Al menos tres cubanos se cuentan entre las fortunas que hoy día intentan reivindicar el arte latino. Según declaraciones de estas figuras que recoge un reportaje de El País, "se mueven por su pasión artística", y también "por la voluntad de rendir justicia a unos creadores olvidados hasta hace no tanto por las grandes instituciones culturales".
La cubano-venezolana Ella Fontanals-Cisneros, el cubanoamericano Jorge Pérez y el asesor financiero Javier Mora, habituales de la tradicional feria Art Basel Miami Beach, explican sus razones y experiencias.
Fontanals Cisneros lleva adelante la fundación CIFO, nombre que invierte su apellido compuesto. Su exmarido es el propietario de la Pepsi venezolana, al que conoció durante su exilio en Caracas. Allí creció tras abandonar su Cuba natal.
Cada mes de diciembre, cuando arranca Art Basel, Fontanals Cisneros abre las puertas de su sede y cuelga de sus paredes un puñado de obras de su colección, formada por un total de 3.200 piezas.
En la recién celebrada edición de la feria miamense dio protagonismo a tres grandes figuras de la abstracción cubana: Loló Soldevilla, Sandu Darié y Carmen Herrera.
La coleccionista contó al diario español cómo conoció a Herrera cuando todavía no había vendido ni un solo cuadro. "Pensé que sería una muchacha joven", dice. "En realidad, tenía 87 años".
Un decenio y medio más tarde, Herrera se ha convertido en una de las artistas vivas más cotizadas, presente en las colecciones del MOMA y la Tate Modern. Con 102 años, batió su propio récord en noviembre al vender una obra pintada en 1956, "Untitled" (Orange and Black), por 1.800.000 dólares en una subasta en Nueva York.
"Sin el apoyo brindado por coleccionistas como Fontanals-Cisneros, puede que hubiera permanecido en el olvido", destaca El País.
Art Basel Miami Beach se ha convertido en punto de encuentro para los coleccionistas del panorama latinoamericano, colectivo que prosigue su expansión. Otros dos cubanos se cuentan entre ellos.
Para Marc Spiegler, director global de Art Basel, "el norte y el sur de América se da cita en Miami".
Allí es donde "se encuentra la élite socioeconómica del continente y, como tal, era un lugar propicio para el arte (...) 16 años después de aquella primera edición, no solo hay una escena del coleccionismo en México y Brasil, donde ya existía desde hace décadas, sino también en lugares como Chile, Perú, Colombia o Puerto Rico", relata.
El País cita el caso de Jorge Pérez, hoy uno de los hombres más ricos de EEUU gracias a su imperio inmobiliario.
Este hijo de cubanos que nació en Buenos Aires, creció en Colombia y se instaló en Miami en 1968, dice desde su despacho en Villa Cristina: "El arte latinoamericano llevaba décadas siendo maltratado. Hasta no hace mucho, las obras de los mayores maestros se vendían por un puñado de centavos. Cuando hablaba de ciertos artistas a los conservadores de los mayores museos, me respondían: '¿Quién?'".
"El arte es un mundo distinto, en el que no pienso en ganancias, números y resultados inmediatos. No tiene que ver con lo económico, sino con lo espiritual y lo sensorial. El artista me lleva a un lugar al que no suelo acudir en mi vida cotidiana", explica.
Este empresario creó en 2013 el museo que lleva su apellido en un edificio de Herzog y De Meuron sito en el downtown de Miami, al que donó 1.300 obras de su colección y los fondos necesarios para adquirir 500 más. El arte internacional convive en su interior con una clara inclinación por lo latino: desde el cubano Wifredo Lam hasta la colombiana Beatriz González.
Recientemente se vio involucrado en una polémica con el American Museum of the Cuban Diaspora por cuestiones de fondos federales.
Pérez admite que su coleccionismo también ha estado guiado por cierta voluntad política: "Para mí, era importante que contáramos con un museo que llevase un nombre hispano, como símbolo de nuestra contribución a esta ciudad y a este país".
Conocido donante demócrata, rompió sus lazos de amistad con Donald Trump cuando se convirtió en presidente estadounidense. "Nuestras relaciones se han enfriado mucho. Ya no nos hablamos", confiesa al medio español.
Mónica y Javier Mora son un matrimonio formado por una ingeniera venezolana y un asesor financiero, hijo de cubanos exiliados en 1960. Ambos son propietarios de una colección que se esfuerzan en mantener en solo 150 obras, pero todas de primerísimo nivel.
Ambos dieron una visita guiada por su residencia en Key Biscayne a El País. Sus obras de fenómenos recientes del mercado del arte, como Danh Vo o Sterling Ruby, conviven con una amplia representación de arte latino, con nombres como Jesús Rafael Soto, Gabriel Orozco y Ana Mendieta al frente.
Él, que trabaja a menudo desde casa, confiesa que suele colocar su portátil ante algunas de sus obras. Así logra neutralizar la rutina. "El arte es un contrapeso, algo que te inspira. Su belleza te enriquece y te da energía", zanja.
Fuente
http://www.diariodecuba.com
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