Carlos Franco
CARLOS FRANCO. TRAS LA MÁSCARA
Artista autodidacta, Carlos Franco pertenece a una generación de pintores, junto a Carlos Alcolea, Rafael Pérez Minués, Guillermo Pérez Villalta y Luciano Martín, con Luis Gordillo y Juan Antonio Aguirre como precursores, que en el marco de la denominada “Nueva Figuración Madrileña” se alejó de los esquemas informalistas que habían dominado la escena artística de los sesenta con el grupo “El Paso” y sus secuelas, reivindicando el “viejo oficio de la pintura” y el “caballete”.
Estos pintores renovaron el panorama de los setenta al introducir las corrientes frescas del “pop art” británico, influyendo decisivamente en el desarrollo del arte de los años ochenta. La obra de Carlos Franco no se puede encasillar fácilmente, y aunque comparte rasgos comunes con los pintores de su generación, tiene unas notas personales de gran originalidad, manteniendo un diálogo fluido entre abstracción y figuración con una abierta tendencia a introducir elementos surrealistas. Su interés por la mitología, la magia, las culturas primitivas y el psicoanálisis hacen que su obra evolucione continuamente, explorando temáticas y técnicas con elasticidad, desde el uso de pinturas fluorescentes a las posibilidades de la tecnología digital.
El recorrido que inició en sus primeras exposiciones, Pamplona 1971, Madrid 1972, ha sido extraordinario y jalonan un viaje en el que el artista ha mantenido una búsqueda de un sentido mágico de la realidad, cargada de elementos simbólicos de la mitología clásica y las culturas primitivas. El interés por los clásicos grecolatinos se materializa en la una edición ilustrada de la Eneida de Virgilio en 1988, obras como “Isquia presintiendo a Diana”, “Dionisios despejándose de la tiara” o “El mandado de Venus”, y sobre todo en su obra más importante hasta el momento, la fachada de la “Casa de la Panadería” de la Plaza Real de Madrid. Un fantástico telón, en el que conviven tritones y cariátides con un embozado goyesco. Maridaje entre pasado y presente, entre arquitecturas imperiales y el Madrid cosmopolita de finales del siglo XX.
Dentro de su heterogénea obra destaca una interesante producción que se agrupa en torno a tres temáticas, el Harem, los paisajes y el banquete, en las que agudiza el sentido alegórico y “manierista”, que le permite unir artistas tan diversos como el Greco, Picasso, Rubens, Bacon, o Dufy, de su pintura. El Harem representa un espacio irracional y sensual, ya desvelado por Ingrés, en el que reflexiona sobre el egoísmo del deseo y la mirada en obras como “Fuego Externo del Harem” o “Noche de Luna en el Harem”. Su interpretación del paisaje esta ligada a los espacios abiertos, y a la experiencia personal de un grave accidente que le mantuvo postrado en una habitación, el paisaje que vislumbraba a través de la ventana es para Carlos Franco la libertad, un espacio físico y emocional libre de las cadenas de la inmovilidad.
En estos paisajes la pincelada cobra gran importancia y aplica, ampliando ese horizonte de libertad, nuevas tecnologías para reproducir digitalmente las imágenes. Sus series ayudarán a revalorizar este género desahuciado y desterrado por las vanguardias. (...)
En estos paisajes la pincelada cobra gran importancia y aplica, ampliando ese horizonte de libertad, nuevas tecnologías para reproducir digitalmente las imágenes. Sus series ayudarán a revalorizar este género desahuciado y desterrado por las vanguardias. (...)
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