En un mundo en el que la estrategia de los ricos herederos oscila entre dilapidar su dinero en extravagantes gastos o invertirlo de la forma más segura posible para garantizar sus fondos, independientemente de su rentabilidad social, aún hay historias muy inspiradoras
Ahora que el prestigioso economista francés Thomas Piketty defiende en su libro 'Capital e ideología' la utópica idea de que todos las personas reciban de la UE una 'herencia' de 120.000 € al llegar a la mayoría de edad, para favorecer la igualdad de oportunidades y luchar contra el imparable avance de las desigualdades económicas en el mundo, me viene a la memoria la fascinante vida de Peggy Guggenheim, como ejemplo de lo bien aprovechada que puede estar una herencia y su capacidad de conseguir enormes beneficios, culturales y económicos para toda la sociedad.
Peggy Guggenheim, de la famosa familia de millonarios norteamericanos que años después se han hecho mundialmente conocidos por sus museos de arte moderno en Nueva York, Venecia y Bilbao, quedó huérfana de padre a los 14 años tras el hundimiento del Titanic.
Seis años después, al morir su madre, su vida quedó marcada por el número 20: En los años 20, a los 20 años recibe una herencia de 20 millones de dólares. Si además tienes inquietudes artísticas ¿qué otra cosa podías hacer en esa época excepto irte a vivir a París?
Eso fue lo que hizo. Entre sus amistades estaban el pintor Marcel Duchamp, el poeta Tristán Tzara, el escritor James Joyce o la bailarina Isadora Duncan. También tuvo oportunidad de conocer a Jean Cocteau y a Ernest Hemingway. Muchos de estos famosos personajes, protagonistas de las vanguardias artísticas europeas de principios del siglo XX, fueron reunidos por Woody Allen en su divertida comedia de 2011 'Media noche en París'.
Tras una azarosa y desahogada juventud, Peggy decidió en 1939 abrir un museo de arte moderno en Paris. Estaba en pleno proceso de compras, cuando le sorprendió la invasión de Francia por las tropas alemanas. La apresurada marcha de miles de empresarios, intelectuales y artistas judíos o de izquierdas, le facilitó la compra un gran número de obras de arte a buen precio. Su lema era 'una pintura al día'.
Finalmente, cuando los nazis comenzaron a perseguir y destruir lo que ellos llamaban el 'arte degenerado', tras la negativa del Louvre de proteger su colección por ser 'demasiado moderna' y una vez que pudo rescatar al pintor Marx Ernst, huyó a Nueva York vía Marsella con más de 125 cuadros de artistas como Kandinsky, Klee, Juan Gris, Miró, Magritte, Giacometti o Picasso. Obras que entonces no le costaron más de 40.000 dólares y hoy valen millones de euros.
No solo ayudó a los emigrantes judíos a huir salvando las obras de las garras nazis, también socorrió a los artistas. En Nueva York abrió una galería donde muchos de ellos pudieron refugiarse y donde entraron en contacto con artistas norteamericanos como Pollock, Rothko o de Kooning. Así, la herencia de una joven norteamericana acabó ayudando a salvar una buena parte del arte europeo de la devastación de la guerra y a sembrar la semilla del expresionismo abstracto en los EE. UU.
La bien aprovechada herencia de Peggy Guggenheim fue el germen del éxodo europeo que posteriormente protagonizaron científicos de la talla de Albert Einstein, Robert Oppenheimer, Niels Bohr o Enrico Fermi, ayudando a los EE. UU a fabricar la primera bomba atómica y a ganar la carrera espacial a la URSS. Gracias a ellos, en pocos años, el epicentro mundial de la ciencia y la tecnología cambió de Europa a los EE. UU.
El mundo del cine se trasladó también a la otra orilla del atlántico durante la II Guerra Mundial. Cineastas de origen europeo como Otto Preminger, Charlie Chaplin, Alfred Hitchcock o Billy Wilder, así como la mayoría de los creadores de las míticas productoras de la época dorada de Hollywood como Paramount, RKO o Warner Bross, eran en su mayoría judíos de origen centroeuropeo, creando la enorme y rentable industria cinematográfica de Hollywood que conocemos hoy en día.
En España, y también por persecución política, siguieron esa misma estela escritores como Juan Ramón Jiménez, Rafael Alberti, María Zambrano o Antonio Machado y científicos como Severo Ochoa, cuyo premio Nobel aún es disputado entre EE. UU y España. Estos son un buen ejemplo de que la inmigración, lejos de desestabilizar a los países receptores, ha ayudado siempre a su progreso.
La historia de Peggy Guggenheim acaba en Venecia, donde se trasladó con toda su colección, fundando un museo que puso a la ciudad en la vanguardia del arte contemporáneo y que finalmente donó a la fundación de su tío Solomon.
En 1997 y gracias a la visión estratégica de las autoridades municipales, esa fundación puso en marcha un museo en Bilbao que se convirtió en el eje de la renovación económica y social, de una ciudad en plena decadencia por el agotamiento del sector industrial y naval. Fue el llamado 'efecto Guggenheim', replicado luego con éxito en otras ciudades europeas y que ayudó a convertir a Bilbao en la moderna ciudad relacionada con la cultura y los servicios que es hoy.
Esta curiosa historia me hace reflexionar sobre la propuesta de Piketty y especular sobre las cotas de desarrollo que podría llegar a alcanzar una sociedad europea en la que se instaurase esa 'herencia universal', financiada con un impuesto a las grandes fortunas y a los gigantes tecnológicos.
Por otro lado, también demuestra la importancia que la inversión en arte y cultura puede tener para el desarrollo económico y social de una comunidad y su capacidad para cambiar el horizonte vital de sus habitantes.
Eso sí, siempre que por parte de las autoridades municipales exista tanto visión estratégica como vocación de colaboración con la sociedad civil, lo que pocas veces sucede.
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