El Infierno visto por Sandro Botticelli (ca. 1480–1495).
Dante Alighieri, en el Infierno, primer canto, describe la visión del propio viaje en el ultratumba. Aquí el Infierno está dividido en círculos que son significativamente nueve, basado en el pensamiento aristotélico-tomistico. La construcción del Infierno está explicada por el autor en el canto XI.
Antes de ingresar a los círculos encontramos la Selva, el Coliseo y la Colina donde Dante se encuentra perdido "en el medio del camino de nuestra vida": detrás de la colina se encuentra la ciudad de Jerusalén, debajo de la cual se imagina cavada la inmensa vorágine del Infierno. Entra entonces por la Puerta del Infierno y penetra así en el Anteinfierno. Superando el río Aqueronte en la barca de Caronte entra en el verdadero Infierno.
Ante Infierno Justo después de entrar al Infierno se encontraba un espacio en el cual penaban las almas que habían vivido sin cometer méritos ni infamias. Los inútiles, los indecisos, aquellos que a su paso por el mundo no habían dejado huella estaban condenados a correr sin reposo, desnudos, perseguidos por insectos y avispas que los picaban en todo el cuerpo. Su sangre y sus lágrimas, al caer al suelo, alimentaban a una serie de repugnantes gusanos. Estas almas estaban condenadas a nunca cruzar el río Aqueronte, pues carecían de la voluntad para tomar tal decisión.
Algunos de los habitantes de este espacio eran Esaú y Poncio Pilato.
Se trata del Limbo: en él se encuentran las personas que, no habiendo recibido el bautismo y siendo que nacieron privados de la fe, no pueden disfrutar de la visión de Dios, pero no son castigados por algún pecado (por eso es llamado también anteinfierno). Su condición ultraterrena tiene muchos puntos de contacto con la concepción clásica de los Campos Elíseos.
Pero según la doctrina cristiana algunas almas pudieron salir del Limbo y acceder al Paraíso: se trata de hecho de los grandes Padres, como Adán, Abel, Noé, Moisés, Abraham, David, Isaac, Jacobo, Raquel y muchos otros (en el tercer canto también aparece entre ellos el pagano Rifeo) que vivieron antes del Cristianismo pero que Cristo liberó después de la muerte llevando la insignia de su victoria sobre el mal y causando entre otras cosas daños físicos al Infierno (por ejemplo hizo derrumbarse todos los puentes de las Malebolge, como explica Malacoda a Virgilio en el canto XXI).
Se encuentran aquí: Homero, Horacio, Ovidio, Lucano, Electra, Héctor, Eneas, Julio César, Camila, Pentesilea, Latino, Lavinia, Lucrecia, Julia la Mayor, Marcia, Cornelia, Saladino, Aristóteles, Sócrates, Platón, Demócrito, Diógenes de Sinope, Anaxágoras, Tales de Mileto, Empédocles, Heráclito, Zenón, Dioscórides, Orfeo, Cicerón, Lino, Séneca, Euclides, Ptolomeo, Hipócrates, Avicena, Galeno, Averroes.
Además en el canto XXII del Purgatorio Virgilio nombra compañeros suyos del Limbo en una conversación con Estacio. Ellos son: Terencio, Estacio, Plauto, Vario Rufo (o quizás Varrón), Persio, Eurípides, Antifonte, Simónides de Ceos, Agatón de Atenas, Antígona, Deifile, Argia, Ismene, Hipsípila, Manto (Dante habla de la «hija de Tiresias»: se debe quizás pensar a un despiste dado que ya la encontramos entre los adivinos en Inf. XXVI), Teti, Deidamía.
Aquí comienza el verdadero Infierno: de hecho encontramos a Minos que juzga a los condenados según el mito ya presente en Homero y Virgilio.
En el segundo círculo están castigados los pecadores incontinentes y en particular los lujuriosos: ellos son empujados por el aire, vencidos por la tormenta infernal, evidente contrapaso (por analogía) de la pasión que los abrumó en vida.
Están castigados aquí: Semirámide, Dido, Cleopatra, Helena, Aquiles, Paris, Tristán, Paolo Malatesta y Francesca de Rimini.
En el tercer círculo, Dante y Virgilio continúan encontrando pecados incontinentes, en particular golosos: ellos están inmersos en el fango, bajo una lluvia incesante de granizo y nieve, y golpeados por Cerbero, guardián de todos los ínferos según la mitología clásica pero aquí relegado a guardián de solo el tercer círculo.
El contrapaso es más complejo respecto al anterior círculo pero se puede ver igual: en el fango en el cual están obligados a arrastrarse un antítesis del uso refinado que hicieron en vida en el sentido del gusto y, en la avidez del guardián que los maltrata, un reflejo de la avidez y la codicia. En conclusión, se puede decir que está potenciado al máximo el aspecto bestial de la avidez de comida, como se nota también en la degradación que sufre el mismo Cerbero respecto a su breve aparición en la Eneida (de hecho, Dante maximizó la monstruosidad del aspecto físico así como en el objeto que se le tira: una focaccia somnífera en la Eneida, pero acá un puño de tierra).
Los pecadores de incontinencia del cuarto círculo son los avaros y los pródigos, condenados a empujar enormes pesos de oro, divididos en dos grupos que cuando se encuentran se injurian: la grandeza del peso que los oprime simboliza la cantidad de bienes terrenales que acumularon o gastaron, dedicándose enteramente a esto en vida.
Dante y Virgilio en el infierno (también solo Dante y Virgilio) es un cuadro del pintor William-Adolphe Bouguereau, realizado en 1850, que se encuentra en el Museo de Orsay de París, Francia.
El pintor usa un episodio de la Divina Comedia, de Dante, que describe la entrada de Virgilio y el propio poeta en el octavo círculo del infierno, donde se encuentran los falsificadores. Allí se les ve observando dos almascondenadas: el hereje alquimista Capocchio mientras es mordido en el cuello por Gianni Schicchi, personaje real que vivió en el siglo XIII en Florencia, famoso por su capacidad de suplantación de personas, y enviado por ello al infierno.1
Bouguereau tomó la Divina Comedia como fuente de inspiración de otra de sus obras, Alma conducida al Paraíso por los ángeles.2
Jean-Léon Gérôme tiene una obra homónima.
Este círculo es el último en el cual se encuentran pecadores castigados por su incontinencia: aquí están los iracundos y los perezosos, los primeros inmersos y los segundos sumergidos en el pantano del Estigia. Los primeros estuvieron inmersos en el fango de su propia rabia, y ahora se golpean y se injurian eternamente, mientras los segundos gastaron su vida en la inmovilidad del espíritu, y por eso están hundidos, privados de aire y palabra así como en vida se privaron de las obras.
El custodio, también barquero sobre el Estigia, es Flegias, alegoría de la ira: su figura es tomada de la mitología, siendo él el rey de los Lápitas que incendió el templo de Delfos para vengarse de Apolo, que había seducido a su hija, como narran Virgilio y Estacio.
Algunos han planteado la hipótesis de que en el pantano se encuentran los soberbios y los envidiosos, porque no se encuentran en ninguna otra parte: pero viendo bien son infinitos los modos en los cuales un hombre puede pecar, y por eso las culpas están repartidas en grandes categorías, según una justicia divina inescrutable para la lógica humana. Notamos después como la soberbia y la envidia serán castigadas en el Purgatorio no como culpas precisas, sino como tendencias del carácter, diferencia que bien distingue a los dos reinos.
Aquí es castigado como iracundo: Filippo Argenti.
El sexto círculo está dentro de los muros de la ciudad de Dite, en la mitología homónimo de Plutón, y acá vigilada por una multitud de diablos y por las Furias o Erinias (el primero es el nombre en latín, el segundo griego). Ellas son tres: Megera, Alecto y Tisífone, y son las diosas de la venganza, que personifican el remordimiento por un delito cumplido que perseguía al criminal.
Aquí son castigados los herejes (entre los cuales los epicúreos, que negaron la supervivencia del alma) en sepulcros en llamas: la idea probablemente está tomada de la pena a la cual estaban castigados los herejes en los tribunales terrenales, es decir la hoguera, en cuanto el fuego era considerado símbolo de purificación y correspondía a la luz que ellos pretendían expandir con sus doctrinas. En el Infierno los seguidores de cada secta están juntos, en contraste a la discordia y a la división que en cambio llevaron en la Iglesia, mientras que el sepulcro alude a la negación de la inmortalidad del alma (aunque no todas las herejías la negaban).
Los heresiarcas no están incluidos en las grandes categorías de la incontinencia y de la malicia, sino que forman una clase distinta: ellos de hecho creyeron poder escapar al juicio normativo de Dios, pero no fueron inmunes del castigo. Naturalmente son distintos también de los condenados del primer círculo, los cuales no son verdaderos condenados en cuanto la de ellos fue simple ignorancia, y no una libre elección.
Aquí son castigados: Farinata degli Uberti, Cavalcante dei Cavalcanti, Federico II, Ottaviano degli Ubaldini, Papa Anastasio II.
Al séptimo círculo se accede después de haber superado los restos de una grieta, provocada por el terremoto que movió la tierra al morir Cristo. Ella marca una neta diferencia de la parte superior del Infierno: de hecho los condenados de los últimos tres círculos son culpables de haber puesto malicia en sus respectivas acciones. El custodio del círculo es el Minotauro, que representa la «loca bestialidad», es decir la violencia que equipara los hombres a las bestias. Aquí son castigados los violentos, divididos en tres grandes giros:
Los violentos contra el prójimo, es decir los homicidas y los criminales, tiranos, violadores y bandidos, son inmersos en el Flegetonte, río de sangre hirviente que simboliza la sangre que derramaron en vida, y son atormentados por los centauros, que también representan la violencia y la fuerza bestial. Los condenados están inmersos en el río en distintas proporciones según la gravedad de la culpa, y son golpeados por las flechas de los centauros si intentan salir de la sangre más de lo establecido.
Aquí son castigados los tiranos: Alejandro de Feres, Dionisio I de Siracusa, Ezzelino III de Romano, Obizzo II d'Este, Atila, Pirro Neoptólemo y Sexto Pompeyo; el homicida Guido de Montfort; los bandidos: Rinieri de Corneto y Rinieri de' Pazzi.
Los violentos contra si mismos están divididos en dos categorías netamente distintas por la diversidad de sus penas: los suicidas son transformados en árboles por haber querido voluntariamente renunciar a su naturaleza humana, y de hecho no podrán nunca recuperarla: el día del Juicio Final, cuando condenados y benditos tomarán sus cuerpos para sufrir y gozar en modo más intenso, los suicidas se limitarán a colgar a las ramas del propio árbol el cuerpo recuperado. Ellos son además castigados por las Harpías, criaturas mitológicas con cuerpo de pájaro y cara de mujer, que en la Eneida profetizaban a los troyanos hambre y desgracias.
En cambio los derrochadores, que en vida destruyeron y desgarraron su sustancia, aquí son desgarrados por perras famélicas. Ellos son distintos de los pródigos del cuarto círculo ya que no solo no tuvieron mesura a la hora de gestionar su patrimonio, sino que también tenían objetivos destructivos, y de esta manera destruían su propia sustancia: son por lo tanto víctimas de una caza infernal, muy parecida a aquellas narradas en el medioevo (el ejemplo más famoso se encuentra en el Decamerón de Boccaccio, en el cuento de Nastagio degli Onesti), y de ese modo también acrecientan el sufrimiento de los suicidas.
Aquí son castigados los suicidas: Pier della Vigna y un anónimo florentino. Y los derrochadores Lano de Siena y Jacopo de Sant'Andrea.
Ilustración medieval del Infierno, en el manuscrito Hortus Deliciarum (1180) por Herrada de Landsberg.
Los violentos contra Dios, la naturaleza y el arte son, de hecho, divididos en tres grupos: los blasfemos están echados en la arena ardiente, inmóvil bajo una incesante lluvia de fuego; los sodomitas en cambio corren incesantemente bajo el fuego, y, finalmente, los usureros ("violentos contra las artes" en cuanto violentos contra el derecho humano al trabajo) están sentados en la lluvia de fuego. No existe una guardia para este grupo en específico, pero que hay un guardián del séptimo círculo completo, es decir, el Minotauro.
El contrapaso una vez más se refiere a las sanciones impuestas en la Edad Media a los crímenes contra los dioses: la hoguera. En el caso de los sodomitas notamos una relación con el episodio de la Biblia de la destrucción de Sodoma y Gomorra justamente bajo una lluvia de fuego. Se nota también cómo los usureros son irreconocibles a Dante, que los identifica sólo por el escudo de la familia, que lo llevan colgado, en una condena global de la sociedad a la que pertenecen (son irreconocibles también los avaros y pródigos del cuarto círculo, connotándolos como ciegos por el amor a los bienes terrenales, que al alejarlos de los bienes celestes distorsiona también la naturaleza humana).
Aquí se castiga como blasfemo: Capaneo. Son castigados como contra naturaleza: Brunetto Latini, Prisciano de Cesarea, Francesco d'Accorso, Andrea dei Mozzi, Guido Guerra, Tegghiaio Aldobrandi, Jacopo Rusticucci y Guglielmo Borsiere. Y aquí se castigan como usureros a un Gianfigliazzi, un Obriachi y un Scrovegni.
Reino de los Narakas, nombre dado a uno de los seis reinos del samsara de mayor sufrimiento de toda la cosmología budista.
El octavo círculo aún castiga a los pecadores que usaron la malicia, pero esta vez en modo fraudulento contra los que no son de confianza. Tiene una forma muy peculiar que Dante describe con cuidado: está ubicado en un profundo foso en el medio del cual hay un pozo (la parte más profunda del Infierno); entre el banco y los pozos se excavan diez inmensa zanjas conectadas por acantilados rocosos que actúan como puentes (que, sin embargo, el de la sexta fosa se derrumbó por el terremoto que siguió a la muerte de Cristo): estas zanjas son las diez fosas del octavo círculo, llamadas colectivamente "Malebolge", un término acuñado por Dante como los nombres de los demonios que guardan algunos hoyos, como los Malebranche de la quinta (bolgia originalmente significaba "bolsa", mientras que su uso moderno naturalmente deriva de la Divina Comedia). El custodio de Malebolge es Gerión, símbolo de fraude, según las palabras del poeta que lo presentó en el Canto XVII (v. 7 "imagen sucia de fraude). De hecho, él tiene "cara de hombre justo" y el cuerpo de serpiente (otra imagen emblemática del mal de las primeras páginas de la Biblia), y su cola bifurcada representa la subdivisión entre el octavo y noveno círculo, es decir, respectivamente, el fraude hacia quienes no se confía, y contra los que se confía, mientras que la piel multicolor representa la diversidad del engaño, como se ve en las diez fosas:
"Visita al Infierno" de artista mexicano Mauricio García Vega.
En la primera fosa se castiga a los proxenetas y a los embaucadores, es decir, aquellos que sedujeron en nombre de los demás y por cuenta propia: se dividen en dos formaciones que recorren la fosa, golpeados por latigazos por parte de "cornudos demonios". El contrapaso es más bien genérico, ya que los azotazos en la Edad Media, eran un castigo común en muchos tipos de delitos menores: Dante, sin embargo hace hincapié en la desnudez de los pecadores, que por supuesto se refiere al mercimonio que hicieron en vida.
Aquí se castiga como un rufián: Venedico Caccianemico, y como seductor: Jasón.
En la segunda fosa, tratada en el mismo canto precedente son castigados los aduladores, que se encuentran en excrementos humanos, digno contrapaso por la obscenidad moral de sus pecados.
En el hoyo tercero son castigados los simoníacos, que hicieron mercimonio de los bienes espirituales y sobre todo de oficios eclesiásticos: ellos están al revés en los agujeros de los que sólo aparecen los pies, rodeados por las llamas. Ellos que son tan grandes en bolsas que en vida llenaron de dinero, convirtiendo sus funciones en favor de los bienes puramente terrenales y no divinos. La llama que lame sus pies se refiere a la llama del Espíritu Santo que cayó sobre la cabeza de los apóstoles y de María.
Se castiga aquí: Papa Nicolás III.
En la cuarta fosa se castiga a los adivinos y a los magos, quienes caminan con la cara distorsionada hacia atrás, en contraste con el pretexto de ver el futuro: mediante la arrogancia y el engaño de las personas se proclamaban tener las facultades reservadas exclusivamente a Dios. Sin embargo, no deben ser confundidos los astrólogos con los adivinos: en la Edad Media se consideraba a la astrología una ciencia que trataba de los astros y sus influencias, y el propio Dante en varias ocasiones se refiere, por ejemplo, cuando afirma ser nacido bajo Géminis, mientras que la cuestión de cómo estas influencias son consistentes con el libre albedrío se considera, asimismo, en todo caso aquí insiste en el engaño, la pretensión de ser capaz de ver y cambiar el futuro, lo cual, según Dante, es falso.
Son aquí castigados: Anfiarao, Tiresias, Arunte, Manto, Calcas, Eurípilo, Miguel Escoto, Guido Bonatti.
La quinta fosa está compuesta por un lago de brea hirviente en el cual son inmersos los malversadores, aquellos que tomaron provechos ilícitos de sus cargos públicos. A cuidar la bolgia hay un grupo de diablos llamado con el nombre de Malebrache, que castigan con sus ganchos a los condenadores que intentan salir de la brea: Dante, con gran despliegue de fantasía, nombre algunos: Malacoda, Barbariccia, Alichino, Calcabrina, Cagnazzo, Libicocco, Draghignazzo, Ciriatto, Graffiacane, Farfarello, Rubicante. Como los diablos mismos se burlan del condenado, la inmersión en la brea alude a la vida que tuvieron, mientras que la sustancia será justificada por su viscosidad, que hace referencia al modo en el que engañaron a la gente en vida.
En el hoyo sexto son castigados los hipócritas, que están vestidos con pesadas capas de plomo, doradas al exterior, con evidente alusión al contraste entre la aparición de "oro", agradable, que los hipócritas muestran al mundo exterior, y sus interioridad falsa, agobiada por los malos pensamientos: esta pena puede haber sido sugerida a Dante de la etimología que Uguccione de Pisa da a la palabra "hipócrita", como algo que una persona que "esconde algo debajo del oro, bajo una apariencia dorada". Una subcategoría particular de hipócritas está representado por los miembros del Sanedrín, que condenaron a Cristo a la muerte "en beneficio de todo el pueblo", pero causando la ruina de los Judíos: con evidente contrapaso están crucificados en la tierra, en medio del camino, de modo que los hipócritas que se caminan con las capas pesados los pisan. Aquí son castigados: Catalano dei Malavolti y Loderingo degli Andalò y son crucificados en la tierra: Caifás, Anás y los fariseos.
Visión del Infierno por San Agustín, La ciudad de Dios (413-426).
Visión del Infierno por San Agustín, La ciudad de Dios (413-426).
En la fosa séptima los ladrones son castigados, colocados entre las serpientes con sus manos atadas por serpientes, y transformados en estas: estos animales son el símbolo por excelencia del demonio, del engaño, como se lee en el Génesis, donde a engañar a Adán y Eva es Satanás en forma de serpiente. En este caso en particular el uso de este animal se justifica por la naturaleza insidiosa de los ladrones, cuyas manos están atadas porque estas cometieron el delito. Además la transformación de sus figuras se puede interpretar como un contrapaso, precisamente porque su naturaleza es lo único que tienen en el Infierno, sin embargo, también son despojados de eso. Guardián y condenado de este pozo es Caco, un personaje mitológico que fue un ladrón y asesino, y que Dante hace centauro, señalando que no se encuentra con los demás en el séptimo círculo porque además de ser violento también era ladrón. Éstos son castigados: Vanni Fucci, Cianfa Donati, Agnolo Brunelleschi, Buoso Donati, Puccio Sciancato y Francesco de' Cavalcanti.
El Infierno de Giovanni da Modena (1379 - 1455)
El Infierno de los hermanos Limbourg (principios del siglo XV)
Esta miniatura, que ilustraba un manuscrito gótico, nos muestra una interesante faceta doble de Satanás: como torturador y como torturado. Él mismo recibe con su aliento demoniaco a las almas condenadas y a la vez está siendo cocinado por toda la eternidad en un asador. Es el rey del Infierno, pero tampoco se la pasa bien, pues en su reino todo es dolor y hasta su corona resulta una burla. Esta imagen se gana puntos conmigo porque Satanás nos muestra generosamente sus bolas.
En el hoyo octavo se castiga a los consejeros fraudulentos, que andan encerrados en llamas: la lengua de fuego es la imagen de la lengua con la que pecaron, dando consejos engañosos, y de hecho también tienen dificultad para hablar, como lo vemos en el diálogo entre Dante y Ulises y luego entre Dante y Guido da Montefeltro. Se castiga aquí: Ulises, Diomedes y Guido da Montefeltro.
En el hoyo noveno se castiga a los sembradores de la discordia, que puede ser sembradores de la discordia religiosa, que es responsable de los cismas, política, responsable de las guerras civiles, o más generalmente para los hombres y las familias. Ellos están mutilados por un demonio que vuelve a abrir sus heridas tan pronto como se cierran, enfatizando con la separación de sus órganos las perennes divisiones que causaron en la humanidad. Éstos son castigados: Ali Ibn Abi Talib, Mahoma, Pier da Medicina, Gayo Escribonio Curión, Mosca dei Lamberti, Bertran de Born, Geri del Bello.
Es hora de visitar a Satanás en su propio hogar, el Infierno, donde él se dedica a torturar las almas de los pecadores en los tormentos y suplicios más imaginativos de que eran capaces las mentes medievales. Lo que me indica que artistas como el alemán Hans Memling no tienen nada que pedirle nada al cine de terror moderno. Imágenes de pesadilla alucinante como ésta serán la norma por el resto del conteo.
En la última zanja del octavo círculo se castiga a los falsificadores, que en vida falsificaron cosas, personas, dinero o palabras. Están sufriendo de enfermedades horribles que les deforman: los falsificadores de las cosas tienen lepra, los de persona rabia, los de monedas hidropesía y los de palabra fiebre. Estas enfermedades los desfigura, así como en vida ellos desfiguraron la realidad. Aquí se castigan como falsificadores de cosas Grifolino d'Arezzo, Capocchio; como falsificadores de persona: Gianni Schicchi y Mirra; como falsificadores de moneda: Mastro Adamo; y como falsificadores de palabra: la esposa de Putifar y Sinón.
El noveno y último círculo del Infierno castiga todavía a los culpables de malicia y fraude, pero esta vez contra quienes se fiaron. El noveno círculo está materialmente separado del precedente por un inmenso pozo, y en la estructura misma del poema está resaltado por la inserción de un "canto de pasaje", pero igualmente muy importante. En este pozo están castigados los gigantes, que están fuera de la estructura ternaria del Infierno de la misma forma que son extraños a la naturaleza humana, más allá de que se parezcan: ellos son al mismo tiempo condenados y custodios del último círculo, que está de esa forma encuadrado por titánicas figuras de rebeldes contra la divinidad, los Titanes justamente que se rebelaron a Júpiter y Lucifer que a pesar de ser el más bello y potente de los ángeles se le rebeló a su creador. Ahora, por contraste por haber querido elevarse usurpando un poder que no es de ellos, todas estas figuras están inmovilizadas en los más profundo del Infierno: aquí en particular encontramos a los gigantes, encadenados a las paredes del pozo desde el ombligo hacia abajo. Solo Anteo está en parte más libre, dado que no participó en la guerra de los hermanos contra Júpiter.
El último círculo está constituido por un inmenso lago de hielo, llamado Cocito, formado así gracias al movimiento de las alas de Lucifer. Están aquí castigados los traidores de quienes se fiaron, simbolizado por la frialdad del hielo, así como fueron fríos sus corazones y sus mentes en pecar, en contraposición a la caridad, tradicionalmente simbolizada por el fuego. Pero se puede notar un contrapaso también en la materia misma del poema: si su aislamiento respecto al resto del Infierno esta enfatizado por la inserción de un canto y de un nuevo proemio al inicio del sucesivo, el clima traicionero en el cual actuaron en vida estos condenados está bien representado con el clima que Dante recrea, clima de silencios y de tácitos, que no dice casi nunca abiertamente el pecado por el cual están castigados, y que cuando se alarga en un discurso más amplio parece querer esconder los detalles importantes, como en el discurso del conde Ugolino, que narrando su muerte no dice cual fue su culpa, ni en qué forma el arzobispo los traicionó. Además el Cocito está dividido en cuatro zonas, sin embargo, en contraste con la gran variedad de culpas y penas en Malebolge y en general en los círculos precedentes, es sustancialmente uniforme: casi igual es la pena, como igual fue la culpa: se nota de hecho que, más allá de la superficial subdivisión de estos condenados en traidores de los parientes, de la patria etc, incurrieron en sus vidas en más de una traición. Quien traicionó a sus parientes traicionó al mismo tiempo al partido (los hermanos Alessandro y Napoleone degli Alberti) o húespedes (Fray Alberigo y Branca Doria), Ganelón traiciona al rey Carlomagno que es también su tío, Bruto traiciona a César que es también su padre, etc.
La primera zona del noveno círculo es la Caina, llamada así por Caín, que mató a su hermano Abel. Justamente aquí están los traidores a los allegados, sumergidos en hielo hasta la cabeza con la cara hacia abajo. Aquí se castiga a Alessandro Alberti, Napoleone degli Alberti, Mordred, Vanni de' Cancellieri, Mascheroni Sassolo y Camicione de' Pazzi.
La segunda zona del noveno círculo es la Antenora, que debe su nombre al troyano Antenor que traicionó a su ciudad: aquí están, de hecho, los traidores al partido sumergidos con la cara hacia arriba, o con hielo que cubre la mitad de la cabeza. Aquí son castigados: Bocca degli Abati, Buoso da Duera, Tesauro dei Beccaria, Gianni de' Soldanieri, Ganelón, Tebaldello Zambrasi, Ugolino della Gherardesca y Ruggieri degli Ubaldini
El Gran Dragón Rojo de William Blake
"Luego apareció en el cielo otra señal: un gran dragón rojo que tenía siete cabezas, diez cuernos y una corona en cada cabeza. Con la cola arrastró la tercera parte de las estrellas del cielo, y las lanzó sobre la tierra. El dragón se detuvo delante de la mujer que iba a dar a luz, para devorar a su hijo tan pronto como naciera."
Esta serie de acuarelas del ENORME poeta y pintor romántico inglés William Blake ilustra algunos de los pasajes más aterradores del Apocalipsis, cuando el Dragón Rojo, que no es otro sino el mismo Satanás, la Bestia, se presenta en medio del Juicio Final para devorar al hijo de la Mujer revestida en Sol (sí, lo sé, otra vez hice trampa y puse varias imágenes en un solo puesto).
San Wolfgang obliga al diablo a sostener la Biblia de Michael Pacher (1435 - 1498)
Si creyeron que San Francisco era chingón por haber sacado a los demonios de Arezzo, fíjense en San Wolfgang, que logra que el mismísimo Príncipe de las Tinieblas le sostenga la Biblia para poder hacer sus rezos. Esta pintura del austriaco Michael Pacher retrata al demonio en una de sus formas más repulsivas. Fíjense en su aspecto esquelético y su piel putrefacta, y sobre todo, en la cara que tiene en el trasero, como para hacerlo todo más perturbador. De hecho, la otra cara del demonio es un tema frecuenta en sus representaciones pictóricas, como veremos más adelante.
Expulsión de los demonios de Arezzo de Giotto di Bondone (1295 - 1337)
Esta pintura representa al santo Francisco de Asís exorcizando a los demonios de la ciudad de Arezzo. Es una escena de triunfo de la santidad sobre la malignidad. Me gusta esta pintura en particular por su composición y sus colores, y por la proporción extravagante de la ciudad medieval. Pero no ignoremos a nuestros personajes favoritos, los demonios, que huyen de la ciudad ante la presencia del santo. ¿Cuántos demonios quedaran en otras tantas ciudades?
El tercer lugar del noveno círculo es la Tolomea que lleva su nombre en honor al rey egipcio Tolomeo que traicionó al huésped Sexto Pompeyo (o deriva el nombre del gobernador de Jericó, que traicionó y mató a su suegro Simón Macabeo, Sumo Sacerdote, y a sus dos hijos). De hecho aquí están los traidores de los huéspedes, sumergidos en el hielo con la cabeza echada hacia atrás, para que se les congelen las lágrimas en los ojos, evitando dar rienda suelta a la pena en lágrimas. Aquí son castigados: Fray Alberigo y Branca Doria.
Esta pintura nos muestra a Lucifer recién caído del cielo. Antes de convertirse en Satanás (el Enemigo), Lucifer (el que porta la luz), era el arcángel favorito de Dios, pero su soberbia y envidia lo llevó a rebelarse contra su creación. Un tercio de las hordas celestiales se rebeló junto a Lucifer, pero fueron vencidos por el arcángel Miguel. En esta imagen vemos a Lucifer, con toda el odio y el rencor en su mirada, planeando su venganza contra las creaciones de Dios: los seres humanos. Pintura ideal para iniciar nuestro recorrido.
La cuarta área del noveno círculo es la Judeca, llamado así por Judas, que traicionó a Jesús, benefactor de la humanidad. Aquí están los traidores de los benefactores, plenamente inmersos en el hielo, pero en diferentes posiciones, "Unas están yacientes; otras erectas, / ésta cabeza abajo, aquella de pie, / otra, como un arco, el rostro al pie devuelve" (vv. 13 - 15). Estas cuatro posiciones tienen significados diferentes, a saber, los que "yacen" traicionaron a sus pares, aquellos con la cabeza hacia arriba han traicionado a sus superiores (por ejemplo, a sus señores) y los que tienen los pies hacia arriba a sus inferiores (por ejemplo, a sus súbditos), mientras que los que están doblados habrían traicionado a ambos (Francesco da Buti). En el infierno más profundo, castigados por el mismo Lucifer, el primer gran traidor, están los traidores de las más altas instituciones, creadas bajo la voluntad de Dios para el bien de la humanidad: ellas son tres, y por lo tanto son tres las bocas de Lucifer en el que son masticados, en analogía evidente con el concepto de unidad y la Trinidad de Dios. Lucifer, el principio de todo mal, tiene en la boca central a Judas Iscariote, el traidor de Cristo, que desciende de él la autoridad espiritual, desgarrado su cuerpo con los dientes. En las bocas laterales, con la cabeza hacia afuera, están Marco Junio Bruto y Cayo Casio Longino, que conspiraron contra César y, por lo tanto traidores del imperio. "Las dos máximas potestades fueron ambas preordenadas por Dios como guías a la humanidad para conseguir respectivamente la felicidad ultramundana y aquella terrenal" (Natalino Sapegno).
El Infierno
A mi juicio es la parte verdaderamente excepcional de la tabla. No se puede representar mejor el infierno, nunca mejor dicho, que supone la condenación al averno. Todo es un caos, una locura, los cuerpos se pierden en un amasijo de dolor y sufrimiento. Son “paridos” por la Muerte, representada como un murciélago, que abarca el largo del cuadro y no deja resquicio a los condenados.
Van Eyck, en un alarde de imaginación, pinta una gran variedad de monstruos medievales. Los hay de todas clases, no repite ni uno: con grandes colmillos, con alas, serpenteos, de miradas inquietantes… todo un repertorio de fantasía que alimentaría la imaginación de muchos. Las criaturas torturan, desgarran la piel y engullen: destrozan todo a su paso sin piedad.
Para hacer la atmósfera más opresiva, el autor se vale de un tono anaranjado que sugiere elevada temperatura. Además, las figuras entran boca abajo y muy juntas, no hay espacios, acentuándose así la sensación de agobio. Incluso se puede intuir un mar de sangre en la base del cuadro.
Para hacer la atmósfera más opresiva, el autor se vale de un tono anaranjado que sugiere elevada temperatura. Además, las figuras entran boca abajo y muy juntas, no hay espacios, acentuándose así la sensación de agobio. Incluso se puede intuir un mar de sangre en la base del cuadro.
Un detalles que he observado es que Van Eyck incluyó monjes entre los condenados que bien podría ser una crítica a aquellos que por un lado son practicantes (o aparentan serlo), pero que por otro no son buenas personas y acaban siendo enviados al infierno.
Para acabar, me gustaría resaltar las múltiples inscripciones que el autor hace sobre la tabla y el marco, algo no muy común en la época. Están realizadas en latín, griego y hebreo, prueba de que estamos ante una pintura compleja, no apta para el gran público. Presupone un alto nivel de conocimiento al observador, Van Eyck premia a quien se detiene en observar los detalles, que de otra manera pasarían desapercibidos. De hecho, los dípticos estaban pensados para devoción privada y no para la exposición abierta.
Autor: Jan Van Eyck
Año: Hacia 1430
Medidas: 56,5 cm × 19,7 cm
Soporte: Óleo sobre tabla, transladado a lienzo
Tema: Religioso
Estilo: Gótico
Localización: Museo Metropolitano de Arte, Nueva York
Año: Hacia 1430
Medidas: 56,5 cm × 19,7 cm
Soporte: Óleo sobre tabla, transladado a lienzo
Tema: Religioso
Estilo: Gótico
Localización: Museo Metropolitano de Arte, Nueva York
El juicio final, Van Eyck
Acorde a las escrituras de la Biblia, el juicio final es el momento en que toda la humanidad se enfrenta al fin de los tiempos y es juzgada, persona a persona, por decreto divino. Se sella así el destino último de cada alma, basado en las acciones que cada una de ellas ha llevado a cabo en su vida. Van Eyck, en un alarde de originalidad y maestría, nos presenta una poderosísima imagen del instante en el que, Jesucristo, está ejerciendo de juez. La obra, aún con reminiscencias bizantinas, no tiene parangón en su época y fue muy influyente para autores inmediatamente posteriores como El Bosco, Hans Memling o Brueghel.
La tabla pertenece a un díptico, es decir, a una obra que estaba delimitada por dos compartimentos que normalmente tenían relación entre sí. Aunque algunas fuentes aseguran que en realidad era un tríptico y se encuentra perdida la pieza central, hoy en día se da por hecho que efectivamente solo son dos piezas, la crucifixión y el juicio final, que aquí analizamos.
A simple vista destaca la división que practica Van Eyck en la tabla, cuyo formato en vertical favorece la delimitación clara del cielo, la tierra y el infierno. La tierra, aún en el centro, carece de importancia y ejerce de línea separadora, donde los resucitados emergen penosamente suplicando por su salvación, antes de ser juzgados por Cristo Juez. La tierra es inerte y al fondo se ven construcciones en llamas: lo terrenal ya no vale nada y se consume irremediablemente.
El Cielo
Rodeado de ángeles que tocan las trompetas del apocalipsis, Cristo destaca por ser objeto de la mayor parte de las miradas y el único que mira directamente al observador. Su importancia viene remarcada por su tamaño; cuanto mayor es, más importancia en la composición: Jesucristo es el primero, seguido por el arcángel Miguel, la Virgen María y San Juan orantes a su vera y el resto de presentes (los doce apóstoles en blanco y demás beatos). La Virgen María y San Juan forman un triángulo con Jesucristo, típica representación bizantina en Déesis, que solía agrupar a los tres mismos personajes, con Jesucristo en el centro y la dupla en actitud rogante mediando por la humanidad.
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