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domingo, 24 de enero de 2016

La invención del otro hemisferio



Las historias de los museos son a menudo ricas en anécdotas y en situaciones imprevisibles, pero pocas pinacotecas pueden contar un origen tan singular como el Centro de Colecciones del Museo de Arte Ruso de San Petersburgo, la sede que la institución abrió en Tabacalera en marzo del año pasado en virtud de un acuerdo municipal y con una inversión de 3,7 millones de euros sólo en 2015. El más conocido como Museo Ruso vino a poner su casa en Málaga a la sombra del otro gran proyecto museístico impulsado casi a título personal por el alcalde, Francisco de la Torre: el Centro Pompidou, una marca inevitablemente mucho más poderosa y, que al contrario de la pedagogía que necesariamente iba a precisar el anterior, capaz de venderse por sí sola a públicos mayoritarios. Lo hizo, además, en Tabacalera, un espacio retirado del centro (con todo lo que de apuesta sin red la maniobra entrañaba) y oscurecido después del triste fiasco de Art Natura. Sin embargo, y a pesar de todos losperos, la determinación del director general del museo madre peterburgués, Vladimir Gusev, quien no dudó en dar alas a la primera franquicia estable de su institución (custodia de la mayor colección de arte ruso en el mundo), resultó determinante para darle visibilidad al proyecto. Diez meses después, el Museo Ruso malagueño ha cumplido porcentualmente las previsiones de visitantes (estimadas en 150.000 anuales) y, lo que tal vez es más importante, ha logrado convertirse en un creciente promotor cultural en un barrio tan poblado y tan falto de este tipo de equipamientos como Huelin, merced a un programa de actividades (cine, teatro, conferencias, visitas guiadas, jornadas de puertas abiertas, presentaciones de libros y otros ingredientes) que, en clave vecinal, a menudo resultan más atractivas que los propios contenidos expositivos. Tal y como estaba previsto, el Museo Ruso renueva estos días sus fondos por completo, de cabo a rabo, lo que también constituye una novedad en centros de estas características: el próximo día 28 inaugurará su nueva exposición anual, Las cuatro estaciones del arte ruso, así como su siguiente muestra temporal, dedicada al colectivo Sota de Diamantes. Lo hará con tres jornadas de puertas abiertas, del 29 al 31, para que el público pueda conocer gratuitamente la propuesta (a la que se añadirán progresivamente más ganchos: de entrada, a partir de febrero, Microteatro Málaga organizará en el museo un amplio programa de representaciones); y también con la intención de brindar una mayor oportunidad de conocimiento acerca de un país tan paradójica y masivamente desconocido como la gran Rusia. 




Las cuatro estaciones en el arte ruso toma el relevo como colección anual de la anterior, Arte ruso. De los iconos al siglo XX, con un conjunto de 89 obras que, como primera divergencia, presentan una concreción temática en lo paisajístico. En realidad, y al igual que en Europa, el paisaje es una moneda de cambio habitual en el arte ruso desde los iconos tardomedievales; pero fue a mediados del siglo XIX cuando Rusia generó una escuela definitivamente propia, espléndida y de gran influencia en la misma Europa, especialmente en Italia. En gran medida, y al igual que en otros movimientos de similar tendencia, los maestros entregados a la causa buscaron desde entonces no sólo inmortalizar su particular mirada del territorio, también ofrecer a una Rusia convulsa, sacudida por diferencias sociales ya insostenibles y por un asfixiante clima de violencia, un espejo en el que reconocerse como país y como historia. Ahora, en el siglo XXI, este espejo se ofrece al visitante del Museo Ruso como una oportunidad de aprendizaje: las obras de pintores esenciales pero relativamente poco conocidos en España como Silvestr Schedrín, Aleksandr Ivánov, Aleksandr Deineka, Nikolái Sverchkov, Aleksandr Guerásimov, Alekséi Savrásov, Nikolái Dubovskói, Isaak Levitán, Ígor Grabar, Stanislav Zhukovski, Aristarj Lentúlov y otros muchos ofrecen así un relato en el que el paso del tiempo y sus consecuencias naturales (de la nieve al mar, del florecer primaveral a la umbría otoñal) son protagonistas pero que también admite, si se quiere, una lectura política en cuanto a la transformación del territorio. Fuentes del museo destacan en este sentido el vínculo que comparten estos paisajes con la mayor literatura realista creada en paralelo, la que escribieron Dostoievski, Pushkin y Chéjov: buena parte de los lienzos ahora reunidos parecen servir de telón y contexto a sus ardientes novelas. 

                             


La exposición temporal Sota de Diamantes, dedicada al grupo de artistas que bajo el mismo lema desarrollaron una particular anticipación rusa a las vanguardias, reúne 55 obras y sucede en el programa del museo a la primera retrospectiva en España de Pável Filónov, un proyecto que adquirió amplia relevancia y confirió una especial proyección al Museo Ruso fuera de Málaga (y que, de paso, dio cuenta de lo que el centro puede esperar del Museo de Arte Ruso de San Petersburgo, que no en vano conserva el legado completo de Filónov, un creador altamente inspirador pero muy poco divulgado en estas latitudes). Mijaíl Lariónov, Natalia Goncharova, Iliá Mashkov, Piotr Konchalovski, Aristarj Lentúlov y Róbert Falk protagonizaron la primera exposición del Bubnovi Valet en 1910, y a ellos se añadieron posteriormente, y a lo largo de una década, referentes como Kazimir Malévich, Vladímir Tatlin y Marc Chagall. En una Rusia que a golpe de revolución ansiaba reconstruirse desde cero, el colectivo prestó un arte en correspondencia, sin saber que la misma revolución se apresuraría a considerarlos traidores. El otro hemisferio del mundo jugaba entonces, como antes, a su propia invención. Y ahora podemos admirarlo.
Fuente
http://www.malagahoy.esç



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