La cámara Leica con la que Yevgeny Khaldei fotografío la entrada del ejército rojo en Berlín es un diminuto artefacto en el que cupo toda la épica. También el horror aterido y en estampida que marcó su tiempo en la URSS. Fue notaria de las ruinas, muleta en los escombros de Stalingrado, un collar de proyectiles destinados a inmortalizar esa estética de grandeza que ocultaba la verdad de una barbarie. Toda una superviviente. A la izquierda, nada más entrar a la exposición El siglo Soviético: Fotografía rusa del archivo Lafuente (Photo España), la cámara reposa invicta en su sencilla coraza plateada, anciana, discreta y recia, junto a las más de 300 imágenes tomadas por ella y los objetivos de otras en manos de Rodchenko, el Lissitzky, Sergei Loskutov, Dimitri Baltermants, Lev Boroludin o Gregori Zelma.
Hace dos años, José María Lafuente fue a parar a la galería de Howard Schickler en Nueva York. “Tuve la suerte de que se estaba retirando. Iba en busca de algo muy concreto: materiales de fotomontaje a cargo de Rodchenko. Pero me ofreció gran parte de su archivo recopilado en la Unión Soviética. Cuando lo vi, sobre todo aquellas imágenes de las repúblicas más asiáticas, quise quedármelo”. Así lo explicaba este miércoles el coleccionista en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, donde presentó la exposición junto a Alberto Ruiz de Samaniego, su comisario.
Aquella visita le hizo ampliar el foco de sus pesquisas. De las vanguardias, extendió su interés a toda la trágica epopeya que marcó el siglo para la humanidad con la sacudida de 1917. Schickler había sido el primer galerista norteamericano en interesarse por el arte ruso. Llegó en los setenta y fue haciendo acopio de joyas ajenas hasta ese momento a Occidente. Poco después, Lafuente le tomó el testigo en España y hoy cuenta con un fondo centrado en el arte soviético de más de 2.000 piezas entre fotografías, documentos, revistas, ediciones, carteles, manuscritos. Un legado repartido a la vez estos días en tres exposiciones simultáneas: dos en Madrid, la de Photo España y otra en el Reina Sofía sobre Dada, junto a una más en el IVAM de Valencia dedicada a Rodchenko.
SENEGAL FAMILIAR
Photo España es siempre un recorrido global por un arte vibrante y diverso extendido a lo largo de la primavera y el verano en Madrid. En el Círculo de Bellas Artes, sede continua del evento desde su creación, aparte de la magnífica muestra del Archivo Lafuente sobre los fondos soviéticos, destaca una parada en Senegal y otra, titulada El gran río,sobre la cultura de la resistencia. La fotografía africana es ese eslabón débil dentro de un arte cuya identidad consiste en el acercamiento a todos los rincones posibles. La muestra patrocinada por la Fundación Ankaria exhibe el trabajo de artistas desconocidos. Uno es Mama Casset, fotógrafo pionero en su país tras la década de los cuarenta. El otro, anónimo. Ambos penetran en los hogares de un territorio por descubrir, que muestra su dignidad en las habitaciones, en los ropajes, en el mobiliario, en las calles. Los fondos pertenecen a la colección Reveu Noire, fundada en 1991 y dedicada al arte contemporáneo africano.
En la inaugurada este miércoles en el Círculo, asombra la magnitud del espejismo. “Mientras los fotógrafos trataban de plasmar esta épica y estos cuerpos perfectos en demostraciones colectivas, Stalin, por otra parte, los aniquilaba”, cuenta Ruiz de Samaniego. Pero el poderío de las imágenes se impone y asombra como una narración imposible a medio camino entre el Olimpo de del campo y el infierno de las fundiciones.
Vida y muerte de la mano. La forja de una civilización colectiva a costa de la aniquilación en masa del individuo. La pipa de Stalin enfrentada a la sonrisa de los poetas... Una coreografía que entronca los koljoz con la urgencia de la electrificación, la plateada amenaza de los cañones y los oleoductos frente a ritos atávicos y primitivos. El atraso medieval de un pueblo que al llegar la revolución contaba con un 80% de campesinado expuesto a la aceleración hacia una dinámica de progreso perversa.
La exposición explica ese ayer, pero también este presente en el que la maquinaria soviética ha sido adaptada al siglo XXI por la bandera de una madre Rusia eterna ondeaba ahora por Putin. Esa obsesiva fiebre de dominación. La dialéctica que funde la grandeza con la fragilidad. Cosida a fuego entre sus finos remiendos, confiada en un espejismo de contagiosa megalomanía. Las fotos se prestan a narrar varios capítulos. Los intelectuales se agrupan bajo un epígrafe lanzado por Máximo Gorki: Anunciadores de tempestades. La fuerza de la revolución se observa en los capítulos de sueño colectivo, los soviets y la electricidad. La gesta de la colonización conduce hacia el este de repúblicas abandonadas a su suerte. Moscú brilla entre hormigueos de desfiles y no falta la guerra, que supuso para Stalin, aunque pueda parecer paradójico, “un balón de oxígeno”, asegura el comisario de la exposición. La excusa que llevó a otra pesadilla quizás peor: que junto al fantasma exterior, un enemigo igual de temible se encontraba dentro. Él mismo.
Las fotografías demuestran el poder de manipulación que otorga la psique: “Al igual que en psicología con Pávlov o en interpretación con el método Stanislawski inventaron métodos de control mental, en la fotografía y en la imagen ocurre lo mismo. Todo está concebido para dominar las mentes de los ciudadanos trasladándoles una realidad que apenas existe”. Dos generaciones de retratistas y reporteros con cámara se dan la mano: “Una inicial que fue repudiada por formalista y la sucesiva, más centrada en la gente”.
Con todo, la exposición del Archivo Lafuente resulta una lección de carácter para entender ese extraño magma ruso, esa monumentalidad megalómana, esa aspiración al imposible que se activó hasta el paroxismo en la etapa soviética: “Es una pesquisa, una cartografía sobre los efectos que tuvo en la población la revolución”, asegura Alberto Ruiz de Samaniego. La prueba material de una Odisea con naufragio.
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