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Los cambios geológicos y su efecto en antiguas civilizaciones



Hace unos días estaba paseando por el paseo Marítimo de Barcelona y de pronto me pregunté si aquellas playas y costa que estaba observando habían estado siempre allí. Y mis reflexiones me llevaron a concluir que probablemente, hace milenios, toda aquella zona era un área interior, alejada de las costas de aquel tiempo. Especialmente si tenemos en cuenta que el ritmo de la subida del nivel del mar durante la última desglaciación fue de unos 120 metros durante diez milenios. El brusco ascenso de las aguas durante el último cambio climático global, hasta hace unos ocho milenios, sepultó islas, antiguas bahías y, quizá, ciudades y hasta civilizaciones enteras. Tal vez incluso nos empujó a nuestra Edad de Piedra, sumergiendo para siempre esa mítica Edad de Oro de la que hablan todas las tradiciones. De los 510 millones de kilómetros cuadrados de superficie que tiene nuestro planeta, 361 millones de kilómetros cuadrados están cubiertos por agua. Eso significa que el 71 % de la superficie terrestre pertenece a un mundo del que desconocemos buena parte de sus secretos. Odiseo o Ulises fue uno de los héroes legendarios de la mitología griega, que aparece como personaje de la Ilíada, pero es el protagonista y da nombre a la Odisea, ambas obras atribuidas a Homero. Ulises aparecía también en varios de los poemas perdidos del llamado ciclo troyano y posteriormente en muchas otras obras. Era rey de Ítaca, una de las actuales islas Jónicas, situada frente a la costa occidental de Grecia. Era hijo de Laertes y Anticlea según la Odisea. Asimismo era esposo de Penélope, padre de Telémaco y hermano mayor de Ctímene, que sufrieron esperándolo durante veinte años. Diez años los había pasado luchando en la guerra de Troya y los otros diez intentando regresar a Ítaca venciendo una serie de problemas y obstáculos que tuvo que afrontar. Ulises es caracterizado en los poemas homéricos por su brillantez, astucia y la versatilidad de su carácter. Pues bien, en tiempos de Ulises el Mediterráneo no tenía exactamente las mismas costas que hoy. Aunque tampoco el resto de los mares y océanos del planeta. Ello implica que restos de ciudades de antiguas civilizaciones pueden estar sepultadas bajo los océanos y mares. Cambios importantes en el perfil de las costas se han producido hasta hace unos 8000, causados por el progresivo derretimiento de los hielos polares.
Un sinfín de vestigios hablan de civilizaciones perdidas, arrasadas por cataclismos, sumergidas bajo los océanos y destruidas. Por doquier vemos islas que en realidad son picos de cerros de antiguos continentes desaparecidos. También vemos semejanzas culturales que hablan de grandes migraciones  de poblaciones. Asimismo, observamos la existencia de razas cuyo origen constituye un misterio, y cuyos conocimientos son difíciles de explicar. Son pruebas contundentes de la existencia de civilizaciones remotas. Algunas tradiciones  y antiguos documentos nos dicen que el continente de Mu fue donde el hombre hizo su aparición y que esta tierra fue el Jardín del Edén bíblico. Mu se encontraba al oeste de América y hacia el este de Asia, y, por lo tanto, en el Océano Pacífico. En las partes que no se sumergieron aún quedan vestigios de templos, tradiciones, estatuas y símbolos sagrados. Y estas pruebas e inscripciones dan testimonio de los recuerdos de una raza desaparecida, originaria de Mu. Mucha de la evidencia es proporcionada por templos, monumentos y estatuas de piedra, incluyendo las canteras de donde procedía la piedra. En estas canteras se ha encontrado estatuas sin terminar, y como estos descubrimientos se han efectuado en islas del Pacífico, ello demostraría que estas islas fueron una vez parte del continente sumergido. La destrucción final de Mu se produjo por un cataclismo imprevisto. Esta teoría está basada en las obras del coronel británico James Churchward (1851-1936). La documentación y los datos basados en la supuesta edad del Manuscrito Troano, de los mayas, demostrarían que la tierra de Mu existía hace más de 12.500 años. Según explica dicho manuscrito: “En el año 6 de kan, el 11 muluc, en el mes de zrc, ocurrieron terribles terremotos que continuaron sin interrupción hasta el 13 chuen. El país de las lomas de barro, la tierra de Mu, fue sacrificada. Después de dos conmociones, desapareció durante la noche, siendo constantemente estremecida por los fuegos subterráneos que hicieron que la tierra se hundiera y reapareciera varias veces y en diversos lugares, Al fin, la superficie cedió y diez países se separaron y desaparecieron. Se hundieron 64 millones de habitantes 8.000 años antes de escribirse este libro“. Los códices mayas son libros escritos antes de la conquista y en su escritura se emplean caracteres jeroglíficos, que muestran algunos rasgos de la civilización maya. Los códices han sido nombrados tomando como referencia la ciudad en la que se localizan. El Códice Dresde es considerado el más importante. Los mayas desarrollaron su tipo de papel en una época relativamente temprana, ya que hay pruebas arqueológicas del uso de cortezas desde inicios del siglo V.

Antes de entrar en la desglaciación hagamos una breve referencia a la previa glaciación. El interglacial Eemiense fue el penúltimo período cálido que la Tierra ha conocido durante el Cuaternario. Según la datación más utilizada hace 127.000 años acabó la penúltima glaciación y comenzó un período de clima interglacial que duró varios milenios, el Eemiense. El interglacial dura  hasta el 115.000 antes del presente, con una prolongación en Europa hasta el 106.000 antes del presente. Según la hipótesis hasta ahora más aceptada el fin del cálido interglacial Eemiense y el comienzo de la última glaciación se inició hace 115.000 años, cuando las nieves que caían durante el invierno en el norte de Canadá comenzaron a resistir el verano, sin licuarse del todo. En las regiones de Labrador y de la Tierra de Baffin, una pequeña bajada de las temperaturas veraniegas sería suficiente, aún hoy, para que la nieve sobre el suelo persistiese de un año a otro sin derretirse. Hacia el 115.000 antes del presente se daban unas condiciones de insolación idóneas para que tal cosa ocurriera. Debido a los ciclos de Milankovitch, especialmente el referido a la excentricidad de la órbita terrestre, durante el transcurso del interglacial se produjo en esas latitudes altas del hemisferio norte una transición rápida desde una insolación veraniega fuerte a otra mucho más débil. En poco más de diez milenios, entre el 125.000 y el 115.000 antes del presente, hubo una gran disminución en la intensidad de radiación solar recibida. En el 115.000 antes del presente, el perihelio de la órbita anual de la Tierra alrededor del Sol, la época del año de máxima proximidad al Sol, ocurría en el invierno del hemisferio norte, igual que acontece en el presente. Y el afelio, el momento de mayor lejanía de la Tierra al Sol, se producía en el verano del hemisferio norte. Por otra parte, la excentricidad de la órbita era mayor que la actual y la inclinación del eje era menor. Estos factores reunidos producían un menor contraste estacional que el que existe hoy en el hemisferio norte, es decir, una insolación invernal más alta y, lo que es más importante, una insolación veraniega más baja.

Según Peter U. Clark, en su libro The Last Glacial Maximum, publicada en el 2009, la fusión de la mayor parte de los casquetes de hielo en el hemisferio norte se inició entre hace 20.000 años y 19.000 años. y finalizó por completo hace 8.000 años, cuando se alcanzó un volumen y extensión bastante semejante al actual. El calentamiento de nuestra atmósfera redujo esta inmensidad helada a solo 27 millones de kilómetros cuadrados de superficie. Y desde hace  8000, los cambios, aunque menores, no han dejado de producirse. Todas las antiguas civilizaciones hablaron, en un momento u otro, de grandes islas o continentes que desaparecieron bajo las aguas. El mito platónico de la Atlántida, las leyendas de Lemuria, Mu o Hiva, así como tantas otras tradiciones, pudieron estar refiriéndose a un hecho real. Podría tratarse de una o varias catástrofes geológicas que modificaron el perfil de las playas y costas del mundo hace miles de años. A veces los cambios geológicos no solo se deben a la elevación del nivel de los mares, sino que también pueden deberse a terremotos y volcanes, o a todas estas causas a la vez. Un ejemplo lo tenemos en la desaparición de la isla Krakatoa en 1883, en el estrecho de Sundra, entre Java y Sumatra. Una sola erupción volcánica la destruyó en mil pedazos, provocando tsunamis con olas de cuarenta metros de altura. Y su explosión se oyó hasta en Madagascar. Pero en 1928, en el mismo lugar en el que se hundió Krakatoa, volvió a emerger una nueva isla. Actualmente es conocida como Anak Krakatoa, «hija de Krakatoa», y en unas décadas posiblemente será tan grande como la antigua isla de Krakatoa. “El mar, que había estado golpeando contra la orilla, de repente rompió el límite que se le impuso por la naturaleza. El mar se precipitó contra la ciudad. Corría por todas las calles de la hermosa ciudad. El mar cubrió en pocos segundos toda la ciudad. Arjuma vio los hermosos edificios sumergidos uno a uno. Dio un último vistazo a la mansión de Krishna. En cuestión de unos minutos todo había terminado. El mar se había vuelto ahora tan plácido como un lago. No había rastro de la hermosa ciudad que había sido el lugar predilecto de los Pandavas. Dwaraka era sólo un nombre, solo un recuerdo”. Este es un texto extraído del Mahabharata, en sánscrito, que parece referirse a un enorme tsunami que engulló por completo una antigua ciudad en el oeste de la India. Muchos historiadores se refieren al Mahabharata como un relato de mitos o leyendas. Pero pasa a ser un hecho real cuando se encuentran pruebas materiales que corroboran los textos hindús. A cuarenta kilómetros de la costa de Guyarat se hizo un descubrimiento sorprendente. El hallazgo ocurrió en una parte del mar Arábigo, conocida como el golfo de Cambay. Mientras escaneaban las aguas del mar para determinar los niveles de contaminación, el Instituto Nacional de Tecnología Oceanográfica de la India obtuvo sorprendentes imágenes de sonar de las profundidades del golfo.
La tecnología de imágenes de sonar del instituto indio detectó lo que parecen ser pilares de piedra y murallas derrumbadas pertenecientes a dos ciudades. Según el diario inglés The Times, los buzos que se sumergieron en el golfo de Cambay recuperaron más de 2.000 artefactos hechos por el hombre, que se encontraban a un promedio de 36,5 metros de profundidad. Entre estos objetos había piezas de cerámica, joyas, esculturas, huesos humanos y evidencias de materiales con inscripciones. En una conferencia de prensa que se hizo el mes de mayo de 2001, Maurli Manohar Joshi, ministro de Ciencia y Tecnología de la India, declaró lo siguiente:  “Las estructuras sumergidas que se han encontrado a lo largo del golfo de Cambay, en Guyarat, indican la presencia de una población antigua, que se puede datar en una fecha  similar a la civilización de Harappa, que perteneció a la cultura del valle del río Indo, o contemporánea con ella”. La estimación inicial era que las ruinas, de ocho kilómetros de largo, tenían una antigüedad entre 4.000 y 6.000 años, que se habían sumergido a causa de un terrible terremoto. Pero, a enero de 2002, el sistema de datación de carbono reveló que uno de los artefactos encontrados en la ciudad sumergida era increíblemente antiguo, situándose en un rango entre 8.500 y 9.500 años de antigüedad. Los hallazgos fueron enviados a algunos laboratorios hindúes y europeos, como Oxford y Hanover, que, a través del método de la termoluminiscencia, obtuvieron las sorprendentes dataciones de entre 13.000 y 32.000 años atrás. Algunos de los objetos encontrados fueron analizadas con la técnica de difracción de rayos X y los resultados evidenciaban que el material arcilloso utilizado era típico de la zona y fue cocido a 700º para obtener la cerámica, por lo que la ciudad sumergida se remontaría a no menos de 10.000 años atrás. Según los estándares arqueológicos tradicionales, en esa época la India estaba poblada por escasos asentamientos primitivos de cazadores-recolectores y no por habitantes pertenecientes a una avanzada civilización perdida. Ello vendría a demostrar que el mito presente en los textos del Mahabharata y el Rig Veda parecen responder a hechos reales. Recordemos que en estos textos también se habla de máquinas voladoras, llamados vimanas, así como a guerras entre dioses que utilizaban armamento muy sofisticado y destructor. El caso es que estos hallazgos desmontan la creencia de que la civilización comenzó hace unos 5.000 años en Sumeria.

Antes de escribir este artículo leí dos libros muy interesantes, en los que me he basado para las partes más científicas del artículo, especialmente sobre las causas y consecuencias de la desglaciación. Uno es del geógrafo español Antón Uriarte, que lleva el título de Historia del clima de la Tierra. El otro es Paleogeomorfológica de la Península Ibérica y los primeros pobladores, del geógrafo Fernando Ledesma Rubio. Tal como antes hemos dicho, la fusión de la mayor parte de los casquetes de hielo en el hemisferio norte se inició entre hace 20.000 y 19.000 años, finalizando por completo hace unos 8.000 años, cuando se alcanzó un volumen y extensión bastante semejante al actual. Es probable, sin embargo, que parte del hielo de la Antártida Occidental haya seguido fusionándose hasta muy recientemente. Quizás el retroceso de las plataformas de hielo costero, que se manifiesta en algunos lugares de ese continente, sea una continuación de la desglaciación comenzada hace unos veinte mil años. Pero el inicio de la última desglaciación todavía guarda muchas incógnitas. Los sondeos en los hielos en ambos extremos de la Tierra indican que lo que ocurría en Groenlandia a veces no estaba sincronizado con lo que ocurría en la Antártida. Ni siquiera está demostrada la teoría clásica de que la desglaciación comenzó antes en el hemisferio norte que en el hemisferio sur, pues se ha constatado que en el transcurso de varios interestadiales el calentamiento de la Antártida antecedió al de Groenlandia. Un Interestadial representa una pausa en el avance de un glaciar o manto de hielo. También, según G.O. Seltzer, en su libro Early warming of tropical South America at the last glacial-interglacial transition, todo parece indicar que en los Andes tropicales la última deglaciación se produjo varios miles de años antes que en el hemisferio norte. Pero según J. Jouzel, en su libro Calibrating the isotopic paleothermometer, todavía la teoría preferida es que la desglaciación comenzó en el hemisferio norte y que los cambios ocurridos en el Atlántico Norte antecedieron en unas cuantas décadas al calentamiento global. Si así fue, se produjeron una sucesión de causas y efectos de la desglaciación. Una causa fue la astronómica. Se produjeron veranos más cálidos y el factor que disparó el proceso, según la teoría clásica, fue de índole astronómica.

Según Clark, durante los veranos, la radiación solar en las latitudes altas del hemisferio norte que, según los ciclos de Milankovitch, comenzó a aumentar hace unos 22.000 años, se incrementó la fusión estival de los hielos. Las variaciones orbitales o ciclos de Milankovitch se cree que son una de las principales causantes de los periodos glaciales holocénicos. La actividad solar sigue un ciclo solar de unos 11 años. El máximo de irradiación de ese ciclo coincide con la máxima superficie de las manchas solares, pero la variación total de la energía emitida no supera el 0,05%. Es decir, la luminosidad del Sol se mantiene prácticamente constante en el tiempo. Sin embargo, no ocurre lo mismo con la órbita terrestre, que oscila periódicamente haciendo que la cantidad media de radiación que recibe cada hemisferio fluctúe a lo largo del tiempo. Estas variaciones provocan las pulsaciones glaciares a modo de veranos e inviernos de largo período. Son los llamados períodos glaciales e interglaciales. Hay que tener en cuenta varios factores que contribuyen a modificar las características orbitales haciendo que la insolación media en uno y otro hemisferio varíe aunque no lo haga el flujo de radiación global. La excentricidad, la inclinación axial, y la precesión de la órbita de la Tierra varía en el transcurso del tiempo produciendo las glaciaciones del Cuaternario cada 100.000 años. El eje de la Tierra completa su ciclo de precesión cada 25.800 años. Al mismo tiempo el eje mayor de la órbita de la Tierra gira en unos 22.000 años. Además, la inclinación del eje de la Tierra cambia entre 22,1 grados a 24,5 grados en un ciclo de 41.000 años. El eje de la Tierra tiene ahora una inclinación de 23,5º respecto a la normal al plano de la eclíptica. Durante los inviernos, al permanecer todavía frío el Atlántico Norte, empezó a producirse un suministro insuficiente de agua evaporada, con lo que la acumulación de nieve invernal en los mantos continentales Laurentino y Fino-escandinavo comenzó a ser menor que la que desaparecía en el verano.
La capa de hielo Laurentino fue una capa de hielo masiva que cubrió cientos de miles de kilómetros cuadrados varias veces durante las épocas glaciares cuaternarias, abarcando la mayor parte de Canadá y una gran parte del norte de Estados Unidos. En su último apogeo cubrió la mayoría de la parte norte de América del Norte, en el período que va desde hace 95.000 años a 20.000 años antes de la era actual. A veces, su margen sur incluyó los sitios donde actualmente se encuentran las ciudades de Nueva York y Chicago, y luego siguió con bastante precisión el curso actual del río Misuri hasta las laderas norte de las Montañas Cypress. Más allá de las mismas se fusionaba con la Capa de Hielo Cordillerano. La cubierta de hielo se extendía por el sur hasta aproximadamente los 38 grados de latitud en el centro del continente. Los hielos del manto Fino-escandinavo alcanzaron una superficie de 7 millones de km3. Este cubría lo que es hoy Escandinavia. Existían unos 2.000 metros de espesor que se centraban en el norte del actual mar Báltico. Hacia el sur, los hielos cubrían hasta Dinamarca e incluso las llanuras del norte de Alemania y de Polonia, hasta la ciudad que hoy es Berlín. Hacia el oeste, ocupaba en forma de llanura todo el Mar del Norte, y unía el manto de hielo Fino-escandinavo al manto de hielo Británico, que cubría gran parte de Gran Bretaña e Irlanda. Ocupaba incluso el Canal de la Mancha y probablemente el Rin, hasta desembocar en el Atlántico a la altura de Bretaña, en Francia. A causa del descenso del nivel del mar, debido a que el hielo sustraía agua del mar, una parte de la plataforma continental atlántica del noroeste de Francia y suroeste de Cornualles emergió del mar. Hacia el este, los hielos se prolongaban por el norte de Siberia, siendo posible que los ríos siberianos que hoy se dirigen al Ártico quedasen bloqueados y desviasen sus aguas predominantemente hacia el sur, hacia el Mar Negro y hacia el Caspio.

Un efecto de la desglaciación fue la disminución del albedo. El albedo es el porcentaje de radiación que cualquier superficie refleja respecto a la radiación que incide sobre la misma. Las superficies claras tienen valores de albedo superiores a las oscuras, y las brillantes más que las mates. El albedo medio de la Tierra es del 37-39% de la radiación que proviene del Sol. Una vez iniciado el retroceso de los hielos en los bordes meridionales de los mantos, se produjo un efecto de retroalimentación decisivo: en las altas latitudes de Norteamérica y de Eurasia. Debido a ello, el bosque boreal, que iba recuperando terreno a la tundra, hizo disminuir el albedo del paisaje, sobre todo durante la primavera y el verano, por lo que aumentó aún más la insolación durante la mitad iluminada del año. El aumento de calor estival en las regiones subárticas hizo que disminuyese la extensión de la banquisa ártica, que durante la glaciación actuaba como un aislante térmico entre el mar y el aire. La banquisa o hielo marino es una capa de hielo flotante que se forma en las regiones oceánicas polares. Su espesor típico se sitúa entre un metro cuando se renueva cada año y 4 o 5 metros cuando persiste en el tiempo, como ocurre en la región ártica más próxima al polo. Excepcionalmente se forman engrosamientos locales de hasta 20 metros de espesor. En muchas ocasiones está constituida por bloques de hielo fracturados que han sido nuevamente soldados. Además, disminuía el albedo allí donde desaparecía el hielo. La pérdida de altura del enorme manto Laurentino modificó las corrientes de vientos, especialmente los de las latitudes medias. El flujo del aire que desde el Pacífico entraba en Norteamérica aumentó su componente zonal, de oeste a este. También en el norte de Europa, la disminución durante el invierno de los anticiclones de bloqueo, que antes intensificaba el manto Fino-escandinavo, contribuyó a una penetración más fácil y profunda en el continente de las masas de aire templadas llegadas del Atlántico. Ello ayudó a que tanto Norteamérica como Eurasia tuviesen unos inviernos menos crudos gracias a una mayor influencia oceánica.

Otro factor que aceleró la descongelación y que quizás contribuyó a que ésta fuese global, no ciñéndose solamente al hemisferio norte, fue el incremento de los gases invernadero. La concentración del dióxido de carbono en la atmósfera aumentó y contribuyó al calentamiento. Según B. Stephens y R. Keeling, en su libro The influence of Antarctic sea ice on glacial-interglacial COvariations, recientes modelos de circulación oceánica indican que probablemente lo más importante fue la mayor ventilación oceánica, especialmente en los Mares del Sur cercanos a la Antártida. La mengua de las banquisas de hielo y el incremento del flujo termohalino de corrientes, con un mayor afloramiento de aguas profundas, ventiló el océano, exhalando a la atmósfera parte del COque durante la glaciación había sido retenido en sus aguas. En oceanografía física se denomina circulación termohalina o cinta transportadora oceánica, a una parte de la circulación oceánica a gran escala que es determinada por los gradientes de densidad globales producto del calor en la superficie y los flujos de agua dulce. Es muy importante por su significativa participación en el flujo neto de calor desde las regiones tropicales hacia las polares, y su influencia sobre el clima terrestre. También pudo haber cambios en la ventilación de CO2 que se produce en el Pacífico Ecuatorial. Actualmente esta es la zona de mayor emisión de CO2 a la atmósfera. La mayor parte se produce en su zona oriental, en donde el afloramiento es más intenso. En las épocas más cálidas de la glaciación, en los interestadiales, parece que las situaciones de La Niña son más frecuentes y la emisión de CO2 en el Pacífico Ecuatorial más intensa. La Niña es un fenómeno climático que forma parte de un ciclo natural global del clima conocido como El Niño-Oscilación del Sur (ENOS). Este ciclo global tiene dos extremos: una fase cálida conocida como El Niño y una fase fría, precisamente conocida como La Niña.

Cuando existe un régimen de vientos alisios fuertes desde el oeste, las temperaturas ecuatoriales disminuyen y comienza la fase fría o La Niña. Cuando la intensidad de los alisios disminuye, las temperaturas superficiales del mar aumentan y comienza la fase cálida, El Niño. Cualquiera de ambas condiciones se expande y persiste sobre las regiones tropicales por varios meses y causan cambios notables en las temperaturas globales, y especialmente en los regímenes de lluvias a nivel global. Dichos cambios se suceden alternativamente en períodos que varían en promedio de los cinco a los siete años y se tienen registros de su existencia desde épocas prehispánicas. Lo mismo pudo ocurrir en los milenios de la desglaciación, especialmente durante el Bølling-Allerød. La Oscilación de Allerød es una oscilación climática, en que el clima se volvió templado, dentro de la Glaciación Würm III, en el Paleolítico Superior, que se extendió aproximadamente del 12.000 al 10.000 a. C. El estadio intermedio Bølling-Allerød se desarrolló al finalizar el último período glacial, entre 14.700 y 12.700 a. C. Comienza con el final del Dryas Antiguo y termina abruptamente con el Dryas Reciente . Luego del interestadio Bölling-Allerod, el clima europeo sufrió un nuevo enfriamiento significativo, llamado el Dryas Reciente. La palabra Dryas se deriva de la Dryas octopetala. Desaparecieron los árboles y fueron substituidos por una vegetación muy pobre. Numerosos estudios polínicos, sedimentarios indican temperaturas muy frías durante el invierno. Al inicio del Dryas Reciente, hace 12.900 años, la insolación estival en el hemisferio norte, derivada de los ciclos de Milankovitch, era mayor que la actual y continuaba aumentando. Por lo tanto, no había un motivo astronómico. Según Broecker, durante la desglaciación, en el Bølling-Allerød, la progresiva fusión de los hielos del manto Laurentino había formado en su borde meridional el lago Agassiz, de agua dulce, al oeste de la región que hoy ocupan los grandes lagos norteamericanos. Este lago tenía salida hacia el sur, a través del río Mississippi al Golfo de México.
Al derretirse una barrera de hielo en el borde oriental del lago, que cortaba su comunicación con el Atlántico Norte, las aguas comenzaron a verterse en el océano a través del canal de San Lorenzo. Este aporte de agua dulce al Atlántico Norte, produjo una brusca disminución de la salinidad y de la densidad del agua superficial marina, lo que frenó el mecanismo de hundimiento y producción de agua profunda (North Atlantic Deep Water). Sin embargo, no se han encontrado pruebas geológicas de esta gran inundación. El incremento de agua dulce podría haber sido causado por una entrada de agua dulce desde el Ártico a través del estrecho de Fram. Según L. Tarasov y W.R. Peltier, en su libro Arctic freshwater forcing of the Younger Dryas cold reversal, es posible que durante el Dryas Reciente, el Ártico recibiese agua dulce de deshielo desde el sector occidental del manto de hielo norteamericano, en la región de Keewatin, y que también hubiese un aporte importante a través de la Bahía de Hudson. Este exceso de agua dulce frenaba la circulación termohalina. Pero el enfriamiento del agua oceánica no se circunscribió al Atlántico Norte sino que existen indicios de que afectó también al hemisferio sur. La concentración de metano en la atmósfera se redujo en un 25 %, dato que se registra simultáneamente en los hielos de Groenlandia y en los de la Antártida. Se pensó que la disminución del metano se produjo porque el enfriamiento redujo las precipitaciones y se hizo menor la extensión de los humedales de zonas tropicales. Sin embargo, al disminuir las precipitaciones en regiones tropicales aumentaría la extensión de los humedales de baja profundidad, de menos de 1 metro, los cuales son más aptos que los lagos profundos para la producción y escape de metano a la atmósfera. Por lo tanto, la causa de la disminución de metano habría que buscarla en otra parte, probablemente en las latitudes altas, en donde el frío reduciría la actividad biológica y con ella la producción de ese gas en los ecosistemas de tundra y turberas.

Durante el Dryas Reciente se produjeron una serie de cambios. Uno fue la sustitución de los bosques por una tundra glaciar en el norte de Europa; otro fue una mayor extensión de los glaciales; también se produjeron depósitos de loess, material geológico sedimentario eólico; finalmente produjo una sequía al este del Mediterráneo, lo que podría haber desencadenado los comienzos de la agricultura. El Dryas Reciente terminó abruptamente hacia el año 11.500 a. C. En Europa, los sedimentos de algunos lagos también parecen indicar la terminación del Dryas Reciente en el inicio del Holoceno, desde hace unos 10 000 años hasta la actualidad. En general durante el Holoceno ha habido una declinación gradual de las temperaturas de verano, lo que culminó con la Pequeña Edad de Hielo, que parece haber sido una respuesta a la insolación boreal en declinación. Recientemente se ha pensado que el CO2 también pudo provenir del permafrost descongelado que durante la glaciación habría retenido una gran cantidad de carbono. Según el investigador ruso Zimov en la actualidad el permafrost retiene más carbono que el contenido en la vegetación y algo menos que el contenido en los suelos. Durante la glaciación pudo contener más del doble y este carbono, por descomposición, fue liberado en forma de dióxido de carbono y de metano durante el proceso de la desglaciación. Una parte indeterminada del incremento del COpudo provenir también de la oxidación atmosférica del metano. La concentración de metano durante la desglaciación se duplicó. La subida térmica puede ser atribuible a este aumento. Pero no está claro aún a qué se debió el incremento del metano en el aire. Probablemente la clave está más en las regiones de las latitudes altas que en las tropicales. En las latitudes altas se formaron nuevos humedales allí en donde se fueron retirando los hielos: en Canadá, Siberia y norte de Europa, especialmente. Además la subida del nivel del mar y la ocupación de las tierras costeras polares contribuiría a la descongelación de vastas zonas de permafrost y al escape de metano retenido en los cristales de hielo del subsuelo. El aumento del vapor de agua contenido en la atmósfera fue posible gracias al aumento de la temperatura del aire, lo cual reforzó decisivamente el efecto invernadero y el calentamiento.

Del estudio de las terrazas coralinas de la isla de Barbados, de Tahití  y de Huon, en Nueva Guinea, se deduce que el ritmo de la subida del nivel del mar durante la desglaciación fue de unos 120 metros en diez milenios, pero no fue del todo lineal. Al análisis de las terrazas de corales se le ha añadido recientemente algunos estudios de evolución de sedimentos costeros, todo lo cual permite distinguir tres pulsiones de fusión. Los estudios sedimentarios en la plataforma oceánica australiana y en el mar de Irlanda parecen indicar que la desglaciación comenzó abruptamente hacia el 19.000 antes del presente. Fue la primera pulsión de fusión intensa, con una subida del nivel del mar en unos 10 metros, que ocurrió en unos pocos cientos de años, al comienzo del período frío denominado Oldest Dryas en Europa. El ritmo de subida debió alcanzar los 50 mm/año. Probablemente se debió a un deshielo inicial de la Antártida que ocasionó una variación en el circuito termohalino de corrientes oceánicas que acabó afectando también al hemisferio norte, con mayor producción de agua profunda, produciendo una intensificación de la Corriente del Golfo y, por tanto, calentamiento del Atlántico Norte. Según V. Rinterknecht, en su libro Cosmogenic 10 Be ages on the Pomeranian Moraine, Poland, Boreas, algunos análisis indican que las morrenas, cordilleras o mantos de material glaciar no estratificado, depositada cerca de un glaciar, tanto de Polonia como de los Países Bálticos, se retiraron considerablemente, indicando también un fuerte deshielo del Manto Fino-escandinavo. A partir de la curva del ritmo de subida según los corales de Barbados se han solido considerar otros dos episodios cortos de fuerte deshielo. El primero, de unos 20 metros, se produjo durante la primera parte del calentamiento Bølling-Allerød, aproximadamente entre el 14.200 y el 13.700 a. C., y la causa probable fue la descongelación parcial de hielo en la Antártida. Duró 500 años y el ritmo de subida fue rapidísimo, de 4 metros por siglo. El segundo fue menos importante y ocurrió alrededor del 11.000 a. C., tras el calentamiento que dio fin al Younger Dryas y comienzo del Holoceno. Sin embargo este evento de intensificación de la subida, aunque parece observarse en los corales de Barbados, no aparece en los corales de Tahití, por lo que es puesto en duda.
Como posible víctima de la elevación del nivel de mar, tenemos las misteriosas ruinas de Yonaguni, que se trata de uno de los mayores misterios de Japón, con una gran controversia en la misma comunidad científica. En 1987, el instructor de buceo Kihachiro Aratake, mientras realizaba una búsqueda de sitios subacuáticos cerca de Yonaguni, descubrió una increíble y misteriosa construcción a 20 metros bajo la superficie del agua. El japonés Masaaki Kimura, biólogo marino, identificó diez estructuras y otras cinco estructuras relacionadas con la isla principal de Okinawa. Además se encontró las ruinas de un castillo, un arco triunfal, cinco templos y al menos un gran estadio, todos los cuales están conectados por caminos y canales de agua que están parcialmente protegidos por lo que podrían ser enormes muros de contención. En total las ruinas cubren un área que abarca los 300 metros por 150 metros. También se encontró la estructura de una piscina, dos agujeros, zanjas, escaleras, una roca en forma de tortuga, terrazas y una inscripción en la piedra que parece pertenecer a la antiguo sistema de escritura en las Islas Yaeyama y en Yonaguni antes de la introducción del sistema educativo en Japón. Según Kimura, las ruinas se remontan a por lo menos 5.000 años de antigüedad, en base a las fechas de las estalactitas que se encuentran en el interior de cuevas submarinas de la supuesta ciudad. Debido al misterio que rodea los orígenes de estas ruinas, varios científicos han postulado diferentes teorías sobre el origen de estas estructuras. Los arqueólogos más conservadores y algunos científicos creen que las piedras talladas en realidad son una formación geológica natural. Sin embargo, sus ideas son confrontadas por las escaleras y los pasillos que se encuentran en la misma estructura. Pero otros muchos científicos argumentan que las ruinas son una prueba de la existencia de Mu, un continente que se cree que despareció hace más de 10.000 años.

Según los datos nuevos de Tahití, el mar subió de forma más lenta durante el Younger Dryas a un ritmo de 7,5 mm/año. Anteriormente y después, a principios del Holoceno, lo hizo a un ritmo bastante regular de unos 12 mm/año. No se comprende muy bien por qué en el transcurso de la desglaciación hubo esas pulsaciones de fusión de hielos y de subida del nivel del mar. Algunos científicos han especulado que serían debidas a un desfase entre el deshielo del manto Fino-escandinavo, que ocurriría primero, y el del manto Laurentino, que tendría lugar después. También pudo contribuir el deshielo de la Antártida. Pero no está claro aún en qué orden y de qué forma contribuyó cada fuente de deshielo a que se produjesen esos cambios bruscos de subida del nivel del mar, ni tampoco la proporción de influencia en la subida que tuvo la dilatación de las aguas debida al calentamiento. Tampoco el aumento de las temperaturas durante la última desglaciación ocurrió de una forma lineal ni espacialmente simultánea. Las curvas de evolución de las temperaturas en Groenlandia y en la Antártida, que se conocen gracias al estudio de los hielos, muestran una variación bastante diferente. En Groenlandia, la temperatura aumentó sobre todo hacia el 14.700 antes del presente y en unas pocas décadas alcanzó un valor medio casi semejante al actual. Con el calentamiento la cantidad de nieve anual media se duplicó bruscamente de unos 10 cm/año a 20 cm/ año según el sondeo en Summit. Inmediatamente después de este brusco calentamiento, que duró solo entre 10 y 50 años, la tendencia en Groenlandia de nuevo se invirtió y durante unos milenios se produjo una lenta regresión al frío, en cuyo momento de frío más intenso, entre hace 12.200 y 11.500 años antes del presente, las temperaturas llegaron a ser unos 15º C más bajas que las actuales. y el espesor de la nieve precipitada cada año se redujo de nuevo a unos 10 cm. Este período frío, denominado Younger Dryas, acabó también bruscamente en el 11.500 antes del presente, cuando de nuevo las temperaturas subieron definitivamente, poniendo fin a la glaciación.

No es extraño que existan más de un centenar de leyendas que hablan de un Diluvio Universal en los cuatro rincones del planeta. Tal vez esos mitos sean los últimos recuerdos de un tiempo anterior al origen oficial de nuestra civilización. El caso del Mediterráneo es aún más excepcional si cabe. Glenn Milne, profesor del Departamento de Geología de la Universidad de Durham, trabaja desde 1970 en un programa informático capaz de recrear el modo en el que han ido cambiando las costas de la Tierra desde hace veintidós mil años. Él llama a su trabajo «mapas de inundación», y al aplicarlos al Mediterráneo se ha llevado una verdadera sorpresa. Este pequeño mar fue protagonista de grandes alteraciones en sus costas que comenzaron a sucederse hace unos dieciocho mil trescientos años. El estrecho de Gibraltar era aún más sucinto que hoy, Córcega y Cerdeña formaban una sola isla, y Malta tenía entre 8 y 12 kilómetros más de anchura. Al iniciarse el deshielo de Europa, una enorme masa de agua se derramó sobre el Mediterráneo. Gibraltar fue incapaz de drenarla al Atlántico, y el Mediterráneo  subió hasta 60 metros de nivel. ¿En qué afectó esa catástrofe a la humanidad? Para la mayoría de historiadores, en casi nada. Sin embargo, una cada vez más creciente comunidad de investigadores cree que antes del 10.000 a. C. existieron una o varias civilizaciones avanzadas en las costas mediterráneas, que se perdieron para siempre bajo las aguas. Según estos especialistas, al subir bruscamente el nivel del mar decenas de núcleos urbanos desaparecieron, devolviendo a la humanidad a la época de las cavernas. De repente, las descripciones de Hesíodo en Los trabajos y los días, y las de Ovidio en sus Metamorfosis, cobraban un realismo inesperado. Esta Edad de Oro de la humanidad que los dioses del Olimpo decidieron barrer de la Historia con una gran inundación no fue un simple mito. Ahora bien, ¿sabemos dónde están hoy esas ciudades sumergidas?
¿Qué podemos encontrar en las profundidades de los mares? Una pregunta que ha generado a lo largo de la historia innumerables mitos y leyendas sobre tesoros perdidos, que se han reflejado en el arte y la literatura. Hasta la fecha, se cree que se ha explorado menos del 5% de los fondos submarinos, donde se han encontrado ruinas de antiguas civilizaciones perdidas, lo que da esperanzas sobre los descubrimientos que están aún por venir. El último hallazgo, una estructura formada por bloques regulares de piedra que parecen ser un camino artificial, ha sido descubierto por un grupo de buceadores croatas, a unos 20 metros de profundidad en el mar Adriático. En Croacia se han obtenido muchos y muy buenos resultados en el campo de la exploración y la protección de los yacimientos arqueológicos subacuáticos. Hasta la fecha se han registrado más de 400 yacimientos de todas las épocas, aunque los países que más misterios atesoran en sus aguas son Grecia y Egipto. Allí han surgido los restos de ciudades sumergidas en el Mediterráneo hace miles de años que se encuentran prácticamente intactas gracias al efecto protector de la arena. Alejandría, aquella ciudad faraónica descrita en los textos antiguos, llena de exuberantes palacios y elegantes jardines, se hundió en el agua y el fango, al igual que otras legendarias ciudades que hace unos 2.500 años se alzaron en de la bahía de Abukir. A finales del siglo VIII, el Portus Magnus de Alejandría, incluyendo el Palacio de Cleopatra VII, y las ciudades de Heraclion y Canopo ya habían desaparecido, por lo que eran prácticamente un mito hasta que sus restos fueron redescubiertos por el arqueólogo francés Franck Goddio, al frente de un equipo del Instituto Europeo de Arqueología Submarina.  A lo largo de 18 años, la tecnología más moderna ha permitido sacar a la luz piezas de arte que datan del siglo VII a.C. hasta el siglo VIII d.C. y abarcan desde los días de los últimos faraones hasta Alejandro Magno, del período de gobierno griego hasta la conquista romana y, luego, desde tiempos bizantinos hasta el comienzo de la época Islámica. Se trata de testimonios de la historia egipcia que reflejan la importancia de estas tres ciudades que en la antigüedad se contaban entre los más famosos centros de comercio, ciencia, cultura y religión.

Entre las piezas más valiosas destacan la estatua de una reina, Arsinoe II, de granito negro, de 150 cm de altura, del siglo III a. C. y procedente de Canopo, la primera estatua en la que se mezcla el arte egipcio y el griego. A su vez, Frank Goddio destacó la importancia de las estelas del Faraón Nectabeo I que demuestran que las ciudades de Thonis y Heraclion eran la misma cosa: Thonis es el nombre en egipcio y Heraclion, en griego. Hace poco el equipo del Instituto Europeo de Arqueología Submarina encontró un templo dedicado al dios Khonsu-Thot, el último vestigio descubierto en la ciudad de Heraclion. Según Frank Goddio: “En su interior aparecieron interesantes indicios relacionados con una antigua ceremonia denominada “Los misterios de Osiris” que se celebraba entre los templos de Amón en Heraclion y Osiris en Canopus”. El simbolismo de “los misterios de Osiris” era tan poderoso que se convirtió en un objetivo vital para los antiguos egipcios. En 1967 el geólogo marino Nicolas Flemming, del Instituto de Oceanografía de Southampton descubrió frente a la costa sur de Laconia, en Grecia, las ruinas del yacimiento de Pavlopetri, la ciudad sumergida más antigua del mundo. Las excavaciones arqueológicas de Pavlopetri están paralizadas debido a la crisis económica que sufre Grecia. Posteriormente un equipo de la Universidad de Cambridge trazó un mapa y dató los vestigios en el Periodo Micénico, entre el año 1.600 y 1.000 a. C. Hasta 2009 no se llevaron a cabo estudios arqueológicos adicionales. “El Proyecto Subacuático de Pavlopetri quedó bajo el cuidado del gobierno griego y eso paralizó las investigaciones”, aseguró Jon Henderson, de la Universidad de Nottingham, el primer arqueólogo a quien le otorgaron permiso oficial para acceder al yacimiento después de 40 años. En ese momento la Delegación de Antigüedades Subacuáticas del Ministerio de Cultura griego y el equipo de Henderson comenzaron a trabajar juntos. Durante el trabajo de campo realizado en el verano de 2010 el equipo realizó una exploración subacuática digital detallada y un estudio de los vestigios estructurales. Los resultados de la exploración superaron las expectativas más optimistas. Las investigaciones revelaron otros 9.000 metros cuadrados edificados y cerámicas que indican que el asentamiento estuvo habitado durante toda la Edad del Bronce, del 2800 al 1100 a. C. Tal vez uno de los hitos más importantes fue la identificación de lo que pudo ser un gran salón rectangular de comienzos de ese época. La ciudad se calcula que fue abandonada alrededor del 1100 a. C. y acabó siendo tragada por el mar después de haber sido asolada por tres terremotos. Sin embargo, aún es visible en el lecho marino la disposición urbanística del asentamiento, con sus calles principales, edificios de viviendas, patios, tumbas cavadas en la roca y edificios que parecen haber estado destinados al culto.

Hay aproximadamente 300 veces más espacio habitable en el océano que en los continentes e islas. La vida terrestre es asombrosamente pequeña, comparada con la que se encuentra en el mar. El ser humano, para elevarse de la tierra, emplea medios artificiales, como los aeroplanos y los cohetes, mientras que las criaturas del mar se mueven con libertad en un ambiente tridimensional,  increíblemente profundo. Los científicos han estudiado la relación existente entre las diversas zonas donde se aprecian descensos que parten de la costa hacia las profundidades oceánicas. Por ejemplo, observaron que, desde la playa, esos descensos son lentos y llegan a alcanzar los abismos, pero también descubrieron que en toda esta gama de profundidades cambia el tipo y número de seres vivos que las habitan.  A partir de esas observaciones, los propios científicos dividieron el fondo del mar en tres zonas: la plataforma continental, situada a lo largo de la costa; el declive o talud continental, donde el lecho marino declina más rápidamente, y los grandes fondos oceánicos o regiones abisales, en donde se forman las fosas y barrancos.  De la costa hacia mar adentro se llega a la plataforma continental, que es la orilla de los continentes y está formada por fajas de tierras sumergidas a lo largo de las costas y cubiertas por aguas poco profundas. La región más elevada de la plataforma continental, llamada plataforma costera o litoral, es la zona más próxima a la tierra y esté limitada por los niveles máximos y mínimos que alcanzan las mareas, por lo que también ha recibido el nombre de región inter-mareal. Aquí son más intensos los efectos de la erosión marina y se produce frecuentemente una superficie más o menos plana, debida a la destrucción lenta provocada por el mar en las orillas de los continentes e islas. Las aguas de la plataforma continental son penetradas por los rayos del Sol, que crean un favorable ambiente para la vida vegetal y animal. En esa zona poco profunda existe una gran diversidad de seres vivos, por lo que allí se han establecido las mejores zonas pesqueras, como la de los grandes bancos de Terranova y los del Mar de Noruega, ubicados en las frías aguas del hemisferio norte, en donde abundan los enormes bancos de peces; también está la Sonda de Campeche y el Bajo de Yucatán, en las cálidas aguas del Golfo de México, donde existe una gran riqueza en camarones.
La fecha 10450 a. de C. no significa nada para los historiadores, ya que es «prehistórica» y corresponde, más o menos, a la época en que aparecieron los primeros agricultores en el Oriente Medio. Pero hay una fecha en la mitología, una sola, que se le acerca de manera razonable. Según el Timeo de Platón, cuando el estadista griego Solón visitó Egipto hacia el año 600 a. de C., los sacerdotes egipcios le contaron la historia de la destrucción de la Atlántida, acaecida unos nueve mil años antes, y de cómo se había hundido debajo de las olas. Puerto Real se encontraba entre muchos de los Cayos que se encuentran en la costa de Jamaica. Este era uno de los sitios favoritos de los piratas, ya que abundaba el alcohol, las fiestas y las prostitutas. Era una tierra rica porque las plantaciones se daban muy bien y los habitantes podían tener buena calidad de vida. Sin embargo, en 1692 un terremoto de gran calibre decidió sumergirla bajo el mar. Este desastre natural causó más de 2.000 muertes, y los fanáticos religiosos trataron al fenómeno como un castigo divino por las múltiples fiestas “pecadoras”. Aunque cada día cuesta más ver la ciudad, para los exploradores marinos se trata de una ciudad muy rica históricamente, ya que se trata de la congelación de un momento histórico. Musa, Cancún, se trata de un lugar que esconde muchos secretos subacuáticos. Allí podemos ver cientos de esculturas espectaculares. Muchas áreas que componen esta maravilla están bajo constante vigilancia por el gobierno mexicano. Se dice que dichos lugares están repletos de tesoros y joyas preciosas, que seguramente pertenecieron a la cultura Maya. Varios arqueólogos aseguran que es posible que es aquí el lugar donde podríamos encontrar el famoso tesoro de Moctezuma.

Casi toda la pesca comercial en el mundo se realiza en las aguas de las plataformas continentales, lo que justifica la importancia pesquera y alimentaria de las mismas. En dichas zonas también existen grandes reservas de petróleo, así como otros numerosos recursos, razón por la cual esas aguas tienen un amplio significado político y socioeconómico para los países. La extensión y características de la plataforma continental en cada lugar de la Tierra son muy diversas. Por regla general, las plataformas continentales del mundo se inclinan mar adentro con suavidad y descienden aproximadamente un metro por cada milla náutica, equivalente a 1852 metros. Ello implica que si alguna de ellas se extiende 200 millas de la playa, el agua tendrá una profundidad aproximada de 200 metros. Se ha establecido que una plataforma continental termina precisamente unos 200 metros mar adentro. Sin embargo, ese límite es puramente convencional, pues recientes estudios han permitido comprobar que es muy variable. Por ejemplo, frente al delta de Mississippi, la plataforma termina a 100 metros de profundidad, mientras que en las costas de Florida concluye hasta los 700 metros. Por ello, la medida de 200 metros no puede tomarse como un criterio para definir su límite. Hay regiones, como en las aguas de las costas de California o en la acantilada costa cantábrica, en las que prácticamente no hay plataforma y la tierra desciende a las profundidades del mar con una rapidez sorprendente. No obstante, en la mayor parte de las costas las plataformas tienen sólo de 60 a 80 kilómetros de anchura y alcanzan profundidades de unos 200 metros. En otros lugares, la superficie de estas plataformas se prolonga en grandes distancias. Un ejemplo, típico es el de Rusia. Allí, a lo largo de la costa del Océano Ártico, la plataforma se extiende 1200 kilómetros, y es casi tan grande a lo largo de las costas de China y Siberia, en el Pacífico. En la costa del Sahara hay regiones en las que es preciso navegar más de 120 kilómetros para pasar de 50 a 100 metros de profundidad. La extensión de las plataformas continentales de todo el mundo es de aproximadamente 30 millones de kilómetros cuadrados, y ocupan entre el 7,6 y 8,3 por ciento de la superficie total del fondo marino, cuya dimensión es de 352,7 millones de kilómetros cuadrados. !Imagínense, antes de la desglaciación, tener 30 millones de kilómetros cuadrados más de tierras en la superficie! Si Estados Unidos tiene una superficie de 9,834 millones km², !pensad en más de 3 veces Estados Unidos!

En el Atlántico Norte y en Europa, el ritmo de la desglaciación fue probablemente parecido al de Groenlandia. Según estudios polínicos y de sedimentos lacustres, el llamado Oldest Dryas fue el último período frío de la glaciación, entre el 19.000  y el 14.700 antes del presente. Durante esta fase ocurrió el episodio Heinrich-1 de suelta masiva de icebergs en el Atlántico Norte. Coincidió con un enfriamiento intenso de las aguas registrado en un sondeo frente a la costa del sur de Portugal. El Oldest Dryas siguió al Ultimo Máximo Glacial y, aunque en principio fue más cálido, le superó en frialdad en las aguas portuguesas. Entre el 14.700 y el 13.000 antes del presente se produjo un brusco calentamiento, el cálido Bølling-Allerød, durante el cual las temperaturas se mantuvieron altas. Numerosos yacimientos de polen en Europa indican que la flora glacial anterior de hierbas y arbustos del Oldest Dryas fue sustituida durante el Bølling-Allerød por una vegetación arbórea templada. No obstante, en el transcurso de este período cálido se intercalaron algunos intervalos cortos fríos. Hacia el 13.000 antes del presente se entró bastante bruscamente en un período relativamente estable y frío, el Younger Dryas (Dryas III), que duró hasta el 11.500 antes del presente. El nombre del período se deriva de la planta Dryas Octopelata, de pálidas flores amarillas, típica de la tundra, que hizo de nuevo su aparición en las tierras meridionales de Europa. En la Antártida, el ritmo fue diferente. La temperatura comenzó a aumentar hacia el 18.000 antes del presente, por lo tanto antes de que lo hiciese con claridad en el hemisferio norte. La subida se interrumpió hacia el 14.000  y entonces se produjo un ligero enfriamiento. Este enfriamiento, llamado Antarctic Cold Reversal, no llegó a ser tan pronunciado como el de Groenlandia y acabó antes que el Younger Dryas, pues hacia el 12.500  la temperatura de nuevo reinició la subida.
Y en referencia a la Antártida, ¿cómo es posible que mapas de los siglos XVI al XVIII, como el de Piri Reis, detallen con gran precisión el continente antártico, que oficialmente no fue descubierto hasta 1818? Y lo que es más sorprendente, ¿cómo se explica que esos mapas los dibujen sin hielo, cuando hasta hace, al menos, 10.000 años, sus costas están totalmente congeladas?  Algunos cartógrafos creen que se copiaron los mapas de cartas de navegación diseñadas en la oscura noche de los tiempos. Pero ¿por quién? Existe en muchas culturas un mito que cuenta y no termina las excelencias de aquellas islas que hoy están recubiertas con una coraza de hielos de cientos y en ocasiones miles de metros de espesor y que llamamos la Antártida. Pudo ser un conjunto de islas de clima templado, de exuberante vegetación, donde la vida animal, y la humana también, por supuesto, fue un regalo. Hubo una civilización basada en la agricultura, pero con una avanzada técnica. Seguramente, bajo los hielos impenetrables se esconden los campos de cultivo, los templos y las ciudades, sorprendidos en la fantasmagórica instantánea de un cataclismo total, un cambio del eje de la Tierra, por ejemplo, que hizo desplazarse los polos y situó la Antártida en otro lugar del globo, obviamente menos privilegiado: donde ahora se encuentra. Este relato parece extraído de una novela, pero, quizá no sea tan fantástico como aparenta a simple vista.  Los sondeos realizados en los últimos años por geógrafos y geólogos han puesto de manifiesto que el contorno de las tierras antárticas es distinto al contorno de la masa de hielos que lo cubre; que el hielo ha ocupado mucha más extensión, y en la actualidad podríamos considerarla como un sombrero desmesuradamente grande sobre la verdadera tierra firme. También los ríos, montañas y demás accidentes geográficos, representados en los misteriosos mapas primitivos, están siendo confirmados en su existencia por las técnicas modernas de exploración. De estas realidades comprobadas hemos de deducir que, en efecto, el clima antártico no fue como es; ni su situación geográfica la que hoy guarda con respecto a los polos magnéticos de la Tierra.

El geólogo Glenn Milne, de la Universidad de Durham, ha desarrollado un modelo para medir el cambio en el nivel del mar. El modelo de Glenn Milne tiene en cuenta una serie de procesos importantes que afectan el nivel del mar y puede hacer salir virtualmente de la sumersión a ruinas submarinas en cualquier parte del mundo, con relativamente buena precisión. En términos generales se puede estimar la fecha de sumersión. Una excepción importante se refiere a áreas que han estado sujetas a un movimiento tectónico a gran escala. Tal movimiento no puede modelarse con precisión a nivel global. Dado que el Golfo de Cambay, en la India, al que nos hemos referido anteriormente, es un área tectónicamente activa, debemos tener en cuenta la tectónica cuando se utiliza el modelo de nivel de mar de Glenn Milne para estimar la edad mínima de las ciudades de Cambay. A estos mapas obtenido mediante el modelo de Glenn Milne se les llama mapas de inundación. Glenn Milne hizo estos mapas aplicando su modelo del nivel del mar a datos topográficos o batimétricos para el Golfo de Cambay. Sabiendo lo profundo que es hoy en día, y sabiendo también cómo ha cambiado esta profundidad desde el final de la última Edad de Hielo, Glenn Milne puede producir mapas gráficos que muestran a lo que la tierra fue expuesta en varios momentos. Estos mapas sugirieron que el Golfo de Cambay se formó entre hace 7.700 y 6.900 años. El mapa de hace 7.700 años mostró que el golfo era tierra seca, mientras que el mapa de hace 6.900 años mostró que había sido inundado por el Océano Índico, creando el abismo que hoy reconocemos. Pero la fecha de 7.000 años es muy conservadora en relación a la sumersión de las ciudades del Golfo de Cambay. Posteriormente Glenn Milne adoptó un enfoque alternativo para establecer una fecha mínima para la inmersión de las ciudades de Cambay. En lugar de utilizar los mapas de inundación, Glenn Milne publicó su modelo en una localización puntual específica. La introducción de las coordenadas aproximadas de las ciudades, seguida de la medición empírica de la profundidad de esas ciudades, dio como resultado un tiempo desde la inmersión de 12.000 años. Sin embargo, hay claramente una enorme diferencia entre esta estimación y la anterior de 7.000 años.

La cuenca del Mediterráneo también ha sido testigo de apocalípticas erupciones, como las del volcán de Santorini, en el mar Egeo, la destrucción de Pompeya por el volcán Vesubio y el Etna en la isla Sicilia. En la península Ibérica siguen los terremotos en los Pirineos y en la cordillera Penibética. En el fondo del Mediterráneo hay numerosos conos volcánicos, como en las llanuras del Mar Tirreno, las islas Eolias, etc. La causa de que el Mediterráneo sea una zona de alto riesgo geológico es el lento avance hacia el Norte de la placa Africana, el desplazamiento hacia el sur de la placa Euroasiática, así como del movimiento anti-horario de la mini-placa de Iberia. También el desplazamiento de la pequeña placa formado por las islas de Córcega y Cerdeña, que chocan con la placa Africana. Este choque de titanes geológicos causa tensiones sobre la corteza de los dos continentes, a la altura del estrecho de Gibraltar, Magreb, y el mar de Alborán, extendiendo sus efectos por cuenca del Mediterráneo, pasando por Turquía y el Golfo Pérsico. La energía que se concentra por este roce de placas se manifiesta en los terremotos de la cuenca mediterránea y en las erupciones de los volcanes Etna, Vesubio, Vulcano, etc., desde Turquía a Canarias. Con el choque de la península Ibérica con África se acabó el dominio oceánico del antiguo mar de Tethys. Este océano se extendía desde al Atlántico hasta el Índico, que a su vez era el recuerdo del primigenio océano Pantalasa, de la época Arcaica.
No hay nada tan intrigante como los tesoros que se esconden en el fondo marino. Como ejemplo de alguien que ha considerado los mitos y leyendas como casos reales y lo ha demostrado, tenemos a Heinrich Schliemann. Siguiendo su ejemplo, en el año 2002 el escritor Graham Hancock capitaneó en solitario la aventura de encontrar los hipotéticos restos sumergidos de una supuesta Edad de Oro. Este escritor decidió peinar los océanos allá donde las leyendas hablaban de ciudades sumergidas. Sus cálculos se basaban en que al menos un cinco por ciento de la superficie terrestre de hace diez milenios se encuentra actualmente bajo el mar. Ello significaba casi 25 millones de kilómetros cuadrados que explorar en todo el planeta. Fue así como Graham Hancock se propuso rastrear una considerable porción de los mares del globo. Graham Hancock estaba seguro de que los pueblos de la Edad de Oro estuvieron obsesionados con las estrellas y transmitieron parte de su saber a las civilizaciones que surgieron tras su desaparición. Según Hancock eso fue lo que ocurrió en la India, Egipto, Centroamérica, las islas megalíticas mediterráneas y China. Y en sus costas se proponía encontrar las ruinas de estas civilizaciones olvidadas. Hancock puso rumbo a Cádiz, España, siguiendo los «mapas de inundación» de Milne. Gracias a ellos supo que en el Mediterráneo las áreas más afectadas por la crecida de las aguas fueron el estrecho de Gibraltar, las costas de Málaga y Almería, el mar Adriático, Malta, Cerdeña y Sicilia. Él y su esposa terminaron buceando en todas estas zonas, pero uno de esos puntos les llamó la atención más que el resto. Se trataba del pequeño archipiélago de Malta. Curiosamente, esas islas acogen los monumentos megalíticos conocidos más antiguos del mundo, El templo de Tarxien y su hipogeo de Hal Saflieni han sido datados entre el 3100 y el 2500 a. C. A las ruinas de Gigantija, que conservan bloques de hasta 5 metros de altura y 15 toneladas de peso, se las sitúa entre el 5600 y el 3,600 a. C. Y los expertos más cautos admiten que los primeros asentamientos humanos en Malta se produjeron hace la friolera de siete mil doscientos años. Pero tal vez se quedaron cortos en sus cálculos.

Malta es todo un misterio. No obstante, las dataciones efectuadas son discutibles. Todas se basan en el método del carbono-14 que se ha aplicado a los pocos vestigios orgánicos hallados junto a las piedras. Sin embargo, seguimos sin tener pruebas definitivas de que los monumentos no estuvieran allí mucho antes que los vestigios orgánicos datados. Según Hancock, lo único que podría convencer a los científicos de su error de datación en Malta sería que se localizase un templo megalítico similar a los conocidos, pero bajo el agua, que pudiera demostrar que se había construido antes de que la última glaciación hiciera subir el nivel del Mediterráneo. Pero en enero de 1994 un buceador llamado Scicluna había dado ya con un lugar así. Su hallazgo, sin embargo, fue ignora do tanto por la comunidad científica como por la prensa, y hasta julio de 1999 nadie volvió a hablar de él. Un súbdito alemán, Hubert Zeitlmair, lo reubicó con la ayuda de dos buceadores locales, marcó sus coordenadas exactas e hizo públicas imágenes de ese recinto muy poco después. Mostraban grandes bloques de piedra, incisiones rectilíneas en el suelo a modo de raíles y hasta agujeros parecidos a bocas de pozo, El problema de Zeitlmair fue presentarse como un apasionado de las civilizaciones desaparecidas y sin las credenciales académicas adecuadas. Este economista aficionado a la arqueología cometió, además, el error de declararse seguidor de las ideas de Zecharia Sitchin, escritor neoyorquino que desde defendía que seres extraterrestres visitaron la Tierra en la más remota antigüedad. Ello provocó el desinterés de los arqueólogos malteses. Zeitlmair, en conversaciones con Javier Sierra dijo: “He descubierto que los veintitrés templos megalíticos que existen en la costa de Malta imitan posiciones de cuerpos del sistema solar. Y he averiguado la posición de un nuevo recinto sumergido gracias a que sus constructores lo ajustaron también a esa regla. ¿Por qué las autoridades no me escuchan?“. Ante estas afirmaciones, Graham Hancock visitó Malta. Tras numerosas inmersiones infructuosas, su esposa y él terminaron por localizar gradas, arcos y hasta unas escaleras que no conducían a ninguna parte, y que eran, indudablemente, partes de una antigua construcción.

De regreso al Reino Unido, y de nuevo gracias a los «mapas de inundación» de Glenn Milne, Hancock pudo datar estas estructuras entre quince y dieciocho mil años de antigüedad: “Este templo sumergido nos está diciendo que la Era de los Megalitos debe ser datada de nuevo, retrasada hasta hace trece mil años por lo menos“. Un megalito es un monumento prehistórico realizado con uno o varios bloques de piedra, de gran tamaño y sin labrar. El adjetivo megalítico describe tales estructuras, cuya construcción se realizó con un sistema de enclavamiento que no utiliza mortero ni cemento. Ha sido empleado para describir edificios construidos por pueblos de diferentes partes del mundo y de épocas distintas. Una amplia variedad de piedras de gran tamaño han sido identificadas como megalitos, siendo la mayoría de uso no funerario, quizás levantadas con fines religiosos, como monumentos conmemorativos o marcadores territoriales. Entre los megalitos más conocidos están los dólmenes, los menhires y los cromlechs. Pero ¿qué cultura habitaba el Mediterráneo en aquella época?. ¿Qué civilización fue capaz de producir construcciones como las de Malta y orientarlas a posiciones estelares remotas?  Para Zeitlmair así como para otros autores como Joseph Bosco  y Anton Mifsud, Malta era lo que aún quedaba emergido de una mítica cultura X, tal vez la Atlántida, la isla hundida a la que se refirió Platón en su Timeo.

De ser cierta esa suposición, deberían quedar más restos de esta cultura X en otras importantes islas del Mediterráneo. Además de Malta, otra isla cercana está llena de misterios ancestrales. Se trata de Cerdeña. Los más antiguos indicadores de presencia humana en Cerdeña se remontan al Paleolítico Inferior, hace aproximadamente 500.000 años. En el Paleolítico Superior, que terminó aproximadamente el 12.000 a. C. encontramos restos de huesos de ciervo hallados en la Gruta Corbeddu de Oliena, que de manera indirecta indican la presencia del hombre. En la misma Gruta Corbeddu, encontramos, alrededor del 7.500 a. C., los restos humanos más antiguos encontrados en la isla. En el Neolítico Antiguo (6.000 a 4.000 a. C.) aparecen en Cerdeña las primeras manifestaciones culturales de relieve, como la cerámica. Además se elaboran herramientas líticas de menor dimensión y de elaboración más perfeccionada, como puntas de flecha, estiletes, cuchillos, etc. Corresponde a este periodo el descubrimiento de la agricultura y la ganadería, con el testimonio del hallazgo de morteros y majadores de piedra, de semillas y cereales y de huesos de animales domésticos. Está también documentado el aprovechamiento y el comercio de la obsidiana. En el Neolítico Medio (4.000 a 3.500 a. C.) se desarrolla la cultura Bonuighinu, con asentamientos en grutas o al aire libre. Se excavan también las primeras grutas funerarias artificiales. La cerámica se caracteriza por poseer una refinada decoración. Pertenecen a este periodo las estatuillas de diosas madre, representadas en forma de mujeres obesas. El Neolítico Reciente (3.500 a 2.500 a. C.) está representado por la cultura Ozieri, extendida por toda la Isla. Los asentamientos se multiplican y con frecuencia las zonas habitadas tienen dimensiones notables. Durante esta fase se desarrolla la arquitectura funeraria hipogea con miles de sepulcros,  las “Domus de Janas”, en que aparecen símbolos religiosos, como cuernos taurinos, espirales, puertas falsas, etc., e incluso elementos arquitectónicos, como pilares, travesaños en los techos, asientos, fogones, etc.). La cerámica presenta un amplio repertorio de vasijas y de motivos decorativos realizados con técnicas diversas.
Hacia el final del Neolítico Reciente se extiende en la Isla el fenómeno megalítico, con dólmenes y menhires. Pertenecen a este período los sepulcros circulares de la Gallura y las sepulturas de la necrópolis de Pranu Mutteddu. Con la Edad del Cobre (2.500 a 1.800 a. C.) se presencia en un primer momento el cambio gradual de la Cultura Ozieri a la Filigosa y Abelazu, caracterizadas la primera por las vasijas de perfil anguloso y la segunda por las típicas tinajas. Desde un punto de vista cultural, se evidencia un notable empobrecimiento respecto a la fase Ozieri precedente. Ello aparentemente se debe a una creciente conflictividad entre las gentes que se difunde al mismo tiempo por toda la cuenca del Mediterráneo. El pueblo Ozieri fue un pueblo culto, que decoró con acierto y delicadeza sus cerámicas, y cuyos restos aún desprenden una extraña apariencia oriental. A estos Ozieri se les ha atribuido la construcción del monumento más misterioso de toda la isla. Se trata de una pirámide escalonada, de unos nueve metros de altura, con lados de 37 y 30 metros respectivamente y dividida en tres grandes escalones o gradas, llamada Monte d’Accoddi. En el norte de la isla, cerca de Sassari, hay lo más parecido a un zigurat mesopotámico. Pero Monte d’Accoddi no es el único vestigio de tipo sumerio que hay en Cerdeña. Otro lugar de difícil clasificación es conocido como Pozo de Santa Cristina y se encuentra en el centro geográfico de la isla. Aunque se trata de un yacimiento claramente precristiano, toma su nombre de una popular ermita situada en las inmediaciones. El pozo, una estructura cilíndrica tallada en piedra basáltica pulida, no se asemeja a ninguna construcción vecina. Aunque está rodeada de nuraghis, una especie de toscas torres megalíticas levantadas entre los años 1700 y el 900 a. C., su diseño no tiene nada en común con ellas. El Pozo de Santa Cristina parece una máquina de precisión de piedra.

En su interior hay una escalera descendente de 25 peldaños que arranca tras una extraña puerta trapezoidal tallada en el suelo. Aquella escalera desembocaba en una especie de chimenea cónica que ascendía hasta un pequeño orificio por el que entraba la luz del día. Algunos historiadores locales afirman que hubo un remoto contacto entre una expedición sumeria y los habitantes de la isla. Pero la peculiaridad más destacada del Pozo de Santa Cristina es su función astronómica. Estudiado durante años por el profesor Enrico Atzeni, de la Universidad de Cagliari, esa estructura fue fechada en torno al primer milenio antes de Cristo. Hoy se cree que sirvió para cultos que unían la veneración de las aguas y el culto a la Luna. Y es que si se observa la chimenea del pozo desde abajo, éste termina en una especie de óculo que deja ver la Luna llena entre los meses de diciembre y enero. Se trata, pues, de un monumento levantado según criterios astronómicos. A la misma conclusión también han llegado los profesores Carlo Maxia y Eduardo Proverbio, de la Facultad de Antropología y el Instituto de Astronomía de la Universidad de Cagliari, respectivamente. Según ellos el misterio de la apertura superior del pozo está resuelto: “Para un observador situado en el lado norte del fondo del pozo, la distancia cenital máxima de su campo de visión será de 11,5º, exactamente igual a la distancia cenital mínima de la Luna en la latitud del Pozo de Santa Cristina (+40º), En esas circunstancias, en su ¿poca de máxima declinación, la Luna se refleja por un breve periodo en el fondo del pozo, durante el solsticio invernal“. Existen una treintena de pozos sagrados más distribuidos por todo el territorio sardo, y aunque algunos tengan también una clara función astronómica, lo cierto es que ninguno presenta el acabado del Pozo de Santa Cristina. Cualquiera que haya visitado construcciones sagradas incas, en Perú, verá en los muros mediterráneos un sorprendente parentesco. Tal vez hubo una cultura madre en el Mediterráneo, de la que perdimos todo rastro al desencadenarse el final de la última Edad del Hielo.

Pero a veces, tal como ya hemos dicho, los cambios geológicos no solo se deben a la elevación del nivel de los mares y océanos, sino que también pueden deberse a terremotos y volcanes, o a todas estas causas a la vez. El terremoto del océano Índico de 2004, conocido por la comunidad científica como el terremoto de Sumatra-Andamán, fue un terremoto submarino que ocurrió a las 07:58, tiempo local, el domingo 26 de diciembre de 2004, con epicentro en la costa de Ao Nang, Indonesia. El terremoto ocasionó una serie de tsunamis devastadores a lo largo de las costas de la mayoría de los países que bordean el océano Índico, matando a una gran cantidad de personas a su paso e inundando a una gran cantidad de comunidades costeras a través de casi todo el sur y sureste de Asia, incluyendo partes de Indonesia, Malasia, Sri Lanka, India y Tailandia. Las estimaciones iniciales habían determinado el número de muertes en más de 275 000, sin contar a los millares de personas desaparecidas. El desastre es conocido en Asia y en los medios internacionales como el tsunami asiático. Este tsunami ocurrió un año después del terremoto de 2003 que devastó la ciudad iraní meridional de Bam y dos años antes del terremoto de Hengchun de 2006. La magnitud del terremoto fue registrada originalmente como de 9,0. Con esta magnitud, es el tercer terremoto más grande registrado desde la existencia del sismógrafo, desde 1875, después del terremoto de 1960 en Valdivia (Chile) y del terremoto de Alaska de 1964. También fue reportado por tener la segunda duración más larga observada en lo que a fallas geológicas se refiere, durando entre 8,3 a 10 minutos, y fue lo suficientemente grande como para hacer que el planeta vibrara un centímetro aproximadamente. Además, también dio lugar a terremotos en lugares tan alejados como Alaska, al igual que mínimas vibraciones en varias partes del mundo.

Indonesia está sobre el Cinturón de Fuego del Pacífico a lo largo de las islas nororientales adyacentes, que incluyen a Nueva Guinea, y por el sur y oeste a lo largo de Sumatra, de Java, de Bali, de Flores, y de Timor. Los grandes terremotos tales como el sucedido en Sumatra-Andamán, se asocian invariablemente a los terremotos acontecidos en las zonas con subducción, los mismos tienen momentos sísmicos a través de los cuales puede explicar una fracción significativa del momento periódico global en el cual se va a originar un nuevo terremoto, con una variación que puede llevar varias décadas incluso siglos. los más importantes terremotos de los últimos desde 1906 al 2011, tenemos uno de más de 8,0 de magnitud en Sumatra-Andamán, como ya hemos indicado. Desde 1900, solo dos terremotos se han registrado con una magnitud mayor: el gran terremoto chileno de 1960 (magnitud 9,5) y el terremoto de Viernes Santo (Good Friday) de 1964 (9,3). El único otro terremoto registrado con una magnitud de 9,0 o mayor fue registrado el 11 de marzo de 2011, en Japón (magnitud de 9,0). Cada uno de estos grandes terremotos generó tsunamis en el océano Pacífico, pero ninguno con un número de muertos tan alto como el de Sumatra-Andamán. El que menos muertes causó de estos mega sismos fue el terremoto de Viernes Santo, sobre todo debido a que la densidad de población era mucho más baja en las áreas costeras afectadas y debido también a las grandes distancias que existían respecto de otras costas mucho más pobladas. Otros grandes terremotos ocurrieron en 1868 (Perú, placa de Nazca y  placa Sudamericana); 1858 (México, placa de Cocos y  placa Norteamericana); 1827 (Colombia-Ecuador, placa de Nazca y placa Sudamericana); 1812 (Venezuela, placa del Caribe y placa Sudamericana); 1787 (México, placa de Cocos y placa Norteamericana); 1755 (Portugal, placa Euroasiática y  placa Africana) y 1700 (terremoto de Cascadia, oeste de Estados Unidos y Canadá, placa de Juan de Fuca y  placa Norteamericana). Se cree que todos ellos podrían haber sobrepasado la magnitud de 9,0, pero en ese entonces no existían medidas exactas para saberlo.
La ciudad en ruinas de Nan Madol se alza en la costa este de la isla de Ponhpei, a mitad de camino entre Honolulu y Manila, en los Estados Federados de Micronesia. Según el antropólogo William Ayres, de la Universidad de Oregón, la metrópolis fue la capital de la dinastía Saudeleur, que ejerció su poder en la zona entre los años 500 y 1500. Ya mucho antes de la primera gran guerra buscadores de perlas y comerciantes japoneses habían efectuado sondeos clandestinos en el fondo del mar. Los submarinistas regresaron con narraciones fabulosas, como que allí abajo se habían podido pasear por calles en parte bien conservadas, si bien recubiertas por moluscos, colonias de corales y otros habitantes marinos, además de algún que otro vestigio de ruinas. Desconcertante había sido, según ellos, la visión de numerosas bóvedas de piedra, columnas y monolitos. Esta misteriosa ciudad submarina albergaba tesoros concretos, debiéndose hallar en el centro de la misma una especie de panteón, cuyas momias yacían allí. Pero cada una de estas momias estaría encerrada en un sarcófago de platino. Estos son los sarcófagos que en la época de la dominación japonesa de la isla, o sea entre las dos guerras mundiales, habrían localizado los submarinistas nipones. De acuerdo con estos testimonios, habrían ido extrayendo platino del fondo marino hasta el momento en que dos submarinistas ya no volvieron a emerger. Desaparecieron sin dejar rastro, llevándose consigo su moderno equipo de inmersión y de trabajo. Jamás nadie volvió a verlos. Existen gran cantidad de informes de buceadores que atestiguan la presencia, en los fondos marinos de Nan Madol, de amplias zonas de construcciones, calles y avenidas cubiertas de conchas y corales, bloques, monolitos y otras señales inequívocas de que Nan Madol es tan sólo la punta del iceberg de una gran civilización que yace olvidada en el fondo del Pacífico.  James Churchward la consideraba como un asentamiento del supuesto continente hundido de Mu. El enigma principal que ofrece son las ruinas de Nan Madol. Con respecto a ellas, la arqueología oficial reconoce abiertamente su desconocimiento absoluto sobre la finalidad de las más impresionantes ruinas del océano Pacífico. Es más, de la única ciudad en ruinas que puede visitarse en dicho océano. Pero además de este enigma principal, arqueológico, existe un foco mágico de la isla, oculto en la abrupta espesura de la jungla de Salapwuk, en las alturas montañosas del reino de Kiti, en el suroeste de Pohnpei. Allí y en otros puntos de la isla, la memoria de los nativos perpetúa hasta hoy el recuerdo de gigantes, el recuerdo de personas que sabían volar, el recuerdo de una raza que recurría a asombrosos poderes mágicos que permitían el transporte aéreo de grandes bloques de piedra.

Se decía que el terremoto de Sumatra-Andamán y el subsiguiente tsunami asiático lo provocó el desplazamiento de varias placas tectónicas. Toda la gente comentaba que la superficie de la Tierra se había movido y desplazado. Se he comprobado que al noroeste de Sumatra confluyen cuatro placas: Placa de India, Placa Australiana, Placa de Sunda; y la microplaca de Burma, que fue la que mayor movimiento registró, al estar rodeada por las tres anteriores. La Tierra se mueve desde hace millones de años. Desde el albor de los tiempos se sabía que la Tierra temblaba y había erupciones volcánicas que hacían desaparecer territorios o hacían aflorar nuevas islas en los mares. En Europa se tenía recuerdo del devastador terremoto del 1 de noviembre de 1775, que produjo la muerte de 50.000 habitantes de Lisboa. Tras el terremoto se generó un tsunami con olas de 10 metros, que arrasaron el sur de la península Ibérica. También se tenía noticias de otros terremotos en Turquía, Irán, Afganistán, Sudamérica, etc.  Fue el científico Alfred Wegener quién en entre los años 1910 y 1920 propuso su teoría de la deriva continental, siendo reconocida su teoría por el mundo científico desde 1960. Esta teoría explicaba el porqué encajaban las líneas de costa de los continentes de América, África, Oceanía y la India. La teoría de Wegener dice que hace más de 200 millones de años la Tierra estaba formada por un supercontinente llamado Pangea, que con el paso de los millones de años, se fragmentó en varias placas continentales. Al norte del paralelo Ecuador se llamaría Laurasia y al sur del ecuador Gondwana. Estos supercontinentes estaban rodeados por un gran océano llamado Pantalasia; y entre ambos continentes estaba el mar de Tethys, del que el mar Mediterráneo es su heredero. Posteriormente estas placas se fueron fragmentando, alejándose o colisionando entre ellas, hasta provocar la formación de los continentes actuales.

Fuentes:
  • Javier Sierra – La ruta prohibida y otros enigmas de la historia
  • Antón Uriarte – Historia del clima de la Tierra
  • Peter U. Clark – The Last Glacial Maximum
  • Fernando Ledesma Rubio – Paleogeomorfológica de la Península Ibérica y los primeros pobladores
  • A. Alonso y C. Sesé – Historia de la Tierra y de la vida
  • James Churchward – El continente perdido de Mu
  • Andrews Shirley – Lemuria Y Atlantida
  • Scott Elliott – La perdida Lemuria
  • Tomas Andrew – Los Secretos De La Atlantida
  • Wright – Global climates since the Last Glacial Maximum
  • Fuente
  • https://oldcivilizations.wordpress.com

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