Cuando el hilo dorado del placer se entrelaza con esa trama de cosas que nuestra inteligencia está siempre tejiendo laboriosamente, otorga al mundo visible ese encanto misterioso y sutil que llamamos belleza.
Este año 2021 – que comienza terrible, apocalíptico y sombrío- se celebran los 450 años del nacimiento del genial pintor italiano Michelangelo Merisi da Caravaggio (Milán, 1571- Porto Ercole, Italia, 1610) mejor conocido como Caravaggio. Quizá con esta pandemia que estamos viviendo, Caravaggio la hubiera registrado en sus cuadros como ningún otro artista.
Hace un par de años pude ver en el Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid la exposición Caravaggio y los pintores del norte, una exposición sobre la figura de Michelangelo Merisi Caravaggio y su influencia entre los pintores del norte de Europa que, fascinados por su pintura, difundieron su estilo. En las salas se exhibieron cincuenta y tres cuadros, doce de ellos del maestro lombardo – El recorrido de la muestra abarcó el curso de la carrera de Caravaggio, desde el periodo romano hasta las emotivas pinturas oscuras de sus últimos años, junto a una selección de obras de sus más destacados seguidores en Holanda -Dirk van Baburen, Gerrit van Honthorst o Hendrick Ter Brugghen-, Flandes -Nicolas Régnier o Louis Finson- y Francia -Simon Vouet, Claude Vignon o Valentin de Boulogne- -, procedentes de colecciones privadas, museos e instituciones como el Metropolitan Museum de Nueva York, la Galleria degli Uffizi de Florencia, el Museo del Ermitage de San Petersburgo, el Rijksmuseum de Ámsterdam o la iglesia de San Pietro in Montorio en Roma. La selección de la obra respondió al criterio, siempre bien argumentado, de Gert Jan van der Sman, que ha sabido dar con la clave de intriga que mejor se ajusta a la vida de Caravaggio.
La fortuna artista de Caravaggio se inicia en Roma, done alcanzó fama temprana por sus cuadros religiosos y escenas mitológicas realizadas con una técnica naturalista de efectismo sorprendente y revolucionaria luminosidad. La pintura de Caravaggio convierte las viejas escenografías de repertorio, la “parafernalia renacentista”, en dramáticas representaciones personalizadas, dotadas de una gestualidad propia que enriquece y profundiza los motivos figurativos tradicionales.
En aquella exposición los curadores desearon proponer que Caravaggio fue y es el primer pintor moderno. Según sus responsables, los años finales de Carravaggioo dan vida a un arte introspectivo y humano que alcanza cotas de intensidad difíciles de superar y demuestran al mundo del arte la madurez estética del artista. La crítica, sin embargo, no parece compartir este punto de vista y son notables las voces discrepantes. De entrada, es imposible establecer una comparación rigurosa entre obras extremas de la compleja producción de Caravaggio haciendo abstracción de las pinturas de la capilla Contarelli, por ejemplo, en la iglesia de San Luis de los Franceses de Roma, dedicada a narrar la vida y milagros de san Mateo, patrón del patricio francés que asumió el cargo. Son pintores de altar, de grandes formatos y en consecuencia inamovibles. Muchacho pelando fruta, Los músicos, David vencedor de Goliat y Santa Catalina de Alejandría, son algunos de los cuadros que se exhiben, y donde encontramos el juego de luz que transforma el color en tonalidades suaves y crea atmósferas deslumbrantes. Un reflejo de ese juego visual de la luz y las tinieblas, me hace pensar en el poema La vista, el tacto de Octavio Paz, cuando juega con luz: “ la luz nace mujer en un espejo,/ desnuda bajo diáfanos follajes/una mirada la encaden,/la desvanece un parpadeo…”. 1
El crítico Roberto Longhi – en cuya Fundación Longhi se encuentran una gran cantidad de obras de Caravaggio-, el estudioso más importante del artista, afirma que el “descubrimiento de Nápoles, capital mediterránea entonces, tuvo un impacto clave en Caravaggio. Significó para el artista la inmersión en la realidad cotidiana violenta y gestual, nítidamente popular. Un doble viaje: primero en 1616, y después en 1609, la época de retorno a Roma. Un primer testimonio de su estancia en Nápoles es Flagelación (1607)”.2 Se trata de un breve ejemplo de la original composición de Caravaggio y representa el momento previo al suplicio: convierte a Cristo en un doliente torso de héroe que se resigna a la brutalidad de los esbirros. La Crucificción de san Andrés (1607), de Cleveland de un naturalismo lumínico magistral, engrandece las figuras al pie de la cruz en contrapunto realista con la efigie del crucificado y el gesto forzado del campesino que intenta desatarlo. Caballero de malta (1608) es otro ejemplo de mayor contención expresiva. “Para el – dice John Berger- Caravaggio que existió realmente, para el muchacho de nombre Michelangelo nacido en un pueblo cercano a Bérgamo, no lejos de donde son mis amigos, los leñadores italianos, la luz y la sombra, tal como él las imaginaba y las veía tenían un profundo significado personal, intrincándose entrelazado con sus deseos y su instinto de supervivencia. Y es por esto, y no en razón de la lógica histórico artística, por lo que su está ligado al submundo”.3 Y sí, Caravaggio vivió en un submundo tenebroso constante – más en sus últimos años-, y sus cuadros lo viven.
Y sí, bien dice Berger, sus últimos años – según los expertos- fueron terribles para el artista, según visualiza su obra, por ejemplo, El martirio de santa Úsula, 1610, tal vez su último cuadro. Un narrador excelente en imágenes que atrapa la desnuda caracterización psicológica de sus personajes, concentrado en sus gestos y expresiones, sin apenas espacio para la piedad, pese a la espantosa tragedia humana que representan. Salomé con la cabeza del Bautista (1607), donde los parecidos se duplican: el rostro del verdugo coincide con uno de los soldados de la flagelación, mientras que el Bautista remeda la mortal sorpresa de Holofernes en Judith y Helofernes. La mirada inescrutable de Salomé nos desconcierta, son gestos enigmáticos, que como observó Longhi tienen “un aire de gravedad y fatalismo que inunda la escena”. Caravaggio insistió en repetidas ocasiones en el tema de las decapitaciones - La decapitación de San Juan Bautista, 1608; El sacrificio de Isaac, 1603 o David vencedor de Goliat, 1598-1599-, transgrediendo sin disimulo el decoro clásico: la horrorizada Cabeza de Medusa de los Uffizi, Holofernes, Goliat… Quizá una proyección consciente del terror a la pena capital que acompañó la desesperada huida del artista que precipitó su muerte.
Un delincuente, un marginado social de su tiempo, un delincuente confeso, y desde luego, y lo más importante un artista genial, que contó con el entusiasmo de los grandes coleccionistas – los Giustiniani, los Borromeo, el virrey marqués del Vasco-. Longhi lo percibió de una manera triste y audaz. Se dice que era de color oscuro y tenía oscuros los ojos, “negras las cejas – una evocación de 1672- y los cabellos, y así aparece en sus pinturas”, vale la pena detenerse el retrato que le dedica Ottavio Leon titulado Retrato del pintor Caravaggio fechado hacia 1614. Lo cierto, es que al volver a ver sus pinturas he quedado petrificado de asombro, de ese asombro de “admiración permanente”, decía John Berger. Al visualizar los cuadros de Caravaggio quedan “en el palacio de la memoria”, como diría san Agustín.
1 Los privilegios de la vista 1. Arte moderno y universal, Octavio Paz. Fondo de Cultura Económica, México,1997 2 Caravaggio, Roberto Longhi, Editorial Abscondia, Milán, Italia 3 Sobre los artistas, John Berger, Editorial Gustavo Gili, Barcelona, 2017. Traducción Pilar Vázquez.
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