En terapia.En charla con el doctor Abadi, la artista plástica se siente rebelde, guerrera y, también, genial. Memorias de una transgresora.
Marta, te veo y se me vienen los términos "persona", "artista", "vanguardia", "prestigio nacional e internacional", "creatividad". ¿Te sentís definida con esto que te digo?
Siento, desde que nací, una rebeldía brutal ante todas las cosas. Inclusive hasta ante lo que vos decís: eso para mí no existe. Me siento contenta porque el arte me lleva por el mundo y me dio todo. Siempre viajo por arte, todo lo que hago es por la dirección que tengo con el arte, mi vida está plena gracias al arte. Me tengo una confianza tan brutal que creo que soy una genia y no me importa decirlo, no me importa que me critiquen porque sé que estoy en la avanzada.
¿El arte es algo que vos manejás o sos pasajera del arte y te lleva?
Así es. No lo llegas a manejar porque es una fuerza universal ¡tan grande! Es como si vas a la Vía Láctea, ¿entendés? Lo que me interesa es romper, romper y romper. Y, a través de los esquemas establecidos, producir algo que aún tiene la belleza de los griegos: la vitalidad de mis "happening". Al descubrir que era artista, seguí para adelante. Hice videoarte, arte conceptual, pop art, las esculturas cortadas, instalaciones. La Menesunda fue la primera instalación.
Dijiste que sos pasajera del arte. Eso es que te brinda una identidad distinta a la de la cédula, a la de la foto, a todas esas identidades que rompés.
Soy una guerrera. . Siento que soy de otro planeta, que no tengo nada que ver con nadie. ¡Es impresionante! Buenos Aires me parece tan convencional... Nueva York, no. En Nueva York voy para todos lados, tiene mucha energía. Viví 13 años afuera.
¿Dónde?
En NuevaYork y en París. En París me aburría, me parecía todo establecido, así que me fuí a Nueva York, que es genial, donde hice las cosas más de avanzada y que ahora se están reconociendo en el Museum Of Modern Art (MoMa) y otros lugares. En Buenos Aires, necesito el taller. En Nueva York, con la calle te basta porque es todo libre, entonces podés crear en un bar cualquiera. El grave problema es que acá la gente me conoce y no me gusta, voy toda camuflada. Soy feliz en Nueva York, en París y en Madrid porque la gente no me habla. Acá, por la calle me dicen: "Marta, te amo".
Hay algo más por lo que no te gusta que te reconozcan.
"Frozen", el congelamiento. No me gusta que me congelen.
Lo que vos hacés con el arte es romper la convención del tiempo.
Mucho tiempo trabajé sobre el arte. Mis construcciones simulan ser esculturas, pero no lo son. En la escultura tenés que buscar el volumen, la línea y todo eso. Yo no, yo represento ideas. Tengo esculturas que representan los días de la semana y todas tienen un sentido, o los meses, o mi obra de los rostros cortados que están contemplando la eternidad. Esas esculturas son como fragmentos del universo que traigo para acá.
Tu arte es una denuncia del simulacro. Por eso rompés siempre. ¿Hay una preparación mental para esto?
No. ¿Viste que yo hice un par de cosas cerca del Obelisco? Como el Obelisco de pan dulce. Recién venía por ahí y dije que para que Buenos Aires brille, el Obelisco tiene que tener la hoja dorada.
Quiere decir que tiene que haber una disponibilidad.
Sí, tengo el inconsciente abierto, entonces me entran las cosas. A veces creo que la mente es una esponja que capta el inconciente colectivo de lo que la rodea.
Para vos la inspiración está íntimamente asociada con el cambio.
Modifico el entorno. Creo que el arte es una energía tal que te hace quebrar esquemas: por eso lo de vivir en el arte. El arte busca descolocar para hacer crecer, porque el arte es para los demás. La mitad del arte que hago es para los demás.
Romper, trasgredir, innovar.
Descolocar a la gente que está encasillada, que cada día va al mismo lugar y no mira alrededor, no mira el cielo, no mira la luna. Ve sin mirar, mira sin ver.
Contame algo de tu niñez.
Tenía 10 años. Me creía Van Gogh, entonces pensaba que me tenía que suicidar. Alberto Greco, que era mi mejor amigo, se suicidó. El suicidio era una forma de estar en el mundo.
Pero nunca intentaste llevarlo a cabo, ¿no? ¿Cómo se articula esa pasión y fascinación por la muerte?Era una obra de arte, la muerte era parte de la obra. Por eso se suicidó Greco. Hacía lo de vivir en arte y filmaba a la gente. Se suicidó y se escribió "fin" en la mano.
La idea de ser y dominar la muerte.
Claro. Decidir sobre tu propia vida al extremo total. Después, nunca lo hice.
El artista tiene un trabajo para desarrollar. Es una de las formas para superar la muerte.
Mirá cómo la pretendía yo... Quería comprar un espacio de televisión alrededor del mundo, por Internet. En 24 horas quería sentarme en un trono con rayos láser, donde se proyectaran todas mis obras, mis "happening" y todas mis esculturas de bronce por arriba. Entonces yo me sentaba y me inyectaban cianuro. Ahí, las esculturas de bronce se empezaban a fundir y yo me fundía. El horno crematorio estaba abajo: es como se hacen las esculturas, por debajo de la tierra. Y todo el mundo me veía 24 horas morir y convertirme en cenizas. Esa es una obra que nunca hice. Es una obra genial porque es supercolorida.
El problema es que te cuesta la vida.
Pero te ganas la eternidad.
¿Tus padres eran artistas? ¿Cómo surgió esto en vos?
No lo sé. Iba a un colegio del Estado y en segundo grado sabía que quería ser artista plástica. A los 11 años, mis padres no querían. Querían que hiciera el secundario. Me fui sola a hacer el curso de ingreso a Bellas Artes y entré. Tenía 12 años y podías entrar porque era una escuela libre. Hasta los 16 estuve ahí y después me fui a París. Falsifiqué mi edad y me casé: siempre aceleré el proceso de ser yo. En Bellas Artes aprendí a dibujar, me sacaba todo 10, pero después tuve que desaprender lo que había aprendido para poder liberar.
¿A qué se dedicaba tu padre?
Era médico, pionero en el sur. Mi madre era poeta.
¿De quién aprendiste mucho?
De Alberto Greco. Después, de Salvador Dalí, a quién conocí mucho.
¿Lo conociste?
Sí, yo vivía en Nueva York. Me había ganado una beca. No tenía un centavo. Yo estaba con un amigo que conocía a Dalí, había sido modelo suyo. Dalí vivía en el St. Regis Hotel. Fuimos a una gran fiesta, vimos que había dos pares de patines en la puerta y los agarramos. Después nos dimos cuenta de que era una obra de patinadores: nos sentimos tan culpables que dijimos que por tres meses íbamos a vivir, dormir, bañarnos, todo con patines. Nos hicimos famosos por vivir en patines en Nueva York, salimos en The New York Times. Dalí nos mandó a llamar y, a partir de ahí, fui su amiga. Iba todos los días. A los 70 años, tenía una energía enorme y era el ególatra más brutal. Pero aprendí a ser yo misma en toda la potencia que se puede ser. Y con simpatía porque Salvador era muy simpático. Era genial.
¿Qué convierte a una azucarera en una obra de arte?
Depende de que el artista sea auténtico y sienta que es arte, nada más que eso. Podes señalar el tacho de basura y decir que es arte. Hay muy buenos escultores y buenos pintores, pero pocos artistas.
Tu marido es economista.
Sí. Mi hijo Facundo trabaja en un banco, mi hija Gala está entre la economía y el arte. Mejor, así si me muero saben cómo organizar entre los dos.
¿Cómo conociste a tu marido?
Mi padre y el de él se conocieron en un barco. Y nosotros, a través de ellos en la playa. Una vez yo le dije "vení al sur" y ahí nos enamoramos. Nos casamos antes de irme a París.
Son muy distintos en el carácter.
Totalmente. Me soportó todo y yo también a él. Es una persona ordenada.
¿Facu y Gala son parecidos a él?
Sí. Nadie se puede parecer a mí. ¡Qué bien que los eduqué! ¿Sabés por qué? Nació uno cada quince años y me pude dedicar. Un hijo único era mucho y después nació otra hija única. Facundo ya estaba en otra. Es difícil tener hijos y ser artista.
¿Sufriste pérdidas significativas?
Cuando tenía 16 años se murió mi hermano de leucemia. Busqué en todas las religiones. Tanto que, en un momento, hice espiritismo, era vidente y ¡casi abandono el arte por esas cosas! Vi que mi hermano se iba a morir y se lo anuncié a mis padres. Fue terrible porque mis padres se volvieron muy locos.
¿La fantasía del suicidio fue anterior o posterior a eso?
A los 13 años, a los 20, a los 30 y después se acabó. A los 30, después de toda la droga que había tomado, que había sido hippie y todo lo que había hecho, ya me sentía de mil años. En esos viajes te ves las manos y sos una anciana, viví demasiadas vidas.
¿Te juntás con amigos?
Tengo amigos de toda la vida. Ellos vivieron aventuras similares en París y en Nueva York. Algunos han vuelto, otros viven allá. Los mantengo, son artistas. ¿Te acordás de cuando me detuvieron en Ezeiza? Fue lo mejor que me pasó: corté con las drogas pesadas. Estar 24 horas en una celda vip me hizo dar cuenta de que perder la libertad era morir totalmente. No consumí más drogas ni alcohol.
Si tuvieras que recuperar un momento feliz tuyo, ¿cuál fue?
Estar en el festival "Be-In", en Nueva York. Eso fue en el ‘68, por esos años. Es el festival del ser y estar, ser y estar sería lo mismo. Fue un gran festival en el Central Park, donde todo el mundo estaba descalzo, con flautas... era maravilloso.
Qué lindo, Marta. ¡Me encantó! Fue una entrevista hermosa.
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