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sábado, 9 de abril de 2016

La importancia de los símbolos pictóricos




                 

Sin Ceres ni Liber, Venus se enfría)

Hendrick Goltzius
Tinta y óleo sobre lienzo
1600-1603

Ya no es el caso, porque en nuestros días la pintura es solo un arte decorativo y el artista ha perdido su papel en la sociedad, pero desde el Renacimiento se esperaba del pintor que contara historias, que emocionara, creara ilusiones y convenciera, no bastaba una simple representación de una imagen por muy real que fuera. Ahora el mercado del arte ha viciado el oficio de artista de tal forma que nada tiene que ver con él, se valora más la firma que la calidad de la obra, y hasta la palabra “artista” es irrisoria y más propia de un fontanero o un cantante. Hace muchos años, dibujar una obra como la que mostramos era un acto mucho más complejo que el de representar en un papel cuatro medias figuras, y observarlo era un acto enriquecedor para quien sabía interpretarlo, porque contaba algo que hacía reflexionar y recuperar sensaciones adormecidas. Para ello había que educarse en el alfabeto visual y saber interpretar los símbolos pictóricos que desde la antigüedad clásica poblaban las leyendas y las creencias en las que se basaban los principios éticos de las personas. Fijaos en lo que nos cuenta esta obra:
Su título en latín “Sine Cerere et libero friget Venus” se traduce como “Sin Ceres ni Liber, Venus se enfría”. Ceres es la representante aquí de los alimentos (cereales) y Liber el de las esencias (Baco o Dionisos), mientras que Venus representa la pasión amorosa. Por ello la imagen trata de que sin comida ni bebida no hay pasión. Un sátiro ofrece a Venus un racimo de uvas (símbolo de las bebidas espirituosas, y por ello también de los abusos y desmanes, aunque en otras ocasiones las uvas representan todo lo contrario, la sangre de Cristo, la transustanciación de la persona en dios y viceversa).
Ceres, Deméter, era la diosa de la agricultura, las cosechas y la fecundidad, habitualmente representada con la antorcha en una mano y con un ramo de espigas de trigo en la otra, aunque también con la cornucopia, el cuerno de la abundancia, que es el cuerno de la cabra con la que jugaba Zeus y símbolo de la falta de hambrunas. Ceres siempre tiene los pechos muy grandes, pero en esta ocasión la composición los tapa con los frutos que ofrece a la diosa de la sensualidad, que es quien nos muestra una desnudez laxa, fría, frígida.
No hay ganas de sexo sin el combustible de la comida, ni sin la marcha y la alegría picante del exceso inhibitorio, y sin el sexo el amor se adormece, duda.
En primer término un amorcillo alado, un cupido, es quien sostiene la antorcha de la pasión y quien pregunta al espectador si debe o no atizar el fuego de la pasión que ha abandonado a la bella Venus, su arco preparado en la espalda y sus flechas guardadas en su aljaba.
“¡Bien comío y bien bebío, ¿qué más quieres, cuerpo mío?!”, canta el dicho andaluz desprendido de las antiguas leyendas sicilianas que sacaron a estas diosas griegas del olvido durante las hambrunas del siglo II de nuestra era, (¡Ah, aquellas épocas en las que los dioses eran femeninos!) y las pasearon en torno al volcán para conjurar las epidemias de hambre que diezmaron a la población.
De este genial dibujante de extraño nombre debemos aprender la gracia de las pinceladas de color rojo que ponen el énfasis en las partes más tiernas y calientes, la exquisitez de las formas redondas y la apretada composición de las figuras que, aunque no caben en el lienzo de cuerpo completo, lo que ya entonces comienza a criticarse, mantienen su presencia en orden jerárquico, para una narración mítica y subyugante digna de presidir el mejor banquete.
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