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jueves, 4 de agosto de 2016

Arte y verdad

                                   Retrato de Florence Owens. DOROTHEA LANGE
El retrato de Florence Owens Thompson fue durante décadas el rostro de una América que sufría. El hambre de la Gran Depresión marcaba cada surco de su envejecida cara y los jirones de ropa con los que se vestían ella y los niños que la rodean
La fotógrafa Dorothea Lange lo sabía perfectamente. El suyo no es un disparo a ciegas fruto de la fortuna, sino una estudiada composición que marcó un antes y un después en la historia de la fotografía social. Nunca una maternidad fue tan simbólica.
Hubiera sido más romántico, si la lápida conservase sólo el epitafio Migrant Mother. Así, los pensamientos del visitante actual de Lakewood Memorial Park volarían imaginando el destino de aquella madre, símbolo de la fuerza de la maternidad americana. Emmett Corrigan había desvelado el enigma en otoño de 1978 cuando llamó a la puerta de una casa móvil en Modesto. El reportero del The Modesto Bee tenía delante a Florence Owens Thompson, la auténtica protagonista de la foto más célebre de América.
Dio la vuelta sin saber muy bien por qué. Quizás el atisbo de ese algo indefinible que sólo algunos fotógrafos son capaces de oler. Veinte millas atrás, los campos de Nipomo albergaban miles de temporeros, familias enteras, que mal vivían deambulando de un lado a otro de la Federal 101, durmiendo bajo tenderetes de hojalata o desvencijados Ford T, sumidos en un bucle de desesperanza y miseria. Eran los últimos coletazos de la crisis del 29.
Dorothea Lange conocía aquellos campos antes de ser seleccionada como fotógrafa por Roy Stryker para la Farm Security Administration. Junto a su marido, el sociólogo Paul Schucher Taylor, había trabajado en un documental sobre la pobreza rural, ella se encargaba de las fotos y él de las entrevistas. Roy Stryker, antiguo fotógrafo y economista, se puso al frente de un proyecto documental en el que los estadounidenses tuviesen una visión del país en el marco de la New Deal puesta en marcha por el presidente Roosevelt. El registro de imágenes tenía que definir los efectos de la depresión y la sequía, fotografías informativas, pero simbólicas. Para ello seleccionó un elenco de notables fotógrafos, entre ellos Dorothea Lange, Walter Evans, Gordon Parks, Margaret Bourke-White, etc.
Dorothea Lange nunca supo el nombre de aquella mujer, sencillamente no se lo preguntó. Tampoco recordaba cómo había explicado su presencia. Sólo recordaba que cuando llegó al campo y vio la escena se sintió profundamente atraída por la mujer. Pocas palabras, la edad 32 años y el lamento de vivir con los vegetales que recogían en los alrededores y algún pájaro que los niños cazaban. Esperaba a su marido y a uno de los hijos que habían ido a un lugar cercano a vender las llantas de su coche para comprar alimentos. "Ahí estaba, sentada, reposando en la tienda con sus niños abrazados a ella y parecía saber que mi fotografía podría ayudarla y entonces me ayudó. Había una cierta equidad en esto"; comentaría Lange en una entrevista. Un total de seis fotografías. El tendejón, los niños mirando a cámara, el contorno, todo sobraba. Tres, cuatro, cinco disparos, buscaba a la madre, la expresión precisa que dibujase su propia percepción de dignidad, pobreza y desamparo. Encuadre cerrado, fondo neutro, escala de grises, triángulo imaginario que guía el ojo compactando un equilibrio perfecto. La carga emocional recae sobre la mirada reflexiva de la madre, que parece salirse de los límites del cuadro, como buscando un nuevo horizonte de esperanza. Dorothea Lange había conseguido en el último disparo demoler la idea de Estados Unidos como tierra de abundancia, oportunidades y destino, pero al mismo tiempo mostraba la lucha por la honorabilidad, levantarse de la caída y resurgir con una nueva fuerza vital de las propias cenizas. La fuerza de la maternidad americana ya tenía rostro.
Florence Owens Thompson, después de la II Guerra Mundial, se estableció en Modesto, tuvo 10 hijos y convivió durante 40 años con el misterio. Florence y su familia contaron al reportero Emmett Corrigan una versión distinta del día de la foto. Según ella, su marido fue a reparar el radiador del coche que se les había averiado y no a vender las ruedas. Además, se dejó fotografiar con la promesa deque la fotografía no saldría publicada. Sin embargo, el 6 de marzo de 1936 el San Francisco News saca en su edición dos fotos de la serie. Las imágenes causan tal impacto en la opinión pública que en los días siguientes, camiones cargados con alimentos son enviados a los campos de Nipomo para paliar el hambre de los recolectores de guisantes. Para entonces, el marido de Florence había conseguido reparar el coche y la familia se movió de aquel lugar en busca de algún trabajo. Ni siquiera se beneficiaron de la ayuda.
Florence Owens Thompson murió en 1982 cerca del lugar donde había nacido después de padecer una larga enfermedad. El presidente Reagan mandó sus condolencias a la familia, "la muerte de la señora Thompson representa la pérdida de un estadounidense que simboliza la fuerza y la determinación en medio de la Gran Depresión". Por su foto jamás recibió la más mínima compensación económica aunque Estados Unidos utilizó la imagen para estamparla en uno de sus sellos. Tampoco Dorothea Lange recibió ningún dinero, ya que tomó la foto mientras trabajaba para una agencia del gobierno, lo que hizo que fuese de dominio público.
El fotógrafo saquea y preserva, denuncia y consagra a la vez. Palabras venidas a molde de Susan Sontag. El temor a la reprobación social, el estigma de la pobreza extrema, cargas pesadas para Florence que guardó para sí. Una fotografía convertida en icono, patrimonio inmaterial de los americanos, pero con toda su realidad íntima. Nietzsche dice: "Tenemos el arte para no tener que sucumbir a la verdad". ¿Esa soy yo? Aceptar el resultado de la variable, arte y verdad en equilibrada simbiosis. Las miradas de George Milton o Lennie Small podían ser las mismas que la de Florence cargadas con la misma inquietud. La construcción simbólica de Dorothea Lange en sales de plata, interpretadas en palabras por John Steinbeck. Seres reales e imaginarios dotados de inmortalidad. La mujer que nació para no tener historia convertida en el rostro de una parte de la historia americana.
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