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jueves, 16 de agosto de 2018

De pintar en la calle a triunfar en galerías internacionales: la historia del pionero Basquiat

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Se cumplen 30 años de la muerte del joven prodigio que reflexionó sobre el racismo mientras se codeaba con Andy Warhol y los neoyorquinos más VIP de los ochenta.

Por CRISTINA PLAZA



Jean-Michel Basquiat pintando en Suiza en 1983.

© Getty

Se cumplen 30 años de la muerte de este joven prodigio estadounidense de ascendencia latina que en tan solo 10 años pasó de estar haciendo pintadas en la calle, a exhibir sus cuadros en galerías de todo el mundo; de dormir en el parque de Washington Square, a secarse los pinceles sobre sus trajes de Armani. Cultivado y salvaje, vagabundo y rockstar, reivindicó la cultura negra en un mundo creado a medida de ricos y blancos. Dejó más de 1000 cuadros y otros tantos dibujos que desde su muerte no han hecho más que revalorizarse. En la actualidad es el artista más cotizado del mundo, solo por detrás de Picasso. Esta es la historia de Jean-Michel Basquiat, artista e icono; una figura única y asombrosa en la historia de la pintura.

Poco cuesta imaginar el calor achicharrante del pleno verano en Manhattan. Basquiat estaba de vuelta en Nueva York después de haber pasado unos meses de reclusión en su casa en Maui para superar su adicción a la heroína, cosa que aparentemente había logrado. Sus planes para la noche de aquel 12 de agosto de 1988 consistían en acudir con un amigo a un concierto de Run-DMC, alquilar una limusina, y dar una vuelta después por los clubes habituales intentando esquivar la ola de calor que asolaba la ciudad. Pero cuando su novia de entonces entró por tercera vez esa mañana al dormitorio, extrañada de que Jean-Michel aún no se hubiera despertado, los planes quedaron inmediatamente cancelados. Los de esa noche, y los de todas las noches venideras.

Jean-Michel Basquiat estaba muerto. Tenía 27 años.

EL CHICO RADIANTE

La precocidad fue una constante en la vida de Basquiat. A los seis años ya era socio del Brooklyn Museum. Con su madre, Mathilde, una diseñadora descendiente de portorriqueños, pasó incontables horas observando y absorbiendo a los maestros. Jamás recibió ningún tipo de formación académica. Sus posteriores reapropiaciones de Leonardo Da Vinci, Picasso, Pollock, Van Gogh o Dubuffet, pasadas por su filtro, son solo posibles gracias a la tremenda seguridad que su profundo conocimiento de la historia del arte le aportaba a la hora de pintar. En realidad daba igual cuál fuese el verdadero origen de los elementos que empleaba; cosas que en un principio tenían poco que ver unas con otras se convertían en conjunto, y sin quererlo, en algo nuevo, original, y cargado de significado.


Jean-Michel Basquiat alrededor de 1985.© Getty

También fue, desde muy temprano, un artista reivindicativo, en constante lucha contra el racismo, del que siempre hablaba con franqueza: “Los negros no estamos representados de forma realista en el Arte Moderno. Diría, más bien, que no estamos representados en absoluto”. Basquiat sentía además que desde las altas esferas del arte, le miraban como a “un mono que sabe pintar” y a menudo en las entrevistas interpelaba a los periodistas con cuestiones de este tipo. A mediados de los ochenta podía crear las piezas más codiciadas por los coleccionistas de ambas costas y ser el niño bonito en todas las fiestas del downtown, pero le costaba un buen rato conseguir parar un taxi, sencillamente porque nadie quería llevar a un negro.

La aparición en sus obras de personalidades de la cultura y el deporte como Charlie Parker, Miles Davis, Sugar Ray Robinson, Jesse Owens o incluso una Estatua de la Libertad negra no hace más que constatar un carácter orgulloso y una total determinación por colocar a sus héroes en el lugar que les correspondía. Su estilo tenía algo de infantil, pero el resultado era intimidatorio.
“PAGA LA SOPA, CONSTRUYE UN FUERTE, PRÉNDELE FUEGO”

Desde sus primeros pasos como artista callejero, Jean-Michel Basquiat configuró una personalidad deliberadamente enigmática. Con su compañero de instituto, Al Diaz, llenaba las paredes de la ciudad – y especialmente las del SoHo, donde se hallaba la mayor concentración de galerías de arte de todo Nueva York – con frases inconexas, eslóganes, poemas y preguntas. Firmaban con el pseudónimo SAMO, abreviatura de la expresión “SAMe Old shit” (la misma mierda de siempre). Todo el mundo se preguntaba por la identidad de SAMO y la intriga fue creciendo. En plena explosión del graffiti como nueva forma de expresión y tras varias disputas con Al Díaz, Basquiat decidió acabar con el personaje escribiendo sobre sus pintadas previas: “SAMO is dead” (SAMO ha muerto).

Aunque cambiase los muros de ladrillo por lienzos, las palabras nunca dejarían de estar presentes es sus cuadros, ya fuera en inglés, francés o español – hablaba los tres idiomas. Junto con los esqueletos y las calaveras, las coronas y las cicatrices, el uso de palabras como si de brochazos se trataran es uno de los símbolos predominantes en su obra. Nombres propios repetidos y tachados –“la gente tiene mucho más interés por saber qué hay debajo de algo tachado”, decía –y palabras volteadas o intencionadamente mal deletreadas.

Manejaba el arte del “corta y pega”, como antes lo habían hecho los poetas y escritores de la generación beat. Admirador de William Burroughs, al igual que Kerouac, Basquiat sentía debilidad por el jazz y en especial por el bebop, que escuchaba a todo volumen mientras pintaba. Incluso llegó a coquetear con el hip-hop (grabó e ilustró un single titulado Beat Bop), un estilo entonces incipiente, que desembocaría en toda una revolución cultural. ¿Basquiat pionero? Por supuesto.
WHO’S THAT… BOY?

Es una época de electrizante efervescencia en el corazón de La Gran Manzana. Todo el mundo es artista en los ochenta, todos quieren conocerse, las noches son como una gran yincana, saltando de inauguración en inauguración, de club en discoteca, y del after al estudio de cualquiera que tuviese un sofá para echar al menos una cabezada. Por entonces, Jean-Michel estrena su mayoría de edad tocando el clarinete en un grupo musical experimental con Vincent Gallo. Se mete de lleno en la escena nocturna y entra en contacto directo con redactores de revistas como Interview y directores de cine como Diego Cortez, que serían grandes impulsores en su escalada hacia la fama.

Músico, dj, poeta, filósofo, pintor, ¡incluso actor! … es un artista multidisciplinar que, lejos de dispersarse, tiene un objetivo claro: “Desde que tenía 17 años pensaba en ser una estrella –declaró años más tarde en una entrevista para el New York Times–. Incluso en los momentos en los que pensaba que mi trabajo no era demasiado bueno, he seguido manteniendo la fe”. Podemos decir que su talento era comparable a su ambición.

Además, la impactante presencia de Jean-Michel es el fiel reflejo de su universo de fuerzas divergentes: atractivo y jovencísimo hombre de raza negra con media cabeza afeitada para dejar sus rastas solo en la parte posterior. “Así es como si estuviese llegando y marchándome al mismo tiempo” – comentaba sobre su emblemático perfil en aquella época. Otras veces se dejaba una cresta de indio iroqués, e incluso se la teñía de rubio. Ni siquiera en el Nueva York de 1980 podría pasar desapercibido… aunque es evidente que tampoco lo pretendía. Desde Andy Warhol, que llegó a pagarle el alquiler de un apartamento en Great Jones Street durante cuatro años, a Madonna, con quien mantuvo un romance fugaz, o Rei Kawakubo, que le puso a desfilar sobre la pasarela luciendo sus diseños de Comme des Garçons, muy pocos podían resistirse a los encantos de Basquiat.

Jean-Michel Basquiat y Andy Warhol.© Getty

Y no solo por su magnetismo; muchas mujeres supieron ver también su talento. Más allá de las incontables novias (todas blancas) que pusieron sus apartamentos literalmente al servicio de su arte – Jean-Michel pintaba sobre puertas de nevera, ventanas, mesas y prácticamente cualquier superficie que encontrara – hay dos galeristas que fueron capitales para entender el éxito fulgurante de Basquiat. Una es la italiana Annina Nosei, que además de organizar sus primeras exposiciones en solitario y conseguirle contactos en Europa y Los Ángeles, puso a su disposición el sótano de su galería, que él convirtió en su primer taller propiamente dicho. Durante los dos años que duró esta relación, Annita Nosei mantuvo una presión constante sobre Basquiat para que no dejara de producir, e incluso le retiraba cuadros que él aún no había dado por finalizados, para venderlos.

La otra pieza fundamental es (la tremenda) Mary Boone, quien terminaría de catapultarlo al estrellato como previamente había hecho con David Salley Julian Schnabel. Esta joven brillante, agresiva y testaruda en los negocios, inventó las famosas “listas de espera”, un sistema duramente criticado pero tremendamente efectivo, consistente en vender por anticipado cuadros que aún no habían sido pintados. Esta maestría para crear expectativas desorbitadas, unida a la visibilidad que la prensa le otorgaba, se convirtió en la fórmula infalible para hacer de Basquiat el chico de moda. Cuadros por los que tres años atrás no se habían pagado más de 4.000 dólares, salían ahora a subasta quintuplicando su precio. Basquiat pasó de no tener ni para comer a ganar tantísimo dinero que no sabía –literalmente– lo que hacer con él. El peligro en todo esto es que el glamour y el alboroto acaban por eclipsar el significado de las obras de arte en sí mismas, y él fue, tristemente, buen ejemplo de ello.

NI CONTIGO NI SIN TI

Cuenta la leyenda que el primer encuentro entre Basquiat y Warhol fue fruto de la casualidad. El joven, que a los 19 años sobrevivía haciendo collages de tamaño postal y vendiéndolos por un dólar en la calle, vio a Warhol a través del ventanal de un restaurante. Sin pensárselo dos veces, entró en el local e interrumpiendo su almuerzo con el crítico de arte Henry Geldzahler, trató de venderle sus postales. Warhol le compró un par de ellas, eso sí, pidiéndole el dinero prestado a su compañero de mesa.

Hubo que esperar a 1982 para que fuesen presentados formalmente en una sesión de fotos en la Factory, durante la cual se toman instantáneas el uno al otro con una cámara Polaroid. A pesar de que el encuentro incluye un almuerzo posterior, Basquiat declina la invitación, alegando que debe volver a su estudio para seguir trabajando. Esa misma tarde, su asistente se presenta en la Factory con un lienzo de metro y medio cuya pintura aún está fresca. Se trata del famoso cuadro Dos Cabezas, en el que como su propio título indica, las cabezas de Andy y Jean-Michel ocupan equitativamente el espacio. De esta manera queda sellada la tan anhelada relación con el gurú del Pop Art, de quien Basquiat era admirador confeso. Warhol, impresionado, escribiría después en su diario: “¡Este chico es aún más rápido que yo!”

Aquella relación pasó a ser la comidilla del mundo artístico: Basquiat comenzaba a ser una figura emergente –de no haber sido así, es probable que Warhol no hubiese mostrado interés alguno por él. También es posible que existiera cierto encaprichamiento, aunque no hay constancia de que éste fuera correspondido. Muchos dieron por hecho que, dado que Andy no se encontraba en su mejor momento artístico precisamente, trataría de vampirizar, como tenía por costumbre, toda esa energía que el joven aspirante irradiaba. Éste, por su parte, era consciente de que el mundo del arte aun no le tomaba en consideración; podía ser portada del Times, pero todavía no podía ponerse a la altura de un Julian Schnabel, (objetivo que había expresado abiertamente en más de una ocasión). Así que cuando en septiembre de 1985 surge la posibilidad de colaborar artísticamente de cara a una exposición conjunta, Basquiat interpreta que el respaldo de Andy Warhol será su gran oportunidad para ser reconocido al fin como verdadero artista y no como la mascota de medio Nueva York.


Póster de una exposición de Jean-Michel Basquiat y Andy Warhol.© Getty Images


En los cuadros que crearon conjuntamente, cada uno se dedicaba a “desfigurar”, por así decir, la obra del otro. Warhol, que no había cogido un pincel en años, retomó el dibujo, mérito que Basquiat se atribuyó rápidamente. Preguntado sin embargo por la influencia que Warhol tenía sobre él, respondió en cierta ocasión: “Bueno, desde que nos conocemos, siempre llevo pantalones limpios”.

Lo cierto es que el resultado de aquella exposición conjunta fue desastroso. Las críticas resultaron ser mayoritariamente negativas y hasta un periodista, con muy mala intención, se refirió a Basquiat como “el perrito de Andy”. La sensación de humillación y fracaso para él fue tal, que, en una típica demostración de su temperamento, cogió un avión a Hawaii al día siguiente y jamás volvió a dirigirle la palabra a Warhol.
CABALLITO DEL DIABLO

Y es por eso que, cuando un año y medio después tuvo lugar la muerte repentina de Andy Warhol sin que entre ellos hubiera mediado posibilidad alguna de reconciliación, Basquiat quedó tan devastado que muchos de sus amigos marcan esta fecha como el comienzo de su bajada personal a los infiernos. Para colmo, de la mano de la heroína.

En los que nadie sabía que serían sus últimos días, Basquiat comentó con algunos de sus allegados su intención de comenzar una nueva vida, alejarse definitivamente de Manhattan y dejar a un lado la pintura. Sentía que en este sentido su camino ya estaba agotado y él estaba preparado para un nuevo giro vital, que podía pasar tanto por convertirse en escritor, como por conseguir un trabajo “normal y corriente”. Siendo la quintaesencia del artista, rebosante de talento, las posibilidades de seguir brindándonos obras de arte sin importar el formato, eran innumerables. Lo más triste es pensar que al final, una intoxicación aguda por mezcla de diferentes drogas se lo llevara por delante. Sí, efectivamente: la misma mierda de siempre.

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