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viernes, 1 de junio de 2018

Chagall, un artista «sobrenatural»



El Museo Guggenheim de Bilbao dedica una exposición a los años esenciales del artista y la influencia de los distintos «ismos» de París.



El arte de Marc Chagall, como la arquitectura islámica, es sincrético, está hecho de asimilaciones, encuentros, integraciones, decantaciones diversas de ideas, manifiestos estéticos o convicciones depuradas. Todo artista es un lenguaje, que es lo mismo que aseverar que se fundamenta en un estilo, que no es más que el talento para reflejar o interpretar el mundo. La existencia errante de Marc Chagall, un judío que nació en Rusia, que no es igual que un judío ruso, demostró que su identidad provenía más de las raíces de su comunidad que de esa patria en la que vino al mundo o esas otras posteriores por las que deambuló.

 Toda bóveda tiene una clave y la suya, más allá de su periodo de formación en la escuela de León Bakst, cuando el abogado Maxim Vinaver le prestó apoyo económico y el ayudó a soslayar las restricciones que la Rusia de los zares imponía a los hijos de Yahvé (los judíos tenían limitado acceder a ciudades como San Petersburgo), viajó a París en 1911, encontrándose con todo el movimiento pictórico que había arrancado con el impresionismo y se había bifurcado y multiplicado en tendencias y movimientos. A estos años, los que van primero hasta 1914 –comienzo de la Primera Guerra Mundial y fecha de su primera muestra monográfica en Berlín– y luego hasta 1919 (cuando es nombrado comisario de arte en la Rusia posrevolucionaria), centra la exposición que el Museo Guggenheim de Bilbao, con el apoyo de la Fundación BBVA, dedica a este creador de impronta personal y reconocible mundo pictórico.

 Durante su primera etapa en París, donde se encontró con las vanguardias, se trasladó al Montparnasse, a La Ruche («La colmena»), conocida entonces por recibir a «la bohemia artística de todas las tierras», donde entablaría amistad con los escritores Blaise Cendrars y Guillaume Apollinaire (uno de sus primeros apoyos y quien llamó a su pintura «sobrenatural»), pero también con artistas como el matrimonio Delaunay. Chagall entraría así en contacto con el orfismo, el cubismo o el surrealismo. Posibilidades que más que una influencia, dejaron trazos de sus aportaciones en un hombre que hizo de la pintura memoria y testimonio de su infancia y de su vida en el pueblo natal de Vitebsk, una aldea con trazas de ciudad, que acogía a una comunidad jasídica.
El pintor menos conocido
La muestra, comisariada por Lucía Agirre, intenta mostrar un Chagall distinto a los tópicos, alejado de los estereotipos que permanecen vivos sobre este artista. Y lo logra con, por ejemplo, el óleo inicial, «Mi prometida con guantes negros» (1909), retrato de su mujer, Bella; con un inaudito y original «Autorretrato (cabeza con aureola)» (1911), tan anticipatorio y moderno que puede evocar, aunque, por supuesto, no es lo mismo, a Dubuffet; o con esa serie de tintas chinas sobre soldados que retornan del frente, una obra que está determinada por la influencia de George Grosz, tan concienciado por el devenir de los hombres que padecieron la lucha de trincheras.

Aparte de los dibujos, algunos de una sencillez impresionante, la exposición es una demostración de que Chagall y su universo, ya resida en Estados Unidos o en Europa, proviene de sus años en Vitebsk y que, más allá del peso y el influjo de corrientes artísticas, su plástica y el universo simbólico de sus cuadros siempre emanaron de la tradición, el folclore y la literatura (religiosa o laica) del judaísmo, algo que reflejan composiciones como «Homenaje a Apollinaire» (1913), con referencias claras a Adán y Eva (pero a la historia de este mito que existe en el judaísmo y no en el cristianismo) o «El vendedor de ganado» (1912). También queda patente que forman «Se dice. El rabino» (1912) y «Tomando rapé. Rabino» (1923-26). O, sobre todo ese cuarteto de óleos de ancianos, conocidos como los rabinos, y que vuelven a reunirse excepcionalmente para esta muestra.

Fuente
https://www.larazon.es

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