POR PEDRO TORRIJOS LEON ( @PEDRO_TORRIJOS )
A
menudo, el gran público ha considerado el arte –sobre todo el contemporáneo- como una afición diletante e improductiva, una pérdida de tiempo llevada a cabo por cantamañanas sobrepagados que tienen engañada a la sociedad.
Pues no. Primero porque confundir el mercado del arte con el valor artístico de una obra es uno de los primeros errores a la hora de enfrentarse al arte –sí, sobre todo al contemporáneo-, pues conduce a cualificar la pieza basándose exclusivamente en el precio que se paga por ella, lo cual es, como comprenderás, perfectamente estúpido. Y en segundo lugar porque la discusión es esencialmente espuria: el arte es uno de los motores del mundo.
Se pague lo que se pague por los objetos artísticos, sea una miseria o sea un cantidad obscena, el arte siempre empuja al mundo. Y el mundo va detrás. Porque el artista experimenta la realidad, la interpreta y después ofrece una respuesta a la misma. Y la respuesta puede ser buena o mala o correcta o equivocada, pero siempre nos va a devolver otra realidad. Una realidad distinta a la anterior. Una realidad como no la habíamos visto nunca.
Porque, como ya he sostenido en más de una ocasión, el arte saca al mundo de su zona de confort. El arte empuja los bordes del mundo. Y necesitamos que el mundo avance en todas las direcciones posibles para que la convencionalidad, el bienestar y el aburrimiento no nos paralicen. Para que la realidad no se nos caiga encima.
Y cuando digo que el arte debe empujar en todas las direcciones posibles, me refiero, efectivamente, a todas; incluso las que tenemos delante de nuestras narices.
En El tercer hombre, Harry Lime usaba la voz del formidable Orson Welles para hacer unas cuantas reflexiones sobre la condición humana. La más famosa quizá sea la que enuncia desde lo alto de la noria del Prater vienés cuando identifica a los paseantes con meros puntos. Con hormigas: «Mira hacia abajo. Dime. ¿Sentirías alguna lástima si alguno de esos puntitos dejase de moverse para siempre?». El Doctor Manhattan reducía a la nada las capacidades de Adrian Veidt, su adversario en Watchmen, cuando le decía: «Tú eres un hombre. Y el hombre más listo del mundo no significa más para mí que la termita más lista».
Es lo que tiene ver el mundo a la altura de nuestros ojos, que a veces nos olvidamos de lo que sucede a la altura de otros ojos. Aunque estén justo enfrente, a escasos milímetros.
Por suerte, como el arte empuja los bordes del mundo, también empuja los bordes que tenemos tan cerca que despreciamos. Que incluso no percibimos.Charles y Ray Eames ya nos enseñaron las maravillas de la telescopía y la microscopía en su formidable video de 1977 Powers of Ten.
Aquí te vamos a enseñar otros siete artistas contemporáneos que trabajan a escasos milímetros de altura. A la altura del microscopio.
1. Sharon Johnstone y el rocío
Las vaporosas gotas de agua parecen tener un peso imposible cuando se posan sobre las frágiles agujas de un diente de león. Y es que algo tan común como la humedad de condensación que forma el rocío de la mañana se convierte por gracia de la fotógrafa británica Sharon Johnstone en paisajes delicados y etéreos propios de una narración fantástica. Puedes ver muchas más en su galería.
2. La belleza de la polilla
Aunque es licenciado en bioquímica, Linden Gledhill está especializado en fotografías macro, tanto de gotas en movimiento, como de pigmentos en formación o fluidos férricos. Sin embargo, sus aproximaciones más espectaculares posiblemente sean estas imágenes de alas de polillas y mariposas a vista de microscopio. Las superficies planas se vuelven objetos escamados y polilobulares que nos hablan de complejidad. Y también de belleza aislada, casi pura.
3. Cuentos de hormigas
Y es que la fotografía macro se presta mucho a ser usada con insectos. Pero, ¿y si avanzamos un poquito más? Andrey Pavlov va unos cuantos kilómetros más allá en su serie Ant Tales. Con una paciencia a prueba de bomba y un poco de retoque digital, el fotógrafo ruso nos cuenta unas historias divertidísimas protagonizadas por hormigas, a veces amaestradas y a veces interactuando en su estado natural. El cachondeo está asegurado y sin necesidad de pronunciar ni una sola palabra.
4. La geometría perfecta del hielo
Pues tenían razón: los copos de nieve no son esponjosas bolitas, sino impecables fractales de geometría incorruptible. Y nos lo demuestra Andrew Osokin con estas fotos en las que congela el tiempo en la propia congelación del objeto. Hay muchas más en su perfil de LensArt.
5. Explosiones en el cielo
Los fuegos artificiales son una fiesta que siempre nos regala composiciones alegres y coloridas. Para el fotógrafo texano Nick Pacione son, además, un lugar al que mirar con otros ojos. En este caso, con los ojos de una lente macro que cambia el enfoque durante la exposición, creando así unas imágenes abstractas y poderosísimas.
6. El tiempo inestable de Alberto Seveso
Aunque tienen forma reconocible, a veces, las imágenes no tienen significado. Porque, a veces, la vida no tiene significado. Pero otras veces sí. O al menos tiene el significado que nosotros queramos darle. Usando tinta, agua y una cámara de alta velocidad, el italiano Alberto Seveso crea tormentas detenidas en el tiempo. Nubes semirrígidas de pigmento y oro.
7. Slinkachu y el mundo escondido
El artista británico Slinkachu lleva jugando con la ciudad desde 2006. Pero no a través de grandes pintadas o monumentales instalaciones urbanas, sino desde la altura de la suela de nuestros zapatos. Su serie Little People se construye con figuritas de modelismo, objetos cotidianos y una mirada hilarante. Pero delicadísima.
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