Fernando Francés, director del Centro de Arte Contemporáneo de Málaga. M.M.P.
Ha sido reconocido como Miembro de la Orden del Imperio Británico
Fernando Francés (Torrelavega, 1961) es director del Centro de Arte Contemporáneo de Málaga y desde hace unos días Miembro de la Orden del Imperio Británico, condecoración que recibirá de manos de la reina Isabel II. Es uno de los más notables agitadores culturales españoles y desde su puesto en la capital de la Costa del Sol ha convertido el museo que dirige en un referente internacional. En esta entrevista concedida a EL MUNDO de Andalucía opina sobre el concepto actual de arte, el peso de los géneros, sus guiños, sus verdades y falsedades, el momento actual de los museos en Málaga y su predilección por un arte provocador e incitador a tomar posición sobre aquello que nos rodea. Busquemos, por tanto, la incorrección.
-¿Hay más mujeres artistas o más hombres artistas?
-Más hombres artistas. Si estudias las facultades de Bellas Artes de hace sesenta años la mujer era una excepción, como lo era en las facultades de química o matemáticas. La presencia de la mujer en el arte contemporáneo ha sido menor, como lo ha sido en la ciencia o en la política. Eso es un hecho constatable en unas proporciones de escándalo, algo irracional. Con todo nosotros somos según la asociación de mujeres artistas de España el museo que ha dado más visibilidad a las mujeres en conferencias y exposiciones.
-¿Y hay un arte femenino y un arte masculino?
-Hay una posición de género en el arte femenino mucho más marcada que en el arte masculino.
-Explíquelo.
-Entre las mujeres artistas hay un bloque muy importante de intereses por determinados temas como el rol de la mujer, el feminismo, la estética, la cosmética, la belleza...
-¿Y con esos mimbres se puede construir un discurso artístico?
-Sin duda. Hay colectivos que tienen como únicos temas estos que he expuesto.
-¿Quién se enfrenta con más valentía al arte contemporáneo?
-Aquel o aquella que no tienen prejuicios. Da igual el sexo. Además, por lo general, las personas con mayor nivel cultural tienen más prejuicios. Eso es paradójico. Aquellos con un nivel cultural bajo o los niños son los que se acercan al arte contemporáneo con mayor apertura de miras. Esa persona que es muy culta, que tiene una carrera superior, que le gusta el cine, que lee mucho y va a la ópera en ocasiones se pregunta por qué no le gusta el arte contemporáneo. No se plantea más; sencillamente se bloquea. O dice que es una tomadura de pelo... En el CAC recibimos a un grupo de mujeres de una barriada de Málaga y vienen con una frescura que le falta por lo general a aquel que es o se considera culto.
Camino del desprejuicio
-¿Y cómo nos desprejuiciamos?
-Aceptando nuestras limitaciones. Todos somos ignorantes. Yo lo soy en muchas cosas: lo soy en música clásica y en física cuántica, por poner dos ejemplos. Pero no pasa nada. No podemos ser especialistas en todo.
-¿Pero existe entonces una especialización para el arte contemporáneo? ¿Existe una especialización para acercarse a él?
-Existe una especialización, sí. Pero hay algo más importante: Se requiere una alta capacidad de permeabilidad ante las ideas porque hoy el arte contemporáneo son ideas.
-En las grandes corrientes históricas, incluso en los primeros ismos de finales del XIX y principios del XX, había un discurso de utilidad y sentido en el arte. Hoy, diecisiete años después de cumplido el tercer milenio ¿para qué sirve el arte contemporáneo?
-Es más fácil adentrarse en el arte de hace dos siglos. Se accede a él sin compromiso personal. Por el contrario para acceder al arte de tu tiempo se requiere un compromiso personal. El arte actual no habla de diferentes cosas de las que escribe un sociólogo, habla un político o denuncia un periodista. Los artistas de hoy hablan de las heridas y de las enfermedades del mundo contemporáneo. Solo que la posición del artista es normalmente crítica. No narra la realidad como lo hace un periodista sino que se compromete con mayor énfasis que el resto de la sociedad y quizá por eso cuesta comprenderlo. Tienes que ponerte en su mirada para tratar de hallar aquello que quiere decirnos.
-Y usted que conoce a tantos artistas contemporáneos ¿cómo se enfrenta a sus realidades, a sus fantasmas, a sus obsesiones, a sus miedos y grandezas?
-Eso es un hecho. Pero también es uno de los atractivos como reto y vivencia. Lo contrario es que todos tus amigos fueran notarios o registradores de la propiedad. ¿Imaginas?
-No. No lo deseo...
-¿Qué te pueden aportar? Lo más parecido hoy día a un artista actual es una hormigonera. Algo que está en ebullición constante. Yo prefiero eso a una situación plana y cómoda. Yo no me enfrento. Yo lo acepto. Hay quien dice: a mi no me compensa. A veces tratar con artistas trae consigo una bofetada. Pero yo prefiero esa bofetada a la abulia.
-¿Se le ha ido la cabeza al arte contemporáneo?
-Se le va la cabeza a algunos agentes del arte contemporáneo que en como cualquier otra faceta de la vida. Se les va a la gente de la banca, de la inmobiliaria, de la política, de la economía o del periodismo. El arte no es una dimensión diferente al resto de las cosas que nos rodean. Eso de poner el arte encima de un pedestal es algo que no debemos de hacer. El arte ha de ser desacralizado. Cuanto más lo desacralicemos más fácil será de comprenderlo.
-¿Y dónde queda entonces ese áurea en que los propios artistas tratan de instalarse?
-Eso cambia. En las últimas generaciones, en los últimos cincuenta años ha ido cambiando. Que un artista tenga un ego especial se le presupone como el valor en el ejército. Pero no quiere decir que todos los artistas lo sean. Hay artistas que se auto representan como muñecos colgados de una percha.
-¿Cómo ha de entrar uno a un centro de arte contemporáneo?
-Con los ojos abiertos y el pecho descubierto. Hay ciertos artistas de marcado signo conceptual que son los más intolerantes con el arte que se hace. Hay que huir de aquellos que se creen tener la verdad, la pureza. Pasa también con algunos arquitectos. Esa pureza del que cree que es paradigma de todo es lo más absurdo.
-¿Pero todo vale?
-¿Todo valía en el renacimiento? ¿No, verdad? En el arte contemporáneo, como en cualquier faceta humana, hay cosas buenas, cosas regulares y cosas malas. Hay ciertos consensos, pero el arte permite deidades subjetivas, como en la ciencia, por cierto. Y luego son muy importantes los aspectos visionarios. Hay gente que por su información, por su sensibilidad, por su intuición son capaces de adelantarse a los agentes del arte en descubrir valores, tendencias o artistas que aún no han sido reconocidos. Quien eso lo repite muchas veces y quien tiene esa intuición tiene mucho reconocimiento.
-Y dígame ¿para qué sirve el CAC de Málaga?
-Para hacer ciudadanos más libres, más tolerantes, más cultos, más críticos. Fundamentalmente, para cambiar la sociedad. El agente museo tiene que ser muchas cosas: Un hospital de curación de las enfermedades del mundo, una escuela que transmita valores, un laboratorio donde se investiguen determinadas formas. Pero sobre todo ha de ser transformar la sociedad. No solo es un lugar donde exponer obras de arte, que también. Pero ese no es el objetivo principal. Otra cosa son los vehículos que utilices.
-¿Cómo se siente el CAC en una ciudad que ha construido su discurso en torno a la cultura?
-Nosotros fuimos los primeros. Nadie se hubiera atrevido a convertir Málaga en una ciudad de arte si no es por el éxito del CAC. Luego se unió el Museo Picasso. Pero no perdamos el origen de las cosas. El CAC fue el primero. Yo estoy seguro de que el CAC fue y sigue siendo el buque insignia del Ayuntamiento de Málaga porque otros museos son emblemas externos. Pero el CAC es totalmente made in Málaga. Somos además el único museo que desde Málaga vendemos exposiciones al extranjero. Los demás las compran. Y somos globalmente el museo más aceptado por los malagueños. Este no es un museo para turistas. El sesenta y dos por ciento de las visitas del CAC son malagueños y solo el cinco por ciento de la fundación Picasso son vecinos de esta ciudad. El malagueño entiende como algo suyo el CAC. Pero no entiende como algo suyo la fundación casa natal del artista malagueño más universal. Además, el CAC es el más visitado rondando el medio millón de visitas anuales. En todo caso nos sentimos muy cómodos en esta realidad cultural que hoy vive Málaga. Ojalá tenga esta ciudad más oportunidades culturales. ¡Ojo! Digo oportunidades culturales, no museos. Somos una capital de museos, algunos requieren algún retoque. Yo me replantearía la existencia de alguno...
-¿Por ejemplo?
-No quiero dar nombres. Pero aquellos que después de un año o dos años de vida no terminan de arrancar igual habría que pensárselo, hacer algún retoque en su política. Yo incorporaría a la realidad museística de esta ciudad una apuesta por una capitalidad musical. Lo dejo ahí.
-¿La llegada del Centre Pompidou fue un complemento al CAC?
-Su llegada fue positiva. Fue fantástica. Ellos plantearon en su inicio que iban a hacer un laboratorio de ideas. Imaginemos lo que eso significa: Que uno de los grandes museos del mundo utilice a Málaga para reflexionar sobre las grandes perspectivas del arte. Eso lo hemos hecho nosotros desde nuestro nacimiento. Mi pregunta hoy ya es otra: La cuestión es si lo está haciendo el Pompidou. No creo que lo esté haciendo. Su llegada aquí planteó un gran interés. Pero yo creo que la dirección del Pompidou debería preguntarse si aquel reto que lanzó al principio lo está cumpliendo. A la gente hay que exigir que cumpla lo prometido. No solo a los políticos. También a los técnicos.
-¿Qué ha hecho usted para que la reina Isabel II de Inglaterra lo nombre miembro de la Orden del Imperio Británico?
-Uno de los tipos de arte que a mi más me interesa es el británico. Reflexiona sobre todas esas cosas que ha de ser un museo. Pero lo hace desde una forma muy despiadada, muy políticamente incorrecta. No es conmovedor. Trata de mover las entrañas del espectador. Es incómodo. Esa posición fresca, provocadora y grosera frente al espectador a mi me interesa.
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