La Gioconda
La Gioconda es quizás la obra de arte que más reproducciones ha generado, la que ha tenido una mayor explotación mediática y un primordial protagonismo como referencia cultural.
La versión más difundida acerca de la identidad de la modelo utilizada por Leonardo da Vina pertenece a los documentos del biógrafo Giorgio Vasari, según los cuales, el cuadro fue un encargo del adinerado florentino Francesco di Bartolommeo di Zanobi, Marqués del Giocondo, casado en 1495 con Madonna Elisa, hija del napolitano Antonio María di Noldo Gherardini. Cuando la obra fue exhibida por primera vez, se pensó que aportaba una nueva dimensión de realidad a la pintura. Según Vasari, "La boca, unida a los tonos carnosos del rostro por el rojo de los labios, parecía carne viva antes que pintura... Fijando la mirada en la garganta podría jurarse que le latía el pulso...".
La pose informal y distendida de la modelo fue una de las innovaciones del retrato, comparados con él, los anteriores parecen envarados y artificiales. La modelo aparece aquí plácidamente sentada en un sillón, con un singular paisaje de fondo que, observado con atención revela dos paisajes. El horizonte de la derecha ofrece una vista de pájaro sobre el conjunto y no es posible enlazarlo con el de la izquierda, cuya línea de visión se encuentra a inferior altura. El punto de encuentro entre ambos paisajes está oculto detrás de la cabeza de la modelo. La única señal de presencia humana de este fondo son los caminos y el acueducto: sugiere, no obstante, las fuerzas elementales de la naturaleza.
Leonardo ha aplicado la técnica del sfumato, que consiste en la difuminación de los contornos de la figura. Los rizos sobre el hombro derecho de la Mona Lisa se funden con los afloramientos rocosos -a los que Leonardo recurrió como tema en otras obras-, como los traslúcidos pliegues del chai que cubre su hombro izquierdo se prolongan sobre las líneas del acueducto. La pintura adquiere así un efecto tridimensional y produce una sensación de movimiento, lo que confiere a la obra su inquietante sensación de vida.
La enigmática sonrisa de la Gioconda ha suscitado incontables análisis, tanto técnicos como psicológicos. Uno la relaciona a "los dos fondos" antes mencionados: el de la izquierda arrastra la mirada hacia abajo, y el de la derecha hacia arriba, produciendo un forcejeo visual que se articula en la mitad del cuadro y hace que el ojo vea en las comisuras de los labios ese célebre atisbo de sonrisa. Sigmund Freud dijo que "la sonrisa de la Gioconda despertó en el artista el recuerdo de la madre de sus primeros años infantiles".
Muchos expertos consideran especialmente las manos. De un modelado perfecto, su relajamiento subraya la majestuosa calma de la modelo. El brazo apoyado en la silla, casi paralelo al plano del cuadro, acentúa el leve giro de la cabeza y el torso.
Una de las explicaciones acerca de la carencia de cejas dice que Leonardo las pintó al final, sobre pintura ya seca, y que su primer restaurador usó un disolvente inapropiado borrándolas para siempre.
La Gioconda es un pequeño óleo sobre madera pintado entre 1503 y 1506, mide sólo 77 x 53 cm. y se encuentra en el Musée du Louvre, París.
La versión más difundida acerca de la identidad de la modelo utilizada por Leonardo da Vina pertenece a los documentos del biógrafo Giorgio Vasari, según los cuales, el cuadro fue un encargo del adinerado florentino Francesco di Bartolommeo di Zanobi, Marqués del Giocondo, casado en 1495 con Madonna Elisa, hija del napolitano Antonio María di Noldo Gherardini. Cuando la obra fue exhibida por primera vez, se pensó que aportaba una nueva dimensión de realidad a la pintura. Según Vasari, "La boca, unida a los tonos carnosos del rostro por el rojo de los labios, parecía carne viva antes que pintura... Fijando la mirada en la garganta podría jurarse que le latía el pulso...".
La pose informal y distendida de la modelo fue una de las innovaciones del retrato, comparados con él, los anteriores parecen envarados y artificiales. La modelo aparece aquí plácidamente sentada en un sillón, con un singular paisaje de fondo que, observado con atención revela dos paisajes. El horizonte de la derecha ofrece una vista de pájaro sobre el conjunto y no es posible enlazarlo con el de la izquierda, cuya línea de visión se encuentra a inferior altura. El punto de encuentro entre ambos paisajes está oculto detrás de la cabeza de la modelo. La única señal de presencia humana de este fondo son los caminos y el acueducto: sugiere, no obstante, las fuerzas elementales de la naturaleza.
Leonardo ha aplicado la técnica del sfumato, que consiste en la difuminación de los contornos de la figura. Los rizos sobre el hombro derecho de la Mona Lisa se funden con los afloramientos rocosos -a los que Leonardo recurrió como tema en otras obras-, como los traslúcidos pliegues del chai que cubre su hombro izquierdo se prolongan sobre las líneas del acueducto. La pintura adquiere así un efecto tridimensional y produce una sensación de movimiento, lo que confiere a la obra su inquietante sensación de vida.
La enigmática sonrisa de la Gioconda ha suscitado incontables análisis, tanto técnicos como psicológicos. Uno la relaciona a "los dos fondos" antes mencionados: el de la izquierda arrastra la mirada hacia abajo, y el de la derecha hacia arriba, produciendo un forcejeo visual que se articula en la mitad del cuadro y hace que el ojo vea en las comisuras de los labios ese célebre atisbo de sonrisa. Sigmund Freud dijo que "la sonrisa de la Gioconda despertó en el artista el recuerdo de la madre de sus primeros años infantiles".
Muchos expertos consideran especialmente las manos. De un modelado perfecto, su relajamiento subraya la majestuosa calma de la modelo. El brazo apoyado en la silla, casi paralelo al plano del cuadro, acentúa el leve giro de la cabeza y el torso.
Una de las explicaciones acerca de la carencia de cejas dice que Leonardo las pintó al final, sobre pintura ya seca, y que su primer restaurador usó un disolvente inapropiado borrándolas para siempre.
La Gioconda es un pequeño óleo sobre madera pintado entre 1503 y 1506, mide sólo 77 x 53 cm. y se encuentra en el Musée du Louvre, París.
La Virgen de las Rocas
Durante tiempo se creyó que ésta era la pintura encargada por la Confraternidad de la Inmaculada en 1483. Las últimas investigaciones desvelan que la Virgen de las Rocas (Vergine delle Rocce) expuesta en la National Gallery de Londres es la obra a que se refiere dicho encargo. Mientras, los expertos sobre Leonardo coinciden en la autografía del lienzo conservado en el Louvre.
La Virgen de las Rocas está considerada por muchos críticos y especialistas como la gran obra maestra del comienzo de la carrera de Leonardo da Vinci. El cuadro representa a la Virgen arrodillada que acoge con su mano a San Juan, un niño desnudo en posición semiarrodillada, elevando una plegaria al niño Jesús, que responde con el gesto de sus dedos. La mano derecha de María, se abre por encima de la derecha de un ángel que, misteriosamente, señala a San Juan y mira hacia fuera del cuadro en dirección imprecisa, provocando una sensación inquietante. A su vez, las manos de la Virgen y el ángel sobre la cabeza del niño
Jesús, lo aislan de la composición, realzando Leonardo, de este modo, la importancia de la figura del infante.
El cuadro se divide en cuatro partes determinadas por la línea vertical que atraviesa el rostro de la Virgen y la intercepción del eje casi horizontal que une la cabeza de San Juan, la mano derecha de María y el rostro del ángel. Las miradas de la Virgen y de San Juan convergen en el niño Jesús, y las líneas que unen sus cabezas forman un triángulo regular. Sobre la cabeza de la Santa Madre, dos líneas descienden en ángulo recto describiendo una pirámide que contiene a todas las figuras. El círculo determinado por el ángulo de las miradas toca los cuatro rostros.
El cuadro se divide en cuatro partes determinadas por la línea vertical que atraviesa el rostro de la Virgen y la intercepción del eje casi horizontal que une la cabeza de San Juan, la mano derecha de María y el rostro del ángel. Las miradas de la Virgen y de San Juan convergen en el niño Jesús, y las líneas que unen sus cabezas forman un triángulo regular. Sobre la cabeza de la Santa Madre, dos líneas descienden en ángulo recto describiendo una pirámide que contiene a todas las figuras. El círculo determinado por el ángulo de las miradas toca los cuatro rostros.
El movimiento de las figuras de la composición se manifiesta en una estructura piramidal cuyo eje central es el cuerpo de la Virgen. Mediante las actitudes de los personajes y sus disposiciones en distintos planos, el artista consigue el efecto de un volumen cónico que los encierra y cuyo vértice culmina en la cabeza de María. Sobre el conjunto que componen las figuras, el espacio se curva en ábside, reproduciendo la semicircunferencia superior de la representación y albergando las actitudes recíprocas de los personajes.
Leonardo ha hecho que la luz se filtre desde arriba, atravesando las hendiduras de las rocas del fondo, y pasando sobre y entre las estructuras que enlazan las figuras, pero sin iluminarlas. Los personajes se encuentran iluminados por los rayos de una fuente más clara y brillante, en tanto en el ábside, entre el fondo rocoso, domina la penumbra y densa humedad. La piel límpida de los personajes, particularmente la del rostro de la Virgen, más alta, constituye a su vez una fuente de luz.
Leonardo ha hecho que la luz se filtre desde arriba, atravesando las hendiduras de las rocas del fondo, y pasando sobre y entre las estructuras que enlazan las figuras, pero sin iluminarlas. Los personajes se encuentran iluminados por los rayos de una fuente más clara y brillante, en tanto en el ábside, entre el fondo rocoso, domina la penumbra y densa humedad. La piel límpida de los personajes, particularmente la del rostro de la Virgen, más alta, constituye a su vez una fuente de luz.
La ejecución analítica de la flora y las formaciones geológicas que componen la naturaleza dentro del cuadro, dan cuenta de los célebres estudios sobre ciencias realizados por Leonardo.
Este soberbio óleo sobre tabla trasladado a lienzo, mide 198 x 123 cm, y se encuentra en el Musée du Louvre, París
http://www.historiadelarte.usFuente
Este soberbio óleo sobre tabla trasladado a lienzo, mide 198 x 123 cm, y se encuentra en el Musée du Louvre, París
http://www.historiadelarte.usFuente
LeLeonardo da Vinci
Leonardo nació en Vinci el 15 de abril de 1452. Hijo ilegítimo, pero, hasta los veinticuatro años, único del notario ser Piero y de una campesina muy joven, Caterina (su padre tuvo luego otros once hijos en terceras y cuartas nupcias). Por este motivo, así como por las costumbres de la burguesía toscana de la época, tolerante aunque con discreción, el joven Leonardo recibió una educación buena y heterogénea en el seno de la familia paterna. Pudo dedicarse sin trabas, como atestigua Vasari, a seguir su excepcional virtú (capacidad intelectiva y conocedora) en rudimentos literarios -unos pocos meses-, pero, sobre todo, en la música y en las artes figurativas. Esto hizo que a los quince años su padre lo colocara en el taller florentino de Andrea de Verrocchio, y a los veinte pudiese inscribirse en la corporación de San Lucas.
Estas breves noticias proporcionan una idea y perfilan algunos de los trazos esenciales de la elevada y compleja talla del “universal” Leonardo, y de su posición respecto a la civilización del Renacimiento de aquel entonces en uno de los centros clave: la Toscana florentina y de los Médicis. Una extracción social bastante elevada (y no excesivamente invalidada por su condición de hijo ilegítimo), muy parecida a la de Miguel Ángel, que era veintidós años más joven que él, de familia de lejana ascendencia nobiliaria pero económicamente arruinada; también es importante lo que Vasari comenta respecto a los "pocos meses" de estudios literarios. Se trata evidentemente de una exageración, pero adquiere cierta significación, sobre todo si la cotejamos con las noticias, siempre procedentes de Vasari, sobre la "escuela de gramática" del maestro Francesco de Urbino que frecuentaba Miguel Ángel, el cual en efecto estuvo muy pronto en contacto con el grupo humanístico y neoplatónico de Lorenzo de Médicis, y demostró ser ya a los treinta años un poeta de valía y de gran mérito literario.
Leonardo, no por humildad, pero sí con un fin polémico muy claro, se autodefinió: "Hombre sin letras", y en más de una oportunidad, a lo largo de sus consideraciones escritas y en los principios sobre el método, tuvo ocasión de pronunciarse en contra de las "mentirosas ciencias mentales", contrarias a la lógica y la filosofía, que él consideraba abstractas, humanísticas y literarias, basadas en la simple "autoridad" de los escritores clásicos, y -en cambió- se manifestó a favor de la experiencia "madre de todos los conocimientos", basada en una continua y concreta búsqueda de los sentidos sobre los más ocultos aspectos y múltiples facetas de la naturaleza real; concibió dicha naturaleza como un sistema dinámico "global" de fenómenos y de fuerzas, perceptibles y susceptibles de investigación por parte del hombre en cuanto éste, con sus sentidos organizados y dirigidos por la mente, es parte y motor del sistema.
Este es el fundamento sobre el que se apoya la continua relación de Leonardo entre "arte" y "ciencia", que es también relación íntima entre pensamiento y sentidos, entre experiencia empírica de la realidad natural, entendida como capacidad incomparable de conexión mental y visual a través de la analogía (por ello, y como ejemplo, el interés "militar" hacia la recién nacida balística de la artillería), y operación mecánico-artística de comprobación, de trascripción, de comunicación de hombre a hombre, gracias a la "máquina" o a la visualización gráfica de dibujante, de habilidad insuperable.
A lo largo de su vida y su obra, se ve cómo el investigador en el campo de la óptica y de la física atmosférica -observando las modificaciones del color y de la nitidez de las formas en la visión a larga distancia- llega a sugerir al pintor esa perspectiva atmosférica y esa graduación infinitesimal de la luz que se ha llamado sfumato; e, inversamente, la sensibilidad pictórica hace que los dibujos de paisajes, de topografía, de geología y de fenómenos meteorológicos sean no sólo admirables desde el punto de vista estético, sino de una gran precisión científica.
Estas breves noticias proporcionan una idea y perfilan algunos de los trazos esenciales de la elevada y compleja talla del “universal” Leonardo, y de su posición respecto a la civilización del Renacimiento de aquel entonces en uno de los centros clave: la Toscana florentina y de los Médicis. Una extracción social bastante elevada (y no excesivamente invalidada por su condición de hijo ilegítimo), muy parecida a la de Miguel Ángel, que era veintidós años más joven que él, de familia de lejana ascendencia nobiliaria pero económicamente arruinada; también es importante lo que Vasari comenta respecto a los "pocos meses" de estudios literarios. Se trata evidentemente de una exageración, pero adquiere cierta significación, sobre todo si la cotejamos con las noticias, siempre procedentes de Vasari, sobre la "escuela de gramática" del maestro Francesco de Urbino que frecuentaba Miguel Ángel, el cual en efecto estuvo muy pronto en contacto con el grupo humanístico y neoplatónico de Lorenzo de Médicis, y demostró ser ya a los treinta años un poeta de valía y de gran mérito literario.
Leonardo, no por humildad, pero sí con un fin polémico muy claro, se autodefinió: "Hombre sin letras", y en más de una oportunidad, a lo largo de sus consideraciones escritas y en los principios sobre el método, tuvo ocasión de pronunciarse en contra de las "mentirosas ciencias mentales", contrarias a la lógica y la filosofía, que él consideraba abstractas, humanísticas y literarias, basadas en la simple "autoridad" de los escritores clásicos, y -en cambió- se manifestó a favor de la experiencia "madre de todos los conocimientos", basada en una continua y concreta búsqueda de los sentidos sobre los más ocultos aspectos y múltiples facetas de la naturaleza real; concibió dicha naturaleza como un sistema dinámico "global" de fenómenos y de fuerzas, perceptibles y susceptibles de investigación por parte del hombre en cuanto éste, con sus sentidos organizados y dirigidos por la mente, es parte y motor del sistema.
Este es el fundamento sobre el que se apoya la continua relación de Leonardo entre "arte" y "ciencia", que es también relación íntima entre pensamiento y sentidos, entre experiencia empírica de la realidad natural, entendida como capacidad incomparable de conexión mental y visual a través de la analogía (por ello, y como ejemplo, el interés "militar" hacia la recién nacida balística de la artillería), y operación mecánico-artística de comprobación, de trascripción, de comunicación de hombre a hombre, gracias a la "máquina" o a la visualización gráfica de dibujante, de habilidad insuperable.
A lo largo de su vida y su obra, se ve cómo el investigador en el campo de la óptica y de la física atmosférica -observando las modificaciones del color y de la nitidez de las formas en la visión a larga distancia- llega a sugerir al pintor esa perspectiva atmosférica y esa graduación infinitesimal de la luz que se ha llamado sfumato; e, inversamente, la sensibilidad pictórica hace que los dibujos de paisajes, de topografía, de geología y de fenómenos meteorológicos sean no sólo admirables desde el punto de vista estético, sino de una gran precisión científica.
Autorretrato de Leonardo da Vinci (Palazzo Reale, Turín). Realizado en 1516, tres años antes de su muerte, Leonardo acentúa los rasgos que ennoblecen su ancianidad proyectando así la imagen que pretendía que la posteridad tuviese de él. Destaca su frente amplia y despejada, la mirada profunda y reflexiva y los largos cabellos de viejo sabio.
Fuente
La pintura del "quattrocento" fuera de Toscana
Uno de los discípulos de Piero della Francesca fue Melozzo, nacido en Forli, cerca de Ancona, en 1439. El papa Sixto IV le llamó para decorar la Biblioteca del Vaticano, pero del conjunto de los frescos con que adornó las tres salas no queda más que el plafón que representa al pontífice con su familia en el acto de nombrar bibliotecario a Platina, cuyo libro sobre las vidas de los papas es aún testimonio de su erudición.
El fresco, arrancado de su lugar, ocupa hoy un sitio de honor en la Pinacoteca vaticana. Los retratos son admirables, el color del conjunto, suave y naturalísimo; pero, además, se reconocería a Melozzo por un discípulo de Fiero della Francesca sólo por aquel fondo de admirable perspectiva con las ventanas de una galería a lo lejos, por las que entra la luz maravillosamente. Sin embargo, lo más nuevo y sorprendente de esta obra, la gran aportación de Melozzo da Forli, es el nuevo sentido de la perspectiva, basado no sólo en la convergencia de las líneas hacia el "punto de fuga" situado en el horizonte (según había enseñado Brunelleschi y practicado todos los florentinos), sino una perspectiva aérea basada en una audaz visión en escorzo desde abajo hacia arriba. De esta manera se obtiene un resultado extraordinario: el espectador cree contemplardesde abajo las figuras y los elementos arquitectónicos. Melozzo pintó también en Roma el ábside de la iglesia de los Santos Apóstoles, donde había una Ascensión del Señor, entre ángeles, que pasaba por ser una de las más bellas composiciones de sus manos. Arrancados los frescos, sus fragmentos pasaron a adornar la escalera del palacio del Quirinal, y otros se hallan ahora en el Vaticano; a pesar de hallarse mutiladísimos son, aún hoy, una de las preciosidades que conserva Roma. Los ángeles son personajes juveniles, fuertes, algo femeninos por sus peinados compuestos y sus gestos elegantes; cada uno pulsa un instrumento músico con solemne delectación: el violín, el laúd o la pandereta. De vuelta en su provincia, la marca de Ancona, Melozzo pintó una cúpula de la iglesia de Loreto, que es la única de sus obras que se ha conservado intacta; realizada en 1488, refleja el gusto del artista por las figuras volantes y captadas en escorzos fantásticos. Llamado a Urbino, ejecutó para aquel príncipe, el duque Federico II, varios cuadros con las figuras de las artes liberales: dos de ellos, La Dialéctica y La Astronomía, están en la National Gallery de Londres; otros dos, en el Museo de Berlín. Con estos trabajos Melozzo influyó en Justo de Gante y en Pedro Berruguete, con los que convivió. La estancia de Piero della Francesca en Ferrara, hacia 1450, ejerció una influencia decisiva sobre los artistas locales. La tradición del gótico internacional, con ecos flamencos de Van der Weyden, se combinó allí a las novedades aportadas por Piero: un nuevo sentido espacial, un realismo dramático y un plasticismo sereno hecho de precisión y de calma. La amalgama de todos estos ingredientes resultó determinante, en la formación de Cosme Tura (1430-1495), de Francesco del Cossa (1436-1478), ambos ferrareses, y de Mantegna, forastero, pero que a mediados del siglo XV se encontraba también en Ferrara. Quizá la obra más representativa de esta mezcla turbadora de linearismo gótico y de plasticismo renacentista sea la maravillosa serie de frescos, realizados en 1470 por Francesco del Cossa, en el Palacio Schifanoia, de Ferrara. Se trata de un vasto ciclo con alegorías de los meses del año, sobre el que se extiende una escena del Triunfo de Venus, en la que gentiles grupos de parejas de amantes pasean y se abrazan al borde de un río, recreando el clima de la corte de Borso d'Este, en Ferrara. Todavía hoy conmueve aquel humanismo con un agudo sentido de la realidad y con una delicada elegancia que reflejan los trajes y las actitudes de los diversos personajes. Las extrañísimas arquitecturas de rocas y vegetales y, en un ángulo, las tres Gracias desnudas, ponen un toque de misteriosa poesía al conjunto de la composición.
Los pintores toscanos
Durante todo el Quattrocento el arte de la pintura, como el de la escultura, tiene en Italia por centro Florencia, bajo la decidida protección de los Medias. El primer pintor de esta época formó parte del grupo de Donatello y Brunelleschi. Es Masaccio, esto es: Tommaso di ser Giovanni di Mone. "La naturaleza –dice Vasari-, cuando hace a una persona excelente, no suele hacerla sola, sino que al mismo tiempo coloca cerca de ella a otras que pueden ayudarla y estimularla con su virtud. "Así empieza aquel biógrafo del Renacimiento el relato de la vida del pintor para explicarse, en cierto modo, la aparición simultánea de tres hombres geniales: Masaccio, Donatello y Brunelleschi. Un gran número de anécdotas acreditan la amistad íntima que unió a estos tres hombres. Brunelleschi, de más edad, fue, al parecer, el más consciente del grupo; él fue quien enseñó a Masaccio las leyes de la perspectiva.
Masaccio murió joven, a los veintisiete años, en 1428. Su papel, en la pintura renacentista italiana, es parejo al que en la flamenca desempeñó Jan van Eyck, que nacido diez años antes que él, le sobrevivió veintitrés. Dice Vasari, para alabar su estilo, que pintó tan modernamente, que sus obras pueden parangonarse con cualesquiera otras de dibujo y colorido modernos. Al decir moderno Vasari se refería al estilo de sus contemporáneos del siglo XVI, que eran Rafael y Miguel Ángel y los de su escuela, y esta influencia de Masaccio sobre los pintores de toda una época bastante posterior resulta más singular a nuestros ojos, a causa de la escasez de obras suyas. En tiempos de Vasari se atribuían a Masaccio algunas obras que han sido devueltas por la crítica de nuestros días a otros pintores. Hoy, aparte de su obra principal, se considera de su mano un fresco, en Santa Mana Novella, con una simbolización de la Trinidad entre adoradores (dentro de un arco en perspectiva), una tabla con Santa Ana, la Virgen y el Niño y ángeles, en la Galería de los Uffizi, otra en Nápoles con una Crucifixión, y pocas cosas más, entre ellas restos de frescos en San Clemente, en Roma. En la mayoría de estas obras, el colorismo de Masaccio es bastante vivo. Pero cuando se acerca a la culminación de su talento, ¡a los veintiséis años!, en el fresco de la Trinidad de Santa María Novella, ya se nota un paso a profundas investigaciones en el claroscuro y en el dominio de las medias tintas. Se trata de un método más apropiado para conseguir su objetivo principal: definir cuerpos en el espacio, analizar grupos, situaciones y sentimientos. Por fortuna han llegado intactos hasta el presente sus frescos de la capilla Brancacri de la iglesia del Carmine, de Florencia, pintados en 14287 el mismo año de su muerte, que en todo tiempo han sido considerados como su obra más importante. Se trata de una capilla lateral, algo oscura. Los frescos, que ocupan los planos de las dos paredes, fueron empezados por otro pintor toscano, Masolino da Panicale, que los dejó inacabados para hacer un viaje a Hungría; continuados después por Masaccio, su realización quedó interrumpida hasta que medio siglo más tarde los concluyó Hlippino Lippi. En aquellos muros, llenos de pinturas, los ojos buscan la parte que corresponde a Masolino, a Masaccio y a Filippino, para explicarse el gran misterio. La primera impresión que causan los frescos de Masaccio es casi una decepción: las figuras famosas de Adán y Eva expulsados del Paraíso, con sus cuerpos desnudos, están regularmente dibujadas en escorzo, y tan justamente coloridas, que no sorprenden, acostumbrados como se está a la corrección de las escuelas del Renacimiento. Este feliz antirretoricismo, propio del genio, pero sorprendente en aquella época y en un artista tan joven, se concreta en un arte sumamente sintético que no imita la realidad vista, sino que la vuelve a recrear como una imagen poética. Masaccio fija con la pintura sus propios fantasmas interiores, es decir, que, pintando, se libera de su profunda conciencia de la tragedia del hombre, necesariamente mortal, pero cuyas creaciones espirituales son eternas. Esta terrible contradicción la resuelve Masaccio con una serenidad impresionante: transformando el cuerpo humano en un monumento para el espíritu. Quizá sólo los antiguos escultores egipcios, tres mil años antes y por caminos muy distintos, habían alcanzado tal grado de penetración en las relaciones entre cuerpo y espíritu. En las grandes composiciones de la capilla Brancacci que representan a San Pedro pagando el tributo y a San Juan y San Pedro repartiendo limosnas a los pobres de Jerusalén, las figuras de Masaccio se mueven en un escenario natural. Los fondos tienen edificios en perspectiva, que sólo por el estilo de las construcciones reconocemos como de principios del siglo XV, pues por su correcto dibujo parecen de fechas posteriores. Las figuras de los Apóstoles, y las de los personajes que asisten a escenas como la de la resurrección de un muerto por San Pedro, llevan amplios mantos, cuyos grandes pliegues, sin rigidez, caen majestuosos como los de las togas romanas. El espíritu clásico de Brunelleschi debió de inspirar al joven pintor, que buscaría también sus modelos en los mármoles antiguos. Algo de estas innovaciones ya se descubren en lo pintado por Masolino da Panicale y en lo de un maestro umbro, nacido en las Marcas en 1370, Gentile da Fabriano, que entre 1421 y 1425 vivió en Florencia, en donde terminó en 1423 su famosa tabla de la Adoración de los Magos, destinada a la iglesia de la Trinidad, hoy en la Galería de los Uffizi. A esta pintura tendremos que referirnos de nuevo al hablar de Gozzoli. Mas en Masaccio el afán de innovación va mucho más lejos. Por esto, como dice Vasari, tenía un genio abstractísimo (es decir, extraño para su tiempo), era un caso de anticipación."Nosotros -decía Brunelleschi al ocurrir su muerte- hemos experimentado una pérdida grandísima..."Al decir nosotros quería decir toda la Florencia artística de su tiempo. El sagaz arquitecto comprendía claramente que habrían de pasar muchos años antes de que apareciese otro maestro pintor que pudiese recoger semejante herencia.
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario