta poco después de que el mundo sea destruido por el fuego. Heimdall se encontrará con Loki, y ninguno sobrevivirá en el igualado encuentro. Thor matará a Jörmungandr con su martillo Mjölnir, pero solo podrá dar nueve pasos antes de caer muerto, envenenado por la saliva venenosa que Jörmungandr escupió sobre él. Odín peleará con su poderosa lanza Gungnir contra Fenrir, pero finalmente será devorado por el lobo después de una larga batalla. Para vengar a su padre, Vidar llegará inmediatamente y pondrá un pie en la quijada del lobo. En este pie él calzará el zapato que ha estado forjando desde el principio de los tiempos, que consiste en tiras de cuero cortadas por los hombres sobre los dedos del pie y los talones de sus zapatos. Con una mano agarrará la quijada del lobo y quebrará su garganta, matándole por fin. Entonces, Surt quemará el universo entero con fuego. La muerte llegará a todos los seres en la Tierra. El sol se apagará y las estrellas desaparecerán de los cielos. Surgirán vapores tóxicos y las llamas estallarán, abrasando el cielo con el fuego. Finalmente, la tierra se hundirá en el mar. Después de la destrucción, una tierra nueva emergerá del mar, verde y justa. Los cereales madurarán en los campos que nunca fueron sembrados. El prado Iðavöllr, en el Asgard ahora destruido, no habrá sucumbido al final de todo. El sol reaparecerá como Sól, ya que antes de ser tragada por Sköll, habrá dado a luz a una hija, idéntica a ella. Esta hija virginal reanudará el camino de su madre en el nuevo cielo.
Unos cuantos dioses sobrevivirán a la dura prueba. El hermano de Odín, Vili, los hijos de Odín, Vidar y Vali, los hijos de Thor Modi y Magni, que heredarán el martillo mágico de su padre, Mjölnir, y finalmente Hœnir, que morirán antes del Ragnarok, emergerán del infierno y se postrarán en los aposentos de Odín, el Valhalla de los cielos. Al reunirse en Idavöll, estos dioses se sentarán juntos, discutirán su conocimiento oculto y charlarán sobre muchas cosas que han sucedido, incluyendo el mal de Jörmungandr y Fenrir. En la hierba encontrarán los tableros de ajedrez de oro, los cuales utilizaron los Æsir, y admirarán esta maravilla. Ninguna de las diosas es mencionada en las varias versiones de las consecuencias de Ragnarök, pero se asume que Frigg, Freyja y otras diosas han sobrevivido. Dos seres humanos también escaparán a la destrucción del mundo, ocultándose profundamente dentro de la madera del Yggdrasil. Algunos dicen que en el Bosque de Hodmímir,  donde la espada de Surt no tiene poder de destrucción. Les llamarán Líf y Lífthrasir (en nórdico antiguo, Líf ok Lífþrasir). Emergiendo de su refugio, Líf (o liv, ‘vida‘) y su esposo Lífþrasir (‘quien desea o busca la vida’) vivirán en el rocío de la mañana y repoblaran el mundo humano. Adorarán su nuevo panteón de dioses, gobernado por Baldr. Todavía existirán muchas moradas que contendrán las almas de los muertos. Según la Edda prosaica, otro cielo existe al sur y sobre Asgard, llamado Andlang, y un tercer cielo sobre éste, llamado Vidblain. Y estos lugares ofrecerán protección mientras el fuego de Surt quema al mundo. De acuerdo a los dos Eddas, después del Ragnarok, el mejor lugar de todos será Gimlé, un edificio más favorable que el sol y cubierto con oro, en el cielo. Allí, los dioses vivirán en la paz entre ellos y con otros. Existirá Brimir, un aposento en Ókólnir (‘nunca frío’), en donde una gran cantidad de buenas bebidas serán servidas. Y existirá Sindri, un excelente aposento hecho enteramente de oro rojo, en Nidafjoll (‘montañas oscuras’). Las almas de voluntad buena y virtuosa vivirán en estos lugares. La Edda prosaica también menciona otra morada llamada Náströnd (‘playa de cadáveres’). Náströnd será parte del inframundo y será tan vil como extensa. Ninguna luz del sol llegará a este lugar, todas sus puertas se ubicarán de cara al norte, sus paredes y azotea serán hechas de serpientes entrelazadas, con sus cabezas mirando hacia adentro, arrojando tanto veneno que correrá como ríos en los pasillos. Los asesinos, los que rompen sus promesas, y los incestuosos nadarán a través de estos ríos por siempre. Y en el peor lugar de todos, Hvergelmir, los Nidhogg que hayan sobrevivido al Ragnarök, torturarán los cuerpos de los muertos, succionando la sangre de sus cuerpos. Después de todo, en este mundo nuevo, la maldad y la miseria no existirán más, los dioses y los hombres vivirán juntos en paz y armonía. Los descendientes de Lif y de Lifthrasir habitarán Midgard.
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También el Avesta iraní describe el combate cósmico, en cuyo decurso serán definitivamente vencidos los señores de las tinieblas. El Avesta es el famoso libro sagrado del zoroastrismo iraní. En su forma actual, está compuesto de dos grandes partes. Por un lado nos encontramos con los textos litúrgicos, consistentes en himnos para los sacrificios, reglas referentes a todas las circunstancias de la vida, los ritos y normas de purificación del mal. Se encuentran también en él varias narraciones cosmogónicas y mitológicas y una colección de oraciones y de invocaciones. La segunda parte la compone el Pequeño Avesta (Khordah Avesta), mucho más reciente que los libros precedentes, y cuyo contenido lo forman himnos de gran belleza poética dirigidos a las diversas divinidades secundarias (yazatas) que el mazdeísmo tardío ha incorporado a la religión monoteísta de Zoroastro. Dichos himnos servían para las devociones privadas y podían ser recitados tanto por los laicos como por los sacerdotes. La parte más antigua del Avesta, por su morfología, su sintaxis y su métrica, es muy parecidas a las de los Vedas de la India. Se trata de una serie de 17 himnos, de un millar de versos aproximadamente, y constituyen la fuente más auténtica para conocer la vida real de Zoroastro. El Avesta no es obra de un autor único (Zoroastro), sino que en realidad se trata de una obra incompleta y dispar, cuya redacción debió de extenderse a lo largo de varios siglos. El libro comprende 21 tratados y tal como lo conservamos hoy representa, como máximo, una cuarta parte de la obra primitiva. Ésta fue transmitida oralmente durante siglos: entre los años 200 y 400 de nuestra era. Ni los hindúes ni Hesíodo precisan cómo se efectuará este camino hacia una nueva Era. Desde hace un siglo, la mayor parte de los estudiosos han especulado con la sucesión descendente desde la Edad de Oro a la actual de Hierro y, en discrepancia con todo lo que han podido aprender, ciertos autores que practican el arte de Hermes, se han hecho eco de tales especulaciones abstractas. Según ellos, el fin de la Edad de Hierro verá surgir todas las potencialidades inútiles. Tanto la naturaleza como la humanidad alcanzaran entonces un estadio de desagregación. Desde aquí, tal vez por medio de un cataclismo, la remontada hasta una nueva Era de Oro se operará de golpe, para iniciarse otra vez un nuevo ciclo y una nueva declinación. René Guénon, o Abd al-Wâhid Yahyâ (1886 – 1951), matemático, filósofo y metafísico francés, tenía un buen conocimiento de los textos del Vedanta. Pero probablemente simplificaba e los datos que le fueron transmitidos. El alquimista se limita a imitar a la naturaleza y sus modos operativos  son los mismos que el cosmos. Incluso admitiendo las inconsistencias de la última y actual de esas Edades, la de Hierro, sería insólito que viéramos surgir de ella espontáneamente la Piedra Filosofal, sin que interviniera antes el trabajo de la segunda y de la tercera obra. Pero si creemos al profeta Daniel, instruido como estaba en la ciencia avéstica en la corte de los reyes medos, y supuestamente inspirado por Dios, ¿qué nos describe? Las cuatro Edades o los cuatros reinos que se encadenan, perdiendo a cada etapa parte de su nobleza y vitalidad, pero que no retornan después de haber sido golpeados por la Piedra. Dejan sitio a la montaña, que acaba por llenar todo el espacio.
El sueño de Nabucodonosor no describe por tanto un proceso cíclico natural, sino una de esas aberraciones similares a la Prostituta del Apocalipsis de Juan, que se alejan de las vías de la naturaleza. La ineluctable degeneración de las «cuatro Edades» señala el descarrío de una Obra que no puede concluir, si la dejamos proceder, sino en el cúmulo de osamentas secas pintada por Valdés Leal. Si este proceso arranca accidentalmente, es muy difícil, por no decir imposible, intervenir antes de que llegue a una conclusión. En ese momento, el estado caótico resultante permite al artista una mayor amplitud, y se le ofrecen varias vías de rectificación, de las que encontramos eco en los filósofos de la Edad Media y entre los autores árabes. Para la Edad Media podemos destacar a Juan de Salisbury, Chrétien de Troyes, Allain de Lille o Raimundo Lulio, sin olvidar a Alberto Magno. Están raramente traducidos los tratados árabes, pero podemos destacar De l’homme universel, de Abd al-Karîm al-Jîlî. Una de las vías, lenta pero bastante segura, consiste en «remontar» de Edad en Edad hasta recuperar las condiciones que prevalecían antes del error de manipulación. No queda sino retomar correctamente el trabajo inacabado. Daniel evoca otra posibilidad. Consiste en tomar la Piedra ya obtenida en otro crisol, e incorporada a la materia descompuesta. Pero tras ello hará falta purificar de nuevo esta Piedra, si acaso no había alcanzado un grado suficiente de perfección. En fin, una de las soluciones consistirá en dejar hacer a la naturaleza, que es lo que describe el ragnarök, en que las fuerzas disolventes se combaten hasta el agotamiento. Pero, como al mismo tiempo está en marcha el perfeccionamiento del universo, puede aparecer una materia nueva, reemprendiéndose el trabajo desde su inicio. Un pasaje del Desiderabile atribuido no sin buenas razones a Nicolás Flamel (1330 –1418), rabino y burgués parisino del siglo XIV, escribano público, copista y librero jurado; aunque sin duda un personaje histórico, al que las leyendas describen como alquimista de suficiente habilidad para ejecutar las dos obras más complejas del arte alquímico: la transmutación de los metales en oro gracias a la elaboración de la piedra filosofal, y la inmortalidad. Flamel distingue en la obra cuatro colores, lo cual podría inducir a error, haciendo pensar que, en cualquier circunstancia, la remontada de las Edades representa el camino alquímico. El pasaje de Flamel dice: «Nuestra agua toma cuatro colores principales: la negra como el carbón, la blanca como la flor de lis, la amarilla semejante al color de los patas del esmerejón, y la roja parecida al color del rubí». Si se tratara de los colores simbólicos de las Edades, habría que invertir el amarillo del Bronce o del latón y el blanco de la Plata. A decir verdad, el color amarillo que se desliza entre la segunda y la tercera obra, representa haber alcanzado el éxito por la vía breve. En ésta, a causa de la potencia de la operación, que de escapar al control del alquimista  podría devastar más que su laboratorio, la Piedra no debe ser exaltada más allá de un color azafrán claro. Cuenta la leyenda budista que el rey Ashoka se quedó de tal modo aterrado por haberlo elevado hasta el color naranja, que prohibió imitarle a todos sus súbditos, y quemó los textos cuyas indicaciones le habían permitido llegar hasta allí.
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Ashoka o Aśoka, llamado “el Grande“, nació el año 304 antes de Cristo en Patna, capital del Imperio de los Maurya, una dinastía surgida del confuso período que siguió a la muerto de Alejandro Magno. Chandragupta fue el abuelo de Ashoka, y fue el que erigió el futuro imperio familiar. Ashoka nació en el seno de la familia más poderosa de la India, especialmente tras las conquistas llevadas a cabo por su padre, Bindusara. La madre de Ashoka era la reina Dharma, aunque acorde a las costumbres de los reyes de la época cuando llegó a este mundo, muchos hermanos y algunas hermanas ya vivían en palacio, fruto de los amores de Bindusara con sus concubinas. Así pues, Ashoka creció sano, fuerte y orgulloso en la familia imperial, donde nada le faltó, y donde fue educado, como cualquier príncipe, en las artes de la política y la guerra, y en los secretos de los Vedas. Dicen que siendo adolescente ya denotaba una fuerte personalidad, que gustaba de practicar la caza, y que podía ser muy fiero y cruel. Muy pronto tuvo bajo su responsabilidad el mando de varios regimientos militares. El principal heredero al trono, el hermano mayor de Ashoka, el príncipe Susima, pronto vio en el talentoso Ashoka a un peligroso rival para la sucesión. Susima convenció al emperador para que mandara a Ashoka a sofocar una rebelión en el norte de la India, esperando que dada la juventud e inexperiencia del joven príncipe pereciera junto a sus tropas, quedándole el camino libre hacia el trono imperial. Pero Ashoka hizo gala de sus dotes de estratega y no sólo no murió en el combate sino que regresó triunfante y con una popularidad entre sus súbditos aun mayor. Una vez más, Susima y otros hermanos intrigaron contra Ashoka, persuadiendo al emperador de que enviara a Ashoka al exilio. Tras dos años de exilio Ashoka fue enviado por el emperador a la ciudad de Ujjain, donde había estallado otra revuelta. Ashoka marchó de nuevo y logró otra vez sus objetivos. Además, conoció y se enamoró de una joven plebeya, con quien contrajo matrimonio. Su mujer era budista, lo que provocó la ira del emperador Bindusara, quien recluyó a Ashoka en Ujjain nombrándole gobernador de la ciudad. Fue poco después cuando tuvo lugar uno de esos hechos donde confluyen historia y leyenda. Lo cierto es que aproximadamente un año después la mujer de Ashoka quedó encinta. Más o menos por aquellos días el emperador Bindusara cerraba sus ojos para siempre. Susima movió sus fichas rápido, y para evitar cualquier oportunidad de que Ashoka, apoyado por su inminente descendencia, reclamara el trono, envió a un asesino a Ujjain para que acabara con el pequeño. Finalmente hubo una víctima equivocada, pero según los viejos relatos indios un iracundo Ashoka atacó Pataliputra, la tomó por la fuerza y acabó con todos sus hermanos. Fuera o no así, lo cierto es que Ashoka fue finalmente el nuevo emperador Maurya.
Como muchos jóvenes reyes, y siguiendo la estela de su abuelo y su padre, Ashoka se mostró sediento de nuevas conquistas y victorias. Continuó guerreando con estados vecinos, ampliando su cada vez más grande territorio del Imperio Maurya. Hasta que llegó la guerra de Kalinga, que era una república feudal costera que se tradicionalmente se había interpuesto en los planes de expansión de los Maurya. El abuelo de Ashoka había tratado infructuosamente de anexionarla, era un poderoso estado. Sin embargo, el nuevo emperador tendría más éxito, tras librar la que muchos consideran una de las guerras más sangrientas de la historia. Efectivamente, Ashoka tuvo éxito en su misión. Pero, en su búsqueda de gloria, más de cien mil vidas fueron destruidas ante los propios ojos del emperador, quien al parecer no pudo abstraerse de la terrible matanza que tuvo lugar en su nombre. Se cuenta que un río cercano se tiñó de rojo, tal fue la cantidad de sangre derramada. El rey más poderoso de la India del siglo III a.C. comprendió que él era el único culpable de aquella matanza. Fue por su mano y guía que tantas vidas habían sido derramadas en pos de una gloria fútil. Del periodo de introspección que siguió a la batalla de Kalinga resurgió un nuevo emperador, más pío y terrenal, que había abrazado las enseñanzas del budismo, dando paso a una nueva y revolucionaria política que quedó condensada en los conocidos como “Edictos de Ashoka“, una serie de leyes que quedaron labradas en lo que probablemente fueron decenas de columnas por toda la India. Siguiendo y buscando el concepto del ‘dharma’, una verdad universal, los nuevos edictos establecían conductas morales, sociales y religiosas para todos los súbditos de Ashoka, buscando el bien común y la felicidad de los mortales. Desde la ayuda al prójimo, el respeto a los animales, las ventajas del budismo llevaban hasta la perfecta armonía natural. A través de caminos rodeados de árboles, Ashoka trató de enmendar su pasado manchado de sangre, mediante la propagación de aquellas nuevas ideas del budismo, la meditación y una línea religiosa y pacifista que pudiera unificar a su imperio y sus gentes de una forma más fuerte y justa que mediante la espada. El testimonio que nos han dejado sus columnas son el de un emperador guerrero que vio conmovida su alma por un horror del que había sido responsable, logrando cambiar su actitud para tratar de ayudar a sus súbditos y compañeros mortales. Ashoka fallecía el 232 a.C. y el imperio Maurya no logró sobrevivir mucho tras su muerte. Pero fueron sus ideas y su filosofía las que le hicieron inmortal, como demuestra un pequeño símbolo en la bandera nacional de la India moderna.
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Probablemente en otras civilizaciones se haya producido un secreto impuesto a la ciencia. Tal parece ser el origen de la maravillosa leyenda de los Nueve Desconocidos. Ambicioso como su antepasado Chandragupta, cuya labor quiso completar, emprendió la conquista del país de Kalinga, que se extendía desde la actual Calcuta a Madras. Tal como ya hemos indicado, los kalingueses resistieron y perdieron cien mil hombres en la batalla. La vista de esta multitud sacrificada trastornó a Ashoka. Desde entonces, le tomó horror a la guerra. Renunció a proseguir la integración de los países insurrectos, declarando que la verdadera conquista consiste en ganar el corazón de los hombres por la ley del deber y la piedad, pues la Majestad Sagrada desea que todos los seres animados disfruten de seguridad, de la libre disposición de sí mismos, de la paz y de la felicidad. Convertido al budismo, Ashoka, con el ejemplo de sus propias virtudes, propagó esta religión por toda la India y por todo su imperio, que se extendía hasta Malasia, Ceilán e Indonesia. Después, el budismo conquistó Nepal, el Tibet, la China y Mongolia. Ashoka respetaba, empero, todas las sectas religiosas. Predicó el vegetarianismo y proscribió el alcohol y los sacrificios de animales. H. G. Wells, en su historia del mundo abreviada, escribe: «Entre las decenas de millares de nombres de monarcas que se apretujan en las columnas de la Historia, el nombre de Ashoka brilla casi solo, como una estrella». Se dice que, conocedor de los horrores de la guerra, el emperador Ashoka quiso prohibir para siempre a los hombres el mal uso de la inteligencia. Bajo su reinado, entra en el secreto la ciencia de la Naturaleza, pasada y por venir. Las investigaciones, desde la estructura de la materia a las técnicas de la psicología colectiva, se disimularán en adelante, y durante veintidós siglos, detrás del rostro místico de un pueblo al que el mundo considera dedicado sólo al éxtasis y a lo sobrenatural, Ashoka funda la más poderosa sociedad secreta de la Tierra: la de los Nueve Desconocidos. Se dice aún que los grandes responsables del destino moderno de la India, y sabios como Bose y Ram, creen en la existencia de los Nueve Desconocidos, e incluso reciben de ellos consejos y mensajes. La imaginación entrevé la fuerza de los secretos que pueden detentar nueve hombres que se lucran directamente de las experiencias, de los trabajos, de los documentos acumulados durante más de diez decenas de siglos. ¿Cuáles son los fines de estos hombres? No dejar que caigan en manos profanas los medios de destrucción. Proseguir las investigaciones beneficiosas para la Humanidad. Estos hombres se supone que se renuevan para guardar los secretos técnicos venidos de un remoto pasado.
Las manifestaciones exteriores de los Nueve Desconocidos son raras. Una de ellas tiene relación con el prodigioso destino de uno de los hombres más misteriosos de Occidente: el Papa Silvestre II, conocido también por el nombre de Gerbert d’Aurillac. Nacido en Auvernia, el año 920, y muerto en 1003, Gerbert fue monje benedictino, profesor de la Universidad de Reims, arzobispo de Rávena por la gracia del emperador Otón III. Se dice que estuvo en España y que un misterioso viaje lo llevó a la India, de donde sacó diversos conocimientos que llenaron de estupefacción a los que le rodeaban. Así fue como poseyó en su palacio una cabeza de bronce que respondía «sí» o «no» a las preguntas que le hacían sobre la política y la situación general de la cristiandad. Según Silvestre II, el procedimiento era muy sencillo y correspondía al cálculo con dos cifras. Se trataría de un autómata análogo a nuestras modernas máquinas binarias. La cabeza «mágica» fue destruida a la muerte del Papa, y los conocimientos registrados por ésta, cuidadosamente disimulados. Sin duda la biblioteca del Vaticano reservaría algunas sorpresas al investigador autorizado. En el número de octubre de 1954 de Computers and Automation, revista de cibernética, podemos leer: «Hay que suponerle un hombre de saber extraordinario, de un ingenio y una habilidad mecánica sorprendentes. Esta cabeza parlante debió de ser modelada bajo cierta conjunción de las estrellas que se sitúa exactamente en el momento en que todos los planetas van a comenzar su curso». No era cuestión de pasado, de presente ni de futuro, pues este invento, aparentemente, superaba con mucho el alcance de su rival: el perverso espejo en la pared de la reina, precursor de nuestros cerebros mecánicos modernos. Se dijo, naturalmente, que Gilbert fue sólo capaz de producir esta máquina porque estaba en tratos con el diablo y le había jurado eterna fidelidad. ¿Estuvieron otros europeos en relación con la sociedad de los Nueve Desconocidos ? Hay que esperar al siglo XIX para que resurja este misterio, al través de los libros del escritor francés Jacolliot, cónsul de Francia en Calcuta bajo el Segundo Imperio. Escribió una obra de anticipación considerable. Ha dejado además varios libros consagrados a los grandes secretos de la Humanidad. Esta obra extraordinaria ha sido saqueada por la mayoría de los ocultistas, profetas y taumaturgos. Completamente olvidada en Francia, es célebre, en cambio, en Rusia. Jacolliot se muestra positivo: la sociedad de los Nueve Desconocidos es una realidad. Y lo más extraordinario es que cita, a este respecto, técnicas que eran del todo inconcebibles en 1860, como, por ejemplo, la liberación de la energía, la esterilización por radiaciones y también la guerra psicológica. Yersin, uno de los más próximos colaboradores de Pasteur y de Roux, pudo haber tenido acceso a secretos biológicos a raíz de un viaje a Madras, en 1890, y puesto a punto, gracias a las indicaciones que recibieron, el suero contra la peste y el cólera.
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La primera vulgarización de la historia de los Nueve Desconocidos se produjo en 1927, con la publicación del libro de Talbot Mundy que perteneció durante veinticinco años a la Policía inglesa de la India. El libro está a medio camino entre la novela y la investigación. Según él, los Nueve Desconocidos emplearían un lenguaje sintético. Cada uno de ellos estaría en posesión de un libro constantemente escrito de nuevo y que contendría la exposición detallada de una ciencia. El primero de estos libros estaría consagrado a las técnicas de propaganda y de guerra psicológica. «De todas las ciencias —dice Mundy— la más peligrosa sería la del control del pensamiento de las multitudes, pues ella permitiría gobernar el mundo entero». Hay que observar que la Semántica general de Korjibski sólo data de 1937, y que hay que esperar la experiencia de la última guerra mundial para que empiecen a cristalizar en Occidente las técnicas de psicología del lenguaje, es decir, de propaganda. El primer colegio de semántica americano no ha sido creado hasta 1950. En Francia, tenemos Le Viol des Foules, de Serge Chokotin, cuya influencia ha sido importante en los medios intelectuales, aunque no haga más que rozar la cuestión. El segundo libro de los Nueve Desconocidos estaría consagrado a la fisiología. Como cosa más importante, explicaría el medio de matar a un hombre con sólo tocarle, produciéndose la muerte por inversión del influjo nervioso. Se dice que el judo pudo nacer de esta obra. El tercer libro estudiaría la microbiología, y especialmente los coloides de protección. El cuarto trataría de la transmutación de los metales. Según una leyenda, en tiempos de penuria, las organizaciones religiosas de caridad reciben, de fuente secreta, grandes cantidades de un oro muy fino. El quinto comprendería el estudio de todos los medios de comunicación, terrestres y extraterrestres. El sexto contendría los secretos de la gravitación. El séptimo sería la más vasta cosmogonía concebida por nuestra Humanidad. El octavo trataría de la luz. El noveno estaría consagrado a la sociología, formularía las reglas de la evolución de las sociedades y permitiría prever su caída. Con la leyenda de los Nueve Desconocidos, se relaciona el misterio de las aguas del Ganges. Multitudes de peregrinos, portadores de las más espantosas y diversas enfermedades, se bañan sin ningún peligro para los que están sanos. Las aguas sagradas lo purifican todo. Se ha querido atribuir esta extraña propiedad del río a la formación de bacteriófagos. Pero, ¿por qué no se forman también en otros ríos como el Brahmaputra? La hipótesis de una esterilización por radiaciones aparece en la obra de Jacolliot, cien años antes de que se sepa que tal fenómeno es posible. Estas radiaciones, según Jacolliot, provendrían de un templo secreto excavado bajo el lecho del Ganges.
Al margen de las agitaciones religiosas, sociales y políticas, resueltas y perfectamente disimuladas, los Nueve Desconocidos encarnan la imagen de la ciencia con conciencia. Dueña de los destinos de la Humanidad, pero absteniéndose de emplear su propio poderío, esta sociedad secreta constituiría el más bello homenaje de la libertad. Vigilantes en el seno de su gloría oculta, estos nueve hombres contemplan cómo se hacen, deshacen y rehacen las civilizaciones, menos indiferentes que tolerantes, prestos a ayudar, pero siempre en este orden del silencio que es la medida de la grandeza humana. ¿Mito o realidad?  La aparición del ciclo de las cuatro Edades es consecuencia de un error, que el Génesis describe como pecado original. Como con la Prostituta escarlata del Apocalipsis de Juan, se trata de un accidente que interviene cuando se quiere tomar un atajo y saltarse una etapa necesaria. En el crisol se habrán perdido años de trabajo que se convierten en vanos. Pero una falsa interpretación del ciclo de las cuatro Edades o la tentación de obtener un resultado estable antes de que el fruto esté maduro, son lo más temible en la alquimia. Los pintores del Renacimiento, que representaban a Adán y Eva al pie del árbol del «conocimiento del bien y del mal», les hacían tender la mano hacia un fruto todavía verde. El primer error va a provocar la llegada de un cataclismo, supuestamente salvador, que sólo generará sufrimientos inútiles. El segundo error, la voluntad de salir del tiempo histórico cuando todavía no se ha conseguido nada, ha petrificado civilizaciones enteras de las que no quedan sino muros enterrados en la arena y tumbas expoliadas. Sometidas a la decadencia de las cuatro Edades o cristalizadas al modo de la Prostituta, las distintas civilizaciones, reemplazadas por otros pueblos, desaparecen para siempre. Los tiempos actuales ven  resurgir la aceleración de un proceso degenerativo con la esperanza de alcanzar, gracias a un cataclismo, una nueva Edad de Oro. La conjunción de estos peligros, junto con una maestría incompleta de los poderes de Sekhmet, símbolo de la fuerza y el poder en la mitología egipcia y de Ptah, “Señor de la magia” y dios creador en la mitología egipcia, podría arrastrar a la humanidad a un desastre irreparable. Felizmente existen límites a lo que está permitido, cuya transgresión no le es posible al hombre. El autor del Libro de Job lo dice claramente: «Aquí se rompe la soberbia de tus oleajes»; y el salmista insiste: «Pusiste un límite que no sobrepasarán». Pero, como ocurre en el cuadro de Valdés Leal, si la intervención de la mano divina es indispensable para la regulación cósmica, cuanto más profundo sea el desequilibrio alcanzado, más duras serán las oscilaciones que repondrán a los platillos en su posición de equilibrio. Como ya había presentido Jacques Bergier, el mito de la Atlántida, tal como lo describen los ocultistas y los novelistas, no sólo evoca antiquísimos traumatismos colectivos, sino que también nos previene de un posible futuro catastrófico para cuya venida, desgraciadamente, algunos están ya trabajando.
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Según Fulcanelli, en “Las Moradas Filosofales“: «La alquimia es oscura porque está escondida. Los filósofos que quisieron transmitir a la posteridad la exposición de su doctrina y el fruto de sus trabajos, se libraron bien de divulgar el arte presentándolo bajo una forma común, para que el profano no pudiera darle un mal uso». Esta ocultación duró milenios, sin que ningún filósofo la transgrediera. El mantenimiento del secreto, el uso de una lengua oscura, los símbolos y la cábala fonética, se justifican por la distancia entre los conocimientos alquímicos y las preocupaciones del mundo. Todavía en la primera mitad del siglo XX, podía afirmarse: «la química es la ciencia de los hechos, como la alquimia es la ciencia de las causas». Había que mantener el velo sobre los arcanos más fundamentales. Por ejemplo, la utilización de la guerra química en la guerra de trincheras, no podía sino ocultar el temible potencial que se esconde en las profundidades de la materia. La ciencia moderna, que ha franqueado los límites que la separaban de la alquimia, comienza a interesarse por las causas más que por los efectos puramente materiales. En estas condiciones ya no tiene utilidad usar un lenguaje simbólico, tanto más cuanto que su empleo perverso se ha vuelto el juego cotidiano de las potencias militares y de sus servicios secretos. Algunos alquimistas siguen aficionados a las metáforas para salvaguardar las claves de los antiguos tratados. Hay la necesidad de preservar los pocos últimos secretos que permanecen oscuros para la ciencia profana. El secreto se vuelve el manto de sombra que rodea a los que, desbaratadas las precauciones de los alquimistas del pasado, han descifrado, gracias a los trabajos de físicos y biólogos, los indicios que aquellos dejaron. Mientras que las ecuaciones de los unos, o los símbolos mitológicos de los antiguos Adeptos, no sean inteligibles más que por un puñado de hombres, éstos se reservarán el poder que da la comprensión de las causas, y reducirán a los pueblos a la peor de las servidumbres. El deber actual de un alquimista consiste en revelar lo que la ciencia ha sustraído, dando a sus víctimas los medios de asegurarse su propia protección. También aprende el alquimista hasta qué punto resiste la materia si, por inadvertencia, se fuerza su evolución. Y es esta resistencia la que se trata de favorecer. El secreto alquímico no se limita a la necesidad de alejar a las almas malvadas de un poder que sólo hay que usar con el mayor respeto. Las metáforas con las que los antiguos filósofos cubrían sus escritos, traducen el grado de intimidad que se establece entre el artista y su obra, y que ninguna ecuación matemática podría expresar. San Mateo, que nos relata las enseñanzas de Cristo sobre la montaña, es su mejor intérprete: «Cuando ores, entra en tu cámara, cierra la puerta y ruega a tu Padre que reside en lo secreto». A su vez Valentín Andreae, en sus Noces chymiques, precisa que Christian Rosenkreutz, el legendario fundador de la Orden Rosacruz, comete una falta contemplando a Venus en su desnudez, sin haber sido invitado. Para llegar a la perfección de la obra, el alquimista debería, en primer lugar, curarse de su propio orgullo.
La leyenda de Fausto lo ilustra perfectamente. El recurso a Mefistófeles, que se presenta a sí mismo como «el espíritu que niega siempre», le procura la ilusión de la eterna juventud, sólo hasta la caída final en el espanto y el abandono. Fausto es el protagonista de una leyenda clásica alemana, un erudito de gran éxito, pero también insatisfecho con su vida, por lo que hace un trato con el diablo, intercambiando su alma por el conocimiento ilimitado y los placeres mundanos. El Fausto histórico, Johann Georg Faust, nació probablemente en 1480 en la ciudad de Knittlingen, situada en el actual Estado alemán de Baden-Wurtemberg; se dice que murió en 1540 en Staufen, Brisgovia, quizá debido a una explosión durante un experimento con sustancias químicas. Se supone que vivió en Colonia, en Leipzig y en otras ciudades. Su nombre pudo ser Georgius Faustus. Philipp Melanchthon, el gran reformador, afirmaba haber conocido en persona a Fausto. Según Melanchthon, el lugar de nacimiento de Fausto había sido un pueblo llamado Kundling, no lejos de Bretten. Se decía que Fausto andaba siempre con dos perros que eran demonios. En 1587 el librero Johann Spies, de Frankfurt, publicó Historia von D. Johann Fausten, de un autor anónimo proveniente de Espira. Esta versión es conocida como «el Fausto de Spies». Aunque no se destaca por su calidad literaria, la obra tuvo una gran acogida por parte del público, por lo que pronto fue traducida a otros idiomas. Es considerada la primera manifestación literaria del mito fáustico. En el Fausto de Spies se narra cómo el Doctor Johann Fausten, teólogo y practicante de magia negra, invoca al Diablo para tratar de someterlo a sus órdenes. Por medio de un pacto, el demonio Mefostófiles accede a obedecer y dar información de todo aquello que intrigue a Fausto durante veinticuatro años, al término de los cuales el alma de éste será propiedad del Diablo. Durante esos años, Fausto oscila entre los excesos mundanos y el arrepentimiento. Sin embargo, el Diablo nunca le permite llegar al arrepentimiento completo, amenazándolo y atemorizándolo, por lo que, pasados los veinticuatro años, Fausto muere de una manera violenta y es llevado al infierno. En 1592, Christopher Marlowe, joven escritor contemporáneo de William Shakespeare, escribió el drama The Tragicall History of Dr. Faustus, basado en la traducción inglesa de la Historia. El Fausto de Marlowe comparte con el de Spies varios aspectos morales medievales, tales como su aspecto general de obra edificante y las alegorías sobre la muerte, el Juicio final y el infierno, así como un desfile de los Siete pecados capitales. El enciclopedista y escritor alemán Gotthold Ephraim Lessing fue el primero en pensar que el personaje se redimiera, en un drama del que sólo se conoció un fragmento en 1760. Ese mismo rumbo tomó Goethe en su célebre Fausto. La primera parte de este poema dramático se conoció en 1808; la segunda se publicó póstumamente en 1832. La obra de Goethe es probablemente la más influyente de toda la tradición fáustica, así como una de las obras cumbres de la literatura alemana. Fausto es un hombre sabio insatisfecho por la limitación de su conocimiento e incapaz de ser feliz. Entonces, se le aparece Mefistófeles para ofrecerle los placeres de la vida y realiza con él un pacto en el que accede a venderle al Diablo su alma a cambio de juventud hasta que muera. Juntos recorrerán un largo camino en el que otros padecerán la falta de responsabilidad del personaje principal y que culminará con la muerte de Fausto a una avanzada edad. Algunos de sus temas fundamentales son la juventud eterna, la libertad, la salvación a través del eterno femenino, las relaciones entre el bien y el mal, la moral, los límites de la naturaleza humana, etc.
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En 1831, Richard Wagner compuso siete canciones para la primera parte del Fausto de Goethe. El nombre de Mefistófeles está construido a partir de una cábala fonética en griego. Para el imprudente alquimista que lo evoca en la desesperación de sus fracasos, ya son temibles las consecuencias de la llamada a Mefisto, pero también desencadenan en el crisol un cataclismo incontrolable. Quien siembra vientos recoge tempestades, dice la sabiduría popular. La que promete el espíritu negador, será una tromba de fuego que se revolverá como castigo preparado por la justicia divina contra quien intente imponerla al universo. Se trata de la quema purificadora de la que habla el apóstol Pablo evocando los últimos días, cuando dice que no morirán todos, pero que todos serán transformados y el hombre será salvado a través del fuego. Mientras no llegue la hora fijada para la Tierra, el tornado ígneo no podrá extenderse, y sólo devorará a los que, en su orgullo, lo hayan evocado. Los alquimistas han obrado sólo, desde siempre, sobre la materia mineral. No es que la alquimia no pueda operar sobre otras materias. Pero aunque la inspiración de los primeros maestros del hermetismo, les permitió saborear el conocimiento, no por ello se levantó la prohibición sobre el Árbol de la Vida. Algunos boticarios han extraído de las plantas remedios verdaderamente quintaesenciales, practicado sobre el vegetal según el arte de Hermes. Podemos destacar a Hildegarda de Bingen, Paracelso y, en el siglo XX, Armand Barbault. Si ha habido otros entre los grandes médicos árabes o judíos, tal como Geber o Ibn Kaldûn, trabajaron en un secreto más absoluto que los filósofos químicos, no dejando a la posteridad sino que no necesitaban una iniciación más avanzada. Tales maestros son todavía más raros que los adeptos del arte de los metales. Si tienen el permiso para trabajar el vegetal, es porque se supone que Dios dio a los animales y al hombre como alimento, en primer lugar, los frutos y las hierbas; y colocó a Adán en el jardín del Edén «para cultivarlo y guardarlo» como se dice en el Génesis. Cuando Caín intentó recuperar esta obra vegetal fuera del Edén, no consiguió sino ofrendas impuras, y sus descendientes, Yubal y Tubal-Caín, sólo pudieron trabajar el arte de la música y el de los metales. Sin embargo, vemos a Noé plantar la vid al salir del Arca, entregándose, con la invención del vino, a un trabajo más próximo a la alquimia. Pero ningún discípulo de Hermes fue autorizado nunca a practicar sobre las secreciones de los cuerpos vivientes. Las secreciones que encontramos en los textos alquímicos, deben tomarse de modo metafórico.
Hasta el siglo XVIII, la prohibición se extendió también a la ciencia profana, aunque ligeramente atemperada, ya que era lícito el uso de cueros, orinas, grasas y hasta, en contados casos, de la sangre de los animales sacrificados para las necesidades humanas. Para asegurar la subsistencia de una humanidad privada de sus recursos anteriores, no estaba permitido ir más allá de la autorización dada por Dios después del Diluvio, y de utilizar a los animales como alimento, término que hay que entender significando necesidades vitales. Con todo vemos a Moisés reglamentando severamente el uso, sometiéndolo a rituales de expiación. Algunos cometieron la imprudencia de romper los límites divinos a la gestión humana, y entre éstos, la prohibición de incentivar la investigación sobre los seres vivientes más allá de las necesidades. Las experiencias de Luigi Galvani para descifrar la naturaleza eléctrica del impulso nervioso, ni servían a la medicina ni a la física naciente, pero Alessandro Volta, físico y pionero en los estudios de la electricidad, fue más útil en lo que concierne a la electricidad. Todavía no se trataba más que de actos aislados. Desde finales del siglo XIX hemos visto a ciertos médicos renegar del juramento de Hipócrates e infligir verdaderas torturas a animales vivos e incluso, en determinados casos, a personas, bajo pretextos de investigación. Pero no hay ninguna señal de que el supuesto Dios hubiera levantado su prohibición de tocar al Árbol de la vida. Probablemente valga más ensayar los nuevos medicamentos sobre cultivos virales in vitro, que hacerlo en los hospitales e incluso comprobar los remedios con monos o ratas. Se podrían justificar tales sacrificios con el argumento del alivio que más tarde aportarán a los enfermos. Pero cuando se torturan conejos en las fábricas de cosméticos, o se descerebran gatos para establecer ritmos del sueño perfectamente conocidos en el hombre con métodos más suaves, entonces la justificación es pura hipocresía. Escapa a cualquier sentimiento humanista implantar electrodos en el cerebro de animales y de seres humanos para manejar su comportamiento. En este caso los sabios se transforman en verdugos. La prohibición divina en el Jardín del Edén tenía por objeto, en primer lugar, impedir esta abominación, con la que el hombre pierde mucho más de lo que pueda ganar su insaciable curiosidad. Se puede presentir que con la ingeniería genética se franquean ciertos límites, como lo prueban los debates de los comités de ética. Los biólogos fabrican nuevos virus de la misma manera como los alquimistas producían oro, pudiéndose aplicarles el adagio que dice que es más fácil de hacer que de deshacer. Algunos científicos han transgredido sus objetivos humanistas, hasta el punto de investigar armas de exterminio en lugar de remedios para el sufrimiento humano. ¿Se trata de los últimos asaltos del Kali-Yuga, como una manifestación de degradación cíclica? En realidad esta transgresión va mucho más allá del desorden causado por una situación de decadencia. Lo que comprobamos, es una peligrosa alquimia invertida que podrían provocar un diluvio de fuego, o que algún astro errante destruyera por colisión la Tierra. Según la Biblia, habrían bastado diez justos para salvar Sodoma, y por justos Abrahán entendía hombres que se negaran a atacar a los supuestos ángeles (seguramente extraterrestres).
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La ingeniería genética se encuentra en sus primeros balbuceos, aunque avanzando a gran rapidez. Sin embargo le falta aun el conocimiento esencial, sin el que cualquier tentativa de obra alquímica se desviará fatalmente hacia la inversión. Desde el instante que enciende su primer fuego, el alquimista que intenta realizar la Gran Obra sabe que busca la quintaesencia. Aunque no tengan sino una vaga premonición de lo que ésta pueda ser, se dejará guiar por los escritos de los antiguos y las indicaciones de sus maestros. Hasta los alquimistas de antaño buscaban alcanzar el oro y la plata, arrancándolos de la ganga de los cuerpos vulgares, sabiendo que eran los metales más nobles. Los alquimistas también intentaban la transmutación de los metales, pero por medios exotéricos o puramente químicos. Pero la prohibición de trabajar sobre la materia animal tiene por corolario la ignorancia que todos tenemos del reino animal. A este propósito, los mitos sumerios o griegos, así como el midrash hebraico, contienen advertencias clarísimas de lo que cabe esperar de un trabajo inconsiderado sobre la materia viva. Cuando una vez acabado su tiempo, por accidente o rebelión, sale de su reposo Tiomat, o Lilith, que simboliza la materia matriz de los orígenes, no engendra más que monstruos ávidos de vida humana, tales como hidras, gorgonas, vampiros o quimeras. Entre los sumerios fue necesaria la reunión de sus dioses para acabar con ellos, mientras que los griegos dejaban a los héroes nacidos de la unión de un dios y una mortal el trabajo de matar a los monstruos. No hay mejor manera para afirmar que las fuerzas humanas no bastan para deshacer las producciones anárquicas de la matrix vitae imprudentemente liberada. Por ejemplo, las plantas transgénicas pueden finalmente tener efectos peligrosos., ¿Podemos asegurar que ningún polen transgénico haya transmitido sus genes a alguna variedad silvestre, o que no lo hayan libado las abejas?  La vida forma un todo. Los genes introducidos en el maíz para alejar a los insectos parásitos, tienen como primera consecuencia incitarlos a modificar sus propios genes para seguir alimentándose. Poco a poco, de reacción en reacción, ¿hasta dónde podemos llegar? Nadie sabría predecirlo. Pero la prohibición que gravita sobre el Árbol de la vida se supone que está para nuestra salvaguardia. El problema de la prohibición y el de su transgresión es mucho más sutil que una simple barrera moral. Interrogado por los saduceos sobre el sentido de la resurrección, Cristo responde con una frase a la que conviene conceder todo su alcance: “el hombre —dice— llegará a ser igual que los Ángeles“. Le correspondería realizar, para sí y para la naturaleza, un trabajo angélico de la que la alquimia es el germen.
No solamente nada puede hacerse sin conocer la finalidad, sino que por añadidura habría que afrontar el peligro de una quintaesencia impura. La experiencia adquirida con el trabajo sobre los metales muestra la dificultad de esta última purificación. Tocar a la vida exigiría mucha más pureza todavía, más de la que el hombre actual soportaría sin perecer. Hay que referenciar la presencia del querubín con la espada flameante ante el Árbol de la vida. El hombre no sabría franquear la barrera de llamas sino en la medida en que reencuentre la identidad angélica que fue suya en el Paraíso. Pero este límite temporal, fruto de la caída y del oscurecimiento de su alma, no está inscrito en ninguna parte del hombre ni en el universo tangible. La prohibición se extiende ante el hombre como un horizonte sin fin, y no como la muralla de una fortaleza en la que estaría encerrado. Por lo tanto, nadie sabría establecer claramente dónde se encuentra el límite. Sin embargo, si el hombre da un paso de más, le cae encima la espada flameante. Se supone que Dios no nos permitirá acceder al concierto angélico antes de que la última purificación no nos haga dignos. Salvo, quizás, que a los transgresores se les deje, durante un tiempo, una ilusoria familiaridad con los ángeles de las tinieblas. Cristo evoca este punto en la parábola de las bodas. En los países de Oriente y más particularmente en Judea, es el novio quien, a la puerta de la casa, reviste a sus invitados con un vestido de bodas, una túnica ligera y blanca tejida con hilos de oro o de plata, para cubrir o reemplazar los vestidos ordinarios, de modo que ninguno de los huéspedes se avergüence si es pobre o se vea tentado de acaparar la atención con unas vestiduras ostentosas. Si el Rey sorprende a alguien sin esta túnica de luz, es porque ha rehusado llevarla cuando le fue ofrecida. Ahora bien, esta vestidura de luz es un signo de purificación. A veces nos encontramos con alguien que quiere gozar de las capacidades angélicas dadas otra vez al hombre, pero sin querer pasar por la purificación, es decir, por el fuego del querubín. Si, evitando las llamas del Guardián del Árbol de la vida, un hombre consigue entrar, su destino será peor que el que muestra la condición del hombre actual. Se verá atado y se inhibirán sus capacidades angélicas potenciales, siendo arrojado a las tinieblas exteriores, y por lo tanto privado de cualquier revelación esotérica. Este estado no tiene que ser definitivo, pero antes de recuperar la integridad de su humanidad, deberá dar pruebas de que acepta someter su corazón y su voluntad al fuego del Ángel.
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Cuando el Presidente norteamericano Harry S. Truman ordenó lanzar sobre Hiroshima la primera bomba atómica, adquirimos la seguridad de que un grupo de hombres perseguía en secreto otro fin que solo terminar una guerra.  Aún aparece como más inútil, desde un punto de vista estratégico, ya que un Japón exangüe se preparaba para la rendición, y que está no se vio adelantada con la bomba sino en unos pocos días. El Presidente Truman y sus consejeros no sólo querían experimentar su juguete mortal en condiciones reales, sino garantizar al gobierno americano una primacía y ofrecer la prueba ante los ojos del mundo. A lo largo de los decenios siguientes, el proyecto se volvió claro. Se inspiraba estrechamente en el más breve y esencial de los escritos alquímicos: la Tabla de esmeralda, de Hermes Trimegisto. La unidad, substrato de todas las cosas, fue presentida desde la antigüedad por los filósofos hindúes y griegos, como lo atestiguan los Upanishad y el Poema del filósofo griego Parménides. Upanishad designa a cada uno de los más de 200 libros sagrados hinduistas escritos en idioma sánscrito entre el siglo VII a. C. y principios del siglo XX d. C. Existen unas 150 Upanishad, la mayoría de las cuales están escritas en prosa con algunos rasgos poéticos, siendo que cierto número de ellas han sido compuestas en verso. Su extensión puede ir desde el más corto, que puede ocupar una página impresa, hasta el más largo que llega a tener unas cincuenta páginas. Se piensa que su forma, como la conocemos hoy día, se adoptó entre los años 400 y 200 a. C. Por lo tanto representan un aspecto del hinduismo védico casi tardío. No obstante, se cree que algunos textos fueron compuestos un par de siglos antes, en el siglo VI a. C. En la actualidad, los hinduistas creen que todas las Upanishades fueron escritas por Viasa «a finales del dvápara yuga», lo que ―según los cálculos astrológicos de Varaja Mijira (505-587)― habría sucedido entre el 3200 y el 3100 a. C. Pero la mayoría de los historiadores actuales creen que fueron compuestas desde el siglo VI a. C. en adelante. Las Upanishades se han atribuido a varios autores: Iagña Valkia y Uddalaka Aruni ocupan un lugar destacado en las primeras Upanishads. Otros escritores importantes incluyen Shuetaketu, Shandilia, Aitareia, Pipalada y Sanat Kumara. Existen dos mujeres importantes mencionadas como interlocutoras de los sabios varones: Maitreí, la esposa de Iagñavalkia, y Gargui. Radhakrishnan considera que las atribuciones a estos autores en el texto son poco fiables, considerando que estos supuestos autores son en realidad personajes de ficción. Un ejemplo es Shuetaketu, personaje y autor del Chandoguia-upanishad, de quien no hay fuentes o libros que lo mencionen, ni ninguna otra obra atribuida a él. Según Radhakrishnan, la mayoría de las Upanishades se mantuvieron en secreto durante siglos, y se transmitían a otras personas por vía oral en el forma de versos cantados, lo que hace difícil determinar cuánto han cambiado los textos actuales a partir de los textos originales. A esta unidad, presentida desde la antigüedad, los físicos le dieron el nombre de campo unitario, y desesperaban de penetrarlo en sus efectos. Sus primeros trabajos versaban sobre el campo unitario, pero fue en vano. Según el físico israelí Nathan Rosen, ayudante del profesor Einstein, se había producido el abandono de las investigaciones a causa de accidentes espantosos de los que no comprendían nada, y que sus ecuaciones no habían permitido prever.
El Ministerio de Defensa norteamericano exigió el secreto más riguroso y ordenó aislar a los testigos. Si el campo físico se resistía a todos los esfuerzos posibles, la idea de la unificación de la Humanidad seguía su camino, y se proseguía no tanto para garantizar la desaparición de las guerras, como por la perspectiva de un imperio mundial invisible. Tal vez fue entonces cuando algunas mentes se dieron cuenta del parecido entre las preocupaciones de los sabios y los primeros versículos de la Tabla de esmeralda. Como curiosidad sobre investigaciones científicas en que han estado involucrados Einstein y Rosen, podemos decir que en física, un agujero de gusano, también conocido como puente de Einstein-Rosen, es una hipotética característica topológica de un espacio-tiempo, descrita por las ecuaciones de la relatividad general, consistente esencialmente en un «atajo» a través del espacio y el tiempo. Un agujero de gusano tiene por lo menos dos extremos, conectados a una única «garganta», pudiendo la materia ‘desplazarse’ de un extremo a otro pasando a través de ésta. Hasta la fecha no se ha encontrado ninguna evidencia de que el espacio-tiempo conocido contenga estructuras de este tipo, por lo que en la actualidad es sólo una posibilidad teórica. Cuando una estrella supergigante roja explota, arroja materia hacia el exterior, por lo que acaba teniendo un tamaño inferior y acaba convertida en una estrella de neutrones. Pero también puede suceder que se comprima tanto que absorba su energía hacia dentro y desaparezca dejando un agujero negro en el lugar que ocupaba. Este agujero tiene una gravedad tan grande que ni siquiera la radiación electromagnética puede escapar de su interior. El agujero está rodeado por una frontera esférica, llamada horizonte de sucesos. La luz traspasa esta frontera para entrar, pero no puede salir, por lo que el agujero visto desde grandes distancias debería ser completamente negro, aunque Stephen Hawking postuló que ciertos efectos cuánticos generarían la llamada radiación de Hawking. Dentro del agujero los astrofísicos conjeturan que se forma una especie de cono sin fondo. En el año de 1994, el Telescopio espacial Hubble detectó la presencia de uno muy denso en el centro de la Galaxia elíptica M87, pues la alta aceleración de gases en esa región indica que debe haber un objeto 3.500 millones de veces más grande que el Sol. Finalmente, este agujero terminará por absorber a la galaxia entera. El primer científico en advertir de la existencia de agujeros de gusano fue Ludwig Flamm en 1916. En este sentido la hipótesis del agujero de gusano es una actualización de la decimonónica teoría de una cuarta dimensión espacial que suponía -por ejemplo-, dado un cuerpo toroidal en el que se podían encontrar las tres dimensiones espaciales comúnmente perceptibles, una cuarta dimensión espacial que abreviara las distancias, y así los tiempos de viaje. Esta noción inicial fue plasmada más científicamente en 1921 por el matemático Hermann Weyl en conexión con sus análisis de la masa en términos de la energía de un campo electromagnético a partir de la teoría relativista de Albert Einstein publicada en 1916. En la actualidad la teoría de cuerdas admite la existencia de más de tres dimensiones espaciales, pero las otras dimensiones espaciales estarían contractadas o compactadas a escalas subatómicas, según la teoría de Kaluza-Klein, por lo que parece muy difícil aprovechar tales dimensiones espaciales «extras» para viajes en el espacio y en el tiempo.
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Desde finales del siglo XIX el esoterismo occidental se manifestaba como un terreno vallado en el que se afrontaban proyectos que no tenían de tradicional más que la apariencia, y entre los que el nazismo ofrecía el más lamentable de los ejemplos. Al menos hasta entonces esas quimeras se cocían en algunas librerías polvorientas o en salones privados. Pero la aventura nazi daba a muchos la ilusión que el poder estaba al alcance de la mano de los audaces. La sinarquía de Mr. d’Alveydre, que en su origen no era sino la pálida imitación de la sociedad medieval, tomaba el aspecto de una dictadura oculta de «superiores desconocidos». Alejandro Saint-Yves d’Alveydre (1842 – 1909) fue un esoterista francés y autor de “El Arqueómetro“, “La Teogonía de los Patriarcas” y una Colección de textos titulados “Las Misiones” (de los judíos, de los franceses, etc). En ellas cubre grandes periodos históricos y trata temas con profundidad inusitada. Hay quién lo considera miembro de la Agartha Shanga de la época. Aunque su lenguaje es claro, el uso de neologismos y la referencia a conceptos de la Teogonía y Cosmogonía, dificultan la comprensión de los contenidos. Fue guía de distinguidos discípulos, tales como Gerard Encausse Papus, fundador de la Orden Martinista. Y Ch. Gougy el arquitecto realizador de los planos arqueométricos. Ambos fueron miembros de la Sociedad Civil “Los Amigos de Saint Yves“. La clave del “El Arqueómetro” es retomado por otros autores, tales como el Dr. Serge Raynaud de la Ferriere, fundador de la Gran Fraternidad Universal, que la aplica en los libros “Yug, Yoga, Yoghismo” y “Los Grandes Mensajes“. Según algunos autores: “A diferencia de otros términos similares, como monarquía u oligarquía, que provienen de la antigüedad, la noción de sinarquía es relativamente moderna; el primer uso registrado aparece en la obra del clérigo británico Thomas Stackhouse New History of the Holy Bible from the Beginning of the World to the Establishment of Christianity (“Nueva Historia de la Sagrada Biblia desde la Creación del Mundo hasta la Creación de la Cristiandad”), en que se emplea para designar el gobierno conjunto de varios individuos“. En ambientes esoteristas también se habló de la Sinarquía. Sin embargo, no sería hasta su aparición en la obra del ocultista francés Alexandre Saint-Yves d’Alveydre en que el término cobraría popularidad. En su tratado «El Arqueómetro», Saint-Yves utilizó la noción de sinarquía para describir el gobierno por parte de los miembros de una sociedad secreta (Agharta). Esto lo dio a conocer en su libro La misión de la India en Europa, donde explica como un grupo conocido como Agharta maneja un sistema de gobierno sinárquico,que ejerce el poder real tras la apariencia de un gobierno de otro tipo. Pero la referencia original procede de los filósofos pre-socráticos griegos. Los presocráticos basaron sus teorías en la especulación sobre el principio material de la naturaleza. Entre ellos se encuentran Tales de Mileto, Anaximandro, Anaxímenes, Pitágoras, Heráclito, Parménides, Empédocles, Anaxágoras, Leucipo y Demócrito. El nombre de presocráticos hace referencia a todos aquellos pensadores que ejercieron su labor filosófica antes de Sócrates (desde el año 624 a. C. hasta el siglo V a. C.). No obstante, esta cronología es bastante artificial, ya que muchos de estos hombres fueron contemporáneos e incluso sobrevivieron a Sócrates.
En 1943, tras el fracaso parcial de los trabajos de los físicos sobre el campo unitario, el interés se centró en las energías intra-atómicas. Pero fue el miedo a la reacción en cadena lo que contuvo a los sabios de intentar liberar el poder explosivo de Ptah. La carta de Einstein al presidente Roosevelt sirvió de pretexto: “… Algunos recientes trabajos de E. Fermi y L. Szilard, los cuales me han sido comunicados mediante manuscritos, me llevan a esperar, que en el futuro inmediato, el elemento uranio puede ser convertido en una nueva e importante fuente de energía.    Algunos aspectos de la situación que se han producido parecen requerir mucha atención y, si fuera necesario, inmediata acción de parte de la Administración.  Por ello creo que es mi deber llevar a su atención los siguientes hechos y recomendaciones. En el curso de los últimos cuatro meses se ha hecho probable —a través del trabajo de Loiot en Francia así como también de Fermi y Szilard en Estados Unidos— que podría ser posible el iniciar una reacción nuclear en cadena en una gran masa de uranio, por medio de la cual se generarían enormes cantidades de potencia y grandes cantidades de nuevos elementos parecidos al uranio.  Ahora parece casi seguro que esto podría ser logrado en el futuro inmediato. Este nuevo fenómeno podría utilizado para la construcción de bombas, y es concebible —pienso que inevitable— que pueden ser construidas bombas de un nuevo tipo extremadamente poderosas.  Una sola bomba de ese tipo, llevada por un barco y explotada en un puerto, podría muy bien destruir el puerto por completo, conjuntamente con el territorio que lo rodea.  Sin embargo, tales bombas podrían ser demasiado pesadas para ser transportadas por aire. Los Estados Unidos tiene muy pocas minas de uranio, con vetas de poco valor y en cantidades moderadas.  Hay muy buenas vetas en Canadá y en la ex-Checoslovaquia, mientras que la fuente más importante de uranio está en el Congo Belga. En vista de esta situación usted podría considerar que es deseable tener algún tipo de contacto permanente entre la Administración y el grupo de físicos que están trabajando en reacciones en cadena en los Estados Unidos.  Una forma posible de lograrlo podría ser comprometer en esta función a una persona de su entera confianza quien podría tal vez servir de manera extra oficial.  Sus funciones serían las siguientes: a) Estar en contacto con el Departamento de Gobierno, manteniéndolos informados de los próximos desarrollos, y hacer recomendaciones para las acciones de Gobierno, poniendo particular atención en los problemas de asegurar el suministro de mineral de uranio para los Estados Unidos. b) Acelerar el trabajo experimental, que en estos momentos se efectúa con los presupuestos limitados de los laboratorios de las universidades, con el suministro de fondos.   Si esos fondos fueran necesarios con contactos con personas privadas que estuvieran dispuestas a hacer contribuciones para esta causa, y tal vez obteniendo cooperación de laboratorios industriales que tuvieran el equipo necesario. Tengo entendido que Alemania actualmente ha detenido la venta de uranio de las minas de Checoslovaquia, las cuales han sido tomadas.  Puede pensarse que Alemania ha hecho tan claras acciones, porque el hijo del Sub Secretario de Estado Alemán, von Weizacker, está asignado al Instituto Kaiser Wilheln de Berlín, donde algunos de los trabajos estadounidenses están siendo duplicados”.
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Todos conocemos la continuación. El físico norteamericano Julius Robert Oppenheimer, citando ante el fuego de los Álamos los versos del Mahabharata: “Si el estallido de mil soles surgiera de repente en el cielo, su radiación apenas se acercaría a la gloria de este espectáculo”  confirmaba, a los ojos de los aprendices demiurgos, la exactitud de la Tabla de esmeralda. Todavía se necesitaba que ese Sol concebido de mano del hombre apareciera ante el mundo en el resplandor de las nubes, tal como dice la Biblia, en el salmo 18: «De sus narices subía una humareda y de su boca un fuego devorador… Por su fulguración, ante él, las nubes se deshacían en granizo y en carbones encendidos…». Con lo que el Presidente Truman dio la orden de bombardear Hiroshima y Nagasaki, para dejar bien probado que los rayos y el poder de los astros no pertenecen únicamente a Zeus olímpico, sino a ciertos hombres. El Proyecto Manhattan fue el nombre en clave de un proyecto científico llevado a cabo durante la Segunda Guerra Mundial por los Estados Unidos con ayuda parcial del Reino Unido y Canadá. El objetivo final del proyecto era el desarrollo de la primera bomba atómica antes de que la Alemania nazi la consiguiera. La investigación científica fue dirigida por el físico Julius Robert Oppenheimer mientras que la seguridad y las operaciones militares corrían a cargo del general Leslie Richard Groves. El proyecto se llevó a cabo en numerosos centros de investigación siendo el más importante de ellos el Distrito de Ingeniería Manhattan situado en el lugar conocido actualmente como Laboratorio Nacional Los Álamos. El proyecto agrupó a una gran cantidad de eminencias científicas como Robert Oppenheimer, Niels Böhr, Enrico Fermi, Ernest Lawrence, etc. Dado que, tras los experimentos en Alemania previos a la guerra, se sabía que la fisión del átomo era posible y que los nazis estaban ya trabajando en su propio programa nuclear, se reunieron varias mentes brillantes. Exiliados judíos muchos de ellos, hicieron causa común de la lucha contra el fascismo aportando su grano de arena a la causa: conseguir la bomba antes que los alemanes. El primer ensayo atómico exitoso ocurrió en el desierto de Alamogordo, en Nuevo México el 16 de julio de 1945. El test se llamó Trinity y el dispositivo detonado se denominó con nombre en clave Gadget. Se trataba de una bomba-A de plutonio del tipo Fat Man, el mismo tipo de bomba que sería lanzada sobre Nagasaki días después, el 9 de agosto de 1945. En la actualidad este lugar está marcado por un monolito cónico negro de silicio resultado de la fusión de la arena bajo el efecto del calor provocado por la explosión. En la carrera por la bomba nuclear, los alemanes tenían el Proyecto Uranio y los soviéticos la Operación Borodino. El proyecto Manhattan consiguió su objetivo de producir la primera bomba atómica en un tiempo de 2 años 3 meses y 16 días, detonando la primera prueba nuclear del mundo (Prueba Trinity) el 16 de julio de 1945 cerca de Alamogordo, Nuevo México. La continuación del proyecto condujo a la producción de dos bombas-A conocidas como Little Boy y Fat Man con pocos días de intervalo, las cuales detonaron en Hiroshima el 6 de agosto de 1945 y en Nagasaki el 9 de agosto respectivamente.
Obtenido el dominio del sol nuclear y acabada la guerra, los norteamericanos no pararon hasta conseguir los servicios del Sr. von Braun y perfeccionar sus V2. La carrera del espacio alcanzó su punto culminante cuando sus astronautas, enfundados en escafandras, dieron algunos pasos sobre la Luna, nuestro satélite. Una interpretación tan literal podría haber sido un trabajo de alquimista, pero su aplicación parece aun más tortuosa. Se abandonó la «conquista» de la Luna poco tiempo después de aquel paseo, ya que probablemente sólo se quería marcar el éxito con una huella simbólica. Al igual que con la bomba de Hiroshima, un acto tan ostensible debía persuadir a los hombres del dominio conseguido sobre las fuerzas cósmicas, dando la ilusión que, tras ellos, todos participaban en un proceso que, de hecho, se reservaban para sí. Lo mismo que con la Luna, se dedicaron seguidamente a controlar el clima, y a retener las masas de aire mediante «muros de ondas» dirigidas sobre continentes enteros, análogos al confinamiento magnético de los flujos de partículas en los grandes aceleradores. Las primeras experiencias de 1975 y 1976, escaparon a todo control durante varios meses; las segundas, en 1983, tuvieron mejores resultados; pero no se levantó el secreto, pese a los rumores que habían circulado en las universidades. La contrapartida social de dominar los vientos, se tradujo con la tentativa de controlar la opinión, que el poeta romano Virgilio, autor de la Eneida, las Bucólicas y las Geórgicas, y que en la obra de Dante Alighieri, La Divina Comedia, fue su guía a través del Infierno y del Purgatorio, denominaba fama volans, tan fugaz y movediza como la brisa. Para asegurar el regreso a alguna forma de materia densa, eligieron entonces favorecer los trabajos sobre los seres vivientes y la ingeniería genética. Hay un versículo de la Tabla de esmeralda, que corresponde, en una lectura alquímica canónica, a los cuatro elementos: fuego, agua, aire y tierra, alternando lo sutil y lo espeso, lo caliente y lo frío. Observemos la evolución, correspondiendo a los cuatro primeros días del Génesis, desde la formación del éter hasta concluirse la densificación. La Obra divina de la creación revelada por el gran Hermes sigue estrechamente el «ciclo» de las cuatro Edades: edad de oro del Sol, edad de plata de la Luna, edad de bronce de los héroes vagabundos, que poseen la libertad del viento, y la edad de hierro, densificada al extremo. La aparición de ese ciclo, acabado ya el proceso de Creación, significa que se cometió un error. En efecto, concluida la densificación material del cosmos, ya no era necesario seguir más adelante. Admitamos que dicho ciclo se aplica a las civilizaciones. Ello tendría que implicar su nacimiento. Pero, una vez que han tomado cuerpo, ¿para qué destruirlas? Pese al aparente absurdo de una tal rueda que girara sin fin, podríamos admitir ese ciclo si la enseñanza de Hermes se parara ahí.
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La inopinada aparición en el crisol del ciclo de las cuatro Edades, tiende a recuperar de modo natural lo que, por accidente, implicó una densificación demasiado adelantada. Sin embargo en la historia de las civilizaciones no conocemos más que un ejemplo que se extiende sobre varios milenios, a partir del despertar suscitado por la última inversión de los polos. Si se lo observa en una escala más corta, obedece indefectiblemente a la desmesura del orgullo, y conduce a una fase caótica,  cuya salida «natural»  se opera por la violencia de un pequeño ragnarök, o batalla del fin del mundo. Esta batalla del fin del mundo fue planificada por demiurgos perversos que parecen haber comprendido el sentido primero y querían imponer al mundo, fuera de los tiempos marcados por el supuesto Creador, una recreación de la civilización análoga a la «revolución neolítica». Ningún alquimista ha intentado una tal inducción forzada en su crisol, o al menos nadie habla de ello. Y parece razonable pensar que no conduciría hacia un «nuevo mundo», sino hacia el caos. Notemos también las equivalencias simbólicas, rígidas y no filosóficas, introducidas entre los elementos y las practicas científicas o sociales. Al fuego corresponde la energía del átomo; al agua lunar, la conquista espacial asimilada a una navegación; al aire, el clima y la opinión; a la tierra, los seres vivos. Los antiguos no habrían admitido nada de esta clasificación, que distribuye factores heterogéneos de un modo bastante arbitrario. Pero la encontramos hasta en las metáforas populares o en el trabajo de los antiguos maestros. Nuestros demiurgos no han entendido el descanso del séptimo Día, sino como una instrucción para la prosecución de su obra. Y han aplicado sus fuerzas en hacer surgir seres hasta entonces inexistentes, nuevos virus en biología, cuerpos superpesados en física, ya que por suerte su arte no les permite suscitar especies más allá del primer grado estructural de densificación. Las bacterias o las plantas transgénicas son sólo organismos modificados, y no criaturas inéditas. Separar lo sutil de lo espeso tiene un sentido en la teoría de la información, tal como la distinción entre el hard (espeso) y el soft (sutil), o entre la fisión y fusión nuclear. La fisión nuclear es una reacción en la cual al hacer incidir neutrones sobre un núcleo pesado, éste se divide en dos núcleos, liberando una gran cantidad de energía y emitiendo dos o tres neutrones. Fue descubierta por O. Hahn y F. Strassmann en 1938, al detectar elementos de pequeña masa en una muestra de uranio puro irradiada con neutrones. El proceso de fisión es posible por la inestabilidad que tienen los núcleos de algunos isótopos de elementos químicos de alto número atómico, como por ejemplo el uranio 235, debido a la relación existente entre el número de partículas de carga eléctrica positiva (protones) y el número de partículas nucleares de dichos núcleos (protones y neutrones).
Basta una pequeña cantidad de energía como la que transporta el neutrón que colisiona con el núcleo, para que pueda producirse la reacción de fisión. A su vez, los neutrones emitidos en la fisión de un núcleo pueden ocasionar nuevas fisiones al interaccionar con nuevos núcleos fisionables que emitirán nuevos neutrones y así sucesivamente. A este efecto multiplicador se le conoce con el nombre de reacción en cadena. La primera reacción de fisión en cadena sostenida la consiguió Enrico Fermi en 1942, en la Universidad de Chicago. En una pequeña fracción de segundo, el número de núcleos que se han fisionado libera una energía un millón de veces mayor que la obtenida al quemar un bloque de carbón o explotar un bloque de dinamita de la misma masa. Cuando se consigue que sólo un neutrón de los liberados produzca una fisión posterior, el número de fisiones que tienen lugar por segundo es constante y la reacción está controlada. En este principio de fisión están basados los 436 reactores nucleares que funcionan en todo el mundo y que producen el 17% de la electricidad que se consume mundialmente. La fusión nuclear es la reacción en la que dos núcleos muy ligeros, en general el hidrógeno y sus isótopos, se unen para formar un núcleo más pesado y estable, con gran desprendimiento de energía. La energía producida por el Sol tiene este origen. Para que se produzca la fusión, es necesario que los núcleos cargados positivamente se aproximen venciendo las fuerzas electrostáticas de repulsión. En la Tierra, donde no se puede alcanzar la gran presión que existe en el interior del Sol, la energía necesaria para que los núcleos que reaccionan venzan las interacciones se puede suministrar en forma de energía térmica o utilizando un acelerador de partículas. La solución más viable es la fusión térmica. Estas reacciones de fusión térmica, llamadas reacciones termonucleares, se producen en los reactores de fusión y fundamentalmente con los isótopos de hidrógeno. El aprovechamiento por el hombre de la energía de fusión pasa por la investigación y el desarrollo de sistemas tecnológicos que cumplan dos requisitos fundamentales: calentar y confinar. Calentar para conseguir un gas sobrecalentado (plasma) en donde los electrones salgan de sus órbitas y donde los núcleos puedan ser controlados por un campo magnético; y confinar, para mantener la materia en estado de plasma o gas ionizado, encerrada en la cavidad del reactor el tiempo suficiente para que pueda reaccionar. La ganancia energética de la fusión consiste en que la energía necesaria para calentar y confinar el plasma sea menor que la energía liberada por las reacciones de fusión. Este tipo de reacciones son muy atractivas como fuente de energía ya que el deuterio no es radiactivo y se encuentra de forma natural y prácticamente ilimitada en la naturaleza. El tritio no se presenta de forma natural y además es radiactivo. Sin embargo las investigaciones están básicamente centradas en las reacciones deuterio-tritio, debido a que liberan una mayor energía y la temperatura a la que tiene lugar la fusión es considerablemente menor que en las otras.
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En lo concerniente a la tierra y al fuego, ¿se trataba de aislar la biología de la física o de oponer ambas técnicas de manipulación del átomo? Vemos que se obviaron las investigaciones sobre la fusión controlada. Una indiferencia tal no tiene sentido económico, ya que el hidrógeno, necesario para la fusión, abunda en la naturaleza; mientras que el uranio, necesario para la fisión, sólo se encuentra en escasas minas y requiere los más caros procedimientos de extracción. Tampoco se justifica por los riesgos corridos, pues la fisión produce residuos mortales que luego hay que almacenar, vigilar o tratar de nuevo. La aberración de esta política ha llamado la atención de numerosos sabios, a los que siempre se rehusó una explicación convincente. En diversos escritos alquímicos se describe la subida del águila. El águila figura en el escudo de los Estados Unidos, y además, desde la caída de los imperios europeos, es la única potencia que todavía lo exhibe. El águila, desde el punto de vista alquímico, es el símbolo de la volatilización, la sublimación y también de los ácidos empleados en la Obra. Un águila devorando un león significa la volatilización del fijo por el volátil. Dos águilas combatiendo tienen la misma significación. Es también mercurio sublimado corrosivo, sal amoniaca, o el águila extensa de Paracelso. Se le ha dado este nombre al mercurio sublimado por su volatilidad y también porque, al igual que el águila que devora a otros pájaros, el mercurio destruye, devora y reduce el oro a su primera materia. Según Filaleteo, cada sublimación es un águila, por lo que para combatir al león hay que utilizar hasta siete águilas; con siete a nueve de ellas queda finalizado el Régimen de Mercurio y se obtiene el Azoth con el que se inicia la Gran Obra por la Vía Húmeda, o bien se obtiene la Piedra Transmutatoria por la Vía Seca. Basilio Valentín nos dice que cuantas más águilas estén luchando contra el león, menos tiempo durará el combate. Por su parte, el alquimista árabe Senior Zadith (900-960) afirma en sus escritos frecuentemente citados en el Aurora consurgens(siglo XVI), lo siguiente: “entré a una casa subterránea y vi sobre el tejado las imágenes de nueve águilas“. Estas águilas, según el texto mencionado, evocan los nueve procesos de sublimación. Los filósofos espagíricos dan este nombre a la sal de amoniaco y al mercurio sublimado, por la facilidad con que se subliman. No despreciemos a los maestros ocultos de la alquimia faustiana. A imitación de los sabios, también trabajan en este mundo, y no por él y ni siquiera con él. Si buscaban la gloria en el sentido vulgar del término, no se cubrían con el velo casi totalmente opaco del secreto, poco propicio a exaltar las vanidades. Entre los antiguos la gloria es una energía luminosa que los sabios persas llamaban xvarnah, la misma que el Cristo manifestó cuando su transfiguración vías de la divina revelación y de operar sobre sí las purificaciones más elementales.
Xvarnah es, por una parte, fuente del ser y fuerza que lo mantiene cohesionado y vinculado a la existencia, y, por otra, fuente del conocimiento que hace posible la transmutación del ser en la realización de su destino, que no es otro que la sustracción a ese proceso de decadencia para remontarse hacia su origen, invocando la fuerza de la Luz que le precede y de la que procede, a fin de unirse de nuevo a ella en un proceso cósmico de reintegración progresiva que opera, de algún modo, la redención de la Luz por el conocimiento y el amor, pues la fuerza que mueve a cada entidad de luz a volverse hacia la que es a la vez su origen y su destino no es otra que el amor: amor con que el amante responde al amor del Amado, amor inicialmente prefigurado en la relación entre la Luz de luces y el primer Arcángel en la mañana eterna del ser. De este modo, Luz de Gloria y Destino personal son los dos aspectos de Xvarnah, que asocia en la misma idea una realidad suprasensible e impersonal y una realidad concreta y personal.” ¿Qué es pues esta gloria mundi, si no la entendemos ni en el sentido exotérico ordinario, ni en su verdadero y espiritual significado?  El jesuita francés Teilhard de Chardin, como última perspectiva de la evolución, había anunciado la formación de lo que denominó una noosfera. La Noosfera o noósfera (del griego noos, inteligencia, y esfera) es el conjunto de seres vivos dotados de inteligencia según Vladimir Ivanovich Vernadsky. El diccionario de la Real Academia Española lo define como el «conjunto de los seres inteligentes con el medio en que viven». Vladimir Ivanovich Vernadsky elaboró la teoría de la noosfera como contribución esencial al cosmismo ruso. En dicha teoría, la noosfera es la tercera de una sucesión de fases del desarrollo de la Tierra, después de la geosfera (materia inanimada) y la biosfera (vida biológica). Tal como la emergencia de la vida ha transformado la geosfera, la emergencia de la cognición humana transforma la biosfera. En contraste con las concepciones de los teóricos de Gaia o de los promotores del ciberespacio, la noosfera de Vernadsky emerge en el punto en donde el género humano, mediante la maestría en los procesos nucleares (energía nuclear), es capaz de crear recursos mediante la transmutación de elementos. La teoría de la Noosfera sería recogida más tarde por el teólogo cristiano Pierre Teilhard de Chardin (1881-1955). Teilhard explica la noosfera como un espacio virtual en el que se da el nacimiento de la psiquis (noogénesis), un lugar donde ocurren todos los fenómenos (patológicos y normales) del pensamiento y la inteligencia. Para Teilhard, la evolución tiene igualmente 3 fases o etapas: la geosfera (o evolución geológica), la biosfera (o evolución biológica), la noosfera (o evolución de la conciencia universal). Esta última, conducida por la humanidad, alcanzará la última etapa de la evolución en la cristósfera. También entiéndase que la noosfera es el estrato que conduce la energía liberada en el acto del pensamiento. Está a la altura de las cabezas humanas interconectando toda la energía del pensamiento y generando la conciencia universal. Según Teilhard de Chardin: «Creo que el Universo es una Evolución. Creo que la Evolución va hacia el Espíritu. Creo que el Espíritu se realiza en algo personal. Creo que lo Personal supremo es el Cristo Universal».
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Ambos, Vernadsky y Teilhard, coinciden en el proceso aunque la última etapa señala objetivos totalmente distintos. Para Vernadsky, la última etapa es una visión del pensamiento científico que acelera, modifica y va tomando el control de lo “natural“, y en la cual nunca discute un posible fin de la noosfera. Para Theilhard, el lado psíquico de la materia se vuelve determinante, para apuntar así a la culminación de un proceso en donde la Tierra-noosfera es reemplazada por una super-mente, significando de este modo la realización del espíritu en la Tierra. Aunque el optimismo de Teilhard de Chardin, con la imagen lineal y dulce que se hacía de la evolución, parece poco apropiada, si lo parece el concepto de noosfera, que invocaba con toda su esperanza de visionario, indicando que debiera manifestarse un día. Pero no parece que ocurriera antes de la formación de los nuevos cielos y de la nueva tierra anunciados por el Apocalipsis de Juan. Una noosfera impuesta para explotar el poder mágico o centuplicar la intuición intelectual de unos cuantos falsos demiurgos, se emparenta con aquella supuesta violación de los ángeles que hizo que Sodoma desapareciera bajo el fuego y el azufre. Porque se trata verdaderamente del ángel que encierra el hombre en germen, y que quieren desviar de su vocación última. Todavía es más grave si relacionamos el brillante satélite artificial previsto para la entrada en un tercer milenio. Con las divagaciones fomentadas alrededor del eclipse de 11 de agosto de 1999, parecería que se hubieran fijado una fecha para tener éxito. Hasta un aprendiz se da cuenta de que se aleja de las vías de la naturaleza desde sus primeros errores y sus primeros fiascos, y frena la obra, si acaso no se ve obligado a volver a empezarlo todo desde el principio. El soberbio ni oye ni ve. En su crisol la materia puede resistirse permanentemente, porque él continuará hasta que todo se destruya irremediablemente entre sus manos, destruyéndose también de paso. Hagan lo que hagan aquéllos, jamás alcanzarán ni siquiera la ilusión de la verdadera fuerza fuerte de toda fuerza que vencerá toda cosa sutil y penetrará toda cosa sólida. Bajo sus aspectos, distintos del de los minerales, la quintaesencia yace más allá de la espada del querubín. ¡Finis gloriae mundi! Las nubes cubren la última luz en el cuadro de Valdés Leal, y no se abren sino desde arriba, revelando la púrpura que reviste la mano divina y sin embargo natural. Recibiendo esta revelación, sin duda alguna el alquimista sincero alcanzará el éxito y la verdadera Gloria del mundo reposará sobre él. Sin embargo, la obra que al hombre le es posible no manifiesta, incluso en su plenitud, sino la esperanza de las cosas por venir. Los Magos en el portal de Belén o Salomón construyendo el Templo, tendrán que depositar su verdadero tesoro sobre el altar invisible de Aquél ante quien tiembla de terror toda carne, en sus extravíos o en su ignorancia primera, y de amoroso gozo cuando, cumplida su parte de la obra, contemple, no la apertura de su materia, sino la de los Cielos y la claridad de Su Gloria.
No se pueden imponer a la fuerza ni la Tabla de esmeralda, de Hermes, ni la sucesión de los regímenes planetarios que describe Ireneo Filaleteo. Irineo Filaleteo (1612- ?) fue un alquimista inglés de noble origen, cuyo verdadero nombre pudo ser el de Starkey, el cual aparece como comentarista de su obra. Para otros investigadores, se trataría de Thomas de Vaughan, hermano de Henry de Vaughan, uno de los más importantes poetas religiosos de la Inglaterra de su tiempo, conocido también como alquimista.  En cualquier caso, todo ello no es más que pura especulación, pues como dice Fulcanelli, que siente un gran respeto por este notable alquimista, «es un enigma vivo cuya personalidad nunca pudo descubrirse».  El seudónimo de Irineo Filaleteo, con el que trató, y consiguió, cuidadosamente de ocultar su verdadera personalidad, es un apelativo simbólico que viene a significar «amigo pacífico de la verdad» Filaleteo fue considerado como uno de los más importantes alquimistas de su tiempo. Sus obras, entre las que destaca La puerta abierta al palacio cerrado del rey, posee el clásico estilo críptico de todas las obras alquímicas, por mucho que se esforzara en dejar claros ciertos conceptos de la Gran Búsqueda al lector.  La vida de Filaleteo constituyó una inquietud constante ya que, por un lado, deseaba dar a conocer los descubrimientos y hallazgos que había hecho; pero, al mismo tiempo, tenía miedo de que la publicación de los logros de su trabajo pudiera ocasionarle graves problemas.  Filaleteo es uno de los grandes alquimistas que advierte de la auténtica realidad del llamado Oro alquímico: «El oro es el más perfecto de todos los metales, es el Padre de nuestra Piedra y, no obstante, nada tiene que ver con la materia, pues la materia de la Piedra es la semilla contenida en el oro». Como era costumbre establecer en los textos alquímicos clásicos, La puerta abierta al palacio cerrado del rey está plagada de equívocos con los que se pretendía confundir al lector profano. Parece ser que Filaleteo viajó bastante por Europa, llevando a cabo notables transmutaciones de un filtro mágico, poción que se preparaba para despertar determinados sentimientos en la persona que lo bebía, la cual ignoraba su existencia, pues el filtro solía mezclarse con otra bebida corriente.  Entre los filtros más utilizados estaba el filtro amoroso, confeccionado a partir de numerosas recetas que, por lo general, resultaban muy complicadas. Era necesario que para la eficacia del filtro se siguieran determinados rituales en el curso de su elaboración.
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La alquimia difiere de la ciencia exotérica en el hecho de respetar los tiempos de maduración. La alquimia debe tener en cuenta la interdependencia universal, ya que todo no es reproducible en cualquier momento. Mutus Liber (en latín: Libro mudo) fue un texto publicado en Francia en la segunda mitad del siglo XVII (1677) por el editor Pedro Savouret. Su autoría, por largo tiempo desconocida y especulada, se ha establecido. Fue Isaac Baulot, un boticario y estudioso en medicina de La Rochelle, nacido en la misma provincia en 1612. Se supone que contiene los lineamientos para crear la Piedra filosofal. El proceso se muestra a través de 15 láminas grabadas sólo con imágenes, aunque sólo las últimas dos láminas contienen alguna frase textual. En la lámina 14 encontramos el texto “Ora, Lege, Lege, Lege, Relege, Labora et Invenies”, (Ora, Lee, Lee, Lee, Relee, Trabaja y Encontrarás) que supone sirve de guía no sólo para quienes deseen desentrañar y practicar los profundos misterios de la Alquimia, sino a todo aquel que emprenda una búsqueda profunda e interior. Se interpreta que el autor propone como primer paso “Ora“; ya que para los sabios alquimistas no es posible la realización de la Gran Obra física sin el concurso de lo Divino. Mediante la oración y la meditación es convocado lo celestial como portal iniciático del viaje a emprender. Para los alquimistas la Adoración de lo “Divino” es punto clave para la Iniciación de la Gran Obra, nombre con el cual conocían o llamaban al proceso de transmutación. El segundo paso que nos propone el autor antes de comenzar cualquier operación material, es el camino del conocimiento: “Lege, Lege, Lege“; señala con insistencia la importancia de la lectura de los textos reveladores de la Gran Obra, con firme decisión debe dedicarse el iniciado al estudio de los crípticos volúmenes alquímicos, voluntariamente incomprensibles, herméticos, dirigidos no tanto a la razón sino a la intuición más profunda. Lee, lee, lee, una, otra y otra vez, hasta que la iluminación revele el sentido de lo oculto, “Relee” refuerza la intención de las anteriores tres palabras con el fin de comprender los símbolos, los materiales y los procesos. Fe y constancia son el preámbulo al “Labora et Invenies“, (trabaja y encontrarás). A través de la oscuridad intencional del camino marcado por los sabios alquimistas, la transmutación se llevará a cabo. En la última lámina del Mutus Liber se lee en latín la fraseoculatus abis, cuyo significado en inglés es casi un anagrama del nombre del autor. Un fino trabajo ilustrado, tal vez único, de estas lámina se encuentra en la Librería del Congreso de los EEUU. Los asediados Hugonotes de La Rochelle tuvieron buenas razones, durante la aplicación y posterior revocación del Edicto de Nantes, para ocultar sus especulaciones en un código. El término hugonotes (huguenot, en francés) es el antiguo nombre otorgado a los protestantes franceses de doctrina calvinista durante las guerras de religión. A partir del siglo XVII, los hugonotes serían denominados frecuentemente Religionnaires, ya que los decretos reales y otros documentos oficiales empleaban el desdeñoso «pretendida religión reformada» para designar al protestantismo. El Mutis Liber muestra la recogida del rocío bajo los ojos del carnero y del toro, emblemas evidentes de los meses solares primaverales en el hemisferio norte. Fuera del breve período en el que la savia sube y la vegetación vuelve a tomar vigor y se multiplica, el rocío indispensable para los alquimistas carecería de fuerza, y nada se produciría por su mediación.
Cuanto más sutil sea esta materia, tanto más deberá estar atento el artista a las fluctuaciones de las condiciones cósmicas. Si no vigila el menor síntoma proveniente de su crisol para rectificar e intervenir al momento, el alquimista puede perder en pocos instantes, por culpa de tales imponderables, todo un año de trabajo. La extrema sensibilidad de la materia en trabajo exige enormes cuidados y regula su crecimiento mediante influencias más misteriosas que el ciclo regular de los relojes. Los maestros antiguos son muy claros a este respecto: la transmutación del plomo en oro no basta para afirmar que se haya obtenido la Piedra. La aplicación forzada de la Tabla de esmeralda tal como la hemos visto desarrollarse desde finales del siglo XIX, nunca ha tomado en cuenta la afirmación alquímica según la cual todo es viviente. Al contrario, la vida es tratada como una cosa inerte o como algo mecánico. Por ello dudamos que los demiurgos hayan sacado la lección necesaria de las resistencias que no ha cesado de oponerles su materia, trátese de los elementos de la naturaleza o de las sociedades humanas. La unificación política del planeta, su primera etapa, no se ha producido con la creación de la ONU que hoy mismo, pese a sus esfuerzos por mezclar los pueblos, haciendo tábula rasa de las identidades culturales. La unión planetaria se hará un día, probablemente al fin de la presenta era; pero será más espiritual que política. Paralelamente a la Tabla de esmeralda, los falsos demiurgos utilizaron otros textos alquímicos sin comprenderlos mejor. ¿Por qué el presidente Truman quiso la guerra fría, que por entonces no deseaba Stalin? El propio interés de Stalin le llevaba a buscar la benevolencia de los Aliados, y por tanto a concesiones inhabituales para obtener el sostén que le hubiera permitido reconstruir rápidamente una Rusia arruinada por la invasión alemana, y por el esfuerzo de guerra que tuvo que suministrar para asegurarse la victoria de Stalingrado. No es menos cierto que fue Truman quien, deliberadamente, endureció el tono en 1947 y denunció, sin decirlo claramente, los acuerdos de Yalta firmados por su predecesor. No hay vencedor en esta lucha hermética. Ambos adversarios, extenuados y destruidos, dejan el sitio a los cuerpos nuevos y vigorosos que recogen ambas herencias. América, pensaba que con su victoria se insuflaría las energías vitales y los recursos de una Rusia extenuada. Si hubiesen alcanzado el verdadero fin del combate, ni Rusia ni los Estados Unidos, o más exactamente, ni la economía de estado ni el capitalismo habrían sobrevivido al día de hoy. Se habrían hundido ambos para dar lugar a un modo de intercambio y producción enteramente nuevo, del que nadie habría sabido imaginar las formas. Tales acontecimientos ya han ocurrido a lo largo de la Historia. Roma, perpetuada como Bizancio, y Persia, se afrontaron hasta agotar recíprocamente sus fuerzas. Sobre la ruina de sus imperios antagonistas pudo crecer la civilización árabe, que resplandeció hasta el siglo XVII y contó con tantos artistas y sabios antes de su presente decadencia. También el imperio romano surgió de la destrucción mutua de Cartago y de la República de Rómulo.
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Por no haber comprendido esta necesidad del arte alquímico, América puede tener el destino de la orgullosa Asiria, contra la que se revolvieron coligados los pueblos oprimidos y saqueados y que, pese a su aparente poderío, debió ceder su lugar a los Medos. Sin embargo, el cuento bíblico de Jonás nos enseña la alternativa menos peligrosa que se ofrece: volver a la humildad y el abandono voluntario de la preeminencia. La asiria Nínive no cedió a los avisos divinos y su relato fue colocado en las Escrituras para invitar a las futuras potencias a un mayor discernimiento. Al menos es el destino que le acecha si consigue sostenerse. Ya hemos visto que los demiurgos le han asignado el cometido de las águilas. De acuerdo en este punto con todos los autores, Filaleteo limita sus vuelos a siete o a nueve. Si la equivalencia simbólica que ellos han impuesto es un mínimo operativa, el obstinarse a promover a los Estados Unidos por encima de las demás naciones no nos llevará sino a su fragmentación. Cuando la Guerra del Golfo, se concibió un modelo estratégico para realizar con artificio la profecía del ángel Gabriel en el octavo capítulo del Libro de Daniel: «Un macho cabrío viene de Occidente sobre la faz de toda la tierra sin tocar la tierra. El chivo tiene un cuerno que sobresale entre los ojos», y aplasta al ciervo o al carnero de la visión sin que este último pueda resistirse ni encontrar salvación. Sin duda era preciso que ese carnero de arrogante crecimiento representara a Babilonia. Daniel precisa que su visión tuvo lugar en Susa, y que el animal se encontraba sobre la otra orilla del río Ulai, actualmente el río Karun, es decir, en Persia. Incluso si ese río se junta hoy con el Tigris y el Eúfrates en un delta común, la orilla opuesta a Susa, hasta la confluencia, se encuentra en Irán y no en Irak. Es cierto que el nombre del río Ulai significa en lenguas semíticas el devastador y que, en el salmo 136 Babilonia se ve calificada de devastadora, Admitamos como aceptable esta lectura cabalística. La continuación de la profecía, sin embargo, tendría que haber dado qué pensar a los estrategas que vieron en el pequeño Irak la encarnación de la Babilonia del Apocalipsis: «Mientras que él [el chivo vencedor] se fortifica, se parte el gran cuerno, y en su lugar brotan cuatro cuernos apuntando a los cuatro vientos del cielo». Nadie puede jugar impunemente con los símbolos activos. En los escritos y pinturas de la antigüedad, el cuerno ha designado siempre el poder de crecimiento. Es por eso que se suspendía un bucráneo junto a los campos o en los dinteles de las puertas de las propiedades, o es la razón de representar a las diosas de la naturaleza teniendo entre sus brazos el cuerno de la abundancia, desbordante de frutos espigas y flores. Los comentarios del ángel Gabriel sobre el sentido de la visión evocan, a los ojos de un historiador, la conquista de Persia por Alejandro y la fragmentación de su imperio en los cuatro reinos helenísticos. Pero los modelos proféticos se inscriben fuera del tiempo histórico, aplicándose cuando se reúnen las condiciones necesarias, como para el ciclo de las cuatro Edades.
Conceder a los Estados Unidos el papel de chivo occidental, o, más exactamente, hacer de esta nación el cuerno que reúne a todas las fuerzas de la coalición, era, por la magia misma del símbolo, convocar sobre su cabeza a la cuádruple fractura, como la Babilonia del Apocalipsis. En la época de Alejandro, pasaron veinte años entre la victoria de Rabeles y el comienzo de la división del imperio, que duró todavía diez años. Nos debemos considerar tales números como intervalos absolutos; pero retengamos la rapidez con la que se rompe el cuerno único del macho cabrío, pues se realiza, tras el triunfo, en menos de una generación. Los herederos de Alejandro no pudieron mantenerse, no por incompetencia o debilidad personal, sino porque les fue retirado el sello divino del poder, no pudiendo obtener de este modo el reconocimiento indispensable del alma de los pueblos. Si, bajo este punto de vista, Europa es asimilable a la coalición macedonia, será la primera en retirarse de la zona de influencia americana. No se rompe el cuerno del macho cabrío porque haya emprendido la conquista de las tierras del carnero, sino porque no supo moderar su rabia para destruirlo. Daniel dice: «El se amarga contra él». Los escritores que izaron la aventura de Alejandro a las dimensiones de epopeya, le reprocharon, todos ellos, la cólera ciega y ese desbordamiento del equilibrio que para los griegos significa tanto la audacia como la insolencia, la injuria como los malos tratos. Es el exceso contra el que nos previene Juan de Valdés Leal. Si el artista no sabe medir el furor del régimen de Marzo por vía seca o breve, sólo obtiene la piedra quemada y prostituida, y además el crisol explota bajo la violencia de la operación. Cuando construían un imperio, los soberanos más sabios de la antigüedad tenían buen cuidado con respetar la distinción de las cuatro partes espaciales, correspondientes a los cuatro cuartos de las ciudades y a las cuatro funciones. Se trata en realidad de las cuatro partes en que el arado de los bueyes van a dividir el espacio de la ciudad desde el momento mismo de su fundación. De este modo, Sargón de Agade se hizo nombrar rey de las cuatro regiones. Sargón de Acadia o Sargón de Acad, también conocido como Sargón el Grande (2270 a.C. – 2215 a.C., según la cronología corta), fue la primera persona de la historia registrada en crear un verdadero Imperio: el Imperio acadio. Su descendencia gobernó Mesopotamia durante el siguiente siglo y medio. Su Imperio se extendía desde Elam hasta el mar Mediterráneo incluyendo la región de los ríos Tigris y Éufrates, partes de las modernas Irán, Siria y posiblemente partes de la actual Turquía. Su capital fue Acadia (conocida también como Agadé). La unidad de las cuatro regiones se hacía en el centro, símbolo de la quintaesencia. Cuando su entronización, los reyes de Tara o del quinto reino de Irlanda, que tradicionalmente aseguraba la cohesión de toda la isla, posaban el pie sobre una piedra llamada Lia Fail.
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Según la mitología celta, la Lia Fáil fue traída a Irlanda en la antigüedad por la raza divina de los Tuatha Dé Danann, dioses de los celtas irlandeses, que viajaron a través de Escocia desde las“Islas Nórdicas” que, según Geoffrey Keating, se refiere a Noruega aunque más probablemente se refiera a las Órcadas. Allí es donde aprendieron habilidades mágicas en las ciudades de Fáilias, Gorias, Murias y Finias, llevando consigo un gran tesoro de cada ciudad, entre ellos los legendarios Cuatro tesoros de Irlanda. La Lia Fáil es de hecho uno de estos tesoros, el originario de Fáilias, de donde nace su nombre. Posteriormente, la piedra fue denominada “Piedra del Destino” (en latín, Saxum fatale). También, de acuerdo con la mitología, la Piedra de Tara tiene poderes paranormales. La leyenda dice que cuando el legítimo Gran Rey de Irlanda pone su pie sobre ella, la piedra ruge satisfecha. También se dice que la piedra tiene el poder de rejuvenecer al rey y otorgarle un mandato prolongado. El Ciclo de Ulster cuenta que el héroe Cúchulainn la partió en dos con su espada cuando la piedra no rugió bajo el pie de su protegido, Lugaid Riab nDerg, y desde entonces sólo rugió ante Conn Cétchathach Brian Boru. A partir del nombre de esta piedra, los Dé Danann denominaron a Irlanda Inis Fáil (en gaélico irlandés inis significa “isla”), por lo que Fáil se convirtió en un segundo nombre para Irlanda. De ahí que Lia Fáil también pueda traducirse como Piedra de Irlanda, y que Inisfail aparezca como sinónimo de Erin en la poesía romántica y nacionalista irlandesa del siglo XIX y comienzos del XX. La expresión Fianna Fáil (“guerreros de Irlanda“, también traducida como “guerreros del destino“) también aparece como denominación de los Voluntarios Irlandeses, en el primer verso del himno de Irlanda, y en el nombre del partido político Fianna Fáil. Si el candidato era legítimo la piedra gritaba y se hendía, temporal y simbólicamente, en cuatro partes, representando a los cuatro reinos y a las cuatro islas del norte donde, según la leyenda, habían descendido los Thuata de Danán. Después de una tal iniciación, el rey del centro nunca se permitía perder el sentido de su función unificadora y el respeto que debía a las cuatro partes de Irlanda. Pero si el soberano olvidaba el sentido de la centralidad, tendiendo a aplastar y uniformizar en lugar de unir, el exceso mismo de la cohesión que pretendía obtener, provocaba el retomo explosivo de estas cuatro regiones de las que desconocía provenir y haber surgido. Visto que América se comporta, en relación con los cuatro continentes, como el mismo Alejandro nunca lo hubiera osado, descartando hasta la diversidad de estilos en el arte de vivir, podría padecer el castigo que tiene a los ángeles como garantes, a menos que su pueblo no elija la alternativa caritativa ofrecida por Jonás.
Jonás, que significa “paloma“,  fue un profeta de Yahveh en el Antiguo Testamento y del Tanaj judío. Es el quinto de los profetas menores del Nevi’im, hijo de Amitai. Jonás es también uno de los profetas mencionados en el Corán. En cumplimiento de la palabra de Yahveh hablada por medio de Jonás, el rey Jeroboán II de Israel tuvo éxito en restablecer “el límite de Israel, desde el punto de entrada de Hamat hasta el mismo mar del Arabá (el mar Muerto)”. De modo que, al parecer, Jonás fue profeta en el reino de diez tribus durante el reinado de Jeroboán II. Es la misma persona a quien Yahveh comisionó para proclamar juicio contra Nínive, por lo que es considerado el autor del libro homónimo. En lugar de cumplir con su asignación de predicar a los ninivitas, Jonás decidió huir de ella. En el puerto de Jope consiguió un pasaje en una nave que se dirigía a Tarsis, que por lo general se relaciona con península ibérica,, a más de 3.500 km al oeste de Nínive. Después de embarcar, Jonás se durmió profundamente en las “partes más recónditas” del barco. Mientras tanto, los marineros se enfrentaron a un viento tempestuoso enviado por Dios que amenazaba con destrozar la nave. Clamaron a sus dioses por ayuda y arrojaron objetos por la borda para aligerar la nave. El capitán de la nave despertó a Jonás, instándole a que también invocase a su “dios“. Finalmente los marineros echaron suertes para determinar por culpa de quién se había originado la tormenta. Yahveh hizo que la suerte cayera sobre Jonás. Cuando se le preguntó, confesó que había sido infiel a su comisión y, como no deseaba que otros perecieran por su culpa, pidió que le arrojasen al mar. Una vez que fracasaron todos los esfuerzos por volver a tierra, los marineros le hicieron a Jonás según su palabra y el mar detuvo su furia. Cuando se hundió en el agua, se le envolvieron algas marinas alrededor de la cabeza. Por fin cesó su sensación de ahogo, y se halló dentro de un gran pez o ballena (o nave submarina), depende de la traducción. Jonás oró a Yahveh glorificándole como salvador y prometiéndole pagar lo que había prometido en voto. Al tercer día el pez o ballena vomitó al profeta en tierra seca. Jonás advierte a Nínive de la destrucción de la ciudad a causa de los pecados de sus habitantes. Cuando se le comisionó por segunda vez para ir a Nínive, Jonás emprendió el largo viaje hacia esa ciudad. “Finalmente Jonás comenzó a entrar en la ciudad por distancia de un día de camino, y siguió proclamando y diciendo: ‘Solo cuarenta días más, y Nínive será derribada’“. La Biblia no dice si Jonás conocía el idioma asirio o si se le facultó de forma milagrosa para hablarlo. Quizás incluso habló en hebreo y alguien que conocía este idioma hizo de intérprete. En tal caso, es posible que las palabras de Jonás suscitaran gran curiosidad y mucha gente se preguntara qué decía ese extranjero.
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Después de haber pasado cuarenta días sin que le ocurriera nada a Nínive, Jonás estaba muy disgustado porque Yahveh no había destruido la ciudad. Incluso oró a Dios para que le quitase la vida. Pero Yahveh le contestó con la pregunta: “¿Es con razón que te has enardecido de cólera?“. Posteriormente el profeta dejó la ciudad y más tarde se hizo una cabaña. Desde ese lugar, al oriente de Nínive, vigiló para ver lo que le ocurría a la ciudad. Cuando de manera milagrosa creció una calabaza vinatera para proveerle sombra, el profeta estuvo muy satisfecho, pero su regocijo fue efímero. Al día siguiente, muy de mañana, un gusano hizo que la planta se secase. Privado de su sombra, Jonás quedó expuesto a un viento abrasador procedente del este y al sol ardiente que batía sobre su cabeza. De nuevo, pidió morir. Por medio de esta calabaza vinatera Dios le enseñó a Jonás una lección de misericordia. Él sentía lástima por la calabaza vinatera cuando ni la había plantado ni cuidado. De modo que Yahveh le dijo a Jonás: “Por mi parte, ¿no debería yo sentir lástima por Nínive, la gran ciudad, en la cual existen más de ciento veinte mil hombres que de ningún modo saben la diferencia entre su mano derecha y su izquierda, además de muchos animales domésticos?“.  Jonás debió comprender bien la lección a juzgar por la franca narración que hace de sus experiencias. Puede que algún tiempo después Jonás se encontrara, quizás en el templo de Jerusalén, con por lo menos una de las personas que habían estado a bordo de la nave que había salido de Jope, y así se enterara de los votos que hicieron los marineros después que la tormenta se calmó. La balanza que pesa las funciones y los corazones en el cuadro de Valdés Leal, pone en guardia al alquimista contra las carencias. Un misterioso alquimista de nombre Cyaliani, de origen francés, firmó el libro Hermes desvelado. El texto se divide en dos partes bien diferenciadas, como viene siendo tradición: una puramente alegórica y otra, aunque también hermética, que describe una práctica. El libro vio la luz en 1832, editado por Felix Locquin. Un aspecto interesante de esta obra, además de su magnífica demostración de hermetismo, es el concepto de compañera/esposa musa, apoyo e inspiración espiritual del alquimista, tal como lo hiciere Nicolás Flamel en sus obras; si bien debemos pensar en esto como una alegoría más que como en una verdad. Otro aspecto curioso a tener el cuenta es que el autor intenta datar el texto repetidamente, citando que fue escrito después de la Revolución Francesa. Quizás es un intento de desvincular la obra de otros posibles autores anteriores.
Cyliani cuenta un sueño maravilloso y terrorífico, en que la ninfa le autorizó a servirse en los dos vasos que contienen las substancias necesarias al trabajo del artista, después de la abertura de la materia. Llenó por lo tanto, con harto esfuerzo, dos bocales de cristal. Examinando después esta primera recogida, la ninfa le hizo el siguiente reproche: «Uno de tus bocales contiene más materia andrógina de la que necesitas, pero no has cogido suficiente espíritu astral; te hace falta infinitamente más. Como dice Arnaldo de Vilanova, se necesita profusión de agua, de espíritu destilado». La timidez en recoger este espíritu estelar desde el comienzo de la obra, ha llevado al fracaso a muchos aprendices. No es sin razón que los antiguos filósofos dieron el nombre de espíritu a este agente imponderable, viendo constituido el universo, al igual que el hombre, de un alma movediza, sede de las emociones y de la razón inferior, y de un espíritu que Platón, en su célebre metáfora, considera como el conductor del carro tirado por caballos. Es lo que confirma el apóstol Pablo cuando distingue al hombre carnal del hombre espiritual o noético, el cual «juzga de todo y no es juzgado por nadie». La noética es la rama de la filosofía que estudia el pensamiento, especialmente, el objetivo e inteligible. Se usa habitualmente en relación con Aristóteles, cuya noética sería su doctrina de la inteligencia (del intelecto o del entendimiento). La han desarrollado autores como Jan Mukařovský. La palabra proviene del verbo griego noew,que significa “ver discerniendo“, de donde se deriva “pensar“. Entre los filósofos griegos, era frecuente utilizar el verbo con un significado próximo a “intuir“, en el sentido de ver inteligible o ver pensante: aquel objeto de noein es aprendido directa e infaliblemente tal cual es. Existe un organismo internacional, el IONS (Institute of Noetic Science) que agrupa a más de 20 000 socios y adherentes que financian experimentos y el desarrollo de la ciencia Noética. Dan Brown, autor del best seller “El código Da Vinci“, presenta el término con frecuencia en su obra “El símbolo perdido“, donde la hermana de uno de los protagonistas, Katherine Solomon, se dedica al estudio y experimentación de la mencionada ciencia en el Instituto de Ciencias Noéticas. Sin embargo, en la visión griega, incluso el despertar noético quedaba insuficiente si no estaba bañado de una Respiración o hálito misterioso. Los hindúes lo citan en sus Upanishad, como es caso en la Kaushitaki: «Yo soy la respiración, pues soy el consciente Sí mismo; asimílame a la duración de la vida, a lo inmortal… En efecto, por dicho hálito se alcanza la inmortalidad en este mundo, y por la consciencia la ideación verdadera». La misma distinción existía entre los autores latinos para corpus, anima, mens y spiritus. Al fin de la Edad Media, la civilización occidental parece haber perdido unas nociones tan claras para los griegos y latinos. Los teólogos confundieron parcialmente la mens con el alma, y después, el término spiritus ha designado indiferentemente el soplo y la dimensión noética.
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Los alquimistas lo aplicaron a los alcoholes y a otros productos volátiles de la destilación. Más tarde, los filósofos ilustrados del siglo XVIII vieron en ello la razón aplicada a la contemplación de los fenómenos. En fin, los teósofos del siglo XIX lo asimilaron a lo que los físicos denominaron éter, aunque las experiencias de los Michelson y Morley en 1881 demostraron su naturaleza de construcción intelectual completamente ilusoria. ¿Cómo, evitar que un principiante de escritos alquímicos, no se forme una opinión errónea del espíritu? Más valdría pensar que el término es voluntariamente vago para velar un secreto del arte y no perderse entre ideas preconcebidas. El experimento de Michelson y Morley fue uno de los más importantes y famosos de la historia de la física. Realizado en 1887 por Albert Abraham Michelson (Premio Nobel de Física, 19071 ) y Edward Morley, está considerado como la primera prueba contra la teoría del éter. El resultado del experimento constituiría posteriormente la base experimental de la teoría de la relatividad especial de Einstein. La teoría física del final del siglo XIX postulaba que, al igual que las olas y el sonido que son ondas que necesitan un medio para transportarse (como el agua o el aire), la luz también necesitaría un medio, llamado “éter”. Como la velocidad de la luz es tan grande, diseñar un experimento para detectar la presencia del éter era muy difícil. El propósito de Michelson y Morley era medir la velocidad relativa a la que se mueve la Tierra con respecto al éter. Cada año, la Tierra recorre una distancia enorme en su órbita alrededor del Sol, a una velocidad de 30 km/s (más de 100.000 km/h). Se creía que la dirección del “viento del éter” con respecto a la posición de nuestra estrella variaría al medirse desde la Tierra, y así podría ser detectado. Por esta razón, y para evitar los efectos que podría provocar el Sol en el “viento” al moverse por el espacio, el experimento debería llevarse a cabo en varios momentos del año. El efecto del viento del éter sobre las ondas de luz, sería como el de la corriente de un río sobre un nadador que se mueve a favor o en contra de ella. En algunos momentos el nadador sería frenado, y en otros impulsado. Esto es lo que se creía que pasaría con la luz al llegar a la Tierra con diferentes posiciones con respecto al éter: debería llegar con diferentes velocidades. La clave es que, en viajes circulares, la diferencia de velocidades es muy pequeña, del orden de la millonésima de la millonésima de un segundo. Sin embargo, Michelson, muy experimentado con la medición de la velocidad de la luz, ideó una manera de medir esta mínima diferencia. En la base de un edificio cercano al nivel del mar, Michelson y Morley construyeron lo que se conoce como el interferómetro de Michelson. Se compone de una lente semiplateada o semiespejo, que divide la luz monocromática en dos haces de luz que viajan en un determinado ángulo el uno respecto al otro. Con esto se lograba enviar simultáneamente dos rayos de luz (procedentes de la misma fuente) en direcciones perpendiculares, hacerles recorrer distancias iguales (o caminos ópticos iguales) y recogerlos en un punto común, en donde se crea un patrón de interferencia que depende de la velocidad de la luz en los dos brazos del interferómetro. Cualquier diferencia en esta velocidad (provocada por la diferente dirección de movimiento de la luz con respecto al movimiento del éter) sería detectada.
Pero empezaron las confusiones entre los físicos que, desde comienzos del siglo XX, se maravillaban del parecido entre lo que descubrían en el laboratorio y las antiguas sabidurías. A lo largo de sus estudios se les había dicho que éstas eran sólo los testigos de las quimeras de otros tiempos. Ese espíritu tan misterioso del que hablaban los antiguos, ¿no sería la triple radiación que emanaban las sales de uranio o de radio tan bellamente bautizadas por Pierre y María Curie en 1989? ¿O acaso designaba campos como los rayos X descubiertos por Roentgen en 1895? Quienes entonces operaban en el crisol, no desdeñaron someter su materia, en sus diferentes fases de transformación, al test de la placa fotográfica, o acercarla a la aguja de la brújula. Algunos tuvieron entonces la idea de que la alquimia, tal como fue transmitida de edad en edad por los Adeptos dispersos, desde la China hasta el antiguo Egipto, podría no ser más que la memoria oscurecida de una ciencia más antigua y completa, el eco de una civilización comparable a la que los físicos contribuyen a alumbrar ahora. En sus obras, Jacques Bergier da numerosos ejemplos de tales especulaciones. En primer lugar, se habría ocultado el saber como resultado de una desastrosa utilización del mismo. De este modo el Mahabharata hindú nos cuenta el espanto causado por el arma fulgurante de Indra, al igual que el fuego y e] azufre vertidos sobre Sodoma y Gomorra, evocaba con toda evidencia el fulgor atómico. Pasado el tiempo, a medida que esta supuesta civilización se difuminaba en el recuerdo de los pueblos, se habría dado un significado místico a expresiones que ya no se entendían. Los mismos alquimistas no habrían obtenido su piedra filosofal, sino siguiendo literalmente instrucciones y recetas, pero sin disponer del cuadro teórico necesario para la comprensión de su trabajo, condenados a repetir a ciegas las operaciones descritas por sus predecesores. La leyenda de la destrucción de la Atlántida fue útil como advertencia, y para dar conciencia de su responsabilidad a los que manejaban unas fuerzas al límite de lo que el hombre puede controlar. Y quizás haya contribuido, además, a contener a los gobiernos para no desencadenar otro conflicto mundial. Pero también tuvo como efecto perverso el sustentar la confusión sobre el spiritus astralis necesario para la obra alquímica, dejando creer, a los que así se extraviaban, que no se trataba sino de un efecto de campo que, a lo más, inducía en el cerebro humano estados de conciencia superiores al estado ordinario de vigilia.  Les parecía que estos estados, aunque obtenidos por energías más físicas que sutiles, resultaban de una auténtica sublimación y constituían el secreto alquímico por excelencia. De este modo, matando dos pájaros de un tiro, habrían obtenido de una sola Piedra dos efectos: transmutar la materia, y generar un superhombre.Imagen 10
Tal vez podamos pensar si es por culpa de la caída de Adán que la muerte ha entrado en el mundo. Está entonces en ello el origen de la esterilidad de los metales, como de la crueldad de los animales privados de razón, como de la maldad de los hombres. San Agustín veía en la gracia divina una sobrenaturaleza capaz de paliar a las debilidades intrínsecas de la naturaleza humana. Calvino llevó estas ideas al extremo, hasta pretender que todo lo que Dios no salva será condenado. Y como Cristo anuncia que «muchos son los llamados pero pocos los elegidos», concluyeron contra toda razón que, dejado a sí mismo, el cosmos no conduciría sino al desorden. De este modo la naturaleza tendría siempre la necesidad de verse redimida, salvo que se sumara a una gracia substancial que Dios no habría distribuido sino con avaricia. Es peligroso abordar la alquimia en este contexto. Por una parte, los filósofos hermetistas recomiendan seguir las vías de la naturaleza; por otra parte afirman que sin el don de Dios, Alimentados con las lecturas bíblicas y las ciencias naturales en las primeras universidades del Nuevo Mundo, los estudiantes de la alquimia de Boston no disponían para guiar su trabajo, en el siglo XIX, sino de algunos tratados importados a precio de oro, sin que, desgraciadamente, parezca que leyeran los autores más recomendables. Antoine-Joseph Pernety, también conocido como Dom Pernety (1716 – 1796) fue un alquimista, bibliotecario, escritor y monje benedictino francés de la Congregación de San Mauro, de la cual fue expulsado. Se hizo famoso con la fundación en Prusia de los Illuminati de Berlín y a su regreso a Francia, de los Illuminati de Aviñón. Al terminar sus estudios primarios ingresó en la congregación benedictina de San Mauro. Destinado a la abadía de Saint-Germain-des-Prés, habría descubierto el hermetismo en 1757 en su biblioteca. En 1758 escribe dos obras que le harán célebre: Las fábulas egipcias y griegas, desveladas y reducidas al mismo principio, con una explicación de los jeroglíficos y de la Guerra de Troya y el Diccionario mito-hermético donde se encuentran las alegorías fabulosas de los poetas, metáforas, enigmas y los términos bárbaros de los filósofos herméticos explicados. Extremadamente cultivado y erudito, entre 1762 y 1763 partió con Louis Antoine de Bougainville en una expedición a las Islas Malvinas como capellán y naturalista, estableciendo el primer asentamiento estable de Port-Saint-Louis, que al pasar a manos de los españoles en 1767, pasaría a llamarse Puerto Soledad. Publicó en dos volúmenes el relato de las exploraciones de la naturaleza de las Malvinas y de la isla brasileña de Santa Catarina. En particular, expuso la primera descripción del fenómeno de las piedras de las Malvinas. De vuelta a Francia a finales de 1764, en medio de una crisis existencial, fue expulsado por primera vez de la congregación religiosa y se instala en Aviñón, donde ingresa en la logia masónica de los Seguidores de la verdad. En esa época crea su propia orden iniciática, el Rito Hermético. Para escapar del vice legado de la Inquisición de Aviñón, Grégoire Salviati, debe exiliarse al Berlín de Federico II de Prusia, que le nombra conservador de su biblioteca real. Así, puede continuar sus investigaciones sobre la Gran Obra y se embarca en el estudio de libros antiguos para descubrir el secreto de la piedra filosofal.
Dom Pernety se apasiona con las doctrinas místicas cristianas del sueco Emanuel Swedenborg y funda, con el conde polaco Tadeusz Grabianka, los Illuminati de Berlín. En 1770 escribe un pequeño manual para uso interno del Rito Hermético, el Ritual alquímico secreto, y en 1776 un tratado que dedicará a Federico II, titulado Del conocimiento del hombre moral por el hombre físico. Pero su proselitismo no complace al rey por lo que, acompañado por el conde, vuelve a Aviñón. Reorganiza su antigua orden y funda la secta masónica de los Illuminati de Aviñón oIlluminati del Monte Tabor. A fines de 1784, aceptan la invitación del marqués de Vaucroze, rico terrateniente de Bédarrides que está dispuesto a acogerles en una de sus propiedades, que se convertiría en el “Templo del Monte Tabor“. Los ágapes fraternales reunían más de un centenar de personas. La irrupción de la Revolución Francesa en los estados pontificios de Avignon y el Condado Venaissin, dispersó a los Illuminati. Pernety fue detenido, aunque fue puesto en libertad rápidamente por la intervención personal del político francés François Poultier. Encontró entonces refugio con el abogado Vincent-Xavier Gasqui, que le instaló en su palacete de la Place des Trois Pilats. Fue allí donde murió el 16 de octubre de 1796. Dom Pernety pasaba por dar las claves del lenguaje abstruso de los hijos de Hermes, cuando se limitaba a añadir sus propias trampas a todos los ardides ya establecidos por su maestro Ireneo Filaleteo. Todo se mezclaba, la Tabla de esmeralda con las del monte Horeb, la ley de Moisés con la de la naturaleza, ambas concebidas como la fustigación divina necesaria para evitar la caída en el abismo. Se mezclaba la elección de los santos entre los hombres, con la de la Piedra entre los minerales. La perla perfecta no se obtendría sino al precio de innumerables escorias. De la transmutación final cabía esperar la salvación de esos residuos rechazados a lo largo del proceso de elección, pero primero había que nutrir el germen de la Piedra a costas de todo ese resto considerable. Fulcanelli pone en guardia contra una tal interpretación de los escritos herméticos. Tampoco los aprendices de alquimista de Boston fueron los solos confundidos con la insistencia de Filaleteo de no emplear más que el vaso precioso. Perfeccionar el oro ordinario para volverlo filosofal, exige más tiempo y trabajo que partiendo de minerales inferiores. Es el sentido de la parábola del fariseo y del publicano en la alquimia humana. La parábola del fariseo y el publicano o parábola del fariseo y el cobrador de impuestos es una de las parábolas de Jesús de Nazaret encontrada solamente en el Evangelio de Lucas del Nuevo testamento.
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El texto de la parábola, según aparece en la Biblia cristiana, es el siguiente: “A unos que confiaban en sí mismos como justos y menospreciaban a los otros, dijo también esta parábola: Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo y el otro publicano. El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: “Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; ayuno dos veces a la semana, diezmo de todo lo que gano”. Pero el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: “Dios, sé propicio a mí, pecador”. Os digo que este descendió a su casa justificado[i] antes que el otro, porque cualquiera que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido”. Durante el primer siglo, los fariseos eran bien conocidos por su estricto seguimiento de la Ley de Moisés. El fariseo de esta parábola fue más allá de lo requerido por las reglas religiosas, ayunando más de los requerido y dando diezmo de todo lo que ganaba. Seguro de su religiosidad, el fariseo no le pide nada a Dios y por ello nada recibe. Por otro lado, los publicanos eran judíos despreciados por colaborar con el Imperio Romano. Eran llamados cobradores de impuestos ya que por esta labor eran mejor conocidos. Sin embargo, la parábola no condena la ocupación del publicano, sino que lo describe como alguien que “reconoce su estado de despreciable ante Dios y confiesa su necesidad de reconciliación”. Dirigiéndose a Dios en humildad, el publicano recibe la misericordia y la reconciliación que buscaba“. Esta parábola, por lo tanto, muestra la importancia que posee la humildad y el arrepentimiento en contraste con la soberbia. Constituye también una dura crítica al fariseísmo. El fariseo da gracias por su perfección, y no cesa de compararse con los que contempla a su alrededor, menos perfectos: ¿cómo había de aceptar la apertura que tenía que deshacerlo para rehacerlo en un estado más elevado? El publicano sabe que está en lo más bajo de la escala, y por tanto no tiene que vencer tantas resistencias. Pero sin la apertura, ¿cómo recoger el espíritu astral? Aplicado a la alquimia social que han querido intentar los demiurgos herederos de los alquimistas de Boston, el error de Filaleteo les ha conducido a ver en América el germen aurífico de la Piedra que transmutaría a la humanidad. Pero esta solicitud hacia el «pueblo elegido», además de hacerles sostener todas las bajezas dictadas por el interés de algunos industriales y financieros, les impidió proceder verdaderamente a la apertura de su farisaica materia. Además, asimilando el espíritu astral con la gracia divina, tal como la concebía el puritanismo, el mejor servicio que podía rendir esta América a la materia vil o a los desechos de la obra, el resto del mundo, era, según creían, el someterlos a algún «nuevo orden mundial». El resultado previsible es que no cosecharon sino muy poco del verdadero espíritu astral, demasiado insuficiente para la menor operación verdaderamente alquímica.
Con ocasión de su primera operación, Cyliani dice haber embebido progresivamente las dos naturalezas metálicas con el espíritu astral, y precisa que llegó a «sobrenadar la materia». Cuando procedió después a la primera separación, habla de desecar el cuerpo más sólido «a la luz solar». Así, coincide curiosamente con los testimonios de los grandes ascetas del desierto que describen las operaciones del espíritu pneumático sobre el alma. Estos santos maestros de la vida espiritual, así como los filósofos alquímicos, determinan que de nada sirve trabajar una materia que no haya recibido ese rocío vital. La sequedad del desierto no es activa sino para un alma abierta que le despierte a la vida. Un alma seca con la antigua sequedad de la muerte, no haría más que acartonarse como un cuero olvidado en el fondo de un desván. Esta regla vale para todas las materias. Los aprendices alquimistas de Boston no desconocieron por completo esta necesidad, pero parecen haber confundido los diferentes espíritus tratados en los textos alquímicos, que con tanto esfuerzo coleccionaron y descifraron desde 1945, al mismo tiempo que perpetuaban la confusión inicial entre anima, mens y spiritus. En la materia, entre espíritu y campo unitario. Si el artista alquímico comete el error que reprocha Cyliani, y de entrada sólo recoge una cantidad demasiado justa de espíritu astral. Socialmente, la primera consecuencia de este defecto fue lo que el historiador, filósofo y sociólogo francés Marcel Gauchet denunciaba como el «desecamiento del mundo», haciéndo responsable de ello a la tradición «judeocristiana» en su conjunto. Ese desecamiento se debe sólo a una inteligencia demasiado estrecha y casi dualista. Pero apercibiéndose que se arriesgaban a trabajar una «materia» demasiado seca, los demiurgos buscaron el equivalente del coadyuvante que se utiliza en la obra mineral. Favorecieron por tanto el desarrollo de doctrinas y prácticas destinados, según ellos, a permitir la efusión del alma y a prepararla para lo que creían ser la acogida del espíritu. En el siglo XIX alentaron al espiritismo  para atajar el avance del ateísmo. En el siglo XX, el New Age se benefició de todos sus favores. El término Nueva era o New age —utilizado durante la segunda mitad del siglo XX y principios del XXI— se refiere a la Era de Acuario y nace de la creencia astrológica de que cuando el Sol pasa un período (era) por cada uno de los signos del zodíaco, se producen cambios en la Humanidad. No hay un acuerdo acerca de la duración de cada era, aunque según algunos astrólogos, el Sol saldrá de la constelación de Piscis para entrar en Acuario alrededor del siglo XXVII y según otros habría entrado el 4 de febrero de 1962. De acuerdo a esta creencia, la constelación contra la que se encuentra el Sol influiría de alguna manera en la conciencia de los seres humanos. Algunos seguidores de la Nueva Era afirman que sus creencias derivan tanto de tradiciones religiosas y filosóficas judeocristianas o de Oriente Medio, como el ocultismo, y otras orientales, como el hinduismo y el budismo. La mayoría de los fenómenos mencionados pueden rastrearse en prácticas menos comunes en Europa y Estados Unidos durante los últimos siglos. Por ejemplo, la Sociedad Teosófica (de mediados del siglo XIX), o las obras de Helena Blavatsky (1831-1891) y Alice Bailey (1880-1949), exponían principios que pueden considerarse como precedentes de algunas de las ideas actuales de la Nueva Era.
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Comprobamos en la Historia que hay civilizaciones que se pierden por sequedad y falta de espíritu. Los antiguos etruscos, pueblo bastante civilizado a juzgar por los frescos de sus enterramientos, lo reemplazaron con el ritualismo y la minucia en la adivinación. La inquietud que esta práctica no podía dejar de ocasionar aumentó progresivamente, y el arte nos muestra el alma de este pueblo invadida por górgonas y genios devoradores, sucumbiendo bajo el peso de sus terrores. Algo de todo ello pasó a Roma, tomando, hasta en el culto a los dioses, la forma de una exaltación de lo jurídico. Disertando sobre la religión romana, Károly Kerényi, erudito húngaro en filología clásica y uno de los fundadores de los modernos estudios sobre mitología griega, observa justamente que carecía de mitología y de arte. Todo lo tomaron de los griegos en la época de Augusto, cuando el gran poeta Virgilio buscó sus modelos en Homero. Antes de él, salvo algunos relatos sobre las aventuras de Hércules, todo lo religioso se concentraba en las pietas, un conjunto de obligaciones legales y semi morales, cuyo respeto se creía que bastaba para satisfacer a los dioses y asegurar la buena marcha de la ciudad. Se sabe en qué desorden naufragó la república romana, e igualmente, pese al reinado luminoso de Augusto, la primera época del imperio, antes que la dinastía de los Antoninos no le diera forma de nuevo. El desorden mismo que acecha a cualquier sociedad que, además, se encuentre desecada, sometida al imperio del reglamento, privada de la esencia vital de la fe y laborada por sucedáneos puramente psíquicos, está creciendo en estos momentos, en América primero y después en el conjunto del mundo occidental. Se ha querido encontrar la causa de estos males que los sociólogos engloban bajo el término de anomia, en el desarrollo de la ciencia profana o en los repiqueteos de la maquina industrial, en la primacía de lo económico sobre lo político y, recientemente, en el invento del ordenador. Ni los romanos ni los etruscos usaban la mecánica, y no inventaron la Bolsa ni la electrónica, y también sus sociedades cayeron en la angustia, la orgía y la pérdida del gusto por vivir. Anomia significa sin ley, sin costumbres o sin manera de ser. El desmoronamiento de las estructuras sociales orgánicas a favor del desorden, o de lo que la ciencia moderna llamará entropía, se desprende de la pérdida de las praderas del alma, es decir, de la esmeralda de los filósofos. En los romances medievales, el remedio a la tierra desecada y estéril como fruto de un error de combate, del golpe doloroso, se encuentra en la busca del Grial, que Chrétien de Troyes nos describe como un carbunclo, y Wolfram von Eschenbach como una esmeralda. Los símbolos del verdor y del resplandor flameante también se encuentran en el Ars brevis o en el Ars magna de Ramon Llull, y entre los posteriores autores. Las sociedades antiguas alcanzadas por la anomia no pudieron enderezarse mientras que la falta del Espíritu no se volviera consciente. Entonces les vemos agotar uno a uno todos los substitutos, religiones mistéricas, gnosis, sectas y cultos a cada cual más extraño. Cuando, a través de la Iglesia todavía naciente, alcanzaron por fin un manantial más abundante, se vieron renovadas hasta el punto que los historiadores distinguen dos civilizaciones casi heterogéneas, antes y después de Constantino.
Occidente está en el extremo en el que la sed comienza a volverse lo bastante intensa para ser percibida, y en el que los pueblos buscan la menor gota de verdor para apagarla. La multiplicación de las sectas, prácticas o terapias «suaves», recuerda a las multitudes estrujadas en los templos de Esculapio, y la importación de los budismos o de los yogas de India responde a la acogida que dio Roma a las escuelas de los misterios de Tracia o de Asia menor, o del culto de la diosa de Eleusis. En la mitología griega Asclepio o Asclepios, Esculapio para los romanos, fue el dios de la Medicina y la curación, venerado en Grecia en varios santuarios. El más importante era el de Epidauro en el Peloponeso donde se desarrolló una verdadera escuela de medicina. Se dice que la familia de Hipócrates descendía de este dios. Sus atributos se representan con serpientes enrolladas en un bastón, piñas, coronas de laurel, una cabra o un perro. El más común es el de la serpiente, animal que, según los antiguos, vivía tanto sobre la tierra como en su interior. Asclepio tenía el don de la curación y conocía muy bien la vegetación y en particular las plantas medicinales. Según nota de Bernard Simonay en su novela “El Templo de Horus“, este dios surge como recuerdo y veneración al sabio egipcio Imhotep, que vivió 2.000 años antes. En dicho estado se casó con Ischis. Apolo sintiéndose agraviado por la infidelidad mató a Ischis, y Artemisa, hermana de Apolo, mató a Coronis. Antes de que Coronis ardiera en la pira funeraria, Apolo saco de su vientre a Asclepio y se lo entregó al centauro Quirón, quien educó al niño y le enseñó todo lo referente a las artes curativas, especialmente lo relativo a plantas medicinales. Asclepio alcanzó tal habilidad que podía devolver la vida a los muertos. Zeus, temeroso de que el más allá quedase despoblado, lo mató con un rayo. Asclepio fue llevado a los cielos, convertido en deidad. Sabazius, de donde Sabazio o, más correcto ya castellanizado, Sabacio; es el nombre de un dios de carácter telúricomistérico, llamado también Sábos en sus actos cúlticos. En las inscripciones griegas y latinas suele aparecer realzado por los adjetivos «santo, invencible, grande» y la designación de su divinidad; por ejemplo, Sancto deo Sabazio.. En su origen geográfico, Tracia merece el título de cuna de este misterio. Desde Tracia, en el siglo V a. C., pasa a Grecia a través de Frigia, siguiendo las rutas ordinariamente recorridas por las caravanas tracofrigias. En el siglo IV a. C., época de esplendor de las aspiraciones individualistas de la piedad, se afianza, y durante el helenismo alcanza su máxima expansión, llegando hasta Roma a través de las colonias griegas de la Magna Grecia (Italia).
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Como en el imperio de los primeros siglos, las autoridades políticas pasan sin saber la razón de la desconfianza represiva a la tolerancia. Es imposible predecir cuánto tiempo durará esta fase ni las formas exactas que tomará. Irán desde los cultos más delirantes y los integrismos más obtusos, a las gnosis más sabias, sin poder apartar las magias perversas ni la provocación de las tinieblas. Todo lo que la experiencia histórica nos enseña es que nada detendrá esta búsqueda desordenada, ni leyes, ni persecuciones, ni un discurso racional o moral, ni tentaciones superficiales de bienestar, ni presiones mágicas que intenten canalizarla, en tanto los pueblos no hayan encontrado la Fuente verdadera. Pero cuando hayan probado este agua, se darán cuenta de que las viejas estructuras ideológicas, sociales, políticas, económicas y hasta religiosas, se habrán transformado en profundidad, lo que también vale para las Iglesias, forzadas de abandonar lo superfluo. Es el tiempo que profetizaron los profetas del Antiguo Testamento Oseas y Joel: «El fuego ha devorado los pastos del desierto, y la llama ha quemado a todos los árboles del campo. Las bestias de los campos también suspiran hacia ti, porque las corrientes de agua se han secado y el fuego ha devorado los pastos del desierto … Sus obras no les permiten retornar a su Dios, porque el espíritu de prostitución está en medio de ellos, y porque ya no conocen al Señor… Irán con el ganado menor y mayor a buscar al Señor, pero no le encontrarán». Viene luego el consejo de clamar a Dios: «Después de todo ello extenderé mi Espíritu sobre toda carne…». Estas profecías del Día del Señor que acaba y renueva el mundo, tienen valor de modelo para cualquier revivificación, tanto de la materia como de las civilizaciones. No se reconoce al manantial sino por la sed, y la sed no obra sino cuando alcanza un grado suficiente de intensidad, incrementada no sólo por la sequedad, sino por el recuerdo del frescor de las aguas. Al igual que el imperio de Constantino no abandonó al transformarse las realizaciones de la civilización romana, tampoco la presente civilización deberá desechar sus descubrimientos científicos y técnicos para recibir al Espíritu. El sentido y la finalidad asignados a los conocimientos modernos se verán reorientados; pero sería bastante extraño y perjudicial que desaparecieran. Teodosio fue emperador de los romanos desde 379 hasta su muerte. Promovido a la dignidad imperial tras el Desastre de Adrianópolis, primero compartió el poder con Graciano y Valentiniano II. En 392 Teodosio reunió las porciones oriental y occidental del Imperio, siendo el último emperador en gobernar todo el mundo romano. Después de su muerte, las dos partes del Imperio se separaron definitivamente. Tras la separación, no fue el cristianismo el que produjo una regresión en la parte occidental, por otra parte menos importante de lo que se estimó. Fueron las destrucciones engendradas por las guerras de sucesión y la ambición de Atila, y más tarde las reyertas de los reyes francos. En el norte de las Galias fueron particularmente violentas; y muchos saberes se perdieron. De estas guerras se libró el sur hasta el siglo VIII, donde se conservaron las artes y las ciencias; y también en Irlanda.
Aunque el artista alquímico haya alcanzado su objetivo, la gran obra no se termina con la obtención de la Piedra. Es necesario, otra vez, retomar el trabajo para purificarla y afinarla. Puesto que los alquimistas recomiendan seguir las vías de la naturaleza, se obtiene una confirmación de que la verdadera Gran Obra, es la que conduce al Artista divino sobre el cosmos que ha creado y que no cesa de perfeccionar. Sin embargo, hay una diferencia entre lo que el alquimista tiene la posibilidad de operar en su crisol, y lo que realiza el único y verdadero Artista. La Obra cósmica parece poseer dos componentes temporales, uno cíclico y periódico y el otro exponencial. Si continuamos sobre nuestra Tierra la curva obtenida con el examen de la diferenciación de las especies, obtendremos fechas, o más exactamente, la horquilla de fechas de los grandes descubrimientos que modifican en profundidad a las sociedades humanas, tales como la aparición de la agricultura, la escritura, la utilización de los metales o la abstracción filosófica. Entra en juego un tercer componente, consistente en modelos intemporales que se manifiestan para corregir un extravío colectivo, o para asegurar la transición entre las diferentes fases de la Obra. La humanidad entra en el período crítico de la curva exponencial. Hasta aquí, un giro de la rueda del Gran Artista se desplegaba sobre varias generaciones, y antes todavía sobre varios siglos o milenios. Desde hace poco duran menos que la vida de un hombre, lo que significa que, en una fecha incalculable, pero relativamente próxima, del orden de veinte a treinta años, el proceso se volverá literalmente explosivo. No se trata de la entrada en la era de Acuario, reclamada a grandes voces por los que sólo consideran la componente cíclica. El año precesional no atraviesa «signos» iguales, sino constelaciones reales: Piscis, Aries, Capricornio, vistos desde la Tierra, forman un todo imbricado como las escamas de una tortuga, de tal modo que la entrada del punto vernal en Acuario ocurrirá hacia el 2100, y la salida definitiva de Piscis hacia el 2700. Esto de que hablamos ahora, es el nudo crucial de la componente exponencial. Las tentativas actuales para reportar esta excepcional transición de fase a una fecha más satisfactoria para la razón, como el año 2000 o el 2012, no tiene ningún sentido. La sombra de las cosas por venir de las que habla el apóstol Pablo, se proyecta lo bastante fuertemente sobre la humanidad en veinte o treinta años, como para que cada uno sienta ya el insistente roce. La humanidad corre hacia una excepcional transmutación, cuya naturaleza nadie sabe. ¿Se trata de lo que los profetas del Antiguo Testamento denominaban el día del Señor? En las Escrituras, este término se refiere a cada una de las intervenciones divinas en las que el Artista opera directamente sobre su crisol cósmico, desde los límites fijados a la arrogancia de un pueblo, hasta el Día último en el que la estructura espacio-tiempo se verá convulsionada y transformada. Eso hacia lo que nos encaminamos será sobre todo el Día del Hombre, la aparición de la quintaesencia bajo la forma propia a su naturaleza.
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Esta transición es tanto más crítica cuanto que depende de nosotros. Por ello, los esfuerzos demiúrgicos desordenados parecen poco apropiados. Mil veces más valdría dejar libre a la naturaleza que intentar violentarla. No significaría la destrucción de la humanidad ni la pérdida de todas sus conquistas, aunque habría un riesgo de retroceso si se mezclara la guerra, sino la pérdida de la tensión espiritual acumulada desde los orígenes del mundo. Comenzando por la proliferación de las sectas y los falsos profetas, todo muestra que la sed espiritual es demasiado profunda para que fracase del todo. Cuando en el laboratorio suceden tales fases cruciales, ocurre que las fuerzas en juego sean demasiado importantes para la capacidad de resistencia tanto del vaso alquímico como del crisol que lo contiene, y que todo explote. Pero el vaso de la naturaleza fue previsto por el Artista divino en función de su Obra. Ni siquiera la Caída adámica podía romper la cohesión fundamental. No temamos, pues, la aniquilación de la humanidad ni la de la Tierra que la porta, ya que ello sería dudar de la Sabiduría eterna que da el ser y el devenir a la creación. La única cosa que podemos temer, si excluimos la decadencia espiritual o la explosión, sería que la quintaesencia obtenida no contenga demasiadas superfluidades impuras. Ya en este estadio el alquimista se libra muy bien de exigir demasiado a su materia, pese a que pueda intentar algunas últimas rectificaciones. Pero lo que aparece en el crisol no es sino la promesa de las cosas por venir, que sólo el Artista divino conoce perfectamente. Intervenir con una comprensión limitada del proceso cósmico sería una loca temeridad. Nadie puede razonablemente creerse llamado a una tal labor, incluso si piensa haber recibido luces particulares para conducir la obra. Hay que hacer una advertencia a quienes se ven consumidos por la ambición demiúrgica. Sobre todo si imaginan conducir al mundo hacia un bien superior. Cuando el alquimista efectúa el proceso alquímico siguiendo una vía canónica, sigue un camino trazado e inmutable, y sin embargo lo hace en total libertad. Una de las fuentes de los errores acumulados por los aprendices a alquimistas americanos, podría deberse a la traducción de vía canónica por el inglés rule way. El término canónico griego se deriva del acadio kanûn, que significa caña o junco, a menos que esa palabra no sea más arcaica todavía y provenga del sumerio. En un país de deltas desprovisto de árboles, los arquitectos de los templos utilizaban una junco o vara para efectuar las medidas, y es de ese kanún de donde procede en línea directa la vara de los maestros constructores. Se trata por tanto, en su origen, de una medida-patrón y no de una ley jurídica. La alquimia ha conservado el sentido primigenio del término: una vía canónica es en primer lugar un modo de operar, cuyas medidas ya son conocidas y experimentadas. Ni más ni menos.
Los obispos que empleaban el término de canon para designar las decisiones disciplinares de los concilios, entendían todavía el sentido primitivo. No se servían del reglamento escrito. Sabían que se limitaban a indicar las justas medidas dictadas por la experiencia espiritual, y que ellos habían recibido la autoridad de los padres, consejeros o pedagogos, y no de los legisladores. Desgraciadamente, el significado del rule inglés se aproxima mucho más al de la lex romana. En su laboratorio el artista alquímico es completamente libre de su obra, incluidos sus propios errores mediante los cuales aprende a distinguir lo posible de lo imposible. Nada le impide intentar, por absurdo que sea, fundir sin más preparación acero en un hornillo de gas, o triturar cristal de roca como si fuera una avellana. Pero traducir canon por rule, equivaldría a sustituir la distinción entre posible e imposible por la de permitido o prohibido. Estas notas, válidas para la ciencia profana, son esenciales en alquimia. Según el comentario constante de los rabinos y de los Padres de la Iglesia, la Torah dada por Dios a Moisés era una vía canónica, una medida espiritual y ritual operativa; y no una coacción externa o interna. Si se hubiera tratado de una coacción interna, la tendríamos tejida en nuestra propia naturaleza, lo mismo que la gravitación integra la textura del espacio. Si la hubiera dictado como una lex exterior fustigante y apremiante, ¿cómo imaginar que no se hubiera erigido como gendarme, para que el castigo siguiera inmediatamente a la primera transgresión? ¿Habría sobrevivido ese mismo Moisés, que, acabada de recibir en las Tablas de piedra grabada la sentencia «No matarás», ordenó la masacre en el campo de 3.000 hombres? En cuanto a las «leyes de la naturaleza», el conocer y respetar las que son activas en el interior de los elementos, hombre comprendido, distingue siempre lo posible de lo imposible. Desde la prehistoria, el hombre ha trazado senderos en las selvas y montañas. Sabe por experiencia que más vale seguirlos que perderse lejos del campamento hacia el que se va y dirigirse recto hacia un precipicio. Ningún guía le prohíbe salirse del sendero, sino que es él mismo el que reconoce por experiencia la utilidad del trazado establecido por sus mayores. Pero el hombre es libre, libre de abrir nuevos caminos, libre de retozar en las praderas que los bordean. Cuando se utiliza en alquimia la metáfora de la vía o del camino calificándolo de canónica, se entienden procesos en los que las dificultades han sido reconocidas y balizadas. Nada nos asegura que los hermetistas hayan seguido y descrito todas las vías posibles. Pero alejándonos de las vías canónicas, quizás demos con nuevas y fecundas maneras de operar, pero más probablemente encontraremos peligros, callejones sin salida, o caminos que sólo conducen la inversión espiritual. No se impide la libertad de la persona que debe expresarse en su camino alquímico. La disciplina espiritual a la que se obliga el artista, no tiene nada de una autocensura. Como dice Jean-Aurel Augurelle: «En cuanto a los demás, a los que gracias a su práctica les convino considerar por adelantado lo que finalmente será la mejor de las cosas que buscaban con su labor, eligieron pasar por el sendero estrecho tomado desde el principio, sin jamás separarse de la línea recta pasando entre caminos de travesía o parándose antes del final». Augurelle no denigra los caminos de través, y no los prohíbe al alumno; simplemente subraya su inutilidad para quien quiera alcanzar la Piedra. Quien quiera llegar, comprenderá razonablemente que más vale limitar los vagabundeos, para consagrar sus fuerzas a la búsqueda de la perla preciosa.
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Las reglas del arte sacadas de la experiencia de los antiguos hermetistas y de la revelación divina, no son más que un núcleo de consejos prácticos para evitar perderse, y nada más. También la materia posee su libertad, que los físicos modernos reconocen y expresan como principio de incertidumbre o, mejor, de indeterminación. El Principio de indeterminación o incertidumbre de Heisenberg establece que es imposible conocer simultáneamente la posición y la velocidad del electrón, y por tanto es imposible determinar su trayectoria. Cuanto mayor sea la exactitud con que se conozca la posición, mayor será el error en la velocidad, y viceversa. Solamente es posible determinar la probabilidad de que el electrón se encuentre en una región determinada. Una manera bastante difundida de interpretar este Principio consiste en imaginar lo que sería la medida de la posición y velocidad de un electrón: para realizar la medida (para poder “ver” de algún modo el electrón) es necesario que un fotón de luz choque con el electrón, con lo cual está modificando su posición y velocidad; es decir, por el mismo hecho de realizar la medida, el experimentador modifica los datos de algún modo, introduciendo un error que es imposible de reducir a cero, por muy perfectos que sean nuestros instrumentos.  Sin embargo, esta lectura o interpretación no es exacta ni suficiente, ya que el contenido del Principio de Indeterminación no hace referencia tanto a las dificultades, características o precisión de una medición empírica determinada, como a las características ondulatorias de las partículas o la materia en general, que a distancias o escalas muy pequeñas se torna completamente determinante, y por ende sólo permite conocer la posición y velocidad de una “partícula” con el grado de precisión que se puede obtener en la medición de estas cantidades para una onda o paquete de ondas. Este Principio, enunciado en 1927, supone un cambio básico en nuestra forma de estudiar la Naturaleza, ya que se pasa de un conocimiento teóricamente exacto a un conocimiento basado sólo en probabilidades y en la imposibilidad teórica de superar nunca un cierto nivel de error. Cuanto más subimos en los reinos de la naturaleza, más aumenta la libertad. En el primer capítulo del Génesis el Artista divino opera según tres modos. Leemos: «En el principio Dios creó...», usándose un verbo válido también para las obras de los hombres. Los rabinos judíos nos dicen que, en hebreo, el verbo bará, que no aparece más que en este libro y nunca en otra parte, guarda todo su misterio, ya que no puede tener sino un solo sujeto: Dios. Sólo después va a decir, y lo que nombra aparecerá en un mundo en trabajos de parto, ya que Él separa, o más exactamente, distingue. Los mayores comentaristas piensan que ese verbo bará designa el don del ser libre. En efecto, no es utilizado sino en tres ocasiones: cuando la creación del caos primordial, cuando la aparición de los animales, y cuando el nacimiento del hombre. Entre los dos primeros bará, en cada uno de los Días, Dios «vio que era bueno», aprobación casi pasiva o contemplativa. Tras el segundo bará, y después tras el triple bará que suscita a la humanidad, Dios bendice a la criatura, poniendo de este modo en el universo un sello operativo que le permita «crecer y multiplicarse». Y en esta bendición reside toda la Gran Obra.
Fuentes:
  • Fulcanelli – Finis Gloriae Mundi
  • Jacques Bergier y Louis Pauwels – El retorno de los brujos
  • H.P. Blavatsky – La Alquimia en el Siglo XIX
  • Roger Bacon – Espejo de Alquimia
  • J.A. Pérez-Bustamante – Alquimia
  • Gérard Anaclet Vincent Encausse (Papus) – Alquimia
  • José Rodríguez Guerrero – Desarrollo y madurez del concepto de Quintaescencia alquímica en la Europa Medieval
  • Fuente
  • https://oldcivilizations.wordpress.com

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