Jane Maverick, en su obra “Dream Time” (Tiempo de Sueños), nos dice: «Acompañada de espíritus; atravieso muros de niebla y visito mí tótem en el lugar de los sueños». Otro escritor, Pedro Calderón de la Barca, nos dejó esta magnífica descripción del sueño: “¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción, y el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son“. Los enigmáticos aborígenes australianos emigraron desde algún punto de Asia hace más de 40.000 años, y llegaron a Australia a través de un puente de tierra casi continuo entre los dos continentes. Estos aborígenes desarrollaron una compleja organización social y un sistema de sorprendentes tradiciones y creencias. Su visión del universo giraba en torno a la época de los sueños, un concepto que lo engloba todo y abarca presente, pasado y futuro, incluyendo la etapa de la creación, al principio de todos los tiempos, cuando unos seres míticos dieron forma a la tierra. Estos seres soñadores se retiraron, con el tiempo, del mundo físico al espiritual, donde mantienen el control de la fertilidad y de otros poderes para crear la vida. Tal vez los sueños nos revelan aspectos del mundo real que no podemos apreciar durante la vigilia. Pero, ¿pueden revelar el futuro? Durante el sueño parece que se nos abran otros mundos. Con frecuencia, nuestros sueños nos transportan a tiempos y lugares remotos; nos encontramos a nosotros mismos entre personas y cosas que nos son familiares, aunque extrañamente transfiguradas. Hacemos cosas que nos resultarían imposibles estando despiertos, o nos encontramos paralizados e incapaces de realizar la más simple de las acciones. A veces tenemos la sensación de poseer un conocimiento profundo que daría sentido a toda nuestra vida, conocimiento que olvidamos al despertar o que nos parece incoherente. Y quizás, a veces, los sueños nos proporcionan un conocimiento real, una visión de un futuro que acontecerá en realidad.
La interpretación de los sueños es el arte y la técnica de asignar significado a los diversos componentes, elementos e imágenes que aparecen en los sueños. Se trata de una práctica humana milenaria, de la que se conservan registros escritos de más de 3800 años de antigüedad. Igualmente, algunas comunidades humanas y pueblos originarios actualmente existentes, por ejemplo, varios pueblos amazónicos, tales como los Shuar y Achuar, o los aborígenes australianos, comentados anteriormente, incorporan la práctica a su sistema de creencias y organización social. Los Achuar son un pueblo indígena americano perteneciente a la familia jivaroana como los Shuar, Shiwiar, Awajunt y Wampis(Perú). Asentados en las riberas del río Pastaza, Huasaga y en las fronteras entre Ecuador y Perú, el vocablo “Achuar” tiene su origen en el nombre de las grandes palmeras llamadas “Achu“(Mauritia flexuosa) que existen en los diversos pantanos que abarcan su territorio, Achu= Palmera de Achu, Shuar= Gente de ahí, que viene a ser “Gentes de la palmera Achu“. Los lugareños traducen achuar como hombre de pantano. En tiempos pasados fueron guerreros muy temidos tradicionalmente por los Shuar. Según ellos un achuar podía seguir a su enemigo hasta aniquilarlo. Mientras el desciframiento de los símbolos oníricos buscaba en la antigüedad revelar un mensaje divino, a comienzos del siglo XX y a partir de los desarrollos teóricos del psicoanálisis la interpretación de los sueños se orienta a revelar contenidos inconscientes y pasa a ser una técnica clínica, utilizada hasta la época actual no solo por el psicoanálisis, sino por diversas vertientes de la psicología clínica. El sueño fue en la Antigüedad una incógnita más de cuantas rodeaban al ser humano. En un primer momento, la aproximación del hombre griego al fenómeno onírico debió plasmarse en la tradición oral, basada en la experiencia práctica e influenciada por corrientes orientales (caldeos). Las fuentes antiguas confirman un conocimiento muy difundido a nivel popular, juzgándose el sueño como el vehículo idóneo para la expresión de la voluntad divina, realizándose a su vez la interpretación de las visiones portadoras de un mensaje alegórico. Creencias muy arraigadas que perdurarán durante siglos hasta la etapa bizantina. Simultáneamente discurrirá paralela una corriente que abordará el sueño desde un análisis más racional, gracias a los representantes de una clase intelectual, defensora del espíritu de la ilustración griega.
El desarrollo histórico de esta dualidad se puede contemplar en el Libro IV del tratado Sobre la dieta del Corpus Hippocraticum, quees el primer documento constatable donde los sueños son considerados signos premonitorios de desarreglos corporales. También La República de Platón, como deducción de su división tripartita del alma, racional, irascible y concupiscible. Asimismo, en Acerca de los ensueños y Acerca de la adivinación por el sueño, incluidos en Parva Naturalia, de Aristóteles. Todas estas exposiciones teóricas presupondrán un origen exclusivamente físico de los sueños, dando paso con posterioridad a la hipótesis de un origen trascendente: Las doctrinas pitagóricas ya lo habían concebido como un vehículo de comunicación de los seres sobrenaturales, dependiendo la recepción del mensaje del estado de pureza psíquica y corporal del soñante. También los estoicos proclamarán la validez mántica de los sueños, al confirmar la existencia de dioses, la providencia y el hado. Posidonio introducirá el concepto de simpatía como vía de unión entre el alma humana, replegada en sí y liberada de lo corporal, y el ser sobrenatural. El acceso a dicha vía se produce por el delirio profético, el sueño y la muerte. Los peripatéticos de la escuela que Aristóteles, Dicearco y Cratipo, coincidirán en idéntico origen. Frente a esta vía metafísica es reseñable un último esfuerzo por defender una causa fisio-psicológica en los sueños: El sueño sería consecuencia de la acción de unos átomos externos sobre el alma individual. Este movimiento, el atomismo, vería su inicio en Aristóteles y Demócrito, reflejando en esencia el pensamiento de Epicuro, así como del poeta Lucrecio. Finalmente, y con posterioridad, la escuela neoplatónica dará fuerza de ley al anterior transcendentalismo estoico al ver en el sueño la mejor prefiguración de la experiencia mística. Simultáneamente al citado desarrollo epistemológico sobre la experiencia onírica, discurrían también importantes divagaciones y prácticas de honda repercusión cultural: la adivinación en general y la oniromancia (arte que por medio de los sueños pretende adivinar el porvenir) en particular.
Progresivamente aparecerán configurados los rasgos característicos de la oniromancia en su despliegue posterior: Creencia en que algunos sueños pueden predecir el futuro. El lenguaje empleado es alegórico. Homero relata diversas experiencias oníricas en sus dos obras fundamentales: En la Odisea, Penélope se refiere a un mendigo (Odiseo) y la visión que ha tenido: “Hay sueños inescrutables y de lenguaje oscuro y no se cumple todo lo que anuncian a los hombres. Hay dos puertas para los leves sueños: una, construida de cuerno, y otra, de marfil. Los que vienen por el bruñido marfil nos engañan, trayéndonos palabras sin efecto, y los que salen por el pulimentado cuerno anuncian al mortal que los ve cosas que realmente han de verificarse“. En la Ilíada, Aquiles se cuestiona la actitud del dios Apolo, para lo cual consulta a un intérprete de sueños (oneiropólos), mencionándose a su vez a Euridamante, viejo practicante de dicho arte. En Antifonte encontramos el que es considerado el primer tratado oniromántico, abordado desde una perspectiva más racional. Aristandro, al servicio de Filipo de Macedonia y de su hijo Alejandro, era procedente de Telmeso, en Caria, centro neurálgico de la adivinación. Su aportación marcaría un hito fundamental en el desarrollo posterior de la disciplina, introduciendo en su obra una subdivisión teórica y práctica imitada en lo sucesivo. Artemidoro citará a varios autores: Demetrio de Falero, Antípatro, Alejandro de Mindo, Febo de Antioquía, Artemón de Mileto, Paníasis de Halicarnaso, Nicóstrato de Éfeso, Apolonio de Atalia, Apolodoro de Telmeso y Gémino de Tiro. Además de estos escritos existieron en gran número otros menores que compendiaban fórmulas aplicadas por el intérprete en correspondencia a las características del sueño del consultante. Estos documentos fueron quizá los precedentes de la posteriormanualística. Los índices de equivalencias entre imagen onírica y realidad crearon un sistema con la intención de abarcar la totalidad de la experiencia onírica y reconducirla a un nivel simbólico accesible al estado de vigilia. Este uso no se perdió a pesar de la abundancia textual dedicada al estudio onírico en todos sus aspectos. Otras manifestaciones posteriores fueron las de Cicerón, Sobre la adivinación; Artemidoro, el tratado Oneirokritiká o La Interpretación de los sueños; Elio Aristides, Los Discursos Sagrados; Macrobio, el Comentario al Sueño de Escipión de Cicerón; Sinesio de Cirene, De Insomnis. En el dilatado mundo de la interpretación de los sueños existió también un área que alcanzó un desarrollo espectacular: la incubatio que tenía lugar en determinados santuarios.
Incubatio (incubación), es la expresión latinizada referida a una práctica con fines curativos que se realizaba en época romana heredada de la medicina tradicional griega. La palabra es la acción de incubare, que designaba también el acto de incubar los huevos, pero se utilizaba especialmente para referirse al hecho de yacer acostado en un recinto sagrado. Antes de que llegara la medicina “racional” a Occidente, toda curación se relacionaba con lo divino. Si una persona tenía un problema de salud lo normal era que acudiera a los templos o santuarios de dioses y héroes. Los más conocidos fueron los Asklepeiones dedicados a Asklepio, dios griego de la medicina. Allí se practicaba el rito de la incubatio que consistía en permanecer acostados, generalmente sobre la piel de un animal sacrificado y ofrendado, durante varios día en un habitáculo dedicado a ello dentro del propio templo, aunque muchas veces también se realizaba en una caverna excavada en la tierra. Según descripciones de la época, el enfermo podía alcanzar estados entre el sueño y la vigilia que le provocaban visiones por las que entraban en contacto con los seres divinos. Era necesario adoptar una actitud de total pasividad y eliminación de todo atisbo de incredulidad. Solo cuando el enfermo dejaba de debatirse y de hacer ningún esfuerzo, rindiéndose a una condición de total entrega, podía esperar que llegara la curación de un nivel superior de existencia. Durante la época romana, estas prácticas ya en decadencia con respecto a lo que fueron su época dorada en la antigua Grecia, se complementaban con las iniciaciones en los conocidos “misterios“, la gran mayoría de ellos importados de las “religiones orientales“, que se extendieron por las grandes ciudades del imperio. Siendo algunas, como las del culto a la diosa egipcia Isis, seguidas mayoritariamente por mujeres. Nos han llegado textos de algunos autores romanos con una visión muy crítica y satírica sobre lo que debía suceder en el interior de estos lugares dedicados a la espiritualidad.
Según Sarane Alexandrian, en su obra “El misterio en la luz“, aunque en las literaturas de los diferentes pueblos abundan los testimonios sobre el sueño, no ha sido sino hasta mediados del siglo XIX que se ha tenido una justa concepción de la necesidad vital del dormir y del soñar. Considerar el sueño como un medio de conocimiento del hombre interior es una idea moderna, sobre la que apenas se encuentran precedentes históricos. Los surrealistas han mostrado interés tal por el sueño, insistiendo sobre todos los problemas que el sueño plantea a la realidad. Antes que ellos, muy pocos se arriesgaron con una audacia parecida. En su Trayectoria del sueño, André Bretón (Tinchebray, 19 de febrero de 1896 – París, 28 de septiembre de 1966), escritor, poeta, ensayista y teórico del Surrealismo, reconocido como el fundador y principal referente de este movimiento artístico, había inventariado la lista de los precursores: dos ocultistas (Jérôme Cardan, Paracelso), tres románticos alemanes (Jean Paul, Lichtenberg, Moritz), un romántico francés (Xavier Forneret), un autor ruso (Pushkin), un naïf (el matemático Lucas, quien buscaba la cuadratura del círculo). Si se agregan a ellos Alfred Maury, Hervey de Saint-Denys y Freud, y algunos nombres que parece haber ignorado, se tiene una lista exhaustiva que se limita a una veintena de autores. Resulta paradójico, a primera vista, que en tantos siglos de cultura no se incluyesen otros antecesores. Una rápida recapitulación de los trabajos del pasado permite apreciar, incuestionablemente, hasta qué punto los surrealistas fueron innovadores.
Desde las primeras civilizaciones, la humanidad ha considerado el sueño como un enigma inquietante. Lo ha transformado a la vez en soporte para una convención literaria y en materia para una creencia supersticiosa. En todo el antiguo Oriente, como en la antigüedad grecorromana, se le ha considerado como el mensaje de un dios, quien por este medio pondría sobre aviso a los mortales sobre sus intenciones generales o acerca del destino que les reservaba. Así lo atestigua, en la Mesopotamia, uno de los textos más antiguos del mundo, la epopeya de Gilgamesh: dos sueños de Gilgamesh, que interpreta su madre Nin Sun, le predicen su encuentro con Enkidu; cuando los dos amigos se disponen a combatir al gigante Humbaba, Gilgamesh tiene otros tres sueños a través de los cuales Enkidu presagia el éxito de su empresa. Antes de morir, el mismo Enkidu tiene un sueño donde el dios Enlil le anuncia su próxima muerte, y otro en el que es conducido hacia los infiernos. El sueño es la predicción de un acontecimiento futuro, pero es necesario aprender a descifrar su significado; tal será la tarea a ejercer por la onirocrítica, ciencia ya existente en la época asirio babilónica. El Libro de los sueños de la biblioteca de Asurbanipal, serie de tabletas halladas en las ruinas de su palacio de Nínive, examinaba todas las situaciones posibles. Si alguno había tenido un sueño en el que se trepaba a una palmera, o viajaba, o se echaba a volar, o recibía un objeto, o comía un determinado manjar, su caso había sido previsto. Se recomendaba todo un ritual para preservarse de las consecuencias de los malos sueños. El mesopotámico debía frotarse todo el cuerpo con un pedazo de arcilla, que absorbía la mancha impregnada por el sueño, y arrojar este arcilla en el agua pronunciando un conjuro. Si no recordaba lo que había soñado, de todas maneras se ponía bajo los auspicios de los ritos purificadores, a fin de prevenir toda sorpresa desagradable. Se encuentran diseminadas tales prescripciones, con algunas variantes, casi en todas partes. En Egipto, el papiro Cheaster Beaty IIIenumera el repertorio de los sueños fastos y nefastos, para uso de los escribas egipcios encargados de interpretarlos. En la India, el 68º paricishsta del Atharva Veda, que contiene una Llave de los sueños según los tres temperamentos (bilioso, flemático y aéreo), aconsejaba tocar una vaca o rendir culto a las higueras sagradas, para anular un sueño desfavorable.
Grecia estableció la concepción clásica del sueño, a la cual se han remitido los autores occidentales y árabes. Muy temprano se estableció la distinción entre los sueños proféticos, los que Homero en la Odisea hizo entrar por una puerta de cuerno, mientras que los falsos sueños pasaban por una puerta de marfil. Sus comentaristas han explicado que el cuerno (transparente) representaba el aire, y el marfil (opaco) la tierra; los sueños emanados de la tierra podían ser enviados por las almas de los muertos, cuyo mediador era Hermes. Fue tan grande la creencia en el sueño profético, que la práctica de su incubación llegó a generalizarse. Los enfermos iban a recostarse en los templos de las divinidades medicinales, en vista de obtener sueños que favoreciesen su restablecimiento. Los asclepiones, o templos de Esculapio, nunca estaban vacíos, siendo los más célebres los de Cos, Pérgamo y Epidauro. El enfermo, encerrado en un abaton(«lugar reservado para los invitados»), se dormía después de realizar abluciones y sacrificios, y no se le consideraba curado hasta que Esculapio se le aparecía en persona, o bajo la forma de un perro, una serpiente, o su hija Higía. Artemidoro, en su Onirocrítica, divide los sueños en teoremáticos y alegóricos. Los primeros, serían evocadores bastante precisos de un hecho que el soñador viviría poco después; los segundos, más o menos obscuros, predecirían acontecimientos que no habrían de realizarse sino al cabo de varios años. Macrobio, filósofo latino neoplatónico, expresó asimismo las convicciones de su época en un comentario erudito: «Todos los objetos que vemos en sueños pueden ser clasificados en cinco géneros diferentes, cuyos nombres son los siguientes: el sueño propiamente dicho [ somnium ], la visión [ visio ], el oráculo [ oraculum ], las imaginaciones oníricas [ insomnium ] y el espectro [ visum ]. Estos dos últimos géneros no merecen ser explicados, porque ellos no se prestan a la adivinación». En efecto, Macrobio precisa que las imaginaciones oníricas reproducen simplemente las penas y pasiones de la vigilia; el espectro es una pesadilla o alucinación en la duermevela; en el oráculo, el soñador ve a un personaje importante aparecérsele para darle un consejo; en la visión, se encuentra la imagen anticipada de lo que va a suceder. En cuanto al sueño en sí mismo, comunicación divina en estilo figurado, ha sido subdividido en diversas especies y se encuentra tan plagado de obscuridades que exige el auxilio de un intérprete. Estas ideas de la Antigüedad, se han visto perpetuadas a través de la Edad Media y el Renacimiento y han sido adaptadas al contexto cristiano. Un obispo del siglo V, Sinesios, escribió un Tratado de los sueños donde sostenía que ellos se prestaban a la adivinación y aconsejaba que cada uno aprendiese a interpretarlos por sí mismo.
Pero el hombre que testimonió mejor esta actitud semipagana y semicristiana fue Jérôme Cardan, matemático, médico y astrólogo, uno de los más curiosos personajes del siglo XVI. Perseguido por sus cofrades, protegido por algunos poderosos, incesantemente cayendo en la ruina a causa de su pasión por el juego, enseñando unas veces matemáticas en la Universidad de Milán y otras medicina en la de Bolonia, Jérôme Cardan no vivió sino por los sueños y para los sueños; anotaba los suyos escrupulosamente y los interpretaba según el método de Artemidoro. Dice en su autobiografía que durante toda su infancia, a la madrugada, veía aparecer alrededor de su cama figuras espectrales; y los objetos reales le parecían como nimbados por una aureola luminosa. Se jactaba de haber recibido ocho prerrogativas al nacer: todas las veces que levantaba sus ojos hacia el cielo, veía la luna frente a él; se encontraba en medio de una disputa y jamás era herido; cuando se le alcanzaba, se levantaba inmediatamente, etc. Pero su prerrogativa más preciosa era el don de ser advertido sobre el futuro a través de los sueños. Un sueño le advertía que iría a vivir a Roma, otros le anunciaban la inmortalidad que habría de alcanzar su fama, o que el alma de su padre lo protegía. Los sueños le prescribían los medicamentos que debía administrar a sus enfermos, o lo instigaban a escribir libros, especialmente su De Subtilitate (1550). En un comienzo, en la literatura, el sueño no ha sido sino un episodio accesorio destinado a realzar la acción o a prepararla. Seguidamente ha llegado a ser un género independiente, pero que de ningún modo ambicionaba reproducir las curiosidades del sueño, sino para servirse de él con el pretexto de introducir una situación inverosímil. Cicerón, en El sueño de Escipión , construyó una ficción partiendo de este procedimiento ya clásico. Escipión el Emilianosueña que su abuelo el Africano se le aparece, y lo conduce al cielo para mostrarle las recompensas prometidas a los que sirven bien a su patria. No existe nada de onírico en este discurso, que es precisamente lo contrario de lo que se ve y oye cuando se duerme. Durante la Edad Media, esta tradición no deja de prosperar. No hay más que leer El Sueño del Infierno, de Raoul de Houdenc, en el siglo XIII, donde el poeta sueña que viaja hacia la Ciudad del Infierno, mientras pasa por la villa de la Concupiscencia y el río de la Glotonería. En El Sueño del Vergel (1376), donde un autor anónimo, dormido en un vergel, asiste a un debate, en 468 capítulos, entre el Poder Espiritual y el Poder Temporal, y no se despierta hasta el epílogo, para presentar su obra al rey Carlos V. En El Sueño del Viejo Peregrino (1389), de Philippe de Mézières, se muestra al Ardiente Deseo recorriendo Occidente y Oriente en compañía de la reina Verdad.
La Hypnerotomachia de Francisco Colonna, intitulada más comúnmente El Sueño de Polífilo, aparecida en 1499 en Venecia, donde el autor era monje en un convento, refuerza todavía más esta convención. Una tarde, Polífilo, desesperado tras ser rechazado por Polia, cae dormido; sueña que atraviesa lugares soberbios y ruinas de mármol blanco, y que llega a la corte de la reinaEleuterilidia; encuentra a una ninfa que porta un candelero y le habla sobre los amores de los dioses, antes de hacerse conocer como Polia . Navega con ella sobre la barca de Cupido hacia la isla de Citeres. Pero allí, en el momento en que ella lo engalana con una guirnalda de flores, se despierta con el canto de un ruiseñor. En esta alegoría manierista, el sueño no constituye sino un fácil argumento para describir, con arquitecturas ideales, lugares imaginarios, animados con bailes, triunfos y diversiones más bellos que en la realidad. En el siglo XVII, Los Sueños del español Francisco de Quevedo, a pesar del poder imaginativo del autor, se basan en el mismo artificio; el narrador se duerme leyendo a Job o a Lucrecio, y sueña con escenas fantásticas que son sátiras sobre la vida en España. Ni por un instante existe la intención de hacernos apreciar la desorientación del espíritu en el universo onírico. El siglo XVIII permanece fiel a este prototipo clásico, hasta el punto de que en la Enciclopedia (1765), se encuentra esta definición: “El sueño es una ficción que se ha empleado en todos los géneros de poesía, épica, lírica, elegíaca, dramática: en algunas, es una descripción de un sueño que el poeta finge tener, o que ha tenido; en el género dramático, esta ficción se realiza de dos maneras: a veces aparece en escena un actor que finge un profundo sueño, durante el cual le acomete una fantasía que le agita y le impulsa a hablar en voz alta; otras veces, el autor cuenta las fantasías que ha tenido durante su sueño“. Otras definiciones del sueño marcan el comienzo de la racionalización del problema. Dice el autor que todo sueño comienza con una sensación, y luego prosigue con actos imaginarios: «La naturaleza de la sensación, madre del sueño, determinará su especie». Establece una segregación que los surrealistas rechazaron con horror: «Toda nuestra vida se halla dividida en dos estados esencialmente diferentes el uno del otro. Uno de ellos es la verdad y la realidad, mientras que el otro no es nada más que engaño e ilusión». Los enciclopedistas, enamorados de la razón, trataron el sueño con un desprecio que Diderot testimonia en Los dijes indiscretos, donde el adivino Broculocus, quien no cree en los sueños proféticos, ofrece una explicación mecanicista de las menos convincentes.
Solamente hacia fines del siglo XVIII, con el comienzo del romanticismo alemán, nació una concepción mejor pertrechada sobre la vida interior del durmiente. Los románticos alemanes adoptaron la costumbre de referirse a sus propios sueños. Goethe relata un sueño en el Wilhelm Meister, que es una amplificación literaria de una carta a la Sra. de Stein. Sin embargo, estos poetas no transgredieron la concepción clásica del sueño más que para sustituirla por otras convenciones, tales como la del «sueño del cielo» de la que el escritor alemán Johann Paul Friedrich Richter, más conocido como Jean Paul (Winsiyllandel, 21 de marzo de 1763 – Bayreuth, 14 de noviembre de 1825), fue su especialista. O bien el «sueño del jardín maravilloso», o el «sueño macabro» con esqueletos animados, que Ludwig Tieck evoca en sus novelas Lovell y Abdallah. Jean Paul, a primera vista, es el gran precursor del onirismo surrealista. Uno de sus exégetas ha revelado cuarenta y dos sueños narrados en sus novelas. Publicó tres ensayos sobre la materia, y llevó un Diario de sus sueños entre 1804 y 1822. Jean Paul consideraba al sueño como una «poesía involuntaria», idea que es seductora para los modernos; pero nunca se olvidaba de haber sido estudiante de teología, de haber experimentado una iluminación mística en 1790, y sus sueños conservan un tufillo de presbiterio, de tumba recién removida y del más allá. Pensaba que el soñador era transportado a una morada ideal de las almas, donde experimentaba por anticipado las beatitudes del paraíso. De este modo, los sueños de Gustave, en La Logia invisible, olos de Albano en El Titán, ambas obras de Jean Paul, eran grandiosas escapadas hacia las esferas superiores. Por el contrario los surrealistas no se desprendieron del mundo real, sino que trataron, sobre todo, de manejarlo hasta volverlo irreconocible. En última instancia, Jean Paul obedecía a una estética literaria. Sus propios sueños, anotados por él en su Carnet, demuestran por comparación hasta qué punto los de sus novelas resultan alambicados.
El romanticismo francés, por su parte, aportó algunos modelos al surrealismo, pero los principios rectores en ambos casos son diferentes. Charles Nodier, en su estudio Sobre algunos fenómenos del sueño , sostiene la superioridad del sueño sobre la vigilia, pretendiendo demostrar la naturaleza religiosa del sueño. Los hombres que jamás han soñado serían ateos, nos dice, y en todos los países lo maravilloso proviene de la propensión de ciertas naturalezas a la pesadilla: «Todas las religiones, con excepción de aquella cuya verdad no puede ser puesta en duda, nos han sido enseñadas a través del sueño». Por otra parte Nodier, aunque redacta Smarra o los demonios de la noche, inspirándose en los sueños de su portero, según testimonio de su hija, les inserta una imitación de Apuleyo enredando estos «sueños románticos» en una retórica vana. Estos dos defectos del romanticismo, su concepción religiosa o al menos metafísica del sueño, son detectables tanto en las Cartas de un viajero, de Georges Sand, como en Aurelia, de Nerval, o en Promontorium somni, de Victor Hugo. El carácter ficticio del relato del sueño, verificable en el Viaje hacia donde gustéis, de Alfred de Musset y J.-P. Stahl, o en Djoûmane, de Mérimée, eran justamente aquello que el surrealismo pretendía excluir. Los románticos representaron un progreso sobre los siglos anteriores, porque comenzaron a hacer del sueño el objeto de un estudio desinteresado. Pero siempre creyeron que existían dos tipos de sueño, unos humanos y otros divinos, a los que Baudelaire llamaba «jeroglíficos». Un hombre va a tratar de conducir el sueño hacia un único principio: Alfred Maury.
La naturaleza de los sueños ha desconcertado a la humanidad desde la antigüedad y alrededor de los sueños se han desarrollado innumerables creencias. Esto no debe sorprendernos, ya que actualmente ninguna teoría del sueño y de los sueños es aceptada universalmente. Las antiguas creencias acerca de los sueños se basaban en la idea de que predecían sucesos futuros, y se inventaron métodos complicados para su interpretación. Uno de los más antiguos manuscritos que se conservan, un papiro egipcio de 4.000 años de antigüedad, está dedicado al complejo arte de la interpretación de los sueños. Un sueño del faraón Tutmés IV, hacia 1450 a.C., se consideró lo bastante importante como para ser grabado en una lápida que fue erigida frente a la Gran Esfinge de Gizeh. Cuenta cómo, cuando era todavía príncipe, Tutmés soñó durante la siesta que el dios Hormakhu le hablaba, diciéndole: “La arena del paraje en el que transcurre mi existencia me ha cubierto. Prométeme que tú harás lo que desea mi corazón; entonces sabré que tú eres mi hijo, que tú eres mi salvador…” Cuando fue faraón, Tutmés retiró la arena que cubría la Esfinge sagrada en honor de Hormakhu, y su reinado fue largo y fructífero, tal como el dios le había prometido en el sueño. En el Libro de Daniel se halla recogida una historia dramática, referida a un sueño de Nabucodonosor, rey de Babilonia. El rey despertó una mañana seguro de haber tenido un sueño, pero incapaz de recordarlo. Con la seguridad de que era de origen divino, llamó a sus sabios para que le contasen el sueño y su significado. Insistieron en que no podían saber cuál había sido el sueño, pero Nabucodonosor les amenazó con la muerte si fracasaban. Daniel, famoso ya por su conocimiento de visiones y sueños, salvó la situación. Rogó para que Dios le revelara el sueño, y esa noche tuvo una visión. Vio una imagen con la cabeza de oro, el pecho y los brazos de plata, el vientre y los muslos de bronce, las piernas de hierro y los pies parte de hierro y parte de arcilla. La imagen fue destruida por una roca, que se convirtió en una montaña y cubrió toda la Tierra. El rey reconoció su sueño, y Daniel lo interpretó así: la cabeza de oro representaba el gobierno del rey, y las otras partes de la imagen el declive del reinado bajo los sucesivos gobiernos, finalizando con su destrucción. El reinado siguiente sería establecido por Dios y ya no tendría fin. El rey rindió tributo a Daniel y lo ascendió a un alto cargo.
El patriarca del Antiguo Testamento Jacob, cuando huía de su hermano Esaú, a quien había engañado acerca de su primogenitura, durmió en el desierto y tuvo el siguiente sueño: vio una escala tendida desde la tierra al cielo, por la que los ángeles del Señor subían y bajaban, mientras él permanecía en lo alto. Dios le dijo a Jacob que la tierra en la que yacía sería para él, y le prometió: “de aquí y de ti surgirán todas las familias de la Tierra“. El sueño inspiró pánico a Jacob, pero luego se convirtió en realidad, pues él fue el antecesor de todas las tribus de Israel. Al igual que los patriarcas, los generales también dirigían sus asuntos según el supuesto significado de los sueños. Alejandro Magno, durante el asedio a la ciudad Fenicia de Tiro, en el año 332 a.C., soñó con un sátiro danzando sobre un escudo. Su interpretador de sueños, Aristandro, reconoció este sueño como un hábil juego de palabras: satyros (sátiro en Griego), podía ser tomado como sa Tyros, cuyo significado sería “Tiro es tuyo“. Alejandro prosiguió la campaña y conquistó la ciudad. Este ejemplo de sueño convertido en juego de palabras apunta a la teoría freudiana de que el inconsciente es un gran burlón que expresa los impulsos reprimidos por medio de múltiples juegos de palabras, creando sueños codificados en mensajes que puedan eludir la censura de la mente consciente. John Dunne, soñó con gran realismo la caída de un tren por un terraplén cerca del puente Forth (Usa). Unos meses más tarde, un tren se precipitó allí. Pero entre los pensadores del antiguo mundo, algunas voces se alzaron contra las teorías de los sueños comúnmente aceptadas. Cicerón, el más grande de los oradores romanos, aseguraba con vehemencia en el siglo I a.C. que aquellos que se atribuían la capacidad de interpretar los sueños, lo hacían basándose en conjeturas y no en un conocimiento bien fundamentado. Y aunque entre los musulmanes la adivinación de los sueños era aceptada como un medio válido para conocer el futuro, Mahoma la prohibió en el siglo VI d.C., porque había alcanzado proporciones alarmantes entre el pueblo.
Actualmente resulta muy mal visto considerar los sueños como contactos con los dioses o espíritus. Existe una división entre los psicólogos académicos que consideran los sueños como reflejo de la actividad subconsciente y expresión de nuestras esperanzas y temores, y aquellos que creen que los sueños simplemente vacían el cerebro de la basura acumulada durante el día. Sin duda algunos sueños, especialmente las pesadillas, son causados por influencias psicológicas complejas, cuyas raíces descansan más en el pasado que en el entorno inmediato. Pero existe otra clase de sueños: esos sueños sorprendentes que parecen predecir acontecimientos futuros y que probablemente se hallan en la base de las antiguas creencias acerca de la adivinación. Un sueño profético citado con frecuencia es el concerniente al asesinato del primer ministro británico Spencer Percival, ocurrido el 11 de mayo de 1812. Ocho días antes alguien que vivía en Cornualles soñó lo siguiente: vio a un hombre pequeño entrando en la Cámara de los Comunes; vestía casaca azul y chaleco blanco. Luego vio a otro hombre sacando una pistola de una casaca marrón, la pistola estaba adornada con clavos amarillos. Este hombre le disparó al primero, que cayó al suelo sangrando por la herida del pecho. Otros caballeros que estaban presentes detenían al asesino. Preguntó quién había recibido el disparo, y le dijeron que era el señor Perceval. Quedó tan impresionado por este sueño que quiso advertir al primer ministro, pero sus amigos le disuadieron diciéndole que le despedirían como a un fanático. Más adelante, durante una visita a Londres, vio los cuadros del asesinato en tiendas de grabados, dibujados según el relato de testigos presenciales. Reconoció muchos detalles de su sueño: incluso la indumentaria de los dos hombres coincidía. Aunque se dice que este incidente fue cuidadosamente estudiado y confirmado en su tiempo, está lejos de constituir una buena evidencia, pues se desconoce la identidad de su autor.
Franz Kafka (Praga, Austria-Hungría, 3 de julio de 1883 – Kierling, Austria, 3 de junio de 1924) fue un escritor praguense de origen judío que escribió su obra en alemán. Su obra está considerada como una de las más influyentes de la literatura universal. Fue autor de tres novelas, El proceso (Der Prozeß), El castillo (Das Schloß) y América (Amerika or Der Verschollene), la novela corta La metamorfosis (Die Verwandlung) y un gran número de relatos corto. Además, dejó una abundante correspondencia y escritos autobiográficos. Su peculiar estilo literario ha sido asociado con el existencialismo, socialismo y Marxismo, y la influencia del Judaismo ha sido estudiada e interpretada desde diversos puntos de vista. Sus relaciones personales también tuvieron gran impacto en su escritura, particularmente su padre (Carta a su padre), su prometida Felice Bauer (Cartas a Felice) y su hermana (Cartas a Ottla). Solo unas pocas de sus obras fueron publicadas durante su vida. La mayor parte, incluyendo trabajos incompletos, fueron publicados por su amigo Max Brod, quien ignoró los deseos del autor de que los manuscritos fueran destruidos. La importancia del sueño en la obra de Kafka ha sido destacada a menudo. Los motivos son legión. Probablemente el argumento de mayor peso lo constituye la afirmación de que toda la obra de Kafka se puede leer como un sueño. Incluso muchos de sus personajes se mueven en un ambiente onírico y presentan un «yo» dividido, disperso. Algunos intérpretes hablan en este sentido de «realismo fantástico». En todo caso se puede constatar que muchos de los escritos kafkianos tuvieron su origen en pesadillas o en estados de ensoñación. El interés de Kafka por su vida onírica fue, además, intenso, y entre sus lecturas se encontraba Freud, así como otros analistas de la psique, que le suministraban todo tipo de teorías psicológicas que empleaba en un continuo autoanálisis del que sus Diarios son un claro ejemplo.
En sus Diarios y datado a 21 de noviembre, nos explica un sueño: “el ministerio francés, cuatro hombres sentados a una mesa. Tiene lugar un consejo. Recuerdo al hombre sentado en la parte derecha, con un rostro chato y apretado en el perfil, color de piel amarillento, nariz recta y saliente (tan saliente a causa de su forma achatada) y unos bigotes fuertes, negros oliváceos, que cubrían la boca como una bóveda“. En sus Cuadernos en octavo nos indica: “Los sueños me invadían, yo yacía en la cama cansado y sin esperanza“. A fecha 20 de noviembre, en sus “Aforismos, visiones y sueños” nos habla del sueño de un cuadro, supuestamente de Ingres: “Las muchachas en el bosque reflejadas en miles de espejos o propiamente: las vírgenes, etc. Agrupadas y sostenidas en el aire de un modo similar al de los telones del teatro, a la derecha del cuadro se hallaba un grupo muy unido, hacia la izquierda se sentaban o yacían sobre una rama enorme o sobre una cinta en el aire o flotaban por su propia fuerza en una cadena que ascendía lentamente hacia el cielo. Y ahora no sólo se reflejaban de frente ante los espectadores, sino también de espaldas, por lo que se multiplicaron y se fueron tornando confusas. Lo que el ojo perdió en detalles lo ganó en plenitud. Delante se hallaba una muchacha desnuda, apoyada en una sola pierna y con la cadera prominente, que no quedaba sometida a la influencia de los reflejos“. En sus Diarios nos dice: “Aquí había que admirar el arte de dibujar de Ingres. Encontré con agrado que la demasiada desnudez real también había dejado lugar para el sentido del tacto en la muchacha. A través de uno de los lugares que ocultaba surgía el centelleo de una luz amarillenta y pálida“.
En sus Diarios explica otro caso: “Cuando Gregor Samsa despertó una mañana de sueños inquietos, comprobó que se había transformado en un insecto monstruoso en la cama. Yacía sobre su espalda dura y acorazada y veía, cuando levantaba la cabeza, su abdomen abovedado y dividido por durezas arqueadas, en cuya parte superior apenas podía mantenerse la manta, presta a deslizarse hasta el suelo. Sus numerosas y, en comparación con su tamaño, finas patas, vibraban desvalidas ante sus ojos. «¿Qué me ha ocurrido?», pensó. No era un sueño“. En “La metamorfosis” relata lo siguiente: “Sueño por la mañana: estoy sentado al final de una mesa alargada en el jardín de un sanatorio, de tal manera que en el sueño sólo puedo ver mi espalda. Es un día nublado. Debo de haber salido de excursión y he llegado recientemente en un automóvil, que había seguido avanzando hasta la rampa. Van a servir la comida, veo venir a una de las empleadas con un paso ligero pero vacilante, es una muchacha joven y frágil, con un vestido del color de las hojas en otoño. Atraviesa la sala de columnas que sirve como pórtico del sanatorio y baja al jardín. Todavía no sé qué es lo que quiere, pero me señalo con un gesto interrogativo para saber si realmente me busca a mí. Me trae una carta. Pienso que no puede tratarse de la carta que espero. Es una carta muy delgada, la letra también es delgada e insegura, completamente extraña. No obstante la abro. Encuentro una gran cantidad de hojas muy finas, todas enteramente escritas y con la misma extraña letra del sobre. Comienzo a leer, paso las hojas y me doy cuenta de que debe de ser una carta muy importante. Además, procede ostensiblemente de la hermana más pequeña de F. Comienzo a leer con avidez, entonces el vecino de mi derecha mira la carta por encima de mi hombro, no sé si era un hombre o una mujer, probablemente era un niño. Yo grito: «¡No!» El grupo de gente sentado a mi alrededor empieza a temblar. Quizá he causado una desgracia. Intento disculparme con algunas palabras rápidas para poder seguir leyendo enseguida. Me inclino de nuevo sobre mi carta, entonces despierto irremisiblemente, como si me hubiera despertado mi propio grito. Me obligo, plenamente consciente y con violencia, a regresar al sueño. La situación se vuelve a reproducir y leo con rapidez dos o tres nebulosas líneas de la carta de las que no retengo nada, y el sueño se pierde definitivamente mientras sigo durmiendo»“.
Todos los lectores de este artículo habéis tenido sueños; y es incluso probable que muchos de vosotros soñéis frecuentemente. Para ello, y de acuerdo con Charles Webster Leadbeater, vamos a considerar los mecanismos físico, etérico y astral, a través de los que las impresiones se transmiten a nuestra conciencia. Asimismo, ver como la consciencia, a su vez, influencia y utiliza este mecanismo. Por otro lado, debemos fijarnos en el estado tanto de la consciencia, como de su mecanismo durante el sueño. Finalmente, deberemos ver como son producidos los distintos tipos de sueños en el hombre. Charles Webster Leadbeater (Mánchester, 16 de febrero de 1854 – Perth, 1 de marzo de 1934) fue un influyente miembro de la Sociedad Teosófica, autor de libros de ocultismo y cofundador, junto a James Ingall Wedgwood, de la Iglesia Católica Liberal. Originalmente un clérigo de la Iglesia de Inglaterra, su interés por el espiritualismo provocó que se desafiliara de la Iglesia en favor de la Sociedad Teosófica, donde se asoció con Annie Besant. Se convirtió en un oficial de alto rango de la sociedad, pero renunció en 1906. Luego se mantuvo como un autor prolijo del ocultismo dentro de la Sociedad, hasta su muerte en 1934. Leadbeater nació en Stockport, un poblado del Gran Mánchester, en Inglaterra. Su padre, Charles Leadbeater, nació en Lincoln, y su madre, Emma, nació en Liverpool. Según registros públicos era hijo único. En 1861 la familia se mudó a Londres, donde su padre fue empleado del ferrocarril, y al tiempo muere de tuberculosis, cuando Leadbeater tenía solo ocho años. Cuatro años más tarde el banco donde la familia ahorraba cayó en bancarrota. Sin el financiamiento para ir a la universidad, Leadbeater debió trabajar después de haberse graduado de la preparatoria para proveer dinero a su madre y a él. Obtuvo varios trabajos en oficinas. Por las noches cumplía un rol autodidacta. Por ejemplo, estudió astronomía y tenía un telescopio reflector de 12 pulgadas (que era bastante caro para esa época) para mirar el cielo en la noche. También aprendió idiomas, como el francés, latín y griego. Un tío, hermano político de su padre, era el reconocido clérigo anglicano William Wolfe Capes. Gracias a su influencia, Leadbeater fue ordenado sacerdote anglicano el año 1879 en Farnham por el obispo de Winchester. Por 1881 vivía junto a su madre en una casa de campo que su tío había construido en Bramshott, donde es nombrado como «cura de Bramshott».
Fue un activo profesor y ministro recordado como «un hombre brillante, animoso y de buen corazón». Por esta época, después de haber leído las sesiones de espiritismo del médium Daniel Dunglas Home, Leadbeater adquirió un gran interés por la espiritualidad. Su interés por el ocultismo fue estimulado por el libro Occult world (‘mundo oculto’) de Alfred Percy Sinnett, y se unió a la Sociedad Teosófica en 1883. Al siguiente año conoció a Helena Petrovna Blavatsky cuando visitó Londres; lo aceptó como pupilo, y él se convirtió en vegetariano. En ese tiempo recibió las llamadas Cartas Mahatma que lo influenciaron para ir a India; arribó a Adyar en 1884. Mientras estaba en India escribió, recibía visitas y entrenamientos de sus «maestros» que, según Blavatsky, eran la inspiración detrás de la formación de la Sociedad Teosófica y, por lo tanto, eran los guías ocultos. Este fue el inicio de una larga carrera en la Sociedad. Durante el 1885 Leadbeater viajó junto a Henry Steel Olcott, primer presidente de la Sociedad Teosófica, hacia Burma, en Ceilán (actual Sri Lanka). En Ceilán fundaron la Academia Budista Inglesa, con Leadbeater estableciéndose en el lugar para servir como su primer director, bajo condiciones muy austeras. Este colegio se expandió gradualmente hasta convertirse en el actual Colegio Ananda (Ananda College), que tiene más de 6000 estudiantes. En 1889 Sinnett pide a Leadbeater que regrese a Inglaterra para que tutele a su hijo y a George Arundale. Él accedió y llevó con él uno de sus pupilos, Curuppumullage Jinarajadasa. Aunque luchaba en contra de la pobreza, Leadbeater logra enviar a Arundale y a Jinarajadasa a la Universidad de Cambridge. Ambos, eventualmente, sirvieron como presidentes a nivel internacional de la Sociedad Teosófica. Jinarajadasa contó como Leadbeater había realizado algunas investigaciones ocultas y, en mayo del 1894, había realizado su primera lectura de una vida pasada. Se convirtió en uno de los más reconocidos interlocutores de la Sociedad Teosófica por algunos años y fue también Secretario de la Logia de Londres. Mary Lutyens declaró que en los inicios de 1895, Leadbeater y Annie Besant hicieron «…ocultas investigaciones en conjunto dentro del cosmos, el inicio de la creación, la química y la constitución de los elementos, así como visitar frecuentemente a los Maestros en sus cuerpos astrales». Uno de los libros escritos por Leadbeater fue “los sueños“, en el que he basado parte de este artículo.
Toda experiencia condicionada puede compararse con un sueño. El mundo externo, experimentado a través de nuestros sentidos parece tan real y sólido, y está formado por partículas diminutas que pueden ser divididas hasta que desaparecen por completo. Esta experiencia es compartida continuamente con otros e involucra el cuerpo, habla y mente. Lo que experimentamos en la noche es un sueño privado que involucra principalmente a nuestra mente. Buda comparaba los mundos externo e interno con sueños porque nada en ellos es permanente. Todos los fenómenos mentales y físicos aparecen, cambian y luego desaparecen. Los estados de ánimo, la educación, la crianza y los antecedentes colorean nuestra visión. Por otra parte, sólo experimentamos las vibraciones que nuestros sentidos pueden recoger y, por lo tanto, no perciben las cosas como son. Por ejemplo, si nos sentimos felices, todo parece bello y agradable, y durante los estados infelices, todo se convierte en terrible y difícil. Nuestra percepción es, por lo tanto, es determinada por las condiciones externas y por nuestros estados mentales cambiantes. Hay una cierta sabiduría en el estado del sueño, porque en él somos más conscientes de la naturaleza irreal de las cosas. La facilidad con la que ganamos o perdemos un millón de dólares en un sueño, o somos capaces de viajar en cualquier lugar, muestra en realidad una profunda sabiduría en el entendimiento de la naturaleza de nuestra mente. Si durante un sueño, surge la conciencia de que uno está realmente soñando, es posible extender la claridad radiante en el pasado y en el futuro, por lo tanto se ilumina. Por lo general, esta experiencia no puede ser sostenida y al despertarse, se olvida. Es importante, sin embargo, que si somos capaces de controlar nuestros sueños, podemos también ser capaces de controlar nuestra muerte. Descansando en la esencia clara de la mente durante el proceso de la muerte, ofrece la mejor oportunidad para la Iluminación. Las meditaciones budistas apuntan directamente a esto. Ellas producen el poder para permanecer en la esencia de la mente como conciencia desnuda.
El sueño lúcido es aquél en el que el soñador se da cuenta que está soñando mientras el sueño tiene lugar. A partir de ese momento recupera el control del sueño y puede dirigirlo hacia la vivencia de experiencias gratificantes: viajar por remotas regiones, volar, vencer miedos, hacer el amor con quien elija, buscar soluciones creativas a sus problemas, y todo lo que siempre ha deseado realizar y que los límites de esta realidad no permiten. Pero, ¿es posible conservar la voluntad mientras soñamos?, ¿podemos dirigir nuestros sueños y cambiarlos según deseemos?, ¿con qué finalidad? y ¿cuáles son los obstáculos a vencer en el dominio de las imágenes oníricas? Pasamos la tercera parte de nuestra vida durmiendo y cinco años de nuestra vida soñando. La mayoría tenemos poca o ninguna conciencia acerca de esa experiencia vital, que sentimos como ajena a nosotros. Pero en la actualidad, cada vez son más los que se deciden a transformar y reintegrar a sus vidas ese espacio de placer, locura, muerte y sabiduría que por las noches se despliega con variedad inusitada: sueños creativos, sueños terapéuticos, sueños lúcidos, proféticos, espirituales, sexuales, ensueños… Efectivamente, los sueños pueden no sólo ser interpretados (oniromancia), analizados (psicoanálisis) o vivenciados (psicoterapias humanistas), sino también planificados (sueños creativos y terapéuticos) y controlados (sueños lúcidos). Es perfectamente posible y ha sido ampliamente demostrado a lo largo de la historia de la humanidad. Recordemos, entre otros, el Yoga del Sueño del hinduismo y del Budismo tibetano; los templos del sueño egipcios, asirios, griegos y chinos; la tribu malaya de los Senoi,-conocida como el pueblo del sueño; los grandes onironautas lúcidos de Occidente, tales como Hervey de St. Denys, Ouspensky, Celia Creen, Patricia Garfield o Iodorowsky. Hacia finales de la década de los ochenta existían más de veinte laboratorios de estudio del sueño en las universidades de Princeton, Yale, Lyon, Standford y otras, así como varios centros privados. En ellos no sólo se exploran las reacciones físicas y fisiológicas que se producen mientras dormimos o sus distintas fases, sino también las modificaciones que con disciplina y con el propósito de mejorar nuestra calidad de vida podemos operar sobre nuestro mundo onírico.
En relación a la parte física del mecanismo de los sueños, tenemos en nuestro cuerpo un gran eje central de materia nerviosa que termina en el cerebro. Desde éste se extiende una fina red de hilos nerviosos en todas las direcciones. Estos son, según la ciencia moderna, los que por sus vibraciones transmiten hacia el cerebro las impresiones del exterior. El cerebro, una vez recibidas tales impresiones, las traduce en sensaciones o percepciones, de manera que si yo pongo la mano en un objeto que está caliente, no es realmente mi mano, sino mi cerebro, el que está recibiendo información que le comunican las vibraciones, por intermedio de sus hilos telegráficos, que son los haces de nervios. Es importante considerar que todos los hilos nerviosos de nuestro cuerpo tienen la misma constitución, y que el haz especial llamado óptico, es el que transmite al cerebro las impresiones producidas sobre la retina, permitiéndonos la visión. Difiere de los haces nerviosos de la mano o del pié solamente en que, a través de largos períodos de evolución, fue especializado y capacitado para recibir y transmitir más rápidamente una serie de vibraciones, que a nosotros se nos hacen visibles en forma de luz. La misma observación es correcta en lo que se refiere a nuestros órganos sensoriales; los nervios de la audición, del olfato o del paladar, sólo se diferencian unos de otros en virtud de esta especialización. En esencia todos son idénticos y cada cual cumple su tarea exactamente de la misma manera, a través de la transmisión de vibraciones al cerebro. Así, el cerebro, que es el gran centro de nuestro sistema nervioso, es fácilmente influenciado por las vibraciones, por pequeñas que estas sean, de nuestra salud, y muy especialmente por aquellas que impliquen alteración en la circulación de la sangre. Cuando la corriente sanguínea en los vasos de la cabeza es regular y normal, el cerebro y todo el sistema nervioso está preparado para funcionar de forma ordenada y eficiente; pero si acontece cualquier perturbación, sea en la cantidad o velocidad de la misma, se produce inmediatamente el efecto correspondiente en el cerebro, y a través de éste en los nervios, a lo largo del cuerpo.
Si, por ejemplo, hubiera un excesivo aumento del caudal sanguíneo que llega el cerebro, se producirá una congestión de los vasos, ocasionándose una irregularidad en el desempeño de su función; si se produjera una insuficiencia, el cerebro (y en consecuencia todo el sistema nervioso), quedará primeramente excitado y después en estado letárgico. La calidad de la sangre es también de suma importancia. Al circular por el cuerpo, la sangre ejerce dos funciones principales: proveer de oxígeno y nutrir los diferentes órganos del cuerpo. Si fuera incapaz de desempeñar adecuadamente una de estas dos funciones, sobrevendrá un desorden orgánico. Si fuera deficiente la cantidad de oxígeno que llega al cerebro, quedará éste sobrecargado de dióxido de carbono, sobreviniendo luego torpeza y letargo. Ejemplo de esto es la sensación de cansancio y somnolencia que se tiene frecuentemente dentro de una habitación llena de gente y mal ventilada; debido al agotamiento de oxígeno en el recinto, provocado por la respiración continua de tantas personas, el cerebro no recibe la cantidad que necesita, volviéndose por esto incapaz de desarrollar las tareas que le competen. Por otro lado, la velocidad de la sangre en los vasos influye en la actividad cerebral; si fuera excesiva provocará fiebre; si fuera demasiado lenta, tendrá lugar el letargo. Es obvio, por tanto, que nuestro cerebro (a través del cual, y conviene recordarlo, deben pasar todas las impresiones físicas) está fácilmente sujeto a ser perturbado y más o menos retrasado en el desempeño de sus funciones por causas aparentemente triviales – causas a las que es probable que muchas veces no prestemos atención, incluso durante las horas de vigilia – y que ciertamente ignoramos durante el sueño. Antes de continuar, debemos registrar otra peculiaridad de este mecanismo físico: la tendencia a repetir automáticamente las vibraciones a las que está acostumbrado a responder. Es a esta peculiaridad del cerebro a la que se le deben atribuir todos los hábitos y tendencias corporales, que son completamente independientes de la voluntad, y casi siempre difíciles de vencer. Conforme a lo que veremos, el papel que esta peculiaridad representa es aún más importante durante el sueño que en el estado de vigilia.
La concepción pre científica de los antiguos sobre los sueños seguramente se hallaba de completo acuerdo con su concepción del Universo, ya que acostumbraban a proyectar como realidad en el mundo exterior aquello que sólo poseían dentro de la vida anímica. Esta concepción del fenómeno onírico tomaba en cuenta la impresión que la vida despierta evoca del recuerdo del sueño que perdura por la mañana. En este recuerdo aparece el sueño en oposición al contenido psíquico restante, como algo ajeno a nosotros y procedente de un mundo distinto. Según Haffner, haciendo abstracción de los escritores místicos y piadosos, que defienden los últimos reductos de lo sobrenatural hasta que los procesos científicos los eliminen, hallamos todavía quienes intentan apoyar la insolubilidad del enigma de los sueños en su fe religiosa sobre la existencia y la intervención de fuerzas espirituales sobrehumanas. La valoración dada a la vida onírica por algunas escuelas filosóficas, como la del filósofo alemán Friedrich Wilhelm Joseph von Schelling, es un claro eco del origen divino que se reconocía a los sueños en la antigüedad. Tampoco puede considerarse terminada la discusión sobre el poder adivinatorio y revelador del porvenir atribuido a los sueños, pues las tentativas de hallar una explicación psicológica valedera para todo el considerable material reunido no han permitido establecer aún una conclusión definitiva. La dificultad de escribir una historia de nuestro conocimiento científico sobre los problemas oníricos estriba en que no se ha realizado progreso alguno en determinadas direcciones. Hasta hace poco se han visto impulsados casi todos los autores a tratar conjuntamente el estado de reposo y de los sueños, así como a agregar al estudio de estos últimos el de estados y fenómenos análogos, pertenecientes ya a los dominios de la Psicopatología (alucinaciones, visiones, etc.). En cambio, en los trabajos más modernos, aparece una tendencia a seleccionar un tema restringido, y no tomar como objeto sino uno solo de los muchos problemas de la vida onírica, como expresión del convencimiento de que en problemas tan oscuros sólo por medio de una serie de investigaciones de detalle puede llegarse a un esclarecimiento y a un acuerdo definitivos. El interés científico por los problemas oníricos en sí conduce a varias interrogaciones interdependientes.
En relación del sueño con la vida despierta, vemos que el juicio del individuo despierto acepta que el sueño, aunque ya no de origen extraterreno, sí ha raptado al durmiente a otro mundo distinto. El filósofo alemán, Karl Friedrich Burdach, al que debemos una concienzuda y sutil descripción de los problemas oníricos, ha expresado esta convicción en una frase: «…nunca se repite la vida diurna, con sus trabajos y placeres, sus alegrías y dolo-res; por lo contrario tiende el sueño a libertarnos de ella. Aun en aquellos momentos en que toda nuestra alma se halla saturada por un objeto, en que un profundo dolor desgarra nuestra vida interior, o una labor acapara todas nuestras fuerzas espirituales, nos da el sueño algo totalmente ajeno a nuestra situación; no toma para sus combinaciones sino significantes fragmentos de la realidad, o se limita a adquirir el tono de nuestro estado de ánimo y simboliza las circunstancias reales». J. H. Fichte habla en el mismo sentido de sueños de complementos (Ergänzungsträume) y los considera como uno de los secretos beneficiosos de la Naturaleza, auto curativa del espíritu. Análogamente se expresa también L. Strümpell en su estudio sobre la naturaleza y génesis de los sueños, obra que goza justamente de un general renombre: «El sujeto que sueña vuelve la espalda al mundo de la consciencia despierta… En el sueño perdemos por completo la memoria con respecto al ordenado contenido de la consciencia despierta y de su funcionamiento normal…La separación, casi desprovista de recuerdo, que en los sueños se establece entre el alma y el contenido y el curso regulares de la vida despierta…». La inmensa mayoría de los autores concibe, sin embargo, la relación de sueños con la vida despierta en una forma totalmente opuesta. Así, Haffner dice: «Al principio continúa el sueño de la vida despierta. Nuestros sueños se agregan siempre a las representaciones que poco antes han residido en la consciencia, y una cuidadosa observación encontrará casi siempre el hilo que los enlaza a los sucesos del día anterior».
Wilhelm Weygandt contradice directamente la afirmación de Burdach antes citada, pues observa que «la mayoría de los sueños nos conducen de nuevo a la vida ordinaria en vez de libertarnos de ella». Jessen, en su Psicología (1885), manifiesta: «En mayor o menor grado, el contenido de los sueños queda siempre determinado por la personalidad individual, por la edad, el sexo, la posición, el grado de cultura y el género de vida habitual del sujeto, y por los sucesos y enseñanzas de su pasado individual». El filósofo J.G. E. Maas (Sobre las pasiones, 1805) es quien adopta con respecto a esta cuestión una actitud más inequívoca: «La experiencia confirma nuestra afirmación de que el contenido más frecuente de nuestros sueños se halla constituido por aquellos objetos sobre los que recaen nuestras más ardientes pasiones. Esto nos demuestra que nuestras pasiones tienen que poseer una influencia sobre la génesis de nuestros sueños. El ambicioso sueña con los laureles alcanzados (quizá tan sólo en su imaginación) o por alcanzar, y el enamorado con el objeto de sus tiernas esperanzas… Todas las ansias o repulsas sexuales que dormitan en nuestro corazón pueden motivar, cuando son estimuladas por una razón cualquiera, la génesis de un sueño compuesto por las representaciones a ellas asociadas, o la intercalación de dichas representaciones en un sueño ya formado…». Idénticamente opinaban los antiguos sobre la relación de dependencia existente entre el contenido del sueño y la vida. Paul Radestock nos cita el siguiente hecho: «Cuando Jerjes, antes de su campaña contra Grecia , se veía disuadido de sus propósitos bélicos por sus consejeros y, en cambio, impulsado a realizarlos por continuos sueños alentadores, Artabanos, el racional onirocrítico persa, le advirtió ya acertadamente que las visiones de los sueños contenían casi siempre lo que el sujeto pensaba en la vida». La manifiesta contradicción en que se hallan estas opiniones sobre la relación de la vida despierta parece realmente inconciliable. Será, pues, oportuno recordar aquí las teorías de F. W. Hildebrandt (1875), según el cual las peculiaridades del sueño no pueden ser descritas sino por medio de «una serie de antítesis que llegan aparentemente hasta la contradicción…. La primera de estas antítesis queda constituida por la separación rigurosísima y la indiscutible íntima dependencia que simultáneamente observamos entre los sueños y la vida despierta. El sueño es algo totalmente ajeno a la realidad vivida en estado de vigilancia. Podríamos decir que constituye una existencia aparte, herméticamente encerrada en sí misma y separada de la vida real por un infranqueable abismo. Nos aparta de la realidad; extingue en nosotros el normal recuerdo de la misma, y nos sitúa en un mundo distinto y una historia vital por completo diferente exenta en el fondo de todo punto de contacto con lo real…».
A continuación expone Hildebrandt cómo, al dormirnos, desaparece todo nuestro ser con todas sus formas de existencia. Entonces hacemos, por ejemplo, en sueños, un viaje a Santa Elena, para ofrecer al cautivo emperador Napoleón una excelente marca de vinos del Mosela. Somos recibidos amabilísimamente por el desterrado, y casi sentimos que el despertar venga a interrumpir aquellas interesantes ilusiones. Una vez despiertos comparamos la situación onírica con la realidad. No hemos sido nunca comerciantes en vinos, ni siquiera hemos pensado en dedicarnos a tal actividad. Tampoco hemos realizado jamás una travesía, y si hubiéramos de emprenderla no elegiríamos seguramente Santa Elena como fin de la misma. Napoleón no nos inspira simpatía alguna, sino al contrario. Por último, cuando Bonaparte murió en el destierro no habíamos nacido aún, y, por tanto, no existe posibilidad alguna de suponer una relación personal. De este modo, nuestras aventuras oníricas se nos muestran como algo ajeno a nosotros, intercalado entre dos fragmentos homogéneos y subsiguientes de nuestra vida. «Y, sin embargo –prosigue Hildebrandt-, lo aparentemente contrario es igualmente cierto y verdadero. Quiero decir que simultáneamente a esta separación existe una íntima relación. Podemos incluso afirmar que, por extraño que sea lo que el sueño nos ofrezca, ha tomado él mismo sus materiales de la realidad y de la vida espiritual que en torno a esta realidad se desarrolla… Por singulares que sean sus formaciones no puede hacerse independiente del mundo real, y todas sus creaciones, tanto las más sublimes como las más ridículas, tienen siempre que tomar su tema fundamental de aquello que en el mundo sensorial ha aparecido ante nuestros ojos o ha encontrado en una forma cualquiera un lugar de nuestro pensamiento despierto; esto es, de aquello que ya hemos vivido antes exterior o interiormente».
Que todo el material que compone el contenido del sueño procede de lo vivido y es recordado en el sueño, es cosa generalmente reconocida y aceptada. Sin embargo, sería un error suponer que basta una mera comparación del sueño con la vida despierta para evidenciar la relación existente entre ambos. Por lo contrario, sólo después de una atenta observación logramos descubrirla; y en toda una serie de casos consigue permanecer oculta durante mucho tiempo. Motivo de ello es el gran número de peculiaridades en que, la capacidad de recordar, se refleja en el sueño; y que, aunque generalmente observadas, han escapado hasta ahora a todo esclarecimiento. Observamos, ante todo, que en el contenido del sueño aparece un material que después, en la vida despierta, no reconoce como perteneciente a nuestros conocimientos o a nuestra experiencia. Recordamos, desde luego, que hemos soñado aquello, pero no recordamos haberlo vivido jamás. Así, pues, no nos explicamos de qué fuente ha tomado el sueño sus componentes y nos inclinamos a atribuirle una independiente capacidad productiva, hasta que con frecuencia, al cabo de largo tiempo, vuelve un nuevo suceso a atraer a la consciencia el perdido recuerdo de un suceso anterior, y nos descubre con ello la fuente del sueño. Entonces tenemos que confesarnos que hemos sabido y recordado en él algo que durante la vida despierta había sido robado a nuestra facultad de recordar. Franz Joseph Delboeuf relata un interesantísimo ejemplo de este género, constituido por uno de sus propios sueños. En él vio el patio de su casa cubierto de nieve, y bajo ésta halló enterradas y medio heladas dos lagartijas. Queriendo salvarles la vida, las recogió, las calentó y las cobijó después en una rendija de la pared, donde tenían su madriguera, introduciendo además en esta última algunas hojas de cierto helecho que crecía sobre el muro y que él sabía ser muy del gusto de los lacértidos. En su sueño conocía incluso el nombre de dicha planta: asplenium ruta muralis. Llegado a este punto, tomó el sueño un camino diferente, pero después de una corta digresión tornó a las lagartijas y mostró a Delboeuf dos nuevos animalitos de este género que habían acudido a los restos del helecho por él cortado. Luego, mirando en torno suyo, descubrió otro par de lagartijas que se encaminaban hacia la hendidura de la pared, y, por último, quedó cubierta la calle entera por una procesión de lagartijas, que avanzaban todas en la misma dirección.
El pensamiento despierto de Delboeuf no conocía sino muy pocos nombres latinos de plantas y entre ellos se hallaba el de asplenium. Más, con gran asombro, comprobó que existía un helecho así llamado -el asplenium ruta muraria– nombre que el sueño había deformado algo. No siendo posible pensar en la coincidencia casual , resultaba para Delboeuf un misterio el origen del conocimiento que el nombre asplenium había poseído en su sueño. Sucedía esto en 1862. Dieciséis años después, halló Delboeuf, en casa de un amigo suyo, un pequeño álbum con flores secas, semejantes a aquellos que en algunas regiones de Suiza se venden como recuerdo a los extranjeros. Al verlo sintió surgir en su memoria un lejano recuerdo; abrió el herbario y halló en él el asplenium de su sueño, reconociendo, además, su propia letra, manuscrita en el nombre latino escrito al pie de la página. En efecto, una hermana del amigo en cuya casa se hallaba había visitado a Delboeuf en el curso de su viaje de bodas, dos años antes del sueño de las lagartijas, o sea, en 1860, y le había mostrado aquel álbum, que pensaba regalar, como recuerdo, a su hermano. Amablemente, se prestó entonces Delboeuf a consignar en el herbario el nombre correspondiente a cada planta, pequeño trabajo que llevó a cabo bajo la dirección de un botánico que le fue dictando dichos nombres. Otra de las felices casualidades, que tanto interés dan a este ejemplo, permitió a Delboeuf referir un nuevo fragmento de su sueño a su correspondiente origen olvidado. En 1877 cayó un día en sus manos una antigua colección de una revista ilustrada, y al hojearla tropezó con un dibujo que representaba aquella procesión de lagartijas que había visto en su sueño del año 1862. El número de la revista era de 1861, y Delboeuf pudo recordar que en esta fecha se hallaba suscrito a ella. Esta libre disposición del sueño sobre recuerdos inaccesibles a la vida despierta constituye un hecho tan singular y de tan gran importancia teórica, que hay que atraer la atención sobre la comunicación de otros sueños «hipermnésticos». Alfred Maury relata que durante algún tiempo se le venía a las mente, varias veces al día, la palabra Mussidan, de la que no sabía sino que era el nombre de una ciudad francesa. Pero una noche soñó hallarse dialogando con cierta persona que le dijo acababa de llegar de Mussidan, y habiéndole preguntado dónde se hallaba tal ciudad, recibió la respuesta de que Mussidan era una capital de distrito del departamento de la Dordoña. Al despertar no dio Maury crédito alguno a la información recibida obtenida en su sueño, pero el Diccionario geográfico le demostró la total exactitud de la misma. En este caso se comprobó el mayor conocimiento del sueño, pero no fue encontrada la olvidada fuente de dicho conocimiento.
Alfred Maury ha sido el hombre que renovó, en el siglo XIX, la psicología del sueño, en una perspectiva que anunciaba al mismo tiempo a los psicoanalistas y a los surrealistas; su obra El dormir y los sueños (1861), considerada casi inmediatamente como un clásico, tuvo cuatro ediciones sucesivas, y ha sido algunas veces objeto de saqueo o de imitación. Cuando en 1911 Nicolas Vaschide, encargado del laboratorio de los Altos Estudios, intentó hacer conocer a Freud en Francia, no encontró para él un elogio más hermoso que éste: «El Dr. Freud, de Viena, cuya obra se parece mucho a la de Alfred Maury, por el análisis delicioso de sus sueños y la documentación tan delicadamente registrada de su material, que hace de su volumen sobre los sueños una continuación de la sólida obra del erudito francés». De esta forma, de buena fe, se creía que Freud se contentaba con recorrer el camino trazado por Alfred Maury; él mismo había favorecido este desprecio al referirse extensamente sobre su predecesor. Más tarde, a su vez, André Breton debía descubrir a Maury y convertirse en su deudor en un cierto número de ideas, aunque irritándose por el vocabulario del autor, que reconoce que considera con reservas, cuando éste nos refiere sus sueños, su «amor propio individual» y su «dignidad de criatura de Dios». Aunque por otra parte, Maury combatía el idealismo y se declaraba apartado de las creencias religiosas, el poeta revolucionario no le perdona que se considerase una «criatura de Dios», y, con indignación, expresa en Los vasos comunicantes : «Este último observador y experimentador, uno de los más finos que se hayan presentado durante el curso del siglo XIX, continúa siendo una de las víctimas más típicas de esta pusilanimidad y de esta falta de rigor que Lenin ha denunciado en los mejores naturalistas en general y en Haeckel en particular». Este acceso de mal humor no debe ocultarnos que Maury es el punto de partida, antes que Freud, de la concepción surrealista del sueño; voy a establecer también aquí esta filiación, en la que nadie todavía ha reparado, y que sin embargo explica las declaraciones realizadas por el maestro del surrealismo.
El interés de Maury proviene de que, no siendo ni médico ni filósofo, se considera el iniciador de un método que a cualquiera permitiría, siguiendo su ejemplo, una exploración permanente del mundo onírico. Hay poco que decir sobre el personaje en sí. Se trataba de un erudito el cual, según él mismo había confesado, se sentía dotado por un espíritu de curiosidad e investigación más que por un espíritu inventivo. Inseguro de su vocación, comenzó estudiando derecho y medicina, para luego continuar tomando clases de chino y de arqueología, interesándose por la historia, la geografía y las ciencias naturales. En un comienzo trabajó como empleado de la Biblioteca Real y luego fue secretario del conde de Clarac, conservador del Museo del Louvre, quien lo hizo elegir en 1844 como sub-bibliotecario en el Instituto de Francia. Ocupando este nuevo cargo, dirigió el Boletín de la Sociedad de Geografía de París . En 1860 fue distinguido por Napoleón III, quien lo nombró bibliotecario de las Tuileries, lo llamó a que colaborase en su Historia de Julio César , y le confió en 1868 la dirección general de los Archivos del Imperio. Miembro de la Academia de Incripciones y Letras, ocupó durante veintinueve años la cátedra de Historia y Moral en el Colegio de Francia, donde sus lecciones abordaron las más diversas materias. Su preocupación por la verdad era tan grande, que aprendió el ruso para tratar un tema de cátedra sobre las migraciones que habrían tenido lugar en el norte del Mar Negro entre los siglos V y X. Hace un cotejo de cartas de mar medievales para determinar la ruta utilizada hacia China por los árabes en el siglo IX, rectificando en esta cuestión los errores del orientalista Reinaud, quien había establecido sobre las costas de Coromandel y Bengala, lo que correspondía a localidades que se encontraban en Malasia. Sus libros principales, Las hadas en la Edad Media , Historia de las religiones en la Grecia antigua , La Magia y la Astrología , Los bosques de la Galia y de Francia antigua , son todos valiosos por su precisión del detalle y los alcances de su información.
Resulta entonces bastante sorprendente descubrir a este grave académico relatando sus sueños con candor y naturalidad, inclusive aquellos que traicionan sus debilidades, tratando de indagar en sus misterios. El motivo de su preocupación por tales problemas provenía de su constitución. Confesaba, efectivamente: «Pocas personas sueñan con tanta facilidad, tan frecuentemente como yo lo hago; es muy raro que el recuerdo de lo que he soñado se me escape, y la memoria de mis sueños muchas veces subsiste tan fresca durante varios meses, podría decirse tan cautivante, como en el momento del dormir». Publicó tres artículos sobre el sueño en los Anales médico-psicológicos del sistema nervioso , antes de consagrarles el libro en el que se basa su reputación. Maury comienza por exponer su «método introspectivo directo», precisando que no es provechoso a menos de ceñirse a una experimentación de todos los días: “Me estudio a mí mismo tanto en la cama como en el sillón, en el momento en que el sueño se apodera de mí; registro en qué disposiciones exactas me encontraba antes de dormirme y solicito, a la persona que me acompaña, que me despierte en un momento más o menos alejado de aquel en que me había adormecido. Al despertarme sobresaltado, la memoria de mi sueño todavía se halla presente en mi espíritu, con la frescura misma de la impresión. Me resulta fácil entonces cotejar los detalles de este sueño con las circunstancias en las que me encontraba al momento de adormecerme. Consigno en un cuaderno estas observaciones, igual que lo hace un médico en su diario para los casos que investiga. Y al realizar el repertorio que me he trazado por este medio, he descubierto, en sueños que se habían producido en distintas épocas de mi vida, coincidencias y analogías cuya similitud de circunstancias, por así decir, los habían provocado, habiéndome aportado muchas veces la clave“.
Maury no ha sido el primero en establecer el repertorio de sus sueños, pero, con toda seguridad, fue quien inauguró la «observación de a dos», verificando por medio de su madre, su mujer o uno de sus hermanos, actitudes que había tenido mientras dormía, palabras que había pronunciado, encargándoles que lo despertasen en medio de sus sueños para registrarlos inmediatamente. Sus capítulos preliminares sobre el estado fisiológico del durmiente y sobre el modo como funciona la inteligencia durante el sueño, resumen las ideas generales de la ciencia de su época. Cuando se duerme, afirma, la acción del encéfalo disminuye o se suspende, y ninguno de nuestros órganos, por así decir, se adormece separadamente. No se sale del sueño sino por un proceso inverso: «A veces un órgano que es despertado despierta a otro que a su vez actúa de la misma manera, y el durmiente retorna así gradualmente al estado de vigilia». Por lo demás, el adormecimiento no afecta con la misma intensidad a todas las partes del sistema cerebro-espinal. Se produce una ruptura del equilibrio nervioso, que provoca «una serie de degradaciones en la facultad pensante y razonadora» cuya demostración resulta en los sueños. Maury se opone a la teoría de Théodore Jouffroy, que afirma que el alma vela cuando el cuerpo duerme. El alma allí no tiene nada que hacer, protesta, y se encuentran en el espíritu del durmiente, no una conciencia intacta, sino «rasgos propios de la idiotez, de la demencia senil, de la manía aguda». El sueño es un «delirio pasajero», al que periódicamente uno se ve sometido; si se lo quiere comprender, es necesario compararlo con los diferentes delirios patológicos, de los que constituye su forma elemental. El aporte más original de Maury se encuentra en su capítulo sobre las alucinaciones hipnagógicas. Tales fenómenos habían sido señalados por los fisiólogos alemanes –Gruithuisen denominaba a estas imágenes confusas predecesoras del sueño como el caos del sueño – y por el alienista Baillarger, pero Maury fue el primero en revelar toda su importancia y quien, desde 1848, les ha dado el calificativo de hipnagógicas ( mpuox , sueño , agwgex, que dirige, el conductor ), que no ha dejado de utilizar. Ha sido el único en demostrar la relación entre la alucinación hipnagógica y el sueño, ilustrándola a partir de su propia experiencia. Se trata de alucinaciones que nacen exclusivamente bajo un estado de somnolencia: «Estas imágenes, estas sensaciones fantásticas, se producen en el momento en que el sueño nos doblega, o cuando no nos hallamos sino imperfectamente despiertos».
Por cuanto varias personas de su entorno jamás las habían experimentado, Maury estima que estas alucinaciones son propias de unos sujetos fácilmente excitables, o bien predispuestos a la pericarditis o a las afecciones cerebrales: “Mis alucinaciones son más numerosas, y sobre todo más vivas cuando me aqueja, lo cual en mí es habitual, una disposición a la congestión cerebral. Cuando padezco esta cefalalgia, cuando experimento dolores nerviosos en los ojos, los oídos, la naríz, cuando tengo dolores de cabeza, me asaltan las alucinaciones no bien cierro los párpados. Esto me explica por qué siempre he sido sujeto de estas alucinaciones cuando viajo en diligencia, después de haber transcurrido toda la noche sin dormir, con un sueño imperfecto, padeciendo constantemente dolores de cabeza“. Las visiones hipnagógicas no se forman sino cuando se mantienen los ojos cerrados. «Pero una vez aparecidas, pueden continuar un instante, inmediatamente después que los ojos se han abierto. Entonces, la imagen brilla un tiempo muy corto ante la vista que se restablece; desaparece, para no volver ya más, salvo que nuevamente se entornen los párpados». El carácter dominante de estas alucinaciones es su rapidez, sobre todo, cuando han sido producidas por la fatiga intelectual: «Unos años atrás, habiéndome llevado dos días consecutivos traducir un largo pasaje en griego bastante dificultoso, observé, apenas al acostarme, imágenes tan múltiples, sucediéndose con tanta prontitud, que, presa de un verdadero escalofrío, me incorporé para disiparlas». Atribuye estas alucinaciones a los cambios sufridos en la atención, y ofrece como prueba este ejemplo: “Leía en voz alta el Viaje por la Rusia meridional , de Hommaire de Hell. Habiendo terminado apenas una línea, cerré instintivamente los ojos. En uno de esos cortos instantes de somnolencia ví hipnagógicamente, pero con la velocidad de un relámpago, la imagen de un hombre ataviado con una ropa marrón y un sombrero capuchino como los de un monje de los cuadros de Zurbarán. Esta imagen me hizo recordar de inmediato que había cerrado los ojos y dejado de leer; volví a abrir los párpados súbitamente y retomé el curso de mi lectura. La interrupción fue de tan corta duración, que la persona a la que le leía ni se dio cuenta. Estas alucinaciones visuales resultan muy variadas: a su espíritu se imponen paisajes, «figuras bizarras, gesticulantes, con peinados insólitos», un hermafrodita, un león, «una especie de murciélago con alas verdosas y cabeza roja», un fresco de Miguel Angel, formas geométricas; percibe asimismo imágenes menos extrañas, como un ramito de hortensias, un fajo de asignados de la Primera República, «una fuente y una amasadera que sostenía una mano armada con un tenedor»“.
Durante un cierto tiempo, se siente obsesionado por una inmensa nariz, y él la ve, de pronto aislada, de pronto, en el rostro de un personaje conocido. Otras veces, se siente invadido por seres liliputienses: “En 1843, en una diligencia que iba hacia Suiza, por la ruta de Mulhouse, experimenté una de mis alucinaciones múltiples más significativas. Sintiéndome fatigado por las dos noches consecutivas que había transcurrido arriba del carruaje, hacia las once de la mañana comencé a entrar en un desvarío, señal de la invasión próxima del sueño. Cerré maquinalmente los ojos. Aún escuchaba alternativamente el galope de los caballos y el coloquio de los postillones, cuando se me presentó una multitud de pequeños personajes rojizos y brillantes, que ejecutaban mil movimientos y parecían sostener conversaciones. Esta visión duró un buen cuarto de hora. Se volvió a producir con algunos intervalos y no desapareció completamente sino hasta mi llegada a Belfort. Entonces me levanté; me sentía muy acalorado, la sangre me subía violentamente a la cabeza”. Maury analiza las causas de estas alucinaciones, y siempre les encuentra un punto de apoyo en la realidad. Tal mujer que se le aparece semidesnuda en el momento en que está por dormirse, es una dama cuya belleza ha admirado en la víspera; tal visión de la superficie del agua en la que se reflejan los rayos solares, es el recuerdo de un paseo en barco por el Sena. Un atardecer en que sentía irritación en la retina, leyó un texto impreso en caracteres microscópicos, letra por letra, con un esfuerzo penoso. Además de estas alucinaciones visuales, Maury frecuentemente experimentaba alucinaciones auditivas. Escuchaba voces que lo llamaban por su nombre o que pronunciaban frases en lenguas extranjeras; de la misma manera, exclamaciones, improvisaciones en un piano, una melodía de cornamusa, o todo un discurso compuesto por él mismo en una sala ruidosa. Se producían amalgamas verbales, como las expresiones su su ti tir , que una tarde escuchaba murmuradas en su oído interno; estas expresiones le parecían sugeridas por los nombres Suzusim y Tyr, que había leído previamente en una geografía de Palestina. Maury no experimentó alucinaciones olfativas, las que indican por otra parte, según él, un comienzo de alienación mental. A veces tuvo alucinaciones gustativas: en junio de 1848, para la época en que había sido encargado defender Luxemburgo por las guardias nacionales, ciertas tardes sintió un gusto a salchichón en la boca; durante una estancia en Barcelona, lo asaltó un sabor a aceite rancio.
Finalmente, le ocurrió llegar a tener alucinaciones del tacto, aunque reconocía que ellas son raras en la duermevela: “Un día me encontraba en un mal albergue en el norte de Escocia; me sentía agobiado por la fatiga; había realizado una larga caminata por las Highlands y esta fatiga me había producido una especie de calambre, acompañado de un prurito general en la piel. Agotado, me quedé dormido sobre la silla, esperando que la criada hiciera mi lecho. No cesaron de asaltarme las alucinaciones hipnagógicas y, en estas visiones, me imaginaba sentir, alternativamente, las mordeduras de una rata y las picaduras de una abeja. En otra oportunidad, al tener la piel sensibilizada por un baño de agua fría, luego del cual me había acostado, sentí una mano de mujer que pasaba por mi espalda, debiendo precisar que esta alucinación aparecía acompañada por visiones de encantadoras figuras femeninas“. Todo este material de fantasmas se encuentra amplificado en sus sueños, lo que le permite sostener: «La alucinación hipnagógica representa la embriogenia del sueño». Maury demuestra ampliamente la analogía entre sueño y locura, tesis que es la de Cabanis, pero a la que aporta la mayor credibilidad. Es un partidario convencido del automatismo, comparando al hombre con un «reloj intelectual», al que la voluntad da cuerda de tiempo en tiempo, teniendo el hábito como péndulo. Este autómata continúa marchando cuando la voluntad está ausente, como sucede en el sueño, bajo el efecto del resorte del instinto, que se afloja: “La mejor prueba de que en el sueño el automatismo es completo y que los actos que realizamos operan por efecto del hábito que le imprimimos en la vigilia, es que cometemos, durante el sueño, actos reprobables, crímenes inclusive, de los que no nos reconoceríamos culpables en la vida real. Son nuestras inclinaciones las que se expresan y nos hacen actuar, sin que la conciencia nos frene aunque, a veces, ella nos advierta. Yo tengo mis imperfecciones y mis inclinaciones viciosas; en estado de vigilia, trato de luchar contra ellas, y me sucede bastante a menudo de no sucumbir. Pero en mis sueños siempre sucumbo, o para decirlo mejor, actúo de acuerdo con sus impulsos, sin temor y sin remordimientos. Me dejo llevar por los más violentos accesos de cólera, por los deseos más desenfrenados, y cuando despierto, casi siento vergüenza de mis crímenes imaginarios. Evidentemente las visiones que se desarrollan en mi pensamiento y que constituyen el sueño, me son sugeridas por las incitaciones que experimento y que mi voluntad ausente no trata de reprimir“.
En un pasaje tal han reparado Freud y Breton, el primero viendo un esbozo de su teoría del rechazo, el segundo la confirmación de su idea de que el sueño representaba el automatismo total. Al aplicarse a «levantar el velo que cubre la misteriosa producción del sueño», Maury distingue entre la parte del inconsciente (que denomina una «conciencia insciente de ella misma»), la de los recuerdos lejanos y olvidados, de aquella correspondiente a los estímulos internos y externos. Ha sido uno de los primeros en revelar que el imaginario onírico puede depender de un encadenamiento de asociaciones verbales: “Pensaba en la palabra kilómetro , y tanto pensé, que imaginaba en el sueño recorrer un camino por donde podía leerse en los mojones que marcan las distancias estimadas. De pronto me encontré sobre una de esas grandes balanzas que utilizan los tenderos, en uno de cuyos platillos un hombre acumulaba kilos , con la intención de conocer mi peso; después, no sé muy bien de qué modo, este tendero me dijo que no nos hallábamos en París, sino en la isla Gilolo , en la cual confieso haber pensado muy poco a lo largo de mi vida; entonces mi espíritu se concentró en otra sílaba de ese nombre, y de algún modo como si cambiase de pie, abandoné la primera y me deslicé hacia la segunda; tuve varios sueños sucesivos en los que veía la flor llamada lobelia , al general López , cuyo deplorable fin en Cuba acababa de leer; finalmente me desperté participando de una partida de loto . Me sucedieron, es verdad, algunas circunstancias intermedias cuyo recuerdo no tengo demasiado presente, y que también, verosímilmente, llevaban unas asonancias semejantes“.
La teoría más célebre de Maury es la de la aceleración del pensamiento en el sueño; afirmaba, citando en apoyo su «sueño de la guillotina», que una pesadilla que parecía muy larga no duraba sino algunos segundos: “Me sentía un poco indispuesto y me encontraba acostado en mi habitación, con mi madre en la cabecera. Soñé con la época del Terror; asistí a escenas de masacre, comparecí ante el tribunal revolucionario, vi a Robespierre, a Marat, a Fouquier-Tinville, a las figuras más ruines de esa época terrible; discutí con ellas; finalmente, al cabo de unos acontecimientos que no recuerdo sino imperfectamente, fui juzgado, condenado a muerte, conducido en carromato, en medio de una inmensa concurrencia, hasta la plaza de la Revolución; ascendí al cadalso; el verdugo me amarró sobre la plancha fatal, la hizo caer, la cuchilla cayó; sentí mi cabeza separarse de mi tronco, me desperté presa de la más viva angustia, y sentí sobre el cuello el remate de mi cama que se había desprendido súbitamente, y había caído sobre mis vértebras cervicales a la manera de la hoja de una guillotina. Esto había tenido lugar en un instante, tal como mi madre me confirmó, y sin embargo, había sido esa sensación externa la que yo había tomado como punto de partida de un sueño donde tantos hechos habían sucedido. En el momento en que había sido alcanzado, el recuerdo de la temible máquina, cuyo efecto representaba tan bien el remate de mi cama, había despertado todas las imágenes de una época cuyo símbolo había sido la guillotina“. El «sueño de la guillotina» ha sido comentado por casi todos los especialistas del sueño. Victor Egger pretendía que Maury había soñado estos acontecimientos después de una caída de un remate de su cama, y que el autor y la testigo habrían hecho una falsa apreciación de este incidente. Freud dice que se trataba de un caso de elaboración secundaria, en que el shock habría resucitado una ensoñación de la adolescencia, íntegramente conservada en el inconsciente del soñador. Breton conjeturó que Maury habría sido traicionado por su memoria, o que habría desconocido «un pequeño número de fenómenos advertidores que podían haberse producido durante el sueño o durante la vigilia». También se puede pensar que Maury habría constatado inconscientemente, antes de acostarse, el estado del remate de la cama, y que la aprehensión frente a la posible caída sobre su cabeza hubiese influenciado el sueño, interpretando por adelantado un hecho que tuvo lugar realmente.
Luego de haber definido y situado el sueño propiamente dicho de esta manera, Maury pasó al examen de todo lo que le es adyacente. Del sonambulismo natural, el cual distingue con gran sutileza de la somniatio, al estado de desvarío y de torpeza cuyas acciones son maquinales. Lo que él expresa sobre las alucinaciones mórbidas, el sonambulismo artificial, el hipnotismo, el éxtasis, sobre el efecto de los narcóticos, los anestésicos y los alcoholes sobre la inteligencia, puede volver a encontrarse en otros manuales. Por el contrario, él es único cuando compara, en el dormir y en los sueños, ciertas imperfecciones de las facultades intelectuales, o prueba que hay entre todos los delirios un estrecho parentesco. Se puede encontrar esa opinión que va mucho más allá de todo lo que se decía anteriormente, y que ha sido cuidadosamente sopesada por sus sucesores: «El delirio del soñador, el del maníaco, del febricitante representan, el primero para el estado sano, el segundo para el estado patológico crónico, el tercero para el estado patológico agudo, esa turbación intelectual en la que la asociación de las ideas deviene puramente espontánea, automática, y donde las alucinaciones sensoriales ya no se distinguen de las impresiones reales de los sentidos». Schopenhauer es mucho menos original que Maury cuando, en una obra aparecida para la misma época, Parerga und Paralipomena (1862), atribuye a un órgano del sueño [Traumorgan] las modificaciones aportadas por el sueño a la conciencia de vigilia. Finalmente, Maury practica una serie de observaciones «destinadas a estudiar dentro de qué límites intervienen, en el sueño, las impresiones reales de los sentidos». Solicita a los miembros de su entorno que realicen diversas experiencias sobre él mientras duerme, y lo despierten inmediatamente a continuación para registrar lo que ha soñado. Mientras duerme, se le hacen cosquillas con una pluma en los labios y en la punta de la nariz; se le hace sentir un fósforo encendido; se hace vibrar en su oreja una pinza de depilar sobre la que se frotan tijeras; se le acerca un hierro caliente; se le vierte una gota de agua en la frente; se hace pasar varias veces ante sus ojos una luz recubierta de papel rojo, etc. Cada experiencia es seguida de un sueño que transpone, muchas veces de manera curiosa, la sensación provocada. Esta parte del libro de Maury ha sido muy influyente. A ejemplo suyo, muchos eruditos han querido producir sueños experimentales. Taine dormía con una venda sobre los ojos para estudiar el efecto onírico de esta molestia; Mourly Vold, profesor de filosofía en la Universidad de Christiania, realizó complicados ensayos en grupos de diez a cuarenta personas, para analizar las «representaciones visuales en el sueño»; Vaschide se inspiró en Maury para sus ensayos sobre la «atención durante el sueño» y la «proyección del sueño en el estado de vigilia».
Maury agregó como apéndice un gran número de fragmentos sobre los «movimientos inscientes», la sugestión, la pérdida de la memoria, la participación de las diferentes partes del organismo para la producción del pensamiento, etc. En la última edición de su libro, refutó a Hervey de Saint-Denys, quien había publicado entre tanto Los sueños y los modos de dirigirlos , donde afirmaba que la libertad y el libre albedrío se ejercían íntegramente en el sueño. Maury respondió: «El soñador no es más libre que el alienado o el hombre ebrio». Uno de sus textos adicionales, que trata sobre la libertad en el sueño, vuelve a esta noción de que el sueño es una creación automática, conducida por sensaciones externas o internas: «El hombre cree pertenecerse, y solamente marcha rodeado de las fuerzas e influencias a las que se acomoda, sin darse cuenta de ello. Sólo recuerda cuándo cree imaginar; se somete cuando cree imponerse; siente cuando cree pensar». Breton dirá más brevemente: «Nunca se terminará con la sensación» Breton debe a Maury más de lo que jamás estaría dispuesto a reconocer; la personalidad pasablemente reaccionaria del autor no podía sino desagradarle y es lo que le impide contabilizarlo para el surrealismo. Pero la exactitud de sus enfoques y la franqueza de su autoanálisis le conmovían. Toda la parte sobre las alucinaciones hipnagógicas se corresponde exactamente con las preocupaciones del poeta, quien conoció impresiones análogas y las relató con la misma objetividad. La teoría del automatismo, los ejemplos tomados tanto en el éxtasis como en la somniatio , la introspección meticulosa y sin complacencias, la idea de que el sueño es un delirio atenuado, cuyo estudio permite comprender los diversos síntomas psicopatológicos, hacían de Maury un precursor. Fue igualmente en su libro donde Breton vio mencionar el nombre de Hervey de Saint-Denys, otro personaje importante.
El Dr. Friedrich Jessen relata un análogo suceso onírico de la época más antigua: «A estos sueños pertenece, entre otros, el de Escalígero el Viejo, al que, cuando se hallaba terminando un poema dedicado a los hombres célebres de Verona, se le apareció en sueños un individuo que dijo llamarse Brugnolo y se lamentó de haber sido olvidado en la composición. Aunque Escalígero no recordaba haber oído jamás hablar de él, incluyó unos versos en su honor, y tiempo después averiguó en Verona, por un hijo suyo, que el tal Brugnolo había gozado largos años atrás en dicha ciudad un cierto renombre como crítico». Un sueño hipermnéstico, que se distingue por la peculiaridad de que otro sueño posterior trajo consigo la admisión del recuerdo no reconocido al principio, nos es relatado por el marqués D’Hervey de St. Denis: «Soñé una vez con una joven de cabellos dorados a la que veía conversando con mi hermana mientras le enseñaba un bordado. En el sueño me parecía conocerla y creía incluso haberla visto repetidas veces. Al despertar siguió apareciéndoseme con toda precisión aquel bello rostro, pero me fue imposible reconocerlo. Luego, al volver a conciliar el reposo, se repitió la misma imagen onírica. En este nuevo sueño hablé ya con la rubia señora y le pregunté si había tenido el placer de verla anteriormente en algún lado. «Ciertamente -me respondió-; acuérdese de la playa de Pornic. Inmediatamente desperté y recordé con toda claridad las circunstancias reales relacionadas con aquella amable imagen onírica». El mismo autor nos relata lo siguiente: «Un músico conocido suyo oyó una vez en sueños una melodía que le pareció completamente nueva. Varios años después la encontró en una vieja colección de piezas musicales, pero no pudo recordar haber tenido nunca dicha colección entre sus manos».
Myers ha publicado una amplia serie de tales sueños hipermnésticos. Todo aquel que haya dedicado alguna atención a estas materias tiene que reconocer como un fenómeno muy corriente que el sueño testimonie poseer conocimientos y recuerdos de los que el sujeto no tiene la menor sospecha en su vida despierta. En los trabajos psicoanalíticos realizados con sujetos nerviosos, a Leadbeater se le presenta varias veces la ocasión de demostrar a los pacientes, apoyándose en sus sueños, que conocen citas, palabras obscenas, etc., y que se sirven de ellas en su vida onírica, aunque luego, en estado de vigilia, las hayan olvidado. A continuación citamos un caso de hipermnesia onírica, en el que fue posible hallar, con gran facilidad, la fuente de que procedía el conocimiento accesible únicamente al sueño: “Un paciente soñó, entre otras muchas cosas, que penetraba en un café y pedía un kontuszowka. Al relatarme su sueño me preguntó qué podía ser aquello, respondiéndole yo que kontuszowka era el nombre de un aguardiente polaco y que era imposible lo hubiese inventado en su sueño, pues yo lo conocía por haberlo leído en los carteles en que profusamente era anunciado. El paciente no quiso, en un principio, dar crédito a mi explicación, pero algunos días más tarde, después de haber comprobado realmente en un café la existencia del licor de su sueño, vio el nombre soñado en un anuncio fijado en una calle por la que hacía varios meses había tenido que pasar por lo menos dos veces al día“. Leadbeater nos explica que en sus propios sueños ha podido comprobar lo mucho que el descubrimiento de la procedencia de elementos oníricos aislados depende de la casualidad. El autor añade: “Me persiguió durante varios años la imagen de una torre de iglesia, de muy sencilla arquitectura, que no podía recordar haber visto nunca y que después reconocí bruscamente en una pequeña localidad situada entre Salzburgo y Reichenhall. Sucedió esto entre 1895 y 1900, y mi primer viaje por aquella línea databa de 1886. Años más tarde, hallándome ya consagrado intensamente al estudio de los sueños, llegó a hacérseme molesta la constante aparición de la imagen onírica de un singular local. En una precisa relación de lugar con mi propia persona, a mi izquierda, veía una habitación oscura en la que resaltaban varias esculturas grotescas. Un vago y lejanísimo recuerdo al que no me decidía a dar crédito, me decía que tal habitación constituía el acceso a una cervecería, pero no me era posible esclarecer lo que aquella imagen onírica significaba ni tampoco de dónde procedía”.
En 1907, Leadbeater viajó a Padua, ciudad que no le había sido posible volver a visitar desde 1895. En su primera visita había quedado insatisfecho, pues cuando se dirigía a la iglesia de laMadonna dell’ Arena, con el objetivo de admirar los frescos de Giotto que en ella se conservan, tuvo que volver sobre sus pasos al enterarse de que por aquellos días se hallaba cerrada. Doce años después, llegado de nuevo a Padua, pensó, ante todo, desquitarse de aquella contrariedad y emprendió el camino que conduce a dicha iglesia. Próximo ya a ella, a su izquierda, y probablemente en el punto mismo en que la vez pasada tuvo que dar la vuelta, descubrió el local que tantas veces se le había aparecido en sueños, con sus grotescas esculturas. Era realmente la entrada al jardín de un restaurante. Una de las fuentes de las que el sueño extrae el material que reproduce, y en parte aquel que en la actividad despierta del pensamiento no es recordado ni utilizado, es la vida infantil. Citaré tan sólo algunos de los autores que han observado y acentuado esta circunstancia. Hildebrandt dice: «Ya ha sido manifestado expresamente que el sueño vuelve a presentar ante el alma, con toda fidelidad y asombroso poder de reproducción, procesos lejanos y hasta olvidados por el sueño, pertenecientes a las más tempranas épocas de su vida». Strümpell relata lo siguiente: «La cuestión se hace aún más interesante cuando observamos cómo el sueño extrae de la profundidad a que las sucesivas capas de acontecimientos posteriores han ido enterrando los recuerdos de juventud, intactas y con toda su frescura original, las imágenes de localidades, cosas y personas. Y esto no se limita a aquellas impresiones que adquirieron en su nacimiento una viva consciencia o se han enlazado con intensos acontecimientos psíquicos y retornan luego en el sueño como verdaderos recuerdos en los que la consciencia despierta se complace. Por lo contrario, las profundidades de la memoria onírica encierran en sí preferentemente aquellas imágenes de personas, objetos y localidades de las épocas más tempranas, que no llegaron a adquirir sino una escasa consciencia o ningún valor psíquico, o perdieron ambas cosas hace ya largo tiempo, y se nos muestran, por tanto, así en el sueño como al despertar, totalmente ajenas a nosotros, hasta que descubrimos su primitivo origen».
Johannes Volkelt afirma: «Muy notable es la predilección con que los sueños acogen los recuerdos de infancia y juventud, presentándonos así, incansablemente, cosas en las que ya no pensamos y ha largo tiempo que han perdido para nosotros toda su importancia». El dominio del sueño sobre el material infantil, que cae en su mayor parte en las lagunas de la capacidad consciente de recordar, da ocasión al nacimiento de interesantes sueños hipermnésicos, de los que podemos citar algunos ejemplos. Maury relata que, siendo niño, fue repetidas veces desde Meaux, su ciudad natal, a la próxima de Trilport, en la que su padre dirigía la construcción de un puente. Muchos años después se ve en sueños jugando en las calles de Trilport. Un hombre, vestido con una especie de uniforme, se le acerca, y Maury le pregunta cómo se llama. El desconocido contesta que es C…, el guarda del puente. Al despertar, dudando de la realidad de su recuerdo, interroga Maury a una antigua criada de su casa sobre si conoció a alguna persona del indicado nombre. «Ya lo creo -responde la criada-; así se llamaba el guarda del puente que su padre de usted construyó en Trilport». Un ejemplo igualmente comprobado de la precisión de los recuerdos infantiles que aparecen en el sueño nos es relatado también por Maury, al que le fue comunicado por un señor F., cuya infancia había transcurrido en Montbrison. Veinticinco años después de haber abandonado dicha localidad, decidió este individuo visitarla y saludar, a través suyo, a antiguos amigos de su familia, a los que no había vuelto a ver. En la noche anterior a su partida soñó que había llegado al fin de su viaje y encontraba en las inmediaciones de Montbrison a un desconocido que le decía ser el señor T., antiguo amigo de su padre. Nuestro sujeto sabía que de niño había conocido a una persona de dicho nombre, pero una vez despierto no le fue posible recordar su fisonomía. Algunos días después, llegado realmente a Montbrison, halló de nuevo el lugar en que la escena de su sueño se había desarrollado, y que le había parecido totalmente desconocido, y encontró a un individuo al que reconoció en el acto como el señor T. de su sueño. La persona real se hallaba únicamente más envejecida de lo que su imagen onírica la había mostrado.
Leadbeater relata un sueño propio, en el que la impresión de recordar quedó sustituida por una relación: “En este sueño vi una persona de la que durante el mismo sueño sabía que era el médico de mi lugar natal. Su rostro no se me aparecía claramente, sino mezclado con el de uno de mis profesores de segunda enseñanza, al que en la actualidad encuentro aún de cuando en cuando. Al despertar me fue imposible hallar la relación que podía enlazar a ambas personas. Habiendo preguntado a mi madre por aquel médico de mis años infantiles, averigüe que era tuerto, y tuerto también el profesor cuya persona se había superpuesto en mi sueño a la del médico. Treinta y ocho años hacía que no había vuelto a ver a este último, y, que yo sepa, no he pensado jamás en él en mi vida despierta, aunque una cicatriz que llevo en la barbilla hubiera podido recordarme su actuación facultativa“. La afirmación de algunos autores de que en la mayoría de los sueños pueden descubrirse elementos procedentes de los días inmediatamente anteriores, parece querer constituir un contrapeso a la excesiva importancia del papel que en la vida onírica desempeñan las impresiones infantiles. En general, el sueño normal no se ocupa sino de las impresiones de los días inmediatos. Y aunque comprobamos que la teoría de los sueños exige imprescindiblemente una tal repulsa de las impresiones más antiguas y un paso al primer término de las más recientes, no podemos dejar de reconocer que el hecho de que el sueño normal no se ocupa sino de las impresiones de los días inmediatos es cierto, y que Leadbeater ha comprobado en sus investigaciones. Un autor americano, Nelson, opina que en el sueño hallamos casi siempre utilizadas impresiones del día anterior a aquel en cuya noche tuvo lugar, o de tres días antes, como si las del día inmediato al sueño no se hallaran aún lo suficientemente debilitadas o lejanas.
Varios investigadores han opinado que aquellas impresiones que ocupan intensamente el pensamiento despierto, sólo pasan al sueño cuando han sido echadas a un lado por la actividad diurna. Así sucede que en la época inmediata al fallecimiento de una persona querida y mientras la tristeza embarga el ánimo de los supervivientes, no suelen éstos soñar con ella. Sin embargo, uno de los más recientes observadores, miss Hallam, ha reunido una serie de ejemplos contrarios, y representa en este punto los derechos de la individualidad psicológica. Otra peculiaridad, la más singular y menos comprensible de la memoria en el sueño, se nos muestra en la selección del material reproducido, pues se considera digno de recuerdo no lo más importante, como sucede en la vida despierta, sino, por lo contrario, también lo más indiferente y nimio. Veamos lo que dicen los autores que con mayor energía han expresado el asombro que este hecho les causaba. Hildebrandt afirma: «Lo más singular es que el sueño no toma sus elementos de los grandes e importantes sucesos, ni de los intereses más poderosos y estimulantes del día anterior, sino de los detalles secundarios o, por decirlo así, de los residuos sin valor del pretérito inmediato o lejano. La muerte de una persona querida, que nos ha sumido en el más profundo desconsuelo, y bajo cuya triste impresión conciliamos el reposo, se extingue en nuestra memoria durante tal estado, hasta el momento mismo de despertar vuelve a ella con dolorosa intensidad. En cambio, la verruga que ostentaba en la frente un des-conocido con quien tropezamos, y en el que no hemos pensado ni un solo instante, desempeña un papel en nuestro sueño…». Strümpell dice: «…casos en los que la disección de un sueño halla elementos del mismo que proceden, efectivamente, de los sucesos vividos durante el último o el penúltimo día, pero que poseían tan escasa importancia para el pensamiento despierto, que cayeron en seguida en el olvido. Estos sucesos suelen ser manifestaciones casualmente oídas o actos superficialmente observados de otras personas, percepciones rápidamente olvidadas de cosas o personas, pequeños trozos aislados de una lectura, etc.».
Binz toma estas peculiaridades de la memoria en el sueño como ocasión de mostrar su insatisfacción ante las explicaciones del sueño, a las que él mismo se adhiere: «El sueño natural nos plantea análogos problemas. ¿Por qué no sonamos siempre con las impresiones mnémicas del día in-mediatamente anterior, sino que sin ningún motivo visible nos sumimos en un lejanísimo pretérito, ya casi extinguido? ¿Por qué recibe tan frecuentemente la consciencia en el sueño la impresión de imágenes mnémicas indiferentes, mientras que las células cerebrales, allí donde las mismas llevan en sí las más excitables inscripciones de lo vivido, yacen casi siempre mudas e inmóviles, aunque poco tiempo antes las haya excitado en la vida despierta de un agudo estímulo?». Comprendemos cómo la singular predilección de la memoria onírica por lo indiferente, y en consecuencia poco atendido de los sucesos diurnos, había de llevar casi siempre a la negación de la dependencia del sueño de la vida diurna, y después, a dificultar la demostración de la existencia de la misma. De este modo ha resultado posible que en la estadística de sus sueños, aparezca fijado en un 11 por 100 el número de sueños en los que no resultaba visible una relación con la vida diurna. Hildebrandt está seguramente en los cierto cuando afirma que si dedicásemos a cada caso tiempo y atención suficientes, lograríamos siempre esclarecer el origen de todas las imágenes oníricas. Claro es que a continuación califica esta labor de «tarea penosa e ingrata, pues se trataría principalmente de rebuscar en los más recónditos ángulos de la memoria toda clase de cosas, desprovistas del más mínimo valor psíquico, y extraer nuevamente a la luz, sacándolas del profundo olvido en que cayeron, quizá inmediatamente después de su aparición, toda clase de momentos indiferentes de un lejano pretérito». Leadbeater lamenta que el sutil ingenio de este autor no se decidiese a seguir el camino que se iniciaba, pues le hubiera conducido en el acto al punto central de la explicación de los sueños.
La conducta de la memoria onírica es seguramente de altísima importancia para toda teoría general de la memoria. Nos enseña, según Scholz, que «nada de aquello que hemos poseído una vez espiritualmente puede ya perderse por completo». Esta extraordinaria capacidad de rendimiento de la memoria en el sueño es cosa que deberemos tener siempre presente para darnos perfecta cuenta de la contradicción en que incurren ciertas teorías, cuando intentan explicar el absurdo y la incoherencia de los sueños por el olvido parcial de lo que durante el día nos es conocido. Podría quizá ocurrírsenos reducir el fenómeno onírico en general al del recordar, y ver en el sueño la manifestación de una actividad de reproducción no interrumpida durante la noche y que tuviese su fin en sí misma. A esta hipótesis se adaptarían comunicaciones como la de von Pilcz, de las cuales deduce Leadbeater la existencia de estrechas relaciones entre el contenido del sueño y el momento en que se desarrolla. Así, en aquel período de la noche en que nuestro reposo es más profundo reproduciría el sueño las impresiones más lejanas o pretéritas, y en cambio hacia la mañana, las más recientes. Pero esta hipótesis resulta inverosímil desde un principio, dada la forma en que el sueño actúa con el material que se trata de recordar. Strümpell llama justificadamente la atención sobre el hecho de que el sueño no nos muestra nunca la repetición de un suceso vivido. Toma como punto de partida un detalle de alguno de estos sucesos, pero representa luego una laguna, modifica la continuación o la sustituye por algo totalmente ajeno. De este modo resulta que nunca trae consigo sino fragmentos de reproducciones; hecho tan general y comprobado, que podemos utilizarlo como base de una construcción teórica. Sin embargo, también aquí hallamos excepciones en las que el sueño reproduce un suceso tan completamente como pudiera hacerlo nuestra memoria en la vida despierta. Delboeuf relata que uno de sus colegas de Universidad pasó, en un sueño, por la exacta repetición de un accidente, del que milagrosamente había salido ileso. Calkins cita dos sueños, cuyo contenido fue exacta reproducción de un suceso del día anterior.
Aquello que estos conceptos significan podemos explicarlo por analogía con la idea popular de que «los sueños vienen del estómago». En efecto, detrás de dichos conceptos se esconde una teoría que considera a los sueños como consecuencia de una perturbación del reposo. No hubiéramos soñado si nuestro reposo no hubiese sido perturbado por una causa cualquiera, y el sueño es la reacción a dicha perturbación. La discusión de las causas provocadoras de los sueños ocupa en la literatura onírica un lugar preferente, aunque claro es que este problema no ha podido surgir sino después de haber llegado el sueño a constituirse en objeto de la investigación biológica. En efecto, los antiguos que consideraban el sueño como un mensaje divino no necesitaban buscar ningún estímulo, pues veían su origen en la voluntad de los poderes divinos o demoníacos, y atribuían su contenido a la intención o el conocimiento de los mismos. En cambio, para la Ciencia se planteó en seguida la interrogación de si el estímulo provocador de los sueños era siempre el mismo o podía variar, y paralelamente la de si la explicación causal del fenómeno onírico corresponde a la Psicología o a la Fisiología. La mayor parte de los autores parece aceptar que las causas de perturbación del reposo, esto es las fuentes de los sueños, pueden ser de muy distinta naturaleza, y que tanto las excitaciones físicas como los sentimientos anímicos son susceptibles de constituirse en estímulos oníricos. En la referencia dada a una y otras de estas fuente y en la clasificación de las mismas por orden de su importancia, como generatrices de sueño, es en lo que ya difieren más las opiniones. La totalidad de las fuentes oníricas puede dividirse en cuatro especies, división que ha servido también de base para clasificar los sueños: Estímulo sensorial externo (objetivo); Estímulo sensorial interno (subjetivo); Estímulo somático interno (orgánico); o Fuentes de estímulo puramente psíquicas.
Sigmund Freud (6 de mayo de 1856, en Příbor, Moravia, Imperio austríaco (actualmente República Checa) – 23 de septiembre de 1939, en Londres, Inglaterra, Reino Unido) fue un médico neurólogo austriaco, padre del psicoanálisis y una de las mayores figuras intelectuales del siglo XX. Su interés científico inicial como investigador se centró en el campo de la neurología, derivando progresivamente sus investigaciones hacia la vertiente psicológica de las afecciones mentales, de la que daría cuenta en su práctica privada. Estudió en París con el neurólogo francés Jean-Martin Charcot las aplicaciones de la hipnosis en el tratamiento de la histeria. De vuelta en Viena y en colaboración con Joseph Breuer desarrolló el método catártico. Paulatinamente, reemplazó tanto la sugestión hipnótica como el método catártico por la asociación libre y la interpretación de los sueños. De igual modo, la búsqueda inicial centrada en la rememoración de los traumas psicógenos como productores de síntomas, fue abriendo paso al desarrollo de una teoría etiológica de las neurosis más diferenciada. Todo esto se convirtió en el punto de partida del psicoanálisis, al que se dedicó ininterrumpidamente el resto de su vida. Freud postuló la existencia de una sexualidad infantil perversa polimorfa,[2] tesis que causó una intensa polémica en la sociedad puritana de la Viena de principios del siglo XX y por la cual fue acusado de pansexualista. A pesar de la hostilidad que tuvieron que afrontar sus revolucionarias teorías e hipótesis, Freud acabaría por convertirse en una de las figuras más influyentes del siglo XX. Sus teorías, sin embargo, siguen siendo discutidas y criticadas, cuando no simplemente rechazadas. Muchos limitan su aporte al campo del pensamiento y de la cultura en general, existiendo un amplio debate acerca de si el psicoanálisis pertenece o no al ámbito de la ciencia. La división de opiniones que la figura de Freud suscita podría resumirse del siguiente modo: por un lado, sus seguidores le consideran un gran científico en el campo de la medicina, que descubrió gran parte del funcionamiento psíquico humano; y por otro, sus críticos lo ven como un filósofo que replanteó la naturaleza humana y ayudó a derribar tabúes, pero cuyas teorías, como ciencia, fallan en un examen riguroso.
El 28 de agosto de 1930 Freud fue galardonado con el Premio Goethe de la ciudad de Fráncfort del Meno en honor de su actividad creativa. También en honor de Freud, al que frecuentemente se le denomina el padre del psicoanálisis, se dio la denominación «Freud» a un pequeño cráter de impacto lunar que se encuentra en una meseta dentro de Oceanus Procellarum, en la parte noroeste del lado visible de la luna. Freud, en su ensayo “La interpretación de los sueños” pretendía haber demostrado la existencia de una técnica psicológica que permite interpretar los sueños, y merced a la cual se revela cada uno de ellos como un producto psíquico pleno de sentido, al que puede asignarse un lugar perfectamente determinado en la actividad anímica de la vida despierta. Además, intenta esclarecer los procesos de los que depende la singular e impenetrable apariencia de los sueños y deducir de dichos procesos una conclusión sobre la naturaleza de aquellas fuerzas psíquicas de cuya acción conjunta u opuesta surge el fenómeno onírico. Una vez conseguido esto llegó a un punto en el que el problema de los sueños desemboca en otros más amplios, cuya solución ha de buscarse por el examen de un distinto material. Comienza por exponer una visión de conjunto de la literatura existente hasta el momento sobre los sueños y el estado científico de los problemas oníricos. La comprensión científica de los sueños no ha realizado en más de diez siglos sino escasísimos progresos; circunstancia generalmente reconocida por todos los que de este tema se han ocupado. En la literatura onírica hallamos gran cantidad de sugestivas observaciones y un rico e interesantísimo material; pero, en cambio, nada o muy poco que se refiera a la esencia de los sueños o resuelva definitivamente el enigma que los mismos plantean. Cuál fue la concepción que en los primeros tiempos de la Humanidad se formaron de los sueños los pueblos primitivos, y qué influencia ejerció el fenómeno onírico en su comprensión del mundo y del alma, son cuestiones de alto interés, para lo que remito al lector a las obras de sir J. Lubbock, H. Spencer, E. B. Taylor y otros. El alcance de estos problemas y especulaciones no podrá ofrecérsenos comprensible hasta después de haber llevado a buen término la labor de la «interpretación de los sueños». Un eco de la primitiva concepción de los sueños se nos muestra indudablemente como base en la idea que de ellos se formaban los pueblos de la antigüedad clásica.
Admitían éstos que los sueños se hallaban en relación con el mundo de seres sobrehumanos de su mitología y traían consigo revelaciones divinas o demoníacas, poseyendo, además, una determinada intención muy importante con respecto al sujeto; generalmente, la de anunciarle el porvenir. De todos modos, la extraordinaria variedad de su contenido y de la impresión por ellos producida hacía muy difícil llegar a establecer una concepción unitaria, y obligó a constituir múltiples diferenciaciones y agrupaciones de los sueños, conforme a su valor y autenticidad. Naturalmente, la opinión de los filósofos antiguos sobre el fenómeno onírico hubo de depender de la importancia que cada uno de ellos concedía a la adivinación. En los dos estudios que Aristóteles consagra a esta materia pasan ya los sueños a constituir objeto de la Psicología. No son de naturaleza divina, sino demoníaca, pues la Naturaleza es demoníaca y no divina; o dicho de otro modo: no corresponden a una revelación sobrenatural, sino que obedecen a leyes de nuestro espíritu humano, aunque desde luego éste se relaciona a la divinidad. Los sueños quedan así definidos como la actividad anímica del durmiente durante el estado de reposo. Aristóteles muestra conocer algunos de los caracteres de la vida onírica. Así, el de que los sueños amplían los pequeños estímulos percibidos durante el estado de reposo («una insignificante elevación de temperatura en uno de nuestros miembros nos hace creer en el sueño que andamos a través de las llamas y sufrimos un ardiente calor»), y deduce de esta circunstancia la conclusión de que los sueños pueden muy bien revelar al médico los primeros indicios de una reciente alteración física, no advertida durante el día. Los autores antiguos anteriores a Aristóteles no consideraban el sueño como un producto del alma soñadora, sino como una inspiración de los dioses, y señalaban ya en ellos las dos corrientes contrarias que habremos de hallar siempre en la estimación de la vida onírica. Se distinguían dos especies de sueños: los verdaderos y valiosos, enviados al durmiente a título de advertencia o revelación del porvenir, y los vanos, engañosos y fútiles, cuyo propósito era desorientar al sujeto o causar su perdición. Gruppe (Griechische Mithologie und Religonsgeschichte) reproduce una tal visión de los sueños, tomándola de Macrobio y Artemidoro: «Dividíanse los sueños en dos clases. A la primera, influida tan sólo por el presente (o el pasado), y falta, en cambio de significación con respecto al porvenir, pertenecían los enupnia, insomnia, que reproducen inmediatamente la representación dada o su contraria; por ejemplo, el hambre o su satisfacción, y los fantasmata, que amplían fantásticamente la representación dada; por ejemplo la pesadilla, ephialtes. La segunda era considerada como determinante del porvenir, y en ella se incluían el oráculo directo, recibido en el sueño, la predicción de un suceso futuro, y el sueño simbólico, con necesidad de interpretación. Esta teoría se ha mantenido en vigor durante muchos siglos». De esta diversa estimación de los sueños surgió la necesidad de una «interpretación onírica».
Considerándolos en general como fuentes de importantísimas revelaciones, pero no siendo posible lograr una inmediata comprensión de todos y cada uno de ellos, un determinado sueño incomprensible entrañaba o no algo importante, tenía que nacer el impulso o hallar un medio de sustituir su contenido incomprensible por otro inteligible y pleno de sentido. Durante toda la antigüedad se consideró como máxima autoridad en la interpretación de los sueños a Artemidoro de Dalcis, cuya extensa obra, conservada hasta nuestros días, nos compensa de las muchas otras del mismo contenido que se han perdido. Las elaboraciones freudianas sobre la interpretación de los sueños no son completamente novedosas. Además de inscribirse dentro de una tradición milenaria, forman parte de la historia de la filosofía como continuación de un desarrollo que va desde Aristóteles a Hegel, en un proceso que culmina con las elaboraciones del romanticismo alemán y que aunque, desde múltiples vertientes, confluyen para describir una idea básica: es probable que los sueños tengan un significado y que ese significado se pueda estudiar. En este contexto, el aporte freudiano consiste en poner el acento en que ese simbolismo tiene relación con la persona humana, con su propia vida anímica y, más precisamente, con el sistema inconsciente que es parte integrante del aparato psíquico de un sujeto particular, cuyo deseo se manifiesta en el sueño, en tanto este es un producto del inconsciente. No resulta conveniente trabajar con material onírico en ausencia del soñante, o al menos solo es posible esperar en tales casos muy magros resultados, sino que lo que se analiza es el trabajo del sueño incluida la elaboración secundaria, el establecimiento de los vínculos que los sueños puedan tener entre sí y sus relaciones con el mundo exterior, un proceso que solo puede darse cabalmente en medio de la cura y en situación transferencia. La interpretación se complementa con la construcción y es una actividad del analista que realiza en la cura, orientada a reconstruir la historia del sujeto, particularmente en sus aspectos infantiles e inconscientes, entregando coherencia global a dicha historia. En este marco preciso se inscribe la técnica de interpretación de su actividad onírica.
A pesar de todas estas advertencias de Freud, la vertiente interpretativa salvaje se difundió profusamente como práctica, incluso dentro del propio movimiento psicoanalítico, dando así pie a muchas críticas al psicoanálisis que hasta hoy subsisten y que rara vez se basan en los escritos de Freud, apoyándose mayoritariamente en teorías mediocres expuestas en textos de autores menores. Al interior del movimiento psicoanalítico también hubo autores que criticaron esta tendencia a interpretarlo todo, tales como Edward Glover o Heinz Kohut. El psicoanalista francés Jacques Lacan se dispuso a hacer una revisión de la teoría freudiana. En este contexto analizó también a fines de los años ’50 y de manera muy detenida el papel de la interpretación en la técnica analítica y la manera en que engarzaba con su teoría del significante. Según describe Lacan en dos seminarios sucesivos, el énfasis debería estar puesto en analizar el sueño como una formación del inconsciente, que “sabe” del sujeto del inconsciente y puede dar cuenta acerca de hacia dónde se encamina el deseo y no en asignarle verdades interpretativas. No obstante, sus discípulos cedieron a la manía interpretativa. Con todo, la práctica psicoanalítica de la interpretación ha sido objeto de diversas críticas. Entre ellas la que ha alcanzado mayor notoriedad es la proveniente desde la corriente epistemológica falsacionista,encabezada por Karl Popper, quien en sus intentos de deslinde entre ciencia y no-ciencia señaló como criterio último de demarcación la posibilidad que una teoría ofrece para poder ser refutada. Y justamente debido a que el psicoanálisis se basa en la interpretación y a que un acto interpretativo no puede ser refutado, el psicoanálisis no podría, según este autor, ser considerado una teoría científica. Para el psicoanálisis, la interpretación de los sueños es una herramienta poderosa en la exploración del inconsciente. En palabras de Freud: «La vía regia hacia el inconsciente». Puesto que el psicoanálisis es sobre todo una teoría sobre el inconsciente y una terapia basada en el análisis e interpretación de sus formaciones a través de la asociación libre y en una determinada situación, la interpretación de los sueños forma parte esencial de la técnica de tratamiento psicoanalítico. Los sueños comparten junto a los lapsus, los olvidos inexplicables, los chistes, los actos fallidos, su procedencia desde el mismo lugar tópico. Sin embargo, Freud es enfático al señalar que en la cura psicoanalítica en ningún caso se trata de encontrar un inconsciente oculto en profundidades insondables. Por mucho tiempo se habría cometido el error de confundir a los sueños con sus contenidos manifiestos y ahora advertía del peligro, igualmente erróneo, de confundirlos con sus contenidos latentes. En una nota agregada en 1914 a “La interpretación de los sueños”,puntualiza: “Después de haber equiparado durante tanto tiempo al sueño con su contenido manifiesto, hay que guardarse ahora de confundirlo con los pensamientos oníricos latentes“.
En psicoanálisis lo esencial del sueño es, en cambio, lo que Freud llamó «el trabajo del sueño», es decir, aquél conjunto de mecanismos y operaciones que el aparato psíquico realiza para traducir los pensamientos oníricos latentes en simbolización onírica manifiesta. Este trabajo, no tendría nada de creativo sino que sería más bien una suerte de traducción y enmascaramiento que ocurre principalmente a través de varios mecanismos. La interpretación de un sueño, más que deshacer lo que el trabajo del sueño ha realizado, consistirá en descubrir y analizar ese trabajo y sus operaciones. En la obra freudiana más leída (Die Traumdeutung, La interpretación de los sueños) se utiliza la palabra «Deutung» para aquella técnica psicoanalítica que consiste en asignar una significación a los contenidos latentes del sueño. Esto es posible tras un análisis de los contenidos que recuerda el soñante y relata al analista, que conducen a descubrir los contenidos latentes inconscientes de un sueño. La interpretación, por lo tanto, no opera sobre los símbolos del sueño, sino sobre las asociaciones que el paciente hace a partir de lo que recuerda de su sueño. El ejercicio interpretativo consiste en develar o desenmascarar las mociones de deseo que se encontraban ocultas tras los contenidos manifiestos, pero es una tarea que para el psicoanálisis sólo cobra sentido en conjunto con las asociaciones del soñante y en el contexto de la transferencia. Debido a que la principal función del sueño sería la satisfacción sustituta de deseos inconscientes y toda formación onírica estaría encaminada hacia ese fin, la tarea de descifrar e interpretar un sueño persigue la meta de hacer que aparezca el deseo inconsciente. Hay otro aspecto que diferencia de manera clara la interpretación psicoanalítica de otras formas de dar significado a los símbolos de un sueño. Aquí la interpretación es parte de la técnica psicoanalítica y ocurre como proceso integrado a ella, es decir, en situación transferencial. En los textos de Freud de 1911 sobre la técnica, se destaca este aspecto: “Abogo, pues, por qué en el tratamiento analítico la interpretación de los sueños no se cultive como un arte autónomo, sino que su manejo se someta a las reglas técnicas que en general gobiernan la ejecución de la cura. Así como la interpretación de los sueños representa una herramienta técnica esencial que posibilita el acceso a los contenidos inconscientes, el olvido de los sueños sería una forma de resistencia del analizando contra la develación de su inconsciente frente al analista, en particular, de su vida pulsional y las mociones de deseo. El olvido sería entonces interpretable como resistencia“.
¿Somos capaces de controlar nuestros sueños? 2/2
Según Leadbeater, no es sólo a través del cerebro por donde las impresiones pueden ser recibidas por el hombre. Coexistente con su forma visible hay un doble etérico, llamado linga shariraen la literatura teosófica, que también tiene un cerebro que es, en verdad, no menos físico que el otro, aunque esté compuesto de una materia en estado más sutil que el gaseoso. Si pudiésemos examinar con la facultad psíquica el cuerpo de un recién nacido, le veríamos permeado, no sólo por materia astral en todos los grados de densidad, sino también por diferentes grados de materia etérica. Y si nos tomáramos el trabajo de retroceder nuestro examen de esos cuerpos interiores hasta su origen, veríamos que fue con esta última materia con la que los agentes de los Señores del Karma hicieron el doble etérico, como molde para la construcción del cuerpo físico. Mientras que en la materia astral el ego descendiente la incorporó, no de modo consciente, sino por acción automática, en su paso por el mundo astral. El doble etérico es el vehículo de la vida en el hombre, o de la fuerza vital (prana en sánscrito). Y todo aquel que tiene facultades psíquicas desarrolladas, puede ver exactamente como esto ocurre. Verá el principio de la vida casi incoloro, aunque intensamente luminoso y activo, que constantemente se difunde en la atmósfera de la tierra a través del sol. Verá como la parte etérica del bazo, en el ejercicio de su admirable función, absorbe esa vida universal especializándola en prana, a fin de ser más prontamente asimilable para el cuerpo. El segundo Chakra o Chakra del Bazo está localizado tres dedos debajo del ombligo, en el centro del abdomen. Es el centro emocional gobernando la energia chi, así como la energía sexual, sensual y emocional. Los problemas con este chakra producen problemas sexuales, emocionales, alergias, desordenes de la piel, problemas nerviosos, enfermedades en el aparato reproductor, intestinos, desordenes en el bazo o hernias. Como el prana recorre todo el cuerpo a lo largo de los hilos nerviosos, en la forma de minúsculos glóbulos de agradable color rosáceo, produciendo el calor de la vida, la salud y la actividad para penetrar los átomos del doble etérico. Y como, cuando las partículas rosáceas son absorbidas, el éter vital superfluo, finalmente se irradia del cuerpo en todas las direcciones como una luz de color azul claro.
En este Cosmos todo vibra, todo está impregnado del espíritu del Creador, así, cuando hablamos de Karma, no podríamos imaginarlo tan sólo como la ley inexorable y definitiva que siempre escuchamos decir –aunque no es tanto así en realidad- , sino que de algún modo es también una Fuerza Viva. Pues bien, este Karma también tiene sus regentes y son cuatro, en sánscrito se les denomina los Lipikas o Señores del Karma. Estas inteligencias cósmicas son quienes cuidan que la Ley en acción se cumpla, se expresan en los hombres a través de otros seres llamados Lipikas(o Lipitakas también), que encarnan las fuerzas de la Naturaleza. Estos Lipikas son los que la tradición de niños nos pinta como los ángeles que con pluma y pergamino en mano van escribiendo las buenas y feas obras que realizamos los humanos para luego ser leídas en nuestro postrero día. Una poética manera para describir su tarea: ellos son quienes registran nuestros actos en los famosos Registros Akáshicos o Anales del Akasham, que corresponde a la parte Astral de la Naturaleza. Luego, ellos aplican y regulan el karma como jueces supremos. Nuestra alma es sopesada al morir. De esto hablaron mucho los egipcios, especialmente en su bellísima obra “El Libro de los Muertos”, que no son más que un conjunto de oraciones para ser recitadas en el día que a nuestro Ka (o doble etéreo) le toca asistir al juicio de nuestra vida, cuando nos presentamos ante quienes pesan en la Balanza de la Vida nuestros actos buenos y los que no lo son. Los Lipikas también tienen como tarea determinar las características físicas, pránicas, astrales y mentales que la persona se merece. Ellos buscan el momento del nacimiento indicado en que los astros estén en posición para que el Karma de la persona se active. Absolutamente nada es casual. Por supuesto que ya Einstein lo decía: “Dios no juega a los dados con el Universo”. No es para nada casual que hayamos nacido en determinado país, determinada época y con la familia que tenemos, porque estamos íntimamente conectados con el Alma Familiar a través de las múltiples energías confluyentes que nuestros antepasados han arraigado en cada uno de nosotros.
Cuando somos adolescentes nos preguntamos la mayoría de veces por qué rayos nacimos en el hogar en que lo hicimos, pero ya sabemos la razón: nos merecemos a nuestros padres, nuestra patria y nuestro entorno. Los Lipikas no sólo están al tanto de nuestros actos y nuestras omisiones, sino también de nuestros pensamientos. Hay una frase de Helena Petrovna Blavatsky muy apropiada:“Siembra un pensamiento y cosecharás un deseo, siembra un deseo y cosecharás una acción; siembra una acción y cosecharás un hábito o costumbre; siembra un hábito o costumbre y cosecharás tu carácter; siembra tu carácter y cosecharás tu destino o propia suerte“. Por eso es importante mantener la calidad de nuestros pensamientos. Pero no estamos atrapados dentro de un karma del cual es difícil escapar. No, todo lo contrario, estamos aquí en esta Tierra precisamente para revertir y superar esta Ley de Acción y Reacción. Justamente somos más fuertes en lo que más nos han golpeado. El Karma no es un castigo ni una venganza del destino que nos cae con furia para pagar por nuestros errores, pues quien cae tiene oportunidad de levantarse una y mil veces, según sea el caso. Karma es simplemente Ley de Acción y Reacción, incluso se da en el plano físico, toda causa conlleva un efecto, que a la vez es causa de un siguiente efecto y así sucesivamente, de allí viene la importancia de estar conscientes que el Karma existe para armonizar el equilibrio perdido. Es la oportunidad para observarnos, para interiorizar y aprender y reparar lo que no hicimos bien, para retornar nuevamente al camino que nos lleva de vuelta al Dharma o Ley de Armonía Universal. Los Lipikas son quienes ponen en la balanza nuestras acciones de la personalidad, llamada también por algunas escuelas filosóficas como “cuaternario”, debido a sus cuatro cuerpos, y otorgan a cada cual un molde del Ka o doble etéreo que merecen. Estos inteligentísimos y luminosos seres, que son los cuatro regentes de los elementos son los que ajustan el Karma de la humanidad.
Si examináramos después la acción de este éter vital, tendríamos razón para creer que la transmisión de las impresiones al cerebro depende más de su flujo regular a lo largo de la parte etérica de los hilos nerviosos, que de la mera vibración de las partículas de su parte más densa y visible, como generalmente se supone. Cuando un dedo queda completamente entorpecido por el frío, es incapaz de sentir; el mismo fenómeno de insensibilidad puede ser fácilmente producido por un hipnotizador, Éste, por medio de algunos pases sobre el brazo del hipnotizado, consigue llevarlo a una condición en que puede ser atravesado por una aguja sin la más mínima sensación de dolor. ¿Por qué el hipnotizado no siente nada en ninguno de estos dos casos? Los hilos nerviosos aún están allí; en el primer caso fueron paralizados por el frío y por la ausencia de sangre en los vasos, se puede afirmar; pero esa no será ciertamente la causa en el segundo caso, en que el brazo conserva su temperatura normal y la sangre circula como habitualmente. Si recurrimos a la ayuda del clarividente será posible que obtengamos una explicación más próxima a la realidad. Diría que la razón de que el dedo congelado parezca muerto es que la sangre es incapaz de circular a través de los vasos, donde el éter vital dejó de fluir por los hilos nerviosos; debemos pues recordar que a pesar de ser invisible la materia en estado etérico a la vista del común de los mortales, ella es todavía puramente física, y está por tanto sujeta a sufrir la influencia del frío y del calor. En el segundo caso diría que, al hacer los pases que insensibilizan el brazo del hipnotizado, lo que el hipnotizador realmente hace es inducir su propio éter nervioso en el brazo o su magnetismo, conforme se ha denominado, alejándolo así del hipnotizado. El brazo está aún activo y con vida, porque a través de él fluye el éter vital; pero ya no es el propio éter vital del hipnotizado, y no se encuentra, por lo tanto, en relación con el cerebro, dejando de haber, consecuentemente, una sensación en el brazo. Parece entonces evidente que aunque no sea absolutamente el propio éter vital el que realiza el trabajo de transportar las impresiones externas hacia el cerebro del hombre, la presencia de él especializada por este mismo hombre, es ciertamente necesaria para aquella transmisión a lo largo de los hilos nerviosos.
Ahora, así como cualquier cambio en la circulación de la sangre influye en la receptividad de la materia más densa del cerebro, codificando la seguridad de las impresiones venidas a través suyo, del mismo modo, los cambios en el volumen o la velocidad de las corrientes de vida, ejercen influencia en la parte etérica del cerebro. Por ejemplo: cuando la cantidad de éter nervioso especializado por el bazo cae, por alguna razón, por debajo de la media, inmediatamente se hace sentir debilidad o cansancio físico; y si en tales circunstancias ocurre también que es aumentada la velocidad de su circulación, el hombre se vuelve hipersensible, altamente irritable e incluso histérico; y siendo él, en semejante estado, mucho más sensible de lo que lo es normalmente a las presiones físicas, esa es la razón por la que una persona enferma pueda tener visiones o ver apariciones completamente imperceptibles a otras que gocen de buena salud. Si por otro lado, el volumen y la velocidad del éter vital, son reducidos al mismo tiempo, el hombre experimenta un fuerte cansancio, y queda menos sensible a las influencias externas, y con una sensación general de extrema debilidad para prestar la menor atención a lo que sucede. Es preciso recordar que la materia etérica de la que hablamos, es materia más densa, generalmente reconocida como perteneciente al cerebro. Son ambas, en verdad, partes de un sólo y mismo organismo físico; y, por lo tanto, cualquier alteración en una de ellas, repercute instantáneamente en la otra. No puede haber, por consiguiente, certeza de que las impresiones serán correctamente transmitidas por medio de este mecanismo, a menos que sus partes estén ambas operando en completa normalidad; el funcionamiento irregular de una, puede fácilmente entorpecer o perturbar la receptividad del mecanismo, empañando o retorciendo las imágenes que le son presentadas. Además de esto, como va a ser ahora explicado, está él mucho más sujeto a tales aberraciones, durante el sueño, que en el estado de vigilia.
Otro mecanismo a ser considerado es el llamado cuerpo astral, comúnmente llamado cuerpo de los deseos (ver artículo “¿Quiénes somos?). Como su nombre indica, este vehículo se compone de materia astral exclusivamente, y es con efecto a la expresión del hombre en el plano astral, así como el cuerpo físico lo es en los niveles inferiores del plano físico. Al estudiante de teosofía le será ahorrada una buena dosis de dificultad, si aprende a mirar esos diferentes vehículos simplemente como una manifestación actual del ego en los respectivos planos. Si comprende, por ejemplo, que el cuerpo causal, a veces llamado huevo áurico, es el vehículo real del ego reencarnante y donde él habita mientras permanece en el plano que es su verdadera casa: los niveles superiores del mundo mental. Pero, al descender a los niveles inferiores, el ego debe, a fin de poder funcionar en ellos, revestirse de la materia correspondiente, materia que le proporciona el cuerpo mental. De forma semejante, descendiendo al plano astral, forma el cuerpo astral, o cuerpo de los deseos, con la materia respectiva, sin por ello retener todavía todos los otros cuerpos. Con el descenso subsecuente al plano íntimo se forma el cuerpo físico en el centro del huevo aúrico, que contiene así al hombre completo. El vehículo astral es todavía más sensible a las impresiones externas que los cuerpos físico y etérico, pues es él la propia sede de todos los deseos y emociones, el hilo a través del cual puede el ego captar las experiencias de la vida física. El cuerpo astral, susceptible a la influencia de las corrientes de pensamiento que pasan y cuando la mente no ejerce el necesario dominio sobre él, está recibiendo perpetuamente esos estímulos desde fuera, a los cuales responde. También este mecanismo, como los otros, se deja influenciar más fácilmente durante el sueño del cuerpo físico.
Varias observaciones lo demuestran. Un sugestivo caso es el relatado a Leadbeater sobre las dificultades que un hombre enfrentó para dejar la bebida. Después de un largo período de abstinencia, consiguió sofocar enteramente el deseo físico del alcohol, al punto de que en estado de vigilia, sentía absoluta repulsa hacia él. Verificó, sin embargo, que a menudo, todavía soñaba estar bebiendo; y durante el sueño sentía renacer el antiguo y horrible placer por las bebidas alcohólicas. De día aparentemente, el deseo era mantenido bajo el freno de su voluntad, y formas de pensamiento elementales que pasaban por allí eran incapaces de causarle impresión alguna. Pero en el sueño, sintiéndose liberado, el cuerpo astral escapaba del dominio del ego y de tal modo resumía su natural y extrema susceptibilidad, que fácilmente se volvía presa de las influencias nocivas. De ahí que se imaginase experimentando una vez más los placeres mórbidos de su detestable vicio. Las diferentes piezas del mecanismo son todas, realmente, meros instrumentos del ego mientras el dominio de estas sobre ellas esté aún muy incipiente. Importa por ello tener siempre presente que el ego es una entidad en desarrollo, no pasando en la mayoría de nosotros de ser una simple semilla de lo que un día llegará a ser. Una estancia del libro de Dzyandice: “aquellos que no recibieron sino una chispa permanecerán desprovistos de entendimiento: la chispa brillaba débilmente“; y la señora Blavatsky explica en La Doctrina Secreta: “aquellos que no recibieron sino una chispa constituyen la base humana que tiene que adquirir su intelectualidad mediante la presente evolución manvantárica“. En el caso de la mayoría, la chispa está ardiendo aún muy floja, y muchas eras transcurrirán antes de que su lento crecimiento alcance el estado de una llama fija y resplandeciente. Es verdad que en la literatura teosófica hay pasajes que parecen dar a entender que nuestro ego superior no necesita evolución, siendo ya perfecto y divino en su propio plano. Pero donde quiera que tales expresiones hayan sido usadas sea cual fuera la terminología empleada, debe aplicarse tan sólo al alma, el verdadero dios dentro de nosotros, que, ciertamente, está mucho más allá de la necesidad de cualquier especie de evolución de la que podamos saber. El ego reencarnante, sin duda evoluciona, pudiendo ser claramente visto el proceso de su evolución por los que desarrollaron la visión clarividente, en la medida necesaria a la perfección de lo que existe en los niveles superiores del plano mental. Como ya fue observado, es de materia de este plano (si le podemos dar el nombre de materia) de lo que se compone el cuerpo causal, relativamente permanente, que el ego lleva con él a través de nacimientos y nacimientos hasta el estadio final evolutivo humano.
Pero aunque todo ser individualizado deba poseer necesariamente cuerpo causal (pues es su posesión lo que constituye la individualidad), la apariencia de ese cuerpo no es la misma en todos los casos. En el hombre común no desarrollado sus contornos son imprecisos, y difícilmente se distinguen, incluso entre los dotados de visión, los secretos de aquel plano. Por lo tanto, no pasa de ser una simple película incolora, apenas lo bastante para mantener su conexión y constituir una individualidad reencarnante y no más. Sin embargo, cuando el hombre comienza a desarrollar su intelectualidad, o incluso su intelecto superior, sobreviene un cambio. El individuo real comienza a tener una característica propia, con las partes que fueron modeladas, en cada una de sus personalidades, por las circunstancias ambientales, inclusive la educación. Y aquella característica es representada por el tamaño, color, luminosidad y precisión del cuerpo causal, del mismo modo que de la personalidad se muestra el cuerpo mental, con la diferencia de que el primer vehículo superior es naturalmente, más bello y sutil. Sobre otro aspecto difiere también de los cuerpos inferiores: en ninguna de las circunstancias ordinarias puede el mal manifestarse a través de él. El peor de los hombres ha de mostrarse en este plano superior solamente como entidad no desarrollada. Sus vicios, aunque transmitidos de vida a vida, no pueden manchar su vehículo superior, apenas volverán más difícil el desarrollo de las virtudes opuestas. Por otro lado, la perseverancia en el camino recto se refleja inmediatamente en el cuerpo causal. En el caso del discípulo que progresó en la senda de la santidad, es una visión maravillosa que transciende toda concepción terrenal; y en el adepto, es una deslumbrante esfera de luz y de vida, cuya gloria radiante no hay palabras que lo describan. Aquel que contempló una vez un espectáculo tan sublime como este y puede también ver a su alrededor individuos en todas las fases de desarrollo desde esa película incolora de la persona vulgar, jamás alimentará dudas en cuanto a la evolución del ego reencarnante. El poder que tiene el ego sobre sus diversos instrumentos y, por lo tanto, la influencia que en ellos ejerce, es naturalmente poco apreciable en los estados iniciales. Ni su mente ni sus pasiones están sobre su control total. En verdad, el hombre común casi no hace esfuerzos para frenarlos, sino que se deja llevar por aquí y por allá, como sugieren sus pensamientos o deseos de orden inferior.
Esto varía en el sueño, ya que las diferentes piezas del mecanismo se encuentran libres para operar casi enteramente por cuenta propia, sin dependencia del ego. Y el estado de su progreso espiritual es uno de los factores que tenemos que ponderar en la cuestión de los sueños. Es importante considerar también la parte que el ego desempeña en la formación de nuestras concepciones de objetos externos. Debemos recordar que las vibraciones de los hilos nerviosos simplemente se limitan a comunicar impresiones al cerebro. Y que pertenece al ego, actuando a través de la mente, la tarea de clasificarlas, combinarlas y recombinarlas. Cuando por ejemplo, yo miro por la ventana y veo una casa y un árbol, inmediatamente las identifico, aunque la información transmitida a mí por los ojos sea por si sola insuficiente para esta identificación. Lo que sucede es que ciertos rayos luminosos, esto es, corrientes de éter vibrando en determinada longitud de onda, son reflejados por aquellos objetos e hieren la retina de mi ojo, y los hilos nerviosos sensibles se ocupan de conducir estas vibraciones al cerebro. ¿Pero qué es lo que ellos nos tienen que decir? La información que realmente transmiten es la de que en determinada dirección existen bloques de colores variados, limitados por contornos más o menos definidos. Es la mente la que en virtud de experiencias pasadas, es capaz de discernir que un objeto particular de superficie blanca representa una casa, y otro rodeado de verde a un árbol; y que son ambos probablemente de uno u otro orden de tamaño, situándose a esta o aquella distancia de donde me encuentro. Aquel que es ciego de nacimiento, que adquiere la visión por medio de una operación, queda durante largo tiempo sin saber que son los objetos que ve, y no puede enjuiciar a qué distancia se encuentran. Se da el mismo caso con los recién nacidos. Les vemos muchas veces queriendo agarrar cosas que están fuera de su alcance, como por ejemplo la luna. Pero a medida que van creciendo, aprenden inconscientemente por la experiencia, el tamaño probable de las formas vistas por él. E incluso las personas adultas pueden con facilidad engañarse en cuanto a la distancia y la dimensión de cualquier objeto que no les sea familiar, especialmente si lo ve con luz difusa e incierta. Se comprende por lo tanto que la visión sólo por sí misma, no es en absoluto suficiente para una percepción exacta; y que el discernimiento del ego, actuando a través de la mente, es lo que conduce a la identificación de las cosas vistas. Y ese discernimiento, además de esto, no es un instinto peculiar de la comparación inconsciente de muchas experiencias.
Cuando el hombre entra en sueño profundo, conforme a abundantes testimonios de la observación de los clarividentes, los principios superiores, como el vehículo astral, invariablemente se ausentan del cuerpo físico, en cuya proximidad quedan flotando. Es en verdad al proceso de este alejamiento a lo que generalmente llamamos dormir. Al considerar el fenómeno de los sueños, debemos tener en la mente esta situación, para ver como ella influye en el ego y en sus varios mecanismos. Así, en el caso que vamos a examinar, presumimos que nuestro sujeto está inmerso en un sueño profundo, permaneciendo el cuerpo físico quieto en la cama, incluso aquella parte sutil que se acostumbra a llamar doble etérico, mientras que el ego en el cuerpo astral flota encima con la misma tranquilidad. ¿Cuál será en tales circunstancias la condición de la conciencia? Veamos ahora una serie de sueños reseñados por Kafka en sus Diarios: “En Berlín, hacia su casa, la conciencia tranquila y feliz, todavía no estoy en su casa, pero tengo la posibilidad de llegar sin problemas, seguro que llegaré. Contemplo las calles, en una casa blanca una inscripción, algo como «Las soberbias salas del norte» (leído ayer en el periódico), añadido en el sueño: «Berlín W » Le pregunto a un guardia viejo, afable y de nariz roja, que esta vez está embutido en una especie de uniforme de servicio. Recibo una información excesivamente detallada, incluso me muestra una barandilla perteneciente a una pequeña zona verde en la lejanía a la que me podré sujetar para mi seguridad cuando pase por allí. Luego consejos sobre los tranvías, el suburbano etc. No puedo seguir y pregunto aterrorizado, sabiendo que infravaloro la distancia: «¿Estará a una media hora?» Pero el anciano responde: «Yo estoy allí en seis minutos». ¡Alegría! Un hombre cualquiera, una sombra, un camarada me acompaña siempre, aunque no sé quién es. Literalmente no tengo tiempo para volverme, ni siquiera para mirar a mi lado. Vivo en Berlín, en una pensión cualquiera, en la que aparentemente viven jóvenes judíos polacos. Es una habitación muy pequeña. Uno de ellos escribe ininterrumpidamente con una pequeña máquina de escribir, apenas gira la cabeza cuando alguien le solicita algo. No hallo ningún mapa de Berlín. Veo siempre un libro en las manos de uno que se parece a un plano, pero siempre resulta que contiene algo muy diferente, un registro de las escuelas de Berlín, una estadística fiscal o algo similar. No lo quiero creer, pero me lo demuestran sonriéndome sin lugar a dudas“.
Otro sueño es mencionado por Kafka en sus Diarios: “Viajaba con mi padre por Berlín con el tranvía. Lo característico de la gran ciudad quedaba representado por las innumerables barreras, que permanecían por regla general levantadas. Estaban pintadas a dos colores y al final pulimentadas hasta quedar romas. A no ser por ellas, todo estaba casi vacío, aunque la aglomeración de las barreras era grande. Llegamos ante una puerta, bajamos sin sentirlo y la atravesamos. Detrás de la puerta se elevaba una pared enorme y empinada, que mi padre subió prácticamente danzando. Sus piernas ¡evitaban, tan ligero era. Había algo de desconsideración en su absoluta falta de ayuda, pues yo avanzaba con mucho esfuerzo, a gatas, y a menudo resbalaba hacia abajo, como si la pared se hubiese tornado más empinada. También resultaba penoso que la pared estuviera cubierta de excrementos humanos, de tal modo que de mi pecho colgaban residuos de los mismos. Los miraba con el rostro inclinado y me los quitaba con la mano. Cuando finalmente llegué arriba, mi padre, que acababa de salir del interior de un edificio, se abalanzó sobre mi cuello, me abrazó y me besó. Llevaba una chaqueta emperador que, según mis recuerdos, conocía bastante bien. Estaba pasada de moda, era corta y el interior estaba acolchado como un sofá. «¡Este Dr. von Leyden! Es lo que se dice un hombre excepcional», exclamaba una y otra vez. No le había visitado como médico, sino como a un hombre digno de ser conocido. Yo también tenía miedo de tener que visitarle, pero no me lo exigió. Detrás, a mi izquierda, vi a un hombre sentado en un despacho oficial rodeado de cristales transparentes que me daba la espalda. Resultó que ese hombre era el secretario del profesor y que mi padre realmente sólo había hablado con él, no con el profesor, pero de alguna manera, a través del secretario, había reconocido las excelencias del profesor como si hubiera tratado con él, así que estaba autorizado a emitir un juicio sobre el profesor cono si le hubiera conocido personalmente“.
En otro caso, Kafka nos explica que: “Josef K soñó: Era un día hermoso y K quería salir a pasear. Pero apenas había dado dos pasos, cuando ya se encontraba en el cementerio. Allí había dos caminos muy artificiales, que se entrecruzaban de forma poco práctica, pero él se deslizó por ellos como por un torrente, con una actitud imperturbable y oscilante. Desde la lejanía percibió un túmulo reciente ante el que quería detenerse. Este túmulo ejercía sobre él una atracción poderosa y no creía ir lo suficientemente rápido. Algunas veces apenas veía el túmulo, pues quedaba oculto por banderas que se entrelazaban con fuerza. No se veía a sus portadores, pero era como si allí reinase un gran júbilo. Mientras dirigía su vista hacia la lejanía, descubrió repentinamente el túmulo a su costado, en el camino, ya casi a su espalda. Saltó rápidamente al césped. Como el terreno bajo su pie de apoyo al saltar era deslizante, se desequilibró y cayó precisamente ante el túmulo y de rodillas. Detrás de la tumba había dos hombres que sostenían una lápida en el aire. Apenas apareció K, arrojaron la lápida al suelo y él quedó como si lo hubieran emparedado. Un tercer hombre, al que K reconoció de inmediato como un artista, salió enseguida de un matorral. Vestía sólo unos pantalones y una camisa mal abotonada. En la cabeza llevaba un gorro de terciopelo y sostenía en la mano un lápiz común con el que, al acercarse, trazó figuras en el aire. Se colocó con el lápiz arriba, sobre la lápida. Como ésta era muy alta no tuvo que agacharse del todo, aunque sí inclinarse, pues el túmulo, que no quería pisar, le separaba de la lápida. Permanecía, por consiguiente, sobre las puntas de los pies y se apoyaba con la mano izquierda en la superficie de la losa. Gracias a una hábil maniobra logró trazar letras doradas con el lápiz común. Escribió: «Aquí descansa…» Cada letra apareció clara y bella, perfecta y con oro puro. Cuando terminó de escribir las dos palabras, se volvió y miró a K, que esperaba ansioso la continuación de la escritura y apenas se preocupaba del hombre, ya que sólo mantenía fija su mirada en la lápida. El hombre, en efecto, se aprestó a seguir escribiendo, pero no podía, había algún impedimento. Bajó el lápiz y se volvió de nuevo hacia K que, ahora, se fijó en el pintor y advirtió que éste se encontraba en un estado de gran confusión, aunque no podía decir la causa. Toda su animación previa había desaparecido. También K quedó por ello confuso. Intercambiaron miradas suplicantes. Había un malentendido que ninguno podía aclarar. Comenzó a sonar de modo inoportuno la pequeña campana de la capilla perteneciente a la tumba, pero el artista hizo un ademán con la mano alzada y la campana se detuvo. Pasado un rato comenzó a sonar de nuevo, esta vez en un tono muy bajo y deteniéndose al instante sin ningún requerimiento. Era como si quisiera probar su sonido. K estaba desconsolado por la situación del artista, comenzó a llorar y sollozó largo tiempo cubriéndose el rostro con las manos. El artista esperó hasta que K se hubo tranquilizado y entonces decidió, ya que no encontraba otra salida, seguir escribiendo. La primera línea que trazó fue para K una salvación, aunque el artista la llevó a cabo con una gran resistencia. La escritura ya no era tan bella, sobre todo parecía faltar oro. La línea surgía pálida e insegura, la letra quedaba demasiado grande. Era una «J», estaba casi terminada, cuando el artista pisoteó furioso la tumba, de tal modo que la tierra invadió el aire. K le comprendió al fin. Para pedir perdón ya no había tiempo. Escarbó en la tierra, que apenas oponía resistencia, con los dedos. Todo parecía preparado. Sólo había una ligera capa para guardar las apariencias. Una vez retirada, apareció un gran agujero con paredes escarpadas en el que K se hundió, puesto de espaldas por una suave corriente. Mientras él, con la cabeza todavía recta sobre la nuca, ya era recibido por la impenetrable profundidad, su nombre era inscrito con poderosos ornamentos en la piedra. Fascinado por esta visión, despertó“.
De entre todos los sucesores de Freud, el psicoterapeuta suizo Carl Gustav Jung fue el que se ocupó más a fondo de la “interpretación de los sueños“. Hasta la ruptura definitiva con Freud en 1913, Jung siguió durante mucho tiempo bajo la fascinación de las ideas freudianas, echándose de menos una auténtica toma de postura. Acontecida la ruptura, se iniciaría, simultáneamente, un punto de inflexión en las publicaciones en torno a la teoría de los sueños. Será en dos obras en las que aparezcan por primera vez los puntos de vista de la finalidad y la compensación, tan esclarecedores para la comprensión de la psicología de los sueños: Puntos de vista generales acerca de la psicología de los sueños (1916) y Sobre el significado de lo inconsciente en psicopatología (1914). En la investigación de los sueños Jung pudo remitirse a varios predecesores, entre ellos Eugen Bleuler, que ya en 1910 había afirmado la importancia del afecto y del conflicto afectivo en los sueños, considerando esencial la recíproca inhibición de afectos contradictorios. Fue uno de los primeros en establecer la función onírica como categoría puramente psicológica, en concreto como elaboración psicológica de los complejos. Otro personaje que influyó en Jung fue Herbert Silberer, cuyos trabajos sobre la investigación de los símbolos contaron reiteradamente con la aprobación de Jung: Imaginación y mito (1909) y Problemas de la mística y su simbolismo (1924). Alphonse Maeder es responsable del descubrimiento de la función prospectivo-finalista de los sueños. Maeder ha subrayado enérgicamente la importancia prospectivo-final del sueño en el sentido de una función inconsciente y propositiva, que prepara la solución de los conflictos y problemas actuales e intenta representarla mediante unos símbolos elegidos a tientas. Tras la avanzada de Maeder, Jung presentó Puntos de vista generales acerca de la psicología de los sueños (1914/1916), constituyendo la afirmación básica de una función compensatoria en los sueños. No será por tanto hasta 1914 que desarrolle una teoría de los sueños propiamente dicha: la teoría de la compensación, tras mencionar inicialmente ya en 1908 el carácter finalista (Zielstrebigkeit) de lo psíquico y la significación anticipatoria de los sueños, descubierta en 1912 (Transformaciones y símbolos de la libido).
Según Jung, “Nuestro problema especial del análisis de los sueños depende de la hipótesis de lo inconsciente. Sin ella, el sueño es simplemente un lusus naturae, un conglomerado absurdo de restos diurnos fragmentarios“. La concepción de los sueños dependía así del modo en que se entendiera lo inconsciente. Consecuentemente, sus divergencias respecto de la teorización freudiana propiciaron una psicología de los sueños propia. El carácter creador y espontáneo de lo inconsciente se expresaba en el mundo onírico, relegando cualquier reduccionismo a deseos infantiles. Los sueños eran a su vez un acontecer orientado hacia una meta, manifestándose un sentido y una finalidad. También consideraba importante que los sueños se remontaran hasta los estratos arcaicos de la vida psíquica, explicándose así el significado simbólico que los caracteriza. Para la comprensión de los mismos resultaba esencial la distinción entre inconsciente personal y colectivo. La consecuencia de ello era la consideración de los sueños no solo como “fuentes de información acerca de los problemas personales”, sino también “lugares donde se revelaba un contenido de sentido arquetípico” del fondo anímico. Mientras que para Freud el sentido de los sueños implicaba una determinación causal, siendo en esencia un signo representativo, Jung les concedía un significado simbólico, eran una unidad significativa, una expresión simbólica del inconsciente, cuyo sentido solo se producía por el esclarecimiento de lo que todavía era desconocido. Paulatinamente a la separación mutua entre ambos autores en 1913, Jung rechazaría finalmente la existencia de una instancia censora responsable de una desfiguración y un trabajo oníricos. Y es que no era la instancia censora la “responsable de la falta de transparencia del contenido de los sueños, sino el propio fondo anímico”, debido a la mutua y universal contaminación de todos los contenidos inconscientes. Quedaba así también en entredicho la distinción entre contenido latente y manifiesto, fundamentada en la existencia de la censura. Si para Freud la falta de claridad del contenido manifiesto se debía a su condición de disfraz del sentido auténtico, para Jung su carácter indescifrable “era la expresión espontánea del acontecer de fondo” que escapaba a la transparencia racional.
De dicha incomprensibilidad nacía la necesidad de la interpretación, primordial a ojos de ambos investigadores. Pero mientras Freud la explicaba como un retorno a las causas sabidas del inconsciente, Jung hallaba en ella un “arte cuyo sentido profundo se revelaba en la comprensión de los símbolos”. Pero en la mayor parte de las casas la «fachada» no es un engaño ni una caricatura, sino que corresponde al contenido de la casa o incluso lo delata sin más. También la imagen onírica manifiesta es el sueño mismo y contiene todo el sentido. Si encuentro azúcar en la orina, es azúcar y no una mera fachada de la albúmina. Lo que Freud llama «fachada del sueño» es la opacidad del sueño, y en realidad esto es una mera proyección del no-comprender, es decir: solo se habla de «fachada» porque no se conoce el sueño. Sería mejor decir que se trata de algo así como un texto incomprensible que no es que tenga una fachada, sino que nosotros no lo sabemos leer. Entonces no necesitaremos interpretar lo que pueda haber detrás, sino que primero tendremos que aprender a leer. Del mismo modo que rechazara un modelo de inconsciente fundamentado exclusivamente en la represión del deseo, tampoco el acontecer onírico sería fruto de un cumplimiento deformado de un deseo. Así como la tendencia reguladora de la psique no podía basarse en el principio de placer y la desgana, tampoco podía constituirse en exclusividad el deseo sexual como motor del sueño. Existía una base teleológica en lo inconsciente no condicionada por la pulsión, en que toda tendencia a la auto consumación de la psique incluía además de la satisfacción libidinal la “consecución de fines espirituales o intelectuales”. Para Jung existía una diversidad pulsional no ceñida al carácter sexual, pulsión indiferenciada que iba siempre acompañada de imágenes y motivos arquetípicos. La idea de que los sueños son el cumplimiento de deseos reprimidos está superada desde hace mucho tiempo. Sin duda, algunos sueños exponen deseos o miedos cumplidos, pero hay muchos tipos más de sueños. Los sueños pueden ser verdades implacables, sentencias filosóficas, ilusiones, fantasías desenfrenadas, recuerdos, planes, anticipaciones, visiones telepáticas, experiencias irracionales, etc. Para Jung el sueño no era patrimonio exclusivo de lo despreciable e inferior. Lo inconsciente expresaba a su vez novedosas formaciones creativas así como tendencias de desarrollo positivo. En el sueño podían manifestarse tendencias morales y nuevas posibilidades intelectuales.
Ya en 1913 propondría Jung, frente a la concepción biológica del cumplimiento de deseo de Freud, una concepción de los sueños de base puramente psicológica: el autorretrato. El sueño es una “autorrepresentación espontánea de la situación actual de lo inconsciente expresada simbólicamente”. Sin embargo, a esta primera tentativa de comprensión del sueño le llegaría al año siguiente aquella que relegaría a todas las demás: “la función compensatoria de los sueños”. Jung concordaba con Freud en conceder a los sueños una posición de excepción sobre la base de las condiciones del sueño, fundamentada en los distintos grados de reducción del nivel de conciencia del yo. Sin embargo, esta reducción del nivel de conciencia del yo unida al sueño y al dormir no equivalía para Jung a una reducción de la actividad psíquica. Al contrario, tal y como había comprobado anteriormente, la actividad de los complejos no se suprimía, admitiendo por tanto un “aumento de intensidad de la vida interior durante el sueño”, llegando incluso a interrumpirlo. De este modo se constataba que además de la consideración freudiana de que en los sueños se contenían emociones penosas, el soñar también iba acompañado de emociones intensas incitando el despertar. Aun cuando Jung aceptara cierta función biológica en tales fenómenos, en el sentido de que la función esencial de los sueños es mantenernos dormidos y que la inducción al despertar hablara del carácter perturbador del sueño o de su aspecto perjudicial para la vida, le resultó mucho más interesante una función psicológica. De este modo comprobó que la represión emocional en los sueños no cumplía la finalidad biológica de la preservación del sueño, pudiendo incluso eliminar efectos negativos e inhibidores del desarrollo sobre la psique. Pero también se producía todo lo contrario. El incremento de la intensidad de las emociones en los sueños representaba también una fuente de valores impulsores de la vida. En definitiva, se convencía gradualmente de que uno de los valores fundamentales del fenómeno onírico residía en inducir a una orientación consciente, una invitación a reflexionar y a enfrentarse con los contenidos inconscientes.
Por esa razón puede pensarse que la concepción de Freud, que considera como función esencial de los sueños cumplir los deseos y mantenernos dormidos, es demasiado estrecha, aun cuando la idea fundamental de una función biológica compensadora es sin duda cierta. Esta función compensadora tiene que ver, solo en una medida limitada, con estar dormido. Mucha más importancia tiene con respecto a la vida consciente. Los sueños se comportan de manera compensatoria en relación con la respectiva situación consciente. Si es posible, nos mantienen dormidos, cosa que hacen forzosa y automáticamente bajo la influencia de nuestro estado durmiente. Pero también interrumpen dicho estado cuando su función lo exige, es decir, cuando los contenidos compensatorios son tan intensos como para interrumpirlo. Un contenido compensatorio es especialmente intenso cuando tiene una importancia vital para la orientación consciente. Jung fue el primero en establecer en la psicología empírica la hipótesis de que los sueños tienen una “relación compensatoria con la situación de la conciencia que se dé en cada caso en el soñante”. Tuvo que recorrer un largo camino hasta descubrir la compensación como “tendencia general de la psique inconsciente”. Confirmada inicialmente en los fenómenos psicopatológicos, la compensación no se limitaba a ellos, sino que era, sin más, una “ley fundamental del inconsciente”. En las personas normales, la misión principal del inconsciente consiste en actuar de manera compensatoria y establecer un equilibrio. Todas las tendencias conscientes extremas se ven suavizadas y moderadas por un contra impulso en el inconsciente. Concepción completada en 1914 precisamente gracias al hecho de que “la función onírica representa un contrapeso de la situación psicológica consciente. En definitiva, colocó la autorregulación en el campo de lo psíquico” junto a la actividad reguladora en la vida orgánica. En tanto que sistema auto regulador, el alma está equilibrada, igual que la vida del cuerpo. Para todos los procesos excesivos se producen en seguida y forzosamente compensaciones, sin las cuales no habría ni un metabolismo normal ni una psique normal. En este sentido, se puede ver en la compensaciónuna regla fundamental del funcionamiento psíquico. El defecto aquí causa un exceso allí.
En términos muy generales la compensación era “un intento de establecer puentes entre los opuestos psíquicos gobernado por la propia psique”, reconociendo en ella una regla universal válida para todas las formaciones psíquicas. A nivel onírico, existen varias posibilidades. Cuando la actitud de la consciencia con respecto a la situación vital es muy unilateral, el sueño se sitúa en el lado opuesto. Si la consciencia tiene una actitud relativamente próxima al «punto medio», el sueño se conforma con variantes. Si en cambio la actitud de la consciencia es «correcta», el sueño coincide y subraya la tendencia de aquella, aunque sin perder por ello su peculiar autonomía. Jung hizo especial hincapié en la compensación arquetípica o mitológica, incluyendo la compensación religiosa, procedente de las capas profundas de la psique. En los “grandes sueños” de este tipo se producían compensaciones que buscaban conseguir una mejor adaptación del soñante a los cambios físicos, a las tendencias hacia la autorrealización o al espíritu de la época. También diferenció la función prospectiva de los sueños de su función compensatoria, entendiendo la primera como una anticipación de futuras acciones conscientes, considerando injustificado denominarla profética. Aunque la función prospectiva es una propiedad esencial del sueño, conviene no sobrevalorar esta función, pues de lo contrario acabaríamos opinando que el sueño es una especie de psicopompo, ser que en las mitologías o religiones tiene el papel de conducir las almas de los difuntos hacia la ultratumba, cielo o infierno, y que a partir de un conocimiento superior es capaz de proporcionar a la vida una dirección infalible. Si bien por una parte se subestima la importancia psicológica del sueño, también quien se ocupa demasiado del análisis de los sueños corre el peligro de sobrevalorar la importancia de lo inconsciente para la vida real. Aunque en su gran mayoría los sueños son compensatorios, en algunos casos no lo son. Los sueños no compensatorios pueden clasificarse en anticipatorios, traumáticos, extrasensoriales y proféticos.
Formalmente, Jung siguió ateniéndose a las directrices freudianas. Sin embargo, su aportación genuina se manifestó en el “contenido de sentido” de los sueños. Mientras Freud entendía los sueños como fragmentos de un conjunto relacionado de recuerdos con determinación causal, Jung veía en ellos “partes del acontecer orientado hacia un fin que evidenciaba imágenes, valoresy símbolosarquetípicos“. Los sueños no eran un signo sintomático, sino “una manifestación creadora espontánea de las profundidades anímicas”. Si para Freud el sentido de los sueños era equivalente al conocimiento de sus causas, Jung “veía en el sentido un valor de significado resultante de la relación del sueño con el conjunto”. Si para el primero la búsqueda de sentido se detenía en el descubrimiento de vivencias reprimidas, para el segundo el interés radicaba en “la profundización del autoconocimiento y de la auto comprensión”. Concebidos los sueños como una trama de relaciones simbólicas alrededor de un núcleo de significado, se daba también “su sentido mediante la relación de este núcleo con las estructuras de significado supra ordenadas en la psique”, en la escala superior de la totalidad. El sentido inmanente de los sueños se halla mediante la aclaración de su unidad de sentido y el sentido trascendente por la aclaración de la relación del yo consciente con el núcleo significativo. Jung “ponía frente al explicar, el comprender; frente a la interpretación de los signos, el procedimiento hermenéutico“. Unificaba, en definitiva, la metodología de los sueños en tres niveles no excluyentes, considerando los dos últimos más fructíferos que el primero: Método reductor, causal, basado en la explicación, que se retrotraía hasta las fijaciones instintivas de la infancia. Método finalista, prospectivo, referido al sentido y finalidad de la realización del individuo. Método hermenéutico, basado en la comprensión de los símbolos oníricos arquetípicos. La comprensión hermenéutica implicaba así complementar la asociación libre con la técnica de la amplificación, progresando desde la interpretación a un nivel personal hasta un nivel colectivo.
Presuponía a su vez tomar en cuenta determinados caminos simbólicos previamente trazados. Basándose en series de sueños (sueños sucesivos y relacionados entre sí) verificó una “continuidad en el fluir de imágenes inconscientes, así como un proceso de desarrollo de la personalidad, una regularidad interna prefijada” con un orden interior, al que denominaría “proceso de individuación“. Como segunda etapa en la interpretación de los sueños, tras la elaboración del sentido onírico inmanente, venía “poner en relación el sentido de un sueño con la situación de conciencia del soñante”, para lo cual era siempre orientadora la pregunta: “¿qué actitud consciente resulta compensada por el sueño?” Sin el conocimiento de la situación consciente nunca podía interpretarse el sueño con seguridad. Así, dependiendo del material onírico, el intérprete corregía la actitud consciente complementándola, llamaba la atención sobre tendencias contrarias, o se ceñía a la compensación primigenia procedente de la simbología arquetípica. El objeto de la interpretación onírica para Jung era “la asimilación del sentido inmanente del sueño a la situación de la conciencia”, representando la tercera etapa de la interpretación de los sueños. Jung no encontraba ni mucho menos que, descubriéndose el sentido del sueño, se garantizara su adecuada incorporación a la consciencia. El soñante tenía que conseguir la “interpenetración recíproca de los contenidos conscientes e inconscientes”. La asimilación aludía así a un acercamiento e igualamiento alternativos de las valoraciones opuestas de consciente e inconsciente, superándose una disociación de la personalidad aún existente.
En contraste, el siguiente sueño fue descrito por un gran escritor, Charles Dickens: Soñé que veía a una dama con chal rojo de espaldas a mí. Cuando se volvió advertí que no la conocía y dijo: “Soy miss Napier”. Mientras me vestía, a la mañana siguiente, pensé: ¡qué cosa más absurda tener un sueño tan preciso acerca de nada! Y ¿por qué miss Napier? Jamás había sabido de ninguna miss Napier. Aquel mismo viernes por la noche estuve leyendo en la sala y después entraron miss Boyle con su hermano, y la dama del chal rojo, que me presentaron como “miss Napier”. Estos sueños, como indica Dickens, son muy detallados, o bien presentan alguna cualidad especial que les es propia. El doctor Walter Franklin Prince, clérigo e historiador americano, y brillante investigador psíquico, contaba que en el transcurso de su vida tuvo cuatro sueños que, comparados con el resto, son “como la noche al día“. Las imágenes en estos sueños eran extraordinariamente reales, y las emociones que producían, intensas. Este es el relato de uno de sus sueños: Estaba mirando un tren cuya cola salía de un túnel. De pronto, para mi horror, otro tren se arrojó sobre él. Vi arrugarse y amontonarse los vagones, y de entre la masa de restos salían los gritos agudos y agonizantes de los heridos… Luego lo que parecían ser nubes de vapor o humo se incendiaron y los gritos de agonía aumentaron. En este instante mi esposa me despertó, preocupada por mis gritos angustiados. A la mañana siguiente ocurría en Nueva York, a 125 km. de distancia, una catástrofe ferroviaria. Cuando el doctor Brice leyó las crónicas de los periódicos quedó sorprendido por la similitud de muchos detalles: los trenes colisionaron a la entrada de un túnel, los conductos de vapor reventaron y se produjo un incendio, etcétera.
John W. Dunne, ingeniero aeronáutico británico, estaba intrigado por sus propios sueños que, con frecuencia, parecían predecir acontecimientos futuros. En su libro An experiment with time(Experimento con el tiempo, 1927) describió meticulosamente algunos de ellos. El siguiente, ocurrido en otoño de 1913, es un ejemplo típico: “La escena era un terraplén con una vía de ferrocarril. Supe entonces que el lugar se encontraba al norte del puente de FirthForth, en Escocia. Al pie del terraplén había una senda, por la que la gente paseaba en pequeños grupos. La escena se repitió algunas veces, pero en la última vi que un tren que iba en dirección norte había caído por el terraplén. Vi varios vagones cayendo y bloques de piedra rodando”. Trató de fijar la fecha, pero todo lo que pudo conseguir fue localizarla en la primavera siguiente (a mediados de abril). El 14 de abril de 1914 el tren-correo “El escocés volador” saltó el parapeto cerca de la estación de Burntisland, 24 kilómetros al norte del puente Forth, cayendo sobre el campo de golf desde 6 metros de altura. Recientemente se han instalado en diversos lugares del mundo oficinas para recoger las premoniciones del público, en un intento de contrarrestar la opinión de que estos relatos sólo se conocen después de que los hechos hayan ocurrido. La Oficina de premoniciones de Toronto, recibió el siguiente relato de una premonición que, como muchas otras, tiene su origen en un sueño. La señora Zmenak soñó que recibía una llamada de la policía. Le dijeron que su marido llegaría a casa algo más tarde porque se había producido una muerte; luego vio un cuerpo sin piernas. Al despertar estaba segura de que su esposo no iba a morir, pero sí de que alguien moriría si él salía de casa al día siguiente. El esposo desestimó la advertencia. De regreso a casa, el coche del señor Zmenak sufrió una avería y se detuvo. Mientras él iba a telefonear, un coche de la policía se detuvo para comprobar lo que hacía, y también se detuvo otro coche al otro lado de la calzada. Su conductor se había perdido y cruzó la carretera para informarse. El policía le indicó la ruta, pero cuando regresaba a su coche fue atropellado y murió en el acto. Sus piernas quedaron como separadas del cuerpo. Cuando un sueño profético coincide con la realidad de una forma tan exacta, se diría que durante el sueño las barreras del tiempo y del espacio se pueden saltar. Como todos dormimos y soñamos, todos tenemos la posibilidad de traspasar esas barreras en alguna ocasión.
Cuando el ego deja de dominar el cerebro, no perdió éste enteramente la conciencia, como tal vez pudiéramos esperar. Se evidenció en varias experiencias que el cuerpo físico está dotado de una cierta conciencia intrínseca, enteramente distinta del ego y distinta también del mero agregado de la conciencia de sus células. Observó Leadbeater, durante varias ocasiones, el efecto de esta conciencia, al presenciar una extracción de dientes bajo la acción de un gas anestésico. El cuerpo dejó escapar un grito confuso y las manos se irguieron en un movimiento instintivo, indicando claramente que hasta cierto punto fue sentida la operación. Pero cuando el ego reasumió el mando veinte minutos después, declaró que no había sentido absolutamente nada. Tales movimientos son generalmente atribuidos a la acción refleja, y semejante afirmación acostumbra a ser aceptada como si fuese una explicación real. La verdad, sin embargo, es que no pasa de ser una frase cuyas palabras no aclaran nada de lo que realmente ocurrió. Tal conciencia, por lo tanto, aún funciona en el cerebro físico, aunque el ego esté flotando encima de él. Pero su alcance es sin duda mucho menor que el del hombre propiamente dicho, y, consecuentemente todas aquellas causas antes mencionadas, como de probable repercusión en la actividad del cerebro, son entonces capaces de influenciarlo en mucha mayor escala. La más ligera alteración en la alimentación o en la circulación de la sangre, produce graves trastornos, y es por esto que la indigestión, perturbando el flujo sanguíneo, da origen a sueños agitados o malos sueños con frecuencia. Pero aunque alterada, esta extraña y desordenada conciencia, presenta muchas peculiaridades dignas de tomarse en cuenta. Su acción parece en gran medida automática, y sus resultados habitualmente incoherentes, desconexos y confusos en extremo. Parece incapaz de aprender una idea excepto cuando reviste la forma de una escena en que el soñante es el propio actor. Y de ahí el porqué todos los estímulos, sean de dentro o de fuera, son inmediatamente traducidos en imágenes perceptibles. Es incapaz de asimilar ideas abstractas o de retener recuerdos de este orden, las cuales se convierten en nociones imaginarias. Si por ejemplo, la idea de la gloria pudiera ser sugerida a esta conciencia, no tomará forma sino como una visión de algún ser glorioso, apareciendo delante del soñador; si fuera un pensamiento de odio, éste solamente será apreciado como una escena en la cual un actor imaginario manifestó un violento rencor hacia el soñador.
Además de esto, toda dirección del pensamiento significa un transporte espacial. Si durante las horas de vigilia pensamos en la China o en Japón, es como si nuestro pensamiento, en ese mismo instante, estuviera en esos países. Sin embargo, sabemos perfectamente que nuestro cuerpo no sale de donde se encontraba un momento antes. En el estado de conciencia ahora considerado, el ego no se encuentra presente para distinguir y comparar las impresiones más groseras, por consiguiente, cualquier pensamiento transitorio sugerido con respecto a la China o Japón, puede representarse como un transporte instantáneo y efectivo hacia aquellos países. El soñador allí se encontraría rodeado de todas las circunstancias propias que en este momento pudiera recordar. Se ha notado que aunque transiciones de este tipo son frecuentes en los sueños, jamás el soñador parece sentir cualquier sorpresa por ellas. Este fenómeno es fácilmente explicable cuando se ha examinado a la luz de observaciones como las presentes, porque en la restrictiva conciencia del cerebro físico no existe nada que nos pueda comportar tal sentimiento de sorpresa. Simplemente el soñador percibe las escenas como se presentan delante de él, careciendo de discernimiento para enjuiciar su secuencia o falta de ella. Otra fuente de extraordinaria confusión visible en esta semiconciencia, es la manera en la que en ella opera la ley de asociación de ideas. Es familiar para todos nosotros la notable acción instantánea de esta ley en la vida de vigilia. Sabemos como una palabra casual, una nota musical e incluso el perfume de una flor, pueden ser suficientes para volver a despertar en la mente una cadena de recuerdos hace mucho tiempo olvidados. Durante el sueño, en el cerebro, esa ley está siempre activa, pero funciona bajo curiosas limitaciones. Todas las asociaciones de ideas abstractas o concretas se convierten en una mera combinación de imágenes. Y, porque nuestra asociación de ideas actúa casi siempre por sincronismo, en forma de acontecimientos que se suceden unos a otros, aunque realmente sin ninguna interconexión, fácilmente se concibe común la ocurrencia de inexplicables confusiones de imágenes, tanto o más como que es prácticamente infinito su número. Y todo lo que se puede extraer de esa inmensa reserva de memoria, aparece bajo la forma de imágenes. Como es natural, una tal sucesión de cuadros raramente permite una reconstrucción perfecta en la memoria, porque a nada ayuda la ausencia de orden. La diferencia de lo que sucede en vigilia, es que no hay dificultad para recordar una frase o verso asociados, aunque hayan sido oídos una sola vez; mientras que si se recurre a un sistema nemotécnico, sería casi imposible reconstruir con exactitud un simple aglomerado de palabras sin sentido en circunstancias semejantes.
Otra peculiaridad de esa curiosa conciencia del cerebro, es que es singularmente sensible a muchas pequeñas influencias externas, que aún las aumenta y las transforma en un grado casi increíble. Todos los que escribieron al respecto de los sueños citan ejemplos de esto; y con seguridad, alguno de éstos serán del conocimiento de cuantos han dedicado atención a este asunto. Entre las historias más comunes que se han escuchado, existe la de un hombre que tuvo un sueño angustioso de estar siendo ahorcado porque el cuello de su camisa estaba demasiado ajustado; y de otro que exageró una herida que le fue infligida durante un duelo; y de otro que transformó un pequeño pellizco en una mordedura de un animal feroz. Maury cuenta que, cierta vez, la barra de la cabecera de la cama en que dormía, se soltó tocando levemente su cuello, pero que este insignificante contacto dio origen a un terrible sueño sobre la revolución francesa en el que sentía que estaba siendo guillotinado. Relata otro autor que muchas veces despierta con el recuerdo confuso de sueños llenos de ruidos, voces altas y sonidos irritantes, y que durante mucho tiempo no le fue posible descubrir la causa. Pero al final consiguió relacionarlos con el sonido murmurante producido en el oído, tal vez por la circulación de la sangre, cuando tumbado sobre la almohada escuchaba un poco más alto el mismo murmullo que se oía cuando una concha se acerca al oído. En este punto ya se habrá evidenciado que es en el propio cerebro físico donde tienen sede un sinnúmero de exageradas confusiones en la historia de muchos fenómenos oníricos.
Es obvio que el cerebro etérico, esta parte del organismo tan sensible a todas las influencias, incluso durante nuestras horas de vigilia, debe ser aún más susceptible durante el estado del sueño. Examinando el cerebro etérico en tales circunstancias por un clarividente, se observó que por él están siempre pasando corrientes de pensamientos. No hay pensamientos propios, pues le falta el poder de pensar, pero hay pensamientos ocasionales que flotan a su alrededor. Es una verdad perfectamente conocida por los estudiantes de ocultismo, que “los pensamientos son cosas“, porque todo pensamiento queda impreso en la esencia elemental plástica, y genera una entidad con vida temporal, cuya duración depende de la energía del pensamiento-impulso. Vivimos, por lo tanto, en medio de un océano de pensamientos ajenos, los cuales, estemos dormidos o despiertos, se presentan constantemente en la parte etérica de nuestro cerebro. Mientras estamos pensando activamente, y tenemos así nuestro cerebro perfectamente ocupado, este se vuelve prácticamente impermeable a la incesante intromisión de pensamientos desde afuera; pero a partir del momento en que lo dejamos ocioso, la corriente caótica comienza su invasión. Entre los pensamientos, hay muchos que no son asimilables y que pasan casi desapercibidos. De cuando en cuando, sin embargo, sobreviene uno que provoca vibraciones a las que no está acostumbrada la parte etérica del cerebro, y éste lo incorpora como propio y lo aumenta de intensidad. Tal pensamiento, a su vez, sugiere otro, y así, toda una serie de ideas comienzan hasta que eventualmente también se disipan. Entonces, la corriente desconexa y confusa recomienza a fluir a través del cerebro. La gran mayoría de las personas, si prestaran atención a lo que habitualmente consideran sus pensamientos íntimos, verán que ellos consisten en gran medida en una corriente ocasional como aquella, que en verdad no es de pensamientos propios, pero se compone de meros fragmentos dispersos de los de otras personas. Porque el hombre ordinario no tiene dominio sobre su mente. Casi nunca sabe exactamente lo que está pensando en determinado momento, o porqué le viene tal o cual pensamiento. En vez de orientar la mente hacia un rumbo certero, consiente en que ella vague sin voluntad y sin objetivo. Y así cualquier semilla adventicia traída por los vientos, encuentra terreno propicio para germinar y fructificar.
El resultado es que aún cuando el ego realmente desee alguna vez pensar ordenadamente sobre un asunto en particular, se ve prácticamente imposibilitado de hacerlo. De un lado a otro convergen súbitamente todo tipo de pensamientos errantes, y no acostumbrado a dominar la mente, carece de fuerzas para detener su caudal. No sabe que el verdadero pensamiento se caracteriza por la concentración; y no habiendo ésta, aquella debilidad de la mente y de la voluntad, hace que para el hombre común sean tan difíciles los primeros pasos en el sendero del progreso oculto. Además de esto, ya que en el presente estado de evolución del mundo hay probablemente más pensamientos malos que buenos en circulación alrededor de él, semejante debilidad de la mente transforma al hombre en un ser expuesto a toda suerte de tentaciones, que serían del todo evitadas si hubiese un poco de atención y esfuerzo. En el sueño, entonces, la parte etérica del cerebro se encuentra aún más que normalmente a merced de aquellas corrientes de pensamiento, dado que en esta situación, el ego está en asociación menos íntima con él. Hecho curioso mostrado en experiencias recientes, es el de que si por cualquier circunstancia son esas corrientes alejadas de la parte etérica del cerebro, éste no permanece absolutamente pasivo, sino que evoca para sí mismo escenas de su almacén de memorias pasadas. Más adelante daremos ejemplos en este sentido describiendo algunas de las experiencias.
Como hemos dicho anteriormente, es en cuerpo astral en el que el ego funciona durante el sueño y es generalmente visto por aquellos cuya visión interna esté abierta, flotando en el aire por encima del cuerpo físico en la cama. Su apariencia, sin embargo, varía bastante según el grado de evolución alcanzada por el ego. En el caso de un ser humano atrasado y aún por desarrollarse, no es más que una nube vaporosa e imperfecta con forma ovoide, de contornos muy irregulares y mal definidos; y la figura central, la contraparte astral más densa del cuerpo físico, rodeada por una nube, es también vaga a pesar de ser reconocible. El cuerpo astral sólo es receptivo a las vibraciones más groseras e impetuosas del deseo, y es incapaz de alejarse unos metros más allá del cuerpo físico. Pero a medida que se evoluciona, la nube ovoide va ganando contornos más definidos, y la figura en el interior asume el aspecto de una imagen casi perfecta del cuerpo físico. Al mismo tiempo aumenta su receptividad y pasa a responder instantáneamente a las vibraciones de su plano, desde la más sutil a la más abyecta, si bien en el cuerpo astral de un Ser humano altamente evolucionado, ya no existe prácticamente materia grosera para responder a las vibraciones de este último tipo. Se hace mayor también su poder de locomoción, y es capaz de viajar sin dificultad a considerables distancias de su vehículo físico, y regresar trayendo impresiones más o menos exactas de los lugares visitados y de las personas con quienes se ha encontrado. En todos los casos, es el cuerpo astral extremadamente impresionable por cualquier pensamiento o sugestión que implique deseo, aunque en algunas personas los deseos de más fácil repercusión sean de carácter más elevado que en otras.
La condición del cuerpo astral durante el sueño es en sobremanera variable a medida que progresa en la evolución; pero la del ego que en él habita varía aún más. Estando aquel bajo la forma de una nube que flota, permanece el ego casi dormido, como el cuerpo físico; es ciego a las visiones y sordo a las voces de su propio mundo superior. Si alguna idea perteneciente a este mundo, por casualidad le alcanzase, escapándose del control del respectivo mecanismo, no tendría medios de imprimirla en el cerebro físico para recordarla al despertar. Si un hombre en este estado primitivo captase algo de todo aquello que le sucede durante el sueño, sería casi invariablemente el resultado de meras impresiones físicas, internas o externas, recibidas por el cerebro, olvidada cualquier posible experiencia del ego real. En casi todas las fases pueden ser observados los que duermen, desde la del total olvido de las cosas, hasta la de la plena y perfecta conciencia en el plano astral, si bien sea relativamente rara esta última. Hasta incluso lo bastante consciente de la importantes experiencias por las que muchas veces haya pasado en este plano superior, puede el hombre eventualmente, lo que no es raro que ocurra, sentirse impotente hasta cierto punto para ejercer dominio sobre el cerebro en el sentido de refrenar sus formas-pensamientos irracionales, sustituyéndolas por las que desease recordar. Y así, una vez despierto, al cuerpo físico solamente le resta el más confuso recuerdo, o incluso ninguno, de lo que efectivamente sucedió. Y es una pena que así suceda, porque se le pueden deparar muchas cosas de la mayor importancia e interés para él. No sólo le es posible visitar escenarios distantes de extraordinaria belleza, sino incluso mantener e intercambiar ideas con amigos vivos o muertos que estén igualmente despiertos en el plano astral. Es probable que obtenga felicidad al encontrar personas cuyos conocimientos sean superiores a los suyos, y le proporcione consejos e instrucciones. Puede, por otro lado, gozar del privilegio de ayudar y consolar a los que saben menos que él. Y también entrar en contacto con entidades no humanas de varias especies: espíritus de la naturaleza, elementales artificiales, o incluso devas, deidades benévolas de las religiones hindú y budista, aunque raramente. Estará más sujeto a varios tipos de influencias benéficas o maléficas, estimulantes o aterrorizantes.
Tanto si guarda o no recuerdo de alguna cosa cuando esté físicamente despierto, el ego está dotado de plena, o al menos parcial, conciencia del ambiente astral. Está empezando a entrar en posesión de su patrimonio de poderes, que transcienden con mucho aquellos de que aquí dispone. Pues su conciencia, cuando es así liberada del cuerpo físico, disfruta de amplias posibilidades. Su medida del tiempo y del espacio es totalmente diferente de la que es normal durante nuestra vida de vigilia. Desde nuestro punto de vista es como si para el soñador no existiese el tiempo ni el espacio. No cabe aquí discutir el tema, por más que resulte interesante, para poder afirmar si el tiempo realmente existe. La muerte parece adoptar una medida trascendental del tiempo que nada tiene en común con nuestra medida fisiológica. Para comprobarlo, centenares de historias pueden ser recordadas. Existe en el Corán, parece ser, la maravillosa narración de una visita que en la mañana de cierto día hizo al cielo el profeta Mahoma. Allí vio muchas y diferentes regiones sobre las cuales oyó amplias y completas historias; también tuvo largos coloquios con los ángeles. Mientras tanto, cuando volvió al cuerpo físico, notó que la cama de donde se levantaba aún estaba caliente y verificó que habían transcurrido apenas unos segundos. Se dio cuenta, en efecto, que no había acabado de vaciarse un jarro de agua, que él accidentalmente había derramado al partir hacia la expedición. Otra historia cuenta como un sultán de Egipto, declarando que era imposible creer aquello que escuchó, pasó en tono desabrido a apostofrar de mentirosa la narrativa de su instructor religioso. El instructor, notable y erudito doctor en leyes, dotado de poderes milagrosos, quiso al instante probar al incrédulo monarca que la historia no era absolutamente imposible. Trajo consigo un gran barreño de agua y le pidió al sultán que metiera en él la cabeza y la retirase lo más deprisa posible. El rey se puso de acuerdo en meter la cabeza dentro del barreño de agua y, para su gran sorpresa, se vio inmediatamente en un lugar que jamás conoció, una larga playa cercana al pié de una gran montaña. Después de volver en sí de su asombro, la idea más natural que le pasó por la mente, como soberano oriental, fue la de haber sido hechizado. Comenzó entonces a proclamar contra la innominable traición del sabio. Pero el tiempo transcurría; sintió hambre, y no le quedaba otra alternativa sino salir en busca de alimento en esa extraña región. Después de errar durante algún tiempo, dio con unos hombres que se ocupaban en derrumbar árboles en un bosque. A ellos se dirigió pidiéndoles ayuda. Aceptaron la propuesta y le llevaron en su compañía hasta la ciudad en que residían. Allí quedó él viviendo y trabajando durante años; economizó dinero y más tarde contrajo matrimonio con una mujer rica. Pasó muchos años felices de vida matrimonial, constituyendo una pequeña familia de catorce hijos. Pero después de perder su esposa y sufrir muchas adversidades, por fin reducido a la miseria, fue obligado, ya en edad adulta a volver al antiguo oficio de cargador de leña. Un día cuando paseaba junto al mar se quitó la ropa y se zambulló en el agua para darse un baño. Al erguir la cabeza y sacudir los ojos, se quedó pasmado de verse en pié en medio de sus antiguos cortesanos con el viejo instructor a su lado y el recipiente con agua enfrente. No es de extrañar que sólo después de algún tiempo le fuese posible creer que todos aquellos años de incidentes y aventuras no pasaron de ser el sueño de un momento, provocado por la sugestión hipnótica del instructor, y que él realmente no hiciera sino meter la cabeza por un instante en el recipiente con agua y erguirla a continuación.
Una buena historia que sirve para ilustrar lo que hemos dicho antes. Cierto es, sin embargo, que no tenemos pruebas para demostrarlo. Es bien diferente lo que le ocurrió un día a un conocido hombre de ciencia. Tuvo que someterse a la extracción de dos dientes, para lo que le fue aplicada la anestesia apropiada. Interesado en problemas de este tipo, decidió observar cuidadosamente sus sensaciones durante el curso de la operación. Pero en el momento en que inhaló el gas, se apoderó de él tal entorpecimiento que olvidó inmediatamente su intención, pareciendo caer en un sueño profundo. Despertó a la mañana siguiente, conforme él supuso, y salió como de costumbre a reanudar sus trabajos y experiencias científicas, dar conferencias en varias corporaciones eruditas, etc., todo con un exaltado sentimiento de alegría y de redoblada capacidad. La conferencia representó un notable triunfo; cada experiencia condujo a nuevos y magníficos descubrimientos; se sucedieron a este ritmo los días y las semanas durante un considerable período, aunque el tiempo exacto no se pudiera precisar. Hasta que finalmente, cuando estaba haciendo una exposición delante de los miembros de la Real Sociedad se vio importunado por el insólito comportamiento de uno de los presentes que le perturbó diciendo: “ahora todo está terminado“; y deteniéndose para saber que significaba tal observación, oyó otra voz que decía así: “ambos están fuera“. Fue entonces cuando se dio cuenta de que se encontraba sentado en la silla del dentista. Todo aquel período de intensa actividad él lo había vivido en cuarenta segundos exactamente. Se puede decir que ninguno de estos casos fue propiamente un sueño común. Pero acontecimientos semejantes se dan frecuentemente en los sueños comunes, habiendo, por consiguiente, innumerables testimonios que lo comprueban. Steffens, uno de los autores alemanes que se ocuparon de este asunto, relata que, aún siendo niño, dormido al lado de su hermano, soñó que estaba siendo perseguido por un terrible animal feroz, en una calle lejana. Huyó poseído por un gran pánico y sin poder gritar, hasta que alcanzó una escalera en la cual se subió; pero exhausto por la carrera y por el terror, fue agarrado por el animal, que le mordió gravemente en el muslo. Se despertó asustado, y vio entonces que su hermano le había pellizcado el muslo. Richers, otro escritor alemán, cuenta la historia de un hombre a quien el estampido de un tiro le despertó, siendo este momento el final de un largo sueño en el cual él se hiciera soldado, desertara, y, vencido por un inmenso cansancio, fuera capturado y sometido a proceso, condenado y finalmente fusilado. Todo este gran drama se desarrolló hasta el instante en que le despertó del sueño el sonido del tiro. Existe también la historia del hombre que se durmió en un sillón mientras fumaba un cigarro, y que después de soñar con la existencia de incidentes durante años y años, se despertó con el cigarro todavía encendido. Casos como estos se pueden multiplicar en número casi infinito.
Y ahora volvemos a Kafka. En sus Diarios nos relata un extraño sueño: “Caminaba a lo largo de la Landstraße, no la veía, sólo advertía cómo se contoneaba al andar, cómo se levantaba su velo, cómo se alzaba su pie. Yo estaba sentado al borde de una roca y contem-plaba el agua del pequeño arroyo. Ella atravesó los pueblos; los niños permanecían ante las puertas. La miraban cuando llegaba a su encuentro y cuando se iba”. Nos relata otro sueño: “El capricho de un príncipe anterior dispuso que el mausoleo tuviera un vigilante directamente ante el sarcófago. Hombres razonables se habían manifestado en contra, pero finalmente se concedió al príncipe, por lo demás bastante limitado, esta pequeñez. Un inválido de una guerra del siglo anterior, viudo y padre de tres hijos, que habían caído en la última guerra, se ofreció para ocupar el puesto. Fue aceptado y un alto funcionario le acompañó hasta el mausoleo. Una mujer de la limpieza, cargada con cosas diversas destinadas al vigilante, les acompañó. El inválido logró mantener el ritmo del alto funcionario, a pesar de su pata de palo, hasta la avenida que llevaba directamente al mausoleo. Pero entonces falló un poco, tosió ligeramente y comenzó a arrastrar la pierna. «Bien Friedrich», dijo el alto funcionario, que había avanzando un trecho más con la mujer de la limpieza y en ese momento miraba a su alrededor. «Se me desgarra la pierna -dijo el inválido e hizo una mueca-, sólo un momento de paciencia, suele pasar enseguida»“.
Kafka nos relata otro sueño: “9 de noviembre. Soñado anteayer: teatro ruidoso. Yo, una vez en la galería, otra en el escenario. Actuaba una muchacha que me había gustado hace unos meses, tensaba su cuerpo flexible como si se asiera aterrorizada a una butaca con el respaldo inclinado. Yo señalaba a la muchacha desde la galería, que interpretaba el papel de un varón. A mi acompañante no le gustaba. En uno de los actos los decorados eran tan enormes que no se podía ver otra cosa, ni el escenario, ni la sala de espectadores, ni la oscuridad, ni las candilejas. Más bien se puede decir que una gran cantidad de espectadores se hallaba en el escenario, que representaba el barrio de la ciudad antigua, probablemente visto desde la salida de la calle Niklas. Aunque desde ese ángulo no era posible ver la plaza ante el reloj del ayuntamiento y el pequeño distrito, era posible, sin embargo, con giros y lentos balanceos del suelo del escenario, que, por ejemplo, el palacio Kinsky se pudiera divisar desde el pequeño distrito. No tenía otro objetivo que mostrar todo lo posible del decorado, ya que resultaba de una perfección tal que hubiera sido lamentable perderse algo del mismo. Yo era consciente de que se trataba del decorado más hermoso de toda la tierra y de todos los tiempos. La iluminación se hallaba matizada por nubes oscuras y otoñales. La luz del abatido sol brillaba dispersa en ésta o aquella policroma vidriera de la esquina sudoeste de la plaza. Como todo estaba ejecutado en su tamaño natural y sin desviarse lo más mínimo de la realidad, daba una impresión conmovedora que algunos de los batientes de las ventanas se abrieran y cerraran a causa del aire sin que, por la gran altura de las casas, se pudiera oír el más mínimo ruido. La plaza tenía un fuerte declive, el empedrado era casi negro. La iglesia «Tein» estaba en su lugar, pero ante ella se encontraba ahora un pequeño palacio, en cuyo antepatio se habían reunido con gran orden todos los monumentos que previamente habían estado situados en la plaza: las columnas de María, la antigua fuente frente al ayuntamiento, que ni yo mismo había visto, la fuente frente a la iglesia Niklas y una valla de tablas alzada alrededor del levantamiento del suelo para la estatua de Hus. Se representaba -a menudo se olvida en la sala de espectadores que se representa sólo en el escenario y en esos bastidores- una fiesta imperial y una revolución. La revolución era tan grande, con masas populares enviadas hacia adelante y hacia atrás, como probablemente no ha tenido lugar ninguna en Praga. Se había trasladado la revolución claramente a Praga sólo por los decorados, ya que pertenecía propiamente a París. De la fiesta no se veía nada al principio. La corte había salido a festejar algo, mientras tanto había estallado la revolución y el pueblo había penetrado en el palacio. Yo mismo salía corriendo en ese instante al aire libre sobre los saledizos de las fuentes, en el antepatio. El regreso de la corte al interior del palacio era imposible. Entonces llegaron las carrozas desde el callejón del Hierro, y a una velocidad tal que tuvieron que frenar ante la entrada al palacio. Las ruedas bloqueadas se arrastraron por el asfalto. Eran carrozas como las que se veían en las fiestas populares y en los desfiles. Portaban escenas vivientes, eran por lo tanto planas, rodeadas por una guirnalda de flores, y desde la plataforma caía alrededor un paño multicolor que ocultaba las ruedas. La gente se hizo más consciente del horror al apreciar lo que significaba su prisa. Fueron arrastrados casi inconscientes por los caballos, que se encabritaron frente a la entrada, por la curva desde el callejón del Hierro hasta el palacio. Precisamente en ese momento fluían por mi lado masas de personas hacia la plaza, la mayoría eran espectadores a los que conocía del callejón y que quizá acababan de llegar. Entre ellos se hallaba una muchacha conocida, aunque no sé con certeza quién era. A su lado iba un hombre joven y elegante con un «úlster» amarillo oscuro y con cuadros pequeños, la mano derecha hundida en el bolsillo. Se dirigían hacia la calle Niklas. Desde ese momento no pude ver nada más“.
En sus Diarios, Kafka nos cuenta otro caso: “Soñado hace poco: vivíamos en el «Graben», cerca del Café Continental. Por la calle Herren torcía un regimiento en dirección a la estación. Mi padre: «Algo así hay que verlo mientras se tenga la posibilidad.» Se aupó en la ventana (con la bata de Félix, toda la figura era una mezcla de ambos) y cayó con los brazos extendidos en el amplio y casi desmoronado antepecho de la ventana. Logré agarrarle y le sostuve por las dos cadenillas con las que queda ajustado el cinturón de la bata. Se inclinó más hacia fuera por pura maldad, y yo puse todos mis músculos en tensión para sujetarle. Pensé lo bueno que sería si hubiera podido atar mis pies con una cuerda a algo fijo para no ser arrastrado por mi padre. Pero para llevarlo a cabo tendría que haberle soltado un instante y eso era imposible. El sueño -sobre todo mi sueño- no soportó toda esta tensión, así que desperté“. Y en otro caso nos cuenta lo siguiente: “Le solicité en sueños a la bailarina Eduardowa que bailara una vez más la «csárdás». Tenía una amplia franja de sombra o de luz en medio del rostro, entre el borde inferior de la frente y la zona media de la barbilla. En ese instante llegó alguien con repugnantes movimientos de intrigante para decirle que el tren salía en seguida. Por el modo en que escuchó la información comprendí con horror que no bailaría más. «Soy una mujer mala y perversa, ¿verdad?», dijo. «Oh, no -dije yo-, eso sí que no.» Y me di la vuelta en una dirección cualquiera para irme. Antes de hacerlo le pregunté acerca de las muchas flores que pendían de su cinturón. «Son de todos los príncipes de Europa», dijo. Pensé en qué sentido podía tener que estas flores, encajadas frescas en su cinturón, le hubieran sido regaladas a la bailarina Eduardowa por todos los príncipes de Europa“. Y en sus Diarios nos explica lo siguiente: “Sueño con mi padre. Hay una pequeña audiencia (entre la que se encuentra la señora Fanta para la caracterización), ante la que mi padre anuncia por vez primera una reforma social. Intenta que esta audiencia seleccionada, sobre todo seleccionada según su opinión, asuma la propaganda de su idea. De cara al exterior lo expresó de una manera más modesta, ya que sólo reclamaba de los presentes que, cuando lo conocieran todo, informaran sobre direcciones de personas que pudieran estar interesadas y que pudieran ser invitadas a tomar parte en una gran asamblea pública que tendría lugar con posterioridad. Mi padre no había tenido nada que ver en su vida con aquella gente, por lo que los tomaba con una seriedad exagerada. Llevaba un traje de chaqueta negro y presentó su idea con extrema precisión, con todos los signos del «dilettantismo». La audiencia reconoce, aunque no estaba preparada para una conferencia, que se les está presentando una idea con todo el orgullo de la originalidad, pero que en realidad se trata de una proposición anticuada y manida. Se lo dicen a mi padre. Éste, sin embargo, esperaba esa objeción, así que continua, completamente convencido de la nimiedad del reproche, con la cuestión, incluso con mayor insistencia, mostrando una sonrisa fina y amarga. Cuando termina, se deduce del murmullo general de reprobación que no ha convencido ni de la originalidad, ni de la utilidad de su idea. No se interesarán muchos. Siempre se encontrará, sin embargo, a alguno aquí y allá que, quizá por benevolencia o porque me conoce a mí, le entregue alguna dirección. Mi padre, imperturbable ante el ambiente general, ha recogido los papeles de la conferencia y prepara montones de papeletas blancas para anotar las escasas direcciones. Yo sólo escucho el nombre de un consejero áulico, Strizanowski o algo similar. Más tarde veo a mi padre de la manera en que habitualmente juega con Félix, sentado en el suelo y apoyado en el canapé. Aterrado, le pregunto qué hace. Él piensa acerca de su idea“.
Otra notable peculiaridad del ego a acrecentar su trascendental medida del tiempo, es sugerida por algunas de estas historias y viene a ser su facultad, o tal vez sea mejor decir su costumbre de dramatizar, instantánea. Se observará en los casos antes indicados de los disparos y en el pellizco, que el efecto físico que despertó a la persona surgió como el clímax de un sueño que aparentemente se prolongó durante un largo espacio de tiempo, mientras que en verdad, fue obviamente sugerido por el propio efecto físico. La noticia, por así decirlo, de este efecto físico, tanto si ha sido un sonido como un contacto, fue comunicado al cerebro por los hilos nerviosos, y semejante transmisión exige cierto lapso de tiempo, sólo una insignificante fracción de segundo, sin duda. Pero aún así, una cantidad definida que es calculable y mesurable por los delicadísimos instrumentos usados en la moderna investigación científica. El ego, cuando está fuera del cuerpo, es capaz de percibir con absoluta instantaneidad, y sin uso de los nervios. Consecuentemente, se da cuenta de lo que ocurre justamente en aquella infinitesimal fracción de segundo, antes que la información llegue al cerebro físico. En ese inapreciable espacio de tiempo, parece que el soñador compone una especie de serie de escenas, que culminan y finalizan en el evento que despierta al cuerpo físico. Y después de despertar sufre la limitación de los órganos de este cuerpo, volviéndose incapaz de distinguir en la memoria entre lo subjetivo y lo objetivo y de ahí imaginar haber realmente participado en el drama durante el sueño. Ese estado de cosas, con todo, parece ser peculiar al ego que desde el punto de vista espiritual está aún relativamente subdesarrollado; a medida que ocurre la evolución. Y el hombre real pasa a comprender su posición y sus responsabilidades, transcendiendo la fase de los alegres pasatiempos de la infancia. Se asemeja al hombre primitivo, que ve todo fenómeno natural bajo la forma del mito. El ego no evolucionado dramatiza todos los eventos que caen en sus manos. Pero el hombre que alcanzó la continuidad de la conciencia, se encuentra de tal modo absorto en su trabajo en los planos más elevados, que no le sobra energía para otras cosas y por eso deja de soñar.
Otro resultado del método paranormal de medir el tiempo consiste en la posibilidad de que el ego haga previsiones dentro de ciertos límites. Presente, pasado y futuro se abren ante él siempre que él los sepa leer. Y no hay duda que así puede ver a priori sucesos de importancia o interés para su personalidad inferior, en los cuales sus intentos para grabarlos tendrán mayor o menor éxito. En el caso del hombre común son tremendas las dificultades del camino. Ni incluso semidespierto, casi no ejerce ningún dominio sobre sus diversos vehículos. No puede así impedir que su mensaje sea transformado o aumentado por las ondas del deseo, o por las corrientes del pensamiento que sobrepasan la parte etérica del cerebro, o por algunos pequeños problemas fisiológicos en el cuerpo denso. Teniendo en cuenta todo esto, no es de extrañar que solo raramente tengan éxito sus intentos. Una y otra vez, la previsión completa y perfecta de un acontecimiento es traída con nitidez de dominios del sueño; pero la mayoría de las veces la escena llega desfigurada e irreconocible, mientras otras veces todo no pasa de ser una sensación imprecisa de una densidad inminente, y con más frecuencia, nada alcanza al cuerpo. Se argumenta a veces, que si la previsión se cumple, debe ser mera coincidencia; pues si los hechos pudieran ser previsibles es porque estarían preordenados, no existiendo entonces el libre albedrío en el hombre. Sin duda existe este libre albedrío; he aquí por qué la premonición sólo es posible dentro de ciertos límites. Los asuntos que afectan al hombre común, es probable que esta posibilidad sea en escala más amplia, porque él carece de voluntad propia desarrollada, digámoslo así, y es por consiguiente, criatura en manos de las circunstancias. Su karma hace que se vea en medio de circunstancias especiales, cuya acción sobre él constituye el factor más importante de su vida, de tal modo que su futuro curso es previsible con una certidumbre casi matemática. Cuando consideramos el caudal de conocimientos sobre los cuales la acción del hombre tiene apenas una diminuta influencia, y también los efectos, ha de parecernos un poco espantoso que en el plano donde se hace visible el resultado de todas las causas actualmente en juego, se pueda predecir una extensa parte del futuro, incluyendo sus pormenores.
De que tal cosa sea factible tenemos un sin número de pruebas, no solamente a través de los sueños proféticos de los habitantes del norte de Escocia y por las tradiciones de los clarividentes. Todo el esquema se basa en la astrología. Pero cuando pasamos a tratar con un hombre desarrollado, un hombre dotado de conocimiento y voluntad, entonces nos falla la profecía, porque ya no es él una criatura en manos de las circunstancias sino el señor de casi todas ellas. En verdad, los acontecimientos principales de su vida se disponen de antemano por su karma pasado. Con todo, la manera por la cual él deja que le influencien y su método de comportamiento de cara a los mismos, es su posible triunfo. Esto no depende de él y no puede ser objeto de previsión excepto como probabilidades. Sus actos en este sentido, por su turno se convierten en causas, generándose cadenas de efectos que escapan al ordenador original, y por vía de la consecuencia, a la exactitud del pronóstico. Encontramos una analogía en una simple experiencia mecánica. Si fuera empleada cierta cantidad de fuerza para empujar una pelota, nos será imposible anular o disminuir la fuerza a partir del momento en que la pelota entra en movimiento; pero podremos neutralizar o modificar el impulso mediante la aplicación de una nueva fuerza en sentido diferente. Una fuerza rigurosamente igual en dirección opuesta inmovilizará la pelota. Una fuerza menor, reducirá la velocidad; y cualquier fuerza de otro lado tendrá el efecto de alterar, tanto la velocidad como la dirección. Este es el “modus operandi” del destino. Es obvio que en un momento dado están en juego una serie de causas. No habiendo interferencia serán inevitables ciertos resultados, resultados que en los planos ya elevados parecen ya presentes, pudiendo ser trazados con exactitud. Pero también es obvio que un hombre con voluntad fuerte podrá, recurriendo al empleo de fuerzas nuevas, variar estos resultados; y tales modificaciones no podrían normalmente ser previstas por un clarividente a menos que nuevas fuerzas hubiesen entrado después en acción.
Dos incidentes que llegaron al conocimiento de Leadbeater representan excelentes ilustraciones de la posibilidad de previsión y de su modificación por efecto de una firme voluntad. Un caballero que poseía el don de la escritura automática recibió cierta vez, por este medio, una comunicación que se decía procedente de una dama con la que él mantenía relaciones superficiales. En la carta se mostraba ella muy contrariada y en estado de profunda indignación, ya que teniendo preparada una conferencia que iba a dar, no había nadie en el salón a la hora concertada. Se sintió frustrada por ello en la presentación de su discurso. Encontrándose con la dama días después, y suponiendo que la carta se refería a un acontecimiento pasado, le expresó él su pesar por su frustración. Con gran sorpresa respondió ella que era todo muy extraño, puesto que aún no estaba lista la conferencia, siendo su intención pronunciarla la próxima semana. Añadió que esperaba que la comunicación no significase una profecía. Pero por el contrario, lo que quedó probado es que se trataba realmente de una profecía. Nadie estuvo presente en el salón, la conferencia no se realizó y la interesada se manifestó contrariadísima y afligida, tal como había vaticinado la escritura automática. ¿Qué especie de entidad inspiró la comunicación?. No se sabe; pero seguro que fue una que se situó en un plano donde la previsión era posible. Y bien podría haber sido realmente, como se mencionó, el propio ego de la conferenciante, ansioso por mitigarle la frustración que previamente tendría la mente en el plano inferior. Si fue así, nos preguntaremos: ¿por qué no la influenció directamente?. Es admisible que estuviese del todo imposibilitado de hacerlo, y que la mediumnidad del amigo fuese el canal único del que disponía para transmitir el aviso. Aunque el método es indirecto, conocen los estudiantes de estos asuntos numerosos ejemplos de comunicaciones idénticas en que fue imposible recurrir a otros medios.
En otra ocasión el mismo caballero recibió por el mismo proceso lo que parecía ser otra carta de otra amiga femenina, relatándole la larga y triste historia de su vida. Se mostraba ella en estado de gran aflicción y decía que toda la dificultad se originó en una conversación, cuyos pormenores expuso, con cierta persona que la persuadió, contra sus propios sentimientos, a adoptar un determinado comportamiento. Y pasó a describir como, poco más o menos, después de un año, tuvieron inicio una serie de acontecimientos directamente atribuibles a ese comportamiento, y que culminaron en la práctica de un crimen hediondo, arruinándole la vida para siempre. Como en el caso precedente, inmediatamente que nuestro caballero se encontró con la supuesta autora de la carta, se refirió al contenido de esta. Nada sabía ella a tal respecto; y sin embargo, de la fuerte impresión que le causaron las singularidades de la historia, convinieron los dos en no prestarle ningún significado. Pasado algún tiempo, y para gran sorpresa de la joven, la conversación aludida en la carta vino a realizarse, siendo instada a asumir un comportamiento cuyo trágico destino le hubiera sido pronosticado. Por cierto que ella hubiera aceptado, insegura de su propio discernimiento, si no fuera porque recordó la profecía. Y fue este recuerdo lo que le dio fuerza para resistir con la mayor de las determinaciones, aunque tal actitud acusase extrañeza y decepción a su interlocutor. Como no fue seguido el comportamiento indicado en la carta, el tiempo de la catástrofe vaticinado llegó y pasó sin ningún incidente fuera de lo normal. Así podría haber ocurrido cualquiera que fuese el caso. Entretanto, si recordamos que la otra predicción se cumplió exactamente, tendremos que admitir que la advertencia transmitida por la carta probablemente impidió la práctica del crimen. Si esto es verdad, ahí tenemos un buen ejemplo de cómo podemos modificar nuestro futuro mediante el ejercicio de una voluntad firme.
Otro punto digno de atención con referencia a la condición del ego cuando está ausente del cuerpo durante el sueño, es que parece pensar por medio de símbolos. Queremos decir que lo que en nuestro plano sería una idea, cuya expresión exigiría gran número de palabras, para el ego es perfectamente transmisible apenas a través de una imagen simbólica. Ahora, cuando un pensamiento como ese viene a imprimirse en el cerebro, y es recordado en la conciencia de la vigilia, sin duda es que necesita una traducción. Muchas veces la mente ejecuta esta función; pero en otras el símbolo no viene acompañado de su clave, permaneciendo por así decirlo sin traducción; y entonces surge la confusión. Muchas personas, sin embargo, traen de este modo los símbolos e intentan darles interpretación. En casos así cada persona tiene su propio sistema de simbología. la escritora inglesa Catherine Ann Crowe, en un párrafo de su libro “Night side of nature“, escribe: “sé de una señora que sueña con tener un gran pez siempre que está cercana a sufrir un infortunio. Soñó una noche que el pez había mordido dos dedos de su hijo. Inmediatamente después un colega del niño le produjo una herida en los mismos dedos con una pequeña hacha. Encontré varias personas que aprendieron por experiencia a considerar determinado tipo de sueño como una premonición segura de un acontecimiento infausto“. Sin embargo, existen muchos puntos en que están de acuerdo muchos de estos soñadores. Por ejemplo, el de que soñar con aguas profundas significa un disgusto que va a venir, y que soñar con perlas es señal de lágrimas.
Examinada así la condición del hombre durante el sueño, vemos cuales son los factores capaces de influir en la producción de sueños: El ego, que puede encontrarse en estado de conciencia, desde la insensibilidad casi completa, hasta el dominio total de sus facultades, y que al aproximarse a esta última condición va entrando cada vez más en la posesión de ciertos poderes, los cuales trascienden los que generalmente poseemos en estado normal de vigilia. El cuerpo astral, siempre agitado por turbulentas ondas de emoción y deseo. La parte etérica del cerebro, por la cual pasa una incesante colección de cuadros entre sí. El cerebro físico inferior, con su semiconciencia inferior y su costumbre de expresar todos los estímulos en forma pictórica. Al dormirnos, nuestro ego se recoge más en sí mismo y deja que sus cuerpos más libres sigan su propio camino; debe recordarse, sin embargo, que la conciencia de estos vehículos, separada cuando les es dado mostrarla, es de carácter muy rudimentario. Si añadimos que cada uno de aquellos factores es entonces infinitamente más susceptible a las impresiones exteriores que en otros momentos, veremos que no hay muchas razones para extrañarnos de que la memoria de la vigilia, que es una especie de síntesis de todas las diferentes actividades que se verifican, sea casi siempre confusa. Vamos ahora, con tales pensamientos en nuestra mente, a ver cómo los diferentes tipos de sueños habituales deben ser expuestos. La verdadera visión no puede ser propiamente clasificada como sueño; es un caso en que el ego ve cómo ocurre algún hecho en un plano superior de la naturaleza, directamente, o por inspiración de una entidad más evolucionada. Sea como fuese, tiene el ego conocimiento o percepción de las cosas que le interesan, o contempla alguna visión gloriosa y elevada que le estimula y fortalece. Feliz el hombre a quien semejante visión le llega con la nitidez suficiente para abrir su camino a través de todos los obstáculos, y fijarla con firmeza en su memoria de vigilia.
El sueño profético debe ser también atribuido exclusivamente a la acción del ego que lo prevé por sí mismo o se inspira en algún acontecimiento futuro para el cual desea preparar su conciencia de vigilia. Es posible cierto grado de certeza y veracidad en esta premonición, conforme a la capacidad del ego para captar los hechos y teniéndolos captados, imprimirlos en el cerebro de vigilia. A veces el evento es de aquellos que se revisten de aspecto grave, como la muerte o un desastre, siendo por esto obvio motivo del ego para intentar grabarlo. En otras ocasiones sin embargo, el hecho previsto no parece tener aparentemente importancia, y nos es difícil comprender por qué el ego se preocuparía por él mismo. Sin duda es siempre posible que, en tal hipótesis, el hecho recordado signifique apenas el pormenor mínimo de alguna visión mucho más extensa, no habiendo llegado lo restante al cerebro físico. Está claro que muchas veces el vaticinio tiene carácter premonitorio, y no faltan ocasiones en que la advertencia haya sido tenida en consideración, llegando el soñador a escapar de la muerte o de un accidente. En muchos casos el aviso es dejado de lado, o su verdadera significación pasa desapercibida cumpliéndose la profecía. En otros existe el intento de tomar previsión a causa de la sugestión; pero no teniendo aquel que sueña el necesario dominio sobre las circunstancias, éstas al final los conducen, a su pesar, a la situación pronosticada. Son tan comunes las historias a este respecto de los sueños proféticos, que el lector fácilmente las encontrará en casi todos los libros que versan sobre esta materia. Leadbeater cita un ejemplo reciente de W.T. Stead, en “Rel ghost stories“. El héroe fue un herrero que trabajando en una fábrica se dejó atropellar por una rueda hidráulica. Sabía él que la rueda necesitaba ser arreglada, y una noche soñó que al terminar las actividades del día siguiente, el gerente le detuvo para hacer el arreglo; que su pié se escurrió y quedó enganchado en el engranaje, siendo gravemente herido y más tarde amputado. Por la mañana contó el sueño a su mujer y convino que estaría ausente cuando le buscaran para arreglar la rueda. Durante el día anunció el gerente que la rueda entraría en reparación justo en el momento de la salida de los obreros, por la tarde; pero el herrero resolvió irse antes de la hora. Fue hacia un bosque situado en la vecindad y allí intentó esconderse. Al llegar cerca de un local donde había cierta cantidad de madera perteneciente a la fábrica, sorprendió a un sujeto que robaba algunas piezas de la pila. Partió en su búsqueda con la intención de cogerlo, pero quedó de tal manera excitado que llegó a olvidarse enteramente de la resolución anterior; y sin que se diera cuenta de esto, regresó a la fábrica justamente a la hora en que los trabajadores se retiraban. No podía olvidarse de la recomendación recibida, y siendo el herrero con más categoría de la fábrica, le correspondía el trabajo en la rueda; pero decidió que lo haría con especial cuidado. A pesar de todas las precauciones, su pié resbaló y fue enganchado por el engranaje, tal como en su sueño, con tan poca suerte que quedó destrozado, obligándole a ser conducido a la enfermería de Bradford, donde la pierna fue amputada por encima de la rodilla. De este modo se cumplió íntegramente el sueño profético.
El sueño simbólico también es un trabajo del ego. Y en verdad puede ser definido como una variante de menor efecto de la categoría precedente, porque a final de cuentas, corresponde a un intento del ego imperfectamente traducido, en el sentido de transportar una información hasta el futuro. Noel Paton da un ejemplo de esta especie de sueño en una carta escrita a la señora Crowe, y por ella transcrita en el libro “The Night side of nature“, veamos: “este sueño de mi madre ocurrió así: se encontraba ella en una galería larga, sombría y oscura; a un lado estaba mi padre, y al otro mi hermana mayor, y a continuación yo mismo y el resto de la familia por orden de edad… Todos permanecíamos inmóviles y en silencio. Fue entonces cuando él entró, aquel algo increíble que, proyectando por delante su siniestra sombra, envolvió todas las trivialidades del sueño precedente en una sofocante atmósfera de pavor. Entró furtivamente, descendió los tres escalones que iban de la entrada a la cámara de horror; y mi madre sintió que era la muerte. Cargada sobre el hombro una pesada hacha para destruir a sus hijos de un solo golpe, así lo imaginó ella. Al entrar el bulto, mi hermana Alexes se salió de la fila, interponiéndose entre él y mi madre. Ahí el bulto irguió el hacha y lanzó un golpe sobre mi hermana Catalina, golpe que mi madre horrorizada no pudo interceptar, aunque agarrase un taburete de tres pies con esta intención. Vio que no podía tirar el taburete sobre el fantasma sin golpear a Alexes, que se precipitaba entre ambos. El hacha golpeó su objetivo, y Catalina cayó. Nuevamente, el implacable bulto blandió el hacha sobre la cabeza de mi hermano que era el siguiente en la fila; pero en ese interín Alexes se escondió en un lugar detrás del fantasma, y mi madre, soltando un grito de pavor, le tiró en la cabeza el taburete. Entonces él se desvaneció y ella despertó. Tres meses después mis hermanos y yo fuimos todos acometidos por la fiebre amarilla. Mi hermana Catalina falleció casi inmediatamente, sacrificada, conforme mi madre supuso, por su extrema aprensión, mientras Alexes parecía estar en peligro inminente; el sueno-profecía en parte parecía cumplido. Yo también estuve a las puertas de la muerte, desahuciado por los médicos. Mi madre, sin embargo, no perdió la esperanza y confiaba en mi recuperación. Pero en cuanto a mi hermano, considerado en estado desesperado, y sobre cuya cabeza ella, en el sueño, viera que pendía un hacha, sus recelos eran demasiado grandes; porque ella no recordaba si se había o no consumado el golpe en la ocasión en que el espectro desapareció. Mi hermano se restableció, pero tuvo una recaída de la que apenas escapó con vida. Lo mismo no sucedió con Alexes; durante un año y diez meses, la pobre niña padeció y yo le sujetaba su pequeña mano cuando murió. He así como se realizó el sueño“. Es curioso observar la exactitud con que se verifican los pormenores del simbolismo, incluso en lo referente al supuesto sacrificio de Catalina para la salvación de Alexes, y la diferencia en el modo en que ambas murieron.
El sueño puede a veces significar una reminiscencia más o menos exacta de una verídica experiencia astral por la que haya pasado el ego cuando se encontraba fuera del cuerpo físico dormido. O tal vez más frecuentemente, la dramatización por el ego de la impresión producida por un insignificante sonido o contacto físico, o aún alguna idea pasajera que se le hubiese ocurrido. Ejemplos de esto último ya los mencionaremos; y de lo otro también existen muchos; entre ellos podemos incluir el caso relatado en el libro “Dreams and ghosts“, de Andrew Lang, y que le ocurrió al conocido médico francés Dr. Brirre de Boismont. Este lo describe por cuenta propia: “Miss C., una dama de excelente buen sentido, vivía antes de casarse, en compañía de su tío D., famoso médico miembro del Instituto. En una época su madre enfermó seriamente en el campo. Una noche, la moza soñó que la veía pálida y moribunda, habiéndose agravado su estado de salud por motivo de la ausencia de sus dos hijos, uno que era vicario en España, y otra la propia moza que vivía en París. Oyó, entonces, que se pronunciaba su nombre en cristiano: Carlota vio en el sueño a las personas que rodeaban a su madre trayéndole su pequeña sobrina y aijada Carlota, que se encontraba en el cuarto contiguo. La enferma dio a entender por medio de un gesto que no estaba llamando a esta Carlota, sino a su hija de París. Al día siguiente la melancolía de Miss C. despertó la atención de su tío. Ella le contó el sueño, y él le reveló que su madre estaba muerta. Algunos meses después, en ausencia de su tío, fue ella a arreglar los papeles en los cuales no gustaba que nadie tocase, y en medio de ellos se encontró con una carta en la que se revelaba la muerte de su madre, con todas las particularidades vistas en el sueño. Mr D. las ocultó para evitar que llegaran a causarle demasiado sufrimiento“. A veces el sueño clarividente se refiere a un asunto mucho menos importante que la muerte, como en el siguiente caso contado por el doctor F.G. Lee, en “Glimpses in the twilight“. Una señora soñó que veía a su hijo en una extraña embarcación parada cerca de una escalera que llevaba a un piso superior. Le pareció pálido y en extremo cansado; y le decía a ella en tono afligido: “madre, no tengo donde dormir”. Pasado algún tiempo llegó una carta del hijo que adjuntaba un croquis de la curiosa embarcación, indicando el lugar de la escalera hacia el piso superior. Explicaba también que un día sobrevino una tempestad, hecho que ocurría en el día del sueño, que casi hizo zozobrar la embarcación, y cubrió literalmente de agua su cama. Terminaba la descripción con las siguientes palabras: “me quedé sin lugar donde dormir“. Está claro que en ambos casos, los soñadores, movidos por pensamientos de amor y ansiedad, habían efectivamente viajado con el cuerpo astral durante el sueño, hasta donde se encontraban los entes cuya suerte les interesaba, y simplemente testimoniaban los acontecimientos en que los mismos participaron.
El sueño confuso, que es el más común de todos, puede tener varias causas, como ya tuvimos ocasión de decir. Puede ser apenas la impresión más o menos fiel de una serie de cuadros sin conexión entre sí y de transformaciones imposibles producidas por la acción automática y sin lógica del cerebro físico inferior. Puede ser reproducción de corrientes de pensamientos ocasionales que hayan cruzado la parte etérica del cerebro. Si en ellos toman parte imágenes sensoriales de cualquier especie, esto se debe al siempre agitado mar de los deseos terrenales, probablemente estimulados por influencias impías del mundo astral. Puede ser debido a un intento imperfecto de dramatización por parte de un ego desarrollado; o una combinación inexplicable de varios o todos estos factores. El modo por el cual se procesa semejante combinación tal vez se vuelva más claro con la descripción sucinta de algunas de las experiencias sobre el estado del sueño llevadas a cabo recientemente con la cooperación de investigadores clarividentes, miembros de la logia de Londres de la Sociedad Teosófica. El objetivo especial de las investigaciones, parte de las cuales Leadbeater describe, consisten en descubrir si era posible impresionar el ego de una persona común durante el sueño, de forma suficiente para volverla capaz de recordar lo ocurrido cuando despertara. Se deseaba también, en la medida de lo posible, descubrir cuáles son los obstáculos que habitualmente se anteponen a este recuerdo. La primera experiencia intentada recayó en un hombre medio de poca instrucción y de aspecto exterior rudo. Un tipo de pastor australiano cuya envoltura astral, que se veía flotando por encima del cuerpo, se presentaba externamente como poco más que una nube imprecisa a la deriva. La conciencia del cuerpo sobre la cama se mostraba confusa y cargada en lo tocante a las partes densa y etérica de la estructura. La primera, la parte densa, respondía hasta cierto punto a los estímulos de fuera: por ejemplo, el caer de dos o tres gotas de agua hacía el cerebro evocar, aunque con retraso, la escena de fuertes chaparrones. En cuanto la parte etérica del cerebro era un canal pasivo a través del cual fluye una corriente continua de pensamientos desconexos a cuyas vibraciones solo esporádicamente respondía, y así mismo parecía hacerlo con acentuada lentitud. El ego que flotaba encima revelaba su estado no desarrollado y de semiconciencia. Pero el envoltorio astral, si bien impreciso y sin forma definida, daba señales de gran actividad. El cuerpo astral, flotante puede, en cualquier ocasión, dejarse influenciar con facilidad por el pensamiento consciente de otra persona. Se hizo en este caso la experiencia en el sentido de alejarlo hasta corta distancia del cuerpo físico en la cama.
El resultado, sin embargo, fue que al alejarlo unos metros más allá, era visible el malestar en ambos vehículos, volviéndose necesario renunciar al intento, pues un alejamiento mayor llevaría al hombre a despertar probablemente en un estado de gran terror. Cierto escenario fue escogido, un bellísimo panorama descortinado de lo alto de una montaña tropical; y el operador lo proyectó con nitidez en la conciencia del sueño del ego. Este lo captó y examinó, si bien de manera confusa e incomprensible. Después de colocado en su frente el escenario durante algún tiempo, se despertó al hombre para ver si lo recordaba como sueño. Su mente, sin embargo, no registró nada a este respecto, no trayendo la menor reminiscencia desde el estado de sueño. Se sugirió que la corriente continua de formas de pensamiento extrañas que le pasaban por el cerebro, constituían posiblemente un obstáculo, distrayéndolo y volviéndole impermeable a influencias de sus principios más elevados. Y por eso, se construyó una concha magnética alrededor de su cuerpo, a fin de impedir la entrada de aquella corriente, intentando de nuevo la experiencia. El cerebro, así privado de su alimento normal, comenzó poco a poco y como en un sueño a repasar escenas de la propia vida del hombre pasado; pero siendo nuevamente despertado, no se modificó el resultado. Su memoria estaba completamente en blanco, tal como en el caso de la escena antes presentada delante de él. Sin embargo, tenía la vaga idea de haber soñado con acontecimientos de su vida pasada. En ese momento fue abandonada la experiencia por impracticable. Era evidente que se trataba de un ego poco desarrollado, y cuyo principio kármico era demasiado fuerte para ofrecer alguna posibilidad de éxito. Otra experiencia con el mismo hombre, en una época posterior, ya no presentó tan malos resultados. El escenario preferido en este caso era en sobremanera excitante, consistiendo en un incidente en un campo de batalla, que según todo indicaba, habría de ejercer en ese tipo de mente una influencia mayor que el de un paisaje. Aquí el ego no desarrollado del hombre mostró un interés que superó al del otro escenario. Pero cuando el hombre despertó, el recuerdo de este acontecimiento no existía, y todo cuanto quedaba era una vaga impresión de que él estaba combatiendo; el donde y el porqué ya lo había olvidado completamente.
La experiencia siguiente fue con una persona de un tipo bastante superior, un hombre de buen proceder moral, inteligente y culto, con muchas ideas filantrópicas y elevadas aspiraciones. En su caso, el cuerpo denso respondió instantáneamente a la prueba del agua, en una extraordinaria escena de un enorme temporal, lo que a su vez repercutió sobre la parte etérica del cerebro, despertando por asociación de ideas, una serie de escenas vívidamente representadas. Cuando semejante perturbación cesó, la corriente habitual de pensamientos comenzó a desfilar. Se observó, sin embargo, que provocaba en el cerebro una reacción en escala mucho mayor, cuyas vibraciones eran igualmente mucho más fuertes, iniciándose en cada caso una secuencia de asociaciones que frecuentemente desviaban la corriente extraña durante un considerable espacio de tiempo. El cuerpo astral presentaba contornos más definidos en su formación ovoide, y la materia astral más densa del interior era una perfecta reproducción del cuerpo físico; y cuando los deseos se mostraban menos activos, el propio ego asumía un grado mucho más elevado de conciencia. El mismo cuerpo astral, en esta experiencia, podía alejarse hasta la distancia de varias millas del cuerpo físico sin ocasionar, en apariencia, la más leve perturbación en ninguno de ellos. Cuando la imagen de un paisaje tropical fue presentada al ego, inmediatamente este le dio su más placentera atención, admirando y contemplando sus bellezas con todo entusiasmo. Pasado el éxtasis, después de algunas horas se despertó al hombre; pero el resultado se reveló algo desalentador. Sabía que tuvo un sueño magnífico, pero fue incapaz de recordar los detalles y los pocos y fugaces fragmentos que su mente retuvo eran simples reminiscencias de divagaciones del propio cerebro. Se repitió más tarde la experiencia con el mismo hombre, y también como el primero, se dispuso una concha magnética en torno al cuerpo; en este caso, como en el otro, el cerebro comenzó inmediatamente a elaborar escenas propias. El ego recibió el paisaje aún con mayor entusiasmo que la primera vez, reconociéndolo como el escenario que viera en anterior ocasión y apreciándolo en todos sus aspectos y detalles, con estática y total admiración por los múltiples encantos que ofrecía. Pero cuando él estaba así absorto en la contemplación, aquí el cerebro etérico se entretenía en rememorar pasajes de su vida escolar, sobresaliendo el que tuvo lugar en un día de invierno, cuando el suelo se cubrió de nieve, y él y numerosos compañeros se tiraban bolas de nieve, unos a otros, en el patio de la escuela. Después que el hombre despertó como de costumbre, el efecto fue extremadamente curioso; tenía el más vivo recuerdo de que estuviera en lo alto de una montaña contemplando una visión maravillosa y conservaba bien nítidos en su mente los aspectos principales del panorama. Pero en vez del exuberante verdor tropical que confería la riqueza a la verdadera perspectiva, vio él las tierras circundantes envueltas en un manto de nieve, y le pareció que cuando estaba absorbiendo con profundo deleite las bellezas del panorama, que se mostraba frente a él. Súbitamente se vio, por uno de esos bruscos cambios tan frecuentes en los sueños, tirando bolas de nieve junto con antiguos y olvidados compañeros de la infancia, en el viejo patio de la escuela en la que dejara de pensar hacía tanto tiempo.
Las experiencias anteriores demuestran, con claridad suficiente, como el recuerdo de nuestros sueños es, la mayoría de las veces, caótico e incoherente. Incidentalmente explican porque algunas personas en que el ego no está desarrollado y son fuertes los deseos mundanos, nunca sueñan, y porqué muchas otras son capaces, cuando las circunstancias son favorables, de traer algún confuso recuerdo de su aventura nocturna. Vemos, además, que si un hombre pretende coger en su conciencia de vigilia los frutos de lo que su ego aprendió durante el sueño, le es absolutamente necesario adquirir el dominio de sus pensamientos, subyugar todas las pasiones subalternas y afinar la mente con actitudes nobles. Si quisiera tomarse el trabajo de formarse, durante la vida de vigilia, en el hábito del pensamiento firme y concentrado, no tardará en verificar que el beneficio ganado por este medio, no se limita al día a día de su actividad. Especialmente si aprende a contener su mente para mostrarse también dueño de esta, así como de sus pasiones inferiores. También si se esfuerza con perseverancia en adquirir el mando total de sus pensamientos, con el objetivo de saber en todo momento, con seguridad, aquello en lo que está pensando y el por qué. Y verá que su cerebro ase ejercitado en escuchar tan solamente las sugerencias del ego, quedará tranquilo cuando no esté en uso y rehusará recibir y hacerse eco de las corrientes ocasionales del océano de pensamientos circundantes. Y de ese modo ya no será impermeable a las influencias de los planos menos materiales, donde el discernimiento es más fino, y el juicio más verdadero que en nuestro plano inferior. La ejecución de un acto elemental de magia puede contribuir a ayudar a algunas de estas personas a adiestrar la parte etérica del cerebro. Las escenas que allí se desarrollan cuando es desviada esta corriente de pensamientos exteriores serán tales que probablemente impedirán el recuerdo de las experiencias del ego más que el flujo agitado de los propios pensamientos. El alejamiento de esta corriente impetuosa que encierra una dosis mucho mayor de mal que de bien, significa un apreciable paso en la dirección al objetivo deseado. Y esto puede conseguirse perfectamente sin gran dificultad. Que el hombre cuando se vaya a la cama piense en el aura que le envuelve y desee con firmeza que la superficie de este aura se convierta en una concha protectora contra la invasión de influencias extrañas. La materia áurica obedecerá su pensamiento y se formará realmente una concha a su alrededor, evitándose estas corrientes.
Otro punto que tan incisivamente se evidenció en las investigaciones de Leadbeater hace referencia a la inmensa importancia del último pensamiento en la mente del hombre al dormirse. Este es un aspecto que jamás sacude a la gran mayoría de las personas, a pesar de influir en ellas, tanto física como moral y mentalmente. Hemos visto qué tan pasiva y fácilmente se deja el hombre influenciar cuando está dormido. Si entra en este estado con el pensamiento vuelto hacia cosas dignas y elevadas, en consecuencia atrae cerca de sí elementales creados por pensamientos afines de otros seres humanos; reposa suave y tranquilo, y su mente se abre a impresiones de los planos superiores y se cierra a los inferiores, porque él la está dirigiendo para el trabajo en el sentido correcto. Si, al contrario, entra en el sueño con pensamientos impuros y mundanos, al atravesar el cerebro, atraen criaturas groseras y malas que se hallan cerca, y su sueño es agitado por ondas maléficas de pasión y deseo que lo vuelven ciego a las luces y sordo a los sonidos procedentes de los mundos superiores. Al teósofo sincero le cumple efectuar todo lo que esté a su alcance para enfocar sus pensamientos en el más alto nivel del que sea capaz antes de dormirse. Para ello debe recordar que cruzando lo que parece apenas ser el umbral del sueño, tal vez alcance allí, poco a poco, la admisión en aquellos reinos maravillosos donde solamente es posible la verdadera visión. Si el hombre persevera en dirigir el alma hacia arriba, sus sentidos internos al final comenzarán a desarrollarse; la luz dentro del santuario brillará con más y más intensidad, hasta alcanzar la conciencia plena y continua. Y entonces él dejará de soñar. Dormir para él ya no significará zambullirse en el olvido, sino solamente caminar hacia delante con alegría y decisión en el rumbo de aquella existencia más integra y sublime, donde el alma estará siempre aprendiendo, aunque todo su tiempo esté dedicado al servicio. Porque el servicio es el gran maestro de la sabiduría, y la gloriosa tarea que le fue confiada es la de ayudar siempre hasta el extremo límite de sus fuerzas, en una obra que jamás termina, la obra de los maestros, cuya finalidad es ayudar y llegar a la evolución de la humanidad.
Fuente
https://oldcivilizations.wordpress.com
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