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La reencarnación o la evolución del espíritu

Actualmente, con respecto a los problemas fundamentales del hombre, estamos tanto o más ignorantes que el hombre que pintaba en las cuevas de Altamira. Por esta razón nosotros nos seguimos haciendo una serie de preguntas, tales como ¿quiénes somos?, ¿de dónde venimos? o ¿a dónde vamos? Las distintas religiones, en distintas épocas, han tratado de solucionar estos interrogantes. Pero es obvio de que, en nuestro mundo Imagen 8cotidiano, nuestra conciencia está adormecida. Pero hay unas cuantas preguntas que cada uno de nosotros nos seguimos haciendo: ¿Existe un Infierno? ¿Existe un Cielo? ¿Volvemos de nuevo a este mundo? ¿Se diluye todo cuando morimos? Nuestra conciencia, ¿se pierde en la nada? ¿Vamos a algún lugar a superar algún tipo de prueba? Ante esto, se ha extendido una teoría sobre la posibilidad de que retornemos a este u otros mundos. Es una posibilidad filosófica que no es una idea nueva. Muchas antiguas culturas y civilizaciones, hasta donde conocemos, vieron la posibilidad de la reencarnación como algo factible. Algunos filósofos y esotéricos, como Gérard Anaclet Vincent Encausse, más conocido como Papus, H.P Blavatsky, Annie Besant, Jorge Ángel Livraga, o Rudolf Steiner, entre otros, han escrito sobre este tema. Para escribir este artículo me he basado en sus escritos. Los antiguos egipcios también creían que los hombres se podían reencarnar. Todo hombre cuando moría tenía que pasar una prueba que transcurría en el Aduat. El Aduat, una suerte de purgatorio, era un lugar donde se pesaba el corazón del difunto en una balanza, y se le hacía una serie de preguntas a las que debía contestar. Aquellos que eran suficientemente sutiles en sus respuestas podían llegar al Amen-Ti, o la Tierra de Amón, el lugar mágico dónde cada uno encontraba lo que quería encontrar. En los Textos de las Pirámides se consideraba a Amón una deidad del aire, pero más tarde se le asoció a Ra, dios de Heliópolis y divinidad solar, bajo el nombre de Amón-Ra, convirtiéndose en la principal divinidad de la religión egipcia. Los faraones adoptaron el título de “Hijo de Ra” (Sa-Ra). La Tierra de Amón era el lugar maravilloso donde los lotos no se cierran jamás, donde las barcas no se hunden, donde los besos no se traicionan, donde los alimentos no se corrompen, donde las palabras no se pierden, donde todos los hombres tienen el don de lenguas y se entienden. Pero aquellos que, careciendo de esta fuerza espiritual, quedaban presos en las ansias de volver a la tierra, no podían pasar el Aduat y tenían que regresar otra vez a las experiencias terrestres.
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En el Bhagavad Gita podemos leer: “El espíritu nunca tuvo la necesidad de nacer. El espíritu nunca cesará. Nunca existió en el tiempo ni dejó de existir. El principio y el final son simples sueños“. Por otro lado, la reencarnación es la creencia consistente en que la esencia individual de las personas, ya sea mente, alma, conciencia o energía, adopta un cuerpo material no solo una vez sino varias, según va muriendo. Esta creencia aglutina de manera popular diversos términos, tales como metempsicosis, que viene del término griego meta, después, y psyche, espíritu o alma. También incluye la transmigración, o migrar a través de, así como la reencarnación, volver a encarnar, o el renacimiento, volver a nacer. Todos estos términos aluden a la existencia de un alma o espíritu que viaja o aparece en distintos cuerpos, generalmente a fin de aprender en diversas vidas las lecciones que proporciona la existencia terrena, hasta alcanzar una forma de liberación o de unión con un estado de conciencia más elevado. La creencia en la reencarnación ha estado presente en toda la humanidad desde la antigüedad, en la mayoría de las religiones orientales, como hinduismo, budismo y taoísmo, y también en las religiones africanas y tribales de América y Oceanía. En la historia de la humanidad ha sobrevivido la creencia de que una persona fallecida volverá a vivir o aparecer con otro cuerpo, con una personalidad generalmente más evolucionada. Sin embargo, las religiones judeocristianas y el islam son prácticamente las únicas que no la contemplan oficialmente, pero sí han permanecido bajo la forma de diversas herejías. El término alma se puede aplicar a los seres vivos en general, incluyendo plantas y animales, como su principio constitutivo. Según algunas interpretaciones, como la de Aristóteles, el alma incorporaría el principio vital o esencia interna de cada uno de esos seres vivos, gracias a la cual estos tienen una determinada identidad, no explicable a partir de la realidad material de sus partes. También se usa el término alma en una acepción más particular si se refiere a los seres humanos. En este segundo caso, según muchas tradiciones religiosas y filosóficas, el alma sería el componente espiritual de los seres humanos. En el transcurso de la historia, el concepto “alma” pasa por diversos intentos de explicación. Desde el dualismo del idealismo filosófico y de la gnosis, a la interpretación existencialista de un todo, con dos aspectos específicos: lo material y lo inmaterial. Durante las últimas décadas, un fenómeno se ha convertido en el centro de las discusión acerca de la supervivencia después de la muerte. Las experiencias cercanas a la muerte, o ECM, parecen proveer evidencia de la supervivencia, en conjunto con las comunicaciones mediúmnicas y otros fenómenos relacionados, como es el caso de las apariciones de personas fallecidas.

El interés en este tema por el público en general y la comunidad científica, comenzó con la publicación del libro Vida después de la Vida, de Raymod Moody, un psiquiatra norteamericano, en 1975, quien se vio impulsado a estudiar estas experiencias luego de escuchar la vivencia del Dr. George Ritchie durante la guerra, a quien dedicó su libro. A partir de este libro, cada vez más investigadores serios, como  José Gaona Cartolano, con su libro Al otro lado del Túnel, han buscado explicaciones al fenómeno. Recientemente el investigador norteamericano Robert Lanza ha afirmado que tiene pruebas definitivas para confirmar que la vida después de la muerte existe y que de hecho la muerte, por sí misma, no existe de la manera en la que la percibimos. Lanza argumenta que la respuesta a la pregunta “¿Qué hay más allá de la muerte?“, cuestión sobre la cual los filósofos llevan siglos reflexionando, radica en la física cuántica, y en concreto en la nueva teoría del biocentrismo. Según este investigador norteamericano, de la Escuela de Medicina de la Universidad Wake Forest, en Carolina del Norte, la solución a esa cuestión eterna consiste en la idea de que el concepto de la muerte es un mero producto de nuestra conciencia, según relata la edición digital de The Independent. Lanza afirma que el biocentrismo explica que el universo solo existe debido a la conciencia de un individuo sobre él mismo. Lo mismo sucede con los conceptos de espacio y tiempo, que este científico explica como “meros instrumentos de la mente“. En un mensaje publicado en su sitio web, Lanza argumenta que con esta teoría el concepto de la muerte como la conocemos “no existe en ningún sentido real“, ya que no hay verdaderos límites según los cuales se pueda definir.  “Esencialmente, la idea de morir es algo que siempre se nos ha enseñado a aceptar, pero en realidad solo existe en nuestras mentes“, opina Lanza. Asimismo, creemos en la muerte porque la asociamos con nuestro cuerpo y sabemos que los cuerpos físicos mueren. Lanza señala que el biocentrismo es similar a la idea de universos paralelos, la hipótesis formulada por físicos teóricos según la cual hay un número infinito de universos y todo lo que podría suceder ocurre en alguno de ellos. En términos de cómo afecta ese concepto a la vida después de la muerte, el investigador explica que, cuando morimos, nuestra vida se convierte en una “flor perenne que vuelve a florecer en el multiverso” y agrega que “la vida es una aventura que trasciende nuestra forma lineal ordinaria de pensar; cuando morimos, no lo hacemos según una matriz aleatoria, sino según la matriz ineludible de la vida“.
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En América, entre los Aztecas, existía la creencia de que el alma volvía de nuevo a este mundo. Decían que los hombres que morían, pero que estaban aferrados a la tierra, quedaban presos del encanto de la tierra. Pero sostenían que, las almas que se habían liberado del mundo, las que ya no tenían apegos en el mundo, las que creían que había “algo más“, y más lejano, iban a lo que hoy llamaríamos la fotósfera del sol, es decir, que iban a vivir en la Luz, como colibríes bajo la forma de Huitzilopochtli, principal deidad de los mexicas. Huitzilopochtli también fue conocido como Ilhuicatl Xoxouhqui y fue asociado al sol. Según la leyenda, Huitzilopochtli nació de Coatlicue, la Madre Tierra, quien quedó embarazada por una bola de algodón azulino que cayó del cielo mientras barría los templos de la sierra de Tollan. Sus 400 hermanos, al notar el embarazo de su madre y a instancias de su hermana Coyolxauhqui, decidieron ejecutar al hijo al nacer, para ocultar la supuesta deshonra. Pero Huitzilopochtli nació y mató a la mayoría. Tomó a la serpiente de fuego Xiuhcoatl entre sus manos , le dio forma de hacha y venció y mató con enorme facilidad a su hermana Coyolxauhqui, quien quedó desmembrada al caer por las laderas de los cerros. Huitzilopochtli tomó la cabeza de su hermana y la arrojó al cielo, con lo que se convirtió en la Luna, siendo Huitzilopochtli el Sol. Lo mismo nos indican los chinos, los griegos y los romanos. Incluso los primitivos cristianos, hasta el Concilio de Trento, van a tener la creencia de que los hombres vuelven a la tierra, e incluso de que Jesús era una suerte de reencarnación de uno de los profetas anteriores. Vemos pues que este argumento está presente en toda la Historia. Pero es tal vez en la India donde podemos observar los conocimientos más precisos sobre la reencarnación. Los hindúes han llegado a afirmar que en el mundo todas las cosas reencarnan y todas las cosas vuelven a vivir. Contrariamente a lo que se cree, los hindúes hicieron filosofía y dialéctica antes que los griegos, y habían tratado de demostrar que el hombre podía reencarnarse para volver a vivir. Decían que todas las cosas son cíclicas y hablaban de grandes períodos de tiempo que llamaban Manvantaras, y de otros ciclos de reposo, o Pralayas. Consideraban que esa actividad, que atribuían a la expiración y a la inspiración de Brahma, o sea, al respirar de la Deidad, existía también en todas las cosas, del mismo modo que nosotros estamos despiertos unas horas al día y dormidos otras horas.

Manvantara, en sánscrito, es un período de manifestación del universo, opuesto al pralaya, que implica reposo o disolución. Es un término aplicado a varios ciclos, especialmente a un Día de Brahmâ, que comprende nada menos que 4.320.000.000 años solares. y al reinado de un Manú, equivalente a 306.720.000 años solares. Manvantara significa literalmente “Período entre dos Manús” (Manu-antara), o la expiración del Principio creador; el período de actividad cósmica entre dos pralayas, o estados de reposo. Cada manvantara se divide en siete períodos o Rondas, y así cada planeta tiene siete períodos de actividad durante un manvantara. El Manvantara, o período entre dos Manús, es una Ronda o ciclo de existencia correspondiente a un Manú, y durante el cual existe una humanidad de cierto tipo. Catorce Manvantaras forman un Kalpa o Día de Brahmâ. No obstante, los Manvantaras, así como los Kalpas, según se expresa en el lenguaje de los Purânas, han de entenderse en sus diversas referencias, puesto que dichas edades se refieren tanto los grandes períodos como a los pequeños, a los Mahâkalpas y a los ciclos menores.. Estas diversas maneras de apreciación se notan sobre todo cuando se comparan los datos de la ciencia ortodoxa con los de la ciencia esotérica.  Así es que la duración del Manvantara, considerado como una decimocuarta parte de un Kalpa o Día de Brahmâ, sería de 308.448.000 años (o de 306.720.000, según otras versiones); mientras que considerado como un ciclo de 71 Mahâ-yugas (o Chatur-yugas), se trataría de un período de 36.720.000 años. En la actualidad nos hallamos en el séptimo Manvatara, llamado Vaivasvata, nombre del séptimo Manú. Hace miles de años los hindúes ya habían descubierto las leyes de Lavoisier: “En la Naturaleza nada se pierde, todo se transforma“. Antoine-Laurent de Lavoisier (1743 – 1794), químico, biólogo y economista francés, fue considerado el creador de la química moderna, junto a su esposa, la científica Marie-Anne Pierrette Paulze, por sus estudios sobre la oxidación de los cuerpos, el fenómeno de la respiración animal, el análisis del aire, la ley de conservación de la masa o ley Lomonósov-Lavoisier, la teoría calórica y la combustión, así como sus estudios sobre la fotosíntesis. Asimismo, los hindúes habían observado el recorrer cíclico de las estrellas y la forma repetida en que el Sol nos alumbra cada mañana. De esto dedujeron que todas las cosas eran cíclicas y que todas las cosas eran, en parte, irrepetibles. Pero en parte se repetían y volvían a ser.
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La continuidad y la eternidad no serían, para el pensamiento hindú, la permanencia de una cosa, sino que serían más bien el devenir continuo de las cosas. El concepto de “duración” y de “eternidad” no estaría en la permanencia objetiva de algo, sino en la permanencia de un cambio constante cuya finalidad es desconocida, y que implica la utilización de un impulso interior espiritual que mueve a todas las cosas hacia su fin último. Este Impulso va encadenando una secuencia de fenómenos. Los hindúes nos hablan de la Ley del Karma, o la Ley de Causa y Efecto. Toda cosa y todo lo que pasa es efecto de lo que pasó antes y causa de lo que va a pasar más adelante. Ninguna cosa ni estado es sólo y único en el Universo, sino que es fruto de lo que pasó y germen de lo que va a pasar. la Ley del Karma dice: “Todo lo que soy y hago en esta vida no existe por sí solo como un milagro, sino que se vincula, como efecto, con las anteriores formas de existencia de mi alma, y como causa, con otras posteriores“. La ampliación del conocimiento de la Naturaleza, más allá de la Naturaleza misma, significa más que un simple conocimiento. Pues esta ampliación transforma el conocimiento en vida. No enriquece tan sólo el conocimiento del hombre, sino que le da la fuerza para orientar sus pasos en la vida. Le indica de dónde viene y a dónde va. Y le indicará este “de dónde” y “a dónde” para lo que precede al nacimiento y para lo que está más allá de la muerte, si sigue incansable en la dirección que le señala el conocimiento. Sabe que todo lo que hace desemboca en una gran corriente que fluye de eternidad en eternidad. Por ello, cada vez será más elevado el punto de vista desde el cual regula su vida. Una densa neblina envuelve al hombre antes de alcanzar estas miras, porque no tiene idea de su verdadero ser, de su origen y de sus fines. Sigue los impulsos de su naturaleza sin conocimiento de ellos. Quizá tomaría otros caminos si pudiese iluminarlos con la luz del conocimiento. El sueño ha sido llamado muchas veces el hermano menor de la muerte. Esta metáfora es más profunda de lo que parece a primera vista. Es un símbolo real de las sendas espirituales del hombre, porque nos da una idea de la relación que existe entre las distintas encarnaciones del espíritu humano, por las que pasa dicho espíritu. Realmente, el hombre no puede vivir en una situación que no haya sido causada por su vida anterior. Toda su posterior evolución quedará vinculada a las consecuencias de sus acciones. Este vínculo de una entidad, llamada espíritu, con los resultados de sus acciones es la ley del karma que gobierna el mundo entero.

El ser que acaba de morir sigue las leyes inmutables fijadas por la naturaleza y prosigue su evolución. Esto es algo que, tarde o temprano, todos llegaremos a constatar. Entonces, ¿por qué preocuparnos por ello? Es evidente que las relaciones físicas entre el muerto y los vivos se interrumpen. Para unos, la muerte es la interrupción de su interrelación con la naturaleza física. La inteligencia, el sentimiento, los afectos, todo desaparece repentinamente y el cuerpo se convierte, de nuevo, en polvo. Para otros, la muerte es la liberación. El alma se desprende del cadáver y se eleva hacia el cielo, rodeada de ángeles y de espíritus gloriosos. Entre estas dos opiniones extremas hay toda una gama de creencias intermedias. Los Panteístas, que siguen una concepción del mundo y una doctrina filosófica según la cual el Universo, la Naturaleza y Dios son equivalentes, basan la personalidad del muerto en las grandes corrientes de la Vida Universal. Los Místicos predican que el espíritu liberado de las trabas de la materia sigue viviendo, intentando salvar con su sacrificio a aquellos que sufren todavía en la tierra. Los Iniciados de las diversas escuelas siguen la evolución del ser a través de los diferentes planos de la Naturaleza, hasta el momento en que este ser, por su propia voluntad, volverá a adquirir un nuevo cuerpo físico en el planeta donde aún le queda una “cuenta pendiente“. Los Muertos de la Tierra son los Vivos de otro plan de evolución. La Naturaleza es avara y no deja que ninguno de sus esfuerzos se desperdicie en la nada. Y el sueño es un buen símil de la muerte porque, durante el sueño, el hombre se encuentra realmente retirado del escenario consciente. Mientras dormimos, continúan los acontecimientos en el escenario consciente, pero nosotros no tenemos influencia sobre ellos. Sin embargo, al despertar volvemos a encontrar los efectos de nuestras acciones y debemos partir de ellos. Nuestra personalidad se incorpora todas las mañanas nuevamente a nuestro mundo de actividad, como un tipo de renacer. Lo mismo sucede con las acciones de nuestras encarnaciones anteriores. Los resultados de dichas anteriores reencarnaciones están integrados al mundo en que habíamos estado encarnados, pero nos pertenecen a nosotros, como espíritu que se reencarna. Así como algunos animales no pueden vivir si no es en el medio al que se adaptaron, así el espíritu humano no puede vivir si no es en el medio creado por sus propias acciones y que le corresponde como tal. Durmiendo, el cuerpo humano obedece a las leyes físicas. El cuerpo humano reasume el curso de su actividad racional allí donde la interrumpió al dormirse. De manera que, visto bajo este aspecto, el hombre pertenece a dos mundos. En uno de ellos vive con el cuerpo, y esta vida corpórea puede abarcarse con las leyes físicas; en el otro vive espiritualmente y de esta vida nada puede conocerse mediante las leyes físicas.
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Analicemos la imagen del sueño. El hombre debe vincular su actividad de hoy con la de ayer, si la vida ha de tener algún sentido. No podría hacerlo si no se sintiese relacionado con dicha anterior actividad. Yo no podría retomar mi actividad de ayer si hubiese olvidado todo lo que experimenté ayer, cosa que sucede en algunas personas que tienen Alzheimer. Sería una persona nueva y no podría retomar el hilo de sus anteriores actividades y experiencias. Es la memoria la que me permite retomar mi actividad de ayer. Esta memoria me une con los efectos de mí anterior obrar. Mi memoria une mi actividad lógica de hoy con la de ayer. En caso contrario podríamos comenzar, todas las mañanas, una nueva vida. Pero la memoria conserva lo que nos une con nuestro destino. Resulta pues que todas las mañanas me vuelvo a encontrar como una entidad triple. Encuentro mi cuerpo, que durante mi sueño estuvo sometido a las leyes meramente físicas. Me encuentro a mí mismo, a mi espíritu humano, que es el mismo hoy que ayer, y que posee el don del obrar racional como ayer. Y, conservado en mi memoria, encuentro todo lo que el día de ayer, así como todo mi pasado, ha hecho de mí. Cada vez que el hombre vuelve a encarnarse, se encuentra en un organismo físico sometido a las leyes de la Naturaleza física. Y en cada encarnación se manifiesta el mismo espíritu del hombre, que es, como tal, un ser eterno en las diversas encarnaciones. Cuerpo y espíritu se hallan uno frente al otro. Entre ellos debe existir un eslabón, como lo es la memoria entre mis hechos de ayer y los de hoy. Este eslabón es el alma, que se diferencia del espíritu. El alma conserva los efectos de mis acciones de vidas anteriores y hace que el espíritu aparezca en una nueva encarnación, pero dotado de todo aquello que en vidas anteriores ha podido adquirir. Así se relacionan entre sí cuerpo, alma y espíritu. El espíritu es eterno, mientras que el nacimiento y la muerte imperan en la corporalidad según las leyes del mundo físico. En cambio, el alma vuelve a unir, siempre de nuevo, el espíritu con el cuerpo, tejiendo el destino con el hilo de nuestras acciones. Al hablar de la memoria se trata tan sólo de una comparación, de una imagen simbólica. No se ha de creer que por alma se entiende algo simplemente idéntico a la memoria consciente. En la vida cotidiana tampoco interviene la memoria consciente si nos servimos de las vivencias del pasado. Conservamos los resultados de estas vivencias, aunque no las recordemos siempre conscientemente. El hábito, que aplicamos de manera automática, es una especie de memoria inconsciente. Con esta comparación con la memoria se trata de proyectar una luz sobre el alma, que se interpone entre el cuerpo y el espíritu, y obra como intermediario entre lo eterno y el elemento material en la vida, entre el nacimiento y la muerte. El espíritu que se vuelve a encarnar encuentra pues su destino como resultado de sus acciones. Y por medio del alma, unida al espíritul, se establece su enlace con este destino.

Pero, ¿cómo es posible que el espíritu encuentre los resultados de sus acciones si, al reencarnarse, seguramente estará colocado en un mundo totalmente distinto al de su vida anterior? Los muertos no desaparecen para siempre. Son viajeros de otro plano, pero se hallan recorriendo un entorno al cual todos iremos, si no caemos en el desespero y en el suicidio. “El cielo se halla donde hemos puesto nuestro corazón“, dice Emanuel Swedenborg (1688 – 1772), científico, teólogo y filósofo sueco. Está claro que, del mismo modo que en la Tierra no hay uniformidad de ocupaciones y de rango social, no hay reglas fijas para la evolución en lo que llamamos el plano Invisible. Tras un período, más o menos largo, de aparente sueño sin sufrimientos, debido a que ya no existe ninguna materia física, el espíritu se despierta y empieza una nueva existencia. En un principio se relaciona con los que ha dejado en la tierra e intenta comunicarse con ellos a través del sueño o de un intermediario, si lo halla. La vida física anterior es la que determina el mundo que nos rodea y que, en cierto modo, atrae hacia nosotros las cosas que tienen afinidad con aquella vida. Lo mismo sucede con el alma-espíritu. Ella se rodea necesariamente de aquello que le es afín según su vida anterior. Esto no contradice la comparación entre sueño y muerte. Que encontremos, al despertarnos por la mañana, la situación creada por nosotros el día anterior, se debe directamente al curso de los hechos. Que encontremos, al reencarnarnos, un mundo circundante que corresponde al resultado de nuestras acciones en la vida anterior, se debe a la afinidad de nuestra alma-espíritu con las cosas que la rodean en la nueva vida. Lo que nos introduce directamente en este mundo son las cualidades de nuestra alma-espíritu al encarnarse. Pero sólo poseemos estas cualidades porque las acciones de nuestras vidas anteriores las han impreso en nuestra alma-espíritu. De manera que aquellas acciones son las verdaderas causas de las condiciones que encuentro al nacer. Y lo que hagamos hoy, será una de las causas de las condiciones que nos serán deparadas en una vida posterior. De hecho, el hombre crea así su destino. Esto parecerá incomprensible si consideramos cada vida como si fuese única y no un eslabón en la cadena de vidas sucesivas. Realmente puede decirse que al ser humano no le ocurrirá nada que no esté determinado por las condiciones creadas por él mismo. La comprensión de la ley del destinoel karma, también nos enseña “por qué frecuentemente el bueno tiene que sufrir, mientras que el malo puede ser feliz”. Esta aparente disonancia dentro de los límites de una sola vida desaparece, si la mirada se amplía a muchas vidas. Naturalmente la ley del karma no puede concebirse como una justicia temporal. Esto equivaldría a imaginar a Dios como un anciano de barba blanca.
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La reencarnación es el retorno del espíritu con un nuevo revestimiento carnal. Para un ser humano este revestimiento es siempre un cuerpo humano. Pero la reencarnación puede darse ya sea en el mismo planeta donde tuvo lugar su última existencia, o bien en otro planeta. No se puede fijar un tiempo que preceda al retorno a un cuerpo material, así como tampoco se puede fijar un tiempo para la vida terrestre. Hay seres humanos que pasan pocos años en la Tierra y otros que viven muchos años. La duración de la vida en la tierra es un factor personal, al igual que la duración del tiempo que transcurre antes de volver a la Tierra es, a su vez, un factor personal que depende de muchas circunstancias. Antes de venir a reencarnarse en un planeta, el ser espiritual se presta a la pérdida de la memoria de las existencias anteriores. Diversos autores clásicos se refieren a este hecho, que se halla simbolizado por la absorción del vaso de agua del río Lete, o río del olvido, que se bebía antes de volver a la Tierra. En la mitología griega, Lete es uno de los ríos del Hades, antiguo inframundo griego. Beber de sus aguas provocaba un olvido completo. Algunos griegos antiguos creían que se hacía beber de este río a las almas antes de reencarnarlas, de forma que no recordasen sus vidas pasadas. Lete era también una náyade, hija de Eris, o ‘Discordia’, en la Teogonía de Hesíodo, si bien probablemente sea un personificación separada del concepto de olvido más que una referencia al río que lleva su nombre. Algunas religiones mistéricas enseñaban la existencia de otro río, el Mnemósine, cuyas aguas al ser bebidas hacían recordar todo y alcanzar la omnisciencia. A los iniciados se les enseñaba que se les daría a elegir de qué río beber tras la muerte y que debían beber del Mnemósine en lugar del Lete. Esto implicaba que recordasen sus vidas pasadas. Estos dos ríos aparecen en varios versos inscritos en placas de oro del siglo IV a. C., halladas en Turios, al sur de Italia, y por todo el mundo griego. El mito de Er, al final de la República de Platón, cuenta que los muertos llegan a la «llanura de Lete», que es cruzada por el río Ameles (‘descuidado’). Había dos ríos llamados Lete y Mnemósine en el altar de Trofonio, en Beocia, de los que los adoradores bebían antes de hacer consultas oraculares al dios. Entre los autores antiguos se decía que el pequeño río Limia, cerca de Ginzo de Limia (Orense, España) tenía las mismas propiedades de borrar la memoria que el legendario Lete. En el 138 a. C., el general romano Décimo Junio Bruto Galaico intentó deshacer el mito, que dificultaba las campañas militares en la zona. Se dice que cruzó el Limia y entonces llamó a sus soldados desde el otro lado, uno a uno, por su nombre. Éstos, asombrados de que su general recordara sus nombres, cruzaron también el río sin temor, acabando así con su fama de peligroso.

El mito de Er es una leyenda que finaliza La República de Platón. La historia incluye la vida del más allá y durante muchos siglos tuvo una gran influencia en el pensamiento religioso, filosófico y científico. Es posible que el nombre de Er lo tomase de alguna vieja leyenda, ya que se ha encontrado el mismo nombre en un consejo de Zoroastro. La historia comienza cuando Er muere en batalla. Cuando los cuerpos de aquéllos que han muerto en la batalla son recogidos, diez días después de su muerte, el cuerpo de Er permanece sin descomponer. Dos días más tarde, revive cuando estaba en la pira funeraria. Habla entonces de su viaje al más allá, da cuenta de la reencarnación y de las esferas celestes del plano astral. La leyenda introduce la idea de que las personas morales son recompensadas y las inmorales son castigadas después de su muerte. El funcionamiento habitual era que cada alma pagase sucesivamente, por cada una de las injusticias cometidas. Er cuenta cómo su alma había salido de su cuerpo y viajó con otras muchas hasta llegar a un lugar maravilloso donde se veían dos abismos en la Tierra, próximos uno del otro, y dos pasillos que conducían al cielo enfrente de aquellos abismos. Er dice que había llegado a la «Llanura del río Lete», que es cruzada por el río Ameles (‘descuidado’). Y aunque Er no había tenido que beber del Lete, desconocía cómo su alma había regresado a su cuerpo. Y cuando se despertó, se encontró vivo, sobre la pira funeraria. En La Divina Comedia, de Dante Alighieri, la corriente del Lete fluye al centro de la Tierra desde su superficie. Pero su nacimiento está situado en el Paraíso Terrenal, localizado en la cima de la montaña del Purgatorio. Otra referencia en la literatura clásica, aparece en el elogio a la locura de Erasmo de Rotterdam. En la obra de teatro Eurídice, de Sarah Ruhl, todas las sombras deben beber del Lete y convertirse en algo parecido a piedras, hablando en su inaudible lenguaje y olvidando todo lo del mundo. Asimismo, en Hamlet, de William Shakespeare, se hace mención al río Leteo. En la ópera Idaspe, deRiccardo Broschi (1698-1756), el personaje Darío canta una aria cuyo texto dice: “También en forma de fiel espectro deseo seguir por la orilla del Lete a mi amado ídolo al que tanto adoro“. También se hace referencia a las aguas del río Lete en un poema de Las flores del mal, de Charles Baudelaire: “¡Quiero dormir! ¡Dormir antes que vivir! En un sueño tan dulce como la muerte, Yo derramaré mis besos sin remordimiento, Sobre tu hermoso cuerpo pulido como el cobre. Para absorber mis sollozos sosegados Nada equiparable al abismo de tu lecho; El olvido poderoso mora sobre tu boca, Y el Leteo corre en tus besos“. En realidad, en todas las iniciaciones de la Antigüedad se ha mostrado la reencarnación como un misterio esotérico.
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¿Qué relación tiene el hombre con el mundo físico circundante cuando se reencarna? Esta relación resulta, por un lado, de su alejamiento del mundo físico durante el tiempo transcurrido entre las dos encarnaciones; y, por el otro lado, de su evolución durante este mismo período. Durante esta evolución no puede influir el mundo físico, puesto que el alma-espíritu se halla fuera de dicho mundo. Todo lo que sucede en el alma debe surgir de ella, o bien del mundo suprafísico. El mundo de los hechos físicos ya no ejerce una influencia directa sobre el alma. Lo que le ha quedado de ese mundo físico es sólo aquello que hemos comparado con la memoria. El espíritu ha vivido en el cuerpo y, en consecuencia, ha entrado en contacto con el mundo físico circundante. Por medio del cuerpo, este contacto dio origen a instintos, impulsos, pasiones que, a su vez, motivaron acciones en el mundo externo. Aquellos instintos, impulsos y pasiones imprimen su sello en las acciones externas que realiza el hombre; y por el otro lado forman su carácter personal. La acción que se ejecuta es consecuencia de los deseos. La acción se imprime en el mundo externo, mientras que los deseos permanecen en el alma del mismo modo que la idea permanece en la memoria. Y así como se intensifica la representación conceptual en la memoria con cada nueva impresión, así también se intensifica el deseo con cada nueva acción que realizamos bajo su influencia. De manera que, debido a nuestra existencia corporal, en el alma residen un gran número de impulsos, deseos y pasiones. Su totalidad es llamada “cuerpo de los deseos” (kama rupa). Este “cuerpo de los deseos” está íntimamente relacionado con la existencia física, puesto que se origina bajo la influencia de la corporalidad física. Por lo tanto, no puede continuar su desarrollo desde el momento en que el espíritu deja de estar encarnado. El espíritu debe liberarse del “cuerpo de los deseos”. A la vida física le sigue otra en la que tiene lugar esta liberación. Pero, ¿es destruido el “cuerpo de los deseos” con la muerte?. La respuesta es que no. El estado de paulatina extinción del “cuerpo de los deseos” debe durar tanto más, cuanto más ligado a la vida sensorial haya estado el hombre. La actividad desplegada en el cuerpo por el espíritu le hizo conocer el mundo al que el cuerpo pertenece. Cada nuevo esfuerzo, cada nueva experiencia, aumenta este conocimiento. Si una cosa se hace por segunda vez, suele hacerse mejor. La experiencia, la vivencia se imprime en el espíritu como un aumento de sus facultades. Nuestra experiencia obra así sobre el futuro, y cuando ya no tengamos oportunidad de hacer nuevas experiencias, nos queda el resultado de ellas. Pero ninguna experiencia podría tener influencia en nosotros, si no tuviésemos la facultad de sacarle provecho. Su significado para el futuro depende de cómo la asimilemos y de lo que podamos hacer de ella.

Al terminar la encarnación, con la muerte, el espíritu humano lleva la suma de experiencias adquiridas a la vida suprasensible. Encontrándose ahora sin el vínculo corporal y habiéndose liberado de los deseos que lo habían atado al mundo físico, se queda con el fruto de sus experiencias. Y este fruto se halla totalmente liberado de la influencia inmediata de la vida pasada. Ahora el espíritu puede dedicarse exclusivamente a la transformación de este fruto para el porvenir. Después de haber dejado la “región de los deseos”, el espíritu llega así a un estado en que las experiencias de sus vidas anteriores se transforman en gérmenes para el futuro. La vida del espíritu en este estado se llama estadía en el “lugar de la gloria” (devachan), en que gloria puede expresar un estado que hace olvidar todas las preocupaciones por el pasado y en que solo cuenta el futuro. Se entiende que este estado durará tanto más tiempo cuanto mayor sea, al morir, la posibilidad de adquirir nuevas facultades. Es importante saber qué es lo que el espíritu lleva consigo al mundo suprasensible, y lo que vuelve a traer de él a la nueva encarnación. Trae los resultados de las experiencias hechas en vidas anteriores convertidos en nuevas cualidades de su ser. Las enseñanzas egipcias sobre la reencarnación se remontan a aproximadamente el 3.000 a. C. Como resumen, Julien Fontaine, en su obra Egypte, nos indica lo siguiente: “Antes de nacer, el niño ha vivido y la muerte no pone fin a nada. La vida es un devenir, Khéprou, su paso es como el del día solar que vuelve a empezar. El Hombre se com pone de inteligencia, Khou y de materia, Khat. La inteligencia es luminosa y para habitar el cuerpo se reviste de una sustancia que es el alma: Ea. Los Animales poseen alma: Ea, pero un Ea privado de inteligencia, de Khou. La vida es un soplo: Niwou. Cuando el soplo se retira en Ea, el hombre muere. Esta primera muerte se manifiesta materialmente a través de la coagulación de los líquidos, el vaciado de las venas y de las arterias, la disolución de la materia que forma el cuerpo. Mediante el embalsamiento, todas las materias son conservadas, la sangre inclusive, las cuales Ea volverá a vivificar después del juicio de Osiris. El soplo está al servicio del alma“. El cuerpo físico es el símbolo de la reencarnación terrestre. La Tabla de Esmeralda, de Hermes, nos enseña que “lo que está arriba es como lo que está abajo, y recíprocamente, a fin de que se cumplan los milagros de la Unidad“. Así pues, si la reencarnación existe para el espíritu, también existe para el cuerpo. Es decir, un cuerpo terrestre debe volver a otro cuerpo terrestre sin marcharse de la Tierra, si un espíritu vuelve a otra entidad material. De aquí es de donde proceden las confusiones entre la reencarnación o retorno del espíritu a un cuerpo material, tras un período astral, y lametempsicosis, o travesía por el cuerpo material de cuerpos de animales y de plantas, antes de volver a un nuevo cuerpo material.
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No hay que confundir la reencarnación con la metempsicosis, dado que el hombre no retrocede y que el espíritu jamás se convierte en el espíritu de un animal, excepto en el plano astral. Pero esto todavía constituye un misterio.  El cuerpo físico soporta tres principios y posee tres centros en los que cada uno de estos tres principios tiene su propio ámbito. El cuerpo soporta el principio de los instintos, principio totalmente físico cuyo ámbito se halla en el vientre. Asimismo, el principio de los sentimientos y de las fuerzas astrales, cuyo ámbito se halla en el pecho, teniendo como centro el plexo cardíaco. Finalmente, el principio mental y de las fuerzas espirituales cuyo ámbito se halla en la cabeza. De estos principios se han derivado cuerpos, de lo que podemos deducir que hay un cuerpo físico, un cuerpo astral y un cuerpo mental. Immanuel Kant (1724 – 1804), filósofo prusiano de la Ilustración, dice: “Dos cosas llenan el alma de admiración: el cielo estrellado en lo alto y la ley moral en mi alma”. En las primeras encarnaciones por las que ha pasado el hombre, la ley moral no es la misma que en sucesivas nuevas encarnaciones. El hombre primitivo actúa como corresponde a sus deseos y lleva estas experiencias consigo, a los estados suprasensibles, donde se transforman en una facultad superior. En una encarnación posterior, el hombre no actúa meramente según sus deseos, sino que éstos ya comienzan a ser guiados por los resultados de las experiencias anteriores. Y se necesitan muchas encarnaciones hasta que el hombre, al principio enteramente entregado a sus deseos, llegue a evidenciar la ley moral que Kant comparaba con algo tan maravilloso como el cielo estrellado. El mundo en que nace el hombre, al encarnarse nuevamente, le aporta los resultados de sus acciones. Entra en este mundo con las facultades de las vivencias que se han forjado durante sus estados suprasensibles. En consecuencia, sus experiencias en el mundo físico se desarrollarán generalmente a un nivel tanto más elevado cuanto mayor sea el número de sus encarnaciones pasadas, o cuanto mayor haya sido su esfuerzo durante sus encarnaciones anteriores. El peregrinaje a través de las encarnaciones se convierte así en una evolución ascendente. Cada vez más se convertirá en dueño de su destino. Al principio, el espíritu se halla desorientado en el mundo circundante. Pero con cada nueva encarnación aumenta la luz. El espíritu adquiere el conocimiento de las leyes del mundo circundante. Ejecuta, con una conciencia cada vez más clara, lo que antes hacía en forma semiconsciente. La influencia coercitiva del mundo circundante es cada vez menor y el espíritu es capaz de determinarse a sí mismo, como un espíritu libre.

Actuar a la plena luz de la conciencia es actuar libremente. Y la plena libertad del espíritu humano representa el supremo ideal de su evolución. En el estado actual de su evolución, el hombre no es libre, ni deja de serlo; se halla en el camino hacia la libertad. En parte es libre, en parte no lo es. Es libre en la medida en que haya adquirido conocimientos y conciencia del orden universal. Nuestro destino y nuestro karma no restringe nuestra libertad. Cuando actuamos, enfrentamos nuestro destino con el grado de independencia que hemos adquirido hasta ese momento. Nosotros actuamos de conformidad con las leyes del destino. La evolución ascendente del espíritu humano se consigue en virtud de sus progresos a través de sus encarnaciones sucesivas, y se evidencia por el hecho de que el espíritu adquiere una comprensión cada vez más clara del mundo en que se encarna. El espíritu evoluciona desde el estado de inconsciencia hasta el de la conciencia. Por la senda de su evolución, el hombre llegará al punto en que será capaz de recordar, con plena conciencia, sus encarnaciones pasadas. El cuerpo físico es un revestimiento que se suministra a los otros principios para una encarnación. Pero la transformación evolutiva de los cuerpos se realiza en un plano astral. Una vez constituido el cuerpo físico, se pone en relación con la atmósfera terrestre a través de la respiración, y la evolución de una vida terrestre sigue su curso. En los tratados de fisiología encontraremos las diferentes transformaciones que experimenta el cuerpo físico durante la vida. Señalemos únicamente que este cuerpo físico sigue absorbiendo los elementos que la tierra le suministra a lo largo de su constitución y que sigue transformándolos en función de unas determinadas leyes. El fenómeno de la muerte se caracteriza por la tendencia de cada uno de los principios que constituyen el ser humano a regresar a su plano. Cuando se cumple el fenómeno de la muerte, los líquidos orgánicos se coagulan, el funcionamiento de los órganos se detiene, el cuerpo físico se enfría, las células físicas, al verse privadas del lazo que les permitía ejercer esta armonía vital, van a adquirir su autonomía, cada una por separado, con lo cual empieza el proceso de putrefacción y descomposición. Por el hecho de esta descomposición, las células físicas volverán a sus principios constituyentes. Vemos cómo se cumple, para el cuerpo físico y solamente para el cuerpo físico, aquel ciclo que los antiguos alquimistas habían representado en forma de una serpiente que se mordía la cola. Es el Ouroboros de los alquimistas que, con su forma misteriosa, nos recuerda la Tabla de Esmeralda: “Lo que está arriba es como lo que está abajo, y lo que está abajo es como lo que está arriba, produciéndose así el milagro de la Unidad.”
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Ouroboros es un símbolo ancestral que muestra una serpiente o un dragón alado engullendo su propia cola y formando así un círculo. En algunas representaciones antiguas aparece complementada con la inscripción griega que significa “el Uno, el Todo”. El ouroboros engloba los contenidos de varios símbolos, como la serpiente, las alas, la autodestrucción y el círculo. La serpiente representa la sabiduría ancestral, el mito primigenio del mundo subterráneo. Las alas, más allá de simbolizar lo espiritual, indican la sublimación de lo material. La autodestrucción está representada por la serpiente que se devora a sí mismo, que es una metáfora del ciclo vital, donde no hay una clara frontera entre inicio y fin. El círculo representa la perfección. Elouroboros se asocia a la alquimia, al gnosticismo y al hermetismo. Representa la naturaleza cíclica de las cosas y el eterno retorno de Mircea Eliade. En un sentido más general simboliza el tiempo y la continuidad de la vida. Recuerda a otros símbolos, como el yin y el yang. Se cree que está inspirado en la Vía Láctea, pues algunos textos antiguos hacen referencia a una serpiente de luz que mora en los cielos. En la mitología nórdica, la serpiente Jormungand llegó a crecer tanto que pudo rodear el mundo y apresarse su propia cola con los dientes. De la dinastía Chou en China (1200 a.C.) se han hallado grabados de ouroboros, simbolizando la continuidad de la vida y con un dragón mordiéndose la cola. Según la Enciclopedia Británica, elouroborus es la emblemática serpiente del antiguo Egipto y la antigua Grecia, representada con su cola en su boca, devorándose continuamente a sí misma. Expresa la unidad de todas las cosas, las materiales y las espirituales, que nunca desaparecen sino cambian de forma en un ciclo eterno de destrucción y nueva creación. Hermes, dios de la alquimia, define el ouroboroscomo “la serpiente que devora su propia cola“. También simboliza al Mercurio alquímico. Simboliza la unidad cósmica, base del pensamiento hermético. Su forma circular, símbolo del mundo, es una alusión al secreto hermético. Por añadidura, enuncia la eternidad concebida como “eterno retorno”, lo que no tiene ni principio ni fin. En la Edad Media a la serpiente, llamada por los griegos ouroboros, se la asimiló con el dragón y se le impuso un valor esotérico semejante a la serpiente helénica. Con el sello de Salomón es el signo distintivo de la Gran Obra. Dentro de laGran Obra, la cabeza del dragón, o del ouroboros, señala la parte fija, mientras que su cola representa la parte volátil del compuesto. Según René Guénon, en el ouroboros encontramos la unión del mundo ctónico, dioses o espíritus del inframundo, representados por la serpiente, con la del mundo celeste, representado por el círculo.

En el antiguo Egipto, para explicar esta enseñanza, los sacerdotes hacían lo que ellos denominaban el “Osiris vegetante“. Con una pasta hecha de tierra vegetal y de granos modelaban un cuerpo humano. Este cuerpo, convenientemente regado y colocado en condiciones normales de vegetación, se veía pronto recubierto de hierba procedente de la evolución de los granos. En este cuerpo también se hallaba una pequeña cantidad de cenizas humanas. Cuando las hierbas habían alcanzado el estado de evolución normal, eran absorbidas por un herbívoro, imagen de Apis, y este animal, sacrificado según los ritos, se convertía en el alimento de los sacerdotes inferiores, los cuales, de este modo, reencarnaban el cuerpo místico de Osiris. En la obra tituladaOiseau Bleu, Maurice Maeterlinck (1862 – 1949), dramaturgo y ensayista belga de lengua francesa, nos enseña el país de las almas que van a encarnarse. Cada una de estas almas tiene una misión y viene a la tierra para cumplir esta misión. Este es el acto de reencarnación del principio espiritual. Pero, durante la estancia en el plano invisible, el espíritu fabrica su futuro cuerpo, y la fabricación de este futuro cuerpo se hace mediante las fuerzas astrales. En el astral de cada ser humano existen seres que son los ejecutores de las órdenes procedentes de un plano superior. A estas influencias los cristianos les dan el nombre de ángeles buenos o malos. Pero, sea cual sea su denominación, estas influencias existen y actúan. El astral que circula en el ser humano mientras vive, relaciona a este ser humano con todas las fuerzas astrales de la naturaleza. El centro de estos seres astrales se encuentra físicamente en el plexo cardíaco, que es una aglomeración de fibras del sistema nervioso autónomo. Las que son de tipo simpático, provenientes de la cadena simpática y las de tipo parasimpático, provenientes del nervio vago. El sistema nervioso simpático integra, junto con el sistema parasimpático, el sistema nervioso autónomo (SNA). Se encarga de la inervación de los músculos lisos, el músculo cardíaco y las glándulas de todo el organismo. Su función se puede considerar relativamente independiente del sistema nervioso somático, pues cuando se destruyen las conexiones con el sistema nervioso central (SNC) y la porción periférica del sistema nervioso autónomo, todavía siguen funcionando las estructuras inervadas por él. Sin embargo, esta independencia no es total, ya que la actividad del SNA puede ser aumentada o disminuida por el sistema nervioso central, en particular, por la corteza cerebral. El punto de contacto de los principios astrales y de los principios espirituales se encuentra físicamente debajo del cerebelo, en lo que los anatomistas llaman “la base del cuarto ventrículo” que corresponde exteriormente a la parte de la nuca. El ventrículo cuarto del cerebro o cuarto ventrículo es una cavidad de forma irregular, situada en el romboencéfalo, entre el bulbo raquídeo, la protuberancia y el istmo por delante y el cerebelo por detrás. Los egipcios, que conocían todos estos misterios, llamaban Sa a la magnetización de la nuca que actuaba sobre las fuerzas astrales.
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Durante la vida, el problema moral consistirá únicamente en saber si las fuerzas astrales de las cuales dispone el ser humano se pondrán más al servicio del instinto o del espíritu. Aquí se produce una evolución, o bien una involución, de las influencias astrales mediante la vida física, de lo cual resulta la creación de revestimientos astrales que actuarán después de la muerte. Utilizando el léxico de los místicos, creamos nuestro “carro del alma “, tal como lo designaba Pitágoras y tal como lo designa claramente San Pablo. Los filósofos y metafísicos hindúes creían que existía un “camino” al que llamaban Sadhana, que literalmente quiere decir ‘medios para conseguir algo’, y una Ley que llamaban Dharma. En el hinduismo, el dharma significa las conductas que se considera que están de acuerdo con el rita, es decir, con el orden que hace posible la vida y el universo, e incluye deberes, derechos, leyes, conducta, virtudes y un recto modo de vivir. En el hinduismo, el dharma es la ley universal de la naturaleza, ley que se encuentra en cada individuo lo mismo que en todo el universo. A nivel cósmico esta ley se concibe manifestada por movimientos regulares y cíclicos. Por este motivo se simboliza al dharma como una rueda que gira sobre sí misma. A nivel del individuo humano, el dharma adquiere una nueva acepción: la del deber ético y religioso que cada cual tiene asignado según su determinada situación de nacimiento.  Existen varios textos acerca del tema del deber, llamados genéricamente Dharmasastra, entre los que se incluyen las Leyes de Manu. Los hinduistas no llaman «hinduismo» a su religión, sino sanatana dharma, que se traduce como ‘religión eterna’. Es una Ley Universal que hacía que todas las cosas fuesen a alguna parte con un fin predeterminado. Los hindúes creían en la reencarnación de las almas. Pero no en una reencarnación de manera simplista, según la cual un hombre se muere, está un tiempo en un mundo sutil, y vuelve de nuevo. Porque si fuese tan fácil, todos recordaríamos lo que fuimos de una manera clara. Para poder entender el pensamiento hindú, hace falta recordar que ellos pensaban que el hombre no es uniforme, sino que estaba constituido por siete vehículos diferentes. Algunos de estos vehículos eran los que reencarnaban y otros no reencarnaban. Afirman sus antiguos libros que el hombre está constituido de siete envolturas en diferente estado de vibración. Partiendo de abajo hacia arriba, tendríamos en nosotros algo que es común con todas las cosas que nos rodean, que es el cuerpo físico, o Stula Sharira, aquello que tiene densidad. Más allá, en otra dimensión, estaría el Prana Sharira, o cuerpo vital o de energía. Es lo que diferencia a un hombre vivo de un hombre muerto, o que acabase de morir. El tercer vehículo, partiendo de abajo, es el Linga Sharira, que normalmente es llamado el doble psíquico. Es lo que tenemos en común con los animales, mientras que el Prana Sharira es lo que tenemos en común con los vegetales, y el Stula Sharira con los minerales.

En la constitución del hombre se establece toda una relación con la constitución de la Naturaleza. La parte física con los minerales, la parte energética con los vegetales, la parte psíquico-animal con los animales. En estas partes radican nuestras pasiones, nuestros sueños y nuestras fantasías. Luego existe un Kama-Manas, es decir una “mente de deseos“, una mente egoísta que teme, se asusta y tiembla cuando advierte que le va a pasar algo. Más allá de la anterior está el Manas, o mente superior. Esta mente es serena y constante. Luego viene el vehículo llamadoBudhi, que es la intuición inteligente, sin pensamiento distorsionador. Y, por último, tenemos el Atma, la Voluntad Pura que refleja la deidad en el hombre. Los cuatro primeros cuerpos o vehículos mencionados serían mortales para los hindúes, y se desintegrarían con la muerte. La muerte sería, pues, fruto de un desgaste que comienza con el nacimiento. Desde que nace hasta que muere, el hombre va muriendo poco a poco, hasta que al fin le llega el colapso final, en el que perdería la parte física, la parte energética, la parte psicológica y la parte mental-egoísta. Mas restan tres planos de conciencia más profundos: el Manas, el Budhi y el Atma, que pueden servir de escala para remontar al cielo. Por ello, existiría en el hombre una parte individual, que no se puede dividir. Ahora podríamos entender las razones por las que a veces nacemos ricos, y otras veces pobres. Porque, desde el punto de vista filosófico, no siempre se aprende más cuando se nace rico que cuando se nace pobre. Un hombre puede nacer de una manera u otra y siempre puede extraer una experiencia. Pero esa experiencia es limitada, porque si nace en una familia de campesinos, ese hombre tendrá la experiencia del campesino, pero le faltará la del artista, del científico, del político o del poeta. De ahí que vuelva por nuevas experiencias, nuevos encuentros y nuevas vibraciones biológicas. Lo que reencarna no es todo el hombre, sino solo una parte, la parte superior o espiritual, que generalmente está poco desarrollada. Generalmente nuestro tiempo está dedicado a los problemas materiales y no al desarrollo del Yo Superior, nuestro verdadero Yo. Si ponemos todas nuestras fuerzas al servicio de nuestros instintos, en un uso exclusivamente personal, sin permitir que los menos afortunados que nosotros puedan aprovecharse de ella, entonces nuestro “carro del alma ” ya no tiene sustancia astral para su creación, con lo cual, aunque seamos ricos en la tierra, somos pobres en lo astral. Los sacerdotes egipcios eran videntes que comprobaban en lo invisible todas las enseñanzas construidas a partir de lo visible.
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Dado que todos los filósofos, al igual que el resto de la humanidad, pasarán por las puertas de la muerte, podrán comprobar la veracidad de este conocimiento de los iniciados. A lo largo de la vida, a través del manejo de las fuerzas astrales puestas a nuestra disposición, creamos todas las tendencias evolutivas e involutivas de nuestro futuro astral. Los seres invisibles que rodeaban al ser humano han actuado, el hombre ha sido sacrificado a la hora señalada por el destino. Los seres astrales han cumplido con su misión y la muerte física ha llegado. En este momento el astral se divide en dos secciones; una parte de este astral constituye la imagen del ser humano, y su forma astral queda unida a las células físicas, dándoles vitalidad y dirigiendo su migración y su evolución. La otra parte de este astral queda unida al principio espiritual del cual constituye el revestimiento y que permitirá a este espíritu atravesar las regiones astrales. Por esta razón, en las sesiones de espiritismo serias, en las que tienen lugar materializaciones, se invoca la forma astral. En unos casos el ser aparece vestido con ropas terrestres. Cuando, por el contrario, se materializa la parte superior del ser humano, éste aparece envuelto en un fluido blanco. Así pues, con el fenómeno de la muerte lo astral evoluciona en dos planos. Son sin duda los egipcios los que mejor han estudiado teórica y prácticamente esta vida astral doble. Los egipcios pretendían que, durante la vida, el espíritu dirigía todos los actos del cuerpo mediante unas fuerzas que procedían de la parte del cielo en la que se encuentra la estrella polar. Se supone que es la razón por la cual la entrada de las Pirámides siempre se halla orientada matemáticamente hacia la estrella polar. Tras la muerte, los egipcios conservaban el cuerpo físico recubriéndolo de sal durante tres meses e inyectándole luego aromas. De este modo, mediante la momificación, se suponía que impedían la dispersión de las células físicas y fijaban alrededor del cuerpo la fuerza astral que habría dado lugar a la descomposición de dichas células. Pero aún iban más lejos, ya que durante una ceremonia mágica muy complicada evocaban las fuerzas astrales que giran alrededor de la estrella polar, las insuflaban en el doble de la momia reencarnada en esta especie de existencia astral, y encarnaban este doble, ya sea en la misma momia, ya sea en pequeñas estatuillas de madera o de barro que eran colocadas alrededor de la momia. Así pues, aparentemente los Egipcios habrían creado verdaderas ciudades subterráneas de astrales vivos, con lo que, en, un principio, podían actuar sobre el astral terrestre, retardando la reencarnación de los seres humanos y utilizando la ciencia para luchar contra las fuerzas del destino. Más tarde causaría estupor el conocimiento de la verdadera ciencia del antiguo Egipto.

Vemos pues que el astral se divide en dos secciones. Una sección que forma el “carro del alma” y que recubre al espíritu, y otra sección que forma la fuerza astral y que recubre el cuerpo físico que se descompondrá. Si el ser humano ha constituido correctamente su “carro del alma“, y si la bondad y la abnegación forman parte de este astral, entonces ciertamente tendrá lugar la evolución del futuro cuerpo astral. Los sabios han observado que los cuerpos de algunos seres vivos se diferencian muy poco de los cuerpos de los seres inferiores a ellos o de los seres inmediatamente superiores. Para los Darwinistas esta idea constituye el punto esencial del concepto de la evolución de los seres animados. No obstante, en unas condiciones generales, es imposible constatar la existencia de dicha evolución en la Tierra. Es cierto que se dan evoluciones de órganos, adaptaciones al medio, pero no se dan verdaderas evoluciones, por ejemplo, de un cuerpo de mono a un cuerpo de hombre. La razón es que la evolución no se da durante la encarnación física, sino durante el estado astral que sigue inmediatamente a la muerte física. Es en este momento cuando el cuerpo astral evoluciona, se transforma y se convierte en el origen del cuerpo astral del ser inmediatamente superior. Por otra parte, este cuerpo astral fabrica a su vez los órganos físicos, y así es como un ser físico de un orden inmediatamente superior viene a la tierra para encarnar, en un plano más elevado de la espiral, las formas del antiguo ser inmediatamente inferior. Realmente, todos los cuerpos físicos de la naturaleza sufren una evolución para constituir el cuerpo físico del ser humano. Pero esta evolución tiene lugar en el plano astral. Así pues, cuando, después del reposo astral, más o menos prolongado según el ser que deba reencarnarse, llega el momento de esta reencarnación, el futuro cuerpo astral difiere del cuerpo astral precedente según la conducta que tuvo el espíritu encarnado en la vida anterior. Este sería el origen de la belleza o de la fealdad del futuro cuerpo físico, de la fuerza o de la debilidad de los futuros órganos, del poder de elevación de las fuerzas astrales, del signo del zodíaco que señalará las fuerzas que rodearán al espíritu, y de todas las leyes secretas de la reencarnación espiritual. Los cuentos populares recogen estas influencias astrales dándoles forma de hadas buenas o malas que rodean la cuna de cada ser humano que llega al mundo. En el momento de la concepción, la fuerza de atracción de los futuros padres será tanto más grande cuanto más intensivas sean las fuerzas astrales de las que disponen, en función de su salud moral, física o espiritual.
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Hasta ahora hemos visto la reencarnación del cuerpo físico, la cual nos muestra que la ley general se aplica a cada uno de los principios del ser humano. La reencarnación del cuerpo astral, juntamente con la evolución de sus elementos, determina la evolución del cuerpo físico. >Pero también tenemos la reencarnación del principio espiritual. En todos los templos de iniciación de la antigüedad se hablaba de la reencarnación espiritual como si fuera un misterio. Tanto en la tradición oriental como en la tradición occidental podríamos encontrar muchas citas análogas. Para el iniciado de la antigüedad, el castigo que recibía el hombre aquí en la tierra afectaba a sus bienes materiales y a sus hijos. Jesús llegó a proclamar que el pecado puede ser castigado hasta nada menos que la séptima generación. Todo ello nos indica lo importante que es la idea de la reencarnación espiritual para las religiones de la antigüedad. Esta importancia es tal que, en las obras que tratan sobre este estudio, casi siempre se elude el tema de la reencarnación de los elementos físicos en el plano físico, así como el de la reencarnación evolutiva de los elementos astrales en el plano astral. Tan sólo se habla de la reencarnación del espíritu, lo cual es muy metafísico si no se estudia la reencarnación de los espíritus precedentes. El cuerpo humano está formado por un revestimiento físico material que todos conocemos. Los egipcios llamaban a este revestimiento material el Khat. Junto a este revestimiento material existe un principio que se acopla a la forma del cuerpo, y que funciona verdaderamente como su doble. Este principio, que está relacionado con el plano astral, que respira en él de forma secreta y que sufre la influencia de los astros, ha sido denominado cuerpo astral por Paracelso, alquimista, médico y astrólogo suizo, y por los egipcios fue llamado Kha, palabra que los orientalistas contemporáneos han traducido como el “doble“. Del mismo modo que el cuerpo físico procede del plano físico y regresa a él, este cuerpo astral procede del plano astral y regresa a él. El Kha, o cuerpo astral, se halla localizado físicamente en el nervio simpático y en todos los capilares, arterias, venas y órganos ligados a este nervio. El principio espiritual que utiliza este doble astral como medio de acción sobre la materia había sido denominado por los egipcios Khou o “espíritu“. Así pues, el ser humano encarnado se componía de un cuerpo, Kha, y de un espíritu, Khou. Este espíritu solía actuar desde lejos sobre la nuca de su cuerpo físico.

Los egipcios pretendían que, desde el nacimiento, el espíritu se refugiaba en las zonas astrales, hacia la estrella polar, y que desde allí incitaba a los elementos materiales. Tras la muerte, el nombre de la parte física, podríamos decir astro-física, que recubría el ser humano, privado del cuerpo material, adoptaba el nombre de Bi. La parte astro-vital de este cuerpo fluídico adoptaba el hombre de Ba, o Alma, que animaba tanto a los animales como a todos los otros seres vivos. Y finalmente la parte astro-espiritual, que en los jeroglíficos está simbolizada por un gavilán con cabeza humana, adoptaba el nombre de Bai. Esto es importante, ya que la tradición occidental tiene sus principios en las enseñanzas secretas de Egipto. Y esta tradición egipcia ha sido siempre un modelo de claridad, síntesis y enseñanza, mientras que la tradición procedente de Oriente ha sido deformada, oscurecida y ocultada, por lo que no posee esta claridad propia de la tradición egipcia. Además, Moisés era un sacerdote de Osiris y fue iniciado por los egipcios. Su iniciación fue completada por la tradición negra de Jetro, pero es preciso buscar en Egipto las raíces de las enseñanzas que Moisés nos transmitió.  Jetro, que significa “posteridad“, también conocido como Reuel o Hobab, es un personaje del Antiguo Testamento. Lo que se sabe sobre él se encuentra en el libro del Éxodo. También se lo identifica con Shoaib, un profeta mencionado en el Corán. También es adorado como un profeta por los drusos. Fue sacerdote de Madián, una tierra que se extendía desde el este del mar Muerto hasta el Sinaí. La Biblia cuenta que su hija Séfora se casó con Moisés cuando éste había huido de Egipto por haber matado un hombre que maltrataba a un esclavo hebreo. Moisés trabajó como pastor durante cuarenta años antes de volver a Egipto para llevar a los hebreos a Canaán, la tierra prometida. Jetro aconsejó a Moisés crear un sistema de cortes para poder descansar de la tarea de dirimir todos los pleitos. Así se entenderá el porqué de la importancia de las enseñanzas de Egipto. Por un lado hay la reencarnación normal. Por otro lado, la reencarnación anormal se da casi siempre como consecuencia de un castigo, ya sea tras un suicidio o tras una vida terrestre execrable ; La reencarnación forzada, es decir, la reclusión del espíritu en un astral dinamizado por la magia, está retenido en un cuerpo librado de la descomposición mediante la momificación. Este es el gran misterio de la iniciación egipcia, que supuestamente aún no ha sido revelado. Tras la muerte, cada una de las células físicas regresa a los tres planos de los cuales procedían. Los minerales reciben los huesos y los principios minerales del cuerpo humano. Los vegetales reciben los músculos y las células animales regresan a los animales. Del mismo modo, cada uno de los principios que constituyen el ser humano, regresa a su plano: el cuerpo físico regresa al plano físico, el cuerpo astral al plano astral, y el espíritu al plano espiritual o divino.
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No obstante, estos tres elementos quedan unidos y la muerte del cuerpo físico provoca la disolución de elementos minerales, vegetales y animales, que formaban en la tierra los elementos secretos del cuerpo físico. Sería absurdo asignar un plazo fijo al tiempo que separa una encarnación de un regreso a la tierra, como fijar un período igualmente determinado para la vida humana en la tierra. El período que transcurre en la tierra es esencialmente individual. Del mismo modo, no se puede determinar la duración de la estancia en lo que llamaremos los planos invisibles, ya que dicha duración es esencialmente individual. El espíritu no se detiene nunca, ya que su esencia es la actividad. Y cada vez que en la tierra anhelamos un descanso se debe a que el espíritu está influido por el cuerpo físico. Basta recordar la rapidez con la cual los recuerdos de toda una existencia reaparecen en nuestra mente en caso de peligro de muerte, o bien la prontitud con la cual un shock físico puede provocar un determinado sueño mientras dormirnos. A este respecto podemos hacer referencias a las experiencias vividas en los casos de muerte aparente. El espíritu es tan activo que se dan casos en los que el espíritu puede animar al mismo tiempo diferentes cuerpos en varios planetas. Al ser el espíritu esencialmente dinámico, su acción continúa tras la muerte. Establece relaciones, imagina, trabaja sin parar e, inconscientemente, los “dioses” inferiores que están unidos a él, construyen bajo su influencia los futuros cuerpos físicos de su reencarnación humana y los del ámbito animal, vegetal y mineral que acompañarán esta reencarnación. Internet y el cine han popularizado el concepto de avatar. Pero, sin embargo, es un concepto que tiene un origen muy antiguo y que tiene un significado mucho más profundo.  En el marco del hinduismo  un avatar es la encarnación terrestre de un dios, en particular Vishnú. Los diez avatares de Vishnú son Matsia, Kurma, Varaja, Vamaná, Krisná, Kalki, Buda, Parasuram, Rama y Narasinja. Se dice por ejemplo que el dios Krisná es el octavo avatar del dios Vishnú. El término sánscrito avatāra significa ‘el que desciende’, y proviene de avatarati. La palabra también se utiliza para referirse a encarnaciones de Dios o a maestros muy influyentes de otras religiones, aparte del hinduismo, especialmente a los adherentes a tradiciones dhármicas cuando tratan de explicar a personajes como Cristo. De acuerdo con los textos hindúes Puranas, han descendido incontable número de avatares en nuestro universo.  Dentro del vaisnavismo, los muchos avatares han sido categorizados en diferentes tipos de acuerdo con la personalidad y el rol específico descrito en las Escrituras. No todos son reconocidos como encarnaciones completas o directas de Vishnú. Algunos avatares se cree que son almas bendecidas o apoderadas con ciertas virtudes de origen divino, aunque son almas individuales.

Esto nos lleva a la opinión de que tal vez todos nosotros somos avatares de algún ser superior en un entorno tridimensional y sujetos a las limitaciones de tiempo y espacio. Tal vez cuando soñamos trascendemos de este mundo físico y vislumbramos algo de este mundo solo reservado a los “dioses” que nos “manejan”.  Podemos imaginarnos la situación como la de un titiritero (“dioses”) que construye marionetas (los seres humanos)  y las maneja en las representaciones teatrales. Seguramente tomando como base las teorías religiosas hinduistas sobre los avatares, en Internet y otras tecnologías de comunicación modernas se denomina avatar a una representación gráfica, generalmente humana, que se asocia a un usuario para su identificación. Los avatares pueden ser fotografías o dibujos artísticos, y algunas tecnologías permiten el uso de representaciones tridimensionales. Aunque el uso original del término avatar es muy distinto, este término empezó a utilizarse en el sentido iconográfico por los diseñadores de varios juegos de rol, tales como Hábitat, en 1987, o Shadowrun, en 1989. Aunque no fue sino hasta 1992 cuando se empezó a popularizar realmente, gracias a Neal Stephenson en su novela ciberpunk titulada Snow Crash, donde se empleaba este término para describir la simulación virtual de la forma humana en el Metaverse, una versión de Internet en realidad virtual. El nacimiento al plano astral es a lo que damos el nombre de muerte en nuestro lenguaje. Aquellos a quienes llamamos muertos están íntimamente relacionados con la vida y su acción se manifiesta de forma continua. Esta es la razón por la cual los chinos condecoran a un antepasado cuando un ser encarnado realiza una gran obra social. Todo lo que se adquiere durante una existencia siempre queda, y la naturaleza es demasiado parca en evoluciones como para permitir que una inteligencia no saque ningún provecho de los trabajos que ella misma ha realizado en la tierra o de las adversidades que ha padecido. Existen casos de seres muertos que han regresado a la tierra tras haber pasado por lo que en Egipto se denominaba las “puertas de la muerte“, que en egipcio equivale a Ro, nombre que también se daba a las habas de manchas negras. De aquí el horror que estas habas producían a los egipcios y a los seguidores de Pitágoras, pues eran el símbolo de las puertas de la muerte y de los misterios de Proserpina, que fue una diosa, hija de Ceres y Júpiter, y se la describía como una joven sumamente encantadora. Venus, para dar amor a Plutón, envió a su hijo Cupido, también conocido como Eros, para que acertase a Plutón con una de sus flechas.
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Proserpina estaba en Sicilia, en el lago Pergusa, cerca de Enna, donde se bañaba, jugaba con algunas ninfas y recogía flores. Entonces Plutón surgió del cercano volcán Etna con cuatro caballos negros y la raptó para casarse con ella y vivir juntos en el Hades, el inframundo grecorromano, del que era gobernante. Plutón era también su tío, pues Júpiter y Ceres eran sus hermanos. Así pues, Proserpina es la Reina del Inframundo. Su madre Ceres, diosa de los cereales o la Tierra, marchó a buscarla en vano por todos los rincones del mundo, pero no logró hallar más que un pequeño cinturón que flotaba en un pequeño lago, hecho con las lágrimas de las ninfas. En su desesperación, Ceres detuvo enfurecida el crecimiento de frutas y verduras, se arrancó los vestidos y se arañó la cara, cayendo así una maldición sobre Sicilia. Ceres rehusó volver al Olimpo y empezó a vagar por la tierra, convirtiéndose en desierto lo que pisaba. Perdió su hoz en la ciudad de Trápani. Preocupado, Júpiter envió a Mercurio para que mandara a Plutón que liberase a Proserpina. Éste obedeció, pero antes de dejarla ir le hizo comer seis semillas de granada, un símbolo de fidelidad en el matrimonio, de forma que tuviese que vivir seis meses al año con él, pudiendo permanecer el resto con su madre. Ésta es pues la razón de la primavera: cuando Proserpina vuelve con su madre, Ceres decora la tierra con flores de bienvenida, pero cuando en el otoño vuelve al Hades, la naturaleza pierde sus colores. En otra versión de la historia, Proserpina comía sólo cuatro semillas de granada durante su rapto, y lo hacía por propia voluntad. Cuando Júpiter le ordenaba regresar, Plutón hacía un trato con él, diciendo que como Proserpina había robado sus semillas de granada, debía permanecer cuatro meses con él cada año en compensación. Por esta razón, en primavera, cuando Ceres recibía a su hija, las cosechas brotaban y en verano florecían. En el otoño Ceres cambiaba las hojas a tonos de marrón y naranja, sus colores favoritos, como regalo para Proserpina antes de que volviese al inframundo. Durante la época en la que ésta vivía con Plutón, el mundo pasaba el invierno, una época en la que tierra era estéril. El mito de Proserpina, descrito principalmente por el romano Claudiano (siglo IV) está estrechamente relacionado con el de Orfeo y Eurídice. Es Proserpina, como Reina del Hades, quien permite a Orfeo entrar y llevar de vuelta a la vida a su esposa Eurídice, muerta por una mordedura de serpiente. Proserpina tocaba su cítara para aplacar a Cerbero, pero Orfeo no respetaba su orden de nunca mirar atrás y perdía así a Eurídice.

El iniciado se desdoblaba y atravesaba conscientemente estas puertas de la muerte. Al regresar, estaba tan seguro de que, al igual que existen el sol y la luna, también hay una existencia más allá de la tumba. Por esta razón se autodenominaba “escribano de las dos vidas“, “de los nacidos dos veces” (Dwidja, en sánscrito) o bautizado. Según las experiencias iniciáticas y escritos de los que han regresado, podemos resumir cual es el estado en el que se encuentra el ser humano inmediatamente después de la muerte. Con excepción de la muerte por suicidio, la sensación de la muerte no es dolorosa en los casos en que se sigue una evolución normal. Esta sensación es análoga a la que se experimenta cuando se navega en un barco. De aquí procede la imagen de la barca de Isis, la barca de Caron y todas las ideas mitológicas que en la Antigüedad traducían para el pueblo las sensaciones del plano astral. Para los contemporáneos, la sensación es análoga a la de un viaje en tren, sin sacudidas. El ser no cree haber experimentado lo que nosotros denominamos muerte, sino que se imagina que está durmiendo y soñando. Al mismo tiempo, dado que la muerte constituye un verdadero nacimiento para los planos que aquí denominamos invisibles, el ser vuelve a encontrarse rodeado por todos sus familiares, por todos aquellos que él creía haber perdido, mientras que, por otra parte, los que se quedan en la Tierra se lamentan y creen en una separación definitiva. Dice la tradición iniciática, que durante tres días, el espíritu, acompañado de un guía, puede visitar todos aquellos puntos de la Tierra que desee. Puede aparecerse, ya sea en sueños o bien directamente, como fantasmas, a los seres queridos que ha dejado en la tierra. Incluso puede seguir su cortejo fúnebre desde el estado astral. Luego sobreviene el sueño en el astral. Los nuevos órganos astrales deben habituarse a los planos en los cuales en adelante evolucionarán. Y, dado que la naturaleza no avanza a saltos, esta nueva adaptación se realiza lentamente, según la evolución anterior del espíritu. Para los iniciados, para aquellos que ya se hallan en el plano astral, esta evolución queda suprimida y el paso de las puertas zodiacales se realiza con toda facilidad. Para los no-iniciados y los profanos, aquellos que no han pasado por este plano, que para la Rosacruz masónica se halla representado por el esqueleto colocado a la entrada y a la salida de una habitación roja, la evolución es más lenta y puede ser que el despertar no se produzca hasta que no haya transcurrido un período que, en tiempo terrestre, oscile entre un mes y un año. Aquí de nuevo todo es individual. Los hindús han estudiado perfectamente estas diferencias de tiempo, y  muestran que un año del plano divino equivale a 365 del plano terrestre.
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A los espíritus les cuesta mucho fijar el tiempo terrestre cuando se les evoca en sesiones espiritistas o de otra índole, ya que han perdido la noción del mismo. Tras despertar, el espíritu utiliza en primer lugar sus órganos astrales para ayudar a la evolución general y después para constituir sus futuros habitáculos terrestres. Aunque decimos terrestres, la reencarnación puede hacerse en cualquier otro planeta de un sistema cualquiera, suponiendo que el sistema astronómico que nos han enseñado sea exacto, lo que sabremos tras la muerte. Al igual como el hombre en la tierra cambia de plano cuando los tiempos terminan, el espíritu, en el plano espiritual, adquiere conciencia de que su evolución personal y la de los otros espíritus, de los cuales tan sólo es un elemento, debe pasar por la prosecución de las adversidades. Es entonces cuando se le exige el gran sacrificio. Es totalmente consciente de todas sus encarnaciones anteriores, sabe lo que ha ganado o lo que ha perdido durante sus últimas existencias y sabe también cuáles son las adversidades que deberá vencer a lo largo de la existencia que va a empezar. Ante las adversidades que se vislumbran, como la separación de seres queridos, el espíritu se sumerge en la angustia. Entonces es cuando intervienen los espíritus de protección, entre ellos los antepasados, que le rodean y reconfortan. Entonces el espíritu pasa revista a todo el ciclo de los seres de todos los planos que evolucionarán junto a él. Después, los fluidos del río del olvido, río astral y no físico, rodean al espíritu antes de su nueva encarnación. Esta pérdida de la memoria es imprescindible para evitar el suicidio en la tierra. Algunas veces en el plano divino existen signos de una belleza tal que los seres terrestres apenas pueden concebirla. Recordemos aquí lo que dice Virgilio en Eneidas, Libro VI: “Entonces Eneas divisa un bosque aislado en un rincón del valle; las aguas del Leteo bañaban aquel tranquilo lugar. A orillas del río, una multitud de sombras de todas las naciones del universo revoloteaban del mismo modo que las abejas, en los soleados días de verano, se expanden por las praderas, posándose en diferentes flores y volando alrededor de los lirios; todo el campo resuena con el zumbido del enjambre. Eneas, sorprendido, pregunta a su padre cuál es este río, y por qué todas sus sombras parecen tan afanosamente por la orilla. Estas almas, respondió Anquises, deben dar vida a nuevos cuerpos; por ello se agrupan en masa a orillas de este río, y beben de sus aguas para olvidarse del pasado. Hace mucho tiempo, hijo mío, que deseo que conozcas aquellas, de entre estas almas, que compondrán tu gloriosa posteridad: este conocimiento aumentará la alegría que debe producirte tu feliz llegada a Italia. ¡Oh, padre mío!, le interrumpió Eneas, ¿es posible que estas almas regresen a la tierra para dar vida por segunda vez a unos cuerpos mortales? ¿puede ser que deseen con tanto fervor volver a ver la luz y que tanto les guste aquella desgraciada vida?”

Las diferentes etapas por las que pasa el alma cuando desciende hacia la tierra han sido admirablemente descritas por Saint-Yves d’Alveydre. Por ello creemos que lo mejor que podemos hacer es repetir su conmovedora evocación de los Misterios del Nacimiento: “Existe algo que es tan grave como la Muerte: El Nacimiento. La Vida es la sonrisa de la Naturaleza; el Nacimiento es el beso que aquella da al alma humana. La mujer, por su parte, lleva en sí misma la presencia real de la Naturaleza. Ionah, la virtud plástica de la naturaleza, habita felizmente en ella. Rouah, el espíritu, el amor, desciende del cielo para posarse y jugar en su corazón; el gran secreto de la creación le sonríe a través de un niño cuando un alma descendida en ella la mira con sus ojos. El alma, que es inmortal tras la muerte, también lo es antes de su nacimiento. En el estado social, los antepasados se incorporan a las generaciones a través de la Mujer. El antepasado inmortal, que había sido evocado a la vida social según los Misterios del Espíritu Santo y los del Padre, o bien de una forma profana, y que volverá a convertirse en un niño sujeto a la muerte física, aparecerá, en el momento señalado, allí donde deba aparecer. Durante esta evocación, que empieza con un vértigo de inmortalidad, según el lugar que ocupe en las jerarquías psicúrgicas, el alma abandona una de sus estancias cosmogónicas, y regresa. Invisible, pero sensible para el corazón enamorado, se aparece dulcemente a la mujer que deberá habitar y, durante nueve revoluciones lunares, anuda al cuerpo terrestre sus efluvios siderales a través de la sangre y el alma de la madre, en la cual se hundirá cuando se produzca la primera aspiración“. Pero, ¿qué es el alma? El alma es el principio inmortal de la existencia. Es la causa radiante a través del cuerpo visible y del cuerpo invisible. En fisiología, el alma es la fuerza que anima y mueve, atrae o rechaza. Cada uno de nosotros existía antes de su nacimiento y sobrevive a su muerte. Con el nacimiento el espíritu ya está unido a su cuerpo material. Este estado especial de infancia terrestre, será un verdadero estado mixto en el cual el espíritu vive aún sobre dos planos. Esta doble existencia dura hasta la edad de siete años. Durante siete años, el espíritu experimenta y el cerebro del niño se halla en relación con la tierra y con lo invisible. Vive en los dos planos. Esta es la razón por la cual el niño tiene visiones que su espíritu percibe en el plano invisible. El nacimiento a la vida terrestre es la muerte en el más allá. Los antepasados que rodean al espíritu se lamentan pero siguen protegiendo al niño durante sus primeros años terrestres.
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El espíritu se encarna cuando el niño tiene entre uno y siete años. Puede ser que al nacer el niño no reciba el espíritu. Entonces se produce la muerte del niño. Claude de Saint-Martin dice que, en la naturaleza, el árbol no aparece como tal. Primero hay una semilla. Lo mismo ocurre con las ideas que son como semillas en el cerebro del niño. Luego, las sensaciones de la vida cotidiana hacen crecer las ideas. El cerebro del niño es un jardín en el cual pueden germinar las sensaciones que, a su vez, dependen de la herencia y del ejemplo dado por los padres. Este jardín puede ser un jardín de odio y de desprecio. Todo depende de la encarnación anterior y del medio en el cual el niño evoluciona. En el ser humano se suceden tres fases: la incredulidad, la rebelión y la formación de la personalidad. Todo ser humano se halla regido por las mismas leyes. Todos los seres humanos están hechos del mismo patrón. La luz busca la honestidad, el hombre de ciencia busca la verdad. Las leyes de la evolución cerebral son las mismas para todos los seres humanos. Así pues, tenemos que seguir nuestro propio camino y preguntarnos por qué los demás no piensan como nosotros. Pero, ¿podemos modificar su destino? El presente nos es dado para modificar nuestro destino. El espíritu puede probar varios cuerpos y adueñarse definitivamente del más fuerte. Cuando un recién nacido muere, el espíritu no regresa siempre al plano divino. A veces prueba diferentes cuerpos, lo cual es muy distinto. Por lo general, se puede decir que esta prueba nunca sobrepasa los siete meses. “Podéis ser castigados hasta la séptima generación”, dicen las Escrituras. Esta frase es incomprensible si no se conoce el misterio de la reencarnación. Físicamente una enfermedad puede modificar los cuerpos físicos durante tres o más generaciones. Desde el punto de vista astral y espiritual, dicha modificación puede perdurar hasta siete generaciones, tal como muy bien lo dice la Escritura. El suicidio es un caso bastante frecuente de reencarnación anormal. El suicidio es como una compensación por el olvido de existencias anteriores. Si el hombre fuera consciente de todo aquello por lo que debe ganarse el perdón, tal vez no querría iniciar la vida física y se suicidaría enseguida. Se puede decir que el hombre que se ha suicidado conscientemente, la Naturaleza no lo reconoce como muerto. Está representado por el terrible suplicio de Tántalo. Tiene sed y hambre, sin tener los órganos físicos para realizar su deseo. Tiene una terrible necesidad de dormir y no tiene órganos físicos para que su espíritu descanse. En la mitología griega, Tántalo era un hijo de Zeus y la oceánide Pluto, rey de Frigia o del monte Sípilo en Lidia (Asia Menor). Se convirtió en uno de los habitantes del Tártaro, la parte más profunda del Inframundo, reservada al castigo de los malvados. Fue padre de Pélope, Níobe y Broteas con la pléyade Dione. Robert Graves dice que su esposa también pudo ser Euritemista, una hija del dios-río Janto, Eurianasa, hija del dios-río Pactolo, o Clitia, hija de Anfidamante.

Se conoce a Tántalo por haber sido invitado por Zeus a la mesa de los dioses en el Olimpo. Jactándose de ello entre los mortales, fue revelando los secretos que había oído en la mesa y, no contento con eso, robó algo de néctar y ambrosía de los dioses y lo repartió entre sus amigos. Tántalo quiso corresponder a los dioses y les invitó a un banquete que organizó en el monte Sípilo. Cuando la comida empezó a escasear, decidió ofrecer a su hijo Pélope. En lo que constituye un arquetípico rito de iniciación chamánica, descuartizó al muchacho, coció sus miembros y los sirvió a los invitados. Los dioses, que habían sido advertidos, evitaron tocar la ofrenda. Sólo Deméter, trastocada por la reciente pérdida de su hija Perséfone, «no se percató de lo que era» y se comió el hombro izquierdo del desdichado. Zeus ordenó a Hermes que reconstruyera el cuerpo de Pélope y lo volviera a cocer en un caldero mágico, sustituyendo su hombro por uno forjado de marfil de delfín, hecho por Hefesto y ofrecido por Deméter. Las moiras le dieron vida de nuevo y así obtuvo nuevas cualidades. Para reforzar su iniciación en los misterios divinos, Poseidón secuestró al nuevo Pélope y lo llevó al Olimpo, haciéndolo su amante. Un último crimen terminó por colmar la paciencia de los dioses: cuando Pandáreo robó el mastín de oro, que le había hecho Cronos a Rea para que cuidara del recién nacido Zeus, y se lo dio a Tántalo para que lo ocultara. Una vez pasada la alarma inicial sin que se supiera nada del perro, Pandáreo le pidió que se lo devolviera, pero Tántalo le juró por Zeus que nunca había oído hablar de él. Escandalizado Zeus por el perjurio o por el robo aplastó a Tántalo con una roca que pendía del monte Sípilo y arruinó su reino. Después de muerto, Tántalo fue eternamente torturado en el Tártaro por los crímenes que había cometido. En lo que actualmente es un ejemplo proverbial de tentación sin satisfacción, su castigo consistió en estar en un lago con el agua a la altura de la barbilla, bajo un árbol de ramas bajas repletas de frutas. Cada vez que Tántalo, desesperado por el hambre o la sed, intenta tomar una fruta o sorber algo de agua, éstos se retiran inmediatamente de su alcance. Además pendía sobre él una enorme roca oscilante que amenaza con aplastarle.
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Hay una forma de reencarnación anormal que ha existido en la tierra durante siglos y siglos. Es lo que llamamos la reencarnación del doble por parte de los egipcios. Los antiguos egipcios quisieron luchar cara a cara contra las fuerzas más terribles de la naturaleza. También ha querido luchar contra esta ley de la reencarnación que muy bien conocía. Para ello, el egipcio inmovilizaba las células del cuerpo físico mediante la momificación y hechizaba lo astral, al que daba el nombre de doble. Durante unas ceremonias que precedían la introducción de la momia en la tumba, mediante este hechizo, ataba el doble a la momia e impedía parte de la evolución espiritual. El espíritu realizaba en el plano divino una serie de funciones que tenía que realizar normalmente y participaba en la naturaleza de Dios; pero la reencarnación quedaba aplazada por mucho tiempo. Así pues, las ciudades de tumbas estaban realmente pobladas por seres astrales, y esta existencia astral le importaba mucho más al egipcio que su existencia física. Para lograr este efecto, se necesitaba un conjunto de circunstancias que raramente se cumplían. Por eso se puede decir que, a pesar de toda su ciencia y de toda su magia, los egipcios tan sólo lograban el hechizo verdadero del doble aproximadamente una vez de cada mil que lo intentaban, que ya es bastante. La reencarnación es presentada como el origen de las diferencias sociales. Aquel que se haya portado mal en una existencia anterior, será castigado en una existencia posterior, y viceversa. La idea egipcia de la reencarnación pasa a Grecia por mediación de Pitágoras y de sus discípulos. Empedocles primero y luego Platón, han popularizado esta concepción. En el Timeo, de Platón, se pueden leer estas palabras de doble sentido: “Los cobardes se verán convertidos en mujeres, los hombres frívolos y vanos en pájaros,  los ignorantes en fieras salvajes tanto más rastreras y encorvadas sobre la tierra  cuanto mayor haya sido su pereza; los hombres sucios y glotones se encarnaran en  peces y reptiles acuáticos”. En el Phedon se puede leer: “Aquellos que se hayan dejado llevar por la intemperancia, por los excesos del amor y  de la comida, y que nunca se hayan retenido, van a entrar muy probablemente en el  cuerpo de animales parecidos, y aquellos que tan sólo hall apreciado la injusticia, la  tiranía y las rapiñas, se reencarnarán en los cuerpos de lobos, gavilanes y halcones. El  destino de las otras almas dependerá de la vida que hayan llevado”. Estas citas se refieren a la reencarnación más bien física que espiritual. Plotino, en sus Enéadas, nos dice: “Desde la más remota antigüedad se admite que si el alma comete faltas se verá  condenada a expiarlas sufriendo los castigos de los infiernos tenebrosos. Luego podrá  pasar a nuevos cuerpos para reemprender sus adversidades”.

En otro lugar, Plotino dice: “Cuando nos hallamos perdidos en la multiplicidad se nos castiga primero con nuestro mismo extravío, luego, cuando nos reencarnamos, nos encontramos en unas  condiciones menos favorables”. Los Druidas enseñaban también la reencarnación, con la metemsicosis como corolario para el cuerpo físico. Y hay una influencia de la reencarnación espiritual en la vida social, y esta idea no es nueva y ha constituido la base de todos los misterios de la Antigüedad. El espíritu salía del Zodíaco por la Puerta de la Muerte, o Capricornio,entraba por la Puerta de la Vida, Cáncer. Porfirio, en su Gruta de las Ninfas, escribe que para los egipcios existen dos puertas en el cielo: una, situada en el Trópico de Cáncer, recibía el nombre de la Puerta de los Hombres. Por esta puerta las almas venían a la tierra para animar los cuerpos de los hombres. La segunda puerta, llamada la Puerta de los Dioses, estaba situada en el signo del Capricornio y su papel consistía en dar paso a las almas que, tras la muerte, regresaban al cielo. La primera puerta era la Puerta de la Vida, la otra la Puerta de la Muerte o delInfierno. Se puede decir que, en general, la vida social actual está determinada por el estado anterior del espíritu y que ésta determina el estado social futuro. Es una ley implacable la acción del destino sobre el espíritu. Pero el espíritu humano tiene de particular que, al no poder hacer nada en lo referente a la constitución de su cuerpo y las leyes que lo rigen, se aboca en la constitución de leyes sociales y la creación de sociedades, las cuales son prácticamente obras de la voluntad del hombre. Pero, ¿este destino, esta ley fatal, puede ser modificada por el hombre? Los hindús, de quienes los miembros de la Sociedad Teosófica de H.P. Blavatsky han adoptado algunas ideas, han dado a este destino el nombre de Karma. Los budistas enseñan que este destino tan sólo puede ser modificado por la conducta actual del hombre obrando sobre su destino futuro. Los iniciados de Oriente, es decir, los adeptos a la escuela brahmánica, los taoístas de China, y los iniciados de Occidente, seguidores de la tradición secreta egipcia, nos enseñan, al contrario, que este destino puede ser modificado mediante la influencia de la piedad celeste por parte de los seres divinos, a los que el encarnado siempre puede recurrir. En la vida se progresa continuamente y, conforme a estos progresos se va cambiando de guía. Los iniciados nos dicen que el destino actual puede ser modificado por el coraje físico, por la sumisión a las adversidades morales, y por la plegaria y la asistencia divina. El destino domina el pasado, mientras que la voluntad humana domina el presente y la divina providencia el porvenir. Pitágoras había aprendido de los chinos que el destino tenía por número el 5, la voluntad humana el 4 y la divina providencia el 3. En la Tierra era necesaria la unión astral: 3 por 3 = 9, 4 por 4 = 16, 16 y 9 = 25, para equilibrar el cuadrado de la potencia fatal 5 por 5 = 25. Esta es la clave secreta del célebre Teorema de Pitágoras, que nos dice que el cuadrado de la hipotenusa es igual a la suma de los cuadrados de los catetos.
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Así pues, es necesario que en la Tierra el hombre una sus fuerzas a la del plano divino -para equilibrar la fuerza del destino. Los occidentales tienen razón cuando, junto con los brahmanes, proclaman que la plegaria es una palanca con una fuerza formidable que, al apoyarse en la voluntad humana, puede levantar el peso terrible del destino o del Karma. La atracción más intensa, manifestada generalmente a través del amor compartido, consigue atraer a los espíritus más alejados de la tierra, es decir, los más puros, y que la atracción más débil ejercida por personas carentes de amor busca los espíritus cercanos a la Tierra, como los espíritus materiales. Así pues, la sociedad actual es el resultado de una sociedad anterior y aquí se comprende la prudencia que manifiestan los antiguos chinos cuando consideraban los seres vivos únicamente como el resultado pasajero de la acción de la sociedad de los antepasados. Cuando entre dos pueblos existe un odio atroz, a menudo los guías espirituales intercambian las reencarnaciones con lo que, a veces, el espíritu de odio se modifica. Tal como decía un maestro espiritual: “venimos a pagar aquí las deudas que hemos contraído“. Esta idea también aparece en una plegaria de Jesús: “Padre, redímenos de nuestras deudas así como nosotros las redimimos a aquellos que nos las deben“. Frase que la Iglesia ha traducido por: “Perdónanos nuestras ofensas tal como nosotros las perdonamos a aquellos que nos han ofendido“. La encarnación terrestre debe reforzar los órganos espirituales futuros. La resistencia a las fuerzas del destino sólo puede manifestarse a través de las adversidades. Cuando decimos: “Danos el pan de cada día“, estamos pidiendo adversidades que están adaptadas a nuestra resistencia. Aquellos que conocen el origen secreto de la vida que circula en todos los planos de la encarnación, saben perfectamente que, salvo casos realmente excepcionales, el Padre jamás dejará morir a sus hijos en ningún plano. En el plano moral ocurre exactamente lo mismo que en el plano físico. Cada adversidad actúa a nivel de la nuca, donde confluyen todos los centros sensoriales conscientes del ser humano. Entre los antiguos egipcios nos encontramos con una enseñanza idéntica bajo el nombre de Sa, y la influencia de la nuca como punto de concentración, está perfectamente representada en todos los bajo relieves. Así pues, si se nos presenta una primera adversidad, de forma muy suave: podemos resistirla por nosotros mismos, sin ayuda divina.

Ha habido casos en los que seres de la Tierra han entrado realmente en comunicación con el mundo de los espíritus. A este respecto es digno de mención el caso de Swedenborg. Emanuel Swedenborg (1688 – 1772) fue un científico, teólogo y filósofo sueco. Era hijo del profesor y obispo luterano Jesper Swedberg (1653–1735), obispo de Skara (Suecia), uno de los más destacados hombres de iglesia del país. Hasta la edad de 56 años, Emanuel Swedenborg dedicó esencialmente su vida a investigaciones científicas que lo llevaron a numerosos países. Publicó un gran número de libros sobre matemáticas, geología, química, física, mineralogía, astronomía, anatomía, biología, psiquiatría, en los cuales se contiene el germen de numerosas ideas brillantes asignadas más tarde a otros investigadores. Aunque parezca increíble, hizo los planos de un avión y de un submarino, y descubrió la función de las glándulas endocrinas, el funcionamiento del cerebro y el cerebelo. Sus obras se utilizan hoy día en los EE.UU., en institutos de investigación en psicomotricidad, probando así clínicamente el fundamento de descubrimientos hechos hace cerca de tres siglos. También inventó un sistema decimal monetario que sirve también para el estudio de la cristalografía. Fue el primero en desarrollar la hipótesis sobre la formación nebulosa del sistema solar, proponiendo la naturaleza de la Vía Láctea. Produjo también un estudio avanzado sobre la circulación de la sangre y sobre la relación del corazón y los pulmones. A la edad de 56 años, abandonó sus investigaciones científicas para dedicarse enteramente a la investigación teológica, psicológica y filosófica, con el fin de hacer descubrir a los hombres una espiritualidad racional. Murió en 1772 después de haber escrito más de un centenar de obras sobre todos los temas enumerados. Desde su más tierna infancia mostró una pasión por el estudio de todo lo que tiene relación con el universo y el hombre, observó los mecanismos, las fuerzas y los influjos que regulan la vida y cómo se desenvuelven. Mucho antes de la edad de 10 años ya se relaciona con el mundo adulto para buscar respuestas a temas como la fe, la vida eterna, la sede del alma. Pero descontento por las respuestas que obtiene a sus cuestiones, experimenta sobre sí mismo y por sí mismo. Al experimentar sobre su respiración, pensó que, a partir de la infancia, tendría acceso a estados de conciencia modificada. Más tarde fabricará sus propias lentes ópticas para explorar lo infinitamente grande y lo infinitamente pequeño. Su búsqueda insaciable de la sede del alma le hizo relacionarse con hombres famosos de su tiempo, tales como Newton, Leibniz y de otros miembros de la Royal Society y las universidades de Oxford y Cambridge. Viaja por toda Europa patrocinado por el rey Carlos XII de Suecia y el duque de Brunswick, con el fin de estudiar y publicar los frutos de sus investigaciones.
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Si ya en vida influyó en grandes reyes, grandes científicos y filósofos, como Newton, Kant, o Voltaire, es después de su muerte, y en consecuencia, al conocimiento que nació sobre las bases de su pensamiento, cuando se notó su influencia en las esferas religiosas masónicas y terapéuticas. Los escritos de Emanuel Swedenborg inspiraron a grandes músicos, escritores y psicólogos. Entre ellos se citará a los más conocidos tales como Goethe, William Blake, Helen Keller, Gérard de Nerval, Thomas Carlyle, Isaac Pitman, Johnny Appleseed, Balzac, Wagner, Oberlin, Berlioz, Ralph Waldo Emerson, Baudelaire, Paul Valéry, Henry James, Eliphas Lévi, Hahnemann. En lengua castellana su difusor más importante fue Jorge Luis Borges, que escribió varias conferencias sobre el místico sueco. Carl Gustav Jung dibujó la inspiración de su «psicología de las profundidades» en los Misterios Celestiales, que influyeron en toda la psicología moderna. Algunos se sirvieron de los escritos de Swedenborg, y le acusan de que solamente tiene como finalidad el espiritismo. Pero Swedenborg sólo practicaba el espiritismo para convencer, y no sin reticencias, conociendo bien los peligros de tales prácticas. Algunos se sirvieron de él, sin referenciarlo directamente, para crear sus propios movimientos religiosos. Entre ellos se podrá citar el cientifismo, la teosofía, la antroposofía. Actualmente hay numerosas iglesias que citan los escritos teológicos de Swedenborg como la verdad Divina misma y se pueden encontrar esparcidas por todo el mundo. Incluso los budistas le llaman el «Buda del Norte». Decenas de millares de adeptos le siguen en el mundo y, a pesar de una apariencia hermética, los escritos teológicos de Swedenborg son simples en su mensaje inicial: «Ama a tu prójimo como a ti mismo, purifícate del mal, trabaja por la armonía universal». Durante la conferencia que Jorge Luis Borges impartió en la Universidad de Belgrano el 16 de junio de 1978, el escritor relató someramente las vicisitudes de la obra y la vida del místico sueco. Así, explica cómo sucedió el cambio de perspectiva que a los 56 años lo arrebató del estudio de la ciencia y lo condujo a la teología y el esoterismo. El cambio de perspectiva supuso un cambio de estilo también, del barroquismo a una árida prosa que buscaba la exactitud de la descripción. Dichos cambios se deben a una serie de supuestas revelaciones en las que Jesucristo se presentó en la casa londinense de Swedenborg para requerir de él una misión: reconducir la religión y la interpretación de las escrituras cristianas. Con los poderes de un Fausto para visitar cielo e infierno, pero evitando el pacto diabólico, Swedenborg recibió permiso para contarle a la humanidad los secretos de la vida después de la muerte.

El encuentro se habría producido de la siguiente manera: Swedenborg se hallaba mirando por la ventana cuando vio llegar a un hombre por su calle hacia él, llegando a sentir una empatía instantánea. Para su sorpresa, aquel hombre se dirigió a su puerta y llamó. Al abrir, Swedenborg sintió una confianza absoluta, una necesidad de entrega hacia esta persona, que se presentó a sí mismo como Jesucristo. Tomando agradablemente un té con él, éste le reveló su preocupación por el rumbo de la Iglesia y le anunció que él era el indicado para explicar al mundo el camino correcto. Borges arguye que muchos místicos pueden pasar por locos, pero el caso de Swedenborg es especial, tanto por su enorme capacidad intelectual, como por el tremendo prestigio científico del que gozaba, así como por el radical viraje que supuso en su vida y obra. Destaca también, como prueba de verosimilitud de estos escritos, la sencilla facilidad de su prosa, enfrentada a la tradicional exaltación mística y a su misma prosa anterior, densa y abstrusa, así como a la enorme originalidad de sus planteamientos, los cuales han sido fundamentales en la conformación del concepto de cielo moderno. En su obra Sobre el cielo y sus maravillas y sobre el infierno, Swedenborg pone de manifiesto que el cielo y el infierno son estados del alma. Después de la muerte del cuerpo físico el individuo pasa un tiempo intermedio en el mundo de los espíritus, donde elegirá libremente ir al cielo o al infierno. Según Swedenborg, el cielo no es una recompensa y el infierno no es un castigo. Swedenborg demostró que, a través de visiones a distancia desde la Tierra, sus facultades de percepción de lo invisible eran efectivas. Fue así como anunció el incendio de una ciudad, que se produjo a una gran distancia, a la hora exacta en que este incendio se producía, así como otros muchos hechos del mismo género. El pastor Charles Byse, que escribió sobre Swedenborg un libro titulado “Swedenborg“, nos dice: “El vidente sueco ha sido capaz de vivir durante 37 años consecutivos en constante  relación con los habitantes del más allá. Los ha visto y oído del mismo modo que ellos  se ven y se oyen entre sí, ha recibido su visita y ha visitado sus dominios, en una  palabra, ha vivido al mismo tiempo en los dos mundos: el de la materia y el del  espíritu. Sin tener que pasar por la muerte, ha podido, por así decirlo, explorar el universo  invisible del cual tan poco sabemos y que tanto nos interesa, ya menudo nos cuenta con  muchos detalles lo que ha presenciado durante estos viajes tan extraños”. Esta es la mejor descripción que se pueda dar sobre aquel que vivió en los dos planos, al igual como todos los grandes iniciados de los misterios antiguos. Ahora bien, todos los relatos de los videntes coinciden al decir que los espíritus hablan a través de imágenes, que intentan hablar a los habitantes de la Tierra evocando y proyectando señales.
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En efecto, la visión en sueños se hace mediante imágenes, y todo aquello que se relaciona con lo invisible está unido íntimamente a la producción de imágenes, que son como señales astrales, que se convierten en señales físicas al aparecer en la tierra. De aquí se deduce que los pueblos primitivos, del mismo modo que un niño, están en relación casi permanente con lo invisible y escriben valiéndose de imágenes. El lenguaje ideográfico, cuyos protagonistas fueron los antiguos egipcios, la colonia de los Atlantes, y los antiguos chinos, constituía una prueba de estas relaciones con lo invisible. Las imágenes de este lenguaje ideográfico, los primeros jeroglíficos, eran una copia de temas terrestres. Pero el principio de esta escritura derivaba de las relaciones del hombre con lo invisible. Swedenborg estuvo en relación con seres invisibles. Pero, ¿cómo eran estos seres invisibles? ¿Pertenecían al plano astral superior o al plano divino? Esta es una cuestión importante. Cuando un ser desencarnado se halla en el otro plano, hace uso de nuevas facultades para comunicar su pensamiento. Pero estas nuevas facultades no hacen olvidar lo que adquirió en su última encarnación, con lo cual el ser desencarnado conserva en la memoria los últimos idiomas terrestres que ha utilizado. Pero esta memoria se oscurece poco a poco, para no volver a manifestarse hasta la siguiente reencarnación. Pocas veces se da que un ser espiritual reencarnado en la tierra se vea obligado, por circunstancias en apariencia fortuitas, a hablar, además de su idioma actual, el idioma del país de su última encarnación. Esto es un punto interesante a tener en cuenta. Si se ha hecho una objeción importante a la doctrina de la reencarnación, es la objeción debida al olvido de las existencias anteriores, durante una determinada existencia. Este olvido es una necesidad ineluctable para evitar el suicidio. Antes de regresar a la tierra, o cuando se encuentra en el plano físico, todo espíritu ve las adversidades que deberá sufrir y no regresa hasta que no las ha aceptado conscientemente. Ahora bien, si el espíritu, una vez encarnado, supiera todo lo que deberá soportar, probablemente su mente se desmoronaría y el suicidio consciente sería el punto final. Por ejemplo, una madre que tuviera un espejo mágico que le revelara el futuro con certeza, terminaría rompiéndolo tras ocho días de prueba, si viera todas las adversidades que aguardan a sus hijos.

Lo mismo ocurriría con el espíritu que no hubiera bebido el agua del río Lete antes de regresar a la tierra. Sería preciso desproveer al hombre de la facultad de suicidarse si se quisiera que éste conservara el recuerdo de existencias anteriores. Se puede conservar un recuerdo remoto, una intuición especial de una existencia anterior; pero tener una visión clara de lo que uno ha sido, de la persona exacta que uno ha representado en la Tierra, es algo que no sucede casi nunca y que está fuera de las leyes naturales. El ser humano que es consciente de este misterio de la reencarnación, en seguida se imagina el personaje que debió ser, y, como por azar, se encuentra con que este personaje fue siempre un hombre importante en la Tierra y que gozaba de una buena posición. En las reuniones de espiritismo, por lo general, se ven muy pocos asesinos o sirvientes reencarnados: Lo que más abunda son personajes famosos como Napoleón, Federico el Grande o algunos faraones célebres, que se ven reencarnados en gente sencilla que llega a imaginarse que ha sido algunos de estos importantes personajes que se imagina. Esta tendencia es tan humana, que ya cuando los discípulos de Pitágoras estudiaban este misterio, se imaginaban que todos habían sido grandes tiranos o reyes célebres antes de regresar a la tierra. Y cuando le preguntaban a Pitágoras lo que él había sido en aquella época en la que ellos creían haber reinado, Pitágoras les respondía sonriendo: “Mientras vosotros erais tan poderosos y los hombres temblaban bajo vuestra autoridad, yo era un gallo“. Esta importante lección de filosofía mediante la cual Pitágoras mostraba a sus discípulos su preocupación por la evolución de los cuerpos mientras que el resto se perdía en vanas investigaciones relacionadas con la evolución de los espíritus, tan sólo tuvo un fallo, el de haber sido mal interpretada por los filósofos clásicos, los cuales hicieron de la broma de Pitágoras una doctrina filosófica, confundiendo de este modo la metempsicosis con la reencarnación, y la reencarnación del cuerpo con la del espíritu. La doctrina de la reencarnación ha penetrado en los ambientes populares bajo la influencia del espiritismo y la teosofía, doctrina basada en un triple estudio: karma, vegetarianismo y reencarnación. En la Tierra existen seres excepcionales que llegan aquí del mismo modo como el Salvador descendió a los infiernos, es decir libremente y sin haber contraído ninguna deuda; son los enviados. Se caracterizan por poseer unos poderes particulares junto con una gran modestia. Según una tradición secreta, en la Tierra existen siempre tres de estos enviados. Poco importa el hecho de que estén encarnados juntos o que cada uno funcione en un plano diferente. Cada uno de estos enviados posee un carácter específico. Tenían una noción completa no tan sólo de la vida presente en todos sus detalles, sino también de todos los seres terrestres con los cuales estaban relacionados. Así es como son aquellos que han regresado voluntariamente, aquellos que recuerdan de verdad, y precisamente porque recuerdan, aquellos que nunca dicen que han sido tal o cual gran personaje y que tampoco mencionan todo lo que pudieron hacer a lo largo de sus existencias anteriores.
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Al lado de aquellos que regresan se encuentran aquellos que recuerdan las vidas pasadas mediante el ejercicio de sus poderes mágicos y del bautismo espiritual. En la Antigüedad se decía que aquellos que habían sido iniciados en el antro de los Trofonio, serían seres tristes durante toda su vida, ya que se habían encontrado cara a cara ante los horrores del más allá. En la mitología griega, Trofonio era un héroe o demonio o dios. El nombre procede etimológicamente de trepho, ‘alimentar’. Estrabón y varias inscripciones se refieren a él como Zeus Trephonios. En la mitología griega, Trofonio era hijo de Ergino. Según el himno homérico a Apolo, Trofonio construyó el templo de Apolo en el oráculo de Delfos con su hermano, Agamedes. Cuando terminaron, el oráculo dijo a los hermanos que hiciesen absolutamente todo lo que desearan durante seis días y, al séptimo, su mayor deseo les sería concedido. Así hicieron y fueron hallados muertos al séptimo día. El dicho «aquellos a los que aman los dioses mueren jóvenes» procede de esta historia. Alternativamente, según Pausanias construyeron una cámara del tesoro, con una entrada secreta que sólo ellos conocían, para el rey Hirieo, de Beocia. Usando la entrada secreta, robaron la fortuna de Hirieo. Éste sabía lo que pasaba pero no quién era el ladrón, por lo que preparó una trampa. Agamedes quedó atrapado en ella, y Trofonio le cortó la cabeza y se la llevó para que Hirieo no supiera de quién era el cuerpo que había caído en la trampa. Trofonio huyó entonces a la cueva de Lebadea, y desapareció para siempre. La cueva de Trofonio no volvió a ser descubierta hasta que los lebadeanos sufrieron una plaga y consultaron al oráculo délfico. La pitia les informó que un héroe sin nombre estaba enfadado por haber sido ignorado, y que debían encontrar su tumba y ofrecerle adoración de inmediato. A esto siguieron varias búsquedas sin éxito, y la plaga prosiguió incólume hasta que un pastorcillo siguió un rastro de abejas hasta un agujero en el suelo. En lugar de miel, halló un daimon, almas «divinizadas» de antepasados humanos, y Lebadea se libró de la plaga al mismo tiempo que ganaba un oráculo popular. Apolonio de Tiana, un legendario sabio y profeta de la Antigüedad, visitó una vez el altar y halló que, en lo referente a la filosofía, Trofonio era un defensor de las sensatas doctrinas pitagóricas. De Genio Socratis, de Plutarco, relata un elaborado sueño premonitorio sobre el cosmos y la otra vida, que fue supuestamente recibido en el oráculo de Trofonio. En su relato de Beocia, Pausanias cuenta muchos detalles sobre el culto a Trofonio. Quien quisiera consultar el oráculo debía vivir en una casa al efecto durante unos días, bañarse en el río Hercina y comer sólo carne procedente de sacrificios.

Entonces debía realizar, de día, un sacrificio a una serie de dioses, incluyendo a Crono, Apolo, Zeus, Hera y Deméter-Europa. De noche, debía realizar el sacrificio de un animal negro en un pozo consagrado a Agamedes, beber de dos ríos llamados Lete y Mnemósine, y descender entonces a una cueva. Aquí la mayoría de los consultantes estaban mortalmente asustados y olvidaban toda la experiencia en cuando volvían a subir. Después el consultante debía sentarse en una silla junto al Mnemósine, donde los sacerdotes del templo interpretaban sus desvaríos y componían un oráculo a partir de ellos. «Descender a la cueva de Trofonio» se convirtió en una frase hecha para decir que alguien había sufrido un susto de muerte. A este dicho se alude enLas nubes de Aristófanes. Varios filósofos clásicos, incluyendo a Heráclides Póntico, escribieron comentarios sobre el culto a Trofonio, que desgraciadamente se han perdido. Trofonio ha sido de interés para los investigadores clásicos porque los ríos de Lete y Mnemósine guardan gran paralelismo con el mito de Er al final de La República de Platón, con una serie de inscripciones funerarias órficas en hojas de oro, y con varios pasajes sobre la memoria y el olvido en la Teogonía de Hesíodo. Pero la verdadera iniciación produce calma, no tristeza. Hay que leer en De deo Socratis, de Apuleyo, el relato de esta iniciación a los misterios de Isis para darse cuenta de que la iniciación egipcia se proponía desdoblar el ser humano, separar el espíritu y encararlo con los dioses creadores y con los pecados que debían ser pagados. Esto era el bautismo. Y el espíritu se sentía tan feliz de encontrarse desprendido de la materia que se hacía necesario verter agua sobre la cabeza del bautizado para que el espíritu volviera al cuerpo material. Sin embargo, una vez haya quedado establecida esta comunicación entre los dos planos, ésta puede continuarse. Aquél que es objeto de ello se convierte en un ser vivo en los dos planos, un adepto de la doble vida. Aquél sabe, y precisamente por esto es humilde y modesto. Aquél conoce los misterios de la reencarnación espiritual, las responsabilidades de cada uno de nuestros actos, y el infantilismo de las vanidades terrestres. Este estado se concede a ciertos hombres, independientemente de sus religiones. Jacob Boehme, el zapatero que recibió la iluminación divina, Swedenborg y varios alquimistas han practicado la doble vida. En la Tierra, existen seres excepcionales que pueden ser transportados a planos invisibles. En lo invisible existen palabras escritas en un libro del cual, en cierto momento, algunos espíritus en estado de éxtasis han leído algunas páginas. Este es el origen de los mandamientos religiosos de todos los verdaderos guías de los pueblos. La ley de la reencarnación está escrita en este libro y no es ningún invento del cerebro humano. La ley de la reencarnación es el sol de un mundo invisible, por lo que disipa los errores filosóficos e ilumina las almas en sus misiones.
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La reencarnación era una enseñanza secreta de todos los templos de la Antigüedad. En un principio se daba como parte de la iniciación a los grandes misterios en el antiguo Egipto. Esta revelación ha pasado a todas las religiones esotéricas y la volvemos a encontrar en todos los autores clásicos. También la volvemos a encontrar en el budismo. Las modernas investigaciones sobre las escrituras de la India han transformado las nociones que pudiéramos tener sobre la fabulosa antigüedad dichas escrituras. Se sitúa la constitución del alfabeto sánscrito devanagari en el año 500 antes de Jesucristo. Esta es también la época de la vida de Gautama Buddha, un iniciado de los tiempos brahmánicos, que dejó el palacio de su padre, el centro de la iniciación, para dar parte de los misterios al mundo profano. La idea de la reencarnación es una de las ideas fundamentales del budismo. Se ha extendido por casi todo el Oriente. En el país donde la idea de la reencarnación sea popular , el hombre de una clase inferior no siente envidia del hombre perteneciente a una clase superior. El pobre sabe que está pagando su vida anterior, al igual como sabe que el hombre rico recibe la peligrosa recompensa de sus sufrimientos de antaño. Pero no debemos pensar que el budismo sea el creador religioso de esta idea de la reencarnación. Buda fue su difusor a pesar de sus maestros y con ello hizo un gran favor a la humanidad. Pero, ¿se ha ocupado la religión cristiana de la reencarnación?. La respuesta es sí. Primero nos encontramos con que los evangelios afirman que Juan Bautista es Elías reencarnado. Era un misterio. Cuando Juan Bautista fue interrogado, se calló pero los otros lo sabían. Existe también aquella parábola del ciego de nacimiento que había sido castigado por sus pecados anteriores, lo cual da mucho que pensar. La religión cristiana es una continuación directa de la religión egipcia, ya que cada uno de los evangelistas iba acompañado del símbolo de cada una de las cuatro formas de la esfinge, la cabeza humana o el ángel, el águila, el león, el toro. Así pues, la idea de la reencarnación, al igual que la mayor parte de las ideas de la iniciación egipcia, forma parte de las enseñanzas secretas de la Iglesia. Se dice que la reencarnación había sido condenada por la Iglesia, pero esto es falso. El IV Concilio de Constantinopla proclamó que aquél que dijera que había regresado a la tierra, a disgusto del Cielo, caería en un anatema. Pero, lejos de condenar la reencarnación, este aviso del Concilio indica, por el contrario, que ésta formaba parte de la enseñanza y que si existía alguien que regresara voluntariamente a reencarnarse, no a disgusto del Cielo, sino por amor a su prójimo, no podía ser un anatema.

Según las enseñanzas de la Iglesia católica romana, que ha seguido en menor medida que la Iglesia ortodoxa rusa la tradición esotérica, existe un lapso de tiempo considerable entre el juicio tras la muerte y el juicio final. Según el catolicismo, los espíritus deben recibir su destino definitivo en el juicio final; hasta aquel momento pueden producirse cambios en la evolución del espíritu. Ahora bien, ¿qué hace el espíritu durante este tiempo que media entre los dos juicios? El Cielo, el Infierno o el purgatorio son estados que puedan ser superados mediante un estado de materialización; ésta era la enseñanza de Swedenborg y del mismo Mahoma, el cual, sin embargo, sentía horror hacia todo esoterismo tradicional. Lo expresa así en uno de sus libros, “Les femmes du Coran“, al afirmar que Cristo volverá al fin del mundo a juzgar a los vivos y a los muertos. Se puede decir que esta idea de la reencarnación, que ha sido el faro luminoso de toda la Antigüedad, jamás se ha perdido en ninguna religión. Actualmente esta idea vuelve a aparecer, defendida por tres tradiciones: la tradición cabalística, procedente de Egipto y transmitida hasta nuestros días por los discípulos de Pitágoras y los neoplatónicos, la tradición oriental, transmitida por el Budismo, y la moderna revelación del Espiritismo. Allan Kardec hizo un gran favor a la humanidad occidental al popularizar el dogma de la reencarnación. Así pues, a través de esta idea de la reencarnación, es muy fácil encontrar una explicación al Déjà Vu. El Déjà Vu es uno de los fenómenos que más interés despiertan en el ser humano, puesto que es un acontecimiento bastante extraño y que ocurre a casi todo el mundo en algún momento de su vida. Etimológicamente Déjá Vu no es más que el término “ya visto“, en francés. Sin embargo, estas dos palabras no pueden ser más idóneas para mostrar su significado ya que, a grandes rasgos, nos estamos refiriendo a aquellos momentos en los que al presenciar algo tenemos la sensación de haberlo vivido previamente. La explicación más compartida dentro de la comunidad científica, para explicar estos sucesos, está relacionada con el proceso de almacenamiento de la memoria. Más concretamente se afirma que ocurre un pequeño lapsus o retraso a la hora de percibir el estímulo externo y por ello da la sensación de que ante nuestros ojos está apareciendo algo que ya hemos vivido. Pero el Déjà Vu, por su extraña naturaleza, es un tema que podemos considerar paranormal. Circulan muchas extrañas teorías, como que es un síntoma de sufrir premoniciones, que se debe a una visita a un universo paralelo, o que lo causan abducciones marcianas. Pero la razón podría ser el de visiones esporádicas de anteriores encarnaciones.
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Nuestras facultades superiores merecen relacionarse con cosas más elevadas que este ideal totalmente terrestre de la riqueza y ambición. Para entender que en la tierra tan sólo somos unos personajes que desempeñamos un papel durante una existencia, hay que haber participado en los misterios de la reencarnación. Ahora bien, ¿qué dice este famoso Concilio de Constantinopla en el cual se basan ciertos autores para echar abajo la teoría de la reencarnación? En el año 543 este concilio condenó algunas propuestas de Orígenes, entre otras: “Si alguien dice, o cree que las almas de los hombres preexisten y que anteriormente han sido espíritus y virtudes (potencias ) santas, que se han saciado de la contemplación divina; que se han pervertido y que, consecuentemente, el amor de Dios se ha enfriado en ellas, razón por la cual han sido llamadas almas (en griego, soplos) y que han sido enviadas a unos cuerpos como castigo: que sea anatema“. Los partidarios de la reencarnación no creen que el retorno de las almas a la tierra se deba al cansancio de la contemplación divina o al enfriamiento del amor de Dios, sino todo lo contrario. Y tampoco pretenden que su regreso a la Tierra sea un castigo, Dicen que la existencia terrestre nos viene impuesta para evolucionar y hacernos dueños de la materia, de la que Adán, con su caída, nos convirtió en esclavos. Esta existencia terrestre no podrá prolongarse mucho más de cien años sin inconvenientes. Pero cien años no bastan para conseguir la victoria definitiva y por ello necesitamos un período de tiempo mucho más largo, aunque esté entrecortado por intervalos de sueños más profundos que los sueños diurnos. Cada uno de estos sueños es llamado muerte. Es cierto que toda existencia viene acompañada del olvido de aquellas que la han precedido, pero este olvido es providencial, ya que facilita la evolución. Cuando finalmente nos hemos despertado un número de veces suficiente como para alcanzar la meta de nuestros esfuerzos, morimos por última vez para no regresar más. Entonces es cuando se nos juzga definitivamente y se nos coloca en uno de los habitáculos del Cielo o el Purgatorio. Si, por el contrario, durante cada una de nuestras existencias descendemos cada vez más bajo, al alcanzar un cierto límite que no deja ninguna esperanza de salvación, morimos por última vez para ir al Infierno. Pero este caso parece que es poco frecuente. La teoría de las reencarnaciones puede ser aceptada o rechazada por los católicos, pero no recae en el anatema antes mencionado. El espíritu inmortal del hombre paga en una existencia los errores que cometió en una existencia anterior.

Durante la vida terrestre fabricamos nuestro futuro destino. Cuando muere el cuerpo material, el espíritu pasa de un estado inferior a un estado superior. O sea, evoluciona. Por el contrario, cuando está a punto de producirse el nacimiento de un nuevo cuerpo, el espíritu pasa de un estado superior a un estado inferior. O sea, involuciona. Pero durante estas series de evoluciones e involuciones, el universo físico, astral y psíquico siguen su camino hacia adelante en el tiempo y en el espacio, de tal forma que estas series ascendentes y descendentes a las cuales está sometido el espíritu tan sólo pueden ser percibidas por él y no influyen para nada en el progreso general del universo. Durante la serie de evoluciones (muerte) y de involuciones (nacimiento) que sufre el espíritu inmortal, atraviesa distintas clases sociales que dependen de su conducta en las existencias anteriores. Entre las reencarnaciones, el espíritu inmortal goza del estado de felicidad correspondiente al ideal que se ha formado durante su encarnación. Un poderoso que haya abusado de su poder se reencarna en el cuerpo de un hombre que deberá luchar casi toda su vida contra la adversidad. Esta adversidad no procede de Dios; procede del uso que el espíritu inmortal haya hecho de su voluntad en las existencias anteriores. Pero durante esta reencarnación el espíritu podrá reconquistar en parte el lugar perdido a base de paciencia en las adversidades y de obstinación en la lucha. Así pues, el progreso existe en líneas generales y, como consecuencia, existe en cada ser en particular . Pero inmediatamente cada ser es susceptible de subir o de bajar en la escala social, bien sea durante su vida, bien sea durante su reencarnación. Para juzgar correctamente una cuestión tan importante como la de la reencarnación, lo mejor es utilizar los textos originales, como el libro XII de las Leyes de Manu. En él encontramos, bajo la forma de nociones esotéricas de la metempsicosis, las más importantes verdades referentes a la reencarnación. Pero si el alma ya ha vivido en la tierra antes del nacimiento corporal, ¿por qué no existe en cada uno de nosotros el recuerdo de vidas anteriores ? Normalmente se observa que, por regla general, no conservamos ningún recuerdo de los sueños al despertarnos. También existen períodos de nuestra existencia actual que se hallan tan borrosos en nuestra conciencia que resulta imposible hacerlos revivir por nuestra voluntad. Sin embargo, estos recuerdos no están perdidos y se pueden recuperar íntegramente mediante el sueño sonambúlico.

Todo magnetizador sabe que el olvido al despertar es una de las características más constantes del sonambulismo. Si el sujeto puede situarse de nuevo en este estado sonambúlico, recupera el conocimiento de lo que ha dicho y hecho durante sus otros sueños magnéticos. Así pues, existen toda una serie de memorias que coexisten en el mismo sujeto y que son completa y absolutamente ignoradas. Si la hipótesis de vidas sucesivas es exacta, el recuerdo de una encarnación anterior suele ser imposible, ya que el movimiento vibratorio de la envoltura espiritual unida a la materia durante la vida actual difiere demasiado del que era en una vida anterior. Esta inmensa reserva de materiales psíquicos constituiría el basamento de nuestra individualidad intelectual y moral. Pero todas estas adquisiciones sólo pueden manifestarse a través de unas tendencias que cada uno lleva consigo al nacer y que constituyen lo que denominamos carácter. A partir de aquel momento, la norma debe ser la más perfecta inconsciencia y esto es precisamente lo que ocurre. Pero, del mismo modo que hemos observado que algunos sujetos conservan el recuerdo del sueño al despertar, también podemos encontrar individuos que conservan el recuerdo de haber vivido anteriormente, como un déjà vu. En algunos de ellos, este recuerdo de antiguas sensaciones se da con toda naturalidad. Entonces ¿cuántas veces hemos vivido? Nuestra memoria es como una imagen borrosa reanimada por el soplo de Dios. Si las vidas anteriores dejan huella en nosotros, es probable que ciertos individuos puedan leer estas inscripciones jeroglíficas, estas ruinas venerables, escritas en una lengua que tan sólo es descifrable a través de la facultad psicométrica.

Fuentes:

  • Jorge Ángel Livraga – La Fundamentos de la Teoría de la Reencarnación
  • Annie Besant – Reencarnación
  • Rudolf Steiner – Reencarnación y Karma
  • Papus – La Reencarnación
  • H.P Blavatsky – La Doctrina Secreta
  • Alejandro Cáceres – El Legado del alquimista
  • Fuente
  • https://oldcivilizations.wordpress.com

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