Paul Gaugin: Ta Matete
Nacido en 1848, Paul Gauguin sólo comenzó a dedicarse plenamente a la pintura a partir del año 1883. Esta decisión, además de acarrearle la pobreza, provocó que le abandonaran su mujer y sus hijos. En 1891, gracias al dinero reunido con la venta de una treintena de pinturas en una subasta, el pintor emprendió un viaje a Tahití con la intención de empaparse de elementos de arte primitivo, permaneciendo en la isla hasta 1893.
El carácter bidimensional de las formas humanas, el perfil de las cabezas en contraste con lo frontal de lo cuerpos y las dos figuras como extraídas de un jeroglífico que se mezclan con el fondo frondoso, dan cuenta clara de esta tendencia.
Gauguin, que consideraba el primitivo arte egipcio como el más interesante de todo el arte antiguo y uno de los más importantes del mundo occidental, ya había hecho uso de este esquematizado lenguaje ideográfico en cuadros como Su nombre es Vairaumati (1892).
En el caso de Ta Matete, no ha logrado establecer ninguna relación adecuada entre la configuración formal de las personas, con sus cambios de perspectiva de frente y de perfil, y el tema del cuadro. Después de elaborar esta pintura, consecuentemente, se ofrece menos propenso a utilizar elementos de la cultura antigua.
La escena del cuadro se encuentra protagonizada por las prostitutas que se ofrecían en el mercado de Papeete, por lo que posiblemente la intención del artista es criticar la situación existente a raíz de la irrupción occidental en los Mares del Sur en aquella época.
Gauguin aplica en este óleo su particular técnica de delimitación de contornos, que ya había empleado en las obras realizadas en Bretaña. La paleta empleada por el artista en la confección del cuadro está integrada por colores vivos. El pintor ha aplicado superficies planas de rojos, amarillos, naranjas, grises y azules de manera arbitraria a la realidad -obsérvese el amarillo del cielo en el fondo y el azul morado del tronco de los árboles-.
En primer plano, a la derecha, es importante destacar el corte en la figura de una de las protagonistas de la composición: se trata de un recurso fotográfico utilizado frecuentemente por algunos pintores del movimiento impresionista, con el cual Gauguin había establecido vínculos anteriormente. En la misma mujer se distingue también la detallada y vigorosa composición de su pareo, que manifiesta el arte pictórico japonés como otra importante influencia común entre Gauguin y los impresionistas.
La obra de Gauguin, que abrió nuevos horizontes estéticos en las generaciones posteriores, ejerció una poderosa influencia en los artistas pertenecientes a los movimientos expresionistas y fauvistas. Ta Matete,compuesta en 1892, mide 73 X 92 cm. y se encuentra en el Kunstmuseum de Basilea.
El carácter bidimensional de las formas humanas, el perfil de las cabezas en contraste con lo frontal de lo cuerpos y las dos figuras como extraídas de un jeroglífico que se mezclan con el fondo frondoso, dan cuenta clara de esta tendencia.
Gauguin, que consideraba el primitivo arte egipcio como el más interesante de todo el arte antiguo y uno de los más importantes del mundo occidental, ya había hecho uso de este esquematizado lenguaje ideográfico en cuadros como Su nombre es Vairaumati (1892).
En el caso de Ta Matete, no ha logrado establecer ninguna relación adecuada entre la configuración formal de las personas, con sus cambios de perspectiva de frente y de perfil, y el tema del cuadro. Después de elaborar esta pintura, consecuentemente, se ofrece menos propenso a utilizar elementos de la cultura antigua.
La escena del cuadro se encuentra protagonizada por las prostitutas que se ofrecían en el mercado de Papeete, por lo que posiblemente la intención del artista es criticar la situación existente a raíz de la irrupción occidental en los Mares del Sur en aquella época.
Gauguin aplica en este óleo su particular técnica de delimitación de contornos, que ya había empleado en las obras realizadas en Bretaña. La paleta empleada por el artista en la confección del cuadro está integrada por colores vivos. El pintor ha aplicado superficies planas de rojos, amarillos, naranjas, grises y azules de manera arbitraria a la realidad -obsérvese el amarillo del cielo en el fondo y el azul morado del tronco de los árboles-.
En primer plano, a la derecha, es importante destacar el corte en la figura de una de las protagonistas de la composición: se trata de un recurso fotográfico utilizado frecuentemente por algunos pintores del movimiento impresionista, con el cual Gauguin había establecido vínculos anteriormente. En la misma mujer se distingue también la detallada y vigorosa composición de su pareo, que manifiesta el arte pictórico japonés como otra importante influencia común entre Gauguin y los impresionistas.
La obra de Gauguin, que abrió nuevos horizontes estéticos en las generaciones posteriores, ejerció una poderosa influencia en los artistas pertenecientes a los movimientos expresionistas y fauvistas. Ta Matete,compuesta en 1892, mide 73 X 92 cm. y se encuentra en el Kunstmuseum de Basilea.
Paul Gauguin
Paul Gauguin, nacido en 1848, un par de lustros más tarde que Cézanne (1839), Monet (1840) y Renoir (1841), no llegó a conocer el impresionismo en su época de elaboración (es decir, antes de 1874), sino en la de su plenitud, demasiado tarde ya para darle el sello de una nueva aportación personal.
Lo vivió como una iniciación, no como un descubrimiento personal, con lo que su carácter aventurero no podía sentirse satisfecho con este papel pasivo. Porque, tanto por temperamento como por las circunstancias de su vida, Gauguin llevó muy pronto sobre sí el sello de la aventura.
A los pocos meses de su nacimiento, a causa de que su padre, que era periodista, temía las consecuencias políticas de la subida del príncipe Luis Napoleón al poder, la familia abandonó Francia y se instaló en Perú, donde su madre tenía parientes. El padre muere durante la travesía. Al cabo de unos años de vida fastuosa, la madre regresa a Francia con sus hijos y se instala en provincias, donde lleva una vida más modesta.
El joven Paul deja entrever su afán de independencia, hasta el punto de resultarle difícil trabar amistad con otros muchachos y de intentar fugarse; llegó incluso a enrolarse -en cuanto le fue posible-en la marina mercante, por no haber sido admitido en la Escuela Naval. Algunos años de navegación, la guerra contra Alemania (1870), la desmovilización (1871) y la vuelta a la vida civil, en la que empieza a tener éxito como empleado de un agente de Bolsa. Su carrera de financiero queda bruscamente interrumpida por el gran hundimiento bursátil de 1882.
Sin empleo, no le queda otra posibilidad que dedicarse a la pintura, cuyos rudimentos había aprendido algo después de su retorno a la vida ciudadana, en compañía de una joven danesa, Mette Gad, con la que se ha casado y que le da, en pocos años, cinco hijos. La crisis financiera interrumpe súbitamente la tranquila holgura de la joven pareja. Gauguin, que llevaba unos diez años pintando en sus ratos de ocio y que incluso había participado en las últimas exposiciones impresionistas, decide entregarse por entero a la pintura, ante la imposibilidad de encontrar otros medios. Los primeros resultados no corresponden a sus esperanzas. Muy pronto se ve obligado a llevar una vida más modesta. Intenta instalarse en provincias (en Rúan, en 1884) y luego marcha a Copenhague (en 1885), donde su esposa cuenta con el apoyo de la familia. Al cabo de unos pocos meses, el fracaso resulta absoluto, tanto moral como materialmente.
Gauguin regresa a Francia en compañía de su hijo Clovis, mientras su mujer se queda en Copenhague con los demás hijos y da clases de francés y hace traducciones para atender a su educación. Para el pintor, esto representa el comienzo de la miseria más absoluta; todos sus esfuerzos para encontrar un empleo, incluso de colocador de carteles, desembocan en el fracaso. Se refugia en un pueblecito de Bretaña (Pont-Aven), donde la vida resulta más barata. Pero deseando romper con todo ese encadenamiento de fatalidades, envía a su hijo a Dinamarca y él se embarca hacia Panamá en compañía de su amigo el pintor Charles Laval. Desde allí se traslada, en 1887, a la Martinica. Cada etapa es una decepción, un nuevo desaliento a superar. Minado por las enfermedades, vuelve a Francia y se refugia de nuevo en Bretaña (1888).
Es frecuente que en los peores momentos se produzcan los hechos decisivos, aunque éstos no lo parezcan en tales ocasiones. En un albergue de Pont-Aven se ha formado un reducido grupo de jóvenes pintores, tan animosos y faltos de recursos como Gauguin. Allí se discute intensamente y Gauguin se hace escuchar. Durante este año, el joven Émile Bernard descuella por sus originales ideas y por la técnica singular con que las ilustra.
Importancia concedida al tema; composiciones que representen acciones y que no se limiten únicamente al paisaje; dibujo que delimite las formas con precisión; color no fragmentado y distribuido en amplias zonas: éstas son algunas de las características de los nuevos medios puestos en práctica. Inmediatamente, Gauguin se muestra seducido por estas propuestas que concuerdan exactamente con sus propias experiencias, ya que en las telas que trae de la Martinica se percibe una orientación muy similar.
Lo que hasta aquel momento se presentaba como una serie de tentativas vacilantes, se convierte súbitamente en una afirmación categórica, en una composición hoy día célebre: La visión después del sermón o Lucha de Jacob con el ángel, de 1888 (National Gallery of Scotland de Edimburgo). Un trazo fuerte en torno a objetos y personajes los aísla entre sí; tanto las perspectivas como los colores resultan inesperados y estas nuevas características están bruscamente acentuadas; las cosas son dichas con una franqueza intransigente, casi ingenua, en la que podría adivinarse la atracción ejercida por la savia de la imaginería popular, evocada a través de un oficio ya muy consolidado. La cálida armonía de colores deja percibir las seducciones del exotismo y, en especial, el de Extremo Oriente, que se hace patente también en la composición, en los contrastes de planos -el primer plano desmesuradamente ampliado en relación con los de la lejanía-, y en la forma de simplificar los volúmenes, de suprimir las sombras y las gradaciones de color.
Lo vivió como una iniciación, no como un descubrimiento personal, con lo que su carácter aventurero no podía sentirse satisfecho con este papel pasivo. Porque, tanto por temperamento como por las circunstancias de su vida, Gauguin llevó muy pronto sobre sí el sello de la aventura.
A los pocos meses de su nacimiento, a causa de que su padre, que era periodista, temía las consecuencias políticas de la subida del príncipe Luis Napoleón al poder, la familia abandonó Francia y se instaló en Perú, donde su madre tenía parientes. El padre muere durante la travesía. Al cabo de unos años de vida fastuosa, la madre regresa a Francia con sus hijos y se instala en provincias, donde lleva una vida más modesta.
El joven Paul deja entrever su afán de independencia, hasta el punto de resultarle difícil trabar amistad con otros muchachos y de intentar fugarse; llegó incluso a enrolarse -en cuanto le fue posible-en la marina mercante, por no haber sido admitido en la Escuela Naval. Algunos años de navegación, la guerra contra Alemania (1870), la desmovilización (1871) y la vuelta a la vida civil, en la que empieza a tener éxito como empleado de un agente de Bolsa. Su carrera de financiero queda bruscamente interrumpida por el gran hundimiento bursátil de 1882.
Sin empleo, no le queda otra posibilidad que dedicarse a la pintura, cuyos rudimentos había aprendido algo después de su retorno a la vida ciudadana, en compañía de una joven danesa, Mette Gad, con la que se ha casado y que le da, en pocos años, cinco hijos. La crisis financiera interrumpe súbitamente la tranquila holgura de la joven pareja. Gauguin, que llevaba unos diez años pintando en sus ratos de ocio y que incluso había participado en las últimas exposiciones impresionistas, decide entregarse por entero a la pintura, ante la imposibilidad de encontrar otros medios. Los primeros resultados no corresponden a sus esperanzas. Muy pronto se ve obligado a llevar una vida más modesta. Intenta instalarse en provincias (en Rúan, en 1884) y luego marcha a Copenhague (en 1885), donde su esposa cuenta con el apoyo de la familia. Al cabo de unos pocos meses, el fracaso resulta absoluto, tanto moral como materialmente.
Gauguin regresa a Francia en compañía de su hijo Clovis, mientras su mujer se queda en Copenhague con los demás hijos y da clases de francés y hace traducciones para atender a su educación. Para el pintor, esto representa el comienzo de la miseria más absoluta; todos sus esfuerzos para encontrar un empleo, incluso de colocador de carteles, desembocan en el fracaso. Se refugia en un pueblecito de Bretaña (Pont-Aven), donde la vida resulta más barata. Pero deseando romper con todo ese encadenamiento de fatalidades, envía a su hijo a Dinamarca y él se embarca hacia Panamá en compañía de su amigo el pintor Charles Laval. Desde allí se traslada, en 1887, a la Martinica. Cada etapa es una decepción, un nuevo desaliento a superar. Minado por las enfermedades, vuelve a Francia y se refugia de nuevo en Bretaña (1888).
Es frecuente que en los peores momentos se produzcan los hechos decisivos, aunque éstos no lo parezcan en tales ocasiones. En un albergue de Pont-Aven se ha formado un reducido grupo de jóvenes pintores, tan animosos y faltos de recursos como Gauguin. Allí se discute intensamente y Gauguin se hace escuchar. Durante este año, el joven Émile Bernard descuella por sus originales ideas y por la técnica singular con que las ilustra.
Importancia concedida al tema; composiciones que representen acciones y que no se limiten únicamente al paisaje; dibujo que delimite las formas con precisión; color no fragmentado y distribuido en amplias zonas: éstas son algunas de las características de los nuevos medios puestos en práctica. Inmediatamente, Gauguin se muestra seducido por estas propuestas que concuerdan exactamente con sus propias experiencias, ya que en las telas que trae de la Martinica se percibe una orientación muy similar.
Lo que hasta aquel momento se presentaba como una serie de tentativas vacilantes, se convierte súbitamente en una afirmación categórica, en una composición hoy día célebre: La visión después del sermón o Lucha de Jacob con el ángel, de 1888 (National Gallery of Scotland de Edimburgo). Un trazo fuerte en torno a objetos y personajes los aísla entre sí; tanto las perspectivas como los colores resultan inesperados y estas nuevas características están bruscamente acentuadas; las cosas son dichas con una franqueza intransigente, casi ingenua, en la que podría adivinarse la atracción ejercida por la savia de la imaginería popular, evocada a través de un oficio ya muy consolidado. La cálida armonía de colores deja percibir las seducciones del exotismo y, en especial, el de Extremo Oriente, que se hace patente también en la composición, en los contrastes de planos -el primer plano desmesuradamente ampliado en relación con los de la lejanía-, y en la forma de simplificar los volúmenes, de suprimir las sombras y las gradaciones de color.
La familia Schuffnecker de Paul Gauguin (Museo del Jeu de Paume, París). El cuadro representa el interior de un estudio de pintor donde una mujer y sus dos hijas posan para la tela que el artista tiene sobre el caballete. Estas tres figuras configuran dos formas geométricas, dos triángulos marcados por el color de los abrigos. Al fondo de la composición puede verse tras las ventanas un paisaje y en una de las paredes del estudio una naturaleza muerta y una estampa japonesa, muy de moda en la época.
Fuente
http://www.historiadelarte.us
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Henri de Toulouse-Lautrec: La inglesa del "Star"
Descendiente de una familia de la aristocracia francesa, Henri de Tou-louse-Lautrec encontró el tema de sus pinturas en la vida nocturna de Montmartre, donde tuvo su estudio durante trece años. El oficio lo había aprendido primero en casa de León Bonnat y, posteriormente, en la de Fréderic Cormon, donde conoció a Van Gogh y al artista Louis Anquetin. Su encuentro con este último lo introdujo en el círculo de personas que frecuentaba el café-cabaret "Le Mirliton", situado precisamente en Montmartre. Desde entonces, Toulouse-Lautrec trabajó con regularidad en los cafés de este barrio parisino, dibujando apuntes de amigos, artistas, bailarinas, prostitutas y cortesanas. Conoció a la joven retratada en La inglesa del "Star" (L'Anglaise du Le Havre) en un bar; ella era bailarina, aunque en esta ocasión no de Montmartre.
Después de una estancia involuntaria por problemas de alcoholismo en el hospital psiquiátrico de Neuilly, cerca de París, el artista decidió partir de viaje en compañía de un pariente lejano que oficiaba como su tutor por prescripción médica. Habían pasado juntos unos días en Albi y se encontraban en una taberna inglesa en el puerto de El Havre, esperando zarpar a Bordeaux, cuando Toulouse-Lautrec conoció a Miss Dolly, una camarera, bailarina y animadora del bar que lo sedujo inmediatamente.
El artista realizó, incluso, varios retratos de la muchacha allí mismo. Este en particular, donde la joven inglesa aparece ocupando prácticamente todo el plano de la composición, ha sido motivo de numerosos estudios por la relación que guarda con el expresionismo. Con pinceladas precisas y sueltas, que no presentan huellas de su reciente crisis, reproduce con inmensa maestría la sonrisa de la jovial modelo. Los bucles rubios sobre un fondo de planos geométricos que, por otro lado, anuncian la llegada del cubismo, enmarcan la seductora expresión, plena de inteligencia, de Miss Dolly, restando importancia a toda referencia espacial.
El colorido de la composición es realmente exquisito. Tonos rosa muy delicados en medio del azul del traje y el amarillo naranja del cabello. Los tonos verdes de la blusa se repiten en el fondo mezclándose con azules suaves. El óleo, muy disuelto y fino, ha sido aplicado en líneas, como si se tratara de un dibujo. La pintura que por momentos parece un mosaico de manchas y rayas, produce en el espectador un impacto más fresco y vivaz que su dibujo preliminar realizado con lápiz.
El color se manifiesta sobre la importancia de las líneas, y el artista ha seleccionado las tonalidades más vivas de la composición para representar el personaje. La luz de la vidriera que se encuentra al fondo a la izquierda, se destaca, sin embargo, en el rostro pleno de la joven, cuya personalidad, desde el centro mismo del lienzo, domina por completo la obra.
Se conservan varias piezas que tienen a Mis Dolly como protagonista. Este pequeño óleo pintado sobre madera de tilo en 1899 mide 41 x 33 cm. y está considerado una obra maestra del arte del retrato. Se encuentra en el Musée Toulouse-Lautrec, en Albi.
Después de una estancia involuntaria por problemas de alcoholismo en el hospital psiquiátrico de Neuilly, cerca de París, el artista decidió partir de viaje en compañía de un pariente lejano que oficiaba como su tutor por prescripción médica. Habían pasado juntos unos días en Albi y se encontraban en una taberna inglesa en el puerto de El Havre, esperando zarpar a Bordeaux, cuando Toulouse-Lautrec conoció a Miss Dolly, una camarera, bailarina y animadora del bar que lo sedujo inmediatamente.
El artista realizó, incluso, varios retratos de la muchacha allí mismo. Este en particular, donde la joven inglesa aparece ocupando prácticamente todo el plano de la composición, ha sido motivo de numerosos estudios por la relación que guarda con el expresionismo. Con pinceladas precisas y sueltas, que no presentan huellas de su reciente crisis, reproduce con inmensa maestría la sonrisa de la jovial modelo. Los bucles rubios sobre un fondo de planos geométricos que, por otro lado, anuncian la llegada del cubismo, enmarcan la seductora expresión, plena de inteligencia, de Miss Dolly, restando importancia a toda referencia espacial.
El colorido de la composición es realmente exquisito. Tonos rosa muy delicados en medio del azul del traje y el amarillo naranja del cabello. Los tonos verdes de la blusa se repiten en el fondo mezclándose con azules suaves. El óleo, muy disuelto y fino, ha sido aplicado en líneas, como si se tratara de un dibujo. La pintura que por momentos parece un mosaico de manchas y rayas, produce en el espectador un impacto más fresco y vivaz que su dibujo preliminar realizado con lápiz.
El color se manifiesta sobre la importancia de las líneas, y el artista ha seleccionado las tonalidades más vivas de la composición para representar el personaje. La luz de la vidriera que se encuentra al fondo a la izquierda, se destaca, sin embargo, en el rostro pleno de la joven, cuya personalidad, desde el centro mismo del lienzo, domina por completo la obra.
Se conservan varias piezas que tienen a Mis Dolly como protagonista. Este pequeño óleo pintado sobre madera de tilo en 1899 mide 41 x 33 cm. y está considerado una obra maestra del arte del retrato. Se encuentra en el Musée Toulouse-Lautrec, en Albi.
Henri de Toulouse-Lautrec: La inglesa del "Star"
Descendiente de una familia de la aristocracia francesa, Henri de Tou-louse-Lautrec encontró el tema de sus pinturas en la vida nocturna de Montmartre, donde tuvo su estudio durante trece años. El oficio lo había aprendido primero en casa de León Bonnat y, posteriormente, en la de Fréderic Cormon, donde conoció a Van Gogh y al artista Louis Anquetin. Su encuentro con este último lo introdujo en el círculo de personas que frecuentaba el café-cabaret "Le Mirliton", situado precisamente en Montmartre. Desde entonces, Toulouse-Lautrec trabajó con regularidad en los cafés de este barrio parisino, dibujando apuntes de amigos, artistas, bailarinas, prostitutas y cortesanas. Conoció a la joven retratada en La inglesa del "Star" (L'Anglaise du Le Havre) en un bar; ella era bailarina, aunque en esta ocasión no de Montmartre.
Después de una estancia involuntaria por problemas de alcoholismo en el hospital psiquiátrico de Neuilly, cerca de París, el artista decidió partir de viaje en compañía de un pariente lejano que oficiaba como su tutor por prescripción médica. Habían pasado juntos unos días en Albi y se encontraban en una taberna inglesa en el puerto de El Havre, esperando zarpar a Bordeaux, cuando Toulouse-Lautrec conoció a Miss Dolly, una camarera, bailarina y animadora del bar que lo sedujo inmediatamente. El artista realizó, incluso, varios retratos de la muchacha allí mismo. Este en particular, donde la joven inglesa aparece ocupando prácticamente todo el plano de la composición, ha sido motivo de numerosos estudios por la relación que guarda con el expresionismo. Con pinceladas precisas y sueltas, que no presentan huellas de su reciente crisis, reproduce con inmensa maestría la sonrisa de la jovial modelo. Los bucles rubios sobre un fondo de planos geométricos que, por otro lado, anuncian la llegada del cubismo, enmarcan la seductora expresión, plena de inteligencia, de Miss Dolly, restando importancia a toda referencia espacial. El colorido de la composición es realmente exquisito. Tonos rosa muy delicados en medio del azul del traje y el amarillo naranja del cabello. Los tonos verdes de la blusa se repiten en el fondo mezclándose con azules suaves. El óleo, muy disuelto y fino, ha sido aplicado en líneas, como si se tratara de un dibujo. La pintura que por momentos parece un mosaico de manchas y rayas, produce en el espectador un impacto más fresco y vivaz que su dibujo preliminar realizado con lápiz. El color se manifiesta sobre la importancia de las líneas, y el artista ha seleccionado las tonalidades más vivas de la composición para representar el personaje. La luz de la vidriera que se encuentra al fondo a la izquierda, se destaca, sin embargo, en el rostro pleno de la joven, cuya personalidad, desde el centro mismo del lienzo, domina por completo la obra. Se conservan varias piezas que tienen a Mis Dolly como protagonista. Este pequeño óleo pintado sobre madera de tilo en 1899 mide 41 x 33 cm. y está considerado una obra maestra del arte del retrato. Se encuentra en el Musée Toulouse-Lautrec, en Albi.
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Henri de Toulouse-Lautrec, el oropel del music-hall
Quien le introdujo en la vida nocturna de Montmartre fue el poeta y chansonnier Aristide Bruant, al cual el pintor representó tantas veces con su vestido de terciopelo negro, su gran bufanda roja y su sombrero de alas anchas. Bruant cantaba en el cabaret Le Mirliton, para el que Toulouse-Lautrec realizó uno de sus primeros carteles. Luego se hizo asiduo del Moulin Rouge, que inmortalizó en varios cuadros y para el que realizó carteles famosos. En la mayoría figuran las componentes del célebre cancán: La Môme Fromage, Grille d'Égout, Nini Patte en l’Air y -sobre todo- Louise Weber, llamada La Goulue, que en 1890, a los 20 años, llevaba su flequillo rubio y mostraba -como el mismo Toulouse-Lautrec- un terrible apetito por todos los placeres de la vida: comer, beber, divertirse, bailar, triunfar. Yvette Guilbert describe así su famoso número del Moulin Rouge: "La Goulue, con sus medias de seda negra, tomaba su pie con la mano y lo llevaba más alto que su cabeza, mientras hacía ondular sus sesenta metros de puntillas de sus enaguas y mostraba su pantalón". La mirada, siempre en acecho, de Toulouse-Lautrec descubría a las diosas del café-concert extrañamente maquilladas y con la sorprendente iluminación de abajo arriba que proyectaban las candilejas. Para ellas realizó una fantástica serie de carteles utilizando la litografía en colores, modalidad que revolucionó totalmente: Jane Avril, alegre, con su silueta elegante y fina, danzaba "como una orquídea en delirio", según decía Maurice Joyant; Yvette Guilbert, la cantante de los largos guantes negros, que en 1895 tenía el mismo éxito entre el gran público y los intelectuales que Greta Garbo en 1930 o Brigitte Bardot en 1960; May Belfort, la irlandesa que aparecía en escena perversamente vestida de bebé, con un gatito negro en los brazos; la pelirroja inglesa May Milton, y tantas otras. Para todas ellas, los muros del París de la belle époque se cubrían con la floración fastuosa y los colores brillantes de los carteles de Toulouse-Lautrec, sin los cuales no se podría explicar satisfactoriamente el primer estilo, entre parisiense y barcelonés, de Picasso. Pronto colaboró, como ilustrador, en varias revistas de la época, como L'Escarmouche, el Fígaro Illustré y Le Rire. En 1893 celebró una exposición en la Galería Goupil, e invitó a Degas, quien después de contemplar largo tiempo en silencio sus cuadros y dibujos, los aprobó, en el momento de abrir la puerta para salir, con una frase breve: Ca, Lautrec, on voit que vous etes du bátiment!
En 1895 decoró con paneles pintados sobre sargas el barracón que La Goulue instaló en la Foire du Troné y que ahora se hallan en el Musée d'Orsay
Tras un viaje a Londres, efectuado en 1898, en ocasión de una exposición de obras suyas allí celebrada, su salud quedó muy postrada a causa de su trepidante vida nocturna y de sus abusos de las bebidas alcohólicas, y durante el año siguiente siguió una cura de desintoxicación en una clínica. Convaleciente, creyendo recuperada su salud, se trasladó a Le Havre, donde realizó uno de sus últimos retratos: miss Dolly, una inglesa camarera del café-concert "Le Star", para la que pintó una tela maravillosa, toda entonada en rosas y azules, que acompañan su abundante cabellera rubia.
En 1901, habiendo reincidido en la bebida, sufrió un ataque de parálisis y se hizo transportar al lado de su madre en el castillo de Malromé (Gironda), donde murió a la edad de treinta y siete años. Con su figura de enano, su mirada llena de ternura y su ironía siempre vigilante, Toulouse-Lautrec -pese a su corta vida- creó para siempre un mito aun hoy deslumbrante: el del París de fin de siglo.
En 1895 decoró con paneles pintados sobre sargas el barracón que La Goulue instaló en la Foire du Troné y que ahora se hallan en el Musée d'Orsay
Tras un viaje a Londres, efectuado en 1898, en ocasión de una exposición de obras suyas allí celebrada, su salud quedó muy postrada a causa de su trepidante vida nocturna y de sus abusos de las bebidas alcohólicas, y durante el año siguiente siguió una cura de desintoxicación en una clínica. Convaleciente, creyendo recuperada su salud, se trasladó a Le Havre, donde realizó uno de sus últimos retratos: miss Dolly, una inglesa camarera del café-concert "Le Star", para la que pintó una tela maravillosa, toda entonada en rosas y azules, que acompañan su abundante cabellera rubia.
En 1901, habiendo reincidido en la bebida, sufrió un ataque de parálisis y se hizo transportar al lado de su madre en el castillo de Malromé (Gironda), donde murió a la edad de treinta y siete años. Con su figura de enano, su mirada llena de ternura y su ironía siempre vigilante, Toulouse-Lautrec -pese a su corta vida- creó para siempre un mito aun hoy deslumbrante: el del París de fin de siglo.
Ivette saludando al público de Henri de Toulouse-Lautrec (Musée d'Orsay, París). Ivette Guilbert, espiritual y cultivada, tenía "grandes ojos inteligentes, perdidos en el vacío" y la suerte de agradar por igual tanto al público poco cultivado como a los intelectuales. Cincuenta años de éxito ininterrumpido lo atestiguan. El pintor hizo varios cuadros para ella.
Henri de Toulouse-Lautrec, el oropel del music-hall
Quien le introdujo en la vida nocturna de Montmartre fue el poeta y chansonnier Aristide Bruant, al cual el pintor representó tantas veces con su vestido de terciopelo negro, su gran bufanda roja y su sombrero de alas anchas. Bruant cantaba en el cabaret Le Mirliton, para el que Toulouse-Lautrec realizó uno de sus primeros carteles. Luego se hizo asiduo del Moulin Rouge, que inmortalizó en varios cuadros y para el que realizó carteles famosos. En la mayoría figuran las componentes del célebre cancán: La Môme Fromage, Grille d'Égout, Nini Patte en l’Air y -sobre todo- Louise Weber, llamada La Goulue, que en 1890, a los 20 años, llevaba su flequillo rubio y mostraba -como el mismo Toulouse-Lautrec- un terrible apetito por todos los placeres de la vida: comer, beber, divertirse, bailar, triunfar. Yvette Guilbert describe así su famoso número del Moulin Rouge: "La Goulue, con sus medias de seda negra, tomaba su pie con la mano y lo llevaba más alto que su cabeza, mientras hacía ondular sus sesenta metros de puntillas de sus enaguas y mostraba su pantalón". La mirada, siempre en acecho, de Toulouse-Lautrec descubría a las diosas del café-concert extrañamente maquilladas y con la sorprendente iluminación de abajo arriba que proyectaban las candilejas. Para ellas realizó una fantástica serie de carteles utilizando la litografía en colores, modalidad que revolucionó totalmente: Jane Avril, alegre, con su silueta elegante y fina, danzaba "como una orquídea en delirio", según decía Maurice Joyant; Yvette Guilbert, la cantante de los largos guantes negros, que en 1895 tenía el mismo éxito entre el gran público y los intelectuales que Greta Garbo en 1930 o Brigitte Bardot en 1960; May Belfort, la irlandesa que aparecía en escena perversamente vestida de bebé, con un gatito negro en los brazos; la pelirroja inglesa May Milton, y tantas otras. Para todas ellas, los muros del París de la belle époque se cubrían con la floración fastuosa y los colores brillantes de los carteles de Toulouse-Lautrec, sin los cuales no se podría explicar satisfactoriamente el primer estilo, entre parisiense y barcelonés, de Picasso. Pronto colaboró, como ilustrador, en varias revistas de la época, como L'Escarmouche, el Fígaro Illustré y Le Rire. En 1893 celebró una exposición en la Galería Goupil, e invitó a Degas, quien después de contemplar largo tiempo en silencio sus cuadros y dibujos, los aprobó, en el momento de abrir la puerta para salir, con una frase breve: Ca, Lautrec, on voit que vous etes du bátiment!
En 1895 decoró con paneles pintados sobre sargas el barracón que La Goulue instaló en la Foire du Troné y que ahora se hallan en el Musée d'Orsay
Tras un viaje a Londres, efectuado en 1898, en ocasión de una exposición de obras suyas allí celebrada, su salud quedó muy postrada a causa de su trepidante vida nocturna y de sus abusos de las bebidas alcohólicas, y durante el año siguiente siguió una cura de desintoxicación en una clínica. Convaleciente, creyendo recuperada su salud, se trasladó a Le Havre, donde realizó uno de sus últimos retratos: miss Dolly, una inglesa camarera del café-concert "Le Star", para la que pintó una tela maravillosa, toda entonada en rosas y azules, que acompañan su abundante cabellera rubia.
En 1901, habiendo reincidido en la bebida, sufrió un ataque de parálisis y se hizo transportar al lado de su madre en el castillo de Malromé (Gironda), donde murió a la edad de treinta y siete años. Con su figura de enano, su mirada llena de ternura y su ironía siempre vigilante, Toulouse-Lautrec -pese a su corta vida- creó para siempre un mito aun hoy deslumbrante: el del París de fin de siglo.
En 1895 decoró con paneles pintados sobre sargas el barracón que La Goulue instaló en la Foire du Troné y que ahora se hallan en el Musée d'Orsay
Tras un viaje a Londres, efectuado en 1898, en ocasión de una exposición de obras suyas allí celebrada, su salud quedó muy postrada a causa de su trepidante vida nocturna y de sus abusos de las bebidas alcohólicas, y durante el año siguiente siguió una cura de desintoxicación en una clínica. Convaleciente, creyendo recuperada su salud, se trasladó a Le Havre, donde realizó uno de sus últimos retratos: miss Dolly, una inglesa camarera del café-concert "Le Star", para la que pintó una tela maravillosa, toda entonada en rosas y azules, que acompañan su abundante cabellera rubia.
En 1901, habiendo reincidido en la bebida, sufrió un ataque de parálisis y se hizo transportar al lado de su madre en el castillo de Malromé (Gironda), donde murió a la edad de treinta y siete años. Con su figura de enano, su mirada llena de ternura y su ironía siempre vigilante, Toulouse-Lautrec -pese a su corta vida- creó para siempre un mito aun hoy deslumbrante: el del París de fin de siglo.
Ivette saludando al público de Henri de Toulouse-Lautrec (Musée d'Orsay, París). Ivette Guilbert, espiritual y cultivada, tenía "grandes ojos inteligentes, perdidos en el vacío" y la suerte de agradar por igual tanto al público poco cultivado como a los intelectuales. Cincuenta años de éxito ininterrumpido lo atestiguan. El pintor hizo varios cuadros para ella.
Fuente
http://www.historiadelarte.us
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La locura de Van Gogh
Mucho se ha escrito acerca de la locura de Vincent Van Gogh y el precio que tuvo que pagar por ser un genio. A la luz de la psiquiatría, el suyo se convirtió en un caso de gran interés para los expertos. Tanto en su biografía como en sus cartas había claros indicios para sustentar las diferentes hipótesis: locura religiosa y automortificación en sus primeros años, continuos trastornos de carácter luego, y más tarde un intento de asesinato con una navaja de afeitar, según la versión de su amigo Gauguin, que acabó con el propio Vincent desangrándose en una cama con la oreja cortada, pieza que antes había envuelto en papel de periódico para ofrecer como obsequio en un burdel a una prostituta llamada Rachel.
Epilepsia, alcoholismo y esquizofrenia sentencian los entendidos. Sin embargo, hay quién ve en la simple fatalidad la causa de su desequilibrio. Según ciertos médicos, el de Van Gogh es un caso de intoxicación provocada por inhalación sistemática de sustancias perniciosas y una consecuente lesión cerebral. Para probar lo cual una vez más se recurre a las cartas, en las que pide a su hermano Théo constantemente y con urgencia blanco y amarillo para trabajar. Van Gogh utilizaba blanco de plata y amarillo de cromo, dos colores que por entonces -hoy se sabe y de hecho ya no se procesan como antes-, resultaban en su composición altamente nocivos.
Lo cierto es que, sea cual sea la causa de su locura, la única evidencia incuestionable del caso Van Gogh es su genialidad, de cuya existencia dan testimonio sus cuadros.
Epilepsia, alcoholismo y esquizofrenia sentencian los entendidos. Sin embargo, hay quién ve en la simple fatalidad la causa de su desequilibrio. Según ciertos médicos, el de Van Gogh es un caso de intoxicación provocada por inhalación sistemática de sustancias perniciosas y una consecuente lesión cerebral. Para probar lo cual una vez más se recurre a las cartas, en las que pide a su hermano Théo constantemente y con urgencia blanco y amarillo para trabajar. Van Gogh utilizaba blanco de plata y amarillo de cromo, dos colores que por entonces -hoy se sabe y de hecho ya no se procesan como antes-, resultaban en su composición altamente nocivos.
Lo cierto es que, sea cual sea la causa de su locura, la única evidencia incuestionable del caso Van Gogh es su genialidad, de cuya existencia dan testimonio sus cuadros.
Fuente http://www.historiadelarte.us Vincent Van Gogh: Noche estrellada
La noche estrellada (La Nuit Étoilée) es uno de los cuadros más famosos de Vincent Van Gogh. Durante la concepción de la obra, en 1889, el artista se encontraba internado en la clínica de Saint-Rémy, víctima de una profunda crisis depresiva que
indicaba el carácter crónico de la enfermedad mental que padecía. El pintor vislumbró esta obra desde la panorámica que le ofrecía la ventana de la clínica. En la composición de Noche estrellada, Van Gogh aborda nuevamente el tema de los cuadros nocturnos de las épocas de Arles y París. Se trata de uno de las pocas pinturas donde el pintor renuncia a la observación directa de la naturaleza para crear formas y colores y se entrega para ello a las consignas de su fantasía, estableciendo de este modo una atmósfera de notoria originalidad. En el cielo se despliega un acontecimiento cósmico de imponente dramatismo. Dos enormes espirales nebulosas se envuelven una con otra, mientras once estrellas sobre-dimensionadas atraviesan la noche con sus halos de luz. La luna, pintada de color naranja en la parte superior derecha del lienzo, hace pensar en un sol radiante, y un ancho sendero luminoso se extiende sobre la línea del horizonte. El artista ha aplicado en este cuadro su característica, enérgica y rotunda pincelada. Sin embargo, el vigor de la técnica se encuentra atemperado por el ritmo de las curvas voluptuosas que dominan el cielo íntegramente y proporcionan, a la vez, una poderosa acción dinámica al cuadro. El ciprés -un elemento cargado de simbolismo que el artista había comenzado a utilizar en sus últimas representaciones-ocupa el primer plano, es la figura más oscura de la composición, y adopta una morfología flamígera acorde con el fondo. Junto con la torre de la iglesia del pueblo, el árbol determina una relación de repetición de formas que, en su carácter geométrico, aportan el elemento de estabilidad y firmeza que sostiene la composición. El pueblo, cuya serenidad contrasta con la virulencia del cielo, está representado con trazos rectos y breves, con lo cual se acentúa la oposición con las curvas que dominan la parte superior del cuadro. De la misma manera, las pequeñas luces de las casas son, al contrario que los astros, cuadradas y poco brillantes. La luz no se manifiesta sino en las formas de la luna y las estrellas como sólidas irradiaciones. De este modo, Van Gogh deja claro que el tema que supedita la obra está representado en el cielo y no en la tierra. Este predominio ha sido representado por el artista también en la elección y distribución de colores -azul, morado y amarillo, frecuentes en las obras realizadas por el artista durante la temporada estival de 1889-, aplicando los más vivos en el cielo y utilizando tonos sombríos en el poblado. Las características de esta singular pintura influenciaron notablemente a los artistas que más tarde se manifestarían dentro del movimiento expresionista. El óleo, cuyo precio lo coloca entre uno de los más valiosos en la historia de la pintura, fue creado en el mes de junio de 1889, mide 73 x 92 cm. y se encuentra en el Museum of Modern Art de Nueva York.
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