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domingo, 21 de diciembre de 2014

Ricardo de Orueta, imprescindible escultor sin escultura

Una espectadora, ante diversos documentos. J. DOMÍNGUEZ
Una espectadora, ante diversos documentos. J. DOMÍNGUEZ


  • Una exposición del MUPAM hace justicia con Ricardo de Orueta, malagueño olvidado al que se le debe su lucha por la cultura como director de Bellas Artes en la República


Hay personajes tan secuestrados por el olvido que, el día que se conocen, la fascinación crece. Su figura se abraza a certezas tan ninguneadas como la lucha por la conservación del patrimonio cultural que emprendió el malagueño que hizo vida en Madrid como director de Bellas Artes en los años de la República, Ricardo de Orueta (1868-1939).
En Málaga ya nos había pasado más veces que los apellidos que sonaban a los guiris o a los del norte éramos nosotros mismos. Quizás por eso puede que pasen las décadas y los despistes sean igual de injustos. O que tenga que darse una carambola institucional y una efemérides redonda para que se recuerde a alguien con sangre mediterránea tan ilustre como la de Ricardo de Orueta, convertido ahora que se cumplen 75 años de su muerte en el protagonista de la exposición del Museo del Patrimonio Municipal de Málaga (MUPAM) 'En el frente del arte. Ricardo de Orueta (1868-1939)'. De una muestra enmarcada en el recate de su biografía emprendido por organismos que existen para actividades así como Acción Cultural Española.
Ricardo de Orueta fue hijo de familia bien hasta que la filoxera arruinó los negocios con vinos de sus padres, y no por eso dejó de ser él mismo. En su caso, no sólo se cumple la manida frase de ser cocinero antes que fraile, sino que el refrán emprende varias vueltas, en un sentido y otro, empujadas por necesidades muy concretas.
Fue lo que le ocurrió a Ricardo de Orueta tras un periplo parisino en el que no tuvo problemas en sacrificar todas sus inquietudes artísticas para afrontar la realidad. Pasó entonces a ser «el obrero con pantalón de pana» que creía en la República.
A partir de ahí puede entenderse una exposición en la que su biografía puede resumirse en la grandeza paradójica de un escultor sin escultura. De hecho, en las salas se rescatan frases en las que dejó claro cómo hizo real la petición de su padre de ser escultor, pero no a través de sus manos, sino de su obra. Sin esculpir. Lo fue gracias a su legado escrito e institucional, ya que su condición de importante crítico de arte se unió todo lo que hizo por lo escultórico, como director de Bellas Artes e impulsor del Museo Nacional de Escultura de Valladolid, en lo que fue un absoluto pionero.
Además, en la exposición se aprecia su convencido cultivo de la amistad. La de malagueños cercanos a la Generación del 27 como José Moreno Villa, o la de Alberto Jiménez Fraud, quien cuando fue director de la Residencia de Estudiantes lo nombró tutor. Y otras complicidades nuevas como la que le unió a Juan Ramón Jiménez, de quien se destaca en el itinerario una frase que da buena cuenta de la afición de Orueta por la fotografía de su cámara Leica.
Todo lo que hizo a nivel nacional, con aportaciones simbolizadas porla Constitución de la República o sus ayudas a Buñuel, Lorca y Margarita Xirgu, se aderezan en el recorrido con alusiones a la omnipresencia que Málaga tuvo en su carrera.
De hecho, sus declaraciones de monumentos no sólo llegaron a los principales de la capital malagueña, sino que siguió con pasión las excavaciones de Gibralfaro o impulsó la restauración de la Alcazaba. La comisaria María Bolaños recordó también susconstantes peticiones de registros del Prado para que recalaran en Málaga, hasta el punto de hacer «un gran museo del pequeño que había en San Telmo». Y gracias a él llegaron cuadros como el de Gisbert sobre Torrrijos. O, incluso, Bolaños rememoró una anécdota mejor. Cuando los incendios de iglesias de 1931, Orueta preguntó por una pieza de Pedro de Mena, de cuya obra fue gran divulgador, y quien hizo la quema la rescató en secreto.
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