Anselmo Piccoli (* Rosario (Argentina), 4 de septiembre de 1915 - †Buenos Aires, 12 de julio de 1992), pintor; uno de los grandes maestros argentinos del constructivismo abstracto.
A pesar de su militancia juvenil en la izquierda ortodoxa, jamás adhirió a los postulados estéticos del ‘realismo socialista’; por el contrario, consideraba la pintura abstracta y el arte en general en el espíritu de Bauhaus, como la más auténtica expresión epocal del siglo XX y en plena consonancia con su visión de la historia, acuñada por el materialismo dialéctico.
Otoño geometrizado. Óleo sobre chapadur (1967).
Fue cofundador de la Mutualidad de Estudiantes y Artistas Plásticos de Rosario, juntamente con Antonio Berni, Leónidas Gambartes, Juan Grela, Medardo Pantoja y otros. De formación clásica y gran colorista, emprendió, a partir de un período inicial figurativo, su camino hacia la abstracción, signado por la geometrización progresiva. Fue Gran Premio de Honor del Salón Nacional 1984.
Paisaje. Óleo sobre cartón (1955).
En la Academia Gaspary aprendió los rudimentos del dibujo y el color. En 1932 conoció a Antonio Berni: en ese año comienza la primera etapa de su producción pictórica.
En el XIV Salón de Otoño inaugurado el 25 de mayo de 1935, presentaron Berni y Piccoli una obra conjunta (lamentablemente perdida en los años de la dictadura militar): Hombre herido.
Lydia (retrato de Lydia Langbart, esposa del artista). Óleo sobre chapadur (1959).
El 5 de junio de 1943 se inauguró en el Museo Municipal de Bellas Artes Juan B. Castagnino la primera exposición de Piccoli.
Los elementos constructivos del cuadro se patentizan: sobre la base figurativa comienzan a reconocerse rasgos de creciente geometrización.
Balanceo formal. Óleo sobre tela (1986).
En 1969 tuvo lugar la primera exposición no figurativa de Piccoli. Éste es el momento del arribo del artista a la última etapa de su producción, que él mismo consideraba la consumación de su pintura, en tanto que genuina expresión de contemporaneidad: el constructivismo abstracto.
El arte es una suerte de empresa epocal. No es la creación de una sola persona, por más ingeniosa y creativa que sea. El artista es un trabajador del arte. Hay reglas que se deben seguir. Y hay responsabilidades. El artista es un ser ético, las reconoce y las cumple.
Anselmo Piccoli
Como muchos artistas de su generación, Anselmo Piccoli realizó cambios profundos en su obra a lo largo de los años. En medio del fragor de una modernidad que cobraba cada vez más fuerza en nuestro país, y ante la evidencia del anacronismo de los estilos pasados y de las academias, emprendió un camino que lo llevó a aventurarse en los nuevos modos de representar, y a replantearse su trabajo en diferentes momentos de su vida. Sin embargo, si hay algo que no puede decirse es que su obra sea inconsistente. Bien por el contrario, su consistencia se encuentra, justamente, en esas mudanzas, animadas por la comprensión, cada vez más clara, de la rigurosidad que supone ser uno de los artífices de ese producto de la humanidad al que denominamos arte.
El tránsito a lo largo de su trabajo pone de manifiesto no sólo una madurez plástica sino también intelectual. Para Piccoli, el arte no puede ser sólo expresión, escritura personal, proposición hermética. Hay ciertos requisitos que debe cumplir y el más importante es, sin dudas, el estar arraigado en su tiempo y entorno social. Un tiempo y un entorno que necesitan de cierto orden, de cierta racionalidad, de equilibrios y armonías. Un tiempo y un entorno en el que el arte ocupa un lugar.
“Es necesario dejar en claro que es por calidad, y no por eventual función ilustrativa, que el arte contribuye a la transformación del mundo, y contribuye a mejorar y crear nuevas relaciones entre el hombre y la realidad”. Con esta frase, el artista rosarino anuncia una suerte de programa estético, que lo aleja de la representación figurativa y lo aproxima al estudio de las formas y las estructuras que sustentan toda composición visual. Poniendo de manifiesto estas estructuras y formas, el arte realiza un aporte a las personas, entrena al ojo, destaca lo constructivo sobre la anarquía, apunta hacia la armonía como deseo y posibilidad.
Este programa toma fuerza a partir de la década de 1960, cuando la geometría comienza a cobrar protagonismo en sus pinturas. Las líneas, los planos y el color transforman a las superficies de las telas en espacios de investigación plástica, dejando atrás al volumen perspectivo de la representación naturalista de su producción anterior. El pasaje, aunque lento, es decisivo, porque está basado en una convicción que va más allá de planteos meramente estéticos. Se funda en una ética, en un compromiso con la contemporaneidad que, para el artista, no puede ser desoído.
La exposición Rigurosa armonía recoge un período de la producción de Anselmo Piccoli en el que la geometría ha alcanzado su más amplia plenitud. Es una etapa de madurez estética y teórica, en la que se percibe la seriedad con que asume la creación, separando esta tarea de toda relación con el ocio, la pura expresión o la espontaneidad. Para Piccoli, el arte es una empresa que implica una responsabilidad no sólo con el mundo del arte, sino principalmente, con el entorno epocal.
Por otra parte, sus obras de estos años ponen de manifiesto hasta qué punto la simplicidad formal y las variaciones cromáticas son capaces de construir una experiencia estética compleja. En cada una de sus pinturas se establece un problema o un desafío a resolver estrictamente a través de los elementos del lenguaje plástico. Así, la abstracción geométrica se demuestra como un campo de investigación en el que coinciden el desarrollo de un concepto y los procedimientos para materializarlo. “El pensamiento no es una cosa y a técnica otra – señala el artista –, la técnica es el mecanismo imprescindible para expresar y desarrollar el pensamiento”.
Los primeros trabajos en esta línea ponen el acento en la ortogonalidad del plano pictórico. Las direcciones horizontales y verticales van construyendo una estructura sólida, modulada por las intervenciones de un cromatismo suave. Éste suele ser el responsable del desenvolvimiento de un cierto ritmo que todavía no es protagónico. Obras como Color y forma, Presencia de estructuray Relaciones equivalentes (todas de 1968), establecen desde sus títulos la centralidad que poseen los problemas plásticos en desmedro de los temas extrapictóricos. Sin embargo, Piccoli no considera que la limitación a las herramientas básicas del lenguaje suponga una limitación de la creatividad. “Está comprobado que el arte que nace de la libertad es racional – asegura –, es la coherencia de un programa. El arte que nace de la necesidad, es anárquico, exento de estructura”.
En muy poco tiempo, los ritmos comienzan a ocupar un lugar cada vez más preponderante. La introducción de las líneas curvas y los círculos aportan a la construcción de un movimiento formal que se complementa en las dinámicas impulsadas por los contrastes cromáticos. Si bien la estabilidad de la estructura general no desaparece – debido principalmente a la potencia de un centro organizador que nunca se abandona y a los equilibrios visuales constantes – las pinturas adquieren una movilidad evidente, que se expresa también en los nombres que las identifican, como Asimetría en la simetría (1975), Estructura en tensión (1975) y Ritmos (1976).
De manera paralela, Piccoli emprende una serie de homenajes a ciertos pintores a los que admira. En ella se vuelven a filtrar ciertos residuos figurativos, pero sólo en la medida en que permiten poner de manifiesto las estructuras que subyacen a las representaciones clásicas. Como era de esperar, la serie toma como punto de partida una investigación: “Mi serie de los homenajes no me exigieron concesiones – afirma – por la simple razón, que no pretendí, como dejé aclarado en su momento, reubicar en el presente un pasado de la historia del arte; sería tarea imposible ya que las formas varían a través de las épocas. Mi actitud fue más modesta y cierta: busqué aclararme los procesos de realización de determinadas obras de grandes pintores del pasado, penetrar en la estructura subyacente de la representación figurativa y tratar de descifrar la sugestión poética de ese clima misterioso de intensa repercusión en el espíritu del observador”.
En los años siguientes, Anselmo Piccoli refina sus recursos plásticos, en un diálogo permanente con sus antecesores, sus preocupaciones personales y el momento en el que vive. “El individuo no es nada más que una célula del cuerpo de la humanidad – observa. Su aporte, por más importante que sea, existe gracias al conjunto de aportes del pasado del cual él ha salido, y de los contemporáneos, del cual él representa una ínfima parte”. Formalmente, el color adquiere un protagonismo cada vez más definido, se torna intenso y dominante. Pero de manera simultánea, desarrolla un conjunto de esculturas en las cuales son los materiales los que pasan a un primer plano. El juego de las formas se traslada al espacio sin perder de vista el fundamento estructural. Así, la introducción del volumen no supone ningún desvío de su programa estético, sino más bien todo lo contrario.
Los materiales suman un nuevo desafío a su producción pictórica de los últimos años. Las obras adquieren espesor debido a la adición de elementos rugosos que aportan texturas inéditas, y al reemplazo de las líneas por perfiles de aluminio que se proyectan hacia el espacio real. Estos trabajos poseen una gran personalidad y se desprenden de los desarrollos de sus colegas interesados también en las inagotables posibilidades de la abstracción geométrica.
Sin embargo, fiel a sus ideales, Anselmo Piccoli no ve en ellos el resultado de la expresión individual. Su preocupación sigue siendo la de aportar nuevos recursos a un arte que se inserta en su tiempo y en su entorno social a través de la potencia de sus formas. Dicho con sus palabras: “El símbolo del presente es anónimo, parece existir por sí solo. A pesar de ello, está imbuido de un inexplicable poder que radica en la magia de sus formas”.
Rodrigo Alonso
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