Foto: Julio Estrella/ EL COMERCIO.
¿Cuáles eran las inquietudes de los artistas latinoamericanos en la década de los 50?
Recuerdo que el maestro uruguayo Joaquín Torres García decía que el arte que se hacía desde Latinoamérica debía tener una personalidad y que necesitaba despojarse de la influencia europea y estadounidense. En el país, esas inquietudes llegaron antes a través de artistas como Camilo Egas, quien fue parte del arte realista indigenista, donde sobresalió gente como Diógenes Paredes, Eduardo Kingman y Oswaldo Guayasamín.
¿Cómo cambió su visión del arte que se hacía en Latinoamérica cuando viajó a España?
Antes de ser becado por el Gobierno del Ecuador y viajar a España, en 1955, estaba al tanto de lo que se hacía en Europa. Había visto y leído mucho sobre Vasili Kandinsky. Cuando salí, llevé varias obras abstractas que ya se alejaban de lo figurativo y se acercaban a lo surrealista. Cuando llegué a Barcelona me empapé de todo lo que se estaba haciendo. Tuve la oportunidad de conocer a artistas como Joan Miró, Antoni Tápies y Joan Brossa, que era el líder del grupo de intelectuales de esa ciudad.
¿Se puede caracterizar al arte que se hace desde América Latina?
Cuando hablo del arte que se hace en Latinoamérica, siempre recuerdo la riqueza del arte que tenían todas las culturas precolombinas. Creo que a diferencia de lo que sucede en África, desde hace 100 años, donde ya se puede hablar de un arte africano, acá todavía no se puede hablar de un arte latinoamericano, porque seguimos en una especie de colonialismo artístico en el que todavía no encontramos una personalidad propia.
¿Por qué es importante, en medio de un mundo globalizado, encontrar esa personalidad de la que habla?
Porque todavía vivimos en una sociedad racista. Están los señores y la gente de segunda clase, como los cholos, los indios, los negros y los montuvios. Muchas de estas personas todavía no están orgullosas de lo que son. Desde hace algunos años tengo la intención de abrir un museo, ahí tengo la idea de grabar en piedra dos mil apellidos indígenas, una forma de dar valor a esas personas y a sus ancestros.
Usted habla de cholos, montuvios e indígenas, mientras que los artistas contemporáneos están hablando de otras minorías como las mujeres o los grupos Glbti.
Me parece importante que los artistas jóvenes reivindiquen a otros grupos. Todos los trabajos que estén orientados a mostrar los problemas del ser humano son fundamentales. La igualdad entre las personas es necesaria. Desde hace algunos años vivo en el campo y ahí el montuvio dice: “Con que tenga para comer mañana no me importa nada más”. Lo único que saben es que hay una clase de gente que es superior a ellos y que no pueden hacer nada por cambiarlo.
¿Cuál es su criterio del trabajo que están haciendo los artistas de las nuevas generaciones?
El arte tiene mucho que ver con las cosas que a uno lo rodean. Creo que no se puede negar lo que uno es. Sé que cada artista tiene sus búsquedas personales pero estas siempre deberían tener relación en un contexto. Los artistas e intelectuales siempre tenemos que prestar atención a lo que sucede, sobre todo, con temas como el racismo y la desigualdad.
Usted sigue en contacto con artistas y gestores que viven en España, ¿ha cambiado la percepción del arte que se hace desde la región?
Desde Europa se están dando cuenta que el arte que se genera desde Latinoamérica va teniendo una personalidad. En campos como la música y la literatura eso es más visible. En la pintura no tanto, porque se sigue teniendo como referente a Europa. Uno de los problemas es que los jóvenes no tienen una guía para encaminar su trabajo de otra forma. Cuando a esta serie de cuadros les puse el nombre de ‘Colección Latinoamericana’ fue como un homenaje a las culturas de la región de las que tenemos que sentirnos orgullosos.
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