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miércoles, 1 de agosto de 2018

“El arte será útil o ¿no será?”

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¿El arte y los artistas tienen un papel en las transformaciones sociales? ¿Tienen los segundos una responsabilidad con la sociedad? ¿Pueden ambos incidir directamente en el ejercicio de los poderosos? Esas son las preguntas que surgen al recorrer la exposición Tania Bruguera: Hablándole al poder, curada por Lucía Sanromán para el Museo Universitario Arte Contemporáneo (MUAC). Esta retrospectiva de treinta años del trabajo de la artista cubana muestra que Bruguera ha procurado entrecruzar los límites de lo artístico, lo político y lo social, poniendo ciertos problemas sociales bajo el foco y llevando sus proyectos fuera de los espacios artísticos habituales. Para Bruguera el arte es acción, sus consecuencias se dan en la política, por lo tanto, el arte debe ser útil para el cambio social. Así lo describió en “Introducción acerca del Arte Útil”: “es una manera de trabajar con experiencias estéticas que se enfocan en la implementación del arte en la sociedad, donde la función del arte ya no es [ser] un espacio para señalar problemas sino un lugar desde el cual se crean propuestas y se implementan posibles soluciones. Deberíamos volver al momento en el cual el arte no era algo que se veneraba, sino algo sobre lo cual se generaba.”
Bruguera usa el cuestionamiento, el performance y el montaje de escenarios como herramientas que le ayudan a revelar cómo gobiernos y gobernantes ejercen el poder para dominar y abusar de los ciudadanos, manipular las leyes a su antojo o incluso aniquilar los derechos humanos. Pero esta información pretende propiciar movimientos sociales, denuncias, apropiaciones institucionales o escuelas donde se intercambien experiencias y metodologías para incidir en la política, algo que solo tiene sentido si los espectadores se convierten en usuarios activos de las obras.
A la entrada del MUAC una gran mampara color azul-ONU lleva, delineado en blanco, un mapa que junta los continentes del mundo como si fueran uno solo, acompañado de un simple pero poderoso planteamiento: “Las fronteras matan: ¿debemos abolir nuestras fronteras? Sí o No.” De cada lado un marcador lleva el conteo de los votos del público, emitidos dentro de la muestra y actualizados a diario. Esta pieza, titulada Referéndum (2015 a la fecha), El efecto Francisco (2014 a la fecha) y La Asamblea del Partido del Pueblo Migrante (2017 a la fecha) forman parte del proyecto a largo plazo Movimiento Migrante Internacional (2010 a la fecha) con el que Bruguera busca evidenciar la crisis migratoria mundial de las últimas décadas. Desplazados, refugiados, “ilegales” y familias separadas se representan en una enorme sala pintada del mismo azul emblemático de las Naciones Unidas y entre banderas blancas con insignias –“Todos somos migrantes en algún momento”–, convocatorias para solicitar al papa Francisco la ciudadanía del Vaticano para todos los indocumentados y un manifiesto sellado con la frase: “La dignidad no tiene nacionalidad.”
No queda claro si todo esto es una crítica, un llamado irónico o un reclamo exigente con el que la artista expone las deficiencias de la ONU ante los problemas de la migración. Parece que Bruguera, en el intento de hacer lo que ella llama “autocrítica institucional”, se apropia del organismo internacional y de sus protocolos para mostrar lo que, a su juicio, son soluciones concretas. Claro que es pertinente para los tiempos que vivimos, pero los planteamientos –eliminar las fronteras o que el papa extienda la ciudadanía a todo indocumentado– son tan ambiciosos que las piezas se quedan en el plano de la denuncia: es imposible que tengan un impacto directo en las políticas públicas.
Sin embargo, la exposición es también un registro de los proyectos de Bruguera que ya concluyeron. Quedan videos, fotografías o documentos que no le hacen justicia a las iniciativas ni a sus ejecuciones. Debido a su naturaleza performática y participativa el Homenaje a Ana Mendieta (1985-1996), Memoria de posguerra III y III (1993-2003) y El susurro de Tatlin #5 (2008) pierden fuerza dentro del museo. Además, desaparece el cometido para el que fueron creadas: se vuelven representaciones, no acciones. (Bruguera lo sabe, y aprovecha para que el material se convierta en archivo.)
Por último, la muestra tiene la intención de crear una suerte de museo vivo, activo y activista. Una gran sala se destina a la gestión de la Escuela de Arte Útil(2017 a la fecha), un intercambio que sucederá del 7 de agosto al 5 de septiembre, y en el que artistas, estudiantes e instituciones discutirán las potencias transformadoras del arte y sus posibles impactos concretos. Es un intento por trascender los muros de la institución. Bruguera propone apropiarse del museo y convertirlo en una especie de laboratorio con injerencias fuera del arte, con efectos en las conciencias y en los comportamientos. ¿Puede el arte generar soluciones políticas tangibles? Varios de los proyectos de la Escuela de Arte Útil, al remediar por medio de propuestas artísticas ciertas carencias y conflictos, han tenido éxito a nivel local. Con estrategias focalizadas, el arte activista puede tener resultados efectivos, lo cual hace interesantes y valiosos los intentos de Bruguera por vincular al arte con lo político y lo social.
Hablándole al poder exhibe otros grandes proyectos –Autosabotaje (53a. Bienal de Venecia, 2009), El susurro de Tatlin #6 (versión para La Habana, 2009) y #YoTambiénExijo (2014 a la fecha)– que, como el resto de la exposición, nos hacen cuestionar las fronteras y pensar los puntos de encuentro entre el arte y el activismo, las contradicciones y limitaciones que esto supone, así como la capacidad revolucionaria del arte para el cambio radical pero viable. Si bien la utilidad no es un tema nuevo en la historia del arte, sí lo es plantearlo desde una escena activista que aspira a desestabilizar los sistemas hegemónicos. No obstante, los resultados no son completamente visibles y claros. ¿Qué tanto logran salir del museo? ¿De verdad es posible fisurar el poder desde el arte? ~

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