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sábado, 28 de febrero de 2015

“Reflexiones al hilo de Arte y un Café 2014, el arte digital y su lugar en el sistema del arte” por @arteblanco


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                                    Marta Pérez Ibáñez (@arteblanco)

Dos mesas redondas han unido en la última edición de las III Jornadas Arte y un Café a artistas, museólogos, gestores e investigadores en torno al tema del arte digital, y en ellas he tenido la ocasión y el privilegio de participar. El debate fue intenso y sumamente enriquecedor por cuanto aportaba diferentes aproximaciones a este tema, en ocasiones encontradas y con argumentos sólidos y a veces distantes. Uno de esos debates se planteó a la hora de definir conceptos, lo digital y lo virtual, particularidades y diferencias entre ambos, lo digital como medio de expresión y lo virtual como proceso evolutivo. La duda que se planteaba a lo largo del debate es si el artista digital tiene interiorizados ambos conceptos, si participa de dichas particularidades de cada uno de ellos, y si utiliza la tecnología digital o el proceso virtual como un puro medio o como un fin en sí mismo. En algunas de las obras presentadas a la convocatoria de Arte y un Café, de entre las que 30 fueron seleccionadas para la exposición de estas jornadas, encontramos casos en los que los autores no sólo han asimilado ambos conceptos sino que los manejan con un criterio bien definido, incluso combinándolos con un fin concreto en cada caso. En otras ocasiones, conviven cómodamente lo digital y lo analógico, se virtualiza lo analógico al igual que lo digital, y se permite que los distintos medios dialoguen entre sí, que se deje notar la impronta de lo analógico en lo digital, o viceversa. La digitalización de determinados medios como la fotografía permite ofrecer una imagen vintage o retro que se asocia directamente con lo emocional: la paradoja de lo tecnológico y lo tradicional, unidos en una misma obra.
El problema de la conservación de la obra de arte plantea varias cuestiones críticas, ante las que no hemos llegado a una sola conclusión. Considerando la naturaleza efímera de muchas de las manifestaciones artísticas que utilizan la tecnología para manifestarse, incluso la evolución de un mismo trabajo cocreado a través de redes, nos planteamos primero si es necesario o procedente conservar una obra que ha nacido para ser efímera, si el propio artista es consciente de la no durabilidad de su obra, o si esto le resta capacidad artística a la propia obra. Desde un punto de vista museológico no sólo es útil sino necesario buscar canales de documentación de un arte no durable, como forma de dejar constancia de un producto fruto de una época y de un objetivo, considerándolo al mismo nivel de cualquier obra de arte museable. No obstante, admitimos que hay artistas que no plantean dicha necesidad, y que consideran la no durabilidad de su obra como una de sus características propias, haciendo más hincapié en la experiencia sensitiva o intelectual que percibe el espectador como si habláramos de artes escénicas, de land art o de street art, buscando el momento y no la perpetuidad.
Por otra parte, al hablar de conservación de medios digitales nos encontramos con que los museos e instituciones, entre cuyos cometidos está precisamente el de conservar el patrimonio artístico, carecen en muchos casos de conocimientos y de medios. La labor de investigación de ciertos museos en las últimas décadas ha permitido asentar los conocimientos necesarios para conservar adecuadamente obras que fueron creadas por medios digitales en los albores de la tecnología, lo que nos hace pensar que con el tiempo esta investigación siga avanzando y nos permita ir progresivamente dominando las necesidades de conservación de los medios utilizados en la actualidad.
Otro de los temas que se han debatido y con más éxito ha sido el de la identidad del artista digital, en una era en la que la cocreación y la colaboración marcan la pauta de la producción artística. Como en los talleres del barroco, en ocasiones el artista transmite una idea a un profesional de la tecnología o incluso a un equipo que la pone en práctica. ¿Hasta qué punto consideramos individual la autoría de esa obra? ¿Cómo nos relacionamos desde la sociedad con una obra producto de la interacción de arte y tecnología? ¿Cómo salvamos el espacio entre la obra de arte y el espectador cuando aquella transciende lo que tradicionalmente se considera como tal? Además, paradójicamente, vemos cómo una de las primeras manifestaciones de arte en medios digitales partió de hackers, por definición anónimos, lo que nos vuelve a hacer pensar que la identidad real no tiene por qué casar con la identidad virtual del artista. De nuevo volvemos los ojos al street art, al medio del artista anónimo por excelencia. Otra vez nos planteamos la reivindicación del “yo” ante la socialización virtual, la redefinición de la identidad del artista ante la deshumanización a la que parece tender el momento actual.
A modo de colofón, y retomando el tema de la aproximación del espectador o de la sociedad al arte digital, se plantean varias cuestiones que convergen en una: el cambio de paradigma de “mirar” a “experimentar”. El artista concibe la obra de arte digital entre otras cosas por su capacidad de interactuar con el espectador, de forma que no se pretende sólo provocar una impresión sino una reacción. Una vez más, nos encontramos ante un proceso que tiene que ver con una comunicación más recíproca que unidireccional. El espectador demanda experiencias a través de canales que utilizan la tecnología como vía, por lo que la responsabilidad del artista a la hora de usar medios tecnológicos es tan importante como la creatividad. No parece posible que los medios analógicos pierdan su lugar en la producción artística, pero sí veremos que progresivamente nuevos medios tecnológicos se suman a las herramientas del artista contemporáneo.
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