“La última cena”
El artista chino más cotizado del mundo se hace un hueco en las preferencias de los compradores. Sus personajes parapetados tras máscaras y con enormes manos son ya un símbolo del arte.
Zeng Fanzhi nació en Wuhan, China, en 1964. No era un buen estudiante y abandonó la escuela a los 16 años. Lo que le interesaba de verdad eran los pinceles, por eso se graduó en la Academia de Bellas Artes de Hubei en 1991, donde se especializó en la pintura al óleo. Hasta ahí su historia es como la de miles de artistas, chinos, alemanes, italianos o norteamericanos. Los sucesos de Tiananmen de 1989 marcaron su manera de crear. Quizá por eso, solo quizá, sus personajes acabaron por protegerse tras una máscara. Puede que por eso también sus extremidades sean deformes con manos desproporcionadas para el tamaño de sus cuerpos.
Cuando estudiaba en Wuhan, a 800 kilómetros de Shangai, sus profesores, que se percataron del potencial, le hablaron de los artistas de Montmartre, de Picasso, de los surrealistas, sin embargo, él se mostraba más cercano al grito de los expresionistas alemanes. A principios de los noventa la galería Marlborough le monta un par de exposiciones en Londres. El salto ya está dado. El matrimonio Ullen, una de las parejas más reputadas dentro del mundo del coleccionismo, se fijan en él. Su idea es montar el primer centro de arte privado en China porque olfato tiene de sobra. Comprarán en 2002 un cuadro que se ha convertido ya en emblema, “La última cena”, fechado en 2001 y que posteriormente venderán en 2013 por la astronómica cifra de 23 millones de dólares. A partir de ese momento la vida de Fanzhi, que ya había cambiado (en un periodo de siete años pasa de vender obras por valor de 1 millón de dólares en 2007 a los antes citados 23 en 2013, año en que París se rinde literalmente a su arte con una retrospectiva en el Museo de Arte Moderno de la capita) se convierte en una locura y entra a formar parte del círculo de artistas privilegiados que son capaces de hablar de tú a tú a Jeff Koons y Gerhard Richter. Pasa a ser el artista chino más cotizado, según consta en "Artprice". Impensable para quien había sufrido en sus carnes (y sobre todo en las de su familia) la dictadura comunista. Impensable, siquiera, llegar a imaginar que su primera obra, comprada por un turista por 16.000 dólares, diez años después salía a subasta en Christie's de Hong Kong por casi diez millones. Sí, han leido bien, casi diez millones.
Zeng Fanzhi posa con uno de sus cuadros
Hoy su nombre está inscrito entre los artistas que más vende. Tiene coleccionistas fijos en Taiwan, Hong Kong y Singapur. Él trabaja en su estudio, a donde llega cada mañana sobre las siete. Incluso los sábados y los domingos. Su mujer y su hija le visitan. Para pintar escucha música y con arreglo a la melodía así moja los pinceles en el azul o en el rojo. Sabe que el anonimato para él ya no es posible. Por eso, quizá, pide una cosa cuando los micrófonos le asedian: “Yo solo quiero pintar en paz en mi estudio”. Se ha dado unos cuantos caprichos caros, pero después de los automóviles, los viajes, etc, ha llegado a la conclusión de que es otra cosa lo que busca. Apenas se permite puros habanos y un té para sibaritas. La venta millonaria de “La última cena” le dejó de piedra. “Es una locura”, repetía al conocer la noticia. ¿Quién compró la obra? Aunque Sotheby’s no reveló el nombre detrás podría estar el todopoderoso Larry Gagosian, galerista que le representa fuera de China. Posee una importante colección de arte.Ni mejor ni peor, la suya, la que ha ido formando a lo largo de los años. Son obras sobre papel y dibujos de Egon Schiele, de Klimt. de Watteau, Balthus. El dinero que ha obtenido con la venta de sus obras lo ha invertido en comprar a los grandes que siempre ha admirado. Por cierto, su estudio está cerca del de Ai
Weiwei. Aunque Zeng Fanzhi no quiere ni oir hablar de política: "Cada uno elige su camino", dice. Y el suyo asciende en progresión geométrica.
Devolver lo recibido
Zeng vive y trabaja en Beijing, donde ha comprado un enorme terreno de 8.000 metros cuadrados con la idea de abrir algo similar a la Fundación Beyeler en Basilea. Tadao Ando será el arquitecto japonés encargado de levantar el edificio. Seis serán las plantas de exposición y contará con biblioteca, sala de exposiciones temporales y colección permanente, tiendas, un inmenso jardín y una residencia para artistas. A lo grande. Su intención es que en 2017 esté funcionando.
Fuente
www.larazon.es
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