CentroCentro repasa sus seis décadas de trayectoria
CentroCentro, espacio cultural dependiente del Ayuntamiento de Madrid, inicia una nueva etapa este otoño tras asumir su dirección artística Giulietta Zanmatti-Speranza y la primera muestra inaugurada en esta fase, en la que es previsible que ganen presencia las exposiciones dedicadas a autores consolidados, es “Botero. 60 años de pintura”, un repaso a la carrera del pintor colombiano en la que veremos sus bien conocidas pinturas en gran formato dedicadas a igualmente grandes modelos y también sus obras más recientes: acuarelas sobre lienzo.
La relación de Botero con Madrid es bien conocida y va más allá de su obra a pie de calle: el artista de Medellín residió aquí en su juventud y siempre se ha confesado influido por su estudio de las obras maestras de los fondos del Museo del Prado y de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, y también la capital le ha brindado con anterioridad muestras importantes, en el Museo Reina Sofía (1987) o en el Paseo de la Castellana (1994).
Desde que comenzara a pintar a sus quince años, ha desarrollado una obra extraordinariamente prolífica y también variada en sus técnicas (es autor de 3.000 óleos, cerca de dos centenares de esculturas y unos 12.000 dibujos a lápiz, carboncillo, pastel y sanguina), pero el estilo que le dio celebridad, caracterizado por su atención a los volúmenes, comenzó a desarrollarlo en 1956, residiendo en México y tras dibujar en su taller la forma de una mandolina. Su cavidad sonora la ejecutó muy pequeña, acentuando el contraste entre los contornos generosos que dio al instrumento y su centro minúsculo; así, la pieza resultaba tan monumental como deforme.
Aquella mandolina, como decíamos, fue el inicio de su lenguaje, basado en la monumentalidad de los cuerpos y el empleo de colores vibrantes; un estilo fácilmente identificable del que Botero nunca ha tratado de huir: Sin un estilo propio un artista no existe. Todos los buenos pintores han conseguido crear un estilo propio coherente con sus ideas, inmediatamente reconocible… Van Gogh, Botticelli, Ingres, Piero della Francesca, Vermeer, Velázquez, Giacometti o Tàpies… Si de algo estoy feliz es, primero, de haber vivido siempre de la pintura, incluso muy pobremente en mis primeras épocas en Nueva York, cuando vendía dibujos a diez dólares. Y, sobre todo, de haber encontrado un estilo propio. Una visión del mundo que no existía y que soy yo porque yo lo hago. El estilo es la capacidad creadora de hacer algo distinto que está dentro de uno y se plasma con gran emoción en el cuadro. Un ejemplo que ilustra esto es la forma más simple de la naturaleza: una naranja, que sin embargo es muy difícil de pintar. Lo magnífico es que cuando alguien vea una naranja en un cuadro, reconozca automáticamente que es una naranja de Van Gogh, de Picasso, de Cézanne o de Botero.
La retrospectiva de CentroCentro, comisariada por Cristina Carrillo de Albornoz junto a Lina Botero, se estructura en siete secciones correspondientes, las seis primeras, a los temas más habituales en su producción (Vida latinoamericana, Versiones, Naturaleza muerta, Religión, La Corrida, Circo) y la última a sus últimos trabajos, inéditos para el público: como decíamos, acuarelas sobre lienzo. Nos espera, por tanto, en CentroCentro un friso de músicos, bailarines, monjas, militares, especímenes de la alta sociedad, hombres poderosos y prostitutas; figuras algunas rescatadas de los recuerdos de su infancia y juventud y plasmadas desde la ironía.
En el capítulo centrado en sus Versiones, veremos sus reinterpretaciones de obras de Diego Velázquez, Piero della Francesca, Jan van Eyck y Pieter Paul Rubens (la pintura del de Siegen lo cautivó poderosamente desde su primer viaje a Europa en 1952) y en sus naturalezas muertas (Naranjas, Pera, Flores) podremos apreciar, quizá con mayor nitidez que en sus retratos humanos, las intenciones del autor en su carnalidad: una exaltación de la vida.
Botero acudió en su juventud a una escuela taurina, pero fue sobre todo su amor por los volúmenes el que le llevó a adoptar los toros como motivo artístico: en ese mundo descubrió posibilidades plásticas múltiples para jugar con procedimientos compositivos, luces y formas. El circo llegaría a su producción más recientemente, tras un viaje en 2006 a Zihuatanejo (México): visitó allí uno humilde, en el que se fijaría en la tristeza contenida de sus profesionales y en la plasticidad y poesía presente en su atuendo y sus números, ya captada por Picasso, Toulouse-Lautrec y otros autores ligados a las vanguardias.
Sus figuras circenses transitan entre el dinamismo y la quietud, rasgo habitual en los personajes de Botero; lo vemos en Payaso de blanco (2008), Contorsionista (2008), Músicos (2008) y Circo (2007).
Los mismos temas desplegados en el recorrido primero de la muestra se hacen presentes en sus acuarelas recientes, pero sí apreciamos cambios formales: se acentúa su sensualidad, que hace más patente la delicadeza del medio.
“Botero. 60 años de pintura”
CENTROCENTRO. PALACIO DE CIBELES
Plaza de Cibeles, 1
Madrid
Del 17 de septiembre de 2020 al 7 de febrero de 2021
Fuente
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