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El curso de nuestra historia, ¿ha sido planificada por sociedades secretas?

A través del libro El Código Da Vinci, Dan Brown abrió una puerta que dejaba entrever ciertos secretos celosamente guardados durante siglos. Se abrió una puerta que nos llevaba a ver y a conocer  aspectos ignorados o que, como por casualidad, habían pasado desapercibidos. En Ángeles y Demonios, Dan Brown libera otros secretos aun más peligrosos. Se trata de una guerra abierta contra el poder de la Iglesia, Imagen 4capitaneada por una sociedad secreta denominado Illuminati. La pregunta que nos podemos plantear es: ¿quién está manejando los hilos de la sociedad? La  conspiración y los  ritos iniciáticos   vinculados   a las  sociedades  secretas, no son temas nuevos. En   el   siglo  XI   Hasan   ibn   Sabbah   fundó  una   secta   inspirada   por   una   rama   fanática   del ismailismo, los Asesinos  o Hashashin,   que   significa  «los que   consumen haschís».   Ejecutaban   a sus víctimas con gran crueldad, impulsados por un estado de euforia criminal que les propiciaba el uso de esa droga.   En   el   siglo   XIII  fueron   condenados   a   muerte   más   de   doce   mil   miembros   del citado  grupo.  Muchos  lograron salvarse y  se dispersaron por Siria, sin que actualmente se sepa que ocurrió con los supervivientes de la secta. En 1776 Adam Weishaupt crea la secta de los Iluminados de Baviera, conocidos como Illuminati. Su objetivo oficial y explícito era conducir al ser humano al correcto camino de la espiritualidad primitiva. Pero el método para lograrlo era erradicar los   gobiernos   y   las   propiedades   privadas,   derrocando   monarquías   e   instaurando   repúblicas autoritarias.  Aunque  las fechas  son  confusas,  en 1785  la orden  fue oficialmente disuelta, aunque no desapareció. Pero hay otros aspectos que aluden a la masonería, los rosacruces, o los que vinculan las tramas secretas de conspiración mundial con   algunas siglas, como, por ejemplo, la OSS, denominación de  un  grupo de  investigación precursor  de  la  CÍA  actual, o bien la  Logia P2,  una  de  las sociedades más poderosas que hubo en Italia. René Chandelle es un escritor e historiador francés dedicado a la historia medieval. Es conocido por sus análisis de best-sellers históricos. Ha publicado varios libros: Más allá de Ángeles y Demonios, en que me he basado para escribir este artículo, Entre Da Vinci y Lucifer, Traidores a Cristo: La historia maldita de los Papas, Más allá del Código da Vinci, y Más allá de las catedrales.

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La Oficina de Servicios Estratégicos, más conocida por su nombre original en inglés, Office of Strategic Services, u OSS, fue el servicio de inteligencia de los Estados Unidos de América durante la Segunda Guerra Mundial. Está considerada la antecesora de la Agencia Central de Inteligencia o CIA. Antes de la creación de la OSS (el equivalente al British Secret Intelligence Service), los asuntos del servicio de inteligencia estaban repartidos entre diferentes departamentos del gobierno estadounidense, sin ningún tipo de coordinación. De hecho, el Ejército y la Armada utilizaban códigos diferentes para cifrar sus mensajes secretos. El presidente Franklin D. Roosevelt señaló las deficiencias del servicio de inteligencia estadounidense, y aconsejado por el militar y espía canadiense William Stephenson le encargó a su amigo William Joseph Donovan, un veterano de la Primera Guerra Mundial, la creación de un servicio de inteligencia. Su trabajo fue compilado en el “Memorandum of Establishment of Service of Strategic Information“, y tras ello Donovan fue nombrado “Coordinador de Información” en julio de 1941. Así se estableció la Oficina de Servicios Estratégicos, mediante una orden militar proveniente de Roosevelt el 13 de junio de 1942, pensando en un primer momento en recopilar y analizar información del Estado Mayor Conjunto de los Estados Unidos, y realizar operaciones no asignadas a otras agencias. Un mes y medio después de ganar la guerra, en torno al 20 de septiembre de 1945, la OSS fue disuelta por el presidente Harry S. Truman. Así, durante el mes siguiente las funciones de la OSS fueron desempeñadas por los Departamentos de Estado y de Guerra. El Departamento de Estado se ocupó de la sección de Investigación y Análisis, que fue renombrada como Servicio Interino de Investigación e Inteligencia (Interim Research and Intelligence Service, IRIS), dirigido por Alfred McCormack. Por su parte, el Departamento de Guerra asumió las secciones de Inteligencia Secreta (Secret Intelligence, SI) y X-2, para lo cual se creó una oficina especial, la Unidad de Servicios Estratégicos (Strategic Services Unit, SSU). El Secretario de Guerra nombró al brigadier general John Magruder como supervisor de la disolución de la OSS, para preservar el secreto sobre sus acciones. Ya en enero de 1946, el presidente Truman creó el Central Intelligence Group (CIG – Grupo Central de Inteligencia), que es el precursor directo de la CIA. En 1947, la National Security Act estableció la primera agencia de inteligencia en tiempos de paz, la CIA, que asumió todas las funciones de la antigua OSS.

Miles de personas han leído la obra Angeles y Demonios, y su lectura ha generado la duda de si realmente explica situaciones reales. Sólo es preciso recordar los atentados de las Torres Gemelas o las guerras de Afganistán e Irak, para darnos cuenta de que algo está ocurriendo. Todo parece indicar que estamos viviendo  en un Nuevo Orden Mundial.  Ésta   es   una   frase   popularizada   por   George Bush padre  duante  la   primera   Guerra  del   Golfo.  Todo parece indicar que George Bush  tiene  cierta  vinculación con los illuminati. La   pregunta   es:  ¿quién   dirige  este  Nuevo Orden Mundial? Quizá  la   respuesta   sea  los gobiernos que están en la sombra, quizá dirigidos por determinadas sociedades secretas. Pero todavía queda otro interrogante por resolver:  ¿qué objetivo tienen estas sociedades secretas? La realidad que hay detrás de la obra de Brown es sutil, reveladora e inquietante. Si   realmente   queremos   saber   cuáles   son   los   mensajes   secretos   que   se   esconden   en  Ángeles y Demonios tenemos que remontarnos unos cuantos siglos atrás en la historia. Así  podremos  conocer   el  pensamiento   de  Galileo  y   cómo   era   la  sociedad  científica   en   la que vivió.   Es el momento histórico en que el conocimiento y el dogma toman caminos divergentes, y la Ciencia se ve impelida a refugiarse en el ocultismo. Pero para avanzar con este tema, debemos conocer en cierto detalle la vida de Galileo. Galileo Galilei (1564 – 1642) fue un astrónomo, filósofo, ingeniero, matemático y físico italiano, relacionado estrechamente con la revolución científica. Eminente hombre del Renacimiento, mostró interés por casi todas las ciencias y artes, como la música, la literatura o la pintura. Sus logros incluyen la mejora del telescopio, gran variedad de observaciones astronómicas, la primera ley del movimiento y un apoyo determinante al copernicanismo. Ha sido considerado como el «padre de la astronomía moderna», el «padre de la física moderna» y el «padre de la ciencia». Su trabajo experimental es considerado complementario a los escritos de Francis Bacon en el establecimiento del moderno método científico y su carrera científica es complementaria a la de Johannes Kepler. Su trabajo se considera una ruptura de las teorías asentadas de la física aristotélica y su enfrentamiento con la Inquisición romana de la Iglesia católica suele presentarse como el mejor ejemplo de conflicto entre religión y ciencia en la sociedad occidental. Galileo, que nació en Pisa cuando ésta pertenecía al Gran Ducado de Toscana, fue el mayor de seis hermanos, hijo de un músico y matemático florentino llamado Vincenzo Galilei, que quería que su hijo mayor estudiara medicina.

El cardenal Belarmino, que hizo quemar a Giordano Bruno, ordena que la Inquisición realice una investigación discreta sobre Galileo a partir de junio de 1611. A pesar de pasar meses removiendo cielo y tierra para impedir lo inevitable, es convocado el 16 de febrero de 1616 por el Santo Oficio para el examen de las proposiciones de censura. Es una catástrofe para él. La teoría copernicana es condenada como «una insensatez, un absurdo en filosofía, y formalmente herética». El 25 y 26 de febrero de 1616, la censura es ratificada por la Inquisición y por el papa Paulo V. El proceso comenzó con un interrogatorio el 9 de abril de 1633, donde Galileo no reconoce haber recibido expresamente ninguna orden del cardenal Bellarmino. Por otra parte, dicha orden aparece en un acta que no estaba firmada ni por el cardenal ni por el propio Galileo. Con pruebas endebles es difícil realizar una condena, por lo que es conminado a confesar, con amenazas de tortura si no lo hace y promesas de un trato benevolente en caso contrario. Galileo acepta confesar, lo que lleva a cabo en una comparecencia ante el tribunal el 30 de abril. Una vez obtenida la confesión, se produce la condena el 21 de junio. Al día siguiente, en el convento romano de Santa Maria sopra Minerva le es leída la sentencia, donde se le condena a prisión perpetua, y se le conmina a abjurar de sus ideas, cosa que hace seguidamente. Tras la abjuración el Papa conmuta la prisión por arresto domiciliario de por vida. Giuseppe Baretti afirmó que después de la abjuración Galileo dijo la famosa frase «Eppur si muove» («Y sin embargo se mueve»). Pero según Stillman Drake, Galileo no pronunció la famosa frase en ese momento ya que no se encontraba en situación de libertad y sin duda era desafiante hacerlo ante el tribunal de cardenales de la Inquisición. Para Stillman si esa frase fue pronunciada lo fue en otro momento. El texto de la sentencia fue difundido por doquier: en Roma el 2 de julio y en Florencia el 12 de agosto. La noticia llega a Alemania a finales de agosto, en Bélgica en septiembre. Los decretos del Santo Oficio no se publicarán jamás en Francia, pero, prudentemente, René Descartes renuncia a la publicación de su Mundo. Muchos, entre ellos Descartes, pensaron que Galileo era la víctima de una confabulación de los jesuitas, que se vengaban así de la afrenta sufrida por Horazio Grassi en el Saggiatore. Galileo permanece confinado en su residencia en su casa de Florencia desde diciembre de 1633 a 1638. El 8 de enero de 1642 Galileo muere en Arcetri a la edad de 77 años. Su cuerpo es inhumado en Florencia el 9 de enero. Un mausoleo será erigido en su honor el 13 de marzo de 1736 en la iglesia de la Santa Cruz de Florencia. Galileo, especialmente en su obra Diálogo sobre los principales sistemas del mundo(1633), cuestionó y resquebrajó los principios sobre los que hasta ese momento habían sustentado el conocimiento e introdujo las bases del método científico que a partir de entonces se fue consolidando.
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A partir de Pío XII se comienza a rendir homenaje al gran sabio que era Galileo. En 1939 este Papa, en su primer discurso a la Academia Pontificia de las Ciencias, a pocos meses de su elección al papado, describe a Galileo «el más audaz héroe de la investigación, sin miedos a lo preestablecido y los riesgos a su camino, ni temor a romper los monumentos». Su biógrafo de 40 años, el profesor Robert Leiber, escribió: «Pío XII fue muy cuidadoso en no cerrar ninguna puerta a la ciencia prematuramente. Fue enérgico en ese punto y sintió pena por el caso de Galileo». En 1979 y en 1981, el papa Juan Pablo II encarga una comisión paara estudiar la controversia de Ptolomeo-Copérnico de los siglos XVI y XVII. Juan Pablo II considera que no se trataba de rehabilitación. El 31 de octubre de 1992, Juan Pablo II rinde una vez más homenaje a Galileo durante su discurso a los partícipes en la sesión plenaria de la Academia Pontificia de las Ciencias. En él reconoce claramente los errores de ciertos teólogos del siglo XVII en el asunto. El papa Juan Pablo II pidió perdón por los errores que hubieran cometido los hombres de la Iglesia a lo largo de la historia. En el caso Galileo propuso una revisión honrada y sin prejuicios en 1979. Pero la comisión que nombró al efecto en 1981 y que dio por concluidos sus trabajos en 1992, confirmó una vez más la tesis de que Galileo carecía de argumentos científicos para demostrar el heliocentrismo y sostuvo la inocencia de la Iglesia como institución y la obligación de Galileo de reconocer y prestar obediencia a su magisterio, justificando la condena y evitando una rehabilitación plena. El propio cardenal Ratzinger, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe en aquellos momentos, antes de devenirr Papa, lo expresó rotundamente el 15 de febrero de 1990 en la Universidad romana de La Sapienza, cuando en una conferencia hizo suya la afirmación del filósofo agnóstico y escéptico Paul Feyerabend: “La Iglesia de la época de Galileo se atenía más estrictamente a la razón que el propio Galileo, y tomaba en consideración también las consecuencias éticas y sociales de la doctrina galileana. Su sentencia contra Galileo fue razonable y justa, y sólo por motivos de oportunismo político se legitima su revisión“.  Estas declaraciones serán objeto de una fuerte polémica cuando en el año 2008 el ya papa Benedicto XVI tenga que renunciar a una visita a la Universidad de La Sapienza de Roma. Y hasta aquí la detallada historia de Galileo.

Galileo   fue   un   abanderado   de   su   tiempo,   aunque   no   el  único.   Quizá  el   hecho   de   haber   sido sometido  a  un juicio sumarísimo  que le llevó  a  una  posterior  abjuración  de sus teorías  es lo  que más ha trascendido  al gran público.  Pero  el astrónomo  de Pisa no estaba  solo.  A su alrededor y practicando la misma u otras disciplinas hubo muchos científicos que no siempre contaron con el beneplácito  del  poder  establecido,  que  en  aquel  momento  era  la  Iglesia.  En  la  época  de  Galileo, investigar   significaba   depender   de   los   ricos   y   poderosos   mecenas,   quienes   a  su   vez   se   dejaban guiar u orientar por la Iglesia. Un mecenas, por importante que fuera, difícilmente podía apoyar a alguien   cuyas   teorías   no   cuadrasen   con   el   canon   establecido.   Esto   generó  que   algo   que   había permanecido oculto saliese a la luz. Algo que se mantendría durante largo tiempo. Se trataba de un tipo de conspiración o conjura.  Pese   al  total dominio   de   la   Iglesia   había   otras   formas   de   pensamiento,   otros   sistemas   de entender la vida y de comprender la magnitud de las cosas. Era   preciso   prescindir   de   los   dogmas   religiosos y, lógicamente, hacerlo en secreto. En la  época existieron numerosos grupos que, amparándose en el esoterismo y en el ocultismo de lejanas religiones  orientales, dieron   cauces a   las   nuevas   ideas.   Las   sociedades   secretas   apoyaron   los   avances científicos y la ciencia se hizo conspirativa. Su   objetivo   era   enfrentarse   al   poder   establecido,   liberarse   de   aquéllos   que siempre   les   habían   dictaminado   qué  y   cuándo   debían   pensar.   En   aquel   tiempo,   eso   significaba oponerse a la Iglesia y a sus dogmas. En muchos casos ya no era cuestión de defender una teoría científica,   sino   una   forma   de   vida,   de   sociedad   e   incluso   de   política.   Los   conspiradores,   o   sea aquellos  que  no   estaban  conformes  con   el  poder  eclesiástico,   debían   unirse  para   actuar como una sola fuerza. Pero la verdad es que conspiraciones hubo muchas.  Sea  como  fuera,  las  sociedades  secretas  llegaron  a  ejercer una altísima  influencia.  Consiguieron participar en episodios históricos tan relevantes como la Revolución Francesa, la Independencia de Estados   Unidos   y,   ya   más   cerca   de   nosotros,   en   las   guerras   mundiales,   por   no   hablar   de   otros hechos   más   contemporáneos.  ¿Con   qué  fin?   El   autor   de  Angeles   y   demonios   nos   ofrece   en   su obra   algunas   pistas   al   respecto.
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A lo largo del siglo XVI se   efectúa   un   cambio   de   filosofía   en  la   ciencia. Nace una nueva ciencia más moderna, más experimental, y los investigadores comienzan a cuestionar   las   cosas   que   hasta   ese   momento   parecían   inamovibles.   Una   nueva   sociedad   científica   estaba   viendo   la   luz   y   comenzaban   a   tambalearse   los   dogmas establecidos por las jerarquías eclesiásticas. Ciertamente los investigadores tuvieron que mantener un cierto secretismo para poder llevar a cabo sus descubrimientos sin despertar las iras de la Iglesia. Al igual que Galileo, el   médico   y   teólogo   aragonés Miguel Servet, acusado de herejía por haber cuestionado el dogma de la Trinidad, fue condenado a morir   en   la   hoguera. Asimismo   otros   científicos   y   pensadores   notables   fueron   perseguidos   o   murieron   en extrañas  circunstancias.   El  Vaticano   y  los  «sabios»  del   sistema   que   recibían  su  protección  y  sus prebendas, estaban dispuestos a cualquier recurso para impedir que el afán de conocimiento acabara destruyendo su poderío. Pero los investigadores siguieron adelante, a menudo amparados en el secretismo, porque creían en la verdad expresada por el gran Galileo: “La   ciencia   está  escrita   en   el   más   grande   de   los   libros,   abierto   permanentemente   ante   nuestros ojos, el Universo, pero no puede ser comprendido a menos de aprender a entender su lenguaje y a conocer los caracteres con que está  escrito. Está  escrito en lenguaje matemático y los caracteres son triángulos, círculos y otras figuras geométricas, sin las   que   es   humanamente   imposible   entender   una   sola   palabra; sin ellas uno vaga desesperadamente por un oscuro laberinto“.Todos   los   investigadores   y   descubridores   de   aquel   tiempo   establecían   sus especulaciones y teoremas en privado, en sus reuniones, pero no a través de la enseñanza oficial. Ciertamente   las   universidades  italianas   del   Renacimiento  eran   las   mejores   y   las   más   agraciadas por   los   donativos   proporcionados   por   sus   ostentosos   mecenas.   Investigar   y   trabajar   en   otros   lugares   que   no   fueran   Padua,   Pisa,   Bolonia   o   Pavia   era   arriesgarse   a   caer   en   el   anonimato.   Tan relevantes   eran   estas   universidades,   que   la   ciencia   en   aquella  época   hablaba  en   italiano   o  en latín. En sus claustros enseñaban los sabios de mayor renombre y, como contraprestación, se les ofrecía los mejores patrocinadores para sus investigaciones. Claro que no convenía recibir una subvención y correr el riesgo de que ésta fuera retirada porque el clero considerase que se había llegado más allá de lo que marcaban los dogmas.

Pero no todas las universidades europeas reaccionaron favorablemente al cambio. Así la de Salamanca, que durante otros tiempos  se había convertido en un punto de referencia en lo que   a   investigaciones   anatómicas   y   astronómicas   se   refiere,   durante   ese   periodo   de   cambio científico prefirió  ser prudente.  Su  claustro no aceptó  los nuevos postulados, refugiándose en las tradiciones clásicas que estaban aceptadas y amparadas por la Iglesia. Un caso similar se dio en La Sorbona, que no aceptó las nuevas teorías científicas pues temía que generasen problemas en la teología a la que estaba aferrada. Por el contrario, la Universidad de Montpellier recibió  con los brazos abiertos los aires de renovación. Probablemente haya cierta incoherencia histórica en la novela de Dan Brown. No sabemos si Galileo dijo realmente que «cuando miraba por su telescopio los planetas, oía la voz de Dios en la música de las esferas». Lo que sí  sabemos es que Pitágoras (585-500 a. C.) el célebre filósofo y matemático griego, acuñó  el término  «música de las esferas». Más exactamente, según Aristóteles,  Pitágoras dijo en cierta ocasión:  «Hay Geometría en el canturreo de las cuerdas;  hay Música en el espacio que separa a las Esferas». ¿Puede ser cierto que determinadas mentes preclaras de la  época de Galileo se vieron obligadas a reunirse en secreto? Se sabe que varios de esos científicos establecieron  vínculos con asociaciones  secretas de su  época. Y aunque las grandes figuras de   la   ciencia   de   la  época   no   pertenecieron a los  illuminati,   dado   que   esta   sociedad secreta  aún   no   existía,   sin   duda   se aproximaron   a   las   sociedades     secretas, en   tanto   representaban   una posible protección frente a la intolerancia eclesiástica. Antes   de   consagrarse   totalmente   al   estudio   y   a   la   filosofía,   el   notable   pensador   inglés   Francis Bacon (1561 – 1626) había alcanzado elevadas posiciones políticas y diplomáticas, así como obtenido los títulos de  vizconde  de  Saint  Alban  y  barón  de  Verulam  por sus  servicios a  la Corona.  En  1618,   cuando ostentaba el prestigioso cargo de Lord Canciller, se vio envuelto en un confuso pleito por cohecho y  soborno que acabó con su carrera política. No es improbable que su caída respondiera en realidad a   una   conjura   para   hundir   a   quien   era,   a   su   vez,   un   conjurado,   miembro   de   una   poderosa   logia secreta. A  los   18   años,   tras   la   muerte   de   su   padre,   el   joven   Bacon   ingresó  en   Gray’s  Inn,   una   suerte   de colegio   mayor   que   impartía   clases   de   derecho,   según   la   costumbre   británica.   En   1582   obtuvo   el título   de   abogado,   iniciando   una   actividad legal y política que lo llevóal Parlamento en el 1600.
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Tres años después el ascenso al trono de Jacobo I (James I de Inglaterra y James VI de Escocia) dio un nuevo impulso al imparable ascenso político de Francis Bacon.  Avanzó  varios   niveles   en   su   posición   pública,   hasta   ser   designado   Lord Canciller en 1618, junto a la obtención del título de barón y, dos años después, el de vizconde. De  pronto,  en   la  cúspide   su  carrera,  fue  detenido   bajo  la  acusación  de   abusar  de   su   cargo  para favorecer a determinadas personas que lo habrían sobornado. El tribunal lo encontró  culpable de cohecho, pero el rey conmutó su condena, aunque le aconsejó que se alejara de la vida pública. Sir Francis, que ya había bosquejado algunos apartados del Novum Organum, en el que proponía un nuevo  método  científico,  acató  el  consejo  real.  Dedicó  el  resto  de  su  vida  a  escribir  una  extensa serie de tratados y libros sobre diversos temas que le proporcionaron celebridad como filósofo   y   admiración   como   literato,   pero   nunca   llegó  a   revelar   los   entresijos   del   juicio   o   de   los oscuros actos  que lo motivaron.  Entusiasta  defensor de  los nuevos tiempos  de la ciencia,  Bacon publicó  varios  artículos   y   folletos   en   los   que   promueve   el   enfoque   naturalista   y   experimental.   En uno de ellos animaba a sus colegas científicos afirmando: “Sólo han  existido tres grandes sociedades de  la historia,  Grecia,  Roma  y Europa,  en  las que las  ciencias  progresen.  Sin  embargo,  la vacilación todavía  reina   en  nuestros  días.  Debemos   empero utilizar la indagación de la naturaleza como método de investigación. Debemos dar salida al espíritu del hombre y dejarle que experimente más allá de las fronteras que imponen   los   criterios   de   siempre.   Debemos   luchar   por   sentir   que   hay   algo   más   que   aquello   que hemos aceptado hasta hoy“. Algunos   autores  han   querido   ver   en   Bacon   a   un   miembro   de   alguna   sociedad secreta   de   la  época.  Aducen   que,   como   hemos   apuntado,   el   presunto   soborno   que   provocó  su caída fue una trampa tendida por agentes del Vaticano, y se apoyan en dos obras del filósofo que hubieran podido ser firmadas por Adam Weishaupt, creador de los Iluminados de Baviera. Una de ellas es el Tratado sobre el valor y el progreso de la ciencia, de 1605, donde aboga brillantemente por el rigor y la independencia de los científicos. La otra, titulada Nueva Atlántida, publicada después de su muerte en 1626, es, desde el título hasta el contenido, abiertamente esotérica. Bacon describe en ella un mundo utópico   y   perfecto,   organizado   como   una   república   democrática   universal,   donde   el   misticismo   y   la ciencia   conviven   en armonía.   Sin   duda  se trata de  una   clara   referencia   al   reino   de la Atlántida, perdido   a   causa   del Diluvio, que desean recuperar algunas sociedades secretas. Lo   cierto   es   que   hay   constancia   de   que   Bacon   estaba   bastante   vinculado   a   distintas   sectas   de  carácter esotérico. Se ha especulado también sobre la posibilidad de que tuviera contactos con los seguidores de un ancestral culto de corte filosófico y espiritual, que recibía el sugerente nombre de Rosacruz.

La propiedad financiera y de la tierra de América por parte de una determinada élite fue asegurada mediante la fundación de la Compañía de Virginia por el rey James I, de Inglaterra, en 1606. James I nombró caballero a Francis Bacon, así como para muchos puestos importantes, incluyendo el de Presidente de la Cámara de los Lores de Inglaterra (Lord Chancellor).  Bajo el patrocinio del rey James I, los Templarios, Rosacruces y otras sociedades secretas se agruparon bajo el nombre común de Masonería. Algunos de los miembros iniciales de la Compañía de Virginia fueron Francis Bacon, el Conde de Pembroke, el Conde de Montgomery, el Conde de Salisbury, el Conde de Northampton, y Lord Southampton, todos de ellos supuestos miembros de la Hermandad de Babilonia. La Compañía de Virginia todavía existe bajo otros nombres y todavía controla los Estados Unidos. Una de las numerosas ramas de los francmasones que surgió en 1307 es oriunda de los templarios, que fueron perseguidos por el Vaticano, por orden del rey francés Felipe IV. Aquéllos que pudieron escapar de la prisión y la tortura impuesta por los inquisidores se refugiaron principalmente en Portugal, Inglaterra y Escocia. Allí trabajaron en secreto durante siglos, supuestamente para traer justicia al mundo y para hacer crecer los derechos de los seres humanos. Pero la historia muestra que, por otro lado, sociedades secretas tales como, por ejemplo, el grado 33 del Rito Escocés de los francmasones, pueden ser una fuerza peligrosa capaz de elegir gobernantes, derribarlos y servirse de alianzas secretas para provocar conflictos globales. Los francmasones estaban en el frente de la transición conocida como la Guerra de la Independencia estadounidense. El programa de la Hermandad para América fue condensado en la obra La Nueva Atlántida, de Francis Bacon, publicado en 1607, en que una “Universidad Invisible” de intelectuales selectos determinaba los acontecimientos. Uno de los francmasones que lideraba las colonias británicas en América era Benjamin Franklin, que es reverenciado como un Padre Fundador. Su efigie puede ser vista en el billete de 100 dólares. Se dice que Benjamin Franklin trabajaba  para los servicios de inteligencia británicos. Franklin fue el que, el 8 de diciembre de 1730, publicó en La Gaceta de Pensilvania el primer artículo sobre la Masonería. Se hizo oficialmente francmasón en febrero de 1731, y fue elegido Gran Maestre Provincial de Pensilvania en 1734. En este mismo año, Franklin publicó el primer libro masónico en América y también fue fundada la primera logia estadounidense en su estado de Filadelfia. Curiosamente la Guerra de Independencia estadounidense fue organizada en Filadelfia y allí todavía encontramos la Campana de la Libertad (Liberty Bell), como símbolo de Bel, el dios del Sol de los fenicios y los arios. Franklin, que era también un Gran Maestre Rosacruz, estaba en el núcleo de la operación de la Hermandad para apoderarse de América y reemplazar el control explícito de Londres por un control encubierto.

Cuando en Angeles  y  demonios  se  dice  que  hay  una  especie  de  ruta  «Illuminata»  vinculada  con científicos   de   la  época   de   Galileo, que   se   reunían   en   la   Iglesia   de   la   Iluminación,   nada   lleva   a pensar en los rosacruces. Pero los   rosacruces   existieron   realmente y estaban interesados en la ciencia. De hecho, una de los objetivos que tuvo la Rosacruz Real era crear un Colegio Invisible, algo así como una institución secreta que tenía por finalidad promover la ciencia.  El Colegio Invisible fue un precursor de la Royal Society del Reino Unido. Se trataba de un grupo de filósofos  y científicos, entre ellos Robert Boyle, John Wilkins, John Wallis, John Evelyn, Robert Hooke, Christopher Wren, y William Petty. En las cartas de 1646 y 1647, Boyle se refiere a “nuestro colegio invisible” o “nuestra universidad filosófica“. El tema común de la sociedad fue la adquisición de conocimientos a través de la investigación experimental. A su vez los “Hartlibianos“, un círculo de personas en torno a Samuel Hartlib , fueron los precursores del Colegio Invisible. Sir Cheney Culpeper y Benjamin Worsley se interesaron por la alquimia, pero también por temas agrícolas. Al   margen   de   la   ficción   de la novela   de   Brown,   la   realidad   es   que   en   la  época   de   Galileo algunos científicos se reunían en secreto. Hay datos de algunas de estas reuniones alrededor de 1614, pero los asistentes no podían ser illuminati, ya que esta sociedad aún tenía que fundarse. La gran mayoría de las sociedades secretas pretenden proceder de gloriosas épocas de un pasado remoto. Pues bien, si creemos a los archivos presuntamente milenarios de los rosacruces, tenemos que remontarnos a los tiempos del faraón Tutmosis III, esto es, entre 1504 y 1447 a. C. En aquellos tiempos   existían   en  Egipto   numerosas   escuelas   de  misterios  formadas  por  iniciados,  sacerdotes, magos y adivinos. Al parecer, el día que se celebró su investidura como faraón, Tutmosis tuvo una revelación.   Según  el  Archivo   Rosacruz  él   mismo   explicó  que   se   sintió  elevado   hacia   los   cielos   y luego,   tras   percibir   una   luz  muy   potente,   recibió  la   instrucción   de   aglutinar   el   conocimiento   de   lo místico. Decidió entonces crear una única organización de carácter secreto. llamada Orden de la Gran Fraternidad Blanca. Setenta años después, Amenhotep  IV,  que como faraón era el máximo Pontífice de la Fraternidad, alcanzó altos niveles de sabiduría y elevación espiritual. Cambió su nombre por el de Akhenatón en alusión a su devoción a un único dios,  Atón, representado por el Sol. Junto  a su esposa Nefertiti establecieron   el   primer   culto   monoteísta   e   impulsaron   una   nueva   cultura   espiritual   y   artística   de inspiración  humanista.  En  el  aspecto  religioso  no  hay duda  de  que Moisés,  precursor  de  los tres grandes   credos   monoteístas   que   han   llegado   hasta   hoy,   era   un   practicante   secreto   del   culto   de Atón.
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Al morir Akhenatón,   los   sacerdotes   tradicionales   lograron   recuperar   el   protagonismo   perdido, mediante   su   dominio   sobre   el   débil   Tutankhamón.   Fue   un   tiempo   de   oscuridad   para   la   Fraternidad Blanca, que resucitaría gracias al filósofo griego Tales de Mileto y la supuesta participación que tuvo en la Orden el matemático Pitágoras. Ambos serían los encargados de expandir mediante la cultura griega las enseñanzas de los primigenios rosacruces.  Más tarde correspondería esta misión a Plotino de Alejandría, filósofo griego neoplatónico, autor de las Enéadas, quien en el año 244 fundó una escuela de filosofía en Roma, que en buena parte se basaba en las enseñanzas místicas de La Gran Fraternidad Blanca. No obstante, hasta el siglo XVII no aparece  la palabra  «Rosacruz»  como  nuevo nombre de esta  sociedad  hermética.  En  1610  se publica en Alemania un libro de autor anónimo que recopila una documentación hallada seis años antes en el interior de una tumba, la de un misterioso personaje llamado Christian Rosenkreutz. Esta   obra   nos   habla   de   la   biografía   de   un   hombre   que   fue   instruido   en   medicina,   ciencia, matemáticas y artes mágicas, así como en alquimia y física. Un estudioso que había investigado la historia oculta de Egipto, país en el que tuvo acceso a los textos esotéricos atribuidos a Tot, dios lunar inventor de la escritura que los griegos adoptaron con el nombre de Hermes Trimegisto. Se cree que en Egipto Rosenkreutz fue admitido e iniciado por los maestros secretos de la milenaria Gran Fraternidad Blanca y se le encomendó, o él se atribuyó, la misión de expandir la Orden por el mundo. En 1378, 64 años después de la disolución de los Templarios,  en   el   seno   de   una   familia   venida   a   menos   de   la   nobleza   rural   alemana,   nació  un   niño cuyo  nombre   desconocemos.   Más  tarde   adoptó  el  nombre  de Christian   Rosenkreutz,   que   traducido   del   alemán   significa  «Cristiano de la Cruz Rosada» y cuyas connotaciones simbólicas son evidentes. Los padres confiaron su crianza y educación a un monasterio, donde aprendió  latín, griego, teología y los rudimentos de las ciencias de la época. Según la biografía iniciática escrita en  época moderna por el hermano rosacruz Petros Xristos, el joven Rosenkreutz realizó un «arduo y arriesgado» primer peregrinaje a Tierra Santa, junto con un condiscípulo. No se sabe si su acompañante murió o simplemente se separó de él en Chipre, pero sí  que Christian continuó  desde allí  el viaje en solitario. Se detuvo en varios lugares de la región, especialmente en Damasco, y finalmente arribó a Jerusalén. Permaneció largamente en el Templo de Jerusalén, otrora sede de los Templarios, donde, según Petrus Xristos, recibió los ecos del mensaje de los profetas y de las enseñanzas del propio Jesús.

Cerca de Jerusalén había otro templo, perteneciente a una orden esotérica secreta cuyo nombre, Damkar (Sangre del Cordero), la identificaba con el sacrificio del Calvario. Nos dice el biógrafo que allí  el   joven  Christian  pasó  la   ceremonia   iniciática   y   tomó  el   nombre   alegórico   de   Christian Rosenkreutz.   Pero   el   mismo   Xristos   señala   que   otros   autores   opinan   que   Rosenkreutz   fue   en realidad el fundador de esa orden como precursora de los rosacruces, para devolver a Tierra Santa el secreto del verdadero mensaje evangélico.  Para profundizar sus conocimientos esotéricos, Christian   aprendió  hebreo   y  árabe,   llegando   a   traducir   al   latín   al   menos   un   libro   hermético, probablemente gnóstico o esenio en origen, que más tarde llevaría con él al regresar a Europa. Más   tarde   efectuó  el antes mencionado   viaje   a   Egipto,   que   marcaría   su   destino. También recorrió  varios   puntos   del Mediterráneo, visitando y fundando sedes de sociedades esotéricas. Luego pasó  un tiempo en la ciudad   de   Fez, en Marruecos, para aprender la Cábala, cuerpo de doctrina recibida en la antigua literatura judaica,   y   profundizar   sus   conocimientos   mágicos. Desde   allí,   convertido   ya   en   un   gran   conocedor   de   las   sabidurías   herméticas,   inició  un   viaje   por España.   En   su   ruta   por   la   Península   Ibérica   trabó  amistad   con   unos   monjes,   con   los   que supuestamente compartió  sus conocimientos al tiempo que creaba una rama de la Fraternidad Blanca, llamada los Hermanos de la Rosacruz. Posteriormente sus miembros serían conocidos como «rosacruces», lo que promovió la falsa idea de que se trataba de una secta distinta. El misterioso Christian Rosenkreutz se supone que falleció en 1484, a la nada despreciable edad de 106 años, duplicando   la   esperanza   de   vida de aquella época.   Se   llevo   todos   sus conocimientos a la tumba, en cuya lápida se hizo grabar una leyenda que decía:  «Reaparecerá  al cabo de ciento veinte años». Y realmente fue así, dado que la fecha del hallazgo de sus escritos se corresponde con este premonitorio cálculo. Algo   más   tarde   de   aquel   hallazgo,   un   número   relevante   de   rosacruces   ingleses   y   alemanes   se trasladaron   a   América   como   colonos.   Pretendían   asentar   nuevas   cofradías   y   transmitir   sus conocimientos   en   las   colonias   británicas   del   nuevo   mundo.   Imprimieron   libros,   efectuaron reuniones   formativas   y   entraron   en   contacto   con   otros   colonos   procedentes   de   logias   como   la Masonería   y  con   los  iIluminati.   Presidentes masones como Benjamín Franklin y Thomas Jefferson pertenecieron también a las sociedades de rosacruces.

Lo relevante de los rosacruces fue su amor por   la   ciencia,   por   la   investigación   espiritual   y por  el   esoterismo.  Al   parecer,   estuvieron   vinculados   a ellos personajes como Da Vinci, Paracelso, Newton y Cagliostro. El Conde Alessandro di Cagliostro (1743 – 1795) fue un médico, rosacruz y masón. Se dedicó a recorrer las cortes europeas del siglo XVIII. Nació en el seno de una familia pobre en Palermo, Sicilia. La identificación de Cagliostro con Giuseppe Balsamo no es del todo segura, ya que se basa principalmente en el testimonio no fidedigno de Theveneau de Morande, espía francés y chantajista, y más tarde en su confesión a la Inquisición, obtenida a través de la tortura. Cagliostro afirmaba haber nacido en una familia cristiana de noble cuna, pero fue abandonado al poco de nacer en la isla de Malta. También aseguraba que siendo niño viajó a Medina, y al regresar a Malta, fundó el Rito Egipcio de la Francmasonería, donde al igual de lo que sigue ocurriendo en las logias masónicas de San Juan en la actualidad, se iniciaba a hombres y mujeres en la misma logia. También tuvo influencia en la fundación del Rito Masónico de Misraim, fundador de la masoneria. Se   debe   aceptar   que   los   seguidores   de   la   filosofía   Rosacruz   no   se   ajustaban   exactamente   a muchos   de   los   parámetros   científicos   y   filosóficos   amparados   por   la   Iglesia.   Defendían   que   la religión,   pese   a   predicar   la   existencia   del   alma   y   su   permanencia   en   un   más   allá,   se   perdía   en conjeturas y contradicciones cuando pretendía gobernar las dimensiones espirituales del hombre. Los   rosacruces   prefirieron   creer   en   la   reencarnación.   Pensaban   que  ésta   era   necesaria   para cumplir   diferentes   grados   de   experiencias   y   adquirir   niveles   de   sabiduría   que   solamente   podían aprenderse   a   través   de   vidas   sucesivas.   Evidentemente,   dichas   consignas   no   estaban   muy   de acuerdo con la doctrina oficial de la Iglesia. Señalaban que era preciso encontrar la felicidad en la vida, y que la evolución se debía efectuar en el terreno material y en  el  espiritual.  Afirmaban   que  su  fin  esencial   era  que  el   ser   humano  se  diera   cuenta   de  que  su mente, aplicada de forma adecuada, era capaz de dominar la materia. Predicaban que el proceso de aprendizaje indispensable era el que habían llevado a cabo los grandes místicos y sabios que eran conscientes de que, para buscar y comprender lo invisible, en primer lugar era preciso analizar lo visible. Resulta obvio que  tampoco estas concepciones podían ser del agrado de las autoridades religiosas.  Tras   superar   una serie de  asignaturas  y pruebas,   el   iniciado   obtendría   los   nueve   grados   del   Templo, convirtiéndose   en   Iluminado   y   entrando   en   una   nueva   fase   de   enseñanza,   para   alcanzar   tres grados más, secretos.  No obstante, es dudosa la vinculación de los rosacruces con las conspiraciones geopolíticas a las que parecen habernos acostumbrado otras sociedades secretas.
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La   Iglesia   Católica   siempre   se   ha   negado   a   comentar   oficialmente   las   historias   sobre   sociedades   secretas.   Pese   a   que  el   propósito   de muchas de ellas ha sido y es derribar el poder del Papado. Sin embargo, al amparo del Vaticano han   surgido   una   serie   de  «órdenes»  muy   semejantes   a   las   sociedades   secretas,   en   cuanto   a secretismo, organización y jerarquía. Éstas, habitualmente se han sometido al poder eclesiástico y han desempeñado un papel de gran importancia en el funcionamiento de la Iglesia Católica. Para  entender   esta   aparente   contradicción,  no   se   debe  olvidar   que  la  propia  Iglesia  surgió  como una sociedad secreta y perseguida, y que en su historia posterior ha sido bastante reacia a publicitar sus   asuntos   internos.   No es de extrañar pues que una ficción   como   la   de  Ángeles   y   demonios   use   esas   complicadas   y   ocultas   redes   vaticanas   como fuente de inspiración para su trama literaria. Consideramos   oportuno conocer qué  hay tras la ficción que nos presenta Angeles y demonios, como el  papel desempeñado por  el Instituto para las Obras de Religión. La Iglesia Católica Apostólica Romana es el órgano de poder más imperecedero que ha existido en toda la  historia.   Lleva   dos   milenios   protagonizando,   dirigiendo   o   influyendo   en   los   hechos fundamentales del devenir de Occidente y buena parte del resto del mundo. Desde su nacimiento se ha extendido por Europa,  África, América, el lejano Oriente  y Oceanía. Ha visto cómo caían las monarquías absolutas, ha sido testigo del advenimiento de la democracia, del capitalismo, del comunismo y de la llegada de la globalización en el siglo XXI de su reinado. Ninguna   otra   institución   de   poder,   ya   sea   espiritual   o   terrenal,   ha   perdurado   tanto   en   el   tiempo como la Iglesia Católica. Y parte de su secreto ha consistido en no quebrar nunca su estructura jerárquica.  Para  afrontar  nuevas  circunstancias  sin  afectar esa jerarquía  inamovible,  ha  empleado otras   estructuras   paralelas. Muchas de ellas, como el caso de la Orden del Temple,  han sido denostadas cuando  ya no eran  útiles o cuando amenazaban en convertirse en un peligro para la hegemonía papal. Otras, como la Compañía   de   Jesús,   han   servido   para   introducir   ciertas   reformas   sin   alterar,   al   menos   en apariencia, los principios doctrinales. Estas «ramas paralelas» también han servido en otros casos para aunar las voces disonantes y permitir un diálogo integrador que reestableciera la unidad. La   diferencia   principal   entre   las   sectas   o   sociedades   secretas   de   origen   externo   y   las  órdenes religiosas, es que éstas han nacido en el seno de la Iglesia. Su posterior desarrollo tal vez las haya separado  de la doctrina canónica,  pero  rara  vez pudieron  cortar  totalmente  su relación con la Iglesia. Por   tanto,   su   relación   con   la   Santa   Sede   es   muy   diferente   al   caso   de   las   sociedades   secretas. Aunque  éstas en muchas ocasiones puedan haberse infiltrado en las estructuras de la Iglesia, no nacieron dentro de ella, o al menos no de forma oficial.

Hay tres sociedades  u  órdenes  eclesiásticas que son sumamente representativas: la Orden  del Temple, la Compañía de Jesús y el Opus Dei. Ellas permiten apreciar la variedad de redes secundarias utilizadas por la Iglesia para mantener su poder. Los orígenes de la Orden del Temple o de los caballeros templarios, se pierden en la noche de los tiempos. Son muchas las teorías que les atribuyen una misión milenaria, enraizada en los legados que   habrían   heredado   antes   de   constituirse   en   el   seno   de   la   Iglesia   Católica.   En   este   sentido, encontramos hipótesis que creen que eran los supervivientes de la Atlántida, o que proceden de los antiguos   druidas   celtas.  También  se  les  supone   un   origen  ligado  a  cultos   esotéricos  cristianos,   o a algunas sociedades secretas islámicas, con las que tuvieron contacto durante las Cruzadas. Es muy probable que el Temple se creara bajo la influencia de San Roberto de Molesmes, un monje benedictino que en 1098 había fundado la orden monástica del Cister. Esta congregación seguía un   estricto   voto   de   pobreza,   y   prohibía   absolutamente cualquier   estudio   o   lectura   profanos.   Sus   estrictas   reglas   fueron   asentadas   por   san   Esteban Harding,   en   su  «Carta   de   Caridad»  y   también   por   el   tratado   De laude novoe militae,   de   san Bernardo de Claraval. Este monje del Cister, noble de nacimiento, explicaba en su obra el ideal de  las órdenes de caballería cristiana, a las que llamaba la Milicia de Dios. El concepto unía el papel de monje con el de caballero, creando un personaje dual que se dedicaba a la  oración  en   tiempos   de   paz  y   a  la  guerra   cuando   era   necesario  defender   su   fe.   El Temple y otras órdenes de caballería llegaron a alcanzar un gran poder, ya que se movían tanto en el   terreno   religioso   como   en   el   político   y   militar,   los   tres   campos   estratégicos   que   dominaban   el mundo medieval. La   creación   oficial   de   la   Orden   del   Temple   tuvo   lugar   en   1119   en   Tierra   Santa,   tras   la   primera  Cruzada. Las fuerzas cristianas  habían  recuperado  Jerusalén y su Templo,  pero  su  posición era precaria  y  los  alrededores estaban   prácticamente   en  manos   musulmanas.   Esto,   aparte   de  ser  una  amenaza   latente   para  la ciudad conquistada, era un peligro real en los caminos que llevaban ella. Por ello, Hugo de Payns,  original   de   Champagne,   y   otros   ocho   caballeros   franceses,   decidieron   formar   un   grupo   para proteger   a   los   peregrinos   y   custodiar   los   santos   lugares.   El   papa   Balduino  II  de   Jerusalén   les asignó como cuartel un edificio contiguo al Templo. Como vivían de forma austera y gracias a las limosnas, eran conocidos como los «pauvres chevaliers du temple», de donde derivaría el nombre de la Orden del Temple.
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Hugo   de   Payns   había   tomado   una   iniciativa,   pero   sabía   que   si   el   Papa   no   daba   el   visto   bueno, podían acabar formando parte de una secta minoritaria. También tenía claro que aquel movimiento   no   podía   quedar   en   los   nueve   voluntarios   y,   por   tanto,   aspiraba  a   convertirlo   en  una   orden  de caballería. Para ello era imprescindible que fuera a Roma y solicitara la aprobación del Papa. Así lo hizo dentro   del  marco  del   Concilio   de Troyes (1128).   Se  acordó  que  los  templarios   adoptarían  la norma de la orden benedictina, además de tres votos perpetuos y de unas reglas de vida especialmente austeras. Pese  a   la  severidad  de  esas  reglas  fueron   muchos  los   voluntarios   que   acudieron.  Algunos   piensan   que   se   debió  al   extendido   rumor   que   los   templarios poseían el secreto de ciertos poderes mágicos. Otros creen que simplemente era el mejor camino para un caballero en tiempos de paz, al estar cerca de la acción. El alud de nuevos integrantes obligó a la Orden a establecer una jerarquía, que curiosamente era muy semejante a la secta islámica de los Asesinos. La hermandad tenía cuatro rangos: caballero (que eran los guerreros), escuderos (caballería ligera), granjeros y capellanes.  Estos dos  últimos grupos no tenían   que   combatir.   Para   identificar   su   pertenencia   a   la   Orden   vestían   el   hábito   blanco   de   los cistercienses, al que agregaron una cruz roja en el pecho. La Orden del Temple creció  durante casi dos siglos, ya que eran muy bien considerada tanto por los monarcas europeos como por la Iglesia. Ambas instituciones la premiaban con tierras, castillos y excepciones en el pago de impuestos, lo que provocaba la envidia del resto de los súbditos. Al estar en tierras remotas, los templarios adquirieron gran independencia y poco a poco se fueron separando cada vez más de los dictados del Vaticano. Los templarios eran un ejemplo de bravura en el campo de batalla y de piedad en los monasterios. De hecho, no era tan importante su número como el ejemplo que daban al resto de los caballeros cristianos.   Se   cree   que   en   sus   mejores   tiempos   la   Orden   llegó  a reunir   400   caballeros,   un número discreto,   pero   con   gran   poder,   tanto   para   influir   en   el  ámbito   caballeresco   como   para   conseguir recursos para  la guerra. Además, cuando eran  capturados nunca  abdicaban de  su  fe, que era  la única posibilidad que les ofrecían los mahometanos para poder conservar la vida. Se cree que en dos siglos murieron casi 20.000 templarios, entre caballeros y escuderos. Ese   desgaste   afectó  a   su   rectitud,   pues   para   engrosar   sus   filas   dejaron   de   ser   estrictos   en   la  selección de los aspirantes. Bastaba con que pasaran una prueba secreta, que hasta el momento sigue   siendo   un   misterio   y   que   ha   dado   pábulo   a   todo   tipo   de   especulaciones.

La   gran   riqueza acumulada, ya que se cree que poseían más de 900 propiedades, también sirvió para pervertir sus nobles principios.   El  resto   de  las  órdenes   no  veían   con   buenos  ojos  su  enriquecimiento,   su   orgullo  y  su pasión por el poder. Entre sus más tenaces enemigos destacaba la Orden de los Hospitalarios, que se había constituido a imagen y semejanza del Temple y que acabó siendo su mayor contrincante. Se cree que es más que probable que estas tensiones internas favorecieran a los musulmanes, y finalmente las huestes de Saladino los expulsaron de Jerusalén en 1187. A  finales   del   siglo   XII   las   intrigas   y   acusaciones   entre   templarios   y   hospitalarios   se   hacían   ya insostenibles para la Iglesia,   y  los  sucesivos   Pontífices   abogaron   por   la   fusión   de   ambas  órdenes.   San   Luis   lo   propuso oficialmente en el Concilio de Lyon (1274) y el papa Nicolás  IV  reiteró  la propuesta en 1293. Pero ambas  órdenes  desoyeron las recomendaciones papales.  El clima  ya estaba  caldeado cuando  la codicia de Felipe el Hermoso acabó  por condenar a los templarios. El monarca quería apropiarse de la riqueza de  la Orden  para financiar  una  nueva Cruzada,  pero no  podía  enfrentarse  con  una institución   protegida   por   la   Iglesia.   No   obstante   convenció  al   Papa   Clemente  V,  conocido   por   su debilidad de carácter, de que condenara a la Orden. El proceso inquisitorial se inició en 1307, y se baso en las murmuraciones sobre el  «demonismo»  del Temple. Se decía que su ceremonia de iniciación era un   misterioso   rito   pagano,   negaban   a   Cristo   y   escupían   sobre   la   cruz,   practicaban   la   idolatría, toleraban la sodomía, y otro sinfín de acusaciones tan escandalosas como improbables. Los jefes templarios fueron arrestados el 13 de octubre de 1307, y reconocieron bajo tortura todos los crímenes que se les imputaban. El Gran Maestre Jacques de Molay y los máximos mandatarios fueron   quemados   en   la   hoguera   y   la   Orden   se   desarticuló.   Ninguno   de   los   siguientes   Pontífices rehabilitó  al   Temple,   que   según   algunos   estudiosos   sigue   vigente   en   la   actualidad   como   una sociedad   secreta.   De   acuerdo   a   esas   versiones,   los   templarios   continúan   con   sus   negocios tradicionales,   pero   actualizados   a   la   banca   y   a   las   empresas   aseguradoras.   Muchas   de   estas compañías   tienen   que   guardar   secreto   sobre   la   composición   de   su   junta   de   accionistas.   Los negocios   escogidos   tienen   que   ser   siempre   legales   y   con   fines   lícitos.   Se   cree   que   la   Orden actualmente cuenta con 15.000 afiliados, que incluye un 30% de mujeres. Tienen influencia en una veintena de países, sobre todo en Estados Unidos, América Latina, Medio Oriente y el sur de Europa.   Los   miembros   tienen   que   vivir   con   austeridad   y   sus   beneficios   se   emplean   para   obras   de caridad. Desde hace un tiempo se rumorea que los templarios están intentando un acercamiento al Vaticano para obtener por fin la rehabilitación de la Orden.
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La Compañía de Jesús, a la que pertenece el actual papa Francisco, nació  formalmente en 1540, por la bula Regiminis militantis ecclesiae, del papa Pablo III. No hay duda de que surgía en el momento oportuno, como contundente instrumento para impedir que la Iglesia perdiera el poder que ostentaba hasta entonces. La laxitud en las costumbres cristianas había producido un gran descontento y escepticismo entre los   creyentes.   Calvino   y   Lutero   captaron   ese   sentimiento   en   la   declaración   de   la   Reforma,   y distintos cultos  «protestantes»  se extendían por los estados del norte de Europa y comenzaban a infiltrarse   en   los   reinos   latinos,   tradicionalmente   fieles   al   Vaticano.  Éste   reaccionó  con   el lanzamiento de la Contrarreforma, movimiento de exaltación de la liturgia y los símbolos católicos que   sirvió  a   la   vez   para   solventar   varios   problemas   dentro   de   la   propia   Iglesia.   Pero   la contraofensiva  debía   producirse   en   todos   los   frentes,   y   para   eso   era   necesario   crear   una   Orden que actuara con una nueva estrategia y tácticas más flexibles. Por esta razón se creó la Compañía de Jesús. Su fundador fue San Ignacio de Loyola,   una   personalidad   bélica   y   mística   a   la   vez   que imprimió  ese carácter a su congregación, también conocida popularmente como los  «Soldados de Dios». En su concepción inicial la Compañía de Jesús era una organización paramilitar centralizada, que no obstante acabó  convirtiéndose en el brazo intelectual de la Contrarreforma. Sus tres objetivos principales eran: actualizar el credo católico desde dentro y sin fisuras, emplear la educación para asentar el poder de la Iglesia, y convertir a los pueblos de ultramar mediante las misiones. Pese a su juramento de sumisión al Papa, la Compañía fue adquiriendo una particular autonomía a medida   que   se   expandía   y   fortalecía.   Su   devoción   por   la   ciencia   y   la   cultura   la   llevó  a   sostener posiciones   que   a   menudo   iban   por   delante   de   la   doctrina   oficial   de   la   Iglesia,   al   punto   que   su superior llegó a ser conocido como «el papa Negro». Pero se evitó con verdadera astucia jesuítica el   enfrentamiento   abierto   con   el   Vaticano,   y se mantuvo formalmente   la   fidelidad   a   su Pontífice.   Hubo   quien   los   calificó  de   secta   satánica   dentro   de   la   Iglesia,   y   la   Compañía   acabó siendo expulsada de numerosos países europeos, incluyendo a España, donde debió  retirarse  en 1767, durante el reinado de Carlos III.

Sin   embargo,   la   Compañía   de   Jesús   ha   conseguido   resistir   a las jerarquías eclesiásticas. Algunos creen que es la Orden más progresista, y otros que ese progresismo es un disfraz para mejor difundir los dogmas canónicos más tradicionales. Durante mucho tiempo ha sido también   la   Orden   más   cercana   al   poder   papal,   aunque   en   los  últimos   años, especialmente con Juan Pablo II,  había   sido desplazada en ese puesto por el Opus Dei. Es difícil intentar explicar qué es realmente el Opus Dei. Más aun   teniendo   en   cuenta   que   para   sus   miles   de   adeptos   es   el   camino   directo   hacia   la   santidad,  mientras   que   para  sus   múltiples  detractores   no  es  más   que   una   secta   integrista   con   importantes vínculos con el poder político y financiero. El  6  de  octubre   de  2002,   Juan   Pablo  II  canonizó  a su  fundador,  Josemaría  Escrívá  de  Balaguer, ante   más   de   100.000   católicos   y   miembros   del   Opus.   Después   llegaría   su   santificación   en   un proceso ultrarrápido.  Y es que los  últimos  años han sido especialmente buenos para la Obra. Su influencia en el seno de la Iglesia Católica ha crecido de forma imparable desde que Juan Pablo II le   otorgara,   en   1982,   un   estatuto   que   su   fundador   llevaba   pidiendo   desde   hacia   años:   el   de Prelatura personal. En la práctica, esto quiere decir que la organización está dirigida por un prelado que es nombrado directamente por el Vaticano y cuyas decisiones son secretas. Únicamente debe rendir   cuentas   ante   el   Papa.  Además,   el   Opus   goza   de   independencia   absoluta   en   el   seno   de Iglesia y no está sometido a la jurisdicción de las diócesis. El 2 de octubre de 1928 es el día en el que Josemaría Escrivá de Balaguer fundó el Opus Dei. Escrivá presentó su propuesta como la mejor manera de que gente de todas   las   clases   sociales   buscaran   la   santidad   sin   retirarse   del   mundo,   formando   una   familia   y ejerciendo plenamente su profesión. Para conseguirlo debían seguir al pie de la letra el espíritu de la Obra, recogido en un libro de máximas escrito de puño y letra por el propio fundador, y titulado Camino. Se afirma que: «El Opus tiene como característica esencial el hecho de no sacar a nadie de su sitio, sino que lleva a que cada uno cumpla las tareas  y   deberes   de   su   propio   estado,   de   su   misión   en   la   Iglesia   y   en   la   sociedad   civil,   con   la   mayor perfección posible». Algunos   rasgos   de   ese   espíritu   declarado   por   el   Opus   Dei   son   la   santificación   de   la   familia   y   el trabajo, el amor a la libertad, la práctica de la de oración y el sacrificio, la caridad, el apostolado y la vida piadosa. Remitiéndonos a las palabras de Escrivá, «La vida ordinaria puede ser santa y llena de Dios. El Señor nos llama a santificar la tarea corriente, porque ahí está también la perfección cristiana».

Pero,   aparte   de   los   que   han   reconocido   públicamente   su   pertenencia   a   esta   organización,   los miembros de la Obra preservan su privacidad al máximo. No en vano en su constitución, redactada en   1950,   el   artículo   191   afirma:  «Los   miembros   numerarios   y   supernumerarios   sepan   bien   que deberán   observar   siempre   un   prudente   silencio   sobre   los   nombres   de   otros   asociados   y   que   no deberán revelar nunca a nadie que ellos mismos pertenecen al Opus». Quizá por ello se ha querido ver  al   Opus   como   una  sociedad  secreta.   De  hecho  es   cierto   que  existen   ciertos   códigos.   Si  una persona,   por   ejemplo,   se   cruza   con   el   ex   ministro   español   de   Defensa   Federico   Trillo,   cuya pertenencia al Opus Dei es pública, y le saluda en latín con la palabra Pax, el conocido político le reconocerá como un miembro de la Obra y le responderá con otra expresión latina: In aeternum. Es el saludo habitual que utilizan los miembros de la organización. Esta preservación de la privacidad forma parte fundamental en la estrategia de la institución. Una   de   las   críticas   más   extendidas   hacia   el   Opus,   que   cuenta   con banqueros, políticos y empresarios en sus filas, es que se trata de un grupo elitista que se nutre de personas   con   una   enorme   influencia   en   la   sociedad.   Como   respuesta   a   esta   acusación,   los miembros   de   la   prelatura   citan  las   palabras  del  fundador   y   aducen   que   cualquier   persona  puede pertenecer   a   la   Obra,   independientemente   de   sus   talentos   o   estrato   social,   y   que   los   que   se involucran en política lo hacen sin representar al Opus, sino como ciudadanos libres, siguiendo sus propios criterios. Los detractores recuerdan la entusiasta  frase que dejó  escapar Escrivá  cuando   en   los   años   60   Franco   incluyó  por   primera   vez   en   el   gobierno   español   a   varios miembros del Opus: «¡Nos han hecho ministros!». Los detractores también apuntan a la especial fobia que parece sentir el Opus hacia el sexo. Una obsesión casi morbosa que, evidentemente, también deja su huella en el libro Camino: «quítame, Jesús, esa corteza roñosa de podredumbre sensual que recubre mi corazón». De hecho, el prelado Javier Echevarría, llegó a decir públicamente que cuando alguien nace impedido o   con   una   tara,   se   debe   probablemente   a   que   sus   padres   cometieron   prácticas   sexuales pecaminosas.
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Mucho  se  ha   hablado   también  de  la  censura   a  la  que  se  ven  sujetos   los  miembros de la Obra.   El Opus  Dei  niega  rotundamente  que  haya  censura,  pero  los  numerarios  reciben  constantes  cursos de   adoctrinamiento,   y   la   lista   de   libros   que   pueden   leer   mientras   están   en   la   Obra   la   decide   el director de su centro,  quien se encarga de evaluarlos. En   cualquier   caso,   sean   verdad   o   no  éstas   u   otras   numerosas   acusaciones   lanzadas   contra   la primera y  única prelatura del mundo, lo cierto es que desde el Opus siempre se ha afirmado que quien   está  allí  es   porque   quiere.   Una   vez   más,   Camino   tiene   la   respuesta:  «Obedecer,   camino seguro. Obedecer ciegamente al superior, camino de santidad. Obedecer en tu apostolado, el único camino: porque en una obra de Dios, el espíritu ha de saber obedecer o marcharse». Los vínculos de la Iglesia con sus propias sociedades secretas internas son más que notables. Pero siempre cabe preguntarse cuántos de los grupos que gozan de cierta preponderancia dentro de su seno, están pendientes de que llegue el fin del Papado tradicional. Y trabajan en la sombra con ese propósito. En  Angeles   y   demonios   se   nos   cuenta   la   historia   de   un   crimen   cuyo   objetivo  es   terminar   con   la Iglesia   y   con   el   Papado.   Sin   embargo   el   Papa   no   es   asesinado   en   un   atentado   fruto   de   una conspiración externa, sino envenenado desde dentro del propio Vaticano. A  lo   largo   de   la   historia   papal   han   habido   muertes   sospechosas   que   permitieron   suponer   que   la oscura mano de una conspiración se cernía sobre el Vaticano. En este sentido se han de distinguir los presuntos asesinatos del pasado de las teorías conspirativas más actuales, que se refieren a la muerte   de   Juan   Pablo   I   y   al   intento   de   asesinato   de   Juan   Pablo  II.  No   obstante,   para   entender   mejor   estos   presuntos   crímenes,   conviene remontarnos a las oscuras  muertes  del pasado  y saber  cómo funcionaban  las cosas en  aquellas épocas. Cuando   la   Iglesia   Católica   pasó  a   ser   el   culto   mayoritario   de   Occidente,   se   convirtió  en   un importantísimo centro de poder. Durante la Edad Media conservó  la sabiduría en las iglesias y los monasterios, que no recibían el ataque de las hordas bárbaras cristianizadas. En el Renacimiento, con   la   nueva   concepción   de   la   ciudad   estado,   la   Iglesia   aumenta   vertiginosamente   su   poder. Adopta la estructura de un estado más con los Estados Pontificios, pero ostenta un poder transversal sobre todos ellos. Las intrigas palaciegas de cualquier corte de la época se multiplican por mil en el Vaticano.

El Papa, además de líder espiritual, ha sido en cierta forma el gobernante más poderoso en toda Europa. Sus decisiones podían provocar guerras, enriquecer a unos o desfavorecer a otros. Por  tanto,  se  producía  una peligrosa unión de  los  intereses  terrenales con  los espirituales,  lo  que provocaba que en muchos casos se antepusieran los primeros a los segundos. Como  ejemplo  de  este  fenómeno  tenemos  las  historias  de  Pontífices  corruptos,  luchas   intestinas por el poder en el seno de la Iglesia, y algunos hechos más escalofriantes que la Santa Sede ha preferido no divulgar. Y dentro de las abundantes conspiraciones palaciegas, hay también una lista de   Papas   a   los   que   se   eliminó  porque   su   reinado   no   favorecía   ciertos   intereses concretos. Pero estamos hablando   de   un   tiempo   pasado,   en   el   que   la   criminología   ni   siquiera   existía   y ,  por   tanto,   apenas puede haber pruebas de lo que realmente ocurrió. Por ello es difícil separar la verdad de la leyenda y la conjetura. En el caso del Vaticano, además, nos enfrentamos a su tradicional secretismo. En la actualidad se puede hablar de los presuntos crímenes cometidos en la historia de cualquier   corte   europea.   Forman   parte   del   pasado y el tema no tiene porqué levantar ampollas. En cambio, cuando revisamos la historia del Vaticano, los nos encontramos con que la Iglesia no ha cambiado su jerarquía ni su funcionamiento. Por tanto, reconocer los errores del pasado significa socavar la creencia en el propio sistema que la sustenta. Además, estamos hablando de una organización que llegó  a ser muy poderosa, pero que predicaba y predica la bondad y la rectitud. Reconocer que hubo crímenes, conspiraciones y asesinatos pone en entredicho la función de la Iglesia, no tan sólo en el pasado sino también en el presente y el futuro. Todo ello dificulta la posibilidad de dilucidar qué  Papas fueron realmente asesinados en la oscura historia   de   la   Santa   Sede.   No   hay   certezas   ni   pruebas   concluyentes,   pero   sí  una   larga   y  sospechosa lista de muertes que no tuvieron una causa natural, entre las que destaca Juan Pablo I.

Los Alumbrados fueron una corriente mística y esotérica del siglo XVI, que fue fundada en Castilla, aunque otros investigadores aseguran que fue creada en Andalucía y preferentemente en Extremadura. Sea cual fuere su lugar de nacimiento, procuraron reproducir la idea primigenia de la sociedad secreta de los Iluminados, formada en las montañas de Afganistán en la misma época. Dichos Iluminados buscaban obtener la perfección humana, al margen   de   alcanzar   grandes   poderes   mágicos   por   medio   de   rituales   secretos.   Gracias   a   esa influencia mágica intentaban generar cambios de actitudes en los dirigentes políticos de su época, con el fin de lograr el establecimiento de una armonía mundial. También  los  Alumbrados  buscaban  alcanzar el  estado  de  la  perfección  física,  mental  y  espiritual, usando como medio de trascendencia la oración. Para ello dejaban de lado las buenas obras y las prácticas de los sacramentos que venían marcadas por el clero. Los Alumbrados consideraban que gracias a ritos de relajamiento y abandono progresivo, que podía incluir tanto el ayuno como el aislamiento sensorial, podrían entrar en contacto con el Espíritu Santo. No obstante   se   consideraban   laicos   y   entendían   al   Espíritu   Santo   como   un   arquetipo,   capaz   de despertar   en   ellos   poderes   psíquicos   y   valores   espirituales   adormecidos.   Consideraban   también que   en   la   Biblia   existían   mensajes   secretos   y   que,   más   allá  de   ser   un   libro   sagrado   o   religioso, podía   ser   en   realidad   un   camino   sembrado   de   señales   crípticas   que   tenían que desentrañar   para despertar a la Luz. El movimiento de los Alumbrados surgió a la sombra de la espiritualidad franciscana y del rechazo de las instituciones eclesiásticas, que se interponían en la relación personal de cada individuo con  Dios   y   dificultaban   una   experiencia   religiosa   personal   más   profunda.   En   esa  época, inmediatamente  posterior  a  la  Reconquista,  la avidez de  misticismo,  revelaciones  y  manifestaciones de energía espiritual se había extendido en España, abonando el terreno para la prédica de los Alumbrados. Era el tiempo de las monjas contemplativas que caían en  éxtasis, de los anacoretas, las   apariciones   y   las   visiones.   No   dejó  de   influir   la   idea   de   la  «religión  interior»  que   propugnaba Erasmo de Rotterdam, en contra del formalismo religioso y alentando la pasión por el misticismo.
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Geert Geertsen, latinizado como Desiderius Erasmus Rotterodamus (1466 – 1536), conocido en español como Erasmo de Rotterdam, fue un humanista, filósofo, filólogo y teólogo holandés, autor de importantes obras escritas en latín. Erasmo quería utilizar su formación universitaria y su capacidad para transmitir ideas, para aclarar las doctrinas católicas y hacer que la Iglesia permitiera más libertad de pensamiento. Pero estos objetivos no eran compartidos por muchos obispos del siglo XVI. Es importante tener en cuenta que su “guerra” no era contra los dogmas de la Iglesia sino contra la vida moral y las prácticas piadosas externas de las personas, muchas veces incoherentes, en especial de los eclesiásticos. Desde su trabajo de académico versado tanto en la doctrina como en la vida monacal, Erasmo creyó que su obligación era liberar a la Iglesia de la parálisis a que la condenaban la rigidez del pensamiento y las instituciones de la Edad Media, ya que él creía que el Renacimiento era una manera de pensar fundamentalmente nueva. Buscaba purificar el cristianismo de lo accesorio y pegadizo que se la ha ido adhiriendo a través del tiempo, por medio de una espiritualidad auténtica y no formalista, despojada de ritos agobiantes. En definitiva, para él, la práctica de la religión debe ser iluminada con las fuentes originales: la Palabra de Dios y los Padres de la Iglesia. Sobre esa base recondujo, al menos teóricamente, la vida espiritual del cristiano al bautismo, «que introduce al hombre en un horizonte de libertad y de amor». Para Erasmo la vida consagrada no añade nada al cristiano, no representa un grado de vida superior, porque no es el lugar (monasterio o convento) el que cambia la condición del hombre, sino la condición de bautizados. El Santo Oficio, al principio tolerante con estos fenómenos, decidió finalmente intervenir. Si bien la primera condena inquisitorial de los Alumbrados se produce en 1525, lo cierto es que no será  hasta   1620   que   la   Inquisición   consiga   la   casi   total   erradicación   de   los   seguidores   de   esta doctrina.   Se   cree   que   en   torno   a   ese   año,   algunos   miembros   de   la   secta   decidieron   exiliarse   en Francia,   donde  su   nombre   se   tradujo  por   el   de  «Les   Illuminés».   Partiendo  de  la   base  de  que   se establecieron en el país galo 140 años antes de que aparecieran los Iluminados de Avignon, bien pudieron ejercer algún tipo de influencia sobre éstos. Los   Alumbrados   fueron   condenados   por   la   Inquisición   bajo   acusación   de   herejía   el   23   de septiembre de 1525. El Santo Oficio veía en ellos una vinculación con la espiritualidad de carácter protestante. Sin embargo y pese a la condena, sus ideas inspiraron a otras mentes que irían más lejos que ellos, lejos de los tentáculos de la Iglesia…

Los siglos XVI y XVII fueron prolíficos en conocimiento, en arte y en ciencia, pero también en la búsqueda de la sabiduría a través metodologías ajenas a la Iglesia. En aquella  época el complot contra el Vaticano parece haber estado a la orden del día, pero la trama no había hecho más que empezar. El testigo sería recogido por la Masonería, que será la auténtica protagonista en los siguientes siglos. Una Masonería naciente de la que surgirá la sociedad secreta por excelencia, según Angeles y demonios. Se trata de los Illuminati. Un grupo que sabrá beber en las fuentes de los que llegaron antes y que tendrá  la habilidad de dejarse cobijar en los brazos de la Masonería para perpetuar la trama hasta el final. En Angeles y demonios se cuenta que aquéllos que buscaban el conocimiento y que en la obra aparecen   como illuminati,   terminaron   por   extinguirse.   Pero   en   las   sociedades   secretas   nada   se extingue, sino que todo se transforma. En el libro se explica cómo pudieron sobrevivir los illuminati: “Los illuminati eran supervivientes (…). Fueron acogidos por otra sociedad secreta, una hermandad de ricos canteros (…). Los masones fueron víctimas de su propia bondad. Después de acoger a los científicos huidos en el siglo XVIII, los masones se convirtieron sin querer en una tapadera de los illuminati. Los illuminati fueron ascendiendo en sus rangos, y poco a poco fueron copando puestos de poder en las logias (…). Después, los illuminati utilizaron los contactos a escala mundial de las logias masónicas para extender su influencia“. ¿Es real lo que se indica en Angeles y demonios? La Francmasonería era inicialmente una sociedad esotérica e iniciática, cuyo origen se remonta a las hermandades religiosas del gremio de los albañiles ingleses y franceses de los siglos XII y XIII. Sin embargo, esta primigenia Masonería no es la misma que se crea en 1717. Las   corrientes   esotéricas,   culturales   y   rituales   de   la   Masonería   prácticamente   se   remontan   a   los misterios   griegos   y   egipcios.   Se   afirma   que   en   esa   sociedad   secreta   se   unifican   desde   el pitagorismo hasta el neoplatonismo, pasando por la cábala,  las tradiciones celtas y druídicás, así como aspectos del esoterismo árabe, hebreo y oriental. Más allá de la participación de los albañiles masones   en   la   construcción   de   las   imponentes   catedrales   góticas,   la   leyenda   cuenta   que   los constructores   masones   participaron   directamente   en   la   construcción   del   Templo   de   Jerusalén, que contenía el Arca de la Alianza, encargada por Salomón, el rey sabio que buscaba la conexión con lo divino. De ser cierta esta leyenda, deberíamos situarnos alrededor del 960 a. C.
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Más allá  de la posible vinculación de la Masonería con Salomón y la erección de su Templo, está comprobado que los masones, en tanto pedreros y albañiles, tuvieron una gran participación en las construcciones de las catedrales góticas. En ellas incluyeron símbolos de significados iniciáticos. Y al margen de crear un templo que tenía como fin rendir tributo a Dios,   todo   parece   indicar   que fueron capaces de «erigir templos dentro de los templos». De esta forma, utilizaron como excusa la construcción de las catedrales para hacer de ellas sus santuarios esotéricos. Los   típicos   rosetones,  claro   exponente  del   arte   gótico,  no  eran   solamente   ventanas   que   dejaban pasar la luz. La coloración de sus cristales y las figuras que emitía el resplandor de la luz de sol a través de ellos, favorecían la meditación, la introspección y la conexión con lo divino. Las   gárgolas   que   en   las   catedrales   tenían   la   función   de   decorar   los   canalones   que   recogían   el agua de lluvia, eran en principio figuras arquetípicas que aludían a valores morales y espirituales. Es cierto que entre las gárgolas se pueden encontrar imágenes demoníacas, que según la tradición indican que el mal está fuera del templo, pero también aparecen figuras en actitudes desvergonzadas.  Fulcanelli,   en su obra El Misterio de las Catedrales, da respuesta a muchos de los enigmas  que rodean a las catedrales góticas. Provenga o  no de  los  tiempos  de Salomón,  pasando  por las catedrales  medievales, la presencia tangible de la Masonería está registrada en fuentes históricas. Es sabido que en el año  1717 surge  la  Gran  Logia de Inglaterra,  mientras que en  1732 aparece  la denominada  Gran  Logia   de   Francia.   Ambas,   presuntamente,   persiguen   un   sistema   moral   que   se expresa a través de la alegoría y se ilustra gracias a los símbolos. Sin embargo, la  ingerencia  de  la  Masonería  en  la  historia  tiene más que ver con una relación secreta con la política y las conspiraciones que con una simple búsqueda de  la  verdad   suprema  místico-espiritual.   Quizá  el  cambio   se   debió  a  la  influencia   que  unos   años después ejercerían sobre ella los illuminati. La   Francmasonería   que   sale   a   la luz   en   el   siglo   XVIII  ya   no   está  compuesta   por   asociaciones   de albañiles. En este caso se trata de personajes de elevadas clases sociales, dotados de interesadas   conexiones   políticas   y   religiosas.   Los   masones   tenían   una   divisa,   de   la   que   unas décadas   después   se   apropió  la   Revolución   Francesa:  «Libertad,  Igualdad   y Fraternidad».   Sin   embargo, debemos saber que entre los masones ingleses había poca o ninguna solidaridad. Para empezar, los negros estaban totalmente excluidos de ella. Se consideraba que eran de una raza inferior y, por lo   tanto,   no   podían   participar   del   objetivo,   que   no   era   ya  construir   la   catedral   para   la   Iglesia   sino para el hombre, tanto en esta vida como después de la muerte.

Asimismo la Masonería inglesa no aceptaba la presencia de mujeres en sus filas. De hecho, la lucha social por los derechos de la mujer no comenzaría hasta 1851. En cambio, en   la   Masonería   francesa   existía   un   mayor   grado   de   permisividad,   ya   que   en   su   seno   acogía   la diversidad religiosa, política y sexual. La logia que se estableció en Francia era de origen escocés. Es   interesante   resaltar   que   procede   de   la   casa   Estuardo,   que   se   consideraba   guardiana   de   la  tradición de los templarios franceses y que 400 años antes de la fundación de la Masonería, habían participado en la conquista de Escocia. Las logias inglesas, por su parte, se organizaron según el rito de York, basado en diez títulos de pertenencia a la orden o grados masónicos. La francesa optó por generar como rito propio el «Escocés Antiguo y Aceptado»  que   se   compone   de   33   grados.   De   hecho,   este   rito   escocés   será  el   que   influya mayoritariamente en el continente europeo y en el americano. La expansión de la Masonería llegó  a ser tan relevante y notoria, que el papa Clemente  XII  emitió en   1738   una   bula   destinada   a   condenar   a   los   masones   e   intentar   apartarlos   de   la   Iglesia.   Unos años después Benedicto XIV refrendará la postura del anterior Pontífice. Esta exclusión se  ha mantenido  hasta  nuestros  días,  ya  que  Juan  Pablo  II  la incluyó  en un  documento  sobre la Francmasonería dirigido en 1983 a la Congregación para la Doctrina de la Fe. A tenor de las declaraciones de los estamentos eclesiásticos, parecería que, más que los illuminati, los que realmente  molestan a la Iglesia son los masones. A pesar de esta hostilidad, lo cierto es que a partir de la segunda mitad del siglo XVIII los masones continuaron   con   sus   actividades   prácticamente   en   todas   partes.   Sólo   la   Revolución   Francesa provoca   una   crisis   que   hizo   menguar   e   incluso   disgregar   algunas   logias.   Pero   superado   aquel momento,   muchas   se   hicieron   aún   más   fuertes   y   se   han   mantenido   hasta   nuestros   días.   En   la actualidad se calcula que hay alrededor de cinco millones de masones en todo el mundo. Y si al principio encontrábamos dos ritos, hoy existe una infinidad de ellos, que van desde los 10 grados del rito de York hasta los 90 que posee el rito de Misraim. Sabiendo en qué  se basan los preceptos masónicos, no resulta extraña la sospecha de que entre sus filas se hayan infiltrado en el siglo XVIII algunos illuminati.   Los   masones   fueron   grandes   protagonistas   del  siglo XVIII, conocido como Siglo   de   las   Luces,   e  influyeron   en   la Revolución   Francesa. También participaron activamente  en   la   independencia   y   fundación   de   Estados Unidos y, ya en el siglo XX, no fueron del todo ajenos a las dos grandes guerras mundiales y otros  acontecimientos decisivos.
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No  deja   de   ser   paradójico   que   una   sociedad  supuestamente  mística haya tenido tanta influencia en el  quehacer  político  en la historia. Posiblemente  ésa  sea  la auténtica conspiración masónica. Una de las abundantes hipótesis conspirativas sobre las sectas secretas, vincula a los rosacruces y los  templarios  con  la   búsqueda   de   un   gobierno   mundial.  Todo   parece  indicar   que  fueron  los   masones quienes recogieron este testigo, pero cambiaron los objetivos. La historia asegura que tras la muerte del  último Gran Maestre templario, sus seguidores tenían instrucciones precisas para perpetuar la   Orden del Temple.   Era   preciso   crear   una   sociedad   secreta   invisible,   ya   fuera   integrándose   en   otras   ya existentes o creando grupúsculos nuevos y muy discretos. Cuenta la historia que un pequeño grupo de resistentes templarios fundó  la Orden de San Andrés del Cardo Real, que más tarde pasaría a denominarse Colegio InvisibleLa Antiquísima y Nobilísima Orden del Cardo (en inglés The Most Ancient and Most Noble Order of the Thistle) es una orden de códigos de caballería escocesa. En Escocia, la Orden del Cardo representa el más alto honor y es la segunda en importancia después de la Orden de la Jarretera. La fecha exacta de la fundación de la orden es confusa pero, según la leyenda, data del año 809 cuando el rey Achaius formó una alianza con Carlomagno. También es posible que Jacobo III de Escocia fuera el fundador de la orden, ya que fue él el responsable de los cambios en el simbolismo real en Escocia, incluyendo la adopción del cardo como la insignia real de los Estuardo. A pesar de que existía alguna orden de caballería en Escocia en los siglos XV y XVI o incluso antes, fue Jacobo II quien estableció la orden bajo las nuevas normas el 29 de mayo de 1687 para recompensar a los pares escoceses que apoyaban los objetivos políticos y religiosos del rey. La toga de aquella época aún existe y tiene más de 250 motivos de cardos y ramitos de ruda, conocidos como «la Hierba de la Gracia», el antiguo símbolo de los pictos. Las leyes estipulaban que la orden estaba formada por el soberano y 12 caballeros, en alusión a Jesús y sus 12 apóstoles. Después de la abdicación de Jacobo VII de Escocia y II de Inglaterra en 1688, la orden quedó en desuso hasta que fue restablecida por la Reina Ana Estuardo en 1703. El número de caballeros se mantuvo en 12. Pese a las rebeliones de 1715 y 1745, el viejo y el joven pretendiente, el Príncipe Jacobo y el príncipe Carlos, fueron nombrados caballeros de la Orden del Cardo durante el exilio. Los primeros reyes de la Casa de Hannover también utilizaron la orden para reconocer a los nobles escoceses que apoyaron la causa Hannover y la protestante. El interés en la orden resurgió cuando Jorge IV lució el cardo durante su visita a Escocia en 1822. No fue hasta 1987 cuando se les permitió a las mujeres formar parte de la orden. El santo patrono de la orden es San Andrés, santo patrono de Escocia, quien aparece en el medallón.

A la mencionada orden se fueron incorporando un buen número de científicos cuyo objetivo era promover la ciencia y alejarla de los patrones impuestos por el clero. A mediados del siglo XVII, el Colegio Invisible, tal como ya hemos indicado, se convirtió en la Royal Society británica, que según parece sigue hasta hoy estrechamente vinculada a los rosacruces y a la Masonería. Entre los miembros del Colegio Invisible hubo un personaje que se hacía llamar Comenius. Jan Amos Komenský, en latín Comenius (1592 – 1670), fue un teólogo, filósofo y pedagogo nacido en la actual República Checa. Fue un hombre cosmopolita y universal, convencido del importante papel de la educación en el desarrollo del hombre. La obra que le dio fama por toda Europa y que es considerada como la más importante, es la Didáctica Magna, y su primera edición apareció en el año 1630. Le dio importancia al estudio de las lenguas y creó una obra llamadaPuerta abierta a las lenguas. Se le conoce como el Padre de la Pedagogía, ya que fue quien la estructuró como ciencia autónoma y estableció sus primeros principios fundamentales. En su obra ¨Las nuevas realidades¨, Peter Drucker realza la posición de Comenius como el inventor del libro de texto, en un intento de incentivar la autonomía del proceso formativo, a fin de evitar que el gobierno católico eliminara del todo al protestantismo en la República Checa. «Si la gente lee la Biblia en casa, no podrán confundirse» fue el pensamiento de Comenius. Los grandes aportes realizados a la Pedagogía, sus viajes por diferentes países de Europa, invitado por reyes y gobernadores, y la alta preparación y constancia en su labor de educar, le valieron el título de “Maestro de Naciones“.  Es relevante decir que las ideas principales de Comenius consisten en la corrección total de la humanidad y no en el sistema educativo. Para conseguir sus propósitos, Comenius empieza con la corrección del individuo porque sólo el individuo reformado puede favorecer a la corrección total de la humanidad. Hay que dar la mejor educación y formación a la gente, porque la educación es la puerta que nos lleva al saber y el saber es el medio que nos lleva a la corrección del mundo. Por tanto, la pedagogía y didáctica no fueron los objetivos sino los medios para conocer el mundo. Comenius se interesó por la pansofía, un sistema de la cognición bien ordenado, la filosofía que a través del conocimiento intenta armonizar el mundo y eliminar las barreras entre la gente, incluyendo los obstáculos lingüísticos. En esta filosofía, según él, consiste la reformación de la humanidad.

Comenius entiende a la nación como una unión de la gente con una lengua, cultura, economía y con un gobierno. Las naciones, con respecto a sus diferencias, deberían unirse a los conjuntos superiores, es decir, a una federación universal de los estados y naciones. Al final de su vida, después de desilusionarse por los monarcas alumbrados, llegó a la conclusión de que el mejor conjunto es la república. Su idea era la creación de una «pansofía», es decir, una doctrina universal capaz de gobernar el mundo. Algunas de sus propuestas eran la creación de un Parlamento Mundial, así como la reforma universal de la sociedad en general. También preconizaba la creación de un Tribunal Supremo cuya misión sería velar por la reconciliación de las religiones, así como el  establecimiento de una Corte de Justicia Internacional capaz de mediar en los conflictos políticos mundiales. Otra medida consistía en establecer un consejo mundial de sabios, que recibirían el nombre de Superiores Desconocidos y que tendrían la misión de erradicar desde la sombra la ignorancia, el ateísmo y cualquier atisbo de involución social. La   complejidad   de   la   trama, que   debía   ser   totalmente   secreta,  era   notable.   Pero, ¿consiguieron   sus  objetivos?   Sólo  es   posible  tener   la sospecha de que buena parte de sus objetivos, en cierta manera, han conseguido ser una realidad. Según Giuseppe Mazzini: “La Verdad no es el lenguaje del cortesano; solamente surge en labios de aquéllos que no confían ni temen a la potencia ajena“. Giuseppe Mazzini (1805 –1872), apodado “el alma de Italia“, fue un político, periodista y activista italiano que bregó por la unificación de Italia. Ayudó al proceso de formación y unificación de la Italia independiente y moderna a partir de los numerosos Estados, muchos dominados por potencias extranjeras, que existieron hasta el siglo XIX. También contribuyó a definir el movimiento europeo en pro de una democracia popular en un Estado republicano. Fue escritor de los libros: “Italia republicana y unitaria“(1831) y “Una nación libre” (1851). Mazzini fue elegido por los Illuminati para dirigir sus operaciones mundiales en 1834. Según el escritor inglés de teorías conspirativas y antimasónicas, William Guy Carr, en su obraPeones en el juego (1955), indica que en una de las cartas fechada el 15 de agosto de 1871, el masón Albert Pike le hace saber a Mazzini el plan de los Illuminati para el futuro del mundo.
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Según escribe Pike: “Fomentaremos tres guerras que implicarán al mundo entero. La primera de ellas permitiría derrocar el poder de los zares en Rusia y transformar ese país en la fortaleza del comunismo ateo necesaria como una oposición controlada y antítesis de la sociedad occidental. Las divergencias causadas por los “agenteur” (agentes) de los Illuminati entre los imperios británico y alemán serán utilizados para provocar esta guerra, a la vez que la lucha entre el pangermanismo y el paneslavismo. Un mundo agotado tras la guerra, no interferirá en el proceso de construcción de la “nueva Rusia” y el establecimiento del comunismo, que será utilizado para destruir los demás gobiernos y debilitar a las religiones. La segunda guerra mundial se desataría aprovechando las diferencias entre la facción ultraconservadora y los sionistas políticos. Se apoyará a los regímenes europeos para que terminen en dictaduras que se opongan a las democracias (Nazismo, Fascismo, Comunismo y Socialismo) y provoquen una nueva convulsión mundial cuyo fruto más importante será el establecimiento de un Estado soberano de Israel en Palestina que venía siendo reclamado desde tiempos inmemoriales por las comunidades judías. Esta nueva guerra debe permitir consolidar una Internacional Comunista bastante fuerte para equipararse a la facción cristiana/occidental. La tercera y definitiva guerra se desataría a partir de los enfrentamientos entre sionistas políticos y los dirigentes musulmanes. Este conflicto deberá orientarse de forma tal que el Islam y el sionismo político se destruyan mutuamente y, además, obligará a otras naciones, una vez más divididas sobre este asunto, a entrar en la lucha hasta el punto de agotarse física, mental, moral y económicamente. Liberaremos a los nihilistas y a los ateos, y provocaremos un formidable cataclismo social que en todo su horror mostrará claramente a las naciones el efecto del absoluto ateísmo, origen del comportamiento salvaje y de la más sangrienta confusión. Entonces en todas partes, los ciudadanos, obligados a defenderse contra la minoría mundial de revolucionarios, exterminará a esos destructores de la civilización, y la multitud, desilusionada con el Cristianismo, cuyos espíritus deístas estarán a partir de ese momento sin rumbo y ansiosos por un ideal pero sin saber dónde hacer su adoración, recibirán la verdadera LUZ a través de la manifestación universal de la doctrina pura de “Lucifer”, sacada a la vista pública finalmente. Esta manifestación resultará del movimiento reaccionario general que seguirá a la destrucción del Cristianismo y ateísmo, ambos conquistados y exterminados al mismo tiempo“.

En la novela Angeles y demonios, después de haber envenenado a un Papa, la sociedad secreta de   los   Illuminati   se   dispone   a   culminar   su   siniestro   proyecto   para   destruir   a   la   Iglesia   Católica, aprovechando el cónclave para elegir al nuevo Pontífice. Ellos son los grandes conspiradores que, con la ayuda de algún miembro de la secta árabe de los Asesinos, han ido fraguando crímenes que darán   como   resultado   la   desestabilización   de   la   jerarquía   eclesial,   y   que,   al   mismo   tiempo, persiguen, como un último golpe de gracia, volar literalmente el Vaticano mediante la explosión de una bomba de antimateria. Ésta es en esencia la trama de la novela de Dan Brown. Hay en esa obra elementos, basados en la realidad, que rozan la ficción, como la citada bomba. Otros elementos son más verosímiles, como que la muerte Juan Pablo I a los treinta y tres días de su reinado haya respondido a una conjura secreta. Y, finalmente, algunos elementos que, convenientemente manipulados, el autor rescata de las tradiciones y textos sobre las sociedades secretas y otras fuentes esotéricas. La   mención   de   los  Illuminati   aparece   ya   desde   las   primeras   páginas   de   la   novela.   Efectúan   su entrada   en   escena   mediante   un   ambigrama,  texto   que   puede   leerse   de   izquierda   a derecha   y,   tras   girarlo   180   grados,   sigue   teniendo   sentido,   una   técnica   de   escritura   simbólica   y críptica que no consta que fuera utilizada en momento alguno por los auténticos illuminati. Otro aspecto remarcable es que la ficción sitúa la creación de los Illuminati en la época de Galileo, dando por sentado que los científicos de entonces tenían que reunirse en secreto para intercambiar sus investigaciones, lejos de la presión que ejercía sobre ellos la Iglesia. Pero   no   existen   pruebas   de   que   Galileo   o   Copérnico fueran   illuminati.  Tampoco   de   que   esta   famosa   sociedad   secreta   existiese   en   aquel tiempo,  al menos oficialmente, aunque sí  había otras sectas  a las que pudieron haberse acogido los investigadores disidentes.¿En   qué  momento   nacen realmente los Illuminati? ¿Cuál era su objetivo secreto? En   la   novela   comprobamos   que   la   combinación   de   ciencia   y   esoterismo   ofrece   un   mundo apasionante.   Hay   en   el   libro   de Brown   un   aspecto   que   no   pasa   desapercibido. Se trata de  la   divergencia   entre   la   Ciencia   y   la   Iglesia.   Los illuminati, miembros de la gran sociedad secreta que nació con la misión de terminar con la Iglesia, aparecen  en  la  obra de Brown como científicos:
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En  el  siglo XVI un grupo  de  hombres  luchó  en  Roma   contra  la  Iglesia.  Algunos   de  los científicos  italianos más   notables  empezaron   a   reunirse   en   secreto   para compartir sus preocupaciones sobre la enseñanzas equivocadas de la Iglesia. Fundaron el primer gabinete científico del mundo y se autoproclamaron «los iluminados». Según   la   historia,   una   oscura  noche  de   1785   un   mensajero  solitario   cayó  fulminado por  un  rayo en  el  camino  que unía Frankfurt  con  París.  Al  día  siguiente   una  patrulla  de  guardias bávaros   levantó  el   cadáver   y   encontró  entre   sus   ropas   un   extraño   documento.   Se   trataba   de un folleto titulado  «Cambio original en días de iluminación», y lo firmaba Espartaco, pseudónimo del renegado jesuíta Adam Weishaupt. Este misterioso personaje, nacido en Ingolstadt en   1748,   había   sido   profesor   de   Derecho   Canónico   en   la   universidad   de   su   ciudad   natal,   donde exponía,   pese   a   la   oposición   del   clero,   sus   ideas   mesiánicas   y   la   necesidad   de   una   revolución mundial contra el avance del mal. Weishaupt   había   sido   educado  por   la   Compañía   de   Jesús   y   era   un   importante   miembro   de   la Masonería   bávara   de   la  época.   Pero   tenía   una   visión   muy   personal   de   la   situación   del   mundo   y consideraba   que   la   Iglesia   jugaba   un   papel   perverso   en   la   moral   y   la   espiritualidad   de   la humanidad.   Con   algunos   colegas   y   alumnos   de   Ingolstadt   había   formado   un   grupo   autotitulado «perfectibilistas», que propiciaban un cambio radical de orden religioso y cultural, que se produciría en un nuevo mundo regido por una república democrática universal, lo que los haría precursores del  anarquismo  y  el  socialismo.  En  1776  Weishaupt   y sus  seguidores,  entre  ellos  el  barón Adolf von Knigge,   fundaron   la   secta   secreta   de   los   Illuminati,   que   en   latín   significa  «iluminados». En su organización el ocultista bávaro combinó los dos modelos que mejor conocía: el de los jesuítas y el de la Masonería. Según las fuentes históricas esta logia tuvo corta vida, ya que fue disuelta once años más tarde tras el infortunado episodio del mensajero   fulminado   y   el   hallazgo   del   documento   secreto   de   Weishaupt.   Pero   diversos   autores sostienen que se ha mantenido hasta hoy en forma ultrasecreta, aparte de remontar sus orígenes mucho más allá de la fecha de su fundación histórica. El   gobierno   de   Baviera   prohibió  la   sociedad   de   los   Illuminati   en   1787,   condenando   a   muerte   a quienes   intentaran   reclutar   nuevos   miembros   para   la   Orden   y   dando   publicidad   al   documento secreto de Weishaupt, así como a los planes conspirativos de la secta.

La orden de los Illuminati había conseguido extenderse rápidamente por   toda   Europa   y   reclutar   a   personalidades   como   los   literatos   alemanes   Johann   W.   Goethe   y Friedrich Nicolai, el escritor y filósofo Johann Gottfried von Herder, o el insigne compositor Wolfang Amadeus Mozart.   En   su   salto   a   Estados   Unidos,   concitó  la   adhesión   de   George   Washington y Thomas   Jefferson,   al   punto   de   que   hay   quien   afirma   que   algunos   signos   del   reverso   del   dólar, como   la   pirámide   truncada   coronada   por   un   ojo,   provienen   de   la   simbología   hermética   de   los Illuminati. Quienes   sostienen   que   la   secta   de   Weishaupt   continuó  llevando   en   secreto   su   revolucionaria conspiración,  aseguran  que los  illuminati,   bajo  el  paraguas  de  los  masones  u  otras logias,   se   habrían   infiltrado   en   el   Parlamento   Británico   y   en   la   Secretaría   del  Tesoro   de   Estados Unidos, entre otras maniobras para imponer un nuevo orden mundial. Un orden que, obviamente, haría imprescindible la eliminación del Vaticano y sus poderes terrenales. Para   justificar   sus   conjuras,   engaños   y   eventuales   crímenes,   adoptaron   a  menudo   la   excusa   de  que  habían   sido  iluminados   por  Dios para salvar a la humanidad del mal e instaurar un utópico mundo nuevo. Aparte de la secta de   Weishaupt,   hubo   por   lo   menos   otras   dos   con   el   mismo   nombre   que   alcanzaron   una   cierta importancia, y en las que Weishaupt pudo haber encontrado su fuente de inspiración.  Los iluminados fue una secta secreta que nada tiene que ver con la de los Illuminati.  Apareció  en torno al siglo XVI en las montañas de Afganistán. Su primer líder fue Bayezid Ansari. No era científico y se limitó  a fundar una escuela de iniciación mística en Peshawar. Los adeptos debían pasar por ocho iniciaciones para perfeccionarse a sí mismos y alcanzar fuerzas mágicas. Los iluminados de Avignon tampoco son los Illuminati. Se trata de una sociedad secreta fundada en el siglo XVIII, dedicada a la astrología y la alquimia. No tuvo ninguna relación con la ciencia de aquel tiempo. Aunque   en   la   actualidad   los   presuntos   continuadores   de   los   Illuminati   parecen   estar   bastante vinculados   al   mundo   del   esoterismo,   la   magia   y,   por   extensión,   el   satanismo,   lo   cierto   es   que cuando hablamos de los auténticos Illuminati, todos estos temas, al igual que los vinculados con la ciencia, quedan bastante lejos. Es   probable   que   el   grupo   originario   de   los   Illuminati   tuviera   vinculaciones   con sociedades secretas con  un cierto corte esotérico, tales como la Masonería, los rosacruces y otros.

Pero su propósito   era   muy   diferente.   No   buscaban   un   camino   místico,   ni   tampoco   la   defensa   de   unos métodos científicos ni, mucho menos aún, la obtención de unos poderes mágicos o esotéricos. El objetivo   de   los   Illuminati   es  derrocar   los   poderes   políticos y religiosos establecidos: anular los gobiernos, eliminar de la mente del pueblo el concepto de  «patria»  y, por extensión, suprimir la religión. Para crear su sociedad secreta Weishaupt no tuvo que esperar una revelación divina ni tampoco el hallazgo de unos manuscritos ancestrales, ni mucho menos recibir la herencia hermética de unos antecesores. A diferencia de otras  órdenes, los Illuminati son fruto de la mente de su fundador y del tiempo en que le tocó vivir. Resulta evidente que Adam Weishaupt, el fundador de los Illuminati, no imaginaba poder dominar  el mundo. Pero sí buscaba un cierto dominio social y especialmente terminar con  la autoridad del Papa y las doctrinas eclesiásticas. Todo parece indicar que se acercó a la Masonería buscando interlocutores para tener apoyos para ponerlas en práctica. Su  ambición  era crear y dirigir su propia sociedad secreta. Cansado de la presión a la que era sometido por los jesuítas y decepcionado   por   las   prácticas   de   la   Masonería,   decidió   buscar   algo   que   se   ajustase   a   sus parámetros mentales. A partir de ese momento el conocimiento era el suyo y la verdad  estaría en  su poder.  Con  este rasgo  doctrinal  pretendía  dejar de  lado  la  religión cristiana,   para  dar  paso  al  auténtico  portador   de  la  luz,  que  no   era  otro   que  Lucifer. Adam Weishaupt se vuelve más racionalista, anticatólico y fanáticamente radical, tanto en lo concerniente  a la política como en la religión. A partir del momento en que los Illuminati se   autocalifican   como   una   institución   laica   que   tiene   como   fin   el   progreso   de   la   humanidad, comienzan a acercarse a sus filas numerosos racionalistas alemanes que la inclinan cada vez más hacia   los   postulados   de   filósofos   franceses   como   Voltaire   o  de  políticos   como   Robespierre.  Ambos personajes,   al   margen   de   su   papel   histórico,   tuvieron   vinculaciones   con   distintas   sociedades secretas, tales como   la   Masonería,   los   rosacruces,   y   se   supone   que,   de   alguna   forma,   también   con   los Illuminati.
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Fue   así  como   la   Orden   de   los   Illuminati   se   presentaría   como   una   sociedad   con   más   intención política que mística. Pese a que Adam Weishaupt pensaba tenerlo todo atado y bien atado, algo se le   escapó.   Poco   a   poco   fueron   ingresando   en   la   Orden   personajes   que   teóricamente   estaban desencantados de la Masonería e incluso de su pertenencia a los rosacruces, pero que quizá  no eran sino infiltrados de dichas sociedades. Dejando a un lado las conspiraciones,   lo   que   sí  es   cierto   es   que   la   orden   de   Weishaupt   llegó  a obtener   un   notable   poder.   Un   poder   que   se   extendió  hasta   la   Revolución   Francesa,   fenómeno histórico  decisivo  en  Europa,  que  hasta   cierto  punto   pudo   estar  orquestado   por  los   Illuminati.   Un poder que avanzó en el tiempo y que quizá tuvo relación con  las dos guerras mundiales. Y que, tal vez, será  el responsable de una  tercera  guerra mundial. Ocho años después de su fundación, aunque oficialmente fueron once, llegará el momento de que Weishaupt cancele oficialmente los Illuminati. El   gobierno   bávaro,   observando   la   fuerza   y   la   actividad   pública  llevada   a cabo por los Illuminati,  que no sólo se habían expandido sino que incluso  ya tenían  miembros más allá  del Atlántico, estima que son demasiado peligrosos. Weishaupt es privado de sus cátedras y, acto   seguido,   expulsado   del   país.   Oficialmente   la   Orden   se   extingue,   aunque   en   realidad   se disgrega. Su creador pasa a vivir en un dulce exilio, ya que acaba refugiado en una de las muchas  posesiones que poseía uno de sus protectores, el duque Erast von Gotha, donde permanece hasta su muerte el 18 de noviembre de 1830. Pero no todo termina con la disgregación de los Illuminati. Una vez disuelta la Orden, su fundador tuvo varias décadas para seguir tramando conspiraciones e ilustrando a sus seguidores sobre el noble arte de las sociedades secretas. Weishaupt escribió diversas obras, entre ellas una crónica sobre la persecución de los Illuminati en Baviera, un manual del sistema del Iluminismo, así como  diversos  tratados  sobre  las ventajas  de  sus  principios  doctrinales.  Tuvo  tiempo  además  de mantener   relaciones   con   jerarcas   de   la   Masonería,   así  como   de   otras  órdenes   secretas   de principios del siglo XIX. «A  veces,   es   preciso   que   la   oscuridad   reine   por   un   momento   antes   de   un   nuevo   resplandor», afirmaba  Weishaupt  en alguno  de sus textos  internos.  Los  Illuminati  encendieron  sólo una de  las muchas   antorchas   que   conformaban   las   hogueras   de   las   sociedades   secretas.   Oportunamente reaparecerán, y muchas de las conjuras y conspiraciones que se producirán más adelante tendrán, sin ningún género de dudas, una influencia de los  Illuminati.

A veces se piensa que con el cese de una organización secreta, ésta muere definitivamente. Este mismo error ha sido cometido por lo que   respecta   a   la   sociedad   de   los   Illuminati.   Oficialmente   perduraron   once   años.   La   versión histórica afirma que la sociedad fue disgregada, y que su fundador huyó  y murió  en el exilio. Sin embargo   para   los   investigadores   de   la   conspiración   aquello   no   fue   el   final,   sino   más   bien   el principio de una nueva etapa. El hecho de que el grupo haya sido oficialmente disuelto, le permitía seguir con  sus  actividades  de forma todavía más  clandestina. Los   Illuminati   habían   conseguido   ramificarse   lo   suficiente como   para   ostentar   posiciones   de   poder   en   otras   sociedades   secretas   aparentemente   más   inocentes, como por ejemplo los rosacruces o los masones. Mientras   los   illuminati   se   disgregaban,   las   filas   de   la Masonería   crecían,   al   igual   que   lo   hacían   los   rosacruces   y   otras   sociedades   secretas   de  índole menor como, por ejemplo, los Carbonarios o una sociedad que en España se conocía como la Santa Garduña. Otras hipótesis postulan que en realidad fue al revés, es decir, que fueron los masones quienes, al introducirse en los Illuminati, consiguieron finalmente su destrucción. Una   de   las   creencias   más   retorcidas   indica   que,   en   realidad,   tras   la disolución   de   los   Illuminati   se   creó  una   sociedad   secreta   dentro   de   otra.  Así,   en   el   interior   de   la Masonería habría habido otra hermandad aún más secreta que ni siquiera los principales masones conocían,   compuesta   por   hermanos   masones   pertenecientes   a   los   Illuminati.   Ellos,   según   esta creencia,   dominaban   las   dos   sociedades,   y   a   través   de   sus   acciones   tenían   como objetivo dominar el mundo. Pero, ¿qué  otras sociedades secretas influyeron en la conjura de los Illuminati?  Los Illuminati, ¿participando   activamente   en   la   independencia   de   las   colonias   británicas   y   en   la Revolución Francesa? La   singularidad   esencial   de   una   sociedad   secreta   ha   sido   permanecer   invisible   a   los   ojos   del mundo.   Por   lo   tanto,   la   prudencia y discreción   eran   un   componente   básico para su existencia.  Sin embargo, en los siglos XIX y XX,  antiguos y  nuevos grupos secretos de poder han comenzado a actuar a la luz del día. Resulta   un   poco   sorprendente   que   todavía   reciban   el   nombre   de   secretas,   cuando   se   habla   de ellas no ya para declarar que existen, sino también para debatir públicamente sus intenciones y actividades. Losilluminati, los rosacruces y los masones son tal vez algunas de las más populares de esas sociedades.

Dentro de lo que pretenden ser sociedades secretas existen gobiernos en la   sombra,   que   son   los   que   realmente   dictan   las   instrucciones   decisivas. Pero también es factible que  las   sociedades secretas no sean más que tapaderas de otros grupos que sí son realmente secretos.  Los  «Luciferinos»  constituyeron  un  grupo  fundado por Gualterio Lollard  en el siglo XIV.  Defendían que Lucifer  y  sus  ángeles  representaban  el conocimiento  y  la  sabiduría.  Mantenían  que  la visión que daba de ellos la Iglesia era injusta y, por extensión, también lo era la expulsión de Lucifer y sus ángeles del Cielo, tal como la presentaban los textos sagrados. Esta sociedad, que se manifestaba totalmente contraria a los postulados de Roma, se extendió  en   Países   Bajos,  Alemania,  Austria,   Francia   e   Inglaterra.  Frente   a   la   Iglesia   establecida   hay   dos   corrientes   diabólicas. Una es  la   teórica, intelectual   y   reflexiva,   marcada   por   el   luciferismo;   y otra  la   práctica,   mundana,   terrenal,   dictatorial   y jerárquica, en manos del satanismo. El   satanismo   postula   atacar   a   la   Iglesia,   invertir   sus   símbolos   y   profanar   sus   templos.   Persigue, simple y llanamente, mantener una línea de actuación totalmente contraria a la que viene marcada desde   Roma.   Sin   embargo,   el   satanismo   no   tendría sentido   si   no   existiera   la   Iglesia,   y  ésta   no   tendría   enemigo   alguno,   al   menos   desde   el   punto   de vista conceptual, si no pudiera recurrir al Mal y más concretamente a Satanás, como contrafigura de su prédica. Iglesia y Satanismo, es decir, las supuestas representaciones del Bien y del Mal, no tendrían demasiada razón de ser si uno de los dos estamentos dejara de existir. En cambio el luciferismo buscaba la claridad y el entendimiento. Partió de la base de que Lucifer se enfrentó a Dios por su negativa a entregarle la sabiduría, así como el libre discernimiento y albedrío. Defendía que el ser   humano   es   en   sí  mismo   una   representación   de   Lucifer,   ya   que   posee   los   sentidos,   las emociones, la sensibilidad, la psiquis y los sueños. Como aquél, busca entender para qué  ha venido al mundo, intenta comprender quién es Dios y requiere de una libertad que no esté subyugada a los designios marcados por entidades que no siempre comprende. No es extraño que, con postulados como los anteriores, Dan Brown plasme a través de su relato   la   idea   de   que   los  Illuminati   tienen   una   vinculación   luciferista,   dado   que buscan   el   conocimiento,   defendiendo   la   supremacía   de   la   ciencia   por   encima   del dogma. Ahora bien, salvo contados casos, el luciferismo no recurre, como sí lo hace el satanismo, a la violencia y a la trasgresión de las leyes gubernamentales y civiles.
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En la estela de  la Revolución  Francesa  y las invasiones  napoleónicas,  la Europa  del siglo XIX se convirtió en semillero de diversas sociedades secretas y grupos conspirativos, algunos de los cuales fueron   decisivos   en   los   grandes   cambios   políticos   y   sociales   de   dicho siglo.   La sociedad secreta de los Carbonarios, surgida en el sur de Italia durante la ocupación  napoleónica,   tenía   como   símbolo   el   carbón,   al   que   veían   como  «capaz  de   purificar   el aire y alejar de las estancias las bestias feroces». El movimiento Carbonario surgió  en  Ñapóles a comienzos del siglo XIX, llegando también a operar en   Francia,   Portugal   y   España.   Su   ideología   básica   era   luchar   contra   las   autoridades   civiles   y religiosas.   Su   creencia   se   basaba   en   alcanzar  la   libertad   de   acción   más   allá  de   lo   que   pudieran dictaminar los poderes establecidos. Se reunían en secreto en pequeñas chozas  que recibían el nombre de  «repúblicas». Sus miembros, pertenecientes a la clase alta y media alta, se organizaban en una jerarquía de logias que mantenían una estructuración paralela formada, por un lado, por la población civil, y por otro, por las fuerzas armadas. Aunque era una sociedad  secreta que poseía raíces esotéricas, algunos de sus miembros tenían relación   con   la   Masonería  y   los  Illuminati,   por   lo  que   prácticamente   el   grupo   Carbonario  era   una sociedad   conspirativa   de   carácter   político.   Entre   sus   miembros   más   destacados   se   contaron Giuseppe   Garibaldi,   el   gran   luchador   por   la   independencia   y   la   unidad   italiana;   y   Giuseppe Mazzini, mentor del anterior y fundador de la logia revolucionaria de «La Joven Italia», vinculada a otras   sociedades   libertarias   conjuradas   en   la   formación   de  «La   Joven   Europa».   Dichas   cons-piraciones  quedarían  plasmadas   en una  serie de  cartas  que  mantuvo  Mazzini  con  Albert  Pike,  el líder del Ku Klux Klan, tal como antes hemos indicado.

El origen de la Santa Garduña es legendario, y es anterior al surgimiento de los Illuminati. Se funda como un grupo guerrillero y político, también en cierta  forma místico.  Según su leyenda fundacional, tras la invasión árabe a España, San Apolinario, un devoto ermitaño, experimenta una visión   de   la   Virgen   de   Córdoba.   La   aparición   le   advierte   que   la   invasión   de   los   musulmanes   se debe a un castigo divino, por la dejadez y la falta de atención para con las obligaciones litúrgicas. La Virgen conmina a San Apolinario a que reúna en su nombre a personas de bien, que deberán dejarse guiar por la Biblia y tendrán la misión de atacar a los invasores árabes, a sus posesiones y sus familias. Aunque la historia oficial sitúa al movimiento secreto de la Garduña en el siglo XIX, lo cierto es que existen crónicas que nos hablan de sus antecesores, actuando ya entre los siglos XVI y XVII como  secretos   colaboradores   de   la   Inquisición,   participando   en   las   ejecuciones   de  árabes   y   judíos,  y apropiándose de sus bienes. Los garduños usaban la Biblia como libro oráculo. Antes de planificar un ataque o tomar una decisión, abrían el libro sagrado al azar y buscaban en él una frase o pasaje inspirador, y después pasaban a la acción. En   tiempos   más   modernos   los   garduños   se   erigen   como   un   grupo   político   que   persigue   la resistencia  contra   la   dominación   napoleónica.  Tras  la   retirada   de   los   franceses,   se  convierten  en una   sociedad   de   corte   liberal   formada   por   miembros   acaudalados   e   influyentes.   Su   poder   e ingerencia eran notables. Tanto es así que en el año 1821 el gobierno del rey español Fernando VII detiene al Gran Maestre Francisco de Cortina, pretendiendo así descabezar a la Orden. El 25 de noviembre de 1822, Cortina es ejecutado en Sevilla, y junto a  él, 16 mandatarios de la Santa Garduña. Este hecho provoca que los supervivientes de la persecución pasen a la clandestinidad y muchos   de   ellos   huyen   a   América   del   Sur,   donde   reestablecen   su   Orden   y   colaboran   en   las revoluciones independentistas. Está comprobada la influencia de la Masonería en la emancipación de buena parte de las colonias españolas.   Partiendo   de   la   base   de   que   el   masón  Francisco   de   Miranda   intentó  una   revuelta   en Venezuela, que también eran masones los libertadores Simón Bolívar y José de San Martín, y que los   masones   Hidalgo   y   Castillo   inician   en   1810   el   proceso   de   la   independencia   de   México,   cabe suponer   que   los   miembros   de   la   Santa   Garduña   estuvieron   en   estrecha   colaboración   con   ellos, realizando cuantas acciones fueran oportunas para lograr sus fines.
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Otra sociedad la constituyeron los llamados Poderosos Caballeros Negros.  Se trata de una sociedad secreta que presuntamente bebió en las fuentes de los Illuminati y que tuvo ciertas vinculaciones  con la Masonería. Era una orden fundada   en   el   1815   por   un   profesor   berlinés,   con   el   objeto   de   luchar   contra   la   invasión   napoleónica. De ser cierta esta historia que nos ha llegado, cabe preguntarse si es posible que   hubiera   masones   entre   sus   filas,   cuando   el   propio   Napoleón   estaba   adherido   a   la   logia masónica de Hermes. Los   Comuneros   eran   otra   sociedad   secreta   que nació  en 1821 en el seno de la Masonería, y que toma su nombre de los Comuneros castellanos que se alzaron contra el Emperador Carlos I en el siglo XVI. Los nuevos Comuneros afirmaban que el objeto esencial de su existencia era conservar, por todos los medios que tuvieran a su alcance, la libertad del género humano, y concretamente los derechos del pueblo español contra los abusos del poder, así como auxiliar a quienes por esa causa padecieran desgracias. Los  Conciencíanos se declaraban enemigos   de   la   Iglesia.  Aunque   en   teoría   era   una   asociación   de pensadores progresistas, todo parece indicar que en su interior se albergaba un grupo secreto de notable influencia librepensadora, que muchos han visto como satanistas en tanto negaban la existencia de Dios. En realidad se trató de un grupo protestante de influencia local, que en 1764 redactó  en París unos estatutos bastante explícitos respecto de sus creencias. Declaraban la no existencia de Dios, ni tampoco la del Demonio. Los   Concienciarios   creían   que   era   preciso   despreciar   a   los   miembros   de   la   Iglesia,   a   los   que  consideraban   manipuladores.   Defendían   que   la   ciencia   y   la   razón   debían   reemplazar   a   los   sacerdotes y magistrados. Su filosofía de acción era vivir honestamente, unido  a una conciencia global del todo, dejando de lado  lo que marcaban los libros   sagrados,   en   especial  la  Biblia   que,   según   ellos,   estaba   llena   de  «fábulas   y contradicciones». Planteaban no dañar a nada ni a nadie, salvo que fuera preciso «dar a cada uno lo suyo y lo que en justicia le corresponda».

Los Decembristas fueron unos conspiradores aristócratas. De nuevo se trata de un grupo presuntamente secreto  y de  carácter  local, aunque supuestamente  influenciado por seguidores  de la sociedad Illuminati.   Estaba   conformado   por   nobles   revolucionarios   rusos,   que   cuestionaban   el absolutismo del zar y propiciaban una monarquía constitucional. A través de los grupos que fueron creando   y   de   su   poder   económico,   lograron   escalar   posiciones   en   la   política   rusa.   El   nombre proviene de la fecha de su primer levantamiento, el 21 de diciembre de 1825, para impedir el ascenso al trono del zar Nicolás II. Esta asonada fue duramente reprimida y la sociedad Decembrista se hizo todavía más oculta, sin embargo   su   actividad   desde   la   sombra   siguió  latente.   Fundaron   varias   sociedades   secretas   que dependían   de   la   Orden,   como   por   ejemplo  «Sociedad   del   Norte»,  «Sociedad   de   los   Eslavos Unidos»  y  «Sociedad   del   Sur».   Se   cree   que   más   tarde   se   disgregaron   en   pequeños   grupos conspirativos.  Los   Hijos   Blancos   de   Irlanda surge   de   un   grupo   local   de   conspiradores   irlandeses   cuyos primeros   testimonios   datan   de   1761.   Era   una   sociedad   secreta   que   se   había   inspirado   en   la Masonería, tanto para su organización como para intentar alcanzar determinadas esferas de poder político.   Tuvo   dos   ramas:   una   más   contemplativa   y   especulativa,   que   hizo incursiones en el esoterismo y el espiri-tualismo iniciático; y otra mucho más dura, ansiosa de pasar a la acción en contra del poder establecido, para lo cual no dudaron en incendiar casas, derribar cercas y atacar a  los   grandes   terratenientes.   Por   otra   parte,   desafiaban   las   normas   religiosas   impuestas,   de-fendiendo la libertad del hombre por encima de los mandatos de la Divinidad. Se   ha   culpado   a   las   sociedades   secretas   de   estar   detrás   de   acontecimientos   como   la Independencia   de   Estados   Unidos,   de   la   Revolución   Francesa,   así como de   los   levantamientos   que propiciaron   la   independencia   de   los   países   sudamericanos,   de   la   Revolución   Soviética,   de   las guerras mundiales, de la caída del Muro de Berlín y la Perestroika de Gorbachov, por no hablar de conflictos más recientes, como las crisis del Golfo Pérsico que han provocado las dos guerras de Iraq. Antes de afirmar que todos estos acontecimientos respondieron a tramas de las sociedades secretas y de sus intereses, deberíamos dejar un margen a la duda. Pero lo cierto es que los datos con que se cuenta hacen que sea poca la duda .

La   Revolución   Francesa   no   se   produjo   de   la   noche   a   la   mañana.   Se   fue   gestando   lentamente mediante   tramas   y   complots   que   culminaron,   al   menos   a   grandes   rasgos,   en   una   Revolución  que  implicó  el   derrocamiento   de   Luis  XVI,  el   fin   de   la   monarquía   en Francia y la proclamación de la Primera República. El   motivo   proclamado   para   justificar   la   Revolución   fue   que   los   gobernantes,   entendiendo   como tales a la nobleza, el clero y la burguesía, eran incapaces de solucionar los problemas que Francia tenía   desde.hacía   tiempo.   El   país   era   cada   vez   más   pobre,   al   tiempo   que   se   dotaba   de   más ideología y capacidad cultural. Estos factores provocaron que aquéllos que no estaban en el poder mirasen a quienes sí lo tenían como injustos merecedores de todo tipo de agravios. No   deja   de   ser   significativo   que   el   eslogan  «Libertad,   igualdad   y   fraternidad»  que   ostentaba   la Masonería de  la  Logia de  Francia,  bastante  anterior a la Revolución, fuera el  lema  ideológico de sus instigadores. Todo parece indicar que a los intelectuales, financieros y políticos que habían sido iniciados  en las sociedades  secretas, les resultaba  muy interesante  poner en marcha un complot capaz de cambiar las estructuras sociales y políticas que dominaban hasta entonces. El rito escocés de la Masonería fue introducido en Francia a mediados del siglo XVIII por militares y aristócratas que se ocuparon de que la logia, en cuyas filas se encontraban los Illuminati, estuviera perfectamente infiltrada en la sociedad. Pese a que Luis  XVI  había amenazado con encarcelar en La   Bastilla   a   quien   perteneciera   a   cualquier   tipo   de   sociedades   secretas, que   cada   vez   le resultaban  más  peligrosas,  éstas  seguían  creciendo,  incluso  a  través  de otras oedenes  seguidoras de filosofías templarías y rosacruces. El ideario masón resultaba muy atractivo para un pueblo subyugado y empobrecido. Se estima que en  vísperas   de   la   Revolución   había   alrededor   de   60.000   masones   en   Francia.   Una   cantidad reducida pero trascendental, si tenemos en cuenta que ocupaban las capas altas de la burguesía y estaban prácticamente a la cabeza de los círculos donde se generaban nuevas ideas y opiniones.
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Si a todo ello le añadimos que el proyecto Illuminati era la erradicación de los reinos, la abolición de la   propiedad   privada   y   la   eliminación   del   poder   del   clero,   se   puede   pensar  que   todos   estos aspectos eran adecuados para ser concretados a través de la Revolución. Otro   dato   importante   es   la   gran   cantidad   de   movimientos   estratégicos   que   se   realizan   entre   las logias   masónicas,   que   radicalizan   sus   posiciones   políticas   al   tiempo   que   generan   planes   para debilitar la monarquía y el gobierno. En ese momento se crean sociedades como  «Los Amigos de la   Verdad»,   destinadas   a   realizar   un   plan   de   reforma   social   que   inspira   la   Revolución   Francesa. Otra sociedad es la denominada «De las Nueve Hermanas», que busca la creación de un sistema alternativo al de la educación clerical. En estas organizaciones participarán activamente personajes que   impulsarán   la   independencia   de   EE.   UU.,   como   el   presidente   Benjamín   Franklin,   filósofos encabezados   por  Voltaire,   y  esoteristas   como   el   conde   de   Cagliostro  o   el  médico  Franz  Mesmer, autor de la teoría de la sugestión magnética. Cuando tras el alzamiento revolucionario de 1789 se constituye la Asamblea Nacional, el 80 % de los asambleístas son masones. El resultado de la Revolución implicó que la Asamblea proclamase la   libertad   religiosa,   anulase   los   derechos   de   la   monarquía,   optase   por   la   declaración   de   los derechos del hombre, y se generase una guardia especial constituida por milicias populares, en las cuales se habían infiltrado miembros de las principales sociedades secretas, con la misión de velar por la seguridad y mantener los preceptos de los gobernantes en la sombra. Los resultados de la Revolución Francesa no cuadraron al cien por cien con lo pretendido por las principales   sociedades   secretas   que   estaban   detrás   desde   el   comienzo.   Aunque   la   primera transformación   del   Estado   francés   fue   convertirse   en   Monarquía   Constitucional,   las   revueltas resultaban  imparables y  el  pueblo parecía estar  tomando  el mando,  lejos  de las instrucciones  de los  gobiernos   en   la   sombra.   Se   proclamó  la  primera  República  y  se  encarceló  a  Luis  XVI  y   a su familia. En 1793 el rey es condenado a muerte y decapitado, como otros cientos de condenados, mediante el invento del médico masón Joseph Ignace Guillotin, bautizado como «la guillotina». Ante aquella situación no prevista, los poderes en la sombra necesitaban buscar entre sus acólitos a alguien que tomara el mando.  Y se escogió al brillante general Napoleón, héroe popular y miembro fiel de la Masonería.

En   el   mismo   año  en  que   decapitaron   al   rey Luis  XVI,   Córcega   declaraba   su   independencia   de   Francia. Bonaparte,   que   era   teniente   coronel   de   la   guardia   nacional en Córcega,   huyó  al   continente   con   su   familia.  A partir de ese momento comenzó su meteórica carrera. Ascendió a general   con   veinticuatro   años,   y   dos   años   más   tarde   salvó  al   gobierno   revolucionario   de   una insurrección   en   París.   En   1796,   fue   nombrado   comandante   del   ejército   francés   en   Italia,   donde luchó  contra  Austria   y   sus   aliados   y   conquistó  para   su   país   la   República   Cisalpina,   la   República Ligur   y   la   República   Transalpina,   según  él   mismo   las   bautizó.   Poco   después   comandó  una expedición a Egipto, que en aquel entonces estaba dominado por los turcos. Conquistó el país del Nilo, reformó la administración y la legislación egipcias, abolió la servidumbre y el feudalismo y dejó en   la   tierra   de   los   faraones   a   un   buen   grupo   de   eruditos   franceses,   con   la   misión   de   estudiar   la milenaria historia de Egipto, así como realizar excavaciones arqueológicas. Cuando   regresó  a   Francia,   Napoleón   se   unió  a   una   conspiración   contra   el   gobierno   jacobino   y participó  en el golpe de Estado en noviembre de 1799. Se establece un nuevo régimen en el que Napoleón   dispondrá  de   poderes   prácticamente   absolutos.   Crea   una   Constitución   en   1802   y   se proclama emperador dos años después, cuando ya casi toda Europa había caído a sus pies. Para   los   investigadores   de   lo   conspirativo,   la   Europa   napoleónica   y   el   imperio   que   consiguió construir   fue   posible   gracias   a   la   sabia   intervención   de   varios   seguidores   de   los   Illuminati. Recordemos que lo que había perseguido siempre esta ancestral sociedad secreta era un gobierno mundial, y aquello parecía ser un buen comienzo, ya que el propósito de Napoleón Bonaparte no era otro que crear una federación europea de pueblos libres. Pero no sólo los masones e illuminati estaban interesados en Napoleón. A espaldas del emperador, otra sociedad secreta menos conocida, y aún más extraña, gestaba una trama oculta. Se trataba de sentar en el trono francés   a   la   dinastía   merovingia   de   los   primeros   reyes   de   Francia,   e   impulsar   que   su   dominio englobara a toda Europa.
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Los   grupos   que   estaban   detrás   de   la   trama   figuran   la  primera  obra   de  Dan  Brown,  El  Código  Da  Vinci.  Nos  referimos   al Priorato de Sión, la hermandad secreta precursora de la Orden de los Pobres Caballeros de Cristo, más conocidos como Orden del Temple. Los templarios, según parece, tenían la misión de preservar la descendencia de la sangre real que portaba   el   hijo   de   Jesús   y   María   Magdalena,   cuya  descendencia   se   había   extendido   generación tras   generación   hasta   fundar   la   dinastía   de   los   reyes   merovingios. La idea resultaba un tanto inverosímil. Meroveo, el legendario jefe bárbaro, cuyo nombre tomó la dinastía franca asentada en la Galia, era un pagano de origen germánico, que poco o nada pudo tener que ver con  los presuntos hijos de Jesús. El   emperador   Napoleón   no   sabía   cuan   cerca   de   sí  tenía   la   sangre   real   merovingia.   Según   la leyenda,   los   miembros   del   Priorato   de   Sión   se   ocuparon   de   producir   un   encuentro   fortuito   entre Napoleón   y   Josefina,   que   videntes,   magos   y   conspiradores   se   encargarían   de   avivar   para   que fructificase y conseguir que ambos se casaran. Marie-Joséphe Rose Tascher de la Pagerie, más conocida como Josefina, era la viuda del vizconde de Beauharnais, que había sido guillotinado durante la Revolución. Fruto de ese matrimonio habían nacido dos hijos, Eugenio y Hortensia, que pertenecían a la dinastía merovingia por herencia de la familia de su ajusticiado padre. Con la boda y la posterior adopción por parte de Napoleón de los hijos de su esposa,  la dinastía merovingia volvía a estar en el trono de Francia.  Es más, la niña, Hortensia de Beauharnais, llegaría a ser la esposa de Luis I Bonaparte, hermano de Napoleón, al tiempo que madre del creador del segundo Imperio Francés, Napoleón III. Seguir   diciendo   que Colón descubrió América ha pasado a ser una ingenuidad. Los habitantes de aquellas tierras hacía tiempo que esperaban la vuelta de los Viracochas, que personificaban a los dioses blancos que los habían visitado en el pasado. Una   de   las  historias   al   respecto  afirma   que  la   primera   llegada   de   europeos   al   Nuevo   Continente acontece en el año 877. Se trataba de unos monjes irlandeses pertenecientes a una orden secreta conocida   como  «Culdea»,   cuyos   datos   se   han   perdido   en   la   historia.   A  éstos   les   siguen   los navegantes   vikingos,   quienes,   según   la   leyenda,   en   primer   lugar   se   asentaron   en   Canadá y posterirmente se desplazaron hacia México, para expandirse por algunas zonas de Centroamérica. Los   vikingos   habrían   trazado   mapas   primigenios   del   Nuevo   Continente,   que   se   supone   consultó Colón   antes   de   realizar   sus   viajes.   Sostienen   algunas   crónicas   que   estos   mapas acabarían   en   manos   de   la   orden   militar   del  Temple.

La   orden   militar   del  Temple,   tras   la   caída   del   reino   de   Jerusalén   y al sentirse   amenazada   su   permanencia,   establecería   negociaciones   con   los   vikingos   y   crearía   una primera   ruta   para   poder   asentarse   en   el   Nuevo   Mundo,   mucho   antes   que   Colón.  Y también con anterioridad a ese acontecimiento, se habrían refugiado en América aquéllos a los que el Priorato de Sión había encomendado la misión de velar por la Sangre Real. El conde de Sant Clair, que mantenía excelentes relaciones con los templarios, ordenó en 1446 edificar una capilla que se levantó en Escocia a diez kilómetros de Edimburgo. La capilla, además de numerosa simbología esotérica, tiene relieves esculpidos en sus muros en los que se observan mazorcas de maíz y plantas americanas que en aquella fecha no se conocían en Europa. Recordemos que el descubrimiento «oficial» de América aconteció el 12 de octubre de 1492, es decir, 42 años después de la fundación e inauguración de la citada capilla. Los primeros colonos que arribaron al continente americano,  después del Descubrimiento, tenían más   de   un   motivo   para   embarcarse   en   aquella   aventura   transatlántica.   Uno   de   las   razones   que más pesaba era seguramente la persecución a la que estaban sometidos en el continente europeo. En   España,   Francia,   Portugal,   Inglaterra,   Italia,   y   otros   reinos   europeos,   había   muchísimas personas  perseguidas por el poder establecido. Gran parte de ellas vieron en los viajes al Nuevo Continente una forma de reiniciar su vida. Se trataba de condenados por sus creencias religiosas, políticas o filosóficas, pero también por haber cometido delitos comunes en sus países de origen. A muchos  de ellos se  íes conmutaba la pena a cambio de que se establecieran  en  las colonias  de América. Y muchos, tanto los que marcharon voluntaria como involuntariamente, se encargaron de «preparar el terreno»  para crear el destino oculto urdido por las conspiraciones de las sociedades secretas. Una de ellas fue la  «Orden de la Búsqueda», que supuestamente se habría establecido en  América   en   1625;,   y   a   la   más   tarde   pertenecería   Benjamín   Franklin.   Otra   fue   la   Orden   del Yelmo, con vinculaciones templarías. Poco después llegarían los illuminati y los masones,  por no hablar de los rosacruces.
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El gran objetivo de los  Illuminati había  sido  siempre la creación  de un nuevo orden  mundial,  y el Nuevo Continente  parecía ser campo  el perfecto  para  lograrlo.  Todo parece  indicar  que los   Illuminati,   ya   fuera   a   través   de   sus   propios   recursos   o   mediante   infiltraciones   en   otras sociedades secretas, tejieron los hilos necesarios para configurar lo que se ha dado en llamar  «el destino   secreto   de   Estados   Unidos».   Para   tal   fin   contaron   también   con   la   singular   ayuda   de   la denominada  «Orden   del   Yelmo».   En   ella,   se   habría   enrolado   un   personaje   ya mencionado antes. Se trataba del filósofo inglés Francis Bacon, que tuvo vinculaciones con el ocultismo, el esoterismo, la filosofía hermética y el movimiento Rosacruz. Muchos ocultistas consideran que Bacon fue una de las muchas encarnaciones con que se manifestó el conde de Saint-Germain, que era supuestamente inmortal. La leyenda del conde de Saint-Germain se forja en el apropiado escenario de los Cárpatos, donde nació  su protagonista el 26 de mayo de 1696. Al parecer pudo ser hijo del último soberano de Transilvania, y no ha faltado quien vea en  él al auténtico conde Drácula. Saint-Germain estudió  cabala y alquimia, materias en las   que   sobresalió.   Se   decía   que   a   través   de   dichas   disciplinas   había   logrado   obtener   grandes poderes   mágicos.   En   1758   Madame   Pompadour   se   interesa   por   sus   hazañas   y,   tras   conocerlo, queda «subyugada por su fuerza y poder, capaz de mostrar maravillas imposibles para un  simple  mortal». El aprecio  que  siente  la gran  favorita  por Saint-Germain hace que lo lleve ante Luis XV, quien lo introducirá en la corte. Lo que más maravilló a los cortesanos, al margen de que el conde aparentaba unos treinta años en lugar   de   los   sesenta   y   dos   que   tenía,   fue   su   comportamiento   en   la   corte.  No   comía,   no   bebía   y jamás se le veía dormir ni mostraba cansancio. Además, dado el esplendor con que se vestía y los bienes de que parecía disfrutar, de los que nadie conocía el origen, pronto corrió el rumor de que poseía increíbles secretos  alquímicos  que le daban el poder de mutar  el plomo en oro. Pero ese dato no es más que una pincelada en su misterio. En este tiempo,  justo  antes  de la independencia  y posterior fundación  de Estados Unidos,  existe una verdadera pugna por el poder entre la Iglesia Católica y las sociedades secretas de la época, y en especial los Illuminati. El motivo es que el clero estaba haciendo todo lo posible por expandir el catolicismo   en   el   Nuevo   Mundo,   intento   que   las   distintas   sociedades   veían   como   una   amenaza para   sus   impulsos   libertarios   e   iniciáticos.   Durante   este   periodo,   la   Masonería   se   implanta   en las trece provincias británicas del continente, lo que al paso de los años dará como resultado   una   gran   proliferación   de   nuevas  órdenes,   con   sus   intereses   políticos,   sociales   y económicos.

En los albores de 1776 las colonias británicas estaban casi abandonadas por su metrópolis, que ya no podía hacer frente a las ansias de poder de los colonos. Esto genera que el 4 de julio de 1776 se efectúe la Declaración de Independencia de las 13 colonias británicas de América del Norte. De los 56 firmantes de dicha declaración, 53 son masones. Tras   la   Independencia,   es   preciso   instaurar   nuevos   símbolos   capaces   de   aglutinar   los   diversos componentes de la nueva nación. Uno de los más populares, que ha ido sufriendo cambios, es el dólar, en que algunos   aspectos   de   su simbología resultan intrigantes. El   Gobierno   Federal   aprobó  la   ley   monetaria   de   1792   que   en principio   establecía  dos   patrones   de   valor,  un   dólar   de   plata   y   otro   de   oro,   que   sólo  circuló  entre 1849 y 1889. Al tiempo, se adopta el sistema métrico decimal, que consideraban mucho más fácil que el sistema británico. Pero esto no es lo más curioso. Lo sorprendente es que para el diseño de los   símbolos   que   aparecieron en el dólar,   y   que   todavía   se   mantienen   hoy,   se   contó  con   el   asesoramiento tanto de masones como de los illuminati. El fénix fue la criatura alada que se estampó en los primeros dólares, en tanto que simbolizaba el renacer de las cenizas al tiempo que se trata de un símbolo hermético. En 1841 el Fénix, que había simbolizado el pájaro nacional  de  Estados  Unidos, fue sustituido por el águila, un símbolo solar egipcio. Cuenta la tradición que originalmente el ave fénix poseía en su   cola   plumas   de   color   rojo   y   azul,   colores   que,   como   sabemos,   aparecen   en   la   bandera   de Estados Unidos,  que presentaba también las 13 estrellas que correspondían a los 13 estados de entonces. Esas estrellas, con sus 5 puntas, son un símbolo masón. El  águila de los dólares tiene 9 plumas en su cola, número que se corresponde con los grados del   rito   masónico   de   York,   dominante   en   aquella  época   en   el   territorio   americano.   Sus   alas muestran respectivamente 32 y 33 plumas, aludiendo así a los grados del rito escocés.  Con   la   pata   derecha,   el  águila   sostiene   una   rama   de   olivo,   símbolo   de   la   espiritualidad,   la reflexión   y   el   pensamiento.   Con   la   pata   izquierda,   sujeta   13   flechas   que   aluden   a   la   acción   y   la transmutación.  El   símbolo   que   surge   de   combinar   ambas   patas   es   una   alegoría   entre   las   dos   fuerzas   que siempre  están   en   conflicto,   pero   que   dependen   la   una   de   la   otra.  Así  representarían,   entre   otras cosas,   la   luz   y   la   oscuridad;   la   guerra   y   la   paz;   la   apertura   y   la   cerrazón;   el   sentido   público   y   el sentido privado o secreto. El águila sostiene en su pico un pergamino en el que está escrita en latín la leyenda E Pluribus Unum, en clara alusión a la necesidad de integrar y agrupar a las gentes de las antiguas colonias que   ahora   eran   una   sola   nación.   También   puede   leerse   como   lema   de   la   doctrina   Illuminati   de hacer de todas las naciones una sola.
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En la mitad izquierda del dólar observamos el que ha venido a llamarse símbolo por excelencia de los Illuminati. Se trata de una pirámide truncada en cuya base, y en números romanos, aparece la fecha 1776, que es la fecha de la Declaración de Independencia del país. En lo alto de la pirámide vemos   un   triángulo   con   un   ojo,   el   símbolo   illuminati   que   también   aparecerá  en   los   blasones masones a partir del momento en que aquéllos pasan a formar parte de sus filas. El   ojo   resplandeciente   del   triángulo   situado   encima   de   la   pirámide   era   para   los   Illuminati   una alegoría de la capacidad de estar a la vez en todas partes, viendo con claridad y sin la posibilidad de cometer errores al observar el entorno, al igual que Dios. En la parte superior del ojo, a izquierda y derecha, leemos Annuit Coeptis, que puede traducirse como  «Él favorece nuestro comienzo». En definitiva, se trata de   una   leyenda   que   pretende   indicar   claramente   que   los   objetivos   se   han   cumplido.   Ellos,   los Illuminati, están en la cúspide. Rodeando   la   base   de   la   pirámide   aparece   la   leyenda  Novus  Ordo   Seculorum,   que   se   traduce como «Nuevo Orden Secular», y que en la actualidad se traduce como «Nuevo Orden Mundial». En el centro del billete, por encima de la palabra  «One», podemos leer  «In Got we trust»  que quiere   decir  «en   Dios   confiamos».   Esto puede parecer un contrasentido,  dado el carácter no religioso de las  órdenes imperantes, pero indicar   que   la divinidad no es patrimonio de una religión en concreto. La pirámide truncada  está  formada   por   72   piedras.  Algunos   han   visto   en   ellas   los   72   escalones   de   la   Escalera   de   Jacob. Ello implicaría que estuviese   relacionada   con   el   judaismo   y   la   tradición cabalística.   Por   otra   parte,   la   pirámide   está  inacabada,   lo   que   podríamos   interpretar   como   que la construcción del país está  en marcha y no tiene límites. Otro de los aspectos de la pirámide es que, al estar truncada, carece de esta gran piedra en la cúspide que se supone tendría la misión de proyectar las energías, al tiempo que atrae el poder de las fuerzas cósmicas. Como   vemos,   el   poder   de   las   sociedades   secretas   llegó  al   continente americano. Precisamente, la tierra del «nuevo orden mundial», tan en boga en los últimos tiempos, nació con la creación del dólar. Hay quienes dicen que estamos   viviendo   en   los   albores   de   la   Tercera   Guerra   Mundial.   Para responder   a   esta   pregunta tenemos que irnos  a finales del siglo XIX, a fin de darnos cuenta de   que   lo   peor   todavía   está  por   llegar.   Esta  tercera   gran   contienda,   que   involucraría  a   todo el   mundo,   fue   programada,   a   través   de   una   carta,   el   15   de   agosto   de   1871,   por   dos miembros   de   la   sociedad   secreta   de   los  Illuminati,   que   hoy   se   guarda   en   el   Museo   Británico   de Londres.

Albert   Pike   y   Giuseppe   Mazzini   eran   altos   miembros   de   los   Illuminati   que   mantenían   una   fluida correspondencia,   a   través   de   la   cual   generaban   conspiraciones.   El   primero,   autor   de   la   carta, además de ser illuminati pertenecía a la Masonería. El segundo, que también era illuminati, estuvo vinculado con el movimiento revolucionario del Rissorgimento italiano y con la sociedad secreta de los Carbonarios. Albert   Pike (1809-1891),   fue   general   del   ejército   confederado   durante   la   Guerra   Civil norteamericana.   Dentro   de   su   pertenencia   a   la   Masonería,   en   concreto   a   la  del   rito escocés, alcanzó  el cargo de Soberano Gran Inspector General en Estados Unidos, desde el año 1859 hasta su fallecimiento. La vinculación de Pike con las sociedades secretas y el esoterismo no acaba   aquí,   ya   que   es   también   autor   del   libro   de   filosofía   masónica   Morales   y   Dogmas   de   la Masonería.   Además,   se   cree   que   tuvo   vinculaciones   con   otra   sociedad   conocida   como   Los Comuneros, a la que pertenecía Giuseppe Mazzini. Mazzini (1805-1872), era un político que, una vez terminada la carrera de derecho, se consagró  a la   lucha   nacionalista   que   perseguía   la   unidad   de   Italia   y   la   eliminación   de   cualquier   dominación extranjera.   Encabezó  movimientos   políticos   republicanos   contra   el   absolutismo   monárquico   de   la Restauración.  En  1828, Mazzini ingresó  en la sociedad secreta  deLos  Carbonarios,  participando con   ellos   en   la   frustrada  insurrección  de   1821,   que  le   llevó  a  pasar   varios   años   en   la   cárcel.  En 1831 fundó «La Joven Italia», un movimiento político revolucionario que fue reprimido por la policía piamontesa  al  año  siguiente.  Mazzini,  que contaba   sólo  27  años,  fue  condenado   a muerte,   por  lo que  huyó   de  Italia   en  dirección  a Marsella   y  posteriormente   a  Londres.   En   1834  funda   con   otros jóvenes nacionalistas exiliados la sociedad secreta denominada «La Joven Europa», que pretendía crear   un   gran   movimiento   revolucionario   que   fuera   capaz   de   unir   a   toda   Europa   bajo   una confederación republicana. La singularidad de la carta radica en que Albert Pike efectúa referencias sobre   el   correcto   desarrollo   para   alcanzar   los   objetivos   de   los   Illuminati. Se trata de  la   generación   de   tres guerras mundiales, capaces de propiciar un nuevo orden mundial que dará como resultado el fin de la  concepción  del  mundo  basada   en  el  pluralismo  y   la   democracia.   Primero se preparaba la Primera  Guerra Mundial
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El conflicto  real comenzó  oficialmente el 28  de  julio de 1914.   En   apariencia,   se   trataba   de   un   simple   enfrentamiento   entre   el   Imperio  Austro-húngaro   y Serbia,  que acabó  por ser  una contienda en la que participaron  32  naciones.  Cabe  destacar que  entre ellas, Reino Unido, Francia, Italia, EE. UU. y Rusia, conocidas como «Potencias Asociadas», lucharon contra una coalición de los denominados imperios centrales que integraban, entre otros, Alemania, Austro-Hungría, el Imperio Otomano y Bulgaria. La guerra finalizó en 1918. Al margen de la   gran   cantidad   de   muertos   que   implicó  la   contienda,   supuso   una  «reordenación   territorial». Veamos cuáles eran los objetivos de los Illuminati respecto de esta contienda. En un pasaje de la  carta, escrita en 1871, cuarenta y tres años antes de la primera gran contienda mundial, podemos leer: “La Primera Guerra Mundial se deberá generar para permitir a los Iluminados derrocar el poder de los zares en Rusia y transformar este país en la fortaleza del comunismo ateo. Las   divergencias   provocadas   por   los   agentes   de   los   Iluminados   entre   los   imperios   británico   y alemán, y también la lucha entre el pangermanismo y el paneslavismo, se debe aprovechar para fomentar esta guerra. Una   vez   concluida,   se   deberá  edificar   el   comunismo   y   utilizarlo   para   destruir   otros   gobiernos   y debilitar las religiones“. El texto era increiblemente profético. En marzo de 1917 la Revolución Rusa supone la abdicación del zar Nicolás  II.  El comunismo estaba ya despertando. Al margen de ese hecho, la guerra sirvió para disgregar en buena parte el pangermanismo, la doctrina que defendía la unión y supremacía de los pueblos de origen germánico. El fin de la Primera Guerra Mundial supuso que Alemania  cediera parte  de su territorio a Bélgica,  Checoslovaquia, Dinamarca,  Francia  y Polonia. En   cuanto   al   paneslavismo,   que   era   una   tendencia   política   que   aspiraba   a   la   confederación   de todos los pueblos de origen eslavo, también fue afectado. Los eslavos son el grupo  étnico más numeroso de Europa. En la actualidad están distribuidos en los Balcanes,  Montes  Urales, Biclorrusia,  Rusia,  Ucrania,  Polonia,  República  Checa,  Eslova-quia, Serbia,   Croacia   y   Bulgaria.   Sólo   hace   falta   recordar   la   mencionada   reordenación   geográfica   que padeció  Europa   tras   la   Primera   Guerra   Mundial,   para   darnos   cuenta   de   que   la   prevista disgregación de los poderes eslavos fue todo un éxito.

Si la descripción de los planes de la primera contienda resulta sorprendente, otro tanto acontece   con   la  referencia a la  Segunda   Guerra   Mundial,   que   estalla   en   1939.   En   sus   inicios   fue   un enfrentamiento bélico entre Alemania y una coalición conformada por Francia y el Reino Unido, que acabó por implicar a casi medio mundo. Lo   que   en   principio   era   una   guerra   europea,   incorporó  también   a   Estados   Unidos   y   la   entonces Unión   Soviética,   y   acabó  por   llegar   a  Asia   y  África.   El   conflicto   no   concluiría   hasta   1945,   dando como resultado que desde aquel momento se creó un primer «nuevo orden mundial», dominado por el   bloque   de   la   antigua   URSS   por   un   lado,   y   Estados   Unidos   por   el   otro.   Ambas   potencias, apoyadas por sus países satélites y aliados, pronto entraron en una prolongada «guerra fría». Volviendo   a   las   cartas  «proféticas»  de   Pike,  éste   describía   la   necesidad   y   objetivos  del   conflicto sesenta y ocho años antes de que aconteciera: “La   Segunda   Guerra   Mundial   deberá  fomentarse   aprovechando   las   discrepancias   entre   los fascistas y sionistas políticos. La   lucha   deberá  iniciarse   para   destruir   el   nazismo   e   incrementar   el   sionismo   político,   con   tal   de permitir el establecimiento del Estado soberano de Israel en Palestina. Durante   la   Segunda   Guerra   Mundial   se   deberá  edificar   una   Internacional   Comunista   lo suficientemente   robusta   como  para   equipararse   a  todo  el   conjunto   cristiano.   En   este   punto   se  la  deberá contener y mantener, para el día en que se la necesite para el cataclismo social final“. La Segunda Guerra Mundial supuso el fin del nazismo y, por supuesto, la creación del Estado de Israel que fue declarado Estado independiente el 14 de mayo de 1948. A finales del siglo XIX el número de judíos en Palestina era casi testimonial, ya que se calcula que en 1845 había   12.000,   mientras   que   en  1914   su   número   creció  hasta   los  85.000.  Tras   la  Primera   Guerra Mundial,   el  «mandato   de   Palestina»  aprobado   por   la   ONU, que   en   aquel   momento   recibía   el nombre   de   Sociedad   de   Naciones,   encargó  al   Reino   Unido   la   gestión   política   de   Palestina   y   la preparación de lo que sería el futuro Estado de Israel. Los   británicos   dominaron   la   zona   hasta   1948   y   la   comunidad   judía   se   multiplicó  por   diez, especialmente a partir de 1930, a raíz de la persecución a la que fueron sometidos por la Alemania nazi.   En   1947   la   situación   del   Reino   Unido,   tras   la   guerra,   era   tan   precaria,   que   fue   necesario renunciar a ciertos privilegios sobre las tierras de Palestina.

Como resultado de ello, los británicos decidieron buscar asesoramiento en la comunidad internacional. Y, en sesión especial, obtuvieron la respuesta. Así, el 29 de noviembre de 1947, la Organización de Naciones Unidas adoptó un plan de partición que preveía dividir Palestina en un Estado  árabe y otro judío, con Jerusalén como zona internacional bajo jurisdicción de la ONU. Otro de los objetivos marcados en la carta de Pike era edificar un poderoso escenario comunista. La Primera Guerra Mundial supone la caída de los zares, y a partir de la Segunda Guerra Mundial se observa la expansión de la antigua URSS. Stalin,   junto   a   Roosevelt   y   Churchill,   jefes   de   gobierno   de   Estados   Unidos   y   Gran   Bretaña,   se reúnen en Teherán en 1943 para generar la estrategia militar y política de lo que será Europa tras la guerra. Posteriormente habrá otras conferencias como las de Yalta y la de Postdam. Tras estas  reuniones,   las   potencias   vencedoras   de   la   contienda   establecieron   una   serie   de   zonas   de ocupación   en   Europa.   La   parcela   oriental   le   correspondió  a   la   URSS.   De   esta   forma,   la   zona oriental de Alemania que, hasta la caída del Muro recibía el nombre de Alemania del Este, pasó  a estar   bajo   la   influencia   del   comunismo   soviético.  Además,   quedarían   también   bajo   la   influencia soviética otros  países como  Yugoslavia,  Checoslovaquia, Rumania  y Bulgaria, así  como  parte  de Polonia   y   zonas   de   Prusia   oriental.   La   Internacional   Comunista  «suficientemente   robusta»  que pretendían los Illuminati sería un hecho. Pero la última gran contienda del proyecto Illuminati todavía no ha comenzado. No hay una fecha clara que determine cuándo estamos inmersos en un conflicto bélico a escala planetaria, pero el 11 de septiembre de 1990, curiosamente 11 años exactos antes de los atentados de las Torres Gemelas, George Bush padre habló  de la necesidad de crear un nuevo orden mundial. Estas declaraciones se produjeron poco antes de la denominada Primera Guerra del Golfo. Otra   fecha   plausible   para   encauzar   la   Tercera   Guerra   Mundial   en   el   calendario   es   la   del   11   de  septiembre   del   2001,   al   producirse   el   atentado   contra   las   Torres   Gemelas   de   Nueva   York.   De hecho,   muchos   titulares   de   prensa   esgrimían   el   concepto   Tercera   Guerra   Mundial   a   la   hora   de explicar lo que estaba pasando. No sabemos si la invasión de Afganistán, la de Irak, los atentados de las Torres o el conflicto de Israel y Palestina forman parte de esta Tercera Guerra Mundial. Lo cierto es que el caldo de cultivo se corresponde bastante con lo que escribió Pike en 1871: “La Tercera Guerra Mundial se deberá fomentar aprovechando las diferencias promovidas por los agentes   de   los   Iluminados   entre   el   sionismo   político   y   los   dirigentes   del   mundo   musulmán.   La guerra debe orientarse de forma tal que el Islam y el sionismo político se destruyan mutuamente, mientras   que   otras   naciones   se   vean   obligadas   a   entrar   en   la   lucha,   hasta   el   punto   de   agotarse  física, mental, espiritual-y económicamente“.
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Si   no   tuviéramos   la   perspectiva   que   nos   da   el   tiempo,   podríamos   pensar   que   se   trata   de elucubraciones proféticas. Pero cuando el contenido de unas cartas del siglo XIX nos habla de las dos guerras mundiales del siglo XX y de una posible Tercera Guerra Mundial, no podemos menos que asombrarnos. Respecto a los textos que se refieren al tercer conflicto global, merece la pena observar que, tras el atentado del 11-S en Nueva   York,   y   el   del   11-M   en   Madrid,   Bin   Laden   y   Al   Qaeda   parecen   representar   la   parte musulmana de la destrucción a la que alude Pike. El conflicto palestino-israelí  sigue sin encontrar solución, y no se vislumbran mejoras en un futuro inmediato. Hay  otro  aspecto   a  resaltar.  Pike  pretende   que «otras   naciones   se  vean obligadas   a   entrar   en   la   lucha,   hasta   el   punto   de   agotarse,   física,   mental,   espiritual   y   económicamente». Un año después de la Guerra del Golfo, las voces en contra de aquella operación, no solamente se alzan en Estados Unidos, sino que también lo hacen en los países aliados tradicionales. En paralelo, el terrorismo islamista tiene más fuerza y mayor arraigo. Resulta   sobrecogedor   pensar   que   todo   ello   pudo   ser   urdido   a   finales   del   siglo   XIX,   por   unos conspiradores que buscarían el caos mundial. Una catástrofe que se deja entrever en la obra Angeles y demonios. Los illuminati desaparecen oficialmente de la historia en el siglo XVIII, tras la presunta disolución de la   Orden.   Sin   embargo,   conforme   avanza   el   tiempo   y   como   por   arte   de   magia,   aparecen   vinculados  a sociedades secretas que participan en todo tipo de tramas. ¿Quiénes fueron sus herederos? Los  Illuminati   generarán   numerosas   ramificaciones. Algunas   de   ellas   participarán   directamente   en   el   nacimiento   de   la   Liga   Comunista   y   acabarán vinculándose   con   la   Primera   Internacional.   Otros,   que   supuestamente   preferían   el   lado esotérico   de   la   vida,   como   Rudolf   von   Sebottendorff,   se   decantarán   por   seguir   actividades espirituales,   llegando   a  fundar   distintas   sociedades   secretas   de   carácter   esotérico.   Una   de   ellas, creada   en   la   década   de   los   años   veinte,   fue   la   sociedad   secreta   Thule.   En   los   albores   de  ésta sociedad, su secretario de actas fue un personaje que tiempo más tarde haría temblar al mundo. Se trataba de Adolf Hitler. En   1918,   cuando   tras   la   derrota en la Primera Guerra Mundial,  la  deprimida  sociedad   alemana   estaba   notablemente   influenciada   por   el ocultismo,   nació   el   grupo   Thule.

Su  inspirador   fue   el   ocultista   Rudolf   von   Sebottendorff,   un personaje   que   usó  diferentes   nombres   en   función   de   las   actividades   que   realizaba.  Así,   bajo   el alias   de   Rosenkrautz, el   mismo   nombre   que   tuvo   el   fundador   oficial   de   los   rosacruces,   actuó como   coordinador   de   una   organización   secreta   turca   denominada   Luna   Roja.   Estudió  astrología, simbología,   cabala   y   ocultismo   y   se   cree   que   fue   el   responsable   de   buena   parte   de   la   filosofía esotérica que se introdujo en el nazismo. La nueva sociedad secreta, cuyo nombre pretendía exaltar el legendario reino de Thule, que para muchos era la Atlántida, era una organización de carácter antisemita a la que pertenecieron, entre otros, Adolf Hitler y su lugarteniente Rudolf Hess. Merece la pena destacar que el escudo de dicha sociedad es una esvástica situada tras una reluciente espada vertical que representa la fuerza de la   transmutación   y   el   cambio   de   los   roles   establecidos.   Al   año   de   su   fundación,   uno   de   los miembros de Thule, Karl Haushofer, crea una orden secreta paralela con el nombre de «Hermanos de   la   Luz»,   cuyo   objetivo   era   perpetuar   el   conocimiento   mágico   y   esotérico.   Haushofer   había mantenido   relaciones   con   diferentes   corrientes   místicas   y   tuvo   un   papel   muy   relevante entre los miembros de Thule y sobre el Partido Nazi. De hecho se cree que fue él quien introdujo la idea   de  «refundar»  una   nueva  Alemania   basada   en   la   pureza   de   la   raza   y   la   antigua   tradición oculta precristiana. Hemos visto lo que significaron las guerras mundiales, probablemente orquestadas por  sociedades   secretas. Hemos visto ya que Giuseppe Mazzini fue un conspirador illuminati a la vez que masón. Pero su función no acaba en la correspondencia con Pike. Mazzini fue el fundador de la Logia Pl, un grupo oscuro de corte secretista, que supuestamente tenía vinculaciones con los movimientos políticos de carácter revolucionario, al tiempo que presuntamente se relacionaba con el esoterismo  iniciático.  De dicha logia, poco después, surgió  otro grupo bastante más peligroso. Se trataba de la Logia P2, siglas que definen al grupo  «Propaganda Dos», que ha sido acusado de protagonizar numerosos atentados terroristas, de introducirse secretamente en la Santa Sede y, según se dice, de preparar y llevar a cabo el asesinato de Juan Pablo I.
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Tras la Segunda Guerra Mundial, los movimientos neofascistas quedaron disgregados en distintos  grupos  que  más tarde  intentarían pasar  a la  «política democrática»,  pero   sin   perder   sus   bases   y   conceptos   fascistas.   De   hecho   las   tramas   de conspiración política estuvieron a la orden del día en Italia durante toda la década de los cincuenta. Y,   finalmente,   en   1964   y   en   1970   hubo   dos   intentos   concretos   de   desestabilizar   el   régimen parlamentario,   que   fueron   presentados   como   desórdenes   político-estudiantiles.   Pero   a   partir   de 1977   las   cosas   empiezan   a   cambiar   y   las   sucesivas   oleadas   de   agitación   social   dan   lugar  a   la creación   de   grupos   más   radicales   de   extrema   derecha.   De   esta   forma,   en   1979,   nacen  «Terza Posizione»  y  «Nucli   Armati   Rivoluzionari».   En   apariencia   se   trataba   de   grupos   estudiantiles fascistas, pero la trama iba más allá. Quien dirigía dichos grupúsculos era el poder en la sombra, y buena parte de esa sombra estaba poblada por sociedades secretas, entre otras la de los illuminati. En los años ochenta la Logia P2 decide pasar a la acción. El 2 de agosto de 1980 se lleva a cabo un atentado en la estación de tren de Bolonia, donde mueren 85 personas y hay otras 200 heridas. En diciembre de 1984 otro atentado, esta vez contra el expreso de Roma-Milán, arrojará  un saldo de 16 muertos. Las investigaciones concluyeron que tras   aquellos   atentados   podían   estar   no   sólo   los   servicios   secretos,   sino   también   una   logia   de supuesto carácter masónico. Su nombre era  «Propanganda Due»  (P2). Su fundador era Licio Gelli y su misión acabar con el poder establecido en la República de Italia. La P2 había estado dirigiendo, desde principios de los sesenta, todo tipo de acciones terroristas con el  fin de  crear   desestabilización   política   para   conseguir   su   particular  «Nuevo   Orden. Licio Gelli tenía influyentes contactos con el Vaticano, que le permitían sus planes utilizando la estructura de   la   Iglesia.   Disponía   de   notables   relaciones,   no   sólo   entre   las   jerarquías   eclesiásticas,   sino también en la CÍA y el KGB. Gelli había sabido convencer a más de un  ámbito de poder. Las investigaciones que se hicieron tras la desarticulación de la P2, comprobaron que, además de miembros del Vaticano, había jefes de   las   fuerzas   armadas   de   Italia,   entre   ellos   treinta   generales   y   ocho   almirantes.   Por   si   esto   no fuera bastante, pertenecía también a la logia el jefe de los servicios secretos, así  como una serie de empresarios notablemente vinculados con los medios de comunicación.

La   logia  de   Gelli   fue   disuelta   por   el   parlamento   italiano.   Tras   la  «desarticulación oficial» de la P2, su fundador fue acusado de varios delitos de los que salió airoso. Incluso a finales de   los  90   fue   definitivamente   absuelto   de   los   cargos   de   conspiraciones   contra   el   estado   italiano.  Si bien se le otorga la paternidad de la expresión «nuevo orden mundial»  a George Bush padre, en realidad no   le   corresponde   a  él.   Ya   aparece   algo   muy   similar   en   el   dólar   de   presunto diseño   masónico-illuminati.   Pero   si   buscamos   referentes   más   contemporáneos,   vemos   que   en 1968  Nelson  Rockefeller,  tras introducirse  en  el  ala  liberal  del Partido  Republicano   y presentarse como candidato en las elecciones de ese año, dijo que si alcanzaba la presidencia trabajaría con todas sus fuerzas para  «obtener la creación de un nuevo orden mundial». Nelson Rockefeller fue masón.  Los buscadores de  tramas  ocultas  en la historia  afirman  que  supo  rodearse de  asesores que estuvieron vinculados a los Illuminati y, de hecho, la Orden Gran Logia Rockefeller al igual que laOrden de Skulls & Bones, con vinculaciones con la familia Bush, son una muestra de ello. En   relación   con   el   conflicto   entre   los   Illuminati   y   la   Iglesia   que   aparece   en   la   obra  Ángeles   y demonios,   es  interesante   resaltar   que   en   agosto   de   1969,   al   volver   de   un   viaje   por América   Latina,   Rockefeller   envió  un   informe   al   presidente   Nixon   en   el   que   le   dicía:  «la   Iglesia Católica ha dejado de ser un aliado de confianza para nosotros y la garantía de estabilidad social en el Continente Sudamericano… Debemos estudiar la necesidad de   sustituir   a   los   católicos   por   otros   cristianos   en   América   Latina,   apoyando   grupos fundamentalistas». En la búsqueda de un gobierno mundial aparecen un gran número de instituciones compuestas, no sólo por las principales fortunas del mundo, sino también por personas dotadas de grandes capacidades de mando. En la actualidad la visión que se tiene de   estos   grupos   es   que   son   asociaciones   empresariales,   financieras,   o   que   tienen   misiones   de asesorías en las relaciones exteriores de numerosos países. Sin embargo, la cosa parece ir más allá,   y   si   bien   no   es   posible   afirmar   que   dichas   instituciones   estén   gobernando   el   mundo,   todo apunta   a   que   son   utilizadas   como   tapaderas   por   algunos   de   sus   miembros   que   sí  son   los   que manejan los hilos.
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El Club Bilderberg está  considerado   como   el   club   de   los   dueños  del   mundo.   Sus   actos   aparentemente   no   son   muy conocidos, ya que no suelen difundirse al público. Está  formado por jefes de gobierno, banqueros, presidentes de multinacionales, dueños de medios de comunicación, etc, y su costumbre suele ser la de encerrarse unos días antes de que lo haga el G8, es decir, el grupo de los ocho países más ricos e industrializados del mundo (Alemania, Canadá, EE. UU., Francia, Italia, Japón y Reino Unido, más Rusia desde 1997). Son muchos los que piensan que el Club Bilderberg es   la   rama   secreta   del   G8,   aunque   en   apariencia   simplemente   sea  ía   de   un   club   más,   formado por exquisitos miembros. El Club Bilderberg se fundó oficialmente en mayo de 1954 en Holanda, concretamente en Oosterbeek, y tomó  su nombre del hotel en que se reunieron por primera vez. No obstante se supone que   ya   existía   en   la   sombra   desde   años   atrás   y   estaba   formado   por   miembros   de   distintas sociedades secretas. Su creador fue el príncipe Bernhard de Lippe-Biesterfeld, que pertenecía a la Casa   de   Orange-Nassau,     actual     familia   real   de   Holanda. Su nombre había aparecido ya en la prensa, no con motivo de la fundación de un club, sino nada menos que por haber sido oficial de las SS de Hitler y miembro del Partido Nazi. El príncipe Bernhard ya poseía extraños negocios especulativos en la  época de los nazis. Bernhard decidió  crear un club de  élite que aglutinara a los principales poderes del mundo. Entendía que   en   la   nueva  época   el   poder   ya   no   estará  exclusivamente   en   la   religión   ni   tampoco   en   la política, sino en ambas, pero también en el mundo industrial, económico y de la empresa. Presidió el   singular   club   hasta   el   año   1976   y   durante   todo   este   tiempo se   buscó   aumentar el entendimiento entre Estados Unidos y el continente europeo. El príncipe Bernhard legó posteriormente la presidencia a Alec Douglas Home (1903-1995), que   fue   un   relevante   político   británico   que   permaneció  en   la   Cámara   de   los Comunes hasta  1945. En 1951 fue ministro de Estado para Escocia, y en 1955 pasó  a coordinar las   relaciones   con   la   Commonwealth.   Por  último   ascendió  al   cargo   de   primer   ministro   el   19   de octubre de 1963, permaneciendo al frente del gobierno durante un año. Otro punto interesante en la biografía de este personaje es que, entre los años 1970 y 1974, fue secretario del Foreign Office, que es la institución encargada de controlar la política exterior del Reino Unido.

Tras Douglas Home, presidió  el Club un político alemán; Walter Scheel, que durante la Segunda Guerra Mundial sirvió en la Luftwaffe, operando con la unidad Nachtjagdgeschwader. Terminó la contienda con el grado de Teniente primero y condecorado con la Cruz de Hierro. Según la revista Der Spiegel, Walter Scheel se hizo miembro del Partido nazi en 1942. La Comisión Independiente de Historiadores criticó en su informe publicado en octubre de 2010 que Scheel no había admitido su afiliación al partido nazi hasta muchos años después de su nombramiento como ministro de Relaciones Exteriores. En 1953 fue elegido miembro de la Cámara de los Diputados alemana, más conocida como Bundestag. Entre los años 1961 y 1966 fue ministro para la Cooperación Económica y el 1 de julio de 1974 llegó a presidente Federal,   manteniendo   dicho   cargo   hasta   1979.   Scheel   mantuvo   la   jefatura   del   Club   Bilderberg hasta 1985, fecha en la que fue sustituido por Eric Roll, presidente de un notable grupo bancario, el S. E. Warburg. Otro de los presidentes destacables fue Peter Rupert que popularmente era conocido  como Lord Carrington que fue secretario general de la OTAN así como ex ministro de varios gobiernos británicos. Como vemos, el club no tiene sino influyentes y poderosos miembros. Pero, ¿podemos considerar que es realmente un centro de conspiraciones? Se dice que quien entra en el Club Bilderberg al poco tiempo logra ascender. La suya será una ascensión política y social a nivel internacional, siempre que la persona en cuestión acate los consejos que recibirá  de los miembros dominantes de  dicho  club.   Una   muestra  de   este  éxito  lo  tenemos   en  Clinton   y  en  Blair,   que  ingresaron   en  el club poco antes de ser escogidos presidente y primer ministro de sus respectivos países. Como curiosidad debemos indicar que, al parecer, el dirigente del PSOE español, Pedro Sánchez, ha sido invitado a la próxima reunión del Club.  Como toda sociedad secreta que se precie, el Club no publica anuncios para captar socios. Entrar en esta  institución   no   es   fácil,  ya que  son  «ellos»,   al   igual   que   los   Illuminati,   los   que   escogen   a   los candidatos. Se supone que el proceso de selección se basa en los intereses que tiene el club en sus proyectos a escala global. Un comité de dirigentes supervisores es el encargado de seleccionar a las cien personas que serán invitadas en la próxima convocatoria. Los invitados   tendrán   que   guardar   en   secreto   su   asistencia.  Ésta   es   una   norma   indispensable   para mantener   buenas   relaciones   con   el   club,   que   además   en   sus  reuniones  cuenta   con   la colaboración en seguridad no sólo de la CÍA, sino también del servicio secreto israelí, el Mossad.
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Nadie sabe oficialmente cuándo   se   reúnen. Tampoco   se   efectúan   ruedas   de prensa o comunicados oficiales. Los encuentros de los miembros del club sirven para  abordar   aspectos   políticos   y financieros. El nuevo orden mundial está  presente en dichas reuniones. Sería de suponer que con la cantidad de personajes importantes que   se   congregan   en   las   reuniones   del   Bilderberg,   hubiese presencia de la prensa. Pero, sorprendentemente, el secretismo es lo que domina. Todo   parece   indicar   que los miembros del Club  vuelven   a   casa   con   una   posición   tomada,   y   las   instrucciones   siempre suelen ser bastante claras. En caso de duda, sólo hay que llamar al Club. A través de diferentes medios de comunicación se ha tenido constancia de algunos de los «sabios consejos» que se han vertido en el Club. Por ejemplo, se le acusó  de estar tras el bombardeo ruso sobre Chechenia. Al parecer los responsables de la OTAN que eran miembros del club, autorizaron en reunión secreta a otro miembro, el presidente ruso Putin, a atacar la región rebelde. Pero  no siempre los consejos del Club son acatados. En 2003 se filtró la noticia de que Donald Rumsfeld,   secretario   de   Defensa   de   Estados   Unidos   y   uno   de   los   clásicos   asistentes   a   las reuniones   del   Club,   había   asegurado   tras   los   atentados   del   11-S   a   las   Torres   Gemelas,   que   no invadiría Irak. Sin embargo, sí  lo hizo. El resultado causó  tal malestar en el Club   Bilderberg,   que   Colin   Powell   tuvo   que   dar   explicaciones   a   sus   miembros   respecto   a   las operaciones militares en Irak. Si el Club Bilderberg nos parece sospechoso de influir en los destinos del mundo, otro tanto sucede con la organización fundada por uno de sus miembros y que popularmente recibe el nombre   de   Comisión   Trilateral.   En   julio   de   1973   un miembro de la mítica familia financiera Rockefeller decide fundar un grupo, la Trilateral, que estará formado por la élite de la política y la economía mundial. David Rockefeller tenía el objetivo  de que dicha organización fuera selecta y contara sólo con los mejores. Se trataba de crear un organismo privado que aunara los esfuerzos de Estados  Unidos, Europa y Japón, en lo que a materia social y política se refiere. De algún modo se trataba de poder regir los destinos del mundo más allá  de las fronteras y los gobiernos. Curiosamente esta decisión recuerda bastante a la que pretendía el fundador de los  IIluminati.  David Rockefeller quería un gobierno mundial más allá  de los estados. Tanto en la década de los setenta como en la actualidad no es la política la que maneja los hilos, sino las finanzas.

La   Comisión   Trilateral   era   una   forma   de  anular   la autonomía de los países y de crear un gran bloque del primer mundo capaz de regir los destinos del segundo y el tercer mundo. En la Trilateral no entraban América Central y del Sur, ni tampoco África ni los países asiáticos. Sólo Japón estaba llamado a ser el representante de Oriente. En su fundación inicial se explícita: “Esta   comisión   se   crea   con   el   fin   de   analizar   los   principales   temas   a   los   que   debe   hacer   frente Estados Unidos, Europa del Oeste y Japón“. Entonces todavía no se había producido la caída del Muro de Berlín y la Perestroika.   Los   miembros   de   la   Comisión   reúnen   más   de   200 personalidades provenientes de las tres regiones y comprometidos en diferentes áreas. Muy   parecido   en   su   funcionamiento   al   Club   Bilderberg,   la   Comisión   Trilateral,   dotada   de   una discreción absoluta, no ofrece ruedas de prensa ni sus miembros conceden entrevistas sobre sus reuniones.   Sin   embargo,   sí  suelen   publicarse  unos documentos oficiales sobre distintos temas abordados. Dichos informes son elaborados por equipos   de   expertos   que   informan   al   mundo   sobre  «aquello   que   hay   que   hacer   más   allá  de   las soberanías   nacionales   y   las   fronteras».   De   hecho   uno   de   los   fines   de   la   Comisión   Trilateral   es «manejar adecuadamente la gobernabilidad mundial». Una de  las  ideas  que desde sus inicios pretende  poner  en práctica  la Trilateral, es la consecución de un nuevo orden  mundial, que recuerda mucho a los objetivos de las sociedades secretas. Para conseguir este nuevo orden los miembros de la Trilateral no dudan en efectuar declaraciones y   dar  «consejos»  a   los   gobiernos,   pero   también   a   las   instituciones   mundiales,   asesorando   al respecto de la globalización, la economía, los intercambios financieros entre países ricos y pobres, etc. Los miembros de la Trilateral defienden que ellos están más allá de los poderes establecidos, y que   son   quienes   están  «en   mejores   condiciones   para planificar y construir la arquitectura mundial». Tras los atentados del 11-S la Trilateral insistió en la necesidad de un orden internacional distinto y una respuesta global al proyecto. Poco después el presidente Bush proclamaba que se erigía en paladín   universal   de   la   democracia   y   que   atacaría   al   terrorismo   en   cualquier   lugar   del   mundo. Estados   Unidos   declaró  en   aquel   momento   la   guerra   al   terrorismo,   y   la  «limpieza»  comenzó  en Afganistán. La excusa fue atrapar a Bin Laden, que supuestamente fue asesinado bastantes años más tarde. Eso sí, la búsqueda permitió que Estados Unidos crease un gobierno afgano a su criterio.
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En   aquella   reunión   de   la   Trilateral   estuvieron   presentes,   entre   otros,   varios miembros del gobierno Bush, como Colin   Powell,   secretario   de Estado;   Donald   Rumsfeld,   secretario   de   Defensa;   y   Richard   Cheney,   vicepresidente.   Tiempo después, mientras se mantenía la presencia americana en Afganistán, le tocó  el turno a Irak y los tres   citados   afirmaron   tener   pruebas   de   que   el   gobierno   de   Sadam   Hussein   poseía   armas   de destrucción   masiva.   La   guerra   de   Irak   vendría   a   continuación.   El   nuevo   orden   mundial   y   la «justicia»  global   eran   imparables.  A  diferencia   de   otras   organizaciones   la   Trilateral   es   más   discreta   que   secreta.   En   apariencia   el esoterismo y las teorías de la conspiración mundial son ajenos a ella. Es una institución conocida por   todo   el   mundo,   algo   así  como   un  «consejo   de   sabios   experimentados».   Sin   embargo   son muchos los que ven en la Trilateral la cara visible y  de otros que están detrás, como el Club   Bilderberg   o  incluso   esferas  relacionadas  con   sociedades   secretas   clásicas  como los  illuminati,  la Masonería y otras. Vivimos   en   un   mundo   globalizado.   Es   cierto   que   sigue   habiendo fronteras   y   estados,   pero  si   analizamos   con   frialdad   los principales  «clubs»  del   mundo   vemos   que,   más   allá  de   los   estados,   sus   fronteras   y   banderas,  parece   haber   un   destino   marcado   por   sus   dirigentes,  que   se   reúnen   en   agrupaciones aparentemente   inocentes   y   que   miran   las   cosas   desde   una   perspectiva   supranacional.   Los tentáculos de las sociedades secretas, de los verdaderos dueños del mundo, están por todas partes. Con   la   popularización   de   internet   y   el   acceso   a   la   TV   vía   satélite,   hemos   conseguido empequeñecer nuestro planeta. Es cierto que cada vez tenemos más recursos a nuestro alcance. También es verdad que gozamos de una capacidad de información muchísimo  mayor que la que tuvieron nuestros padres y abuelos. Sin embargo, dichas ventajas no son unidireccionales. Dicho de otra manera, creernos más libres sólo por tener acceso a la información es estar equivocados. Las sociedades secretas, pero también los servicios de información y   los   propios   gobiernos,   se   valen   de   una   sociedad   tecnológica   para   controlarnos.   Podemos   ser espiados por medio de algo tan inocente como el número de una cuenta bancaria o una tarjeta de crédito;   a   través   de   los   servidores   de   internet   y   de   todos   los   programas   que   los   diferentes distribuidores   de   contenidos   introducen   en   nuestros   ordenadores.

Los   que   manejan   los hilos desde la sombra, tienen la capacidad de saber a qué  hora nos conectamos a la red, qué  tipo  de  navegación hacemos,  qué  periódico virtual  hemos  leído.  También pueden descubrir nuestros gustos musicales, políticos, sociales y hasta sexuales. Si   el seguimiento   por   internet   es   implacable,   no   digamos   ya   otras   fuentes, como los datos de la inscripción a la Seguridad Social, los registros de Hacienda, o el empadronamiento en un municipio.  Nuestro   teléfono   móvil   puede   ser   detectado   vía   satélite con un margen de error de poco más de un metro. Pensar que somos libres y que vivimos en un mundo libre en una sociedad como la nuestra, es una paradoja.   Tiene   más   libertad   de   movimientos   que   nosotros   cualquier   habitante   del   mal   llamado Tercer Mundo. Sus conversaciones no son tan fáciles de capturar. Visto el panorama, de una cosa podemos estar seguros: el  «Gran Hermano»  de Orwell no es sólo una novela sino la realidad en la que estamos viviendo. El   proyecto   illuminati  era   conquistar   el   mundo   después   de   tres   grandes contiendas. Dos ya han acaecido. El inicio de la tercera sería provocar «batallas cruentas». ¿Quizá se   trata   del  terrorismo?  Tras   la   tercera  contienda,  siempre   según   los   proyectos illuminati, debería producirse la destrucción del Cristianismo, que es el objetivo de la trama del libro Angeles y  demonios.   Tras   dicha  época   de   convulsión   llegaría   el   momento   de   la   redención,   del nuevo   tiempo,   de   la  «iluminación   de   las   mentes».   Sería   el   tiempo   de   Lucifer,   quien   para   los Illuminati  no es en absoluto  una  figura diabólica, como  la define la Iglesia,  sino un  símbolo de la elevación.  Según ellos, Lucifer es el auténtico portador de «La Luz». El complot  no ha hecho más que empezar. Las sociedades secretas han tejido los hilos   capaces   de   conducir   a   la   humanidad   durante   los   próximos   siglos. En la documentación de los illuminati encontramos párrafos reveladores: “Arrojaremos a los nihilistas y ateístas y provocaremos un cataclismo social que mostrará claramente a todas las naciones el efecto del ateismo absoluto, origen del salvajismo más sangriento.   Entonces,   por   doquier,   la   gente   forzada   a   defenderse   contra   la   minoría   de revolucionarios, exterminará a estos destructores de la civilización“. Según los illuminati, las multitudes, desilusionadas con el cristianismo, recibirán la verdadera luz a través de la manifestación universal   de   la   doctrina   de   Lucifer, seguida por   la   destrucción   del   cristianismo   y   del   ateismo,   ambos   conquistados   y   destruidos   al mismo tiempo…
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Los grupos de la conspiración mundial están actuando en todas partes. Nadie repara en ellos. Sin embargo, todo parece indicar que estamos bajo el mandato de un poderoso e invisible gobierno mundial que persigue, continúa y sustenta la idea de un ex jesuita alemán llamado Adam Weishaupt, fundador de los Illuminati.  Algunos investigadores opinan que los Illuminati ya están en las filas de la curia vaticana. Teóricamente,  la Comisión Trilateral  está  formada  por un grupo de personas que representan las más altas finanzas y el mundo de los negocios y la política de   Estados   Unidos,   Europa   y   Japón.   Pero   lo   que   no   todo   el   mundo sabe es que desde la Trilateral se establecen nexos de unión y colaboración con la Masonería. Lo que tampoco se reconoce oficialmente es que detrás de la Masonería estén los Illuminati. Los investigadores del mundo de la conspiración afirman que el llamado nuevo orden mundial es en   realidad   la   puesta   en   práctica   de   uno   de   los   símbolos   por   excelencia   de   los   Illuminati:   la pirámide que aparece  en  los billetes de un dólar. Y el presidente Washington era masón, así como también lo era su rival, Thomas Jefferson. Los miembros del club Bilderberger, fundado en 1954 e integrado por los 500 hombres más influyentes del mundo, estarían en la base de esta pirámide. Por encima de   ellos   encontraríamos   el   llamado  «Consejo   de   los   33»,   formado   por   los   grandes   maestres masones   de   más   alta   graduación   de   todo   el   mundo.   Sobre   estos   masones   hallaríamos   el   gran consejo de los 13 Grandes Druidas. Sobre ellos actuaría un estamento denominado «El Tribunal», compuesto por personas desconocidas. Todos   los   consejos,   grupos   y   estamentos   referidos   estarían   gobernados   por alguien sin nombre que poseería el grado 72 de los cabalistas. Este alguien recibiría el nombre de «El Illuminati», el omnipotente gran hermano elucubrado por Weishaupt y anunciado nuevamente en 1949 por George Orwell en su novela profética 1984. El   1   de   agosto   de   1972   uno   de   los   mandatarios   de   esta   pirámide   lanzó  una   frase   críptica,   que muchos han querido ver relacionada con la caída de las Torres Gemelas: «Cuando veáis apagarse las luces de Nueva York, sabréis que nuestro objetivo se ha conseguido».  ¿Fueron las Torres del World Trade Center las señales que marcan el cambio del mundo?
Dado todo lo antes indicado, ¿hay alguna posibilidad para la esperanza?  Unos pocos analistas, en relación con el típico coro de voces que únicamente pronostican las crisis cuando ellas ya están ocurriendo, han percibido que la situación económica y financiera internacional se ha vuelto, silenciosamente, alarmante. Si, además, introducimos el grave problema energético, que explica el afán de invadir Irak contra viento y marea, resulta obvio que la crisis definitiva no sólo no parece ser evitable, sino que los tiempos pueden estar mucho más cercanos de lo que las transitorias bonanzas en los mercados pueden augurar. Obviamente los cambios no se van a producir sin costos. Éstos hoy no pueden evaluarse. Sólo puede pensarse que muy probablemente serán superiores a los alguna vez vividos por las actuales generaciones. Puede que esto no guste, pero la alternativa sería nada menos que la profundización de la globalización a niveles desastrosos para las mayorías populares. Puede resultar paradójico, pero todo indica que la estocada mortal al poder de la élite la dará, en algún momento aún incierto del tiempo, el propio “dios” creado por ella misma. Como en el Dr. Frankenstein, la élite ha contribuido a desarrollar un ser que se apresta a volverse en contra de su propio creador y merendárselo. Ese ser no es otro que el mercado. A veces la propia realidad nos sorprende y parece proporcionar datos paradójicos o premonitorios. Por ejemplo, pocos parecen haber reparado en que si se recorre Wall Street, en Manhattan, en el mismo sentido del Sol, o sea de este a oeste, finaliza en un muy extraño lugar. Sobre todo resulta extraño por tratarse del centro financiero del mundo. Wall Street no termina en el agujero que dejaron las Torres Gemelas en su caída precipitada el 11 de septiembre de 2001. WallStreet termina en el pequeño y lúgubre cementerio colonial de Saint Paul, al lado de una ruinosa, oscura y casi siempre cerrada o vacía iglesia. Allí, en ese cementerio, muy anterior a la globalización y al mundo de las finanzas, bajo unas descuidadas y viejas lápidas cuyos nombres y fechas ya ni se leen, debido al paso del tiempo, yacen los únicos restos, las únicas “calaveras y huesos” que hoy descansan en paz en Manhattan.

Fuentes:
  • René Chandelle – Mas Alla De Angeles Y Demonios – El Secreto De Los Illuminati
  • Dan Brown – Ángeles y Demonios
  • David Icke – El Mayor Secreto
  • Louis Pauwels & Jacques Bergier – El Retorno de los Brujos
  • Robert Lomas – El Colegio Invisible
  • Lynn Picknett y Clive Prince – La revelación de los templarios
  • William Bramley – Dioses del Edén
  • Jan Van Helsig – Las Sociedades Secretas y su Poder en el Siglo XX
  • Fuente
  • https://oldcivilizations.wordpress.com

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