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sábado, 5 de julio de 2014

La gran lección del arte


XAVIER BRU DE SALA
Escritor

La gran lección del arte


Joan Fontcuberta, fotógrafo reconocido como uno de los mejores artistas visuales del mundo, acaba de proporcionarnos una enorme lección. Invitado por Toni Soler, comisario del Tricentenari en Barcelona, ha conmemorado el 11 de septiembre con un beso gigantesco, explícito y anónimo, el primer plano de unos labios que se besan, reproducido en la portada de EL PERIÓDICO de ayer y destinado a dar la vuelta al mundo bajo el lema El beso de Barcelona.
No es que la imagen de Fontcuberta vaya convertirse en símbolo, sino que nace como símbolo, no de los hechos de entonces, porque hubo sangre y de fuego, sino de los actuales. Mientras los ideólogos, la prensa y los grandes partidos de la España oficial, alineados bajo el lema del expresidente Aznar según el cual antes se dividirá Catalunya que España, los catalanes se identifican con el símbolo del beso. La cultura, el arte, irrumpen en el proceso con un mensaje tan universal como contundente. El antídoto de la caspa. Un beso tan naíf como la obra de Gandhi, Mandela y Luther King.Determinación no significa enardecimiento. El beso es un pacto con la pulcritud, la comprensión y la lealtad. Una guía para el proceso y por un futuro que va mucho más allá. Aquella de-sacertada invención periodística del català emprenyat se revela en el sentido más opuesto del catalán digno de otro modo de entender la convivencia, desde la libertad y el respeto en vez de la imposición.
Vivimos y viviremos momentos de tensión, en un crescendo que no ha llegado al máximo. Por eso, el beso del 2014 es un bálsamo y a la vez una senda. Debemos discrepar. Ninguna de las salidas a la situación planteada por la gran mayoría de la sociedad catalana es sencilla, pero todas apuntan al éxito del derecho a decidir, indisociable de la democracia. En este sentido, el desacuerdo no es tan solo legítimo y necesario, sino higiénico. El beso de Barcelona obliga a disminuir las dosis de zafiedad y demagogia y contribuye a generar el espacio que más conviene al soberanismo y a toda la sociedad catalana, incluida la minoría que niega la soberanía y es contraria a la autodeterminación. Si no ando equivocado, si todavía hay correspondencia entre sociedad y cultura, con El beso de Barcelona cristaliza el estado de ánimo individual y colectivo que la ciudadanía esperaba. Quizás de manera intuitiva, pero lo esperaba.
Además de la divisoria entre los soberanistas -no a la fuerza independentistas- y los que conciben Catalunya como un miembro de España, para siempre jamás sujeto al resto del cuerpo, El beso de Barcelona aleja a quienes rechazan la cordialidad de esta gran mayoría que, sea partidaria de una u otra forma de Estado, se niega a romper o debilitar los lazos emocionales, sea entre catalanes, sea con España.
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