“La calma, la serenidad y la armonía, triunfan en este lienzo. Vestida con una capellina de lana y con una capucha roja en la cabeza, una joven pastora (tal vez la propia hija del pintor) se mantiene en pie delante del rebaño. Hace punto, bajando la mirada hacia su labor. En un paisaje monótono, que se extiende sin el menor accidente hasta la lejanía, está sola con los animales. El rebaño forma como una mancha de luces ondulantes, con los reflejos de las llamas del sol poniente. La escena es admirable debido a precisión y melancolía. Millet ha sabido observar hasta los más mínimos detalles, como las florecitas del primer plano. Juega con la perfecta armonía de los azules, de los rojos y de los dorados.
A partir de 1862, Millet pensaba en un cuadro de pastora guardando sus borregos. No habló de ello con nadie, pero Alfred Sensier cuenta que el tema “se había amparado de su mente”.
Una vez acabada, esta obra fue presentada en el Salón de 1864 donde recibió una calurosa acogida. “Cuadro exquisito” para unos, “obra maestra” para otros, la escena de lo más apacible seduce a todos aquellos que prefieren la evocación de los idilios campestres a los de la miseria campesina. Pastora con su rebaño obtuvo incluso una medalla y el Estado, hasta entonces poco interesado por Millet, deseó comprarla. Pero la obra ya estaba prometida al coleccionista Paul Tesse. Como número de otros Millet, este cuadro entró al final en las colecciones nacionales en 1909, gracias al legado de Alfred Chauchard, el director de los Grandes almacenes del Louvre.”
Jean-François Millet (1814-1875)
Pastora con su rebaño
Hacia 1863
Óleo sobre lienzo
Alt. 81; Anch. 101 cm
© RMN (Musée d’Orsay) / Hervé Lewandowski
Millet sintió toda su vida una fuerte nostalgia de lo rural, cuestión nada difícil de entender si tenemos en cuenta que había nacido en el seno de una familia de campesinos. Por regla general, en las primeras décadas del siglo XIX ser campesino era prácticamente equivalente a ser pobre y era casi seguro que quien había nacido en el seno de una familia de esa clase acabaría heredando la condición de sus padres. No fue éste el caso, sin embargo, de Jean François Millet (1814-1875) quien tras evidenciar en su primera juventud sus aptitudes para el dibujo, tuvo la enorme suerte de poder estudiar pintura en París, gracias a la obtención de una beca. Inició así una carrera consagrada a la pintura que ya no se interrumpiría hasta su muerte. Lograba con ello burlar a un destino que parecía condenarlo a las faenas agrícolas.
Millet no se olvidó nunca de sus orígenes. Aunque en sus primeros momentos se dedicó a pintar cuadros de tema mitológico, pronto descubrió que el mundo de lo rural y la vida de los humildes campesinos que él mismo había conocido en su infancia podían ser también un tema lo suficientemente atractivo como para ser llevado al campo de la representación pictórica. Y no sólo eso: en 1849 se instaló en Barbizon, una aldea relativamente cercana a París, dando así una clara muestra de desapego al mundo urbano que a mediados del siglo XIX crecía aceleradamente en Francia como consecuencia de las transformaciones de todo tipo que se estaban desarrollando con la revolución industrial.
No fue Millet el único que adoptó esa decisión. Por la misma época otros artistas siguieron ese curioso retorno a lo rural, hasta el punto de que suele emplearse la denominación de Escuela de Barbizon para definir el tipo de arte realizado por este grupo de pintores que pretendían reflejar la naturaleza en sus obras, a través de la representación del paisaje, tratando al mismo tiempo de plasmar los efectos de la luz, para lo cual solían realizar sus cuadros pintando al aire libre. Desde ese punto de vista, los pintores de la Escuela de Barbizon, a medio camino aún entre el romanticismo y el realismo, pueden ser considerados antecedentes directos del impresionismo.
Millet vivió de forma humilde en Barbizon prácticamente el resto de su vida. Pero a él no sólo le interesaba el paisaje natural, sino las labores que los seres humanos realizaban sobre él. De esa forma, muchos de sus cuadros se pueblan de humildes campesinos, de hombres y mujeres rurales sorprendidos en las faenas habituales de la vida cotidiana como la siembra o la siega. Sus obras pueden encuadrarse dentro de la pintura realista, ya que no hay en ellas ningún tipo de idealización, aunque tampoco pueda apreciarse interés por efectuar crítica social de algún tipo. Millet se limitaba a contar son sus pinceles lo que veía y, sobre todo, lo que el mismo había vivido en su infancia. Y eso le parecía suficiente. Pura nostalgia de lo rural.
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