En la historia de las religiones hay un tema que suele despertar curiosidad. Se trata de los ángeles caídos, también conocidos en algunos ámbitos como demonios. Se relata que los ángeles caídos serían, en realidad, de los primeros ángeles que Dios creó, pero que se alejaron de él y se rebelaron contra él, lo que motivó que fuesen desterrados del cielo y muchos de ellos enviados al infierno. La principal fuente para tener información sobre los ángeles caídos la encontramos en el Libro de Enoc, una antigua obra atribuida a Enoc, el bisabuelo de Noé, que contiene un rico material sobre el origen de los demonios y de los gigantes, la explicación sobre por qué algunos ángeles cayeron del cielo, e incluso una explicación de por qué fue necesario el Gran Diluvio. Algunos estudios han estimado que las secciones más antiguas del Libro de Enoc, principalmente el Libro de los Vigilantes, datan de alrededor del año 300 a.C., y la última parte, el Libro de las Parábolas, del siglo I a.C. Al principio, los ángeles caídos pertenecían al grupo celestial que salvaguardaba los inicios de la humanidad. Se dice que fueron creados específicamente por Dios para velar por el hombre, y se les otorgó de entendimiento y libertad. Estas características llevaron a que muchos de estos ángeles comenzasen a cuestionar a su creador, alejándose de él y cometiendo diferentes pecados, lo que llevó a que Dios los expulsara del cielo, desterrándoles al infierno. Se cuenta que la mayoría de los ángeles cayeron por lujuria, aunque también por vanidad como motivos principales. ¿Por qué razón cayeron estos ángeles? Aquí existen dos versiones distintas, según las fuentes. Por un lado, encontramos los relatos bíblicos en que se refieren a Lucifer; pero por otro encontramos el Libro de Enoc, en donde vemos que cayeron 200 ángeles en total, con Semyazza como líder principal, aunque no el único, ya que eran 20 líderes en total. A éstos se les conoce como los Vigilantes, aunque también fueron llamados Grigori. Se relata que fueron enviados por Dios a la Tierra para velar por la humanidad, pero les gustaron las hijas de los hombres, se unieron a ellas y engendraron hijos. Sus hijos fueron los Nephilim mencionados en la Biblia, semidioses gigantes, hijos de ángeles y humanas. Pero no sólo fue por lujuria, ya que incluso en el caso de los Grigori o Vigilantes, muchos cayeron por enseñar a los hombres el arte de la guerra y la creación de armas, entre otra serie de conocimientos, lo que creó un desequilibrio entre los primeros hombres. Lucifer (“portador de luz”), es también conocido como Satanás, aunque originalmente su nombre es Luzbel (“luz bella”). Es el ángel caído más conocido de todos y quien más veces aparece reflejado en la Biblia, a diferencia de otros que aparecen en el Libro de Enoc. Se dice que Lucifer fue creado por Dios como su hijo pródigo. Le dotó de gran belleza, inteligencia y perfección, con el objetivo que organizase al resto de ángeles.
En Mateo, Jesús dice: “Apártate de mí, Satanás“. Por otro lado, Shakespeare en su obra Rey Enrique IV, nos dice: “Y tal enredo de patrañas y majaderías que me apartan de mi fe. Os digo que anoche me tuvo lo menos nueve horas recitándome los distintos nombres del diablo“. Eliphas Lévi, nombre adoptado por el mago y escritor ocultista francés Alphonse Louis Constant, en su obra Dogma y ritual de la alta magia, nos relata que: “A la terrible y justa potestad que eternamente mata los abortos, la llamaron Tifón los egipcios, Samael los hebreos, Satán los orientales y Lucifer los latinos. El Lucifer de la Kábala no es un ángel caído y protervo, sino el ángel que ilumina y regenera después de la caída“. El escritor inglés Daniel Defoe afirma que: “Aunque el diablo es malo de por sí, los hombres echan sobre él todas sus maldades y le maltratan y acusan injustamente“. Según H.P Blavatsky, hace bastantes años un cabalista anónimo escribió estas terribles palabras: “Creo en el Diablo, omnipotente Padre del Mal, destructor de todas las cosas, perturbador de cielos y tierra. Y en el Anticristo, su único Hijo y perseguidor nuestro, que fue concebido por obra del Espíritu maligno y nació de una sacrílega y loca virgen. Fue glorificado por los hombres y reinó sobre ellos. Subió al trono de Dios todopoderoso, y sentado junto a Él insulta desde allí a los vivos y a los muertos. Creo en el Espíritu del Mal, en la sinagoga de Satanás, en la comunión de los malvados, en la perdición del cuerpo y en la muerte e infierno perdurables. Amén“. Este blasfemo credo parece totalmente fuera de lugar. Pero según el periódico Sun, de Nueva York, a finales del siglo XIX hubo un clérigo de Brooklyn que afirmaba lo siguiente: “Los predicadores bautistas se congregaron ayer en la capilla de los marinos con asistencia de algunos misioneros. El reverendo Sarles, de Brooklyn, leyó un discurso en que defendía la proposición de que todo adulto infiel que muere sin tener conocimiento del Evangelio se condena eternamente. Esto equivale a decir que el Evangelio es maldición en vez de bendición, y que los judíos obraron en justicia al crucificar a Cristo, con lo que se derrumba todo el edificio de la religión revelada“.
Toda la moral del cristianismo contemporáneo se resume en el mandato de “temer al diablo”, cuya existencia personalmente objetiva afirma el clero católico secundado por algunos seglares, como Roger Gougenot des Mousseaux, periodista y escritor francés, que escribió varios libros denunciando las sociedades secretas y la masonería. Des Mousseaux reconoce la realidad de los fenómenos espiritistas tan sólo porque le sirven de argumento para demostrar la del diablo. Sin embargo, las deducciones del caballero Des Mousseaux están faltas de premisas y denotan una vez más la concordancia entre el credo diabólico y las enseñanzas clericales. En su obra Fenómenos de la magia superior, Des Mousseaux dice lo siguiente: “Si la magia y el espiritismo fuesen quimeras, tendríamos que despedirnos para siempre de cuantos ángeles rebeldes perturban hoy el mundo, pues no habría demonios en la tierra, y si los perdiéramos, perderíamos también a nuestro Salvador. Porque ¿de quién o de qué nos hubiera redimido? Por consiguiente dejaría de ser tal el cristianismo“. J. C. Colquhoun, en Historia de la magia, hechicería y magnetismo animal, dice: “Los que en los tiempos modernos creen en la existencia personal del diablo, no se dan cuenta de que en realidad son politeístas e idólatras“. En su afán de dar a su doctrina la supremacía sobre todas las demás, se atribuyen los cristianos el reconocimiento dogmático del diablo, pues Jesús fue el primero en emplear la palabra “legión” aplicada a los espíritus malignos, y en esto se apoya Des Mousseaux para decir en una de sus obras: “Posteriormente, cuando al morir la sinagoga dejó su herencia en manos de Cristo, florecieron los Padres de la Iglesia, a quienes algunos ignorantones presumidos acusaron de haber tomado de los teurgos el concepto relativo a los espíritus de tinieblas“. Si bien nadie niega la existencia de los Padres de la Iglesia, basta leer las obras de los platónicos de la Academia, que ya eran teurgos anteriores a Jámblico, para descubrir en ellas el origen de la demonología, así como la angelología, cuyo ortodoxo simbolismo adulteraron los Padres de la Iglesia. San Agustín, no obstante llamarle sus partidarios “coloso de sabiduría y erudición”, negaba la esfericidad de la Tierra porque “las antípodas no podrían ver a Jesucristo en su segundo advenimiento”; el escritor latino y apologista cristiano Lactancio argumentaba en contra de la misma teoría de la redondez de la tierra, diciendo que no era posible que los árboles creciesen al revés y los hombres anduviesen cabeza abajo.
Según Juan Guillermo Draper, en Conflictos entre la religión y la ciencia, Cosmas Indicopleustes, marino griego de Alejandría que navegó a Etiopía, la India y Sri Lanka en la primera mitad del siglo VI y que posteriormente se hizo monje, quizá nestoriano, expuso un sistema cosmográfico de exquisita ortodoxia en su Topografía cristiana. Y Beda el Venerable (672 – 735), monje benedictino en el monasterio de Saint Peter en Wearmouth, asegura que el cielo está templado con aguas glaciales para que no se inflame, lo cual bien pudiera atribuirse a especial favor de la Providencia, a fin de impedir que las irradiaciones de la sabiduría de este teólogo prendieran fuego al cielo. Sea como fuere, los Padres de la Iglesia tomaron de los judíos cabalistas sus conceptos acerca de los “espíritus de tinieblas”, pero desfigurándolos. No hay en el pandemonio persa un solo deva tan absurdo como los íncubos que Des Mousseaux rescató de San Agustín. Los devas son deidades benévolas en el hinduismo y el budismo. Posteriormente fueron asimilados también a las creencias esotéricas occidentales. Para los budistas, los devas son seres que habitan diferentes cielos donde gozan de los placeres en recompensa a sus buenas acciones anteriores, ya que aún no han superado los niveles kármicos y están sujetos a nuevos renacimientos. Los devas serían igualmente seres superiores o etéricos de varios tipos, también llamados “espíritus de la tierra”. Según el pensamiento esotérico, los devas habitan y gobiernan los objetos naturales, como árboles, ríos, montañas, plantas o minerales, y apoyan a la evolución del planeta. El Tifón egipcio, simbolizado en un asno, resultaría un filósofo en comparación del diablo prendido por el labriego normando en el ojo de una llave. Tampoco el persa Ahriman ni el hinduista Vritra tomarían a bien que se los identificase con Satán, cuyo nombre no conviene pronunciar desde los púlpitos por no herir los oídos de los fieles, a la manera como no era lícito pronunciar fuera del recinto los nombres sagrados ni las palabras sacramentales de los Misterios. Por esta razón, apenas conocemos los nombres de las divinidades de Samotracia ni el número exacto de los Cabiros. En la mitología griega, los Cabiros eran un grupo de enigmáticas deidades ctónicas, o dioses y espíritus del inframundo. Fueron adorados en un culto mistérico que tuvo su centro en la isla de Samotracia (Grecia) y estuvo estrechamente relacionado con el mito de Hefesto. El culto se extendió rápidamente por todo el mundo griego durante el período helenístico, siendo finalmente adoptado por los romanos. Es probable que los Cabiros fueran originalmente deidades frigias de la fertilidad y protectores de los marineros, que los griegos importaron a su panteón. Debido al secretismo de su culto, su exacta naturaleza y relación con otras antiguas figuras religiosas griegas y tracias permaneció misteriosa.
Los egipcios tenían por blasfemo pronunciar el nombre de los dioses adorados en sus ritos secretos, y aun hoy mismo los rabinos pronuncian mentalmente el nombre inefable y los brahmanes la sílaba Aum. Hay quienes dicen que el Satanás del Nuevo Testamento personifica una idea abstracta y no una entidad individual. Según el clero católico, el “Padre de la Mentira” fue el inspirador de todas las antiguas religiones, así como de las posteriores herejías y del moderno espiritismo. Por lo tanto, no cabe esperar que el clero cristiano rehaga y enmiende su obra desechando el concepto del diablo antropomórfico, pues tanto equivaldría a quitar la base de un castillo de naipes en cuyo derrumbamiento iría envuelta la creencia en la divinidad de Jesucristo que, por absurdo que parezca, apoya la Iglesia romana en la existencia de Satanás. Gioacchino Ventura di Raulica (1792 – 1861) fue un orador , patriota, filósofo y escritor italiano del púlpito católico romano. Ingresó a la Compañía de Jesús en 1808, y en 1817, cuando la Compañía de Jesús fue reprimida en Sicilia, se unió a los teatinos. Ordenado sacerdote, se distinguió como periodista y apologista católico. Ventura di Raulica nos da testimonio a través de una encomiástica carta dirigida a Des Mousseaux con motivo de su obra Costumbres y prácticas de los demonios, en que Des Mousseaux afirma que “a Satanás y a los ángeles rebeldes debemos nuestro Salvador, pues de no ser por ellos no hubiéramos tenido Redentor ni religión cristiana”. Quienes se escandalizan porque el teólogo francés Juan Calvino dijo que el pecado es la necesaria causa del supremo bien, han de tener en cuenta que se apoyó para ello en los mismos dogmas y se prevalió de la misma lógica que Des Mousseaux para argumentar en pro de la existencia del diablo. Según la teología dogmática, el proceso y muerte de Jesús fue el crimen más horrendo que han perpetrado los hombres. Pero, no obstante, así lo exigió la salvación del género humano, o mejor dicho, de los predestinados a la salvación. Por otra parte, Lutero exclama en un rapto de entusiasmo: “¡Oh bendita culpa que tal Redentor mereciste!”. Vemos, por lo tanto, que católicos y luteranos están de acuerdo con Calvino en que el pecado fue la causa necesaria del supremo bien. Los mahometanos veneran mucho a Jesús y dicen de él que verdaderamente era un profeta de Alá y un varón justo, pero que sus discípulos cometieron la locura de divinizarlo.
Max Müller (1823 – 1900), filólogo, hinduista y orientalista alemán, fundador de la mitología comparada, dice al respecto: “Se equivocaron los Padres de la Iglesia al ver en los dioses del gentilismo demonios o espíritus malignos; y por lo tanto, conviene precavernos del mismo error con respecto a las divinidades hinduistas. Pero la Iglesia nos presenta a Satanás como un atleta que sostuviera sobre sus hombros el mundo cristiano, de modo que todo volvería al caos si el sostén faltase“. El dogma del diablo y su derivado, el de la redención, parece que se fundan en dos pasajes bíblicos. Una es la que se relata en la Epístola de San Juan, en que se dice: “El que comete pecado es del diablo, porque el diablo desde el principio peca. Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo“. Otra la podemos leer en el Apocalipsis: “Y hubo una gran batalla en el cielo. Miguel y sus ángeles lidiaban con el dragón, y lidiaba el dragón y sus ángeles. Y no prevalecieron éstos, y nunca más fue hallado su lugar en el cielo. Y fue lanzado fuera aquel gran dragón, aquella antigua serpiente que se llama diablo y Satanás, que engaña a todo el mundo“. Hemos de ver si la palabra diablo expresa el concepto de la entidad maligna que le otorga el cristianismo dogmático, o bien representa la fuerza antagónica del aspecto tenebroso de la naturaleza, es decir, la sombra con respecto de la luz, que no sería la manifestación de un principio esencialmente maligno. Los cabalistas consideran esta fuerza como antagónica, pero al propio tiempo necesaria para la vitalidad, la evolución y el vigor del principio del bien. En la naturaleza humana, el mal manifiesta el antagonismo de la materia con relación al espíritu, y por efecto de esta lucha se purifican el cuerpo y el espíritu. La armonía del universo deriva de la equilibrada oposición de las fuerzas centrífuga y centrípeta, ambas igualmente necesarias, pues si cesara alguna de ellas se rompería el equilibrio universal. Conviene examinar la personificación de Satanás desde tres distintos puntos de vista: el del paganismo, el del Antiguo Testamento y el de los Padres de la Iglesia. Supusieron los intérpretes de la tradición que la serpiente del Paraíso terrenal simbolizaba el demonio; pero en ningún pasaje del Antiguo Testamento se identifica el nombre de Satanás con las serpientes, incluida la serpiente de bronce, cuando Moisés subió al monte Sinaí, que recibió la adoración de los hebreos. De hecho era el símbolo de Eshmun o Asclepio, el IAO fenicio. En este antiguo texto griego, a Septuaginta, hallado en Qumrán, procedente del Libro del Levítico de Moisés, datado del Siglo I anterior a nuestra era, el nombre de Dios está escrito como IAW o IAO, lo que es otra prueba incuestionable de que el nombre de Dios de Moisés era IAO.
Eshmun era un dios de las poblaciones semíticas del noroeste y en particular era la deidad tutelar de la ciudad fenicia de Sidón. La divinidad venerada en Sidón, al menos desde la Edad del Hierro y cuyas huellas de adoración también se encuentran en Tiro, Chipre, Cerdeña y Cartago, era parte de la tríada divina junto con Baal y Tanit . En Cartago, en el templo de Eshmun, los últimos defensores de la ciudad se retiraron cuando las tropas romanas la estaban destruyendo al final de la Tercera Guerra Púnica. Hoy en el templo se encuentra la capilla de San Luis que murió de peste en Túnez en 1270. En la mitología fenicia, la historia de Eshmun estaba asociada con el tema de la fertilidad y el ciclo del renacimiento. Co el dios griego Asclepio compartió el motivo iconográfico de la serpiente enrollada en un palo. Según Reyes, es muy posible que los serafines o serpientes de fuego mencionadas en Números fuesen un apelativo dado a los levitas o individuos de la tribu sacerdotal llamados también ofitas. Los ofitas son denominaciones genéricas para varias sectas gnósticas que se desarrollaron alrededor del año 100 en Siria y Egipto. Su nombre se deriva del griego ophis = serpiente. Era común a todas estas sectas dar importancia a la serpiente del Génesis, la del relato bíblico del pecado original de Adán y Eva, debido a su conexión con el árbol del conocimiento del bien y del mal, y la de éste con la gnosis (“conocimiento“). Contrariamente a la clásica interpretación cristiana de la serpiente como Satanás, los ofitas veían en la serpiente una figura positiva, heroica, mientras que identificaban al Dios del Antiguo Testamento como una figura negativa y malvada. En realidad consideraban que se trataba de un demiurgo al que denominaban Yaldabaoth “rostro de león“. La imposición de la doctrina cristiana ortodoxa a partir del siglo IV implicó la destrucción de todos los textos de los ofitas, con lo que la mayor parte de la información acerca de estas sectas sólo pudo ser obtenida a partir de lo que decían de ellas sus enemigos, como Hipólito de Roma, Ireneo de Lyon, Orígenes y Epifanio de Salamis. Algunos textos ofitas, sin embargo, han sido recuperados en descubrimientos arqueológicos recientes, como los de Nag Hammadi, entre los que encontramos el Evangelio apócrifo de Juan, la Hipóstasis de los Arcontes o Sobre el origen del mundo. Los nombres de Heva, Hivi y Levi significan serpiente, y n deja de sorprender que precisamente entre los hivitas de Palestina como en los levitas u ofitas de Israel estuviese vinculado el símbolo de Eshmun o Asclepio, el IAO fenicio.
Por el contrario, se advierte la posible identificación de Satanás con Jehovah en algunos pasajes bíblicos. En Paralipómenos leemos: “Mas Satanás se levantó contra Israel e incitó a David a que hiciese la numeración de Israel“. En Reyes podemos leer: “Y se encendió de nuevo el furor del Señor contra Israel y movió a David contra ellos para que dijese: Anda y haz la numeración de Israel y de Judá“. Asimismo aparece citado Satanás en este otro pasaje de la Profecía de Zacarías: “Y me mostró el Señor a Josué, sumo sacerdote, que estaba en pie delante del ángel del Señor, y Satán estaba a su derecha para oponérsele. Y dijo el Señor a Satán: El Señor te increpe, ¡oh Satán!, y te reprima el Señor que ha escogido a Jerusalén. ¿Pues no es éste un tizón sacado del fuego?”. Conviene advertir que en este pasaje la palabra “adversario” se aplica a Satanás en el sentido de “oponente”, derivado del verbo new (oponer). Como la Profecía de Zacarías data de una época posterior a la colonización de Palestina por los hebreos, ya que Zacarías vivió en tiempo de Histaspes, padre del rey aqueménida Darío I, es muy verosímil que el profeta tomara esta personificación diabólica de los asideanos, pues se sabe que estuvieron muy versados en la doctrina mazdeista y daban a su dios Ahriman los nombres sirios de Set o Sat–han, divinidad de los hititas e hyksos y de Beel–Zeebub, el dios oracular mayormente venerado después de Apolo. El zoroastrismo es la denominación de la religión y filosofía que, derivada de una religión anterior denominada mazdeísmo, se funda en las enseñanzas del profeta y reformador iraní Zoroastro (Zarathustra), que reconocen como divinidad a Ahura Mazda, considerado por Zoroastro como el único creador increado de todo. Hasta el pontificado de Juan Hircano, los jefes de Judea fueron asideanos (chasidim) o fariseos (parsis), pero después se convirtieron en saduceos o zadokitas, que mantenían la regla sacerdotal en opuesta distinción de la rabínica. Los fariseos eran benévolos y cultos, mientras que los saduceos eran fanáticos y crueles
En la Epístola de Judas, podemos leer: “Cuando el arcángel Miguel, disputando con el diablo, altercaba sobre el cuerpo de Moisés, no se atrevió a fulminarle con la sentencia de blasfemo, mas dijo: El Señor te reprima”. Vemos aquí identificado el arcángel San Miguel con el Señor o el ángel del Señor, en demostración de que el Jehovah hebreo tiene un doble carácter. Del cotejo de entrambos pasajes se infiere claramente que el “cuerpo de Moisés” sobre el cual contendían significaba la Palestina o tierra de Canaán, donde habitaban los heteos, cuya divinidad tutelar era Seth, en muchos casos identificado con Satán. Las tablillas asirias llaman a Palestina “tierra de los heteos” cuya divinidad tutelar era Seth, según declaran también los papiros egipcios. El arcángel Miguel, campeón de la adoración de Jehovah, pelea con su adversario Satanás, pero deja que juzgue su superior. Seth, Suteh o Sat–an era el dios de los aborígenes de Siria. Plutarco lo identifica con Tifón. De aquí que fuese el dios de las tierras de Gessen y Carakin ocupadas por los israelitas. A Belial no se le puede considerar ni como dios ni como diablo, porque la palabra belial significa en hebreo destrucción, asolamiento y esterilidad, de modo que la frase ais–belial (hombre–belial) quiere decir hombre destructor y dañino. Por consiguiente, la personificación de Belial habría de ser enteramente distinta de Satanás y análoga a una especie de diakka espiritual, un tipo de duende, a pesar de que los demonólogos le colocan al frente del tercer orden de demonios, cuya índole es de duendes dañinos, incapaces de toda acción sostenida. Asmodeo es un diablo de origen persa y no hebreo, pues Bréal, en su obra Hercules y Caco, lo identifica con el deva Eshem o Aeshma de los parsis, el espíritu de la concupiscencia, al que, según dice Max Müller, alude varias veces el Avesta, una colección de textos sagrados de la antigua Persia, pertenecientes a la religión zoroastriana, considerándole como uno de los devas que se convirtieron en espíritus malignos. En el Vendidad, colección de textos del Avesta, leemos: “Combato al deva Eshma el espíritu del mal”. En Yasna, otra parte del Avesta, leemos: “Todas las ciencias están en el astuto Eshma”. En otra parte del vesta podemos leer: “Aniquilemos al malvado Ahriman; aniquilemos a Eshma con la flamígera espada; aniquilemos a los devas mazanianos; aniquilemos a todos los devas”. En el Vendidad se lee otro pasaje en que la amenaza contra Eshma se extiende a las divinidades brahmánicas: “Yo combato a Indra, yo combato a Shiva, yo combato al deva Naonhaiti”. En esto ha de haber algún error, porque cuando se terminaron los Vedas Shiva era el dios Bel de los asirios y no una divinidad védica. Por eso tal vez aludían a Sûrya, dios que representa al Sol en su triple aspecto de deidad bienhechora que alumbra, vivifica y alimenta.
Caco era hijo de Hefesto, dios del fuego y la forja, y era un gigante mitad hombre y mitad sátiro que vomitaba torbellinos de llamas y humo. Vivía en una cueva del monte Aventino en el Lacio romano, en cuya puerta siempre colgaba las cabezas sangrantes de los humanos que devoraba. Hércules condujo los rebaños de bueyes del monstruoso gigante Gerión, tras haberle derrotado, hasta las orillas del Tíber, cerca de la morada de Caco. Mientras pastaban Hércules se durmió y Caco se encaprichó del ganado, robando cuatro parejas de bueyes que condujo a su cueva arrastrándolos de espaldas por el rabo, de forma que no dejaran huellas. Cuando Hércules despertó y se dispuso a abandonar los pastos, el ganado que le quedaba empezó a mugir lastimeramente hacia la cueva, donde una vaca respondió. Hércules corrió furioso hacia la cueva. Caco, aterrorizado, había bloqueado la entrada con una roca enorme que mantenían sujeta unas cadenas forjadas por Hefesto. Hércules se vio obligado a arrancar la cima de la montaña para abrirse paso, y Caco le atacó escupiendo remolinos de llamas y humo, de lo que Hércules se defendió con ramas de árboles y rocas del tamaño de piedras de molino. Perdiendo finalmente la paciencia, Hércules saltó a la cueva, dirigiéndose a la zona en la que el humo era más denso, agarró a Caco y lo estranguló. En los mitos romanos, fue Palomia quien traicionó a su hermano Caco contándole a Hércules dónde estaba la cueva en la que se escondía con el ganado robado. Después de matarlo, Hércules fundó un altar en el lugar donde el Foro Boario, el mercado de ganado, se celebró posteriormente. En memoria de la victoria de Hércules sobre Caco, los habitantes de la región celebraban todos los años una fiesta en su honor.
Samael equivale a Satanás. Pero según demuestran el anticuario y escritor inglés Jacobo Bryant, en su obra Análisis de la mitología antigua, y otras autoridades, fue el nombre dado al viento del Sahara (simun) que también recibió el de atabulos (diablo). Indica Plutarco que la palabra tifón quiere decir algo violento, desbaratado y sin concierto, por lo que los egipcios llamaron tifones a los desbordamientos del Nilo. El bajo Egipto es muy llano, y en esta llanura junto a las márgenes del río levantaron los egipcios unos montículos llamados tafos para amortiguar el ímpetu de las aguas. Aunque el historiador, biógrafo y filósofo moralista griego Plutarco no tenía mucha simpatía por los egipcios, afirma que éstos no adoraban a Tifón, el demonio, sino que lo despreciaban como representante de la obstinada resistencia a la Divinidad. Así vemos que en aquellas remotísimas épocas había ya gentes que no creían en la personalidad del diablo. Añade Plutarco que a Tifón se le representaba en figura de asno, y que cuando la fiesta de los sacrificios en honor del Sol, aconsejaban los sacerdotes al pueblo que no llevaran encima joyas ni adornos de oro para no alimentar con ellos al asno. Platón opinaba con respecto al mal, diciendo que en la materia subyace una fuerza obstinada y rebelde que resiste a la voluntad del supremo Artífice. Esta fuerza es la que, bajo la influencia del dogmatismo cristiano, se convirtió en el personaje llamado Satán, de cuya coincidencia con Tifón no cabe dudar al leer en el Libro de Job que Satanás acusa al varón idumeo de ser capaz de maldecir a Dios en el infortunio, lo mismo que en el Libro de los Muertos egipcio aparece Tifón como acusador de las almas. La analogía se descubre asimismo en los nombres, porque a Tifón se le llamaba Seth, que se identifica con Satán, y satán en hebreo y shatana en árabe significan adversario o perseguidor. Esto concuerda con la mitológica alegoría a que alude el sacerdote e historiador egipcio Manetón al decir que Tifón, equivalente a Seth, asesinó traicioneramente a Osiris en complicidad con los semitas (israelitas). De aquí tal vez derive la leyenda referida por Plutarco, según la cual, luego de cometido el crimen, escapo Tifón montado en un asno y anduvo durante siete días, engendrando después dos niños llamados Yerosolomo y Judaios, personificaciones simbólicas de Jerusalén y Judea.
Toby Wilkinson, en su obra Vidas de los antiguos egipcios, dos dice que al hablar de una invocación a Tifón–Seth, dice el egiptólogo Gaspar Reuvens que los egipcios adoraban a este dios en figura de asno, y que Seth era entre los semitas el trasfondo de su conciencia religiosa. En copto la palabra ao significa asno, y como es una variación fonética de IAO se le dio al nombre de aquel animal una significación equívoca. Todo parece indicar que Satán es una invención de los Padres de la Iglesia, y Tifón–Seth cayó desde divinizado hijo de Adam Kadmon, “Hombre Primordial” en los textos de la Cábala, a la ínfima categoría de entidad subalterna simbolizada en un asno. Los cismas religiosos están nutridos por las miserias y rencores propios de la humanidad. Prueba de ello nos lo ofrece la reforma religiosa de Zoroastro, cuando el mazdeísmo se desgajó del hinduismo. Los fulgurantes devas védicos se convirtieron, por rivalidades religiosas, en los tenebrosos daevas o espíritus malignos del Avesta. Según el Vendidad, el mismo Indra, la divinidad luminosa por excelencia, quedó sumido en lóbregas tinieblas para ser substituido por el resplandeciente Ahura-mazda, el supremo Dios persa. La singular veneración que los ofitas profesaban a la serpiente, símbolo de Christos, la Mónada divina que se reencarna, resultará más lógica si recordamos que en este reptil representó la sabiduría divina que mata para que lo muerto resucite a una mejor y más perfeccionada vida. Moisés era de la tribu de Leví, secreta adoradora de la serpiente. Gautama fué también de estirpe serpentina por pertenecer a la dinastía de los Nagas, los seres serpiente que reinaban en Magadha, antiguo reino del noreste de la India, mencionado tanto en el Majábharata como en el Ramaiana, que se desarrolló entre los siglos VI a. C. y VI d. C. También Hermes, el Thoth egipcio, está simbolizado como un ser serpiente llamado Têt. Según las creencias ofitas, Christos nació por obra de la serpiente, también llamada Espíritu Santo o Sabiduría divina, lo que significa que llegó a ser Hijo de Dios por su iniciación en la ciencia de las serpientes. Por último, Vishnú, dios hindú miembro de la Trimurti, que es el equivalente al dios de la creación egipcio Kneph, descansa sobre la serpiente celeste de siete cabezas.
Eusebio Salverte, en su obra Las ciencias ocultas – Ensayo sobre la magia, los prodigios y los milagros, nos dice que el ígneo dragón de los antiguos tiempos sirvió de enseña militar a los asirios, de quienes lo tomó Ciro II el Grande de Persia al apoderarse del país, y más tarde fue insignia de las cohortes romanas de occidente y oriente. La famosa tentación de Jesús en el desierto es el pasaje del Nuevo Testamento en que con un carácter más dramático aparece la figura de Satanás, a quien se le llama diabolos, equivalente a acusador, análogamente al epíteto de diobolos (hijo de Zeus) aplicado a los dioses Apolo, Esculapio y Baco. En el desierto que se extedía entre el río Jordán y el mar Muerto vivían eremíticamente los “hijos de los profetas” y los esenios, que sometían a los neófitos a pruebas semejantes a las torturas de los ritos mitraicos, en que se rendía culto a una divinidad llamada Mitra. Y probablemente fue de esta índole la tentación de Jesús, por lo que dice San Lucas en este pasaje: “Y acabada toda tentación, se retiró de él el diablo hasta el tiempo, y volvió Jesús en virtud del Espíritu a Galilea“. Pero en esta frase el diablo no significa el espíritu maligno, sino el espíritu de subyugación y disciplina, según el concepto que algunas veces expresan sinónimamente las palabras Diablo y Satán, según vemos en el siguiente pasaje de San Pablo: “Y para que la grandeza de las revelaciones no me ensalce, me ha sido dado un aguijón de mi carne, el ángel de Satanás, que me abofetee“. También vemos que el ángel del Señor actúa de oponente o de Satán en este otro pasaje de Números: “Y el ángel del Señor se puso en el camino delante de Balaám“. Un nuevo ejemplo del simbolismo de Satán nos lo ofrece el pasaje de Reyes en que el profeta Miqueas habla al rey Acab diciéndole: “Vi al Señor sentado en su trono, y a todo el ejército del cielo que le rodeaba a la derecha y a la izquierda. Y dijo el Señor: ¿Quién engañará a Acab para que suba y perezca en Ramoth de Galaad? Mas salió un espíritu y respondió: Saldré y seré un espíritu mentiroso en la boca de todos sus profetas“. Un parecido carácter plantea el Libro de Job en lo que respecta a la figura de Satán, que se entremezcla con los hijos de Dios para presentarse ante el Señor, como en el acto de mística iniciación: “El Señor le da a Satán omnímoda licencia para afligir a Job, con tal de no quitarle la vida; y prevalido del consentimiento, le arrebata bienes, hijos y salud y le cubre el cuerpo de asquerosa lepra, hasta el punto de que su propia mujer se mofa de él porque aún glorifica a Dios en tan extrema miseria. Sus amigos le vituperan, diciendo que muchas abominaciones debió de cometer para verse de tal modo castigado. El mismo Señor, actuando de supremo hierofante, le reconviene por haber proferido palabras necias y disputado con el Altísimo. Entonces Job replica diciendo: ‘Te preguntaré y respóndeme. Por oída de oreja te he oído; mas ahora te ve mi ojo. Por esto yo me reprendo a mí mismo y hago penitencia en pavesa y ceniza’. Inmediatamente queda vindicado Job, porque el Señor se dirige a Eliphaz, diciéndole: Mi furor se ha airado contra ti y contra tus dos amigos, porque no habéis hablado delante de mí lo recto, como mi siervo Job. Resulta así reconocida la probidad de Job y cumplida su predicción: Sé que mi Campeón vive y que hasta el último día se mantendrá ante mi sobre la tierra; y que después de consumida mi piel y corroído mi cuerpo, aun sin mi carne veré a Dios. Y el Señor volvió la penitencia de Job y le dio doblado todo cuanto había tenido“.
En ninguna de estas escenas se advierte el maligno carácter que el cristianismo dogmático atribuye al “enemigo de las almas”, ya que se dice: “El Señor le da a Satán omnímoda licencia para afligir a Job”, lo que indica que la iniciativa viene del Señor. Entienden diversos investigadores que el Satán figurado en el Libro de Job es un mito hebreo relacionado con la doctrina mazdeísta del “principio del mal”. Dice el orientalista alemán Martin Haug, en su obra Ensayos sobre el lenguaje sagrado, Escrituras y religión de los parsis: “La religión mazdeísta descubre intima afinidad o más bien identidad con el judaísmo y el cristianismo en los puntos referentes a la personalidad y atributos del diablo y a la resurrección de los muertos“. La guerra en el cielo entre el arcángel Miguel y el Dragón a que alude el Apocalipsis, puede referirse a uno de los más antiguos mitos parsis, miembros de una comunidad de religión parsi o zoroástrica que habitan en el oeste de la India, pues el Avesta relata la lucha entre Θraētaona y la destructora serpiente Aži Dahāka. El Aži Dahāka es el más importante y perdurable de los ‘aži‘ de la Avesta, los textos más antiguos del zoroastrismo. Se describe como un monstruo con tres bocas, seis ojos y tres cabezas, astuto, fuerte y demoníaco. Aunque, en otros aspectos, Aži Dahāka tiene cualidades humanas y no es un mero animal. Aži Dahāka aparece en varios de los mitos avésticos y se menciona en muchos más lugares de la literatura zoroástrica. En un texto zoroástrico posavéstico, el Dēnkard, Aži Dahāka es identificado como un árabe, como la fuente de los escritos del judaísmo, como una religión en contra de zoroastrismo, y dotado de todos los pecados, lo contrario del buen rey Jam. El nombre Dahāg (Dahāka) se puede interpretar en el sentido de ‘tener diez pecados’. Su madre es Wadag (o Ōdag), descrita como una gran pecadora que cometió incesto con su hijo. En el Avesta se dice que Aži Dahāka vivía en la inaccesible fortaleza de Kuuirinta, en la tierra de Baβri, donde adoraba los yazatas Arədvī Sūrā (Anāhitā), divinidad de los ríos, y Vayu, divinidad de la tormenta de viento. Basándose en la similitud entre Baβri y el Antiguo persa Bābiru (Babilonia), los zoroastrianos más tardíos han localizado Aži Dahāka en Mesopotamia, aunque la determinación está abierta a la duda. Aži Dahāka les pidió a estos dos yazatas el poder de despoblar el mundo. Al ser representantes del Bien, obviamente se negaron. En un texto avéstico, Aži Dahāka tiene un hermano llamado Spitiyura. Juntos atacan al héroe Yima (Jamshid) y le cortan por la mitad con una sierra, pero luego son derrotados por el yazata Ātar, el espíritu divino de fuego. Según los textos post-avésticos, a raíz de la muerte de Jam ī Xšēd (Jamshid), Dahāg adquirió poder de rey. Otro texto zoroástrico tardío, el Mēnog ī xrad, dice que esto fue bueno, ya que si Dahāg no se hubiera convertido en rey, la tierra hubiese sido gobernada por el demonio inmortal Xešm (Aēšma), y el mal habría reinado en la tierra hasta el fin del mundo. Se dice que Dahāg gobernó durante mil años, empezando 100 años después de que Jam perdiera su xvar ə nah, su gloria real. Es descrito como un hechicero que gobernó con la ayuda de los demonios, los daeva.
El Avesta identifica a la persona que finalmente derrotó a Aži Dahāka como Θraētaona hijo de un Aθβiya, llamado Frēdōn en el imperio Medo, en el noroeste del actual Irán. El Avesta tiene poco que decir acerca de la naturaleza de la derrota de Aži Dahāka a manos de Θraētaona, aparte de que le permitió liberar a Arənavāci y Savaŋhavāci, las dos mujeres más hermosas del mundo. Más tarde, algunas fuentes, en especial el Dēnkard, proporcionaron más detalles. Se dice que Frēdōn fue dotado con el fulgor divino de los reyes (xvarənah) desde el nacimiento, y fue capaz de vencer a Dahāg a los nueve años de edad, hiriéndole en el hombro, el corazón y el cráneo con una maza y haciéndole tres heridas con una espada. Sin embargo, cuando lo hizo, surgieron bichos, como serpientes, insectos y otros, de las heridas, y el dios Ormazd le dijo que no matara a Dahāg para evitar que el mundo se infestara de estas criaturas. En lugar de ello, Frēdōn encadenó a Dahāg y lo encarceló en el mítico monte Damāvand, más tarde identificado con el Damāvand, la montaña más alta de la cadena Alborz. Fuentes del imperio Medo también profetizan que, en el fin del mundo, el Dahāg romperá sus cadenas y devastará el mundo consumiendo uno de cada tres seres humanos y ganado. Kirsāsp, el antiguo héroe que había dado muerte al dragón Az ī Srūwar, regresará a la vida para matar al Dahāg. Este mito deriva, según demostró el filólogo y estudioso del hinduismo francés Eugène Burnouf, de los Vedas. En efecto, en la religión védica, previa al hinduismo, Vritrá es un asura (demonio) con forma de serpiente o dragón, personificación de la sequía y enemigo del dios Indra. En los Vedas también era conocido como Aji (‘serpiente’). Era hermano de Valá, un asura (demonio). Como dragón bloqueó el curso de los ríos védicos y fue muerto heroicamente por Indra. Los parsis personificaron después esta lucha como la del justo contra el diablo, que es precisamente el carácter de la tentación de Jesús en el desierto, por lo que podemos identificar el concepto de Satán con el de Aži Dahāka, la serpiente con rostro humano en una de sus tres cabezas. Según el Avesta, la serpiente Aži Dahāka pertenecía al simbolismo religioso de Babilonia. En las dinastías medas aparecen dos reyes llamados Deiokes o Dahaka y Astyages o Azdahaka, posteriores a Feridum, un héroe mítico que ayudo a los Medos y los Persas a sacudirse el yugo de los Asirios, de los Árabes y de los Caldeos. En varios reinos de Oriente hubo monarcas de la estirpe de Zohak, de lo que se infiere que con este nombre se designaba una dinastía asiria cuyo emblema fue la purpúrea insignia del Dragón. Desde remotísimos tiempos la dinastía Zohak ocupó los tronos de Armenia, Siria, Arabia, Asiria, Media, Persia y Afganistán, hasta que fue depuesta por Ciro y Darío, después de haber subsistido durante mil años.
La personalidad de Beel–Zebub difiere de la de Satán en las alegorías. Según el Nuevo Testamento apócrifo es el príncipe del mundo inferior y su nombre significa “Baal de las moscas”, para dar a entender quizá con esta última palabra los escarabajos sagrados. En cambio, el texto griego del Evangelio le llama Beelzebul. El texto griego le llama beelzeboùl “Baal de la casa”. Parece seguro que Apolo, la délfica divinidad oracular y al propio tiempo curativa, era de filiación fenicia y no griega. Puede identificarse al dios Apolo con Baal Zebul, el dios Ekron o Aqueron, a quien los judíos nombraron Zebub (de las moscas), sin duda por escarnio. Beelzebub también significa “el señor de su casa”, según se infiere del siguiente pasaje de Mateo: “Si llamaron Beelzebub al padre de familias, ¿cuánto más a sus domésticos?”. También se le llamaba príncipe o arconte de los demonios. En el Libro de los Muertos acusa Tifón a las almas que comparecen a juicio, lo mismo que Satán acusa al sumo pontífice Josías ante el ángel y tienta a Jesús en el desierto. Según el Éxodo, también se le dan a Tifón los nombres de Baaltesephon, o dios de la cripta, y de Seth, o dios de la columna. Las alegorías de la religión oficial de los egipcios refieren que Tifón, o Seth, mató traidoramente a su hermano Osiris, y después de dividir el cadáver en catorce pedazos, duplo de siete, lo puso en un ataúd, por lo que Isis fue a Byblos en busca del despedazado cuerpo de su esposo Osiris. Análogamente podemos ver que el dios Sabacio, original de Tracia, el dios de los siete rayos, como el dios Heptaktis de los caldeos, fue muerto y dividido en siete pedazos por los titanes, raza de poderosas deidades que gobernaron durante la legendaria Edad de Oro. El dios hindú Shiva es representado con siete serpientes por corona, y es el dios de la destrucción y la guerra. También a Jehovah se le llama el “Señor Dios de los ejércitos” (Sabaoth), apelativo análogo al de Baco o Dionisio, de lo que cabe inferir la identidad de todas estas representaciones. Afirma el historiador judío Flavio Josefo que los hyksos fueron los antecesores de los israelitas, conforme se infiere de este pasaje: “Los egipcios aprovechaban muchas ocasiones para descargar en nosotros el odio y la envidia que nos tenían. En primer lugar porque nuestros antepasados los hyksos o pastores eran dueños de Egipto, donde aquéllos vivieron prósperamente después de sacudir el yugo de éstos“. Substancialmente es verídica la afirmación de Flavio Josefo, aunque difiera algún tanto del relato de las Escrituras hebreas, escritas muy posteriormente a dicho suceso histórico y alteradas repetidas veces antes de divulgarse.
La alegoría prosigue diciendo que Tifón se hizo odioso en Egipto y que los pastores hyksos llegaron a ser “una abominación”, así que en tiempos de la vigésima dinastía se vio tratado como un despreciable demonio y quedó borrada su efigie y su nombre de los monumentos donde se habían grabado. Según el escritor prusiano Christian Karl Josias von Bunsen en su obra Lugar de Egipto en la Historia Universal, el nombre Seth–han, compuesto de Seth y la sílaba an, derivada del caldeo ana (cielo), sería la raíz de Satán. En toda época el ser humano se mostró inclinado a personificar a los dioses. Aun hay tumbas de Zeus, Apolo, Hércules y Baco como si hubiesen vivido físicamente sobre la tierra. Tifón cayó de la categoría divina a la condición diabólica, tanto en su propio carácter de hermano de Osiris, como en concepto del Seth o el Satán asirio. Para los fenicios Apolo no fue el dios solar ni la divinidad oracular, sino príncipe de los demonios y monarca de los dominios del inframundo. Cuando el mazdeísmo se desgajó del hinduismo, los disidentes transformaron a los devas en asuras y a los asuras en devas, por lo que vemos a Indra subordinado a Ahriman, la encamación del mal, engendrado de las tinieblas, opuesto a Ormuz, que representa el bien. Análogamente los mazdeístas identificaron a Jahi, el demonio de la lujuria, con Indra. Todas las culturas y religiones tuvieron en tanta veneración a sus divinidades como aborrecimiento hacia las de sus enemigos. De ahí vienen las metamorfosis de Tifón, Satán y Beelzebub. No es por ello extraño que Tertuliano atribuya naturaleza demoníaca a Mitra, el dios de los misterios mitráicos. Según el Apocalipsis, el arcángel Miguel y sus ángeles vencieron al Dragón y los suyos, como podemos ver en el pasaje siguiente: “Y fue lanzado fuera aquel grande dragón, aquella antigua serpiente que se llama diablo y Satanás y engaña a todo el mundo“. Podemos leer que el Cordero, emblema de Cristo, descendió a los infiernos, también llamado el reino de la muerte, y allí estuvo tres días, hasta subyugar al enemigo. Los cabalistas llamaban “Salvador” y también “ángel del Sol” y “ángel de Luz” al arcángel Miguel, que era el príncipe de los eones. Algunos arqueólogos han averiguado que Miguel es el ángel innominado de los amuletos gnósticos Por lo tanto, si el autor del Apocalipsis no era cabalista, por lo menos debió de ser gnóstico, pues el arcángel Miguel es representado como Salvador y vencedor del Dragón. La iconografía cristiana representa a San Miguel y a San Jorge con coraza y lanza dando muerte al dragón.
Karl Richard Lepsius, Jean-François Champollion y otros egiptólogos han reconocido la “Virgen con el Niño” en las figuras de Isis con Horus en brazos envuelta en los rayos del Sol y la Luna a sus pies. En el Apocalipsis vemos que es la Madre que, perseguida por el Dragón, recibió alas de águila imperial de modo que pudiera volar al desierto. Los principios opuestos del bien y del mal están simbolizados en los míticos bíblicos, análogamente a como lo están en los paganos. De esta manera tenemos a Caín y Abel, Tifón (Seth) y Osiris, Apolo y Pitón, o a Esaú y Jacob. La Biblia describe a Esaú cubierto de áspero vello de color rojo, y también es Tifón de piel roja. La oposición de Esaú respecto de su hermano Jacob es semejante a la de Tifón con respecto a Osiris. Desde la más remota antigüedad veneraron todos los pueblos a la serpiente como símbolo del espíritu y de la Sabiduría divina. Según el escritor fenicio Sanchoniaton, Hermes fue el primero que consideró a la serpiente como el reptil más espiritual. La serpiente gnóstica con las siete vocales en la cabeza se corresponde con la eptacéfala serpiente Ananta Shesha sobre que descansa el dios Visnú. En el hinduismo, Ananta Shesha es una serpiente masculina divina, rey de todos los nagas (serpientes), uno de los seres primigenios de la creación. De acuerdo con el Bhágavata-purana (siglo XI) Ananta Shesha es un avatar de Dios. En los Puranas se dice que Ananta Shesha sostiene a todos los astros del universo sobre sus caperuzas, mientras canta las glorias de Visnú con todas sus bocas. Según la interpretación Gnóstica del Génesis, el dios creador había aprisionado a Adán y Eva en un mundo de miseria y los había dotado de un alma servil. Dice la Biblia que después de comer el fruto prohibido Adán y Eva se escondieron, avergonzados por la falta cometida. Este dios creador ha creado a Adán y Eva incapaces de distinguir entre el bien y el mal, entre el reino de lo increado y el reino de lo creado. También los creó ignorantes de su origen y su destino. Pero, ¿por qué los había creado así? Según la Gnosis, el creador no quería que los hombres conocieran su verdadero origen. Este mundo ha sido creado contra la voluntad del Dios Incognoscible y el creador no quiere que los hombres sepan esas cosas. No quiere que se den cuenta de en qué situación espiritual se hallan, de quiénes son, ni de para qué han sido creados. Quiere que permanezcan en la ignorancia. Por eso les prohibió comer el fruto del árbol del conocimiento. Porque “se abrirían sus ojos“, despertarían y se percatarían de quiénes eran y de dónde venían, en qué situación estaban y qué debían hacer. Advertirían que el Edén no era un paraíso, sino todo lo contrario.
Charles Staniland Wake, que fue Director del Instituto Antropológico de Gran Bretaña e Irlanda, en su libro Origen del culto de la serpiente nos dice: “Saben los mitólogos que los pueblos de la antigüedad simbolizaban ciertos conceptos metafísicos en la serpiente, que era el emblema favorito de algunas divinidades, si bien no se sabe con seguridad qué motivo tuvieron para preferir este animal con dicho objeto“. El Brâhmana Aytareya, en el himno de la serpiente dice que la sierpe Râjni es la reina de las sierpes y “la madre de todo cuanto se mueve”. Esto significa que antes de tomar nuestro globo la forma esferoidal tuvo la de una larga cola de materia cósmica, que se movía retorcidamente como una culebra modelada por la incubación del Espíritu de Dios flotante sobre las “aguas”. Esta serpiente está representada en actitud de morderse la cola, como emblema de la eternidad en el orden espiritual y de nuestro planeta en el orden físico, porque, según interpretaron los antiguos filósofos, la tierra muda su configuración superficial a cada pralaya menor, como muda de piel la serpiente, y después del pralaya mayor pasa del estado subjetivo al objetivo, de la propia suerte que, según dice Sanchoniaton, la serpiente cada vez que muda la piel parece como si se rejuveneciera y cobrase mayor fuerza y energía. Existe una ley en el Universo que hace que los periodos de actividad, conocidos como manvantaras, se alternen con periodos de inactividad, los conocidos como pralayas. Se trata de una alternancia que se aplica en los diferentes grados del Universo. Esto sería aplicable tanto en el macrocosmos, como en el microcosmos. Los periodos conocidos como manvantaras, se manifiestan a través de diversas formas, independientemente de que pertenezca a los reinos de la naturaleza, es decir, a nivel planetario, a los reinos cósmicos, o niveles superiores, o a los reinos microcósmicos en el caso de los niveles inferiores. La pralaya significa en sánscrito disolverse. Durante los periodos de las pralayas el mundo manifestado se deshace y es reabsorbido. En este proceso, están incluidos todos sus seres por el mundo divino. Se trata de un periodo en el que se destruyen los vehículos corpóreos de las cosas, pero en el que sí permanecen intactas las esencias vitales internas. Durante esta etapa, todo lo diferenciado desaparece del mundo fenoménico y es transferido a la esencia absoluta. Con ello lo visible se vuelve invisible. Este periodo se da al terminar la manvantara. Es entonces cuando comienza la pralaya. Aquí llega el momento en que la manifestación de la entidad se desintegra, algo que permitirá que la siguiente manvantara vuelva a reconstruir en un nivel más avanzado de evolución.
Por la razón antes indicada, primero a Serapis, deidad sincrética greco-egipcia, y después a Jesús se les representase con la figura de una serpiente; y también de que en la actualidad se conserve con especial solicitud la enorme serpiente de la mezquita de El Cairo. Se cuenta que en el Alto Egipto solía aparecerse un famoso santo con figura de serpiente; y en la India había costumbre de colocar, junto a la cuna de las criaturas, una pareja de serpientes domesticadas que, en opinión popular, irradian un aura magnética de sabiduría, salud y dicha. Todas las serpientes descienden, según los indos, de la primitiva Râjni, símbolo de la tierra, y están dotadas de las mismas virtudes que su progenitora. En la mitología hinduista, el gran dragón Vasaki escupe contra Durga, esposa de Shiva, una ponzoña que, por intervención de Shiva queda absorbida en la tierra. La diosa Durga es una de las muchas manifestaciones de la diosa madre de todo el universo. Representa la fuerza femenina divina, Shakti, en estado de calma. Su nombre significa ‘la inaccesible’. Es esposa del dios Shiva y madre de los dioses Kartikeia (el dios de la guerra) y de Ganesha (el hombre elefante). En el Majabhárata se cuenta la leyenda completa de la diosa Durga. La historia del nacimiento de la diosa cuenta que hace mucho tiempo existió una larga guerra entre los dioses. Indra conducía a los dioses, sin gran éxito, en batalla contra los asuras (demonios). El rey de los asuras, llamado Majisha Asura había ganado y se había establecido en los cielos. Los dioses buenos, desesperanzados, vagaban sin rumbo por la Tierra. Cansados ya, y guiados por el dios Visnú y el dios Shiva concentraron sus poderes, que salieron de sus bocas en la forma de un poderoso rayo de fuego. Las flamas se unieron en una esfera que tomó la forma de la diosa que habría de liberarlos. El poder de Shiva formó la cabeza, el del dios Iama formó el cabello, la fuerza de Visnú formó los brazos, la del dios Chandra (la Luna) los pechos, la fuerza de Indra formó la cintura y la de Brahmā los pies. Del poder de Suria (el Sol) se formaron las uñas de los pies, de los dioses Vasus las uñas de las manos, del dios Kubera la nariz, de Prayapati, el dios patriarca progenitor de los humanos, los dientes, de Agni (el fuego) los ojos, de Sandhia (el crepúsculo) las cejas, y de Vaiu (el viento) las orejas. Montada en un león la diosa venció los ejércitos de los demonios y venció a Mahisa, que se abalanzó sobre ella cambiando de forma: como un búfalo, como elefante, con forma de león, y luego forma de hombre. El décimo día de batalla, el demonio volvió a embestirla en forma de búfalo, la forma conocida de la muerte, y la diosa, cansada y furiosa, le cortó la cabeza cuando éste intentaba abandonar su cuerpo de animal.
En los ritos secretos de los antiguos templos vemos representado el místico drama de la Virgen celeste perseguida por el dragón que intenta devorarle su hijo. Los misterios simbolizaban este drama en el dios del Sol y lo grababan sobre una imagen de Isis esculpida en negro, donde aparecía el divino Niño perseguido por el cruel Tifón (Seth). Plutarco, en Isis y Osiris, nos dice que una leyenda egipcia cuenta que el Dragón persiguió a Isis mientras ésta procuraba proteger a su hijo. El mito de Osiris es el relato más elaborado e influyente de la antigua mitología egipcia. Trata sobre el asesinato del dios Osiris, un mítico rey del Egipto primitivo, y sus consecuencias. El que asesinó y partió en trozos a Osiris fue su hermano Seth, quien usurpó su trono. Mientras que la esposa de Osiris, Isis, recuperó y restauró el cuerpo de su esposo y concibió póstumamente un hijo con él. El resto del relato se enfoca en Horus, el producto de la unión de Isis y Osiris; quien al comienzo era un niño vulnerable protegido por su madre, ante la muerte de su padre, pero después se convierte en el rival de Seth por el trono. El conflicto a menudo violento termina con el triunfo de Horus, que restaura la maat, símbolo de la verdad, la justicia y la armonía cósmica en Egipto después del reinado inicuo de Seth y completa el proceso de la resurrección de Osiris. El poeta romano Ovidio refiere que Dioné, madre de Venus y esposa del Zeus pelasgo, huyó al río Eufrates perseguida por Tifón. Por su parte, el poeta romano Virgilio exclama: “¡Salve, oh hijo amado de los dioses, descendiente de Jove! Recibe el sumo honor, porque se avecinan los tiempos en que ha de morir la serpiente“. Alberto el Magno, astrólogo, ocultista, alquimista y prelado católico, señaló la aparición del signo zodiacal Virgo en el horizonte el día 25 de Diciembre en que la Iglesia conmemora el nacimiento de Jesucristo. En los misterios eleusinos, En la mitología griega, Perséfone, hija de Zeus y de Deméter, es raptada por Hades que la obliga a casarse con él, por lo que se convierte en la reina del Mundo de los muertos, además de una diosa. De este mito extrajo el cristianismo la leyenda de Santa Ana, abuela de Jesús, que va en busca de su hija María, que con su esposo José hubo de refugiarse en Egipto. El nombre de Ana deriva del caldeo ana (cielo), de cuya raíz proceden también los de Anattes y Anaitres. A Durga, esposa de Shiva, se le da el sobrenombre de Annapurna. De igual modo la madre del profeta Samuel se llamaba Ana. Las antiguas imágenes de la Virgen María la representan con dos espigas de trigo en la mano, de la misma manera que Perséfona y la Virgen zodiacal.
El matemático, astrónomo y astrólogo persa Albumasar nos ofrece asimismo una variación del mito en el siguiente pasaje: “En el primer decán de la constelación de la Virgen, nació la doncella Aderenosa, que tal vez derivación de Ada–Nari, la pura e inmaculada Virgen llena de gracia, de apostura encantadora, modesta en el vestir y cabellera flotante, que sentada en adornado trono y con dos espigas de trigo en las manos, amamanta al niño Issa llamado Christos por los griegos y Iessus por otras naciones“. En la antigüedad se llamaban vírgenes o almas a las muchachas núbiles, pero no a las que, pasada la adolescencia, se quedaban por cualquier circunstancia sin conocer varón. Todo esto demuestra la identidad del mito en las principales religiones del mundo. Aśoka fue el tercer emperador mauria. Era hijo de Bindusara y nieto de Chandragupta. Reinó sobre la mayor parte del subcontinente indio desde el 269 a. C. hasta el 232 a. C. Hacia el 260 a. C., conquistó Kalinga en una destructiva guerra, cosa que no había logrado ninguno de sus antecesores. Tras presenciar las matanzas de la guerra, se convirtió gradualmente al budismo y envió misioneros a difundir por Grecia, Asia menor y Egipto el Evangelio de Sabiduría, logrando convertir a los esenios de Judea y Arabia, los terapeutas de Egipto y los pitagóricos de Grecia y Asia menor. Según Richard Pococke, prelado y viajero inglés, precursor de antropólogos y egiptólogos, el nombre de Pitágoras está compuesto de las derivaciones de buddha (sabio) y guru (maestro). Sin embargo, el historiador inglés Godfrey Higgins, en su obra Los druidas célticos, nos dice que es de origen celta y significa “observador de los astros” o “maestro de oráculos”. En todos estos países las alegorías budistas substituyeron a los mitos de Horus, Anubis, Adonis y Baco, que metamorfoseados con arreglo a las nuevas creencias se incorporaron en los Evangelios sinópticos y en los llamados apócrifos, que los ebionitas, nazarenos y otras primitivas escuelas cristianas mantuvieron secretos sin enseñarlos más que a los iniciados, hasta que se los arrebató el dogmatismo romano. Cuando durante el reinado de Josías de Judá el sumo sacerdote Helcías encontró el Libro de la Ley, ya conocían los asirios los Puranas indos, una colección enciclopédica de historia, genealogías, tradiciones, mitos, leyendas y religión. Esta ocasión se la proporcionó la conquista del país comprendido entre el Helesponto y el Indo, cuando con toda probabilidad arrojarían de la Bactriana, nombre griego de una región histórica del Asia Central, a los arios que transpusieron el Punjâb. Hay indicios de que el Libro de la Ley era un Purana, pues reúne las cinco condiciones requeridas para ello por los brahmanes eruditos, según dice sir William Jones, lingüista e investigador de la antigua India. Es indudable que el autor del Pentateuco se sujetó a estas condiciones, pues los autores del Nuevo Testamento habían escuchado las enseñanzas budistas de labios de los misioneros que, en aquella época, habían llegado a Grecia y Judea.
Según el dogmatismo cristiano no cabe concebir a Cristo sin el Diablo, por lo que hay que analizarlos para descubrir la íntima y misteriosa relación entre ambos. Todos los místicos “Hijos de Dios” y los “Primogénitos” ofrecen características idénticas. Adam Kadmon, el “Hombre Primordial” en los textos de la Cábala, comparable al Anthropos del gnosticismo, se desdobla en sabiduría conceptiva y sabiduría creadora. El Adam de barro es a un tiempo hijo de Dios e hijo de Satán. En efecto, según el Libro de Job, también Satán es hijo de Dios. En una sala reservada del Museo de Nápoles hay un bajo relieve que representa la caída de Adán, en que el Padre Eterno representa el papel de serpiente tentadora. Hércules era asimismo “primogénito” y, por ello, equivalente a Bel, Baal y Bal y a Shiva el destructor. El poeta trágico griego Eurípides llama a Baco, o Dioniso, hijo de Dios, al que se tributó adoración desde muy niño, como a Jesús. Los filósofos describen a Baco como muy benévolo para la humanidad, aunque inexorable con los quebrantadores de su culto. Por ejemplo, Penteo era un rey de Tebas, hijo del más fuerte de los Espartos, Equión, y de Ágave, hija de Cadmo, el fundador de Tebas, y de la diosa Harmonía. Cadmo abdicó en favor de Penteo a causa de su avanzada edad. Penteo prohibió el culto de Dioniso, el hijo de su tía Sémele, y no permitió que las mujeres de Cadmea participaran en sus ritos. Dioniso causó que la madre de Penteo y sus tías, Ino y Autónoe, se precipitaran al monte Citerón en un frenesí báquico. Debido a esto, Penteo las encarceló, pero sus cadenas cayeron y las puertas de la cárcel se abrieron para ellas. Dioniso atrajo a Penteo afuera para espiar los ritos báquicos. Las hijas de Cadmo lo vieron en un árbol y pensaron que era un animal salvaje. Penteo fue derribado y desgarrado miembro a miembro por ellas, y por esa acción serían exiliadas de Tebas. El nombre Penteo, como Dioniso señala, significa ‘hombre de las penas’; e incluso su nombre lo destina a la tragedia. El Libro de Job nos descubre la índole y naturaleza del concepto del Diablo. Todo cuanto se relata en este libro es alegórico, ya que en tiempos antiguos era costumbre dar alegóricamente las enseñanzas morales, según corrobora el mismo San Pablo en los siguientes pasajes de Corintios: “Todas estas cosas les acontecían a ellos en figura; mas fueron escritas para escarmiento de nosotros en quienes los fines de los siglos han llegado“, o en Galatas: “Porque escrito está, que Abraham tuvo dos hijos: uno de la sierva y otro de la libre, las cuales cosas fueron dichas por alegorías“.
Por lo tanto, si el Nuevo Testamento tiene carácter alegórico, lo mismo podríamos decir del Libro de Job lo mismo que dijo San Pablo de las figuras de Abraham y Moisés. Pero conviene distinguir entre alegoría y símbolo. En la primera se encubre la verdad con la suficiente transparencia para que el lector puedan inducirla. El símbolo representa una cualidad abstracta de la Divinidad, fácilmente comprensible para los profanos, que por ello le tributan adoración. La alegoría estaba reservada en los recintos internos, donde sólo eran admitidos los iniciados; y así se explican aquellas palabras de Jesús, según Mateo, cuando decía: “Porque a vosotros os es dado saber los misterios del reino de los cielos; mas a ellos no les es dado. Porque al que tiene, se le dará y tendrá más; y al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará“. En los misterios menores se efectuaba la operación de lavar una marrana, que luego se dejaba otra vez entre el fango, para significar la purificación del neófito y lo insuficiente de la obra cumplida hasta entonces. En cambio el mito encierra un pensamiento no manifestado, es decir, que personifica históricamente el reflejo de una idea religiosa. En el mito ha de predominar, como en la epopeya, el elemento histórico, de modo que los hechos exotéricos constituyan la base del mito y en ellos se entretejen las ideas religiosas. El Libro de Job es muy claro para quien comprende el lenguaje empleado por los iniciados egipcios, tal como se expresa en el Libro de los muertos. En la escena del juicio aparece Osiris sentado en el trono con un garfio en una mano y el místico abanico báquico en la otra. Ante él están los cuarenta y dos asesores del difunto. Junto al trono se levanta un altar cubierto de ofrendas y rematado por la flor de loto, sobre el cual se ven cuatro espíritus. En la puerta permanece estacionada el alma que va a comparecer a juicio, y Themis, diosa de la justicia y el equilibrio, se le acerca en actitud de darle la bienvenida. Entonces el dios Thoth empuña una caña y examina el proceso del alma en el Libro de la Vida. Horus y Anubis, delante de las balanzas, observan si el corazón del difunto equilibra o no el peso del símbolo de la Verdad. Sobre un pilar está sentada la ramera que ha de sostener la acusación. Según los eruditos, en los misterios se representaban las escenas del mundo inferior, y tal es la alegoría del Libro de Job.
Varios críticos han atribuido a Moisés la autoría del Libro de Job, que seguramente es más antiguo que el Pentateuco, pues en él no se nombra a Jehovah. Y aunque este nombre aparece en el prólogo, es por un error de traducción o por la necesidad de dar carácter monoteísta al politeísmo hebreo, convirtiendo en una única divinidad la pluralidad representada en los Elohim bíblicos. En el primitivo texto del Libro de Job no se le da a Dios el nombre de Jehovah, sino los de Al, Aleim, Ale, Shaddai o Adonai, de lo cual se infiere que, como todos los demás manuscritos antiguos, fueron adulterados basándose en el prólogo y el epílogo del Libro de Job. Tan sólo en un antiguo manuscrito hebreo aparece el nombre de Jehovah, y en los demás ejemplares aparece el de Adonai. No hay en el Libro de Job alusión ninguna a la institución sabática, aunque sí numerosas referencias al sagrado número siete, así como una abierta discusión sobre el sabeísmo prevaleciente en aquella época en Arabia. El sabeísmo fue una antigua religión preislámica actualmente desaparecida, surgida en el Reino de Saba, supuestamente el actual Yemen, en el sur de la península arábiga. El sabeísmo era una religión que rendía culto a los astros, especialmente al Sol y a la Luna, aunque afirmaba adorar a un solo Dios denominado Alá Taala, asistido por siete ángeles que custodiaban el firmamento, los siete planetas clásicos, llamados al-Illat. Además practicaban un ayuno de 30 días similar al actual Ramadán. Cada tribu sabea rendía culto a diferentes deidades planetarias como el Sol, la Luna, Júpiter, Mercurio y Venus, que tenía un templo en Saná. También creían en espíritus totémicos de cada tribu y en los djins, genios o duendes que pueden ser buenos o malos, pueden hacer mucho daño pero también pueden otorgar dones y hacer grandes favores. Sus profetas eran Sabi y Enoc, y rendían culto mediante tres oraciones diarias orientándose hacia el sur o hacia el astro de su propia tribu. Los sabeos también aducían que su religión era la verdadera religión practicada por Noé antes de que fuera alterada, y practicaban el bautismo igual que los mandeos. Según el filósofo judío Maimónides los sabeos seguían a Hermes Trismegisto y su texto sagrado era el Corpus hermeticum, identificando a Hermes con el profeta islámico Idrís, el Enoc bíblico. En la Kaaba, el altar de La Meca, había muchos ídolos sabeos que fueron destruidos tras la conquista islámica de la ciudad en el año 630. Los sabeos se dispersaron por todo el Medio Oriente. Los bahaístas afirman que esta era la religión de Abraham antes de su conversión al monoteísmo. Mahoma estableció la tolerancia por la gente del Libro mencionada en el Corán, aduciendo que estos eran los judíos, los cristianos y los sabeos, los cuales tenían derecho a practicar su credo, aunque pagando un impuesto. Los teólogos musulmanes tuvieron siempre dudas sobre la identidad exacta de los sabeos, y el estatus de “gente del Libro” fue asignado tanto a los practicantes del sabeísmo como a los mandeos y los zoroastrianos. Sin embargo, a diferencia de los mandeos y zoroastrianos que se mantuvieron, los sabeos antiguos desaparecieron gradualmente, siendo absorbidos por el islamismo.
El Libro de Job llama a Satán hijo de Dios, pues lo cuenta entre los asistentes al Consejo del Altísimo. Además vemos corroborada la significación de acusador o adversario, representados con la palabra Satán y su identidad conceptual con el Tifón de los egipcios que acusa a las almas en el Amenti. Esto sería equivalente al papel de nuestros fiscales actuales, pero la ignorancia de los primeros cristianos le dio al nombre de Satán, que se asimila al concepto de demonio. En el Libro de Job se detallan las antiguas iniciaciones y las pruebas preliminares de esta ceremonia. El neófito Job se ve privado de todo bien terreno y afligido por una enfermedad repugnante. Su esposa le aconseja que ponga en la muerte su única esperanza. Tres amigos van a visitarle. Uno era Eliphaz, Un erudito temanita, nativos de Temán (Edom), tal vez descendiente de Abrahán y pariente lejano de Job. Tanto él como sus descendientes alardeaban de su sabiduría. Eliphaz sobresale entre los tres amigos de Job como el más importante e influyente, lo que parece indicar que también era el de más edad. Otro amigo era Baldad, el de temperamento positivista, que tomaba las cosas según venían y opinaba que la aflicción de Job era consecuencia de sus culpas. El tercer amigo era Sophar, espíritu generalizador de sabiduría superficial. A sus reconvenciones responde Job: “Sea así que yo haya errado, mi yerro quedará conmigo. Mas vosotros os levantáis contra mí y me dais en cara con mis oprobios porque la mano del Señor me ha tocado. Pues yo sé que mi Campeón vive y que hasta el último día se mantendrá ante mí sobre la tierra; y que después de consumida mí piel y corroído mi cuerpo, aun sin mi carne veré a Dios. ¿Por qué, pues, ahora decís: Persigámosle y hallemos raíz de palabra contra él?“. Algunos intérpretes han considerado que este epíteto de Campeón alude al Mesías, y en muchas versiones aparece substituida la palabra Campeón por la de Redentor, aunque en una versión aparece el pasaje como sigue: “Porque sé que es eterno Aquel que ha de libertarme de la tierra para restaurar esta mi piel que sufre de estos males“. En este pasaje parece que Job se refiere a su Yo superior, inmortal y eterno que por medio de la muerte física ha de libertarle de su corrompido cuerpo carnal y revestirle de nueva envoltura.
En los Misterios de Eleusis, en el Libro de los muertos y en otros tratados relativos a la iniciación se le dan nombres propios al Yo inmortal, que los neoplatónicos denominaron Nous y Augoeides, los budistas lo llamaron Aggra, los mazdeístas lo llamaron Feruer, y los hinduistas lo llamaron Âtman, además de los frecuentes epítetos de Liberador, Campeón, Mediador, etc. En las esculturas mitraicas de Persia aparece el Feruer o Yo superior simbolizado por una figura alada que planea sobre el cuerpo de un hombre. Es el espíritu inmortal que ha de redimir nuestra alma de la esclavitud de la materia. En los textos caldeos podemos leer el siguiente pasaje: “Mi libertador ha de restaurar mi gastado cuerpo y convertirlo en vestidura etérea“. El Yo superior, el espíritu inmortal a quien dice Job que verá sin su carne, esto es, cuando se haya liberado de su cuerpo terreno. Pero los traductores pusieron Dios en vez de Libertador. La Vulgata es una traducción de la Biblia hebrea y griega al latín, realizada a finales del siglo IV, por San Jerónimo de Estridón, llena de inexactitudes y adulteraciones que arrastraron las versiones derivadas de la Vulgata. Como ejemplo, este versículo de la Vulgata: “Pues yo sé que vive mi Redentor y que en el último día he de resucitar de la tierra. Y de nuevo he de ser rodeado de mi piel y en mi carne veré a mi Dios“. En esta adulteración se advierte el propósito de San Jerónimo en resaltar “la resurrección de la carne” tal como la entiende el dogmatismo cristiano. Verdaderamente es una curiosa perspectiva de restauración la de resucitar con los mismos cuerpos que tenemos ahora. El autor del Libro de Job no podía conocer el Nuevo Testamento, por cuanto ni siquiera conocía el Antiguo Testamento, ya que ni remotamente alude a los patriarcas. Sin duda su autor fue un iniciado, pues una de las tres hijas de Job lleva el mitológico nombre de Kerenhappuch, que la Vulgata la llama Cuerno de antimonio, y otras versiones la traducen como Cuerno de Amaltea, la ninfa que fue nodriza de Zeus, denominación equivalente a Cuerno de la Abundancia. Basta el nombre de esta heroína pagana para advertir la filiación esotérica del Libro de Job.
A Amaltea a veces se la representa como la cabra que amamantó al dios infante Zeus en una cueva de Creta, y otras veces como una náyade hija de Hemonio, uno de los Curetes, que eran las nueve divinidades hijos del dios Apolo y Danais. Amaltea lo crio con la leche de una cabra en el monte Ida. Lo que sucedió fue que la diosa Rea, esposa de Crono, quiso preservar a su hijo Zeus de la voracidad de su marido que devoraba a sus hijos conforme nacían, por lo que lo escondió en el monte Ida, en la isla de Creta, donde lo recogió esta ninfa alimentándolo de miel de abeja y leche de cabra. Un día la cabra se rompió un cuerno, que Amaltea llenó con flores y frutas antes de llevárselo a Zeus, quien lo subió entre las estrellas junto con la cabra, convirtiéndose ésta en el primer unicornio. Y estando en el cielo la cabra se convirtió en la constelación Capricornus o simplemente la estrella Capella. Desde entonces el cuerno fue llamado cornucopia. De acuerdo con otra historia, fue el mismo Zeus quien rompió accidentalmente el cuerno con uno de sus rayos y se lo dio a Amaltea, prometiéndole que le proporcionaría en abundancia todo lo que deseara. Amaltea se lo cambió a Aqueloo, su supuesto hermano, por su propio cuerno, que se había roto en la disputa con Heracles por la posesión de Deyanira. Según la mitología clásica, los dueños del cuerno fueron muchos y variados. En general, se le consideraba símbolo de riquezas inacabables y abundancia, y se convirtió en atributo de varias divinidades, como Hades, Gea, Deméter, Cibeles o Hermes, y de los ríos, como el Nilo, en su función de fertilizantes de la tierra. Según la mitología clásica, al romper Zeus el cuerno de Amaltea, que se transformaría en cornucopia, se desparramaron en el cosmos gotas de leche de cabra que dieron origen a las estrellas de la Vía Láctea. En algunas versiones, a la muerte de la cabra Zeus habría tomado su piel para vestirse con ella, convirtiéndola en la égida (‘piel de cabra’). El término «cuerno de Amaltea» se aplica a una región fértil, y una finca propiedad del historiador romano Tito Pomponio Ático fue llamada Amaltheum. Las monedas cretenses representaban al infante Zeus amamantado por la cabra; otras monedas griegas le mostraban sujeto a sus ubres o llevado en brazos de una ninfa.
En el juicio del alma, según el Libro de los muertos, el difunto invoca a los cuatro espíritus residentes en el Lago de Fuego, y luego de purificado por ellos le conducen a la mansión celeste, donde le reciben Ashtar, dios del lucero del alba, e Isis en presencia de Atum, divinidad inmanifestada, equivalente conjuntamente a Ptah, señor de la magia, y a Amon, dios de la creación. También sería el equivalente del Padre y del Hijo, del creador y de la creación, del Pensamiento y su expresión, o del Padre y la Madre. Se ha convertido en hombre espiritual, que desde entonces será el ojo de fuego compañero de los dioses. Los cabalistas comprendían perfectamente el grandioso poema de Job, y no obstante sus profundos sentimientos religiosos eran acérrimos adversarios del clero, y así se justifican las palabras de Paracelso, alquimista, médico y astrólogo suizo, cuando, víctima de persecuciones y calumnias así como mal comprendido por amigos y enemigos, y maltratado por clérigos y seglares, exclamaba: “¡Oh vosotros los de París, Padua, Montpeller, Salerno, Viena y Leipzig! No sois maestros de la verdad, sino confesores de la mentira. Vuestra filosofía es mentirosa. Si queréis saber lo que verdaderamente significa la magia, estudiad el Apocalipsis de San Juan. Puesto que no podéis probar que vuestras enseñanzas derivan de la Biblia y del Apocalipsis, dad de mano a vuestras farsas. La Biblia es la verdadera clave y el verdadero intérprete. Lo mismo que Moisés, Elías, Enoc, David, Salomón, Daniel, Jeremías y los demás profetas, fue Juan mago, cabalista y adivino. Si alguno de ellos viviera hoy día, seguramente que lo inmolaríais en vuestro fementido matadero, y no sólo a ellos, sino aun al mismo Creador de todas las cosas, si os fuera posible“. Paracelso demostró que había aprendido útiles aunque esotéricas cosas en el Apocalipsis, la Biblia y la Cábala, por lo que le llamaron “padre de la magia y del magnetismo fenoménico”. Tan firme era la creencia popular en los poderes sobrenaturales de Paracelso, que todavía perdura entre el gente de Alsacia, ya que está enterrado en Estrasburgo, la tradición de que no murió, sino que duerme en su tumba. De todo lo expuesto se deduce que el Satán del Antiguo Testamento y el Diablo de los Evangelios y de las Epístolas apostólicas son personificaciones del principio antagónico de la materia, no necesariamente malo por sí mismo. Los judíos aprendieron en la cautividad de Babilonia la doctrina de los dos opuestos principios del bien y del mal personificados respectivamente por los persas en Ormazd y en Ahriman, equivalente al Satán de los heteos y al Diobolos de los griegos. Los primitivos cristianos de la escuela de San Pablo y después los gnósticos y sus sucesores refinaron metafísicamente estos conceptos, que el dogmatismo tergiversó, al mismo tiempo que perseguía de muerte a sus genuinos definidores.
Precisamente el concepto moderno del diablo es el que tuvieron las multitudes de Babilonia, como “madre de las idolátricas y abominables religiones del gentilismo mundano”. Tal vez se pueda argüir que las teologías hinduista y budista también admiten la existencia individual de los espíritus malignos; pero la sutil mentalidad hindú considera al diablo o espíritu maligno como una abstracción metafísica, una alegoría del mal necesario, como contrapartida al bien, mientras que para los cristianos es un personaje real con cuerpo y alma, sin cuya existencia no pueden fundamentar el dogma de la redención. Como dice Des Mousseaux: “es tan necesario el diablo para el dogmatismo católico, como el caballo del Apocalipsis para su jinete“. Los protestantes ingleses, no satisfechos con la personificación bíblica del diablo, adoptaron la demonología expuesta por John Milton, poeta y ensayista inglés, en su obra Paraíso perdido. Milton dijo que su obra era una fantasía poética, aunque ajustada a las líneas generales del pensamiento bíblico. Esta idea del diablo ha sido complementada por los ingleses con algunos toques del Mefistófeles de Goethe. En el Paraíso perdido el Ilda–Baoth, el Hijo nacido del Huevo del Caos, de los ofitas, se transforma en Lucifer, que es identificado con el Dragón apocalíptico, después de su caída junto con las huestes rebeldes en el tenebroso abismo del pandemonio, paraje en que hay desorden o caos, y que antiguamente se refería a un palacio en el medio del infierno. Es simbológicamente análoga a la caída de Vulcano Hephaistos desde el cielo a la isla de Lemnos. En la tercera parte del Paraíso perdido Satanás celebra consejo en el palacio levantado para su residencia en sus nuevos dominios, y determina emprender una exploración en busca de un nuevo mundo. La cuarta parte relata la caída del hombre, su destierro en la Tierra, el advenimiento del Hijo de Dios (Logos) y la redención del linaje humano. Según la doctrina de la predestinación, el Hijo de Dios sólo pudo redimir a la parte del género humano previamente elegida. El poema del Paraíso perdido entraña implícitamente el concepto que tienen del diablo los protestantes ingleses, y no creer en el diablo personal equivale para ellos a “negar a Cristo”. Si Milton hubiese sospechado que a su poema se le iba a dar tanto valor dogmático, como al Apocalipsis y a la Biblia, en vez de equipararlo a una obra como la Divina Comedia, probablemente no la hubiese publicado. Posteriormente, el poeta escocés Roberto Pollok se inspiró en el poema de Milton para escribir el suyo, titulado El curso del tiempo, que también fue tenido durante algunos años por tan fidedigno como la propia Biblia. Pero ya durante el siglo XIX el poeta escocés cayó en el olvido.
Veamos ahora el carácter del diablo según el concepto cristiano. Según este concepto, sería la entidad que intervendría en hechicería, brujería y otros maleficios. Esto es lo que creyeron los fariseos y de ellos tomaron este concepto los Padres de la Iglesia, quienes identificaron con el diablo a algunas divinidades paganas, como Mitra, Serapis y otras, cuyo culto consideró la doctrina católica siempre como connivencia con las potestades tenebrosas. Los brujos y hechiceros medioevales fueron para la Iglesia adoradores del diablo, a pesar de que los antiguos consideraron la magia como ciencia divina, o sea el conocimiento y la sabiduría de Dios. Mágica era el arte de curar en los templos de Esculapio y en los santuarios de la India y Egipto. El mismo Darío I el Grande, que había exterminado a los magos que consideraba de mala ley, así como a los teurgistas caldeos. La teúrgia era la magia mediante la cual en la Antigüedad se pretendía entrar en comunicación con los dioses y ejercer influencia sobre ellos. Darío I el Grande restableció el culto de Ahura Mazda u Ormuz y asimismo la considerada verdadera magia en que le instruyeran los brahmanes. El pensamiento religioso entró entonces en una nueva fase. La ignorancia de la gente engendró una falsa devoción y un dogmatismo, que condenó la genuina sabiduría, cuyos adeptos hubieron de recluirse de la vista de las gentes y escribir sus tratados filosóficos en lenguaje esotérico, sólo comprendido por los iniciados en la doctrina secreta. Los fieles a las antiguas enseñanzas religiosas fueron acusados de hechicería y condenados a muerte. Los albigenses, o cátaros, descendientes de los gnósticos, y los valdenses, precursores de los luteranos, quedaron exterminados por implacables persecuciones. El catarismo es la doctrina de los cátaros (o albigenses), un movimiento religioso de carácter gnóstico que se propagó por Europa Occidental a mediados del siglo XI, y logró arraigar hacia el siglo XII entre los habitantes del Mediodía francés, especialmente en el Languedoc, donde contaba con la protección de algunos señores feudales vasallos de la corona de Aragón y del condado de Barcelona. Con influencias del maniqueísmo, el catarismo afirmaba una dualidad creadora (Dios y Satanás) y predicaba la salvación mediante el ascetismo y el estricto rechazo del mundo material, percibido por los cátaros como obra demoníaca. En respuesta, la Iglesia católica consideró sus doctrinas heréticas. Tras una tentativa misionera, y frente a su creciente influencia y extensión, la Iglesia terminó por invocar el apoyo de la corona de Francia, para lograr su erradicación violenta a partir de 1209 mediante la Cruzada albigense. A finales del siglo XIII el movimiento, debilitado, entró en la clandestinidad y se extinguió poco a poco. El movimiento valdense surge, a partir del movimiento de los Pobres de Lyon, en el siglo XII, a partir de la predicación de Pedro Valdo, es actualmente considerada como una iglesia protestante, movimiento al que se unió en el siglo XVI.
El luteranismo es una de las principales ramas del cristianismo, que se identifica con la teología de Martín Lutero, un reformador doctrinario, teólogo y fraile alemán. Los intentos de Lutero de reformar la teología y las prácticas de la Iglesia católica dieron pie a la reforma luterana en las zonas germano parlantes del Sacro Imperio Romano. Tras la publicación de las 95 tesis en 1517, los escritos de Lutero se difundieron a escala internacional gracias a la recién inventada imprenta, al margen de la influencia y control de la curia romana ni del Sacro Emperador. Al mismo Martín Lutero le acusaron de estar en connivencia con Satanás en persona, y aun siguió el mundo protestante bajo el peso de esta imputación de sus adversarios católicos, porque el dogmatismo romano nunca ha distinguido entre disidentes, herejes, cismáticos y hechiceros, y todo cuanto se aparte de su norma lo anatematizaba por ofensivo a su autoridad, pues la libertad religiosa era un principio negativo para la Iglesia católica. Sin embargo, los protestantes heredaron algunos de los vicios de la Iglesia católica, y por ello estaba Lutero tan intolerante como el Papa, y el teólogo francés Juan Calvino fue todavía más intolerante todavía que la curia romana. Durante treinta años asoló la guerra comarcas enteras de Alemania, sin que en la lucha fuesen menos crueles los protestantes que los católicos. La guerra de los Treinta Años fue una guerra librada en la Europa Central, principalmente el Sacro Imperio Romano Germánico, entre los años 1618 y 1648, en la que intervinieron la mayoría de las grandes potencias europeas de la época. Esta guerra marcó el futuro del conjunto de Europa en los siglos posteriores. Aunque inicialmente se trataba de un conflicto político-religioso entre Estados partidarios de la reforma y la contrarreforma dentro del propio Sacro Imperio Romano Germánico, la intervención paulatina de las distintas potencias europeas convirtió gradualmente el conflicto en una guerra general por toda Europa, por razones no necesariamente relacionadas con la religión: búsqueda de una situación de equilibrio político, alcanzar la hegemonía en el escenario europeo, enfrentamiento con una potencia rival, etc. La guerra de los Treinta Años llegó a su final con la Paz de Westfalia y la Paz de los Pirineos, y supuso el punto culminante de la rivalidad entre Francia y los territorios de los Habsburgo, como el Imperio español y el Sacro Imperio Romano Germánico, por la hegemonía en Europa, que conduciría en años posteriores a nuevas guerras entre ambas potencias. También la religión reformada dirigió sus tiros contra la hechicería y se establecieron sangrientas penas en Suecia, Dinamarca, Alemania, Holanda, Inglaterra y las colonias de América. A prisión y muerte se exponía quien declaraba públicamente opiniones más liberales que las de sus compatriotas. Las hogueras se avivaron para abrasar a los magos, y era menos arriesgado rebelarse contra la autoridad real que contra el dogma religioso.
Según el influyente reverendo puritano en la Nueva Inglaterra colonial, prolífico autor de ensayos y panfletos, Cotton Mather, en el siglo XVII se apareció el diablo en persona en Nueva Inglaterra, Nueva Jersey, Nueva York y otras colonias inglesas de América. Pero el escepticismo recluyó en los conventos la creencia en el diablo de cuerpo humano, con cuernos y rabo. De cuando en cuando aparece en las Encíclicas pontificias y otros documentos oficiales del catolicismo; pero la severidad protestante sólo consiente que se le nombre a media voz en los púlpitos. Podemos seguir las huellas del diablo desde sus primeras apariciones en India y Persia. Por ello conviene examinar las opiniones religiosas dominantes al respecto en el mundo durante los primeros tiempos del cristianismo. Todas las religiones antiguas creían en los avatares o encarnaciones de la Divinidad, que en la India llegaron a constituir una serie ordenada. Los parsis esperaban a Sosiosh, el Salvador mazdeísta, y los judíos al Mesías. Los historiadores romanos Tácito y Suetonio refieren que, en tiempo de Augusto, en Oriente se estaba a la espera de un gran Instructor; y según dice Williams, en Historia primitiva: “unas doctrinas tan obvias para los cristianos, eran enigmáticas para los gentiles”. Plutarco, en su obra Isis y Osiris, habla de Maneros, un niño que había de nacer en Palestina como mediador de Mitra, el Salvador, identificado con Osiris: “En el primer lugar desierto que halló en su viaje, cuando se creyó absolutamente sola, Isis abrió el cofre. Aplicó su rostro sobre el de Osiris, le besó y lloró. Pero el hijo del rey iba en pos de ella observándola en silencio. Isis le vio al volverse, lanzándole a causa de su cólera tan terrible mirada que aquel niño al no poder soportar tal terror murió en el acto. […] él es a quien los egipcios celebran en sus festines dándole el nombre de Maneros. […] No deja de haber también quienes dice que el nombre de Maneros no designa a nadie, que sólo es una palabra empleada por los hombres que beben, y acostumbrada en los banquetes para decir: Hágase todo entre nosotros con medida y oportunidad” […] Por eso será sin duda por lo que los egipcios muestran a los invitados, haciéndola llevar alrededor de la mesa, la figura de un hombre muerto, colocada en un féretro; no es, como algunos suponen, como recuerdo del trágico fin de Osiris, sino para exhortar a los que beben a aprovechar el tiempo y a gozar del presente, ya que muy pronto todos se convertirán en lo que es aquel muerto, por ello introducen a aquel desagradable invitado“.
En las actuales Escrituras canónicas se descubren vestigios del culto antiguo, y los ritos, ceremonias y jerarquía eclesiástica de los budistas están relacionadas con el culto católico. Los primitivos Evangelios, que un tiempo fueron tan canónicos como actualmente los sinópticos, que hacen referencia a tres de los cuatro evangelios canónicos, en concreto los de Mateo, Marcos y Lucas. Se denominan evangelios canónicos aquellos escritos del Nuevo Testamento de carácter evangélico, redactados probablemente en el siglo I y admitidos en el canon o lista de libros aceptados por las Iglesias cristianas en general. Los evangelios canónicos abarcan los tres evangelios sinópticos (Evangelio de Marcos, Evangelio de Mateo, Evangelio de Lucas), y el Evangelio de Juan, también conocido como el cuarto evangelio. Los evangelios canónicos se distinguen así de los evangelios apócrifos, unas 70 obras que han llegado hasta nosotros completas o fragmentadas, y cuya composición no fue considerada por las iglesias cristianas como inspirada por Dios. Los primitivos evangelios contienen relatos enteros copiados de los libros budistas, según han puesto en claro diversas investigaciones, que evidencian la probable filiación budista del cristianismo. La milagrosa concepción de Jesús, los prodigios y otros incidentes de su vida se observan claramente en el Manual del budismo, de Robert Spence Hardy, autor de varias obras sobre budismo y literatura pali en Ceilán. Aquí vemos el motivo de lo interesada que está la Iglesia romana en evitar entrar a fondo en la Biblia hebrea y las obras de los filósofos griegos, pues la filología y teología comparadas demuestran las falsificaciones de Ireneo de Lyon, obispo y el más importante adversario del gnosticismo del siglo II, Epifanio de Salamina, obispo y escritor bizantino, considerado como Padre de la Iglesia y defensor de la ortodoxia, Eusebio de Cesarea, padre de la historia de la Iglesia, y Tertuliano, padre de la Iglesia y prolífico escritor.
En aquel tiempo parece que gozaban de mucho predicamento los Libros sibilinos, unos libros proféticos, usados en la Antigua Roma para proveer el futuro, y fácilmente se echa de ver que dimanan de las mismas fuentes de donde brotaron las demás obras gentílicas, relativas a los gentiles, personas no judías, paganas o extranjeras. He aquí un pasaje de los Oráculos sibilinos: “Ha surgido nueva Luz que descendida del cielo toma forma mortal. ¡Oh Virgen! Recibe a tu Dios en tu purísimo seno. El Verbo aleteó en la matriz virginal y asumió forma de carne. La Virgen concibió un Niño. Los magos adoraron la nueva estrella enviada por Dios. El niño envuelto en pañales reposó en un pesebre. Y Bethlem fué la cuna del Verbo“. A primera vista este pasaje parece una profecía del nacimiento de Cristo, pero también pudiera aludir a otras divinidades creadoras, pues hay expresiones análogas que se refieren a los dioses Baco y Mitra, como, por ejemplo, la del siguiente pasaje de Las Bacantes, de Euripides: “Yo, hijo de Zeus, he venido al país de los tebanos. Soy Baco, a quien parió la virgen Semelé, hija de Cadmo, el hombre de oriente, y engendrado por el rayo portador de la llama, tomé forma mortal en vez de la divina“. Nono de Panópolis, poeta egipcio de lengua griega, en Las Dionisiacas, que datan del siglo V, esclarecen este punto y ponen de relieve su íntima relación con la leyenda cristiana acerca del nacimiento de Jesús, según vemos en este pasaje: “¡Oh! Kore Perséfona. Tú eras la virgen esposa del Dragón cuando Zeus, transformado en apariencia de galán y rebosante de amor, se deslizó hasta tu lecho virginal y fecundó tu seno, cuyo fruto fué Zagreus, el niño coronado de cuernos“. Richard Pococke, prelado y viajero inglés, precursor de antropólogos y egiptólogos. opina que Zeus representa aquí al sumo pontífice de los lamas o al jefe de los jainos, miembros del jainismo, una doctrina originada en la India; Koré–Perséfona equivale a la Kuruparasupani hindú; y Zagreus simboliza la rueda o circulo gobernador del mundo. Zagreus murió a manos de los titanes. Los cuernos o medias lunas eran la divisa de la soberanía lamaica. Descubrimos aquí todo el secreto del culto ofita y el origen del dogma cristiano de la Encarnación del Verbo. Únicamente los gnósticos entre los primitivos cristianos tenían, de manera rudimentaria, un sistema teológico al que adaptaron la figura de Jesús considerada como Cristo; pero de ningún modo cabe considerar que la teología gnóstica derivara de las enseñanzas cristianas. Entre los gnósticos precristianos era muy conocida la leyenda según la cual la gran serpiente, Zeus, el Júpiter roano, el Dragón de Vida, el Padre y el Dios del bien, se había deslizado cautelosamente hasta el lecho de Semelé para vivificar su seno. Semelé fue elegida por el dios Zeus como amante mortal, engendrando a Dioniso. Y esta misma leyenda aplicaron los gnósticos cristianos a la concepción de Jesús diciendo, según John Bathurst Deane, en El culto de la serpiente, que el Dios del bien, Saturno o Ilda Baoth, transfigurado en Dragón de Vida, se deslizó hasta la cuna de la niña María.
Para los gnósticos cristianos la Serpiente era el símbolo del Logos, el Cristo o encarnación de la Sabiduría divina por obra de su padre, Ennoia, mente, y de su madre Sophia, el Espíritu Santo. Así dice Jesús, según el Evangelio de los hebreos: “Entonces, mi madre, el Espíritu Santo me tomó“. Aquí vemos que Jesús se llama a sí mismo hijo de Sophía (Espíritu Santo). Según dice Plutarco, el Dragón es el símbolo del Sol o principio generador equivalente a Júpiter o Zeus, que los egipcios llamaban el Santo Espíritu. Por otra parte nos dice el Nuevo Testamento, Hebreos: “Y respondiendo el ángel, le dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti y te hará sombra la virtud del Altísimo. Y por esto lo Santo que nacerá de ti será llamado Hijo de Dios“. Y añade San Pablo: “En estos días nos ha hablado Dios por el Hijo, al que constituyó heredero de todo, por quien hizo también los siglos“. El original habla de eones que, en el gnosticismo, significa cada uno de los seres eternos, emanados de la unidad divina, que colmaban el intervalo entre la divinidad y la materia, formando el mundo espiritual. Pero se comprende que los traductores cambiaran esta palabra por la de siglos, pues así convenía para reforzar el dogma de la Trinidad. Todas estas expresiones son variadas copias del concepto significado en la frase de Nono de Panópolis: “por medio del Draconteo etéreo”, pues el éter simboliza al Espíritu Santo o tercera persona de la Trinidad, y según John Bathurst Deane, en El culto de la serpiente, equivale al Kneph egipcio o serpiente con cabeza de halcón, emblema de la Mente divina y del Alma universal de los platónicos. Dicen las Escrituras cristianas, concretamente El Eclesiástico: “Yo (la Sabiduría) salí de la boca del Altísimo y como niebla cubrí toda la tierra“. También Poimandres (Logos) surge del seno de la infinita Obscuridad y cubre la Tierra de nubes que sobre ella se extienden a manera de formas serpentinas. Dunlap, en Historia del espíritu humano y en el capítulo titulado El Logos, el Unigénito y el Rey, nos dice que, según Filo, el Logos activo es la primaria imagen de Dios y el Padre es el pensamiento latente. Esta idea universal aparece expresada en idéntica terminología entre los gentiles, los judíos y los cristianos primitivos. En la Cosmogonía babilónica de Eudemos de Rodas, el Logos es el unigénito del Padre, y un himno homérico al sol empieza con este verso: “Load a Eli, hijo de Deus“.
El dios solar Mitra es imagen del Padre, lo mismo que el cabalístico Seir Anpin, un aspecto revelado de Dios en la Cábala, que comprende los atributos de sephirot emocional:. Parece imposible que entre todas las religiones del mundo tan sólo el cristianismo dogmático haya sostenido la creencia en la personalidad del diablo. Ni los egipcios, a quienes el filósofo neoplatónico griego Porfirio considera “la más sabia nación del mundo”, ni los griegos, sus fieles imitadores, ni los judíos, cayeron jamás en esta personalización del diablo, ni tampoco en la condenación eterna en el infierno, por más que el cristianismo atribuya al demonio todo cuanto se relaciona con los paganos. La palabra infierno que aparece en el original hebreo se traduce erróneamente en las versiones canónicas. Los hebreos no tenían del infierno el concepto que posteriormente le dieron los intérpretes en el pasaje siguiente de Mateo: “y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella“. El texto original dice realmente: “Las puertas de la muerte”, y en ninguna parte aparece la palabra infierno con el significado de “condenación eterna” que le dieron los creadores de este dogma. Tofet es un lugar cercano a Jerusalén donde, según el Antiguo Testamento, los israelitas sacrificaban a niños al dios Moloch, quemándolos vivos. Se cree que es un lugar específico en el Valle de la Gehena. Por ejemplo, en Jeremías leemos: ”Y han edificado los lugares altos del Tofet, que está en el valle del hijo de Hinom, para quemar al fuego a sus hijos y a sus hijas, cosa que Yo (Yahvé) no les mandé, ni subió en mi corazón. Por tanto, he aquí vendrán días, ha dicho Yahvé, en que no se diga más Tofet, ni valle del hijo de Hinom, sino Valle de la Matanza; y serán enterrados en Tofet, por no haber lugar”. Pero ni Tofet ni el valle del hijo de Hinom significan infierno, y la palabra griega Gehena equivale, en opinión de competentes filólogos, al Tártaro de que habla Homero, un profundo abismo usado como una mazmorra de sufrimiento y una prisión para los titanes. Prueba de esto es lo que dice el apóstol San Pedro en el pasaje siguiente de la II Epístola: “Y si Dios no perdonó a los ángeles que pecaron, sino que, atándolos con amarras de infierno, los arrojó al tártaro“.
Pero como la expresión “tártaro” recordaba la guerra entre Zeus y los titanes, los traductores substituyeron la palabra “tártaro” por la de abismo o infierno. Las frases “puertas de la muerte” y “cámara de la muerte”, que suelen hallarse en el Nuevo Testamento, no son ni más ni menos que las “puertas del sepulcro” a que aluden los Salmos y Proverbios. El infierno y el diablo serían pues invenciones del dogmatizante cristianismo oficial. El dominante concepto del diablo sería una degeneración de la mentalidad humana si lo comparamos con el concepto que los antiguos tenían del “Padre del Mal”, simbolizado en Tifón, cuyo emblema era el asno. Plutarco y Sanchoniaton le llaman Tuphon, piel roja. Así como Tifón (Seth) representaba entre los egipcios el aspecto tenebroso y sombrío, en oposición a su hermano Osiris, así también entre los griegos representó Python el aspecto antitético al del esplendente Apolo, dios de las visiones y de los oráculos. Python mata a Apolo, pero resucitado éste, mata a Python, y redime de este modo la culpa del linaje humano. Muy similar a la simbología de Jesús. En memoria de la muerte de Python se adornaban las sacerdotisas de Apolo con piel de serpiente, emblema del fabuloso monstruo vencido por el dios, y bajo el excitador influjo magnético de aquella piel se transportaban las sacerdotisas al frenesí y por su boca daba Apolo los oráculos. Apolo y Python significan los desdoblados elementos de la divinidad solar, que todos los pueblos, sin excepción, concibieron como andrógina. El suave y benéfico calor del Sol vivifica las plantas, pero el riguroso ardor de la canícula las marchita y agosta. Cuando pulsa la lira de siete cuerdas Apolo difunde por doquiera la armonía; pero en su aspecto pitónico es perturbación y disonancia. Así sucede con todas las divinidades solares. El apóstol San Juan viajó por Persia y otras zonas asiáticas donde, si bien predominaba la religión zoroastriana, abundaban los misioneros budistas, por lo que cabe dudar de si el evangelista hubiera escrito el Apocalipsis de no haber estado en comunicación con los budistas; pues aparte de sus alusiones al Dragón, hay indicios en los proféticos pasajes relativos al segundo advenimiento de Cristo, cuya figura copia el apóstol de la figura del dios hindú Visnú en trazos del todo desconocidos para los demás evangelistas.
Tenemos, por consiguiente, que Ophios y Ophriomorfos, Apolo y Python, Osiris y Tifón (Seth), Cristo y el Diablo son símbolos equivalentes en sus respectivas dualidades, cuyos elementos no podríamos reconocer uno sin otro, como tampoco fuera posible diferenciar el día sin la noche. Ambos elementos son regeneradores y salvadores: el positivo en el orden espiritual y el negativo en el orden físico. El elemento positivo confiere la inmortalidad por virtud propia del espíritu, mientras que el elemento negativo la confiere por regeneración de los gérmenes rúpicos. En el plano devachánico hay dos niveles distintamente definidos: el rúpico o con forma y el arrúpico o sin forma. El plano devachánico es una región del plano mental especialmente protegida, de la que todo mal y todo sufrimiento están enteramente excluidos por la acción de las grandes Inteligencias espirituales que dirigen la evolución humana, y en la cual residen, después de su estancia en el Kâma-loka, plano semi-material, subjetivo e invisible para nosotros, donde las “personalidades” desencarnadas, las formas astrales, llamadas Kâmarûpa, permanecen hasta desvanecerse del todo, formando los seres humanos despojados de sus cuerpos físico y astral. El Redentor del linaje humano tenía que morir, porque ello revela el maravilloso secreto del Yo. La serpiente del Génesis incurre en la maldición divina, porque prometió a la madre Eva, o materia, la inmortalidad, diciéndole: “De ninguna manera moriréis“. Entre los egipcios, el aspecto antitético de la serpiente es la reencarnación de Hermes Trismegisto. Hermes representa el inseparable compañero e instructor de Osiris e Isis, la personificación de la sabiduría, el hijo del Señor, que, como el Caín bíblico, edifica ciudades y alecciona a los hombres en el ejercicio de las artes.
Los misioneros cristianos declararon repetidas veces que en la India se llevaba a cabo un culto idolátrico del demonio, cuando precisamente los cristianos tienen en consideración al diablo en su doctrina. Es más, el clero católico mantiene a sus fieles en la creencia del diablo personal, enemigo de Dios y de la humanidad, que choca con lo que dicen los monjes budistas, cuyos maestros advierten que todo es alegórico en el culto exotérico. El dragón de San Jorge que se ve esculpido en casi todas las catedrales, no aventaja en magnificencia alegórica a Muchalinda, rey de las serpientes, que cuando la gran tormenta terminó, adoptando la forma humana se inclinó ante Buda y se retiró a su palacio budista. Por otra parte, tenemos las supersticiones de los cingaleses que, en los eclipses de Luna, creían que la devoraba el demonio planetario Raju, que en el marco del hinduismo es el demonio que provoca los eclipses lunares y solares. En la mitología budista es un dios iracundo de muchas cabezas. Este daitia, demonio descendiente de Diti, diosa de la Tierra, era el horrendo hijo de Vipra Chitti y de Símjika, y tenía cola de dragón. Participó en el līlā (pasatiempo divino) llamado samudra manthan (el ‘batido del océano de leche’). En los Puranas se explica el conflicto entre los daitias (demonios) y los aditias (dioses), y su búsqueda del amrita (néctar de la inmortalidad). En este līlā, llegó un momento en que los demonios robaron el néctar a los dioses. Para rescatarlo y entregárselo a sus amigos los devas, el dios Vishnú adoptó la forma de Mojini, una mujer ‘enloquecedora’ (moja) y se acercó a los demonios. Cuando los demonios vieron la encantadora belleza de Mojini, perdieron toda compostura. Mientras los demonios estaban encantados con la belleza divina, Mojini se apoderó del néctar y lo distribuyó entre los dioses. El asura Raju sospechó el juego sucio y se unió a la fila de los dioses, para recibir el néctar. Soma se dio cuenta de que Raju estaba por beber el néctar y avisó a Mojini, quien extrajo de entre sus ropas el súdarshan chakra (un disco parecido a un anillo ninja) y decapitó al demonio. Sin embargo, Raju logró tomar una gota del néctar de inmortalidad, por lo que no murió. Su cabeza y su cuerpo, separados, flotaron en el espacio como dos astros invisibles a los ojos humanos: Raju ―la cabeza esférica― y Ketu ―el cadáver, con forma de dragón, aunque esférico, exactamente igual que la cabeza. En venganza contra la Luna, cada tanto la devora con su inmensa boca, pero no por mucho tiempo. Finalmente debe defecarla a través de su nuca abierta. Los hinduistas también explicaban los eclipses solares de la misma manera: La Luna se interpone ante el Sol, y suponían que la sombra que veían era Raju o Ketu comiéndose al Sol.
En los eclipses de Sol los chinos salían a la calle provistos de bombos, platillos y discos con los que armaban estrepitosos ruidos para ahuyentar al monstruo que amenazaba devorar al Sol. El químico anglo-americano John William Draper Draper, aficionado a la astronomía, en su libro Conflictos entre la religión y la ciencia nos dice que cuando en 1456 apareció un cometa, después llamado Halley, produjo tal espanto en las gentes, que el papa Calixto III se creyó obligado a exorcizarle, y “gracias” a las maldiciones pontificias se precipitó en los abismos para no reanudar su aventura hasta setenta y cinco años después. No sabemos que el clero cristiano haya intentado convencer a la gente de que nada de diabólico tienen los eclipses ni los cometas, y en cambio vemos cómo prelado budista Sue Bandare Metankere Samanere Samavahanse respondía al gobernador holandés de Ceilán en 1766, que le echaba en cara aquella superstición: “Nuestros libros canónicos enseñan que los eclipses de Sol y Luna resultan de la acometida del planeta Raju, pero no de diablo alguno”. Raju y Kehetty son los nombres cingaleses de las dos estrellas que forman la cabeza y la cola de la constelación del Dragón. El mito del Dragón, que tan importante es en el Apocalipsis y la Leyenda de oro, es de origen pre budista, pues deriva de la comarca de Cachemira, cuyos habitantes, convertidos más tarde por los misioneros budistas, profesaron en tiempos primitivos la religión ofita con el culto de la serpiente. Según esta Leyenda de oro hagiográfica, San Simeón Estilita convirtió de gentil en cristiano al Dragón que reptaba por su columna. Desde la conversión del país de Cachemira los incruentos sacrificios con ofrenda de flores e incienso sucedieron a los cruentos sacrificios humanos, que se basaban en la personificación del diablo investido de abominable potestad, una supersticiosa creencia que heredaron los cristianos. El Mahâvansa, el libro más antiguo de las Escrituras ceilanesas, relata la leyenda del rey Covercapal (sierpe cobra), el dios serpiente convertido al budismo por un santo arhat, alguien que ha ganado el entendimiento profundo sobre la verdadera naturaleza de la existencia, que ha alcanzado el nirvana y en consecuencia, no volverá a nacer de nuevo. De esta leyenda derivó seguramente la de San Simeón Estilita. Los arqueólogos y filólogos deben dilucidar cómo se extendió de Cachemira a México el culto de la serpiente.
El Logos ordenador del mundo triunfó del gran Dragón, y el luminoso arcángel Miguel, príncipe de los eones, venció a Satán. Miguel equivale al “Mensajero de Vida” o al Gabriel de los nazarenos, así como al indo Indra, caudillo de los ángeles buenos que derrotaron a Vasuki cuando se rebeló contra Brahmâ, dios creador del universo. En la tradición india, Vasuki aparece como el rey de las serpientes de las aguas. Se cuenta que, en una ocasión, un joven guerrero denominado Bhima fue envenenado por sus enemigos mediante una bebida, y arrojado al río Ganges atado de pies y manos. Mientras se sumergía, diversos nagas (seres serpiente) se le acercaron y le mordieron con sus dientes envenenados, lo que hizo contrarrestar los efectos del veneno que había ingerido. Al llegar al fondo del río, Vasuki lo desató y lo acogió como su invitado. Allí se encontró con otro naga llamado Aryaka, que era el antepasado de su madre Pritha, que lo cuidó y le dio a beber ocho copas del elixir de mil nagas. De esta forma Bhima cayó dormido durante ocho días y cuando despertó había adquirido la fuerza de un gigante. Vasuki le dejó marchar para volver a encontrarse con su familia. Otra versión sobre Vasuki aparece en el Vishnú Parva, donde se explica cómo se obtuvo el amrita, el néctar de los dioses, y todos los seres de la creación, a partir del “mar de leche” de Vishnú. En primer lugar para batir el líquido era necesario que trabajaran conjuntamente los dioses con los demonios, aunque éstos nunca podrían tener acceso al soma, narcótico divino de la antigua India. Los dioses pusieron la montaña Mandara sobre las espaldas de Kurma, el rey de las tortugas y, a modo de palo, retorcieron a la serpiente Sesha, el rey de las serpientes. Los dioses tiraban de su cola y los demonios de su cabeza. Como consecuencia del estiramiento salieron de las fauces de la serpiente nubes que descargaban lluvia sobre la montaña. Un fuego fue lanzado sobre la montaña quemando árboles y frutos, cuyas resinas y zumos cayeron sobre el mar de leche, hasta que se formó una mantequilla bien condimentada. Entonces Dhawantari, el físico de los dioses, recogió el soma en una copa de oro. Al parecer uno de los demonios, llamado Raju, intentó beber del soma pero Vishnú se lo impidió.
Mientras el iniciado mantenga en secreto lo que sabe, ningún mal le sobrevendrá por su sigilo. Esto sucedió en tiempos antiguos y lo mismo sucede ahora. La serpiente es emblema de la sabiduría y de la elocuencia, pero también lo es de la muerte. “Osar, conocer, querer y callar” es el lema fundamental de los cabalistas. Como Apolo y otros dioses solares, Jesús muere por acción de su Logos, la palabra en cuanto meditada, reflexionada o razonada. Considérese a este propósito el amuleto gnóstico llamado de la serpiente Chnupis, que alza la cabeza coronada con las siete vocales. Es el emblema cabalístico de la palabra (Logos) en el hombre. Las coincidencias entre los mitos religiosos de los pueblos antiguos, transmutados en dogmas teológicos, son lo bastante sorprendentes para sospechar que tal vez tuvieran algún significado tan oculto que nadie haya sido capaz de adivinarlo. La identidad del arcángel Miguel cristiano con los celestes caudillos de otras teogonías, así como la de Satán con el Dragón de los paganos, demuestra que la India ha sido la cuna común de los mitos religiosos surgidos del misticismo. En sus comentarios a los Vedas el hindú Ramatsariar dice: “El mundo principió con la lucha entre el Espíritu del Bien y el Espíritu del Mal, y en lucha ha de acabar. Tras de la desintegración de la materia, el mal dejará de serlo, porque se restituirá al caos“. Tertuliano, padre de la Iglesia y un prolífico escritor durante la segunda parte del siglo II y primera parte del siglo III, adulteró en su Apología las doctrinas y creencias sustentadas por los paganos respecto a los oráculos y a los dioses, pues llama a estos dioses demonios y diablos y les inculpa de obsesionar incluso a las aves del aire. Ningún cristiano pondrá en tela de juicio la autoridad de Tertuliano al verla previamente corroborada por el rey David, cuando dice que son ídolos todos los dioses de los gentiles. Y según Santo Tomás de Aquino, en su libro Suma teológica, el mismo Angel de las escuelas identifica los ídolos con los demonios, según estas palabras: “Se acercan a los hombres y les incitan a que los adoren; para lo cual se valen de ciertas obras que parecen milagrosas“. Los teólogos, después de haber forjado al diablo se creyeron obligados a modelar santos. Otros teólogos han supuesto que el Anticristo, equivalente al Abadón de los hebreos y, por consiguiente, el demonio, es el Apolión en que Platón simboliza la divinidad que redime del pecado. También tenemos la siguiente frase del Apocalipsis: “El aspecto de las langostas era semejante a caballos preparados para la guerra; en las cabezas tenían como coronas de oro, sus caras eran como caras humanas, tenían cabello como cabello de mujer y sus dientes eran como de leones; tenían corazas como corazas de hierro y el ruido de sus alas era como el estruendo de muchos carros de caballos corriendo a la batalla; tenían colas como de escorpiones, y también aguijones, y en sus colas tenían poder para dañar a los hombres durante cinco meses. Y tienen por rey sobre ellos al ángel del abismo, cuyo nombre en hebreo es Abadón, y en griego, Apolión“.
Según el filólogo, hinduista y orientalista alemán Max Müller, la serpiente paradisíaca es un concepto originario de los hebreos, sin que sea posible compararla con las terribles entidades Vritra, en los Vedas, y Ahrimán, en el Avesta. En la religión védica, previa al hinduismo, Vritra es un asura (demonio) con forma de serpiente o dragón, personificación de la sequía y enemigo del dios Indra. En los textos Vedas también era conocido como Aji (‘serpiente’) y era hermano de Valá, un asura (demonio) en el Rig-veda. Como un dragón, Vritra bloqueó el curso de los ríos védicos y fue muerto heroicamente por Indra. Según el Rig-veda (siglo XIV a. C.), Vritrá mantuvo cautivas las aguas del mundo hasta que fue asesinado por Indra, quien destruyó las noventa y nueve fortalezas de Vritrá, aunque a veces estas fortalezas se atribuyen a Shambara, un demonio en los Vedas, antes de liberar a los ríos represados. El combate comenzó poco después del nacimiento de Indra, quien había bebido una gran cantidad de soma en casa del sabio Tuashtri para enfortecerlo antes de enfrentarse a Vritrá. Tuashtri creó el rayo (vashra) para Indra, y el dios Visnú, cuando Indra se lo pidió, hizo espacio para la batalla, dando los tres grandes pasos por los que se hizo famoso. Durante la batalla, Vritrá le rompió ambas mandíbulas a Indra, pero finalmente fue derribado por éste. Al caer, terminó de aplastar sus fortalezas, que ya Indra había hecho añicos. Por esta hazaña, Indra fue conocido como Vritraján (‘asesino de Vritrá’) y también como ‘asesino del primogénito de los dragones’. Después Indra atacó con su rayo y derrotó a la madre de Vritrá, Danu, que era también la madre de toda la raza danavá de asuras. En una de las versiones de la leyenda, Indra convenció a tres devas, Váruna, Soma y Agní, para que lo ayudaran en su lucha contra Vritrá. Antes ellos habían estado del lado del asura, a quien llamaban «Padre». En un verso de un himno del Rig Veda que elogia a la diosa Sárasuati, a ésta se le atribuye el asesinato de Vritrá. Pero esta mención no ocurre en ninguna otra parte.
Ahriman es el principio del mal en la religión persa. Dios opuesto a Ormuz (Ahura-Mazda). principio del bien y de la creación, Según Zoroastro, Ahrimán nació de las tinieblas; quiso hacerse creador, y formó seis criaturas infernales opuestas a los seis arcángeles: Alómano, espíritu malo, Andra, diablo que siembra en el mundo el pesar y el delito, Zauron, el que tienta a los reyes sugiriéndoles la tiranía, así como dios del robo, y el asesinato, Naonghachya, Turn y Zairaca, con funciones parecidas. Según el Zend Avesta, de Ahrimán provienen toda clase de animales dañinos, parásitos y venenosos. Para los cabalistas el diablo era el aspecto invertido de Dios y por esto se le consideraba como una fuerza parecida a la electricidad, según se infiere de aquellas alegóricas palabras en que Jesús dice cómo “vio a Satán cual si fuese un rayo caído del cielo”. Aseguran los dogmáticos que la tarea del diablo consiste en tentar continuamente al género humano con el permiso de Dios. En este caso, el supuesto amor a los hombres de aquel al que nos referimos como Dios no quedaría muy bien parado, pues denotaría en Dios una maldad incompatible con el papel que se le atribuye. Son curiosas las diferencias que se advierten entre las distintas representaciones del diablo. Los fanáticos lo pintan con cuernos y rabo y se lo imaginan con una figura terrorífica y con un hedor pestilente. En el Malleus Maleficarum (Martillo de las Brujas), de Heinrich Kramer y Jakob Sprenger, dos monjes inquisidores dominicos de origen alemán, se dice que “a los ojos de Dios es pecado desnudarse por vana limpieza”. El Malleus Maleficarum es probablemente el tratado más importante que se haya publicado en el contexto de la persecución de brujas y la histeria con respecto a las brujas del Renacimiento, a las que se consideraba vinculadas a Satanás. Se trata de un exhaustivo libro sobre la caza de brujas que después de ser publicado en Alemania en 1487 tuvo numerosas nuevas ediciones, se difundió por Europa y tuvo un profundo impacto en los juicios contra las brujas en el continente durante unos 2 siglos. Esta obra es notoria por su uso en el período de la histeria por la caza de brujas, que alcanzó su máxima expresión desde mediados del siglo XVI hasta mediados del XVII. Los principales autores y grandes demonólogos, como el inquisidor italiano Bernardo Rategno da Como, el jesuita hispano-belga Martín del Río y el jurista francés Jean Bodin, se remitían constantemente a la autoridad del Malleus Maleficarum.
En 1184 se funda la Inquisición en el Languedoc, sur de Francia, para luchar contra la considerada herejía cátara/albigense que había proliferado en aquella región. Esta primera inquisición episcopal, dependiente del obispo de cada diócesis, fue sustituida por una inquisición papal, dependiente directamente del papa, en 1231. A pesar de que la creencia en la brujería es anterior incluso al cristianismo, no es hasta 1484 cuando el papa Inocencio VIII hace constar oficialmente la creencia oficial de la Iglesia católica en su existencia mediante la bula Summis desiderantes affectibus. El Malleus Maleficarum es el más famoso de todos los libros sobre brujería, evidentemente escrito desde el punto de vista de la Inquisición, escrito probablemente en 1486 y publicado en 1487, aunque los más importantes teólogos de la Inquisición en la Facultad de Colonia condenaban el libro por recomendar procedimientos poco éticos e ilegales, al mismo tiempo que ser inconsistente con las doctrinas sobre demonología de la Iglesia. El Malleus Maleficarum hizo accesible a un amplio público el concepto de la brujería demonológica, contribuyendo a la caza de brujas al atribuir autoridad y credibilidad a los procesos por brujería que ya existían. A fines de la Edad Media se estaban produciendo cambios muy bruscos en la forma de vida en Europa, ya que era una época en la que se estaban descubriendo nuevas tierras, lo que hizo que los europeos se enfrentaran a culturas hasta ese momento totalmente ajenas al pensamiento del cristianismo. Asimismo comenzaba a despertarse la conciencia popular entre los campesinos de Alemania, quienes poseían conocimientos religiosos rudimentarios mezclados con conocimientos supersticiosos ancestrales, y aparecía la imprenta, que abría la posibilidad de una gran difusión de las ideas existentes, en especial de las nuevas maneras de interpretar la Biblia. También existían complicados estudios seudocientíficos para leer los astros, y se creía firmemente tanto en la astrología esotérica como en la magia. Y también existían muchos libros sobre magia talismánica y secretos de alquimia. El Papa Inocencio VIII colaboró activamente en la campaña contra la brujería. En un decreto papal del 5 de diciembre de 1484, la bula Summis desiderantes affectibus, antes mencionada, Inocencio VIII reconoció la existencia de las brujas, derogando así el Canon Episcopi del 906, donde la Iglesia sostenía que creer en brujas era una herejía. En ella se menciona a Sprenger y Kramer y se los conmina a combatir la brujería en el norte de Alemania.
El Malleus Maleficarum iba precedido por una auténtica bula papal que empezaba con las palabras Summis desiderantes affectibus con las que se la conoce. La bula era auténtica, pero algunos historiadores todavía discuten si Kramer falseó la recomendación de la Universidad de Colonia. Tanto Heinrich Kramer como Jakob Sprenger fueron nombrados inquisidores con poderes especiales por la bula papal de Inocencio VIII para que investigasen los delitos de brujería de las provincias del norte de Alemania. El Malleus Maleficarum es el resultado final y autorizado de esas investigaciones y estudios. Kramer y Sprenger presentaron el Malleus Maleficarum a la Facultad de Teología de la Universidad de Colonia el 9 de mayo de 1487. Sprenger era un inquisidor en Alemania que fundó la Confraternidad del Santo Rosario en devoción a la Virgen María en 1475. La influencia del Malleus Maleficarum se vio incrementada por la imprenta. La fecha de 1487 es generalmente aceptada como la fecha de su publicación, aunque ediciones más tempranas de la obra pudieron haber sido producidas en 1485 o 1486. El texto llegó a ser tan popular que vendió más copias que cualquier otro, aparte de la Biblia, hasta que El progreso del peregrino, de John Bunyan fue publicado en 1678. Los efectos del Malleus Maleficarum se esparcieron mucho más allá de las fronteras de Alemania, causando gran impacto en Francia e Italia, y en menor grado en Inglaterra. Los cálculos de la cantidad de mujeres quemadas por considerarse brujas varía desde 60.000 a cinco millones, según los distintos autores, lo que son cifras verdaderamente escalofriantes. Algunos autores sostienen que el Papa no podía saber lo que Kramer y Sprenger iban a decir en el Malleus Maleficarum y que solo había publicado la bula para manifestar que compartía su inquietud por el problema de las brujas. Sin embargo, la posición de la Iglesia con respecto a las brujas agravó la crisis de las persecuciones y le dio su cariz particular, incrementando el odio hacia las mujeres, además de encubrir las masacres. Las primeras grandes oleadas de caza de brujas son consecuencia directa del Malleus Maleficarum debido al gran éxito editorial que tuvo el libro. Aunque la Iglesia nunca aprobó oficialmente la caza de brujas, fue en 1657 cuando prohibió esas persecuciones en la bula Pro formandis. La caza de brujas fue una campaña organizada, cuya fuente principal de inspiración fue el Malleus Maleficarum durante casi trescientos años, tanto para católicos como para protestantes. Durante el siglo XV la Inquisición se dedicó a quemar más herejes que brujas y cuando los Estados feudales se organizaron como monarquías independientes del Papa, el poder punitivo se trasladó de la Inquisición a los jueces laicos de estas monarquías, quienes continuaron la tarea de la Iglesia de quemar brujas hasta el siglo XVIII, teniendo como libro inspirador al Malleus Maleficarum.
A los eremitas, personas que elegían profesar una vida solitaria y ascética, sin casi contacto con la sociedad. les repugnaba el aseo corporal como si fuese una profanación, y según dice el importante historiador francés Jules Michelet, nadie se bañó en la cristiandad durante cerca de mil años. !Imaginemos e olor que debían desprender! Así es que no se comprenden los vituperios contra la suciedad de los fakires, quienes se bañaban por lo menos una vez al día y, a veces, varias, aunque por sus prácticas se ensuciasen a poco de haberse bañado. Pero, en cambio, Milton, Byron, Goethe y Lermontoff, famoso poeta ruso, autor del poema El demonio, han poetizado la figura de Luzbel hasta darle, en el Satán de El Paraíso Perdido de Milton y en el Mefistófeles de Goethe, un gran relieve, mayor que el de los santos y ángeles representados en las leyendas. Ejemplo de estas descripciones del diablo nos las ofrece Des Mousseaux en su obra Fenómenos de la magia superior, al relatar el caso de una bruja confabulada con un íncubo, según vemos en el siguiente pasaje: “Una vez vio esta bruja cerca de sí durante media hora a un sujeto negrísimo, de espantable aspecto, con enormes manos cuyos dedos parecían garfios. Los sentidos de la vista, tacto y olfato fueron corroborados por el del oído“. Un íncubo es considerado un demonio en la creencia y mitología popular europea de la Edad Media. Se supone que el íncubo se posa encima de la víctima femenina durmiente, para tener relaciones sexuales con ella, de acuerdo con una amplia cantidad de tradiciones y legendas. Su contraparte femenina se llama súcubo, que hace lo mismo con hombres. Un íncubo puede buscar tener relaciones sexuales con una mujer para convertirse en el padre de un niño, como en la leyenda de Merlín. La tradición religiosa sostiene que tener relaciones sexuales con un íncubo o súcubo puede provocar un deterioro en la salud, o incluso hasta la muerte. Las víctimas viven la experiencia como un sueño sin poder despertar de éste. Si una mujer queda embarazada, dará a luz a una persona que se supone será fácilmente controlable por parte del mal, o con habilidades especiales, como sucedió con el mago Merlín, hijo de un íncubo y de una mujer, según algunas versiones de su nacimiento. Se dice que el íncubo succiona la energía corporal de la persona en el momento de la copulación y, de esta manera, vive o se hace más fuerte. En casos extremos, de acuerdo con quienes los estudian, puede llegar parar el corazón de la víctima o debilitarla por la succión energética.
El Paraíso perdido es un poema narrativo de John Milton (1608-1674), publicado en 1667. Se lo considera un clásico de la literatura inglesa y ha dado origen a un tópico literario muy difundido en la literatura universal. Está dividido en doce libros y sobrepasa los 10 000 versos escritos sin rima. El poema es una epopeya acerca del tema bíblico de la caída de Adán y Eva. La obra trata, fundamentalmente, sobre el problema del mal y el sufrimiento en el sentido de responder a la pregunta de por qué un Dios supuestamente bueno y todopoderoso decide permitir el mal y el sufrimiento cuando le sería fácil evitarlos. Milton comienza expresando el fin de «justificar los caminos de Dios» respondiendo a través de una descripción psicológica de los principales protagonistas del poema: Dios, Adán y Eva, y el Diablo, cuyas actitudes acaban por revelar el mensaje esperanzador que se esconde tras la pérdida del paraíso original. En el poema, el cielo y el infierno representan estados de ánimo antes que espacios físicos. La obra comienza en el infierno, descrito mediante referencias a la permanente insatisfacción y desesperación de sus habitantes, desde donde Satanás, definido por el sufrimiento, decide vengarse de Dios de forma indirecta, esto es, a través de los seres recién creados que viven en un estado de felicidad permanente. Satanás es el primer personaje importante introducido en el poema. Lucifer, un ángel hermoso, es una figura trágica que se describe mejor por sus propias palabras: «Mejor reinar en el Infierno que servir en el Cielo». Fue confinado al Infierno después de una rebelión fallida por el control de los Cielos de Dios. El deseo de Satanás de rebelarse se debe a su falta de voluntad para aceptar que no todos los seres merecen la libertad, declarando que los ángeles son seres autónomos, y eliminando así la autoridad de Dios sobre ellos como su creador. Se presenta como un personaje carismático y persuasivo. Satanás se manifiesta por primera vez cuando presenta argumentos a sus ángeles seguidores de por qué se debe tratar de derrocar a Dios. Él sostiene que deberían tener los mismos derechos que Dios, y que el Cielo es una monarquía injusta. El papel de Satanás como una fuerza impulsora en el poema ha sido objeto de mucho debate académico. Las posiciones van desde puntos de vista como el de William Blake, quien afirmó que Milton «escribió encadenado acerca de los ángeles y Dios, y en libertad, cuando de diablos y demonios; porque fue un verdadero poeta y del partido del Diablo sin saberlo»; a las interpretaciones críticas, como la de William H. Marshall, quien ve el poema como un cuento sobre la moral cristiana.
Cuesta concebir la soberbia figura del ángel rebelde, personificación del orgullo, encerrado en la piel de un reptil repulsivo, tal como nos lo representa el dogmatismo cristiano, al decir que el demonio tomó la insinuante y fascinadora figura de serpiente para tentar a Eva en el paraíso. Dios maldice a la serpiente y la condena a arrastrarse sobre su vientre y a comer tierra todos los días de su vida, lo que, según observa Eliphas Lévi, nombre adoptado por el mago y escritor ocultista francés Alphonse Louis Constant, en nada se parece a las tradicionales llamas del infierno. Los autores de esta alegoría no tuvieron en cuenta que antes de la caída de Adán, según la zoología ya reptaba la serpiente en la Tierra. Por otra parte, también se le daba el título de Dominus a Ofión o aspecto demoníaco de la dualidad manifestada. El mito pelasgo de la Creación nos dice que en el principio de todas las cosas la diosa Eurínome surgió del Caos. Sus pies no encontraron donde apoyarse y fue entonces cuando separó mar y cielo, danzando en solitario sobre las olas. Mientras danzaba hacia el sur, entendió que el viento que le seguía y el que se formaba con su movimiento podría ser algo nuevo con que comenzar una nueva creación. Fue así que se giró, y apoderándose del viento del norte lo frotó entre sus manos, surgiendo la gran serpiente Ofión. Para calentarse, Eurínome bailó agitadamente hasta que Ofión se sintió lujurioso, enroscándose alrededor de los miembros divinos y teniendo relaciones con la diosa. Fue así como Eurínome engendró. Después, asumiendo la forma de una paloma aclocada sobre las olas, puso a su debido tiempo un Huevo Universal. Pidió a Ofión que se enroscara siete veces en torno a ese huevo, hasta que se empolló y dividió en dos. De él nacieron todas las cosas existentes: el Sol, la Luna, los planetas y las estrellas, la Tierra y sus montañas, los ríos, los árboles, la vegetación y las criaturas vivientes. El monte Olimpo pasó a ser la residencia de Eurínome y Ofión. Pero Ofión irritó a la diosa al pretender erigirse en creador del Universo, por lo que la diosa le golpeó en la cabeza con el talón y de un puntapié lo desterró arrojándolo a las oscuras cavernas del interior de la tierra. Seguidamente, la diosa creo las siete potencias planetarias, poniendo un Titán y una Titánide al frente de cada una. Así, fueron para el Sol, Thía e Hiperion; para la Luna, Febe y Atlante; para el planeta Marte, Dione y Cno; para el planeta Mercurio, Metis y Ceo; para el planeta Júpiter, Temis y Eurimedonte; para el planeta Venus, Tetis y Océano; y para el planeta Saturno, Cronos y Rea.
Según este mito, el primer hombre fue Pelasgo, progenitor de los pelasgos, los pueblos predecesores de los helenos como habitantes de Grecia. Pelasgo surgió del suelo de Arcadia, seguido de otros a quienes enseñó a refugiarse mediante la construcción de chozas, a protegerse de las inclemencias mediante túnicas de piel de cerdo, así como a alimentarse de bellotas. En este sistema religioso arcaico no había ni dioses ni sacerdotes. La mujer constituía el sexo dominante y el hombre era dependiente, ya que sólo existía una diosa universal y sus sacerdotisas. Tampoco existía se honraba la paternidad, pues la concepción se atribuía al viento. La herencia se recibía por línea materna. Las serpientes eran consideradas encarnaciones de los muertos. Pelasgos fue un nombre genérico que se llegó a aplicar vagamente a todos los habitantes pre-helénicos de Grecia. Eurípides cuenta que los pelasgos adoptaron el nombre de danaides a la llegada a Argos de Dánao y sus cincuenta hijas. Las censuras de su conducta licenciosa se refieren probablemente a la costumbre prehelénica de las orgías eróticas. La afirmación de Pausanias, viajero, geógrafo e historiador griego del siglo II, de que Pelasgo fue el primer hombre, testimonia la continuación de una cultura neolítica en Arcadia hasta la época clásica. La doble naturaleza no solo la vemos en Hércules, cuyo mito procede de la India y que era considerado hijo de Júpiter y Alcmena, así como la personificación del Logos, sino que esta doble naturaleza también la vemos en los demás dioses solares. La palabra “dios” se deriva del sánscrito deva, que significa divinidad refulgente, mientras que la palabra diablo proviene de la persa daeva, curiosamente muy similar a deva, que en la religión mazdeísta significaba espíritu maligno, pero que originariamente fue el deva hinduista. Debido a la hostilidad suscitada entre hinduistas y mazdeístas, dieron éstos a la palabra deva la misma significación que entre los hinduistas tenía la palabra asura (demonio), y a la de asura la de deva, con lo que crearon una gran confusión entre los conceptos de dios y demonio. Agatodemon representa en la mitología griega a un demon benéfico, que acompaña durante toda la vida a las personas y se manifiesta cuando es necesario. Como espíritu acompañante personal, es similar a la del genio romano, lo que garantiza buena suerte, salud y sabiduría. En el cristianismo, se asimilaría a una especie de ángel de la guarda. Agatodemon, al que los ofitas denominaban Logos o Sabiduría divina, estaba representado en los misterios báquicos. por una serpiente empinada sobre una pértiga. Agatodemon es también equivalente al Kneph egipcio y al Ophis gnóstico.
Análogamente, según dice John Bathurst Deane, en El culto de la serpiente, la serpiente con cabeza de halcón es uno de los emblemas egipcios de la mente divina más antiguos 549 . Por otra parte, según expone el orientalista alemán Franz Karl Movers, hay una coincidencia de identidad entre Moloch, Samael y Azazel, lo cual explica que Aarón, hermano de Moisés, ofreciese igualmente sacrificios a Jehovah y Azazel, como vemos en este pasaje del Levítico: “Hará estar los dos machos de cabrío delante del Señor a la entrada del tabernáculo. Y echando suertes sobre los dos, la una para el Señor y la otra para el macho de cabrío emisario (Azazel)”. El Antiguo Testamento nos muestra a Jehovah con todos los atributos de Saturno, no obstante las transmutaciones de Adonai en Eloi, y en Dios de dioses y Señor de señores: “Bendito sea Iahoh , A lahim, Alahi, Israel”. En simbología comparada, Saturno equivale a Moloch, Hércules y Shiva. Estos dos últimos son harakalas (dioses de la guerra). Así el Éxodo llama a Jehovah varón guerrero, mientras que el profeta Isaías dice que “el Señor de los ejércitos es su nombre”, y David le loa porque de él aprendieron sus manos a guerrear y sus dedos a combatir. Por su parte, Franz Karl Movers equipara a Saturno con el Sol, y dice que los fenicios le daban el nombre de Israel, lo cual corrobora el filósofo e historiador Filón de Alejandría. En Mateo podemos leer que Satanás tienta a Jesús en el desierto y le promete los reinos de la tierra si postrado le adora. De la misma manera, R. Spence Hardy:, en Manual del budismo, nos explica que el demonio Mara, asociada con la muerte, el renacimiento y el deseo, tienta al príncipe Siddhartha (Gautama Buda) en el momento de salir del palacio de su padre, diciéndole que no se vaya, con la visión de mujeres hermosas, así como prometiéndole la gloria, la riqueza y el poderío; pero Siddhartha (Gautama Buda) resiste a la tentación y el demonio rechina los dientes de ira y promete vengarse. Como Buda, también triunfa Cristo del demonio. Es significativo, según nos dice Víctor Cousin en Conferencias sobre filosofía moderna, que en los misterios báquicos se pasaban los fieles de mano en mano el cáliz consagrado que llamaban del Agatodemon, y de estos misterios tomaron indudablemente los ofitas la misma ceremonia, pues, según Movers, Duncker, Higgins y otros autores, la comunión con pan y vino se conoció en el culto de las principales divinidades.
Respecto al sacramento del mitraísmo o misterios de Mitra, que adoptaron los gnósticos marcosianos, seguidores de Marcos, discípulo de Valentín el Gnóstico, así como por cabalistas y teurgos, en su libro Herejías nos cuenta Epifanio de Salamina, obispo y escritor bizantino, considerado como Padre de la Iglesia y defensor de la ortodoxia contra aquellas enseñanzas consideradas como heréticas, una curiosa leyenda en demostración de las artimañas del demonio: “En la fiesta congregacional de la Eucaristía llenaban los marcosianos de vino blanco tres grandes vasos de finísimo y transparente cristal. Durante la ceremonia tomaba el vino a la vista de todos los fieles, de un color rojo de sangre, que cambiaba después en púrpura y por último en azul celeste. Entonces el celebrante entregaba uno de los tres vasos a una mujer de la congregación para que lo bendijera, y esto hecho trasegaba el celebrante su contenido a otro vaso mucho mayor diciendo: ‘Que la gracia de Dios inconcebible e inexplicable, que domina todas las cosas, llene tu interno ser y acreciente el conocimiento del que está dentro de ti, sembrando la simiente de mostaza en tierra fértil’. Terminada esta plegaria, el licor del vaso se embravece hasta rebosar“. En los misterios báquicos empezó a consagrarse el vino, que según algunos estudiosos serviría para producir un éxtasis artificioso por medio de la embriaguez. Pero otros investigadores consideran que era bebida sagrada de donde posteriormente tomaron los cristianos la comunión bajo las dos especies, pan y vino. El descenso de Cristo a los infiernos tiene su punto de comparación en las antiguas religiones. En efecto, Orfeo, Baco, Heracles y Asclepio también descendieron a los infiernos y resucitaron al tercer día de su muerte. En el rito de la iniciación se representaba simbólicamente el descenso del espíritu a los mundos inferiores. Cristo fue seguramente la última entidad que descendió a los infiernos. Según King, en Historia del Credo apostólico, el Credo cristiano, cuya composición atribuye San Agustín a los doce apóstoles, cada uno de los cuales habría interpuesto una de las doce proposiciones o artículos en que se divide, contiene la siguiente frase: “descendió a los infiernos y al tercer día resucitó de entre los muertos”. Este artículo corresponde a Santo Tomás, tal vez como penitencia por su incredulidad. Pero no obstante, lo más probable es que fuera intercalado posteriormente, pues, según Alice A. Bailey, en Oraciones vulgares, nada prueba que los apóstoles compusieran el Credo ni que en la época apostólica se conociese tal como hoy está redactado. En cambio, según el Credo de los apóstoles, un texto apócrifo del Nuevo Testamento, hay fundados motivos para creer que este artículo se intercaló hacia el año 600, ya que Epifanio, Eusebio, Ireneo, Orígenes, Tertuliano y Sócrates no lo conocieron ni constaba en los antiguos textos del símbolo de la fe, según dice el obispo anglicano Richard Godfrey Parsons, ni tampoco lo mencionan los concilios anteriores al siglo VII, ni asimismo es mencionado en el Credo de San Agustín. Por otra parte, Rufino de Aquilea, escritor y exégeta cristiano de la antigüedad, afirma que en su tiempo no aparecía este artículo ni en el Credo latino ni en el griego.
Según el dramaturgo griego Esquilo, en su obra Prometeo, hace muchos siglos Hermes, el dios olímpico mensajero, habló al encadenado Prometeo, el Adán de los paganos, diciendo: “No cesará tu tormento hasta que un dios lo padezca en tu lugar y descienda a los tenebrosos abismos del Tártaro“. En la mitología griega este dios era Hércules (Heracles), el unigénito y el Salvador, a quien tomaron por modelo los Padres de la Iglesia y de quien dice el escritor sirio en lengua griega Luciano de Samósata: “Heracles no dominó a las naciones por la fuerza, sino por persuasión y sabiduría divina. Heracles mejoró a los hombres, estableció una religión suave y desbarató la doctrina de la condenación eterna expulsando del mundo inferior al Cerbero, el diablo pagano“. Análogo concepto se deriva del sobrenombre de Alexicacos para Hércules, porque convirtió a Sóter, personificación de la seguridad, la conservación y la liberación de cualquier daño, a Astroquiton o estrella revestida, y a Prometeo, Señor del Fuego. Del mismo modo que se dice de Cristo, Heracles se ofreció voluntariamente en sacrificio por los pecados del mundo y puso fin a los tormentos de Prometeo, descendiendo a los dos lugares inferiores: el Hades y el Tártaro. El inframundo griego o Hades es un término general que se emplea para describir al reino del dios Hades de la mitología griega que se creía que estaba situado debajo de la Tierra. Este reino tiene distintos aspectos, incluyéndose en él los prados Asfódelos, la morada de los muertos, una región del viejo inframundo griego donde indistintamente las almas ordinarias eran enviadas después de su muerte, y que también es conocido como el Érebo o el Báratro, y el Tártaro, que es donde están atrapados los monstruos y los titanes. El antiguo concepto de inframundo evolucionó considerablemente con el transcurso del tiempo. La descripción más antigua del inframundo griego puede encontrarse en la Ilíada y la Odisea de Homero. Otros poetas como Hesíodo también lo describen de manera similar. No obstante, la Eneida de Virgilio es la obra que cuenta con mayores detalles al respecto, donde las distintas secciones de la tierra de los muertos son descritas como un todo. Los Himnos homéricos y el poeta lírico Píndaro introdujeron el reino paradisíaco de los Campos Elíseos donde eran enviados los muertos virtuosos. En la Odisea, el Inframundo se encuentra más allá del horizonte marítimo, a partir de Eea. Odiseo llega allí en barco desde la isla de Circe, y luego continúa. Los fantasmas de los pretendientes son llevados por Hermes Psicopompo, el guía de los muertos, a través de los hoyos en la Tierra, más allá del río Océano y las puertas de Helios o del Sol, hasta su destino final de descanso en el Hades.
Varios cultos locales griegos afirmaban poseer entradas al inframundo y tenían rituales religiosos especiales asociados con ellas. Estas entradas fueron descritas por los antiguos escritores y geógrafos tales como Pausanias y Estrabón. Filósofos como Platón, los órficos y los pitagóricos agregan el concepto del juicio a los muertos. Los espíritus eran asignados a uno de estos tres reinos: Elíseos para los bendecidos, el Tártaro para los condenados, y el Hades para el resto. Además, creían en la reencarnación y la transmigración de las almas. Los muertos entraban al inframundo cruzando el río Aqueronte en la barca conducida por Caronte, quien les cobraba un óbolo o moneda. Esta moneda era colocada bajo la lengua del difunto o encima de los dos párpados por sus parientes. Los pobres y quienes no tenían amigos recorrían eternamente la pradera de asfódelos, sin medios para cruzar el río. La otra orilla era vigilada por el can Cerbero, el perro guardián de tres cabezas, quien cuidaba la puerta de entrada al Hades y se encargaba de que los espíritus de los muertos pudiesen entrar y que nadie saliera. Además, vigilaba que ninguna persona viva entrara al Hades. La primera región del Hades comprendía los Prados de Asfódelos, descritos en la Odisea, donde las almas de los héroes vagaban abatidas entre espíritus menores. Hermes conducía a los muertos ante un tribunal formado por Minos (rey de Creta), Éaco (rey de Egina) y el hermano de Minos, Radamantis. Cuando la sentencia se conocía, las almas ni virtuosas ni malvadas volvían a los Prados de Asfódelos, las impías o malas eran enviadas al camino del tenebroso Tártaro, y las heroicas o benditas iban al Elíseo. Entre los reinos que formaban el Inframundo griego se incluyen: El gran foso del Tártaro consistía en una gran prisión fortificada rodeada por un río de fuego llamado Flegetonte. En un principio sirvió exclusivamente como prisión de los antiguos titanes pero luego pasó a ser el calabozo de las almas condenadas, entre las que se encontraban Ticio, Tántalo y Sísifo. El territorio de los muertos, gobernado por el dios, que también suele recibir el nombre de dominio de Hades. Las Islas de los Bienaventurados o Islas Elíseas gobernadas por Crono. Allí, residían tras su muerte, los grandes héroes míticos, como por ejemplo Aquiles, Diomedes y Peleo. Los Campos Elíseos, gobernados por Radamantis, eran la morada de los muertos virtuosos y los iniciados en los Misterios antiguos. Sus habitantes tenían la posibilidad de regresar al mundo de los vivos, aunque no muchos lo hacían. Los cinco ríos del Hades eran Aqueronte (el río de la pena), Cocito (lamentos), Flegetonte (fuego), Lete (olvido) y Estigia, río sagrado en el cual bañaron a Aquiles para hacerlo inmune a las armas excepto por su talón, que limita con los mundos superiores e inferiores. Los dos últimos se encuentran frente a frente y están más arriba.
El decimosegundo y último los doce trabajos de Heracles fue capturar a Cerbero, el guardián del Hades, y llevarlo ante Euristeo, rey de la Argólida, región que comprendía a Micenas, Argos, Midea y Tirinto. Se casó con Antímaca, hija de Anfidamante. Para que reinara sobre Micenas, Hera quiso adelantar su nacimiento y convenció a Ilitía de que retrasara a su vez el nacimiento de Heracles, por lo que Euristeo nació sietemesino. Cuando ya era rey, el oráculo de Delfos ordenó a Heracles que se pusiera al servicio de Euristeo durante doce años y le dijo que cuando lograra concluir con éxito los diez trabajos que este le mandara, lograría obtener la inmortalidad. Euristeo, atemorizado ante el valor de Heracles cuando le presentó la cabeza del león de Nemea tras su primer trabajo, le prohibió entrar en la ciudad y dijo que el resultado de los trabajos debía exhibirlo delante de las puertas. Además, se solía esconder en una tinaja de bronce cuando Heracles acudía, y le transmitía las órdenes de sus trabajos a través de Copreo, un hijo de Pélope a quien Euristeo había purificado. Finalmente, Euristeo le mandó no diez sino doce trabajos, ya que no consideró válidos el de matar a la Hidra de Lerna, ya que lo había ejecutado con ayuda de Yolao, uno de sus más fieles compañeros, ni tampoco el de limpiar los establos de Augías, puesto que lo realizó a cambio de un pago. Después de que Heracles se instalase entre los dioses, Euristeo persiguió a los hijos de este, que se refugiaron en Atenas. Por ello se inició una guerra entre los atenienses y el ejército de Euristeo donde, tras realizarse el sacrificio de Macaria, hija de Heracles, vencieron los atenienses y murieron los hijos de Euristeo, que. tuvo que huir en su carro. Pero Hilo, hijo de Heracles y Deyanira, le dio alcance y lo mató junto a las rocas Escirónides. Le cortó la cabeza y se la dio a Alcmena, la madre de Heracles, que le quitó los ojos. El argonauta Orfeo, un músico de renombre, perdió a su prometida, Eurídice, quien fue mordida por una serpiente. Orfeo descendió al Inframundo y consiguió evadir a Cerbero y Caronte encantándolos con la música de su lira para implorar a Hades y Perséfone que le devolvieran a su mujer. Hades sintió lástima por él y le permitió recuperarla con la condición de volver al mundo mortal sin mirar hacia atrás. Cuando Orfeo vio un destello que confundió con la luz de la superficie, miró hacia atrás y en ese momento su prometida se convirtió en piedra.
El sacrificio voluntario de Heracles al libertar a Prometeo y erigir altares, hizo que se constituyera en mediador entre las creencias antiguas y modernas Abolió los sacrificios humanos y descendió en espectro al sombrío reino de Plutón, ascendiendo en espíritu al Olimpo para reunirse con su padre Zeus. Tan difundida estaba en la antigüedad la leyenda de Heracles, que hasta los mismos hebreos, considerados monoteístas, la copiaron en sus alegorías. Pues así como de Heracles se dice que quiso robar el oráculo délfico, así también, según el Sepher Toldoth Jeschu, substrajo Jesús del santuario el Nombre inefable. No es, por lo tanto, extraño que también se haya copiado su descenso a los infiernos. El Evangelio de Nicodemo, un evangelio apócrifo, en el capítulo XVI presenta una plática entre Satanás y el Príncipe del infierno, quienes de pronto se ven sobrecogidos por una voz tonante como el trueno y rugiente como el huracán, que les manda abrir las puertas de sus dominios porque ha de entrar por ellas el Rey de la Gloria. El Príncipe del infierno reconviene entonces a Satanás por no haberse prevenido para impedir semejante visita y, después de fuerte altercado, el Príncipe expulsa a Satanás del infierno y ordena a sus impíos oficiales que cierren las puertas y luchen denodadamente para no caer prisioneros. Pero al oír esto, los santo le dijeron con encolerizada voz al Príncipe de las tinieblas: “Abre las puertas de tu reino para que entre por ellas el Rey de la Gloria”. Y el profeta David exclamó diciendo: “¿Acaso no profeticé yo verdad cuando estaba en la tierra?” Y el santo profeta Isaías habló y dijo: “¿No profeticé yo verdad?” Los santos se levantan entonces contra el Príncipe del infierno, quien replica fingiéndose ignorante: “nunca se habían portado tan insolentemente los muertos. ¿Quién es el Rey de la Gloria?”. A esto responde David que conoce bien su voz y comprende sus palabras porque le habla al espíritu; pero viendo que a pesar de todo no quiere el Príncipe del infierno abrir las broncíneas puertas de la iniquidad, le replica airadamente: “Y ahora, ¡oh tú, inmundo y hediondo Príncipe del infierno!, abre las puertas. El Rey de la Gloria viene. Déjale entrar”.
Todavía estaban en esta querella cuando apareció el poderoso Señor, Rey de la Gloria, en forma humana, cuya presencia atemorizó a la impía muerte y a sus crueles ministros, que temblorosos halagan a Cristo y le hablan interrogativamente, de modo que cada pregunta entraña el mismo concepto que los artículos del credo. Así le dicen: “¿Quién eres tú, de tal poder y grandeza que rompes las cadenas del pecado original? ¿Eres tú aquel Jesús de quien hace poco nos decía Satán que por la muerte en cruz mereciste recibir poder sobre la muerte?” Pero el Rey de la Gloria no responde: huella a la muerte, prende al Príncipe del infierno y le despoja de su poder. Entonces se promueve en el infierno un alboroto, magistralmente descrito por Homero y Hesiodo. Luego de iniciado en los misterios eleusinos Hércules desciende al Hades, y a su presencia huyen aterrorizados los muertos y todo es confusión, horror y lamentos, tal como también se dice en el Evangelio de Nicodemo. Al ver la batalla perdida, el Príncipe del infierno se pone del lado del más fuerte. Satán, contra quien, según los apóstoles Pedro y Judas, no se había atrevido ni el mismísimo arcángel san Miguel a levantar ante el Señor una sola queja, se ve ignominiosamente tratado por el Príncipe del infierno, a quien el rey de la Gloria le dice: “¡Oh Beelzebub, príncipe del infierno! Desde ahora y para siempre quedará Satán sujeto a tu dominio en vez de estarlo Adán y su linaje, que ya es mío. Venid a mí ¡oh mis santos!, que fuisteis creados a mi imagen y condenados por el fruto prohibido a la esclavitud de la muerte y el demonio. Vivid ahora por el leño de mi cruz, pues el diablo, rey de este mundo, está sojuzgado y vencida la muerte“. Dicho esto, el Señor toma a Adán por la mano derecha, a David por la izquierda, y seguido de Enoc, Elías, el buen ladrón y los santos patriarcas, sube del infierno al cielo. Otra analogía de este mito nos lo ofrece el Código de los Nazarenos, donde Tobadonías, el libertador del alma de Adán, la conduce del Orco, equivalente al Hades, al asiento de Vida. Se trata de Tobadonías, uno de los nueve levitas enviados por Josafat a predicar el Libro de la Ley por las ciudades de Judá. Según los cabalistas, los levitas, discípulos o magos, enfocaban los rayos solares para iluminar el mundo intermedio, el Hades, y mostrar al alma de Adán el camino que se aparta de las tinieblas de la ignorancia. Aquí Adán representa la síntesis de todas las almas humanas. Adán tiene sus equivalentes en Athamas, Tamuz, Adonis y Helios. En el Libro de los muertos Osiris dice: “Yo brillo como el Sol cuando celebra su fiesta en la mansión estrellada“. Según Eusebio, en De los demonios, también a Cristo se le llama “Sol de Justicia” y “Helios de justicia”, como reminiscencia de las alegorías paganas.
Por otra parte tenemos los siguientes pasajes en Heracles, de Eurípides: “Heracles ha salido de las cámaras de la tierra, de la subterránea morada de Plutón”, y de Virgilio, en la Eneida: “Ante Ti tembló la laguna Estigia y se atemorizó el portero del Orco. No pudo amedrentarte ni aun el mismo Tifón. ¡Salve verdadero hijo de Jove! ¡Gloria a los dioses!”. Más de cuatro siglos antes del nacimiento de Jesucristo había ya escrito el comediógrafo griego Aristófanes su inmortal parodia sobre el descenso de Heracles a los infiernos, titulada Las ranas. En Las ranas se narra la historia del dios Dioniso, que está desesperado por el estado de los autores de tragedias de Atenas y supuestamente todavía recuperándose de la desastrosa batalla de Arginusas, un enfrentamiento naval que tuvo lugar en 406 a. C., entre las flotas ateniense y espartana, durante la llamada guerra del Peloponeso. Así, Dioniso viaja al Hades para traer de vuelta a Eurípides del mundo de los muertos. Lleva consigo a su esclavo Jantias, que es más inteligente, fuerte, racional, prudente, valiente y educado que Dioniso. La primera escena consiste en una serie de chistes y humor grueso en la que Jantias supera sutilmente a Dioniso en cada frase. Para hallar un camino seguro al Tártaro, Dioniso busca el consejo de su hermanastro Heracles, que ya había estado allí para robar al guardián Cerbero. Dioniso se presenta en su puerta vestido con una piel de león y llevando una clava. Heracles, tras ver al afeminado Dioniso vestido como él, no puede sino reír. A la pregunta de qué camino es el más rápido para llegar al Hades, Heracles contesta que las opciones son ahorcarse, beber veneno o tirarse de una torre. Dioniso elige el más largo viaje por un lago, posiblemente el Aqueronte, el mismo que tomó Heracles. Cuando Dioniso llega al río, el remero Caronte le lleva a la otra orilla del río. A Jantias, siendo un esclavo, no se le deja subir a bordo, pues no pudo tomar parte en la batalla de Arginusas, y tiene que rodearlo a pie. Mientras Dioniso ayuda a remar, oye un coro de ranas croando. Su canto se repite constantemente y Dioniso se une al canto. Cuando llegan a la orilla, Dioniso se vuelve a encontrar con Jantias y son brevemente asustados por las empusas, criaturas fantásticas del folclore griego antiguo, identificadas a veces con Lamia, un antecedente de la vampiresa moderna. Pronto aparece un segundo coro compuesto por espíritus de los misterios dionisíacos. El siguiente encuentro es con Éaco, rey de la isla Egina, situada en el golfo Sarónico. que confunde a Dioniso con Heracles debido a su atuendo. Aún enfadado por el robo de Cerbero por parte éste, Éaco amenaza con soltar a varios monstruos sobre él como venganza.
Asustado, Dioniso cambia sus ropas con Jantias. Llega entonces una doncella y se muestra feliz de ver a Heracles. Le invita a un banquete con bailarinas vírgenes y Jantias está más que feliz de ser obligado. Pero Dioniso quiere volver a cambiar las ropas de inmediato. De nuevo con la piel de león, Dioniso se encuentra con más gente enfadada con Heracles, por lo que vuelve a cambiarla con Jantias una tercera vez. Cuando Éaco regresa, Jantias le sugiere torturar a Dioniso para obtener la verdad sobre si es realmente un ladrón o no, y le ofrece varias opciones para hacerlo, caracterizadas por su crueldad. El aterrorizado Dioniso dice la verdad y admite que es un dios. Después de que ambos sean azotados, Dioniso es llevado ante los señores de Éaco, y se comprueba la verdad. Dioniso encuentra entonces a Eurípides en mitad de un conflicto. Eurípides, que había muerto muy recientemente, está retando al gran Esquilo para sentar a cenar al «Mejor Poeta Trágico» en la mesa de Hades. Se celebra un concurso con Dioniso de juez. Los dos dramaturgos griegos citan versos de sus obras y se burlan de los del otro. Eurípides argumenta que los personajes de sus obras son mejores porque están más cercanos a la vida y la lógica, mientras Esquilo cree que sus personajes idealizados son mejores por ser más heroicos y modelos de virtud. Esquilo lleva ventaja en la discusión y empieza a ridiculizar a Eurípides. Para resolver el debate, se presenta una balanza y se dice a ambos que digan unos pocos versos en ellas. Aquel cuyos versos tengan más «peso» hará que la balanza se incline a su favor. Esquilo gana y Dioniso decide llevárselo de vuelta en lugar de Eurípides. Antes de marcharse, Esquilo proclama que Sófocles y no Eurípides debería ocupar su silla mientras no esté. Tenemos, por otro lado, la llegada de Heracles en compañía de Dioniso, equivalente a Baco, y el coro de bienaventurados, en los Campos Elíseos, que los reciben con antorchas encendidas, emblema de la resurrección a nueva y luminosa vida desde las tinieblas de la muerte. Nada falta en la comedia de Aristófanes, como cuanto sobre el descenso a los infiernos hace referencia al Evangelio de Nicodemo. De ella son los siguientes versos: “Despierta, enciende las antorchas, porque tú llegas ¡oh Iaccho! y en tus manos las blandes ¡oh fosforescente astro del nocturno rito!”. A Iaccho se le identificaba con Dioniso.
Los cristianos aceptan como artículo de fe el descenso de Cristo a los infiernos, sin advertir la coincidencia de esta creencia con el mito pagano, presentado por Aristófanes en Las ranas. El Evangelio de Nicodemo se leyó durante muchísimo tiempo en las iglesias, lo mismo que el Pastor de Hermas, que gozó de una gran autoridad durante los siglos II y III, y que fue puesto por Ireneo, el más importante adversario del gnosticismo del siglo II, entre los libros auténticos de las Escrituras reveladas. Los teólogos cristianos, entre ellos Eusebio, Atanasio y Jerónimo, insistían en la necesidad de que ambos libros se leyesen en las iglesias. Sin embargo, posteriormente, el mismo San Jerónimo, que encomiaba el Evangelio de Nicodemo en su catálogo de autores eclesiásticos, lo repudiaba por apócrifo. Y Tertuliano, que mientras profesó el catolicismo se deshizo en elogios del Pastor de Hermas, lo rechazó al abrazar la herejía de Montano. El mismo Evangelio de Nicodemo nos ofrece el relato de las almas de Carino y Lencio, los resucitados hijos de aquel Simeón que, según el evangelista San Lucas, tomó al niño Jesús en brazos y bendijo a Dios diciendo: “Ahora, Señor, despides a tu siervo, según tu palabra, en paz. Porque han visto mis ojos tu salud”. En un texto tibetano, titulado En la Vida de Gautama, de Bkah Hgyur, hay un episodio idéntico al referido en el citado pasaje de los Evangelios canónicos. El anciano y asceta rishi Asita, enterado del nacimiento del niño Gautama por visión sobrenatural, acude de muy lejos a verle y adorarle. Rompe en llanto el rishi, y al preguntarle por qué llora, responde: “Cuando este niño sea buda ayudará a millones de gentes a cruzar el océano de la vida y les conducirá a la inmortalidad; pero yo no podré contemplar a esta perla de los budas. Quedaré curado de mi enfermedad, pero no de las humana pasiones, por virtud de su palabra. ¡Oh gran rey!, soy demasiado viejo. Por esto lloro, Por esto suspiro tristemente”. Las profecías del rishi Asita acerca del niño Gautama son poco más o menos de la misma índole que las de Simeón respecto a Jesús. El profeta judío llama a Jesús: “Luz que ha de iluminar a los gentiles y glorificar a Israel”. El rishi budista vaticina que el niño Gautama adquirirá la iluminación espiritual y que volteará la rueda de la Ley como nadie antes de él lo hiciera.
Carino y Lencio se levantaron de la tumba para declarar los misterios que habían presenciado en el infierno, y resucitan a ruegos de Anás, Caifás, Nicodemo, José de Arimatea y Gamaliel, deseosos de conocer los importantes secretos que ambas almas revelan después de jurar, a intimación de Anás y Caifás, sobre el Libro de la Ley, por Adonai y el Dios de Israel, que dirán verdad en lo que declaren. Acto seguido hacen la señal de la cruz sobre sus lenguas, lo que es curioso antes de que los cristianos adoptasen la cruz, y piden un papiro en el que apuntar sus revelaciones, según las cuales, mientras estaban en el infierno sumidos en tinieblas, vieron súbitamente una intensa y purpúrea luz que iluminaba aquel lugar. Al punto se regocijaron las almas de Adán, de los patriarcas y profetas, entre quienes se hallaba Isaías, que se ufanó de haber profetizado en su tiempo todo cuanto a la sazón acaecía. Entonces llega Simeón, el padre de los resucitados, y dice que el niño a quien había tenido en sus brazos en el templo iba a libertarles. A esto aparece un eremita que declara ser Juan el Bautista, que, sin acordarse de las dudas puestas en su boca por el evangelista San Mateo acerca de si Jesús era o no el Mesías, lo reconoce como tal diciendo: “Y yo, Juan, henchido de Espíritu Santo, al ver que hacia mí venía Jesús, exclamé: ‘He aquí el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo.’ Y le bauticé y vi que el Espíritu Santo descendía sobre Él, al mismo tiempo que de lo alto clamaba una voz: ‘Este es mi Hijo muy amado, en quien tengo puestas todas mis complacencias‘”. Entonces aparece en escena Adán, quien receloso de no ser creído por las cohortes infernales, llama a su hijo Seth para que repita lo que el arcángel San Miguel le había dicho en las puertas del Paraíso cuando fue a suplicar a Dios que ungiera la cabeza de él, su padre, a la sazón enfermo. Requerido por Adán, declara Seth que Miguel le aconsejó que para ungir a su padre enfermo no le pidiera a Dios el aceite del árbol de la misericordia, pues no le sería posible recibirlo hasta la plenitud de los tiempos, pasados 5.500 años. Parece que, según Nicodemo, ni el precursor ni el profeta del Altísimo quedaron exceptuados de pasar su correspondiente temporada en el infierno. Pero es extraño que los mandeanos de Basra, descendientes seculares de San Juan Bautista, repudien este relato de Nicodemo.
Sigue diciendo el Evangelio de Nicodemo que mientras los santos andaban alborozados por la buena nueva, Satán, el caudillo de la muerte, le dice al Príncipe del Averno: “Disponte a recibir a Jesús de Nazareth, que se vanaglorió de ser Hijo de Dios y era un hombre temeroso de la muerte, pues dijo: Triste está mi alma hasta la muerte”. Los teólogos griegos se quejan de que algunos herejes, como Celso, hayan argüido sobre este punto contra los ortodoxos, diciendo que si Jesús hubiese sido Dios no se hubiese lamentado como lo hizo ni tampoco hubiese exclamado con lastimera voz: “¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?” A esta objeción arguye el Evangelio de Nicodemo por boca del Príncipe del Infierno, quien responde a la intimación de Satán diciendo: “¿Cómo un tan poderoso príncipe ha de ser temeroso de la muerte? Te aseguro que quiso engañarte al decir que temía a la muerte. Por lo tanto, desgraciado serás por toda una eternidad”. Es muy significativo que Nicodemo se base todo lo posible en el Nuevo Testamento, sobre todo al cuarto evangelista, para justificar, mediante diálogos, los pasajes más sospechosos de los Evangelios canónicos, que los gnósticos analizaron detenidamente, por lo que tuvieron los Padres de la Iglesia el mayor cuidado en destruir los tratados gnósticos para refutar las que llamaban herejías. Un ejemplo de la tendencia observada en el Evangelio de Nicodemo nos la ofrece el diálogo entre Satán y el Príncipe del infierno, en que éste pregunta ingenuamente: “¿Quién es ese Jesús de Nazareth que sin rogar a Dios, con sólo su palabra me arrebata los muertos?”. A lo que responde Satán con malicia: “Tal vez sea el mismo que me arrebató a Lázaro después de cuatro días de muerto, cuando ya hedía. Es el mismo Jesús de Nazareth“. Y el Príncipe del infierno le replica: “Yo te conjuro por nuestra común potestad, que no me traigas a Jesús de Nazareth, pues cuando oí hablar del poder de su palabra me entró miedo y mis impíos ministros se conturbaron. Y no pudimos detener a Lázaro, pues maliciosamente se nos escapó de entre las manos con violenta sacudida, y la tierra en cuyo seno reposaba lo restituyó sano y vivo. Ahora reconozco que Él es el Dios omnipotente, poderoso en sus dominios y en su naturaleza humana, pues es el Salvador de la humanidad. No me lo traigas acá, porque libertaría a cuantos tengo presos por incrédulos y los conduciría a la vida eterna“.
Hasta aquí lo apuntado en las declaraciones escritas de Carino y Lencio. El primero las entrega a Anás, Caifás y Gamaliel; el segundo a José y Nicodemo. Después los dos se convirtieron en blancos espectros que se desvanecieron y no se les volvió a ver más. Para demostrar que ambas almas estuvieron durante todo aquel tiempo en estrictas “condiciones de comprobación”, añade Nicodemo que lo escrito por ambos coincidía tan exactamente que no había en lo de uno ni más ni menos letras que en lo del otro. Sigue diciendo el mismo Evangelio de Nicodemo que aquel relato se extendió por las sinagogas, y en vista de ello aconsejó Nicodemo a Pilatos que reuniese a los judíos en el templo, donde Anás y Caifás confesaron que el Jesús a quien ellos crucificaron es Jesucristo, Hijo de Dios y el verdadero Dios omnipotente. Pero no obstante esta confesión, ni Anás ni Caifás ni Pilatos ni judío alguno se convirtió al cristianismo. El Evangelio de Nicodemo termina de esta manera: “En nombre de la Santísima Trinidad así concluyen los hechos de nuestro Salvador Jesucristo, que el emperador Teodosio el Grande encontró en los archivos del palacio de Pilatos en Jerusalén, y que según refiere la historia escribió Nicodemo en lengua hebrea. Ocurrieron estas cosas el año decimonono del reinado de Tiberio César, emperador de los romanos, y en el decimoséptimo del gobierno de Herodes, hijo de Herodes, rey de Galilea, el octavo día de las calendas de Abril“. Pero el dogma de la Trinidad no se promulgó hasta cinco siglos después, y ni en el Antiguo Testamento ni en el Nuevo Testamento aparece la palabra “Trinidad” ni hay alguna alusión a esta doctrina. Es curioso que los principales conceptos del Evangelio de Nicodemo sean actualmente dogmas de la Iglesia, no obstante haberlo declarado apócrifo. Por lo tanto, habría que adaptar el Credo cristiano al dios griego Zeus, anterior al cristianismo, según Roberto Taylor, que dice así: “Creo en Zeus, padre omnipotente, y en su hijo Iasios Cristo nuestro Señor, que fue concebido por el Espíritu Santo y nació de la virgen Electra. Muerto por un rayo fue sepultado y descendió a los infiernos, subió a los cielos y desde allí ha de volver a juzgar a los vivos y a los muertos. Creo en el santo Nous, en el santo círculo de los dioses mayores, en la comunión de las divinidades, en el perdón de los pecados, en la inmortalidad del alma y en la vida perdurable“.
Se ha demostrado que los israelitas adoraban a Baal, el Baco de los asirios, a la vara de Esculapio, y celebraban los misterios báquicos. La vara de Esculapio se trata de una vara con una serpiente enrollada, representando al dios griego Asclepio, o Esculapio para los romanos. En la mitología griega, Asclepio tenía una vara que tenía el poder de curar todas las enfermedades. Pero todavía hallaremos mayores pruebas de ello al considerar la identidad entre el sobrenombre del Seth egipcio dado a Tifón, el nombre de Seth, equivalente a Satán, hijo de Adán, y el nombre de Seth como divinidad adorada por los hititas, uno de los grandes poderes a los cuales se enfrentó Israel en sus primeros años. Además, el gramático egipcio Apión afirmaba que en tiempo de los Macabeos, movimiento judío de liberación, los judíos tenían en el templo una cabeza de asno dorada que, cuando el saqueo de Jerusalén, se llevó Antíoco Epifanes. Y según refiere la Escritura, el profeta Zacarías se queda mudo a consecuencia del susto que se llevó ante la aparición de una divinidad en figura de asno. Este es un hecho admitido por Epifanio de Salamina, obispo y escritor bizantino, considerado como Padre de la Iglesia y defensor de la ortodoxia contra aquellas enseñanzas consideradas como heréticas. En un artículo titulado Baco, el Profeta Díos, leemos que: “Se equivocó Tácito al decir que los judíos adoraban a un asno como símbolo de Tifón o Seth, el dios de los hyksos. En lengua egipcia el nombre del asno es eo, de cuya fonética, semejante a la de Iao, derivaría sin duda aquel símbolo puramente circunstancial”. Dice Pleyté que la divinidad solar denominada El por los asirios, egipcios y semitas es idéntica a Seth, y a Saturno o Israel, que equivale al Shiva etíope, al caldeo Baal y al Kiyun del profeta Amós, pudiendo resumirse todas estas divinidades en el destructor Tifón. Según las descripciones, Tifón era un colosal y espeluznante monstruo alado su estatura era tal que podía alcanzar las estrellas. Poseía cabezas de dragón por dedos y un gran número de serpientes se hallaba repartido entre sus muslos, con incluso más serpientes formando sus piernas a partir de estos. Tifón podía abrasar todo lo que se le opusiese con su ígnea mirada, así como vomitar fuego y lava de su boca, crear huracanes y terremotos con el movimiento de sus alas.
Hay diversas pruebas de que, por motivos ignorados, los antiguos israelitas adoraban a Tifón en forma de asno. Tenemos un pasaje del evangelio de María Magdalena, un evangelio apócrifo gnóstico citado por Epifanio de Salamina, en el que se dice que el profeta Zacarías, padre de san Juan Bautista, quedó mudo a consecuencia de una visión tenida en el templo y cuyo significado quiso desentrañar. En el momento del incienso, vio un espectro en figura de asno, y cuando se disponía a salir al atrio para reconvenir al pueblo por la adoración que tributaban a la cabeza del asno, no pudo pronunciar palabra hasta que, recobrado su uso pasado algún tiempo, declaró su visión a los judíos, quienes le mataron. Añaden los gnósticos en dicho libro, que por esta causa ordenó Moisés que el sumo pontífice llevara las vestiduras orladas de campanillas al ofrecer sacrificios, pues de este modo podía aquella entidad a quien adoraban oír el ruido y tener tiempo de ocultarse para que no le sorprendieran en figura de asno. No es raro ver estas variaciones en el pensamiento religioso de un determinado país o cultura. En sus primitivos tiempos los judíos adoraron a Baal, Moloch y Hércules, de modo que los profetas hubieron de reconvenirles por su idolatría. Además de divinidad solar, Hércules es también un dios de la guerra, como Jacob, uno de los patriarcas en la Biblia, apellidado Israel. Además, el Jehovah bíblico ofrece, en sus rasgos característicos, más semejanzas con el dios hindú Shiva que con una divinidad benévola e indulgente. Pero Jehovah no sale malparado en su comparación con Shiva, dios de la sabiduría y el más inteligente dios del panteón indo. Shiva tiene tres ojos, y como Jehovah es terrible en sus venganzas e irresistible en su cólera; y si bien destruye, también regenera con perfecta sabiduría. Es el tipo de Divinidad que, según San Agustín, condena a los tormentos del infierno a quienes osan escudriñar sus arcanos, y pone a prueba la razón humana forzándola a someterse por igual a sus buenas o malas acciones. Los israelitas lograron disfrazar el hecho de que adoraban a diversas divinidades y aun ofrecían sacrificios humanos el año 169 a. C., pues Antíoco IV Epífanes, rey de Siria de la dinastía seléucida, al entrar en el templo de Jerusalén halló un hombre dispuesto al sacrificio. Y en una época en que se suponía que los paganos habían ya substituido las víctimas humanas por reses de ganado, como en los misterios báquicos en se sacrificaba el buey de Dionisio, aparece Jefté, juez de Israel, sacrificando a su hija en holocausto dedicado al Señor, lo cual, según Voltaire, sería un vestigio de los antiguos sacrificios judíos.
Basta leer las admoniciones de los profetas para ver que los israelitas adoraban a dioses ajenos y que los altares erigidos en la cumbre de los montes eran de la misma condición que los de las naciones gentiles. Asimismo, las profetisas hebreas eran un remedo de las pitonisas y bacantes. Dice Pausanias, viajero, geógrafo e historiador griego del siglo II, que había comunidades femeninas al cuidado del culto a Baco, equivalente a Dioniso. En Reyes encontramos el siguiente pasaje: “Fueron, pues, el sumo sacerdote Helcías, y Ahicam, y Acobor, y Safán, Asaías a casa de Holda profetisa, mujer de Sellum, hijo de Tecua, y nieto de Araas jefe del guardarropa, la cual habitaba en Jerusalén en la parte llamada Segunda, y hablaron con ella“. Todo esto a pesar de que Moisés había prohibido la adivinación y los augurios. En cuanto a los sacrificios humanos y a la analogía del culto de Jehovah con el de Moloch, nos da de ello claros indicios este otro pasaje del Levítico: “Todo lo que es consagrado al Señor, sea hombre, animal o campo, no se venderá ni podrá rescatarse, será cosa santísima. Y toda consagración que ofrece un hombre no se rescatará, sino que morirá de muerte” . Moloch o Moloch Baal fue un dios de origen canaanita. Era considerado el símbolo del fuego purificante. Griegos y romanos lo identificaban con Cronos y Saturno, respectivamente. Generalmente, Moloch es representado como una figura humana con cabeza de carnero o becerro, sentado en un trono y con una corona u otro distintivo de realeza, como un báculo. Según la historiografía clásica y de siglo XIX, los sacrificios preferidos por Moloch eran los niños, especialmente los bebés, por ser los seres más impregnados de materia. En base a la mencionada historiografía, en los templos en los que se rendía culto a Moloch, se encontraba una enorme estatua de bronce del dios. Dicha estatua estaba hueca y la figura de Moloch tenía la boca abierta y los brazos extendidos, con las manos juntas y las palmas hacia arriba, dispuesto a recibir el holocausto. Dentro de la estatua, se encendía un fuego que se alimentaba continuamente durante el holocausto. En ocasiones, los brazos estaban articulados, de manera que los niños que servían de sacrificio se depositaban en las manos de la estatua, que por medio de unas cadenas se levantaban hasta la boca, introduciendo a la víctima dentro del vientre incandescente del dios. Todo esto se relaciona con ritos satánicos que se llevan a cabo en la actualidad.
La pluralidad de los dioses adorados por los israelitas está manifiesta en las predicaciones de los profetas contra el rito de los sacrificios, que ninguno de ellos sancionó sino que todos vituperaron, según el ejemplo de los profetas Samuel y Jeremías que podemos leer en este pasaje de Reyes: “Y dijo Samuel: ¿Pues qué quiere el Señor, holocaustos y víctimas o no más bien que se obedezca la voz del Señor? Porque mejor es la obediencia que las víctimas“, o en este pasaje de Jeremías: “Porque no hablé con vuestros padres ni les mandé el día que los saque de tierra de Egipto, de asunto de holocaustos y de víctimas“. Los profetas anatematizadores de los sacrificios humanos eran, sin excepción, iniciados y eran hombres que se rebelaban contra la tiranía de los sacerdotes, como posteriormente habían de luchar los gnósticos contra los Padres de la Iglesia. Cuando a la muerte de Salomón se dividió la monarquía hebrea, los sacerdotes se quedaron en el reino de Judá, cuya capital era Jerusalén, donde estaba el templo, mientras que los profetas se quedaron en Samaria, capital del reino de Israel, sin religión claramente definida. En el reino de Judá no aparecieron profetas de importancia hasta Isaías, cuando ya había declinado el reino de Israel. Los profetas Elías y Eliseo no tuvieron reparo en prestar auxilio al rey Acab de Israel, que estableció el culto de Baal y las divinidades asirias. Eliseo ungió por rey a Jehú, con propósito de que exterminase a las familias reales de ambos reinos y los uniera en una misma corona ceñida a sus sienes. Jehú (Yehú) es un monarca mencionado en la Biblia, rey del Reino de Israel. Su nombre es una contracción del nombre del Dios hebreo Yahve con el pronombre personal masculino singular hebreo “hu“, y significa “él es Yah“. Según la Biblia, Jehú fue el décimo soberano del Reino de Israel, con un reinado de 28 años, y fundando la dinastía más duradera del Reino del Norte. Inició su carrera militar en el ejército del rey Acab, para luego convertirse en general del rey Joram. Mientras sitiaba la ciudad de Ramot de Galaad que estaba en posesión de los arameos de Damasco, fue ungido como rey de Israel y se le encargó la misión de eliminar la descendencia de Acab y de Ocozías de Judá, y de tomar el trono de Israel, según la profecía de Elías, quien había profetizado como reyes de Siria e Israel a Hazael y Jehú, respectivamente, y como su sucesor al profeta Eliseo. Un representante del Reino de Israel, posiblemente un enviado de Jehú, rinde tributo ante el rey asirio Salmanasar. Durante su reinado tuvo que soportar la presión aramea y asiria en el Este. La Biblia atribuye sus fracasos militares a su falta de fe al conservar el culto a los becerros de oro instaurados por Jeroboam I.
En cuanto al templo de Salomón, ningún profeta hebreo le dio la menor importancia ni jamás pusieron los pies en él, pues como estaban iniciados en la doctrina secreta de Moisés eran cuidadosos de no confundirse con los sacerdotes que mantenían al pueblo en la idolatría y le inculcaban el exotérico concepto de Jehovah, que después adoptaron los teólogos cristianos. Ahora bien, si el dogmatismo cristiano romano es una mezcolanza de las mitologías paganas, ¿cómo relacionarlo con la Ley de Moisés, cuando el apóstol San Pablo y los gnósticos distinguían esencialmente entre el cristianismo y el judaísmo? Les decía Esteban, diácono de la Iglesia primigenia de Jerusalén y protomártir del cristianismo, a los judíos: “Vosotros recibisteis la Ley por ministerio de los ángeles y no de las propias manos del Altísimo”. Y los gnósticos identificaban a Jehovah con Ilda–Baoth, adversario de la divina sabiduría. Ilda-Baoth (Hijo nacido del Huevo del Caos) es un término gnóstico. Es el creador de la Tierra, según las enseñanzas gnósticas del Códex nazareno, el Evangelio de los nazarenos y ebionitas, que le identifica con Jehovah, el Dios de los judíos. Ilda-Baoth es “el Hijo de la Tinieblas“, tomado en sentido negativo, y padre de los seis tenebrosos “estelares” terrestres, antítesis de los brillantes espíritus estelares. Sus residencias respectivas son las siete esferas, la superior de las cuales empieza en el “espacio medio“, la región de su madre Sophia Achamôth, y la inferior termina en nuestra Tierra, o sea la región séptima. Ilda-Baoth es el genio del planeta Saturno, o más bien el espíritu del mal de su regente. Pero toda duda se desvanece al considerar que la llamada Ley de Moisés, con su monoteísmo, no puede remontarse más allá de tres siglos antes de Jesucristo, pues el Pentateuco fue escrito después de la cautividad de Babilonia, cuando los reyes de Persia ordenaron la colonización de Palestina. Esta controversia deriva de que los Padres de la Iglesia quisieron ensamblar con el judaísmo su recién creado sistema religioso, para mejor combatir al paganismo, Pero, bajo el superficial barniz del monoteísmo, se echaron en manos de los mitos paganos. Pero no hay que criticar a los actuales judíos porque sus antepasados adoraran a Moloch, ya que desde la vuelta del cautiverio no quebrantaron la ley monoteísta ni desobedecieron a sus profetas a pesar de arriesgarse a las más violentas persecuciones. Mientras el cristianismo se ha dividido en diversos grupos hostiles entre sí, el pueblo hebreo, aunque disperso por la Tierra, se mantiene unido por una relación de fe.
Las virtudes predicadas por Jesús en el Sermón de la Montaña no se siguen en el mundo cristiano, y en cambio las practicaban los ascetas budistas y los faquires hinduistas; al paso que los vicios achacados al paganismo son imputables al clero cristiano. Los occidentales no somos ni más ni menos que los herederos del fanatismo de los antiguos israelitas que adoraban a Baco–Osiris, Dioniso, la divinidad que se apareció a Moisés, en el Sinaí, a diferencia de los del tiempo de Herodes y de la época romana, que a pesar de todos sus defectos se mantenían en la más rigurosa ortodoxia monoteísta. Los llamados demonios cabalísticos se tuvieron por entidades objetivas, sin percatarse de su profundo significado alegórico, y en ello encontraron los demonólogos el pretexto para forjar toda una jerarquía diabólica. Según la Cábala, de los distintos mundos, el segundo, el de la creación, está habitado por el ángel Metatron, quien gobierna el mundo visible, y es el capitán de las huestes de los ángeles buenos. Los demonios o ángeles malos habitan el cuarto mundo, el de la acción, las regiones más bajas de las cuales constituyen las siete salas en donde los demonios infernales torturas a los pobres mortales a los que traicionó con el pecado en esta vida. El príncipe de los demonios es Samael (el “ángel de la muerte“), tiene una esposa llamada la Ramera, pero ambos son tratados como una sola persona, a la que llaman “la Bestia“. La frase simbólica de los rosacruces “Igne natura renovatur integra” se adulteró con el célebre INRI (Iesus Nazarenus rex Iudœorum), tomando al pie de la letra la frase de Pilatos, contra la que protestaron enérgicamente los judíos por no reconocer a Jesús por su rey. Los alquimistas interpretaron este mote en el sentido de que, así como el fuego reintegra los componentes de los cuerpos que parece consumir, asimismo la materia queda íntegramente renovada por el fuego del espíritu. La siglas IHS suelen interpretarse como Iesus Hominum Salvator, mientras que IHS es uno de los más antiguos nombres de Baco (Dioniso). A la luz de la teología comparada descubrimos que el principal propósito de Jesús, iniciado en la doctrina secreta, fue mostrar a los ojos de la gente la diferencia entre la suprema Divinidad, El IAO de los caldeos y el misterioso Dios de los iniciados neoplatónicos, y el Jehovah del dogmatismo hebreo. Por esta razón uno de los más graves cargos que los católicos han imputado a los rosacruces es que éstos atribuyen a Jesús la derogación total del culto de Jehovah. Posiblemente habría sido mejor que lo hubiera logrado, pues se habría evitado que el mundo estuviese sumido en las tinieblas al cabo de veinte siglos de disputa entre las diversas facciones cristianas que parecen dominadas por el diablo.
Según la Biblia del rey Jacobo, en base a la declaración de David, rey israelita, sucesor de Saúl y segundo monarca legítimo del Reino de Israel, que consideraba que eran “ídolos todas las divinidades gentílicas”, los teólogos cristianos transmutaron en diablo al dios Baco (Dioniso), que en la teogonía órfica era el hijo de Zeus y Sémele. El mito de Baco mantuvo oculto durante largos siglos el futuro desquite de las divinidades paganas, así como la clave del enigma concerniente a la extraña dualidad humano–divina que caracteriza al Dios del Sinaí y cuya explicación van desvelando los modernos investigadores, según demuestra el siguiente párrafo de Baco, el dios–profeta, del médico y erudito neoplatónico estadounidense Alexander Wilder: “Tal era el Baco (criado por la ninfa Nisa) para sus adoradores que velan en él la doble representación del mundo objetivo y del mundo mental. Era el ‘Sol de Justicia’ que en sus rayos traía la salud a los mortales, alegraba su corazón y les infundía la esperanza en la vida eterna. Nació de madre humana a quien por la alteza de su dignidad elevó desde el mundo de la muerte a las regiones etéreas para que recibiese adoración y reverencia. Era Baco a la par Señor y Salvador de los mundos“. Tal era Baco, el dios profeta. La Masacre de Tesalónica fue una acción de represalia del emperador romano Teodosio I en 390 contra los habitantes de la ciudad griega de Tesalónica que se habían sublevado. Este incidente provocó la ira del obispo de Milán Ambrosio que exigió el arrepentimiento del emperador. Concretamente Ambrosio declaró que debía imitar a David en su escala de arrepentimiento como le había imitado en su escala de culpabilidad, y le excomulgó hasta que lo hiciera, y solo le permitió la eucaristía tras varios meses de pública penitencia. En palabras de Ambrosio: “El emperador está en la Iglesia, no por encima de la Iglesia“. Posteriormente Ambrosio atribuyó caracteres demoníacos a Baco. El culto de Baco, hasta entonces universal, quedó estancado en las comarcas rurales, y se tuvieron sus ritos por hechicería y por aquelarres sus misterios, y su emblema de la pezuña hendida se trocó en un atributo corporal del diablo. Hubo un tiempo en que Baco recibió el sobrenombre Beelzebub, recibiendo la acusación de servir a las potestades tenebrosas, por lo que se levantaron cruzadas contra sus partidarios y poblaciones enteras sufrieron matanzas. El verdadero saber fue condenado como magia y hechicería, y fue sustituida por la ignorancia. Galileo penó largos años en un calabozo por enseñar que el Sol era el centro de nuestro sistema planetario. Giordano Bruno murió en la hoguera por su intento de restaurar la filosofía antigua. Pero, a pesar de todo, la fiesta religiosa de Baco se convirtió en fiesta de la Iglesia romana, y el dios en un santo en los calendarios y representado en los altares en brazos de su divinizada madre. Se celebraba el 17 de Marzo, día de San Patricio en el Santoral romano. Así tenemos que Baco puede identificarse con el patrón de Irlanda Cambiaron los nombres, pero han perdurado inalterables los conceptos. Queda clara la manipulación de la figura del diablo y de los ángeles rebeldes.
Fuentes:
- Blavatsky H.P. – Isis sin Velo
- Blavatsky H.P. – La Doctrina Secreta
- Libro de Enoc
- Libro de Job
- Biblia – Antiguo y Nuevo Testamento
- Epístola de Judas
- Corán
- Cábala
- Los Vedas
- Rig-veda
- Evangelio de Nicodemo
- Evangelio de María Magdalena
- Libro de los muertos egipcio
- C. Colquhoun – Historia de la magia
- Roger Gougenot des Mousseaux – Fenómenos de la magia superior
- Roger Gougenot des Mousseaux – Costumbres y prácticas de los demonios
- Juan Guillermo Draper – Conflictos entre la religión y la ciencia
- Toby Wilkinson – Vidas de los antiguos egipcios
- Eusebio Salverte – Las ciencias ocultas – Ensayo sobre la magia, los prodigios y los milagros
- Martin Haug – Ensayos sobre el lenguaje sagrado
- Christian Karl Josias von Bunsen – Lugar de Egipto en la Historia Universal
- Charles Staniland Wake – Origen del culto de la serpiente
- John Milton – Paraíso perdido
- Goethe – Mefistófeles
- Robert Spence Hardy – Manual del budismo
- John Bathurst Deane – El culto de la serpiente
- John William Draper Draper – Conflictos entre la religión y la ciencia
- Heinrich Kramer y Jakob Sprenger – Malleus Maleficarum
- Alexander Wilder – Baco, el dios–profeta
- Fuente
- https://oldcivilizations.wordpress.com
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