Alberto Giacometti (Borgonovo, Suiza, 10 de octubre de 1901 - Coira, Suiza, 11 de enero de 1966) fue un escultor y pintor suizo.
Biografía
Giacometti nació en Borgonovo, Val Bregaglia, en Suiza, cerca de la frontera italiana, donde creció en un ambiente de artistas. Su padre, Giovanni Giacometti, había sido pintor impresionista, mientras que su padrino, Cuno Amiet, fue fauvista.
Tras terminar la enseñanza secundaria, se trasladó a Ginebra para cursar estudios de pintura, dibujo y escultura en la Escuela de Bellas Artes y a París, en 1922, para estudiar en la Académie de la Grande Chaumière en Montparnasse bajo la tutela de un asociado de Rodin, el escultor Antoine Bourdelle. Fue allí donde Giacometti experimentó con el cubismo. Sin embargo, le atrajo más el movimiento surrealista y hacia 1927, después de que su hermano Diego se convirtiera en su ayudante, Alberto había empezado a mostrar sus primeras esculturas surrealistas en el Salón de las Tullerías. Poco tiempo después, ya era considerado uno de los escultores surrealistas más importantes de la época.
Viviendo en una zona tan creativa como Montparnasse, empezó a asociarse con artistas como Joan Miró, Max Ernst y Pablo Picasso, además de escritores como Samuel Beckett, Jean-Paul Sartre, Paul Éluard y André Breton, para el que escribió y dibujó en su publicación Le surréalisme au Service de la Révolution. Entre 1935 y 1940, Giacometti concentró su escultura en la cabeza humana, centrándose principalmente en la mirada. Esto fue seguido por una nueva y exclusiva fase artística en la que sus estatuas comenzaron a estirarse, alargando sus extremidades. En esta época realizó una visita a España, a pesar de encontrarse en plena Guerra Civil.
Retrato de Alberto Giacometti, Jan Hladík, 2002.
Durante la Segunda Guerra Mundial vivió en Ginebra, donde conoció a Annette Arm. En 1946 ambos regresaron a París, donde contrajeron matrimonio en 1949. El matrimonio pareció tener un buen efecto en él ya que le siguió el periodo probablemente más productivo de su carrera. Fue su mujer la que le brindó la oportunidad de estar constantemente en contacto con otro cuerpo humano. Otros modelos habían encontrado que el posar para él no era un trabajo fácil, pero Annette le ayudó enormemente, soportando pacientemente sesiones que durarían horas hasta que Giacometti lograse lo que buscaba.
Poco más tarde se organizó una exposición de su trabajo en la galería Maeght de París y en la galería Pierre Matisse de Nueva York, para cuyo catálogo su amigo Jean-Paul Sartre escribió la introducción. Perfeccionista, Giacometti estaba obsesionado con crear sus esculturas exactamente como las veía a través de su exclusivo punto de vista de la realidad.
Alberto Giacometti en la 31° Bienal de Venecia en 1962, fotografiado por Paolo Monti.
En 1954 recibió el encargo de diseñar un medallón con la imagen de Henri Matisse, por lo que creó numerosos dibujos durante los últimos meses de vida del pintor. En 1962 recibió el gran premio de escultura en la Bienal de Venecia, lo que le llevó a convertirse en una celebridad internacional.
El 3 de febrero de 2010, su escultura El hombre que camina I ('L'Homme qui marche I') fue subastada en Londres por 65 millones de libras (74,2 millones de euros, 104,3 millones de dólares), superando así el récord mundial de una obra de arte vendida en una subasta ese momento, según la casa que se ocupó de la puja: Sotheby's.
Es una escultura construida como una jaula abierta de barras de hierro en cuyo interior se encuentra una esfera con una hendidura y colgada de una cuerda que roza, con un vaivén, la arista afilada de una pieza semirrecostada en forma de media luna o de gajo de naranja. Existen dos versiones, una realizada en madera y otra en escayola.
Reverso de un billete de 100 francos suizos con obras de Giacometti
Esta obra inaugura la incursión de Alberto Giacometti en el universo del objeto surrealista. Su descubrimiento causa un pequeño cataclismo en el seno de dicha corriente artística. Será André Bretón quien la descubrirá en la galería Pierre Loeb de París, y su posterior compra será la responsable de la amistad entre ambos. La obra llega en un momento de inflexión de la poética surrealista, que evoluciona desde la exploración del universo interior, en los años veinte (los sueños, la locura, las experiencias hipnóticas) hasta el descubrimiento del universo real o inventado de los objetos, hacia 1930. En uno de los primeros números de la revista El surrealismo al servicio de la Revolución, en 1931, Giacometti daba cuenta del magnetismo inquietante con que le hechizaban los objetos: “Todas las cosas… las que están cerca, y lejos, todas las que han pasado y las futuras, las que se mueven, mi amigas, cambian (se pasa junto a ellas, se apartan), otras se acerca, suben, descienden, patos en el agua, aquí y allá, en el espacio, suben y bajan…”
Servizio fotografico : Venezia, 1962 / Paolo Monti. - Strisce: 7, Fotogrammi complessivi: 37 : Negativo b/n, gelatina bromuro d'argento/ pellicola ; 35 mm. - ((I fotogrammi hanno una doppia numerazione. . - Sul portanegativi: Pentax HP3. - Sul dorso del portanegativi Monti specifica: "Mostra Broggini; mostra A.Martini; mostra G. Pomodoro; opera Giacometti". - Nell'agenda di lavoro citata in fonti e documenti Monti specifica: "3/11sculture Martini; 12/20 sculture Broggini; 21/27 sculture Giò Pomodoro; 28/38 sculture Giacometti". - Occasione: Documentazione della Biennale di Venezia del 1962. - Fonte: Agenda di Paolo Monti: Foto Leica 1 / 1-51 verde, 1-110 nera (1958-1963), presso Archivio Paolo Monti
En el curso de los años 30, Giacometti insiste en el hecho de que la escultura que realizaba no tenían las huellas de su manipulación, ni de su impronta física ni de sus cálculos estéticos y formales. “Desde hace años”, escribe en 1933, “realizó solamente aquellas esculturas que se ofrecen a mi espíritu ya perfectamente terminadas”. “La realización es solo un trabajo material que, para mí, en todos los casos, no presenta ninguna dificultad. Es casi aburrido. Se tiene en la cabeza y se necesita verla realizada, pero la realización en sí misma es molesta. ¡Si se pudiera hacer realizar por otros sería todavía más satisfactorio! ”Es por eso que hablaba de sus obras como de “proyecciones” que quería ver realizadas pero que no quería fabricar él mismo.
Servizio fotografico : Venezia, 1962 / Paolo Monti. - Stampe: 3 : Positivo b/n, gelatina bromuro d'argento/ carta, 18x24. - ((Al verso delle stampe iscrizione didascalica manoscritta a matita. - Sul coperchio della scatola iscrizione didascalica manoscritta a pennarello nero: "Scultura Moderna". - In una delle stampe sullo sfondo, fuori fuoco è identificabile "Busto di Diego", 1954, bronzo. - Occasione: Documentazione della XXXI Biennale di Venezia, 1962. - Fonte: Quaderno di Paolo Monti: Foto Leica 1 / 1-51 verde, 1-110 nera (1958-1963), presso Archivio Paolo Monti
Sin embargo, el aspecto más innovador es la puesta en juego del movimiento real en la obra plástica hasta entonces estática. Esto se debe al hecho de que la bola puede, efectivamente, hacerse oscilar como un péndulo, lo que determina una percepción del trabajo en su forma física concreta y objetiva y no como forma plástica. Según el propio autor: “A pesar de mis esfuerzos, en aquellos tiempos no conseguía realmente tolerar una escultura que se limitase a dar ilusión de movimiento (una pierna que avanza, un brazo levantado, una cabeza que mira de lado). El movimiento podía concebirlo solamente si era real y efectivo, es más, quería dar la sensación de poderlo provocar.” El movimiento es real, y por lo tanto el medio temporal en el que se inscribe es el tiempo real de la experiencia, despojado de todos los límites y, por definición, incompleto. Este recorrido del movimiento real y al mismo tiempo textual es una función del significado del surrealismo en cuanto que se instala simultáneamente en los márgenes del mundo y en su interior, comparte las condiciones temporales, pero se forma bajo la presión de una necesidad interior.
Servizio fotografico : Venezia, 1962 / Paolo Monti. - Strisce: 3, Fotogrammi complessivi: 13 : Negativo b/n, gelatina bromuro d'argento/ pellicola ; 35 mm. - ((I fotogrammi hanno una doppia numerazione. . - Sul portanegativi: Pentax HP3. - Sul dorso del portanegativi Monti specifica: "opere Giacometti". - Occasione: Documentazione della Biennale di Venezia del 1962. - Fonte: Agenda di Paolo Monti: Foto Leica 1 / 1-51 verde, 1-110 nera (1958-1963), presso Archivio Paolo Monti
Al poner la bola y la medialuna en el volumen cúbico de una jaula, Giacometti puede jugar con sus dos registros espaciales. Produce así una ambivalencia: confina el objeto en el campo escénico restringido a la jaula, imprimiendo al mismo tiempo un movimiento real; lo inscribe en el espacio del mundo, separándolo de las cosas que lo circundan. La jaula le permite afirmar la particularidad de esta situación y transformar el conjunto en una especie de esferade cristal impenetrable, fluctuante en el interior del mundo real. Parte del espacio real y al mismo tiempo se separa de él, la bola suspendida y la medialuna abren una fisura en la superficie continua de la realidad. Esta escultura captura una experiencia que hacemos, a veces, estando despiertos, experiencia de discontinuidad que se insinúa entre las diferentes partes del mundo. Esta obra tiene una poderosa capacidad de evocación erótica que se encierra en esa jaula de hierro, en la que el aliciente táctil y pendular es un elemento central, aunque inconsciente. Recluida en un armazón transparente, que acentúa la impresión de aislamiento, la puesta en marcha del objeto produce una violenta emoción que se asocia inmediatamente con la irritante sensación de un deseo incumplido, representando todas las frustraciones des dispositivo amoroso, aunque los elementos masculino y femenino son intercambiables. La descripción de Dalí era muy elocuente: “Una bola de madera horadada por un hueco femenino y suspendida por una fina cuerda de violín pende sobre una media luna cuya arista roza ligeramente la cavidad. El espectador se encuentra instintivamente empujado a hacer deslizar la bola sobre la arista; deslizamiento que, sin embargo, la largura de la cuerda no permite efectuar más que a medias”.
Servizio fotografico : Venezia, 1962 / Paolo Monti. - Buste: 12, Fototipi: 12 : Negativo b/n, gelatina bromuro d'argento/ pellicola ; 6x6. - ((Serie costituita da 12 negativi identificati con i nn.: 16005-16016. Sulla busta dei negativi manoscritto: "Biennale 1956". La suddetta serie è contenuta nella scatola identificata con la numerazione R15798/R16016. Sul coperchio iscrizione manoscritta a pennarello: "Scultori". - Occasione: Documentazione della Biennale di Venezia del 1962. - Fonte: Agenda di Paolo Monti: Foto Leica 1 / 1-51 verde, 1-110 nera (1958-1963), presso Archivio Paolo Monti
Es inevitable asociar Bola suspendida con un recuerdo infantil del propio Giacometti, a propósito de una gran piedra perforada que se hallaba en los alrededores de su pueblo, un “monolito de color dorado”, que le atraía magnéticamente y cuyo agujero, “hostil y amenazante”, se abría en su base a una húmeda gruta en al que apenas si cabía el pequeño Alberto tumbado. Como él mismo contaba de adulto, la idea de esta abertura se le hacía intolerable y atractiva al tiempo, y ocupó su atención y sus juegos durante varios veranos.
La musa que volvió loco a Giacometti
Como buen obseso, Alberto Giacometti (Borgonovo, 1901 - Coira, 1966) tuvo pocos temas a los que volvía una y otra vez, siempre insatisfecho con el resultado. El artista siempre conocido por sus esculturas de extremidades anoréxicas tenía, sin embargo, fijación por los bustos, por las cabezas (ese “núcleo de violencia”), por los ojos. No necesitó más que un modesto estudio y unos pocos modelos: su hermano Diego, su esposa Annette, un profesor de filosofía japonés… y una prostituta a la que triplicaba en edad y que respondía al nombre de Caroline.
El escritor francés y experto en arte Frank Maubert ha recreado aquella relación con la joven Caroline en La última modelo, uno de esos libros que se consumen en un trago pero que pese a su brevedad son capaces de capturar la vida de un artista a la memorable manera en que también lo hizo hace una década Jean Echenoz con otro gigante del siglo XX, Ravel (Anagrama).
Obras ambas de fascinante escritura que necesitan pocas páginas porque saben elegir ese ramillete de momentos vitales a partir de los cuales atrapar el alma, casi siempre atormentada, de un artista. La de Giacometti es la de un pintor y escultor ofuscado hasta la perturbación con alcanzar la verdad en la representación artística que hacía de sus modelos. Convencido de que era más fácil alcanzar su objetivo ajustando el foco, cada vez dibujó y esculpió más centrado en el rostro, en la mirada. La cara y los ojos de Caroline fueron una de sus últimas obsesiones.
Maubert también cae un día rendido a la mirada de Caroline al observarla en una de las pinturas del artista. Treinta años después de que se pintara aquel óleo, el narrador acude a Niza para conocer a la amante de Giacometti y escuchar su historia de amor. La anciana Caroline, de voz grave, sin recursos y afectada por la diabetes, empieza a recordar aquellos años, finales de los cincuenta, en los que ella era una de esas chicas casi adolescentes que pululan por los bares de Montparnasse animando a los hombres a beber primero y a subir después a la habitación de algún hotel cercano. Y se produce el encuentro: ella, una guapa moderna dispuesta a beberse la vida cada noche y él, fumador empedernido que sale a la calle sin quitarse los restos de yeso en la chaqueta y a punto de recibir el mordisco del cáncer. Se produce una poderosa atracción frente a la cual la diferencia de edad no supone ningún obstáculo.
Estaban además destinados a encontrarse en la noche parisina, sabida la pasión que siempre manifestó Giacometti por las prostitutas desde bien jovencito, a tenor de lo que él mismo dejó escrito: “Todas mis caminatas nocturnas por París en 1923-1924 en busca de una prostituta; obsesionado por las prostitutas, no había otras mujeres para mí, sólo me atraían ellas, me fascinaban las prostitutas, quería verlas a todas, conocerlas a todas y todas las noches emprendía mis paseos solitarios”. Pero Caroline no es una más y no solo porque sea el reverso exacto de su esposa. Sabe volverle loco: juega con él, le oculta qué hace con otros hombres, desaparece durante un tiempo… Supo convertirse en “su diosa, en su desmesura”.
Por eso estaba cantado que acabaría entrando en su taller y posando para él. Y con ella cruzamos la puerta los lectores: Maubert describe maravillosamente el lugar sagrado del artista y el modo en que pelea con el barro o castiga al pincel sobre la tela. La modelo asiste, con una mezcla de miedo y asombro, al cambio de carácter del genio, que se vuelve autoritario y refunfuñón. Crea y rompe. Hace y rehace.
Aquel primer intento de servirse el uno al otro se salda en fracaso pero la chispa ha prendido. En la siguiente ocasión Caroline se desnudará de cintura para arriba. Ha surgido una complicidad que les ata de por vida. Inician una aventura, con días de vino y rosas, con encuentros y separaciones, y así hasta la despedida final: él saciará sus caros caprichos, ella llegará a las manos con la esposa resignada, él rechazará a Marlene Dietrich, ella se casará con otro, juntos pasearán por los museos, viajarán a Londres y alternarán con otro gran obseso, con otro grande del arte moderno, Francis Bacon. El artista y la modelo como pocas veces nos lo han contado.
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