(Medellín, Colombia, 1932) Pintor y escultor colombiano. Fernando Botero se graduó en 1950 en el Liceo de la Universidad de Antioquia, sita en su ciudad natal. Posteriormente viajó a España para estudiar a los grandes maestros de la pintura española (en especial a Goya y Velázquez).
Sus primeras obras de retratos, paisajes y escenas costumbristas están realizadas con una pincelada muy suelta, que se irá empastando progresivamente, al tiempo que tanto la perspectiva como las figuras se hacen arbitrarias.
A principios de los años sesenta Fernando Botero se estableció en Nueva York, donde sus pinturas le granjearon una notable popularidad en el mercado artístico estadounidense. Entre sus obras más conocidas cabe destacar La alcoba nupcial, Mona Lisa a los doce años y El quite. Su traslado a París coincidió con sus primeros trabajos escultóricos, que compartían las características de su obra pictórica.
El estilo de Botero, plenamente figurativo, se caracteriza en lo plástico por cierto aire naïf y en lo temático por la representación de personas y animales siempre como figuras corpulentas, incluso claramente obesas.
En la década de 1980 Fernando Botero se convirtió en uno de los artistas vivos más cotizados del mundo, y algunas esculturas suyas realizadas en bronce, mármol y resina fundida (Mujer a caballo, Perro, La corrida, etc.) pasaron a ser parte integrante del paisaje urbano de muchas ciudades.
Pocos artistas hispanoamericanos han logrado tanta repercusión a nivel internacional como el pintor y escultor colombiano Fernando Botero. Su personalísimo estilo, que tiene entre sus rasgos más fácilmente identificables el agrandamiento o la deformación de los volúmenes, ha merecido la admiración tanto de la crítica como del gran público, que no puede sustraerse a la singular expresividad de una estética en la que las problemáticas humanas y sociales ocupan un lugar prioritario.
En la década de 1980 Fernando Botero se convirtió en uno de los artistas vivos más cotizados del mundo, y algunas esculturas suyas realizadas en bronce, mármol y resina fundida (Mujer a caballo, Perro, La corrida, etc.) pasaron a ser parte integrante del paisaje urbano de muchas ciudades.
Pocos artistas hispanoamericanos han logrado tanta repercusión a nivel internacional como el pintor y escultor colombiano Fernando Botero. Su personalísimo estilo, que tiene entre sus rasgos más fácilmente identificables el agrandamiento o la deformación de los volúmenes, ha merecido la admiración tanto de la crítica como del gran público, que no puede sustraerse a la singular expresividad de una estética en la que las problemáticas humanas y sociales ocupan un lugar prioritario.
Nacido en Medellín en 1932, Fernando Botero fue el segundo de los tres hijos de la pareja formada por David Botero Mejía y Flora Angulo de Botero. Aunque en su juventud estuvo durante un corto lapso de tiempo en la Academia de San Fernando en Madrid y en la de San Marcos en Florencia, su formación artística fue autodidacta. Sus primeras obras conocidas son las ilustraciones que publicó en el suplemento literario del diario El Colombiano, de su ciudad natal.
A los 19 años viajó a Bogotá, donde hizo su primera exposición individual de acuarelas, gouaches, tintas y óleos en la Galería Leo Matiz, y con lo recaudado vivió algún tiempo en Tolú. De su estancia allí saldría el óleo Frente al mar, con el que obtuvo el segundo premio de pintura, consistente en dos mil pesos, en el IX Salón Anual de Artistas Colombianos. El crítico Walter Engel, en El Tiempo del 17 de agosto de 1952, encontró que tenía "una composición vigorosa, bien construida y bien realizada", pero el escritor Luis Vidales lo criticó por su "inconceptual alargamiento de las figuras".
Viajó entonces Botero a Europa, donde residió por espacio de cuatro años, principalmente en Madrid, Barcelona, París y Florencia. Aunque ingresó en las academias mencionadas, siguió formándose a base de leer, visitar museos y, sobre todo, pintar, como él mismo diría. Luego viajó a México, Nueva York y Washington en un período de febril creación y escasos recursos económicos, acompañado de su esposa Gloria Zea. De nuevo en Colombia, Botero compartió el segundo premio y medalla de plata en el X Salón de Artistas Colombianos, con Jorge Elías Triana y Alejandro Obregón. Su óleo Contrapunto fue alabado por los críticos unánimemente, por su alegría contagiosa.
La camera degli sposi obtuvo el primer premio en el XI Salón Nacional celebrado en septiembre de 1958. En esta obra Botero logró deshacerse de una lejana influencia del muralismo mexicano y dirigirse, sin titubeos y por medio de su admiración a los artistas del Renacimiento italiano, hacia la consolidación de lo que alguien llamó el "boteroformismo".
El pintor había manifestado desde hacía cuatro años su admiración por el sereno monumentalismo de Paolo Ucello y por lo que Marta Traba llamó "un Renacimiento de piedra, por la concepción-bloque de las formas", que también manejó Piero de la Francesca; en el Homenaje a Mantegna, la exacerbación de los volúmenes y la concreción o formas geométricas básicas (que Walter Engel relacionó con las esculturas precolombinas de San Agustín) lograron el nacimiento de una pintura "profundamente original, tan antibarroca como anticlásica, tan antiexpresionista como antiabstracta", en palabras de Traba. De todas maneras, el premio en el XI Salón fue consagratorio.
Entre 1961 y 1973 fijó su residencia en Nueva York. Luego viviría en París, alternando su residencia en la capital francesa con largas estancias en Pietrasanta o su finca en el pueblo cundinamarqués de Tabio. Hacia 1964, Fernando Botero hizo sus primeras incursiones en el campo escultórico con obras como Cabeza de obispo, figura que, hecha en pasta de aserrín y con ojos de vidrio, tenía claras reminiscencias de la imaginería colonial barroca. A partir de 1975, en Pietrasanta, se dedicaría a la escultura con entusiasmo: "Parecía como si todo ese universo de figuras monumentales que fue desarrollando en la pintura -escribe Escallón- hubieran encontrado total eco en la tridimensionalidad. Hoy en día, la una alimenta a la otra. Gran parte de la riqueza imaginativa viene de la pintura, que le da ideas, soluciones, posibilidades... Botero desarticula la estructura pictórica para sintetizar la forma en una unidad escultórica".
En 1977 expuso sus bronces por primera vez en el Grand Palais de París. Tras cuatro decenios de labor ininterrumpida, su reconocimiento en el campo escultórico se hizo también universal. Apoteósica fue la exposición de sus enormes esculturas en los Campos Elíseos en París durante el verano de 1992, y en el año siguiente en la Quinta Avenida de Nueva York, en Buenos Aires y en Madrid.
Escultura en Buenos Aires
Entre 1961 y 1973 fijó su residencia en Nueva York. Luego viviría en París, alternando su residencia en la capital francesa con largas estancias en Pietrasanta o su finca en el pueblo cundinamarqués de Tabio. Hacia 1964, Fernando Botero hizo sus primeras incursiones en el campo escultórico con obras como Cabeza de obispo, figura que, hecha en pasta de aserrín y con ojos de vidrio, tenía claras reminiscencias de la imaginería colonial barroca. A partir de 1975, en Pietrasanta, se dedicaría a la escultura con entusiasmo: "Parecía como si todo ese universo de figuras monumentales que fue desarrollando en la pintura -escribe Escallón- hubieran encontrado total eco en la tridimensionalidad. Hoy en día, la una alimenta a la otra. Gran parte de la riqueza imaginativa viene de la pintura, que le da ideas, soluciones, posibilidades... Botero desarticula la estructura pictórica para sintetizar la forma en una unidad escultórica".
En 1977 expuso sus bronces por primera vez en el Grand Palais de París. Tras cuatro decenios de labor ininterrumpida, su reconocimiento en el campo escultórico se hizo también universal. Apoteósica fue la exposición de sus enormes esculturas en los Campos Elíseos en París durante el verano de 1992, y en el año siguiente en la Quinta Avenida de Nueva York, en Buenos Aires y en Madrid.
Escultura en Buenos Aires
Convertido ya en uno de los artistas vivos más cotizados del mundo, Botero no ha dejado nunca, sin embargo, de alzar la voz contra la injusticia y de mantener su arte en línea con la realidad histórica y social. Sirve para ilustrarlo una de sus más recientes series pictóricas, la que realizó sobre las torturas cometidas por los marines en la cárcel iraquí de Abu Ghraib (2003), en el marco de la ocupación norteamericana de Iraq. Presentada en 2005 en el Palacio Venecia de Roma, la fuerza turbadora de esta colección de cincuenta lienzos atestiguó además que el pulso y la creatividad del artista no ha menguado en absoluto con los años.
A partir de 1964, él creó un estilo original caracterizado por la representación de personajes con un físico disproporcionado voluntariamente. También, se inspiró de cuadros famosos de grandes pintores que caricaturó casi siempre (por ejemplo, Mona Lisa a los doce años, 1969). Botero también realizó esculturas inspirándose de los temas esenciales de su pintura.
El arte europeo y los clásicos del Renacimiento lo inspiraron. La belleza y el amor fueron las exigencias primordiales de Botero. Cuando le preguntaron por qué sus personajes eran gordos les contestó : « GORDOS, mis personajes ? No, ellos tienen volumen, es mágico, es sensual. Y esto es lo que me apasiona : encuentro el volumen que la pintura contemporánea ha olvidado completamente.. ». En 1992, sus esculturas gigantes poblaron los Champs-Elysées en París. Los sentimientos de violencia aparecen casi nunca en sus cuadros.
Colombiana y universal, aparentemente ingenua y profundamente analítica, la obra del colombiano Fernando Botero ha merecido un reconocimiento unánime. Artista de formación autodidacta, en su pintura se pueden rastrear las influencias de su etapa florentina, especialmente en el recurso a modelos de inspiración renacentista (le influye la obra de Ucello y de Piero della Francesca). Mucho más acorde con su carácter y sus raíces, hay también en su obra una fuerte presencia de la pintura colonial y popular de la Colombia del siglo XIX, además de la influencia de la escuela muralista. En el esmero preciosista de su técnica pictórica se encuentra la presencia de los grandes pintores del barroco español y la fuerte personalidad de Goya.
El rasgo más peculiar de su personalidad creadora, que hace fácilmente reconocibles sus cuadros, es su particular concepción y expresión de los volúmenes: hace que las figuras protagonistas de sus lienzos sufran un agrandamiento que resulta desmesurado para el reducido espacio pictórico en que se las hace habitar. La imagen deformada que lleva su pintura al terreno de lo grotesco es el componente de humor crítico que expresan sus lienzos. Conjugando gigantismo y humor, sus monstruos sobrealimentados, de vientres hinchados y actitudes rígidas, son una crítica sarcástica a la sociedad actual. Por otra parte, esta pintura de lo feo se combina con un gran virtuosismo técnico, percibiéndose en el trasfondo de sus obras la pintura de Velázquez y de Goya.
Desde finales de la década de 1950, Botero fue "engordando" sus volúmenes y desalojando fondos y perspectivas ante el arrollador e incontenible ímpetu de aquéllos. Se vale de una pincelada cada vez más refinada y de un dibujo "pictórico" en cuanto moldea la forma en lugar de delimitarla, estableciéndose al mismo tiempo como un sensible y rico colorista. "Posteriormente, su pincelada -en un principio enfatizada y concreta, permitiendo entrever la estructura del cuadro- va haciéndose menos notoria, al tiempo que sus figuras, objetos y frutas van adquiriendo una opulenta sensualidad, no sólo con la amplificación sino con la aplicación cuidadosa y delicada del pigmento. Sus perspectivas son a veces arbitrarias, como lo es la escala de las figuras, que varía de acuerdo a su importancia temática y compositiva", escribió Eduardo Serrano.
La polémica sobre lo feas y grotescas que pudieran parecer las figuras de Botero se ha ido disipando con los años. En cuanto a la cuestión caricaturesca, el pintor dijo: "Deformación sería la palabra exacta. En arte, si alguien tiene ideas y piensa, no tiene otra salida que deformar la naturaleza. Arte es deformación; mis temas son satíricos a veces, pero la deformación no lo es, pues yo hago lo mismo con las naranjas y los plátanos y no tengo nada contra esas frutas".
Marta Traba, refiriéndose a la exposición en el Museo de Arte Moderno de Bogotá, de 1964, dijo: "El mayor problema que plantea la muestra de Botero es el de la fealdad; es difícil de aceptar porque se refiere a una apariencia; está maltratando únicamente la superficie, el volumen o la dimensión normal de las cosas. No es una fealdad moral, de adentro, de contenidos, que traduciendo la esencia dramática del hombre llega a producir monstruos. Nada de eso: la fealdad de las figuras de Botero es lo que está, ni más hondo ni más lejos de lo que está. Se presenta como una invención enorme y mítica de formas nuevas, tan distintas a las reales que no aceptan con ellas comparación alguna. El Papa negro no es la caricatura de tal o cual personaje vivo. No; es un volumen que a fuerza de crecer, de avasallar, de ocupar compulsivamente el espacio y de eliminar cualquier punto de referencia, llega a asumir perfectamente el papel de todo. Cada forma de Botero pretende ser, así, un mundo total. En el artista convive también el poco ceremonioso cuentero antioqueño, lleno de sentido del humor... En sus cuadros es fascinante leer un sinnúmero de historias en las que, como en los cuentos, la culebra, la mosca o la manzana están ahí porque se necesitaban para completar la composición".
Botero es un artista plenamente latinoamericano. "Soy el más colombiano de los artistas colombianos, aun cuando he vivido fuera de Colombia por tanto tiempo". Sus grandes temas siempre han tenido la presencia del país. Cuando no pinta a Colombia de manera física (pueblos, montañas, banderas y bares) o cultural (vírgenes, santos, presidentes, prostitutas, monjas o militares), se la puede intuir incluso dentro de sus versiones de las grandes obras de la pintura universal. "Botero es un auténtico representante del arte latinoamericano -escribe Ana María Escallón- no sólo por sus temas sino por su realismo mágico. Trabaja a partir de un mundo conocido y recordado, pero en él aparecen y suceden muchas cosas maravillosas: la composición sobre un fondo color vino de ocho prelados amontonados unos sobre otros como si fueran frutas de un bodegón, del óleo Obispos muertos (1965); la desmesurada desproporción entre la diminuta primera dama y el gigante militar, con una minúscula taza, del óleo Dictador tomando chocolate (1969); la presencia de una babilla y una serpiente en el piso de la sala, del carboncillo Familia con animales colombianos (1970)."
La muerte ha sido otro de los temas recurrentes de su pintura; desde esos Obispos muertos (1965) y El asesinato de Ana Rosa Calderón (1970) hasta la magistral muestra La corrida (1985), que viajó por Europa y Estados Unidos. La corrida muestra, además, cómo Botero asume las temáticas de una manera personal, incrustando sus figuras dentro del universo plástico creado por él. A propósito de esta obra, se ha escrito: "La corrida recoge toda la experiencia global del Botero pintor; es un universo particular en el que sin mayor esfuerzo podrían reconocerse resonancias de todos los universos particulares que ya ha creado Botero: el universo particular del poder con sus familias presidenciales y sus generales, el universo particular de la gracia y el pecado con sus episodios de santos, obispos, demonios y casas de citas; el universo particular colombiano con sus bodegones y paisajes y festejos nacionales; el universo particular del arte, del cual se nutre constantemente y al cual se refiere una y otra vez en toda su obra". Botero es, sin duda, el pintor colombiano de mayor resonancia universal.
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