Cuando acudimos a un museo no solemos apreciar el milagro que supone que algunas piezas hayan llegado hasta nosotros y se pueda conocer tanto de ellas. Entre las historias que han hecho posible ese milagro destaca una reunión celebrada en Madrid hace 82 años, de la que apenas quedaba memoria. Dos centenares de los mejores especialistas del mundo, procedentes de veinte países, acudieron en 1934 a un congreso que sentó las bases de la museografía, aún vigentes.
Las conclusiones a las que llegaron entonces se citan en todos los manuales y han definido el modo en el que se nos presentan las obras de arte, la construcción de los museos, los servicios que prestan y aspectos de conservación que creemos muy recientes. Pero nadie recordaba la historia de cómo pudo celebrarse aquel congreso revolucionario en una España sacudida por otras revoluciones más tumultuosas.
En octubre de 1934, con la revolución de Asturias y la declaración separatista del «Estado Catalán», la reunión estuvo a punto de cancelarse. La paciencia y los esfuerzos que un puñado de hombres buenos puso sobre la mesa para lograr el apoyo político necesario es la historia que han rescatado dos investigadoras: Carmen Sanz y Alicia Herrero.
Su trabajo se ha convertido en un homenaje a quienes les han precedido en la profesión curatorial y les ha llevado a recorrer archivos en la Unesco, y en varias instituciones culturales españolas, sobre todo la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (RABASF). En ellos han podido encontrar cartas, actas, oficios y telegramas que nos hablan de las vicisitudes de aquellos pioneros de los museos que cruzaron medio mundo para asistir al congreso, sin saber hasta unos días antes, si la situación política permitiría que se celebrara.
Un esfuerzo enorme para lograr un éxito total que debe achacarse en buena medida a Francisco Javier Sánchez Cantón, subdirector del Prado, académico de Bellas Artes y diríamos «alma máter» del encuentro. La inspiración y los ánimos los encontró en el entusiasmo del director del Victoria & Albert Museum de Londres, Eric MacLagan; el del Rijksmuseum de Amsterdam, F.Schmidt-Degener, y el secretario general de la Oficina Internacional de Museos (OIM), el griego F. Foundoukidis. MacLagan, por ejemplo, realizó una encuesta mundial sobre «Modos de exponer» a la que respondieron cientos de instituciones. Pidió foto de las propuestas más avanzadas y el resultado fue un aluvión de materiales ilustrados de instituciones y paíes que no enviaban delegado, como Alemania o Rusia, pero también de Estados Unidos, Irán, China, Líbano, Argentina, Japón... ¡Si hubiera existido el «PowerPoint»!, bromean Sanz y Herrero. Pero Sánchez Cantón tuvo claro el valor de todo aquello y decidió exponer las propuestas más inspiradoras en tres salas de la Academia. Fue una «exposición de trabajo», según señalan las investigadoras.
Sumado a todo ello el gobierno de la República se volcó con aquel evento que ponía a España en el mapa cultural internacional. Ricardo Samper, entonces ministro de Estado (Exteriores) y exjefe de Gobierno, presidió la inauguración, que contó con figuras como Salvador de Madariaga. Durante la semana que duró, los medios de comunicación informaron profusamente de las sesiones y las actividades del Congreso. Casi como con las estrellas de cine, los periodistas seguían las visitas programadas: museos de Valladolid y Toledo, más las principales instituciones de Madrid. Hubo una gala en el Teatro Español con Margarita Xirgu. Tristemente, no pudieron visitar el MNAC en Barcelona, recién inaugurado, por los problemas de orden público citados. Se pueden leer muchos artículos en las hemerotecas, pero las únicas fotos que tenemos del encuentro son del archivo de ABC.
Sanz y Herrero han reconstruido el programa de aquellos «ilustres representantes del arte universal» desde las actas y el resto de documentos, inéditos hasta hoy. Su visita dio un gran impulso también a nuestros museos, puesto que desde el Prado al Arqueológico y la Academia renovaron algunas de sus salas para mostrárselas con orgullo. En la Biblioteca Nacional les encantó la muestra de dibujo español que preparó Lafuente-Ferrari, o la de Encuadernaciones del Palacio Nacional (Real). Incluso disfrutaron allí de una audiencia de etiqueta con el presidente de la República.
Hablaron de iluminación (natural y artificial) de calefacción y ventilación, de trampantojos con forma de ventana para hacer soportables espacios cerrados, de las necesidades del museo y las del público, de almacenes visitables. Con un total de 68 conferenciantes, dieron un vuelco a la disciplina, por no decir que asistieron al nacimiento de la museografía.
Aquí se impulsaba un sentido realmente ambicioso de cultura, en el que España quería tener un papel destacado. La misma España que se deleitaba con los nombres de la Edad de Plata y que, consciente o no, se deslizaba hacia la guerra fratricida, ofrecía todo el apoyo necesario a la vanguardia cultural del mundo. Se dio forma, en aquel Madrid hirviente, a los criterios para la conservación en óptimas condiciones de los bienes culturales custodiados por los museos, a la política de adquisiciones que debe seguirse, a la importancia de las exposiciones temporales como mejor gancho para atraer al público a propuestas experimentales...
Como cierre de esta investigación, la Academia de Bellas Artes, con su director Fernando de Terán al frente, ha decidido organizar un nuevo congreso internacional del 21 al 23 de noviembre con invitados de las mismas instituciones que entonces, para revisar las actas, la vigencia de aquella reunión de sabios y aportar enfoques actualizados. Será en la RABASF, y estará dirigido por Sanz, Herrero y su impulsor, José María Luzón.
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