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Cambios climáticos en la Tierra

¿Qué sabemos sobre los cambios climáticos en la Tierra? – El Cuaternario 1 de 2


Ahora que todo el mundo habla del cambio climático hay que revisar la historia del clima en la Tierra a fin de entender mejor lo que ha sucedido y puede suceder, así como verlo todo con una perspectiva más objetiva. De hecho hay una fuerte controversia entre quienes niegan la influencia humana en el previsible cambio climático en que estamos inmersos y los que defienden la intervención humana en el cambio climático. Lo que nadie puede discutir son los altos niveles de contaminación en el aire y los mares debido a la acción humana: incendios, coches, aviones, cruceros, aerosoles, vertidos descontrolados, agricultura, ganadería, etc… Por ello querría compartir con vosotros una reflexión sobre lo que está aconteciendo y puede acontecer en el futuro en relación al clima. A medida que voy profundizando en la historia del clima a la Tierra estoy más sorprendido viendo los diversos factores (muchos) que intervienen y que se entrelazan con la precisión de un complejo mecanismo de relojería dotado de inteligencia, así como observando los diversos periodos cíclicos que se repiten y el encadenamiento de acontecimientos, que han tenido un gran efecto sobre la vida en la Tierra. Parte de esta información está en sedimentos, rocas sedimentarías, anillos de árboles, arrecifes de coral, fitoplancton, isótopos de oxígeno y carbono, tubos de hielo de la Antártida, Groenlandia y otros glaciares, datos astronómicos, como las manchas solares, el viento solar, los rayos cósmicos, la excentricidad variable de la Tierra, y la variación en la inclinación del eje de rotación terrestre, etc… Por ejemplo, la desalinización del Ártico actualmente está debilitando la corriente del Golfo y los ciclos de las manchas solares apuntan a una menor irradiación solar alrededor del 2030, lo que insinúa una nueva pequeña (de momento) era glaciar, tal vez como la de los siglos XIV a XIX. Todo parece indicar que los gases, como el CO2, el metano, el óxido nitroso, el vapor de agua, etc…, están retrasando este enfriamiento. La historia del clima muestra que antes de una época glaciar se ha producido siempre un fuerte calentamiento que desencadena una serie de acontecimientos en cadena que producen el efecto contrario. De hecho, con la excepción de los elementos contaminantes y perjudiciales para los seres humanos, como las micro partículas, todo parecería indicar que el exceso de CO2 realmente nos estaría beneficiando de momento. Lo curioso es que muy pocos expertos en clima lo dicen públicamente, pero si se puede ver en los datos que utilizan. Debido al número de páginas del artículo lo subdividimos en cuatro partes, tres correspondientes al Cuaternario, de las que este artículo es la primera parte, una tercera parte referida a la actualidad y futuro, mientras que una cuarta parte se referirá a antes del Cuaternario.
Como ejemplo de posibles contradicciones actuando sobre algunos de los factores que influyen en el clima, lo tenemos en que con una posible política de reforestación para absorber más CO2, también debería tenerse en cuenta que un paisaje con más bosques es un paisaje con menos albedo, es decir, menos reflectante de la radiación solar. Por la tanto la disminución del albedo que se produciría en las latitudes altas con los nuevos bosques, y que incrementaría la temperatura de la superficie, es posible que contrarrestara el efecto de enfriamiento que ocasionaría la mayor absorción de CO2 por parte de los árboles del bosque. Y en este ejemplo solo contemplamos dos factores de los muchos que intervienen. Una gran parte de los investigadores del clima coinciden en que el previsible cambio climático está causado, en parte, por causas naturales y en parte por la acción de los seres humanos, aunque sin ponerse de acuerdo en que proporción. Asimismo, el calentamiento que estamos experimentando finalmente puede convertirse en una nueva glaciación. Según el historiador y astrónomo español José Luis Comellas: “El clima siempre ha cambiado, y a veces de forma más espectacular y tal vez mucho más temible que como lo está haciendo ahora mismo. Hemos tenido momentos en que la Tierra entera estaba cubierta de un manto de hielo, y otros lapsos de gran duración en que los seres vivos se movían en un ambiente caliginoso de altas temperaturas y cielos anaranjados, en el cual los dinosaurios se sentían absolutamente a su gusto, pero sin duda nosotros lo hubiéramos pasado muy mal. Que a lo largo de los tiempos el clima ha variado de la forma más espectacular, y ha pasado en oscilaciones drásticas del calor al frío, de la humedad sobresaturada a la más descarnada sequía, es una verdad muy conocida, pero cuya historia, sin embargo, no ha llegado a todo el mundo“. Ya en nuestros últimos dos mil años hemos tenido dos períodos con diferencias térmicas apreciables: un Período Cálido Medieval (siglos X a XIII), en que las temperaturas fueron superiores a la actuales, y una Pequeña Edad de Hielo posterior (siglos XIV a mediados del XIX), en que las temperaturas fueron claramente inferiores a las actuales, y a los que ha seguido un calentamiento reciente, que es el que estamos viviendo. Asimismo, se observa que en los períodos de ciclos solares cortos la temperatura media de la superficie de la Tierra aumenta, mientras que disminuye cuando los ciclos solares se alargan.

Pero, ¿qué son los ciclos solares? Nuestro Sol es una enorme bola de gas caliente cargada eléctricamente. Este gas cargado se mueve, generando un potente campo magnético, que pasa por ciclos, denominados ciclos solares. Cada 11 años, más o menos, el campo magnético del Sol cambia completamente, lo que significa que los polos norte y sur del Sol cambian de lugar. Luego, se demoran unos 11 años más para que los polos norte y sur del Sol vuelvan de nuevo a la situación inicial. Cada ciclo solar afecta la actividad en la superficie del Sol, como las manchas solares causadas por los campos magnéticos del Sol. A medida que los campos magnéticos cambian, también lo hace la cantidad de actividad en la superficie del Sol. Una forma de llevar la cuenta del ciclo solar es contando el número de manchas solares. Al comienzo de un ciclo solar se le llama mínimo solar, que es cuando el Sol tiene menos manchas solares. Con el tiempo aumenta la actividad solar y el número de manchas solares. A la mitad del ciclo solar se le llama máximo solar, que es cuando el Sol tiene la mayor cantidad de manchas solares. A medida que el ciclo termina, vuelve al mínimo solar y comienza un nuevo ciclo. Las gigantescas erupciones en el Sol, como las erupciones solares y las eyecciones de masa coronal, también aumentan durante el ciclo solar. Estas erupciones envían poderosas emisiones de energía y material al espacio, que pueden tener efectos en la Tierra. Por ejemplo, las erupciones pueden causar auroras o impactar las comunicaciones de radio. Las erupciones que son muy potentes pueden incluso afectar las redes eléctricas de la Tierra. Algunos ciclos tienen máximos con muchas manchas solares y mucha actividad, mientras que otros ciclos pueden tener muy pocas manchas solares y poca actividad. Los científicos trabajan para predecir mejor la fuerza y la duración de los ciclos solares. Estas predicciones pueden ayudarles a pronosticar unas condiciones solares a las que llamamos clima espacial. El pronóstico del ciclo solar puede ayudar a los científicos a proteger nuestras comunicaciones en la Tierra, y ayudar a mantener seguros a los satélites y astronautas, ya que la actividad solar puede afectar la electrónica de los satélites y limitar su vida útil. Asimismo la radiación puede ser peligrosa para los astronautas que trabajan fuera de la Estación Espacial Internacional.

Se ha visto que durante la fase final del Neógeno y durante el Cuaternario, dentro del Cenozoico, como promedio los periodos interglaciales, o cálidos, han durado algo más de diez mil años, mientras que los periodos glaciales ha durado unos cien mil años. En los últimos 430.000 años, el porcentaje de tiempo en el que el clima ha sido tan cálido como en la actualidad es realmente muy pequeño, entre el 5% y el 10%. Esta es una de las primeras conclusiones del estudio de una muestra de hielo de 740.000 años recuperado por los científicos del Proyecto Europeo de Extracción de Muestras de Hielo en la Antártica (EPICA). También es interesante observar las migraciones humanas en relación a estos cambios climáticos. Nosotros estamos en el interglacial del Holoceno, que dura desde hace 11.500 años hasta la actualidad, lo que, si consideramos la media de duración de los periodos interglaciales, nos tendría que llevar pronto a un nuevo período glacial, lo que no es descartable tal como veremos en el artículo. Pero, para no hacerlo demasiado largo, en este articulo nos centraremos en el período Cuaternario actual, que pertenece a la Era Cenozoica, y que abarca dos subperíodos de duración muy desigual: el Pleistoceno, desde hace 2,5 millones de años hasta hace sólo 11.500 años, y el Holoceno, desde hace 11.500 años hasta la actualidad, que coincide con el período interglacial o cálido que estamos viviendo. El clima ha estado lejos de ser estable en los últimos 11.500 años, como se han encargado de demostrar multitud de estudios arqueológicos y paleo-ambientales. Áreas enteras han pasado por épocas frías o cálidas, secas o lluviosas. Las sociedades humanas han tenido que adaptarse a las nuevas circunstancias con arreglo a su grado de desarrollo, algo que quizá también tengamos que hacer nosotros. El cambio climático es un tema de gran actualidad. Cada día se conocen nuevos casos de especies animales o vegetales que sufren procesos de migración o extinción por su causa. En las últimas décadas la comunidad internacional tiene muy en cuenta la posible responsabilidad humana, especialmente en la emisión de gases contaminantes a la atmósfera, en lo que afecta al futuro del clima en el planeta. Sin embargo, cuando miramos el pasado y analizamos la evolución histórica del clima desde hace miles de años, comprendemos la importancia de la variabilidad climática natural. Teniendo en cuenta que el pasado nos sirve de referencia para estudiar el presente, observamos cómo algunos cambios climáticos abruptos incidieron en el devenir de las sociedades humanas de la prehistoria, en que algunas colapsaron y otras se adaptaron. Pero las incidencias climáticas dejaron una profunda huella en aquellas sociedades humanas.

Vemos que a finales del Plioceno, hace unos tres millones de años, un clima árido y cálido provocó la aparición de la sabana, un ecosistema caracterizado por un estrato arbóreo-arbustivo, con arboles pequeños o con poca densidad de ellos, lo que permite un estrato herbáceo continuo y generalmente alto. Unos ecosistemas sin los cuales probablemente no hubieran surgido los primeros homínidos en África oriental, que la ciencia señala como nuestros ancestros. También tenemos el misterio sobre la desaparición de los neandertales. El hombre de Neandertal fue una especie extinta del género Homo que habitó en Europa, Próximo Oriente, Oriente Medio y Asia Central, hace aproximadamente entre 230.000 y 40.000 años, durante el final del Pleistoceno medio y casi todo el superior. Cuando tuvo lugar su descubrimiento, fue clasificado como una especie distinta del Homo sapiens. Los estudios paleo-genéticos indican un origen común para el hombre moderno y el hombre de Neandertal, así como hibridaciones entre ambas variedades de homínido en, al menos, dos lugares y momentos diferentes: Próximo Oriente y Europa occidental. Anatómicamente, los neandertales eran más robustos que el humano moderno, con un tórax y cadera anchos y extremidades cortas. El cráneo se caracteriza por su doble arco superciliar, frente huidiza, la ausencia de mentón y una capacidad craneal media más grande que la de Homo sapiens sapiens. Los estudios anatómicos y genéticos señalan la posibilidad de que tuvieran un lenguaje articulado. Una hipótesis paleo-climática postula que el advenimiento de un clima muy frío y árido acabó con los últimos neandertales en el sur de la Península Ibérica hace algo menos de 30.000 años. Quizá lo más pertinente sea centrarnos en la influencia que tuvo el clima en las sociedades más evolucionadas, observando cómo se alteraron sus entornos paleo-económicos, como la agricultura y la ganadería, ya que ello puede darnos pistas para especular qué puede ocurrirnos. El Holoceno, los últimos 11.500 años de historia de nuestro planeta, el actual interglaciar, no ha sido, ni mucho menos, tan estable en cuanto al clima como se cree. Es cierto que tras las glaciaciones del Pleistoceno se inició un periodo generalizado de bonanza climática, con subidas de la temperatura y de la  pluviosidad. Pero el Holoceno ha mostrado una variabilidad tan poco usual que requiere una gran atención, especialmente porque en este periodo han tenido lugar algunos cambios climáticos muy importantes, que incidieron notablemente en las sociedades humanas que los sufrieron. Y esto nos puede dar pistas sobre el clima del futuro más inmediato.

Para más adelante poder comparar con los datos históricos veamos algunos datos de la reciente información del 2019 por parte del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC). El dióxido de carbono es el principal gas de efecto invernadero, de larga duración en la atmósfera, relacionado con las actividades humanas. Su concentración alcanzó un nuevo valor máximo, en 2018, de 415 ppm (partes por millón), casi el 147 % de aumento en relación al nivel preindustrial en la década de 1750. Partes por millón (ppm) es una unidad de medida con la que se mide la concentración. Se refiere a la cantidad de unidades de una determinada sustancia que hay por cada millón de unidades del conjunto. Es un concepto equivalente al de porcentaje, solo que en este caso no se refiere a partes por ciento sino por millón. De hecho, se podría tomar la siguiente equivalencia: 10.000 ppm = 1%. El promedio del índice de aumento del CO2 en tres decenios consecutivos (1985–1995, 1995–2005 y 2005–2015) se incrementó de 1,42 ppm/año a 1,86 ppm/año y a 2,06 ppm/año, respectivamente, observándose los índices de crecimiento más altos durante los episodios de el Niño, evento de origen climático relacionado con el calentamiento del Pacífico oriental ecuatorial. La Administración Nacional del Océano y de la Atmósfera (NOAA) de los Estados Unidos de América muestra que entre 1990 y 2018 el forzamiento radiativo, que es la diferencia entre la radiación de luz solar absorbida por la Tierra y la que refleja, y que tiene un efecto de calentamiento del clima causado por los gases de efecto invernadero de larga duración, aumentó un 43%, habiendo contribuido el CO2 a ese aumento casi en un 80%. El metano (CH4) es el segundo gas de efecto invernadero de larga duración más importante y contribuye en aproximadamente un 17 % al forzamiento radiativo. Cerca del 40% del CH4 que se emite a la atmósfera procede de fuentes naturales, mientras que aproximadamente el 60% proviene de la cría de ganado, el cultivo de arroz, la explotación de combustibles fósiles, vertederos y combustión de biomasa. El CH4 atmosférico alcanzó en 2018 un nuevo valor máximo, a saber, 1.869 ppb (partes por mil millones), por lo que se sitúa en el 259% con respecto al nivel de la era preindustrial. Las emisiones de óxido nitroso (N2O) a la atmósfera provienen de fuentes naturales en torno al 60% y de otras fuentes (un 40%), como son los océanos, los suelos, la quema de biomasa, los fertilizantes y diversos procesos industriales. En 2018 la concentración atmosférica de N2O fue de 331,1 ppb (partes por mil millones), lo que equivale al 123% de los niveles preindustriales. Este gas también contribuye significativamente a la destrucción de la capa de ozono estratosférico, que nos protege de los rayos ultravioleta nocivos del Sol. Es el causante de un 6% del forzamiento radiativo provocado por los gases de efecto invernadero de larga duración.

El periodo geológico que va desde los inicios del Pleistoceno, hace algo más de dos millones y medio de años, hasta la actualidad, nos resulta más conocido que épocas anteriores, por la gran cantidad de vestigios que conservamos de esta época, superior a los que tenemos de épocas más remotas. Y además es la época en que aparece el homo sapiens y el más reciente homo sapiens sapiens. A partir de la aparición de los homínidos, calculado en hace más de dos millones de años, aunque podría ser anterior, como muestran algunos vestigios, nuestros antecesores se enfrentaron a diversos cambios climáticos. Los eventos climáticos más importantes del Cuaternario fueron las glaciaciones, que, sin llegar a helar toda la Tierra, como había sucedido en épocas más remotas, mantuvieron largos períodos en que la Tierra estuvo sometida a bajas temperaturas. Fueron una serie de numerosas y persistentes oleadas de frío. Ello lleva a pensar que el Cuaternario está mostrando una tendencia general a las bajas temperaturas, en contraste con períodos anteriores de la Era Cenozoica, como el Paleógeno y el Neógeno, que generalmente habría mostrado una tendencia a las temperaturas altas. De todos modos, a escala geológica, el Cuaternario está todavía en sus inicios, por lo que aún no sabemos cómo será el futuro. Pero, a pesar de todo, no todo el Cuaternario transcurrido ha sido una era fría, como tampoco todo el resto de la Era Cenozoica fue una época cálida. La alternancia de temperaturas ha sido y sigue siendo continua. Pero sí que es verdad que las glaciaciones, con sus hielos, que cubrían buena parte de los continentes, duraron más tiempo que las interglaciaciones, o periodos de temperaturas más cálidas. Es posible que los cambios climáticos se hayan acelerado a medida que se multiplicaban los seres vivos, incluido los seres humanos. Tras el primero y más largo periodo del Cuaternario, el Pleistoceno, ha venido el Holoceno, en el cual nos encontramos actualmente. Pero no sabemos si el Holoceno marca el final de las glaciaciones o si es solo una interglaciación que dará paso a otra glaciación. Lo que parece comprobado es que al llegar el Cuaternario se sucedieron una serie de episodios fríos, que conocemos como glaciaciones, aunque no fueron tan severas como algunas anteriores. Las glaciaciones del Cuaternario fueron, en la mayor parte de la Tierra, soportables aunque duras para el ser humano. Naturalmente que durante las glaciaciones hubo importantes cambios en el paisaje, muchos territorios quedaron cubiertos por espesas capas de hielo, los glaciares se extendieron y los animales emigraron hacia otras tierras con clima más favorable. Sabemos que las glaciaciones están separadas entre sí por periodos más cálidos, o interglaciares, por lo que hubo una alternancia entre frío y calor. Pero con la diferencia de que el frío fue lo que predominó, ya que no hubo interglaciaciones que fuesen excesivamente calurosas y duraderas, ya que las etapas glaciares fueron mucho más prolongadas que las interglaciaciares.

También debemos tener en cuenta que las glaciaciones llegan de una manera progresiva y lenta, por lo que el clima se va enfriando poco a poco, acompañadas de variaciones que pueden hacer creer que se acabó la ola de frío. Pero no sucedía de esta manera, sino que venían sucesivas ofensivas de enfriamiento y hielo, a veces separadas por muchos siglos, que finalmente llevaban a niveles cada vez más bajos de temperatura. Por el contrario, las épocas templadas interglaciales llegaban en un proceso relativamente rápido, tal vez debido al cese repentino de las causas que habían generado el enfriamiento o por cualquier otro factor que provocase un calentamiento. Brian Murray Fagan, profesor de antropología en la Universidad de Santa Bárbara, California, y autor de numerosos libros de arqueología y de La pequeña edad de hielo, opina que el hielo se va formando poco a poco. Todo indica que la existencia de grandes casquetes de hielo cerca de los polos no se produce cuando hay una invasión de frío, sino que se produce posteriormente. Es necesario que haya una sucesión de frecuentes nevadas y que la insolación veraniega sea baja para que el hielo sea permanente, en lugar de deshelarse cada verano. Ello implica que se vaya acumulando nieve poco a poco, hasta formar grandes mantos de hielo que tengan la superficie de continentes o de partes de continentes, como parece ocurrió en Siberia, Escandinavia, Canadá, Groenlandia y la Antártida, que todo indica ya estaba helada totalmente desde finales del Plioceno, en el Neógeno, hace unos 3 millones de años, y parece que nunca se desheló desde entonces. Si esto fue así ello plantea un gran misterio. A comienzos del siglo XVIII se encontraron unos antiguos mapas que habían pertenecido a un oficial de la marina turca, el Almirante Piri Reis (1465 – 1554), en el palacio Topkapi, en Estambul, Turquía, y que parece eran recopilaciones de mapas mucho más antiguos. Estos mapas fueron entregados al cartógrafo americano Arlington H. Mallery para su estudio. Mallery confirmó el extraño hecho de que todos los datos geográficos aparentaban ser correctos, pero no dibujados en el lugar correcto. Buscó la ayuda de Walters, cartógrafo de la oficina hidrográfica de la marina de USA. Mallerey y Walters transfirieron los mapas a un moderno globo terráqueo e hicieron un sensacional descubrimiento. Los mapas eran absolutamente exactos, y no solamente respecto al Mediterráneo o al Mar Muerto. Las costas de América del Norte y Sudamérica, e incluso los contornos del continente de la Antártida, !oh sorpresa!, libre de hielos, estaban precisamente delineados en los mapas de Piri Reis. Estos mapas no sólo reproducían los contornos de los continentes, sino que también mostraban la topografía del interior, en que montañas, picos, islas, ríos y llanuras estaban dibujadas con absoluta precisión.

En 1957, Año Geofísico, los mapas fueron entregados al jesuita Lineham, director del Observatorio Weston y cartógrafo de la marina norteamericana. Después de una serie de pruebas confirmó que los mapas eran increíblemente exactos, incluso en regiones que han sido poco exploradas, como las zonas montañosas de la Antártida, que no fueron descubiertos hasta 1952. El estudio geológico de la Antártida ha sido muy difícil debido a la gruesa capa de hielo que lo cubre permanentemente, de más de 3 km. El punto más grueso se encuentra en un lugar llamado cuenca subglacial Astrolabio. Allí, la columna de hielo es de 4.776 metros de espesor. Sin embargo, nuevas técnicas como la detección remota, el radar de sondeo terrestre y las imágenes de satélite han comenzado a revelar las estructuras bajo el hielo, que coinciden sorprendentemente con los mapas de Piri Reis de una Atlántida sin hielos. Si la Atlántida ha estado bajo varios kilómetros de hielo desde hace, al menos, 3 millones de años, ¿quién dibujó o fotografió estos mapas? Los últimos estudios del Profesor Charles H. Hapgood y el matemático Richard W. Strachan dan una información aún más sorprendente. Comparados con modernas fotografías de nuestro globo, tomadas por satélites, se constata que los mapas de Piri Reis deben haber sido fotos aéreas tomadas desde una gran altura. ¿Cómo puede explicarse esto hace unos 3 millones de años e incluso antes de la época de la aeronáutica? Supongamos que una nave espacial está sobre París y apunta su cámara hacia abajo. Cuando la película se revela aparece una foto en la que todo lo que se encuentra en un radio de 5.000 millas de París se reproduce correctamente, porque está directamente debajo de la lente. Pero los países y continentes se van distorsionando cada vez más a medida que nos alejamos del centro de la foto. Ello es debido a la forma casi esférica de la Tierra. Los continentes más alejados del centro parecen distorsionarse. Sudamérica, por ejemplo, aparece extrañamente distorsionada en longitud, ¡exactamente como en los mapas de Piri Reis! Y exactamente como sucede con las fotos tomadas desde la Luna. Aquí se plantea una pregunta: ¿cómo pudieron dibujar estos mapas nuestros remotos antepasados? De lo que no hay duda es que los mapas deben haber sido hechos desde el aire. ¿Cómo explicamos esto? ¿Debemos creer en la leyenda de que un dios o extraterrestre se los dio a un humano? ¿O simplemente debemos no darle importancia porque no encaja con nuestra idea del mundo?  ¿O debemos declarar que esta cartografía de nuestro globo fue hecha desde una nave volando muy alto o desde una nave espacial? Es admitido que los mapas del almirante turco no son originales. Son copias de copias. Pero incluso si dataran del siglo XVIII, que es cuando fueron encontrados, los hechos siguen siendo inexplicables. ¡Quien los hizo tuvo que ser capaz de volar y además tomar fotografías de un continente enterrado bajo el hielo desde hace unos 3 millones de años!

Tal vez la explicación de este misterio esté en que se van hallando pruebas de supuestas civilizaciones evolucionadas que existieron hace millones de años. No podemos garantizar que todas las evidencias estén datadas acertadamente, pero creemos que en bastantes casos la información es fiable. Todo parece indicar que la Tierra fue visitada o habitada por seres inteligentes evolucionados, incluso mucho antes de la aparición reconocida de los primeros humanos. Por ejemplo, en el Plioceno y Pleistoceno tenemos una serie de hallazgos sorprendentes. Uno de ellos lo constituyen los Figurines de Nampa, encontrados en Idaho, Estados Unidos, datados en hace aproximadamente unos 2 millones de años. Se trata de una pequeña imagen humana, hábilmente formada en arcilla, que fue encontrada en 1889 en Nampa, Idaho. La figurilla se encontró a una profundidad de 92 metros durante la excavación de un pozo y está datada en la época del Pleistoceno, hace unos 2 millones de años. La imagen es de aproximadamente una pulgada y media de largo, y es muy notable por la perfección con la que representa la forma humana femenina. El profesor F.W. Putnam, que la inspeccionó, dirigió la atención al carácter de las incrustaciones de hierro sobre la superficie, como indicativo de una muestra de considerable antigüedad. Se supone que no existían seres humanos evolucionados en este planeta hace unos dos millones de años. ¿Quien creó esta figura? En Italia fue encontrado un cráneo con características de un humano moderno, de más de 3 millones de años de antigüedad. En 1860, el Profesor Giuseppe Ragazzoni, un geólogo del Instituto Técnico de Brescia, viajó al cercano Castenedolo, a unos 10 kilómetros al sureste de Brescia, para recoger conchas fósiles en los estratos Pliocenos, en una colina baja en la Colle de Vento. Allí descubrió un notable y anatómicamente moderno cráneo humano. El estrato del que se extrajo corresponde a la etapa Astiana del Plioceno, que pertenece al Medio Plioceno, lo cual daría al cráneo una antigüedad de 3 a 4 millones de años. ¿Por qué este humano moderno visitó Italia en aquella época? En Inglaterra se encontró una concha tallada, en Red Crag, con una antigüedad  de más de 2 millones de años. En un informe entregado el año 1881 a la Asociación Británica para el Avance de la Ciencia, H. Stopes, de la Sociedad Geológica, describió una concha, cuya superficie llevaba grabada una cara humana. La concha tallada fue encontrada en los depósitos estratificados de Red Crag, datados en el tardío Plioceno, hace unos 3 millones de años. Este hallazgo colocaría a seres inteligentes en Inglaterra en esta remota época. ¿Qué habitante del remoto pasado talló y dejó esta concha?
Hubo grandes periodos en que las banquisas flotantes de hielo que rodeaban a la Antártida se hicieron enormes, u otros en que se deshelaron en parte. Una vez formados estos grandes mantos de hielo, los vientos y las corrientes procedentes de las regiones polares azotaron gran parte de la Tierra. Sabemos que un casquete helado posee un alto albedo, o capacidad reflectante, que devuelve casi todas las radiaciones solares que recibe. Para deshelarlo es necesario un viento cálido, unas aguas cálidas, o el contacto con una tierra caliente, como los volcanes, que son capaces de fundir grandes masas de hielo y provocar inundaciones, como la del Nevado del Ruiz, en Colombia, que en 1985 provocó 23.000 víctimas mortales. El Nevado del Ruiz, también conocido como Mesa de Herveo, y en la época precolombina como Cumanday, Tabuchía y Tama, es el más septentrional de los volcanes activos del cinturón volcánico de los Andes, ubicado en el límite entre los departamentos de Caldas y Tolima, en Colombia. Es un estratovolcán compuesto por muchas capas de lava que se alternan con ceniza volcánica endurecida y otros piroclastos. Ha estado activo durante cerca de dos millones de años, desde el Pleistoceno temprano o el Plioceno tardío, con tres periodos eruptivos importantes. La formación del cono volcánico formado durante el curso del período eruptivo actual comenzó hace 150 mil años. Normalmente un proceso de calentamiento de las tierras y los mares puede fundir los casquetes polares, total o parcialmente, en un plazo de tiempo mucho menor que el tiempo de inicio de las glaciaciones. Richard Blaine Alley es un geólogo y glaciólogo estadounidense, considerado uno de los principales investigadores mundiales sobre el cambio climático. Alley había empezado a estudiar cómo la nieve se transformaba en hielo en los casquetes polares. Estudiaba la densidad de la nieve, el tamaño de los granos, su movimiento y otras características. Estableció un nuevo paradigma sobre cómo funcionan los glaciares, cómo fluyen y cómo responden al cambio climático. Alley afirmó que: “Desarrollé la capacidad de reconocer capas anuales en los testigos de hielo que estudiamos. Cuando fuimos a Groenlandia a perforar el hielo logré extraer de los testigos más información de la que se había obtenido hasta entonces, y así elaborar una cronología más precisa de los cambios climáticos”.

Así fue cómo, en 1993, Alley descubrió que durante el periodo de enfriamiento conocido como Dryas Reciente, hace entre 12.800 y 11.500 años, las temperaturas en el Atlántico Norte habían variado una decena de grados en pocos años. Años después identificó otro fenómeno similar ocurrido hace 8.200 años. Alley afirmaba que “Nos sorprendió mucho que fuera tan rápido. Y esto encierra un mensaje más amplio para el público en general. Cuando pensamos en el cambio climático normalmente dibujamos una curva suave, pensando que lo veremos venir y podremos prepararnos. Pero eso es ser muy optimistas. Creo que es más prudente seguir el dicho de ‘esperar lo mejor, pero preparándonos para lo peor’. Asumir que siempre va a ocurrir lo mejor puede no ser lo más razonable”. Louis Agassiz, profesor en Lausana, Suiza, a mediados del siglo XIX, era un buen conocedor de los glaciares, y encontró huellas de glaciares no solo en Suiza, sino en Francia, Alemania y Austria, por lo que dedujo que en otro tiempo gran parte de Europa estuvo cubierta por los hielos. Agassiz encontró numerosos valles en forma de U y depósitos de morrenas, que es una colina alargada o manto de material glaciar no estratificado que se deposita cerca de un glaciar, en zonas templadas de Europa, donde parecía imposible que pudiera haber glaciares. Su teoría nos indica que en épocas remotas hubo largas etapas en que el clima era mucho más frío y, por lo tanto, los glaciares se extendían por lugares que hoy son mucho más cálidos. Agassiz habló de las glaciaciones, periodos en que los hielos cubrían gran parte del territorio europeo, con un clima muy distinto del que tenemos actualmente. Hoy en día ya sabemos muchas cosas de las glaciaciones, así como de las condiciones que imperaban en aquellas épocas y de las causas que pudieron haberlos provocado. Posteriormente otros geólogos fueron llegando a definir más exactamente lo que sucedió con el clima, y se dio nombre a los periodos en que los hielos alcanzaron su mayor extensión. Entonces todavía no se sabía que en otras épocas geológicas más antiguas se hubieran registrado fenómenos glaciales aún más intensos, por lo que se pensó que las glaciaciones eran un evento solo propio del Cuaternario. En Estados Unidos también descubrieron restos de glaciares, y dieron a los periodos glaciares sus propios nombres, distintos de los de Europa.

¿Se sabe cuántas glaciaciones han habido en el Cuaternario, en realidad en el periodo Pleistoceno? En nuestros tiempos aprendíamos cuatro: Günz, Mindel, Riss y Würm. Ahora se mencionan también otras dos glaciaciones anteriores: Biber, en el límite del Plioceno y Pleistoceno, hace entre 2.6 a 1.8 millones de años atrás en la zona de los Alpes, y Donau, que ocurrió hace unos 2 millones de años. Todas llevan nombres de huellas de glaciares antiguos existentes en Europa. La glaciación de Günz, también conocida como glaciación de Atenebrara en América, es la primera de las cuatro glaciaciones del Pleistoceno, en el Cuaternario, precediendo a la de Mindel, según la clasificación clásica del geógrafo y geólogo alemán Albrecht Penck y del geógrafo, meteorólogo, glaciólogo, y climatólogo austríaco Eduard Bruckner, co-autores de Die Alpen im Eiszeitalter, un trabajo en el que los dos científicos identificaron las cuatro edades de hielo del Pleistoceno europeo: Gunz, Mindel, Riss, Würm, denominadas por los nombres de los valles de los ríos donde se hallaron los primeros indicios de cada glaciación. La glaciación de Günz comenzó hace 850.000 años y finalizó hace 600.000 años. Su nombre, como los de las demás glaciaciones, se debe al río Günz, en los Alpes, que marca el límite alcanzado por los hielos en Europa Central. La glaciación de Mindel, también conocida glaciación de Kansas en América, es la segunda de las cuatro glaciaciones del Pleistoceno, siguiendo a la de Günz y precediendo a la Riss. Comenzó hace 580.000 años y finalizó hace 390.000 años. Es, junto con la glaciación Riss, la de mayor magnitud en el alcance de la capa de hielo. La glaciación Riss, también conocida como glaciación de Illinois en América, es la tercera de las cuatro glaciaciones del Pleistoceno, siguiendo a la Mindel y precediendo a la Würm. La glaciación Riss comenzó hace 200.000 años y finalizó hace 140.000 años. Dentro de este grupo de periodos glaciales e interglaciales, se produjo después del interglacial Mindel-Riss y fue seguida por el interglacial Riss-Würm en Europa. En Norteamérica, sin embargo, fue precedido por un larguísimo interglaciar, conocido como Pre-illinoiense, y seguido por el Sangamoniense. La última glaciación de Würm ya la iremos explicando a lo largo del artículo.

Las catástrofes naturales también pueden haber ayudado al desarrollo de las glaciaciones y de los interglaciales. Como ejemplo tenemos el caso del parque nacional de Yellowstone, en Estados Unidos. El 29 de agosto de 1870, un teniente del ejército llamado Gustavus Doane, integrante de una expedición de reconocimiento a la región de Yellowstone, en el territorio de Wyoming, subió hasta la cumbre del monte Washburn, sobre el río Yellowstone. Mirando hacia el sur, notó que faltaba algo en un tramo de las montañas Rocosas. A lo largo de muchos kilómetros, las únicas elevaciones se erguían a lo lejos en torno a una extensa cuenca boscosa. Doane concibió una sola manera de explicar ese vacío: «La gran cuenca fue antiguamente el vasto cráter de un volcán hoy extinguido». En efecto, Yellowstone, el parque nacional más antiguo y famoso de Estados Unidos, se encuentra justo encima de uno de los mayores volcanes de la Tierra, un enorme supervolcan. Sin embargo, el volcán de Yellowstone no está extinguido, sino inquietantemente activo. Para los supervolcanes no existe una definición aceptada por todo el mundo. Pero algunos científicos lo utilizan para referirse a erupciones de una violencia y magnitud excepcionales. El Servicio Geológico de Estados Unidos aplica el término para erupciones que expulsan más de 1.000 kilómetros cúbicos de rocas y ceniza en un solo episodio, es decir, para fenómenos cuya magnitud es más de 50 veces superior que la famosa erupción del Krakatoa de 1883, que acabó con la vida de más de 36.000 personas. Los volcanes forman montañas mientras que los supervolcanes las aniquilan. Los volcanes arrasan la flora y la fauna en varios kilómetros a la redonda, mientras que los supervolcanes pueden causar la extinción de toda una especie al inducir cambios en el clima de todo el planeta. No existe ningún registro en la historia de la humanidad que dé testimonio de que un supervolcán haya entrado en erupción, pero los geólogos han podido reconstruir lo que debe de ser una de esas explosiones. En primer lugar se forma una pluma caliente que sube desde las profundidades del planeta y funde la roca justo por debajo de la corteza terrestre, creando una vasta cámara que contiene una mezcla a presión de magma, roca semisólida y gases disueltos, entre ellos vapor de agua y dióxido de carbono. Con el paso de miles de años, a medida que se acumula más magma, el suelo que cubre la cámara magmática empieza a abombarse, centímetro a centímetro, y a lo largo de los bordes del domo se abren grietas.

Cuando a través de esas fracturas se libera la presión de la cámara magmática, los gases disueltos hacen explosión repentinamente, en una reacción colosal. Es como «abrir una botella de Coca-Cola después de agitarla», dice Bob Christiansen, científico del Servicio Geológico de Estados Unidos y uno de los primeros en investigar el volcán de Yellowstone en la década de 1960. Cuando la cámara magmática se queda vacía, la superficie se derrumba y toda la región abombada se hunde. Lo que queda después es una caldera gigante. El «punto caliente» responsable de la formación de la caldera de Yellowstone ha entrado en erupción decenas de veces en los últimos 18 millones de años. Como tiene su raíz en las profundidades de la Tierra, y está debajo de una placa tectónica que se desplaza hacia el sudoeste, sus erupciones anteriores han dejado una serie de calderas alineadas a través del sur de Idaho, Oregón y Nevada. Las sucesivas coladas de lava han formado los espectrales paisajes lunares de la llanura del río Snake. Las tres últimas grandes erupciones se produjeron en el propio Yellowstone. La más reciente, acaecida hace 640.000 años, fue mil veces más potente que la erupción del monte Saint Helens en 1980, en la que murieron 57 personas en el estado de Washington. Pero las cifras no bastan para captar el alcance de la catástrofe. Se calcula que la columna de cenizas arrojada por la explosión de Yellowstone alcanzó unos 30.000 metros de altura y cubrió de polvo todo el Oeste hasta el golfo de México. Los flujos piroclásticos, formados por densas y letales nubes de rocas, cenizas y gases a 800 grados de temperatura, circularon por el territorio alcanzando alturas imponentes y llenaron valles enteros de un material tan pesado y caliente que quedó soldado como el asfalto sobre un paisaje antes lleno de vida. Y ése ni siquiera fue el episodio más violento de Yellowstone. Otra erupción hace 2,1 millones de años tuvo más del doble de potencia y dejó un agujero en el suelo del tamaño de unos 3640 km2. Entre una y otra, hace 1,3 millones de años, hubo otra erupción menos violenta pero también devastadora. En cada ocasión, todo el planeta debió de sentir los efectos, ya que los gases que llegaron a la estratosfera debieron de mezclarse con vapor de agua, creando una fina neblina de aerosoles de sulfato que atenuó la luz solar y sumiendo, tal vez, al mundo entero en varios años de invierno volcánico. Según creen algunos investigadores, el ADN de nuestra especie conserva la huella de una de esas catástrofes acaecida hace alrededor de 73.500 años, cuando un supervolcán llamado Toba entró en erupción en Indonesia.

El invierno volcánico resultante de la explosión pudo haber causado un período de enfriamiento planetario que quizá redujo la población humana a unos pocos miles de individuos, lo que habría situado a nuestra especie al borde de la extinción. Pese a su violencia, los supervolcanes dejan pocos signos tras de sí, aparte de una vaga sensación de ausencia. La caldera de Yellowstone ha sido erosionada, colmada de lava y de cenizas de erupciones menores, la más reciente de las cuales tuvo lugar hace 70.000 años, y suavizada por los glaciares. Cualquier cicatriz que quedara ha sido cubierta por bosques. Cuesta mucho verla, a menos que uno tenga buena vista, como el teniente Doane, o se sea un geólogo. Bob Smith, un geofísico de la Universidad de Utah y uno de los principales expertos en el supervolcán de Yellowstone, dice: «Está viendo dos terceras partes de la caldera. Es tan enorme, que la gente no la distingue». Desde la cima de Lake Butte, un mirador en el extremo oriental del lago Yellowstone y uno de los mejores lugares para apreciar la caldera, no puede verse si no se es un experto. El lago se extiende a lo largo de varios kilómetros. No puedo seguirse con la vista el borde de la caldera, porque gran parte se encuentra debajo del lago y también por su propia extensión, de unos 72 kilómetros de diámetro. Como le sucedió al teniente Doane, en lo alto del monte Washburn no se observan más que montañas distantes en el horizonte y, entre ellas, al oeste, el vacío donde la tierra se tragó a sí misma. Aun así, los efectos de las erupciones pasadas tienen repercusiones profundas en el presente. Los pinos retorcidos que predominan en los bosques del parque están adaptados para crecer en suelos pobres en nutrientes, como los de la caldera de Yellowstone. También lo están los pinos blancos americanos, cuyos piñones sirven de sustento a los osos negros. Y desde luego, la tierra sigue hoy literalmente en ebullición. Las truchas que remontan los ríos no serían tan abundantes si las fuentes hidrotermales del fondo del gélido lago Yellowstone no caldearan el agua. El parque bulle de géiseres, fumarolas, volcanes de lodo y otras formas de actividad hidrotermal. De hecho, la mitad de los géiseres del planeta están aquí. Los fenómenos hidrotermales cambian constantemente de temperatura y comportamiento, y no dejan de aparecer otros nuevos, que en medio de los bosques lanzan nubes de vapor visibles desde un avión y emiten unos gases tan tóxicos que, se dice, han fulminado a los bisontes. Pese a esa violentísima ebullición gaseosa, durante mucho tiempo se creyó que el volcán que yace bajo el paisaje de Yellowstone estaba extinguido, como pensaba el teniente Doane. De hecho, después de los estudios encargados por el gobierno federal en las postrimerías del siglo XIX, la naturaleza volcánica de Yellowstone fue objeto de escasa atención científica durante décadas. Pero a finales de los años cincuenta un estudiante de posgrado de Harvard llamado Francis Boyd reparó en la presencia de roca piroclástica soldada, una gruesa capa de ceniza calentada y compactada, que interpretó como un signo de flujos piroclásticos procedentes de una erupción explosiva reciente, en términos geológicos.

Brian Fagan distingue hasta nueve glaciaciones. Pero si examinamos las distintas curvas de temperaturas que Fagan nos muestra, su número puede ser mucho mayor. En efecto, esas curvas, independientemente del método utilizado por Fagan, registran una serie de picos y valles que se alternan y que son desconcertantes. Al final vemos que todo depende de lo que entendamos por glaciación. Si se entiende por glaciación el que existan casquetes helados en los polos, llegaríamos a la conclusión de que actualmente tal vez nos encontramos en un periodo glacial y no en un periodo cálido. Que ahora la Tierra se está calentando es evidente, pero de momento las temperaturas son más bajas que el nivel promedio de temperaturas en la historia de nuestro planeta, teniendo en cuenta que la Tierra ha estado más tiempo sin casquetes polares helados que con ellos. Pero en esta sucesión de periodos más cálidos y más fríos durante el Cuaternario, podemos distinguir cuatro periodos en que las temperaturas han sido realmente bajas, mucho más frías que cálidas, y con casquetes de hielo que llegaban hasta latitudes que hoy consideramos templadas. Si observamos esas curvas de Fagan, vemos que existen ciclos de más o menos 100.000 años, seguido de un intervalo más corto en que predominan las temperaturas más cálidas. Pero parece que hay otros ciclos de 20.000 años y hasta de solo 12.000 años. Los ciclos glaciales del Cuaternario parece que tienen que ver un poco con los ciclos de Milankovitch. Y puede que esta relación exista, aunque sea parcialmente. El clima no solo depende de la energía que la Tierra recibe del Sol sino de la forma que la Tierra tiene de recibirla. De noche la Tierra no recibe energía solar, y asimismo en los polos se recibe mucha menos energía que en el ecuador. Pero, por otro lado, cuando la Tierra está más cerca del sol recibe más energía que cuando está lejos. Un científico serbio, Milutin Milankovich, estableció tres ciclos que pueden influir en el clima. Uno de estos ciclos está relacionado con las variaciones en la excentricidad de la órbita terrestre. Sabemos  que la Tierra gira alrededor del Sol describiendo una elipse relativamente poco excéntrica, pero que va variando. Por ello, en enero nuestra distancia al Sol es de 147,1 millones de kilómetros y en julio de 151,8 millones de kilómetros. Es decir, en enero estamos nada menos que casi cinco millones de kilómetros más cerca del Sol que en junio. Para los que vivimos en el hemisferio Norte sorprende que en invierno, cuando pensamos que tendría que hacer más frío, estamos más cerca del Sol que en verano. Tenemos que saber que lo que determina las estaciones es, más que la distancia al Sol, la altura del Sol sobre el horizonte, ya que ello indica que sus rayos nos llegan más directamente, así como la mayor duración de los días sobre las noches, que se produce en el verano. Evidentemente en el hemisferio Sur ocurre todo lo contrario, ya que es verano cuando la Tierra está más cerca del Sol e invierno cuando está más lejos. Las estaciones en Argentina o en Australia, que están en la misma latitud, deberían ser más extremadas de lo que son. No lo son porque el hemisferio sur es eminentemente marítimo, mientras que el hemisferio Norte tiene mucha más superficie terrestre y, por lo tanto, tiene un clima mucho más continental. Y acostumbra a suceder que un clima continental es más extremado y un clima marítimo es más suave.

Pero, aunque parezca sorprendente, lo que ocurre es que la excentricidad de la órbita de la Tierra no es siempre la misma, ya que unas veces es más alargada y otras es casi circular: De hecho puede oscilar aproximadamente entre un 0,5% y un 6%. Y el ciclo de estas variaciones en la excentricidad de la órbita terrestre es de unos 100.000 años. Actualmente todavía nos faltan nada menos que unos 40.000 años para completar un ciclo. Entonces las estaciones serán más extremadas en un hemisferio y se compensarán mejor en el otro. Sin embargo, se cree que las estaciones más extremadas podrán provocar glaciaciones en el hemisferio afectado. Otro factor importante lo constituye la inclinación del eje terrestre. Actualmente el eje de la Tierra está inclinado 23° 27’ sobre la eclíptica, que es la línea curva por donde «transcurre» el Sol alrededor de la Tierra, en su «movimiento aparente» visto desde la Tierra. Está formada por la intersección del plano de la órbita terrestre con la esfera celeste. Es la línea recorrida por el Sol a lo largo de un año respecto del «fondo inmóvil» de las estrellas. Es por esta razón que hay veranos e inviernos, que los días son más largos o más cortos, o que hace más calor o más frío. Si el eje de la Tierra no estuviera inclinado es seguro que la vida no sería tal como hoy la conocemos. Los árboles no sabrían cuándo cambiar sus hojas, las plantas no sabrían cuando florecer y dar sus frutos, los animales o los peces no encontrarían una estación hábil para emigrar o reproducirse, y no habría alternancia entre las épocas de lluvias con las épocas secas. Es evidente que la vida en la Tierra necesita las estaciones. Pero el eje terrestre varía poco a poco su inclinación y puede pasar de 21°4’ a 24°5’ en un ciclo de unos 41.000 años. Cuando más inclinado esté el eje terrestre, más directamente llegará la energía solar a los polos, con lo que derretirá los casquetes de hielo polares. En cambio, cuando haya menos inclinación habrá menos contraste entre estaciones, siendo el verano menos cálido de lo habitual, por lo que no llegaran a derretirse los hielos polares. Por ello se cree que a menor inclinación del eje más glaciaciones, no porque haga más frío en invierno, sino porque el menor calor del verano permite el mantenimiento de los hielos. Otro factor importante lo constituye la precesión de los equinoccios. Es un movimiento tipo peonza que provoca que el eje de la Tierra apunte sucesivamente a diferentes posiciones. Actualmente apunta hacia la estrella polar, y por esta razón esa estrella señala el Norte. Actualmente, la estrella polar en el hemisferio norte es Ursae Minoris, que está situada en el extremo de la cola de la Osa Menor y que es también conocida como Polaris o Cinosura por ser la más cercana a la posición del polo, del que dista menos de un grado. Todavía se le irá acercando más y en 2100 no distará de él más de 28′. A partir de ese momento, el polo se alejará de ella, no volviendo a ser la estrella polar hasta unos 25.780 años más tarde.

Pero hace tres mil años el eje terrestre apuntaba hacia la estrella Thuban (Alfa Draconis), estrella que está en la constelación del Dragón, y de esa estrella se servían los navegantes fenicios como estrella polar de aquellos tiempos, a fin de orientarse por la noche. Y hace algo más de mil años hacía el papel de estrella polar la estrella Kochab, que significa «polar» en árabe, una estrella beta de la constelación de la Osa Menor. Es una gigante naranja situada a 129 años luz de la Tierra. Todo lo antes indicado significa que ahora es verano en junio en el hemisferio Norte, cuando, por ejemplo, dentro de doce mil años en junio será invierno, mientras que será verano en diciembre. Vemos que las estaciones se habrán invertido y los veranos en el hemisferio Norte serán más fríos. Si llega un momento en que la órbita de la Tierra se haya hecho más elíptica y coincida el verano con una mayor cercanía al Sol, el calor pude hacerse casi insoportable. Vemos que los ciclos de Milankovich dependen de tres variables distintas, excentricidad, eje terrestre y precesión, que tienen cada cual un ciclo diferente. Unas veces coinciden dos o tres de ellas, otras se compensan unas a otras, con lo cual se evita que las variaciones del clima sean caóticas, pero sí altamente complicadas. Durante un tiempo las teorías de Milankovich tuvieron poca aceptación, pero ahora los expertos las mencionan frecuentemente, pero no se ponen de acuerdo sobre cuáles son sus consecuencias. Lo cierto es que la posición de la Tierra con respecto al Sol puede ser determinante para el clima, así como el comportamiento del Sol. Según parece la excentricidad de la órbita de la Tierra puede compensarse parcialmente por la inclinación del eje o el movimiento de precesión. Si calculamos los momentos en que los tres ciclos de Milankovitch coinciden en señalar un máximo o un mínimo, encontraríamos un gran ciclo de 430.000 años. Durante la larguísima historia geológica se sabe que hubo glaciaciones, pero todo indica que fue en el actual Cuaternario cuando se sucedieron con más frecuencia y rapidez que en otras eras. Asimismo sabemos que los periodos de máxima y mínima actividad del Sol parecen haber influido en el clima aún más que los ciclos de Milankovitch. Pero aún ignoramos si estos ciclos solamente se registraron en el Cuaternario y no en otras épocas. Tampoco sabemos si el movimiento de peonza de la precesión se viene produciendo desde hace poco más de un millón de años o desde hace mucho más tiempo. Aún ignoramos mucho sobre épocas geológicas más antiguas, por lo que aún sabemos poco sobre las causas de las repetidas glaciaciones. No podemos descartar los ciclos solares o planetarios como causa parcial, pero la causa principal seguramente es más compleja y dependa de varios factores simultáneos.
El mismo Milankovitch ya reconocía que lo que provoca una glaciación no es una sucesión de inviernos muy rigurosos, sino de veranos más frescos de lo habitual. En invierno normalmente nieva allí donde la precipitación se produce en forma de copos de nieve en lugar de lluvia, cuando la latitud próxima a los polos o la altura así lo determinan. Las nevadas se acumulan, causando que la capa de nieve aumente, más que por un exceso de frío, por un exceso de nevadas. Y donde, por una sucesión de precipitaciones de nieve, se forma una capa gruesa de nieve, al comprimirse por las capas superiores se transforma en hielo. Pero si durante el verano el ambiente o el agua del mar no se calentasen suficientemente para fundir el hielo, éste se mantiene y se incrementa a causa de las nevadas del invierno siguiente, y así sucesivamente, hasta que la formación de un casquete helado permanente. Estos casquetes de hielo ubicados en los polos Norte y Sur actúan como frigoríficos que pueden enfriar todo lo que les rodea, tanto mares como continentes. Una vez formado un casquete de gran extensión y profundidad es muy difícil que se produzca el deshielo. El hielo puede incluso resistir algunos veranos calurosos, siempre que no se repitan de manera continuada. Ahora sabemos que las glaciaciones no se producen por un fenómeno repentino sino por el hecho de que en los veranos tiene lugar un deshielo insuficiente, que se repite a lo largo de muchos años. Lo que todavía se ignora es la razón por la que mientras las glaciaciones se van desarrollando poco a poco, los calentamientos se desarrollan mucho más rápido. Harald Lesch es un astrofísico alemán, filósofo natural, periodista científico. También es profesor de física en la Universidad Ludwig Maximilians de Munich. Lesch admite que los ciclos cósmicos influyen en la sucesión de las glaciaciones e interglaciaciones. Sin embargo, opina que tienen más importancia las corrientes marinas, los vientos y los frentes de lluvias causados por el choque entre masas de aire húmedo y cálido que chocan con otras masas de aire frío. Esto se refiere a una sucesión de lo que se conoce como «oscilaciones», tanto en el océano Atlántico como en el Pacífico.

Lesch también advierte sobre la proporción variable entre dos isótopos de oxígeno, el oxígeno 16, que es el más abundante, y el oxigeno 18, que es más escaso, más pesado, y se evapora más difícilmente. Cuando el oxigeno 18 es muy abundante, se hunde en el océano, quedando en la superficie marina solo oxígeno 16, que se evapora mucho más fácilmente y, por lo tanto, contribuye a formar nubes y frentes de lluvia. Hasta hace poco se utilizaba la concentración de los isótopos de oxígeno en los fósiles para poder confirmar su datación, pero actualmente se ha verificado que pueden ser útiles para dar respuesta a una serie de interrogantes sobre las glaciaciones. Asimismo, de acuerdo con determinadas teorías, la abundancia de CO2 es consecuencia más que la causa de los procesos de calentamiento, lo cual nos tendría que dar que pensar sobre la situación climática actual. Evidentemente todo está interrelacionado, pero aún estamos lejos de conocer todos los mecanismos que influyen en el clima. En lo que sí parecen coincidir la mayoría de científicos es que el manto de hielo que más fácilmente se desarrolló durante la última glaciación de Würm es el que cubrió en épocas glaciales lo que es Canadá y la parte Norte de los actuales Estados Unidos. Se trataba del manto Laurentino. Parece que la falta de corrientes cálidas que pudiesen derretirlo provocó que fuese el primer manto de hielo que adquiriera grandes dimensiones. Luego se habría desarrollado el manto Finoescandinavo, que abarcaba básicamente el Norte de Europa, incluyendo Escandinavia, el Báltico, las islas Británicas y parte de la Europa Central. Hubo otro manto, el siberiano, que parece tuvo menos influencia en el clima, ya que el clima, aunque muy frío, también era muy seco, por lo que recibía menos aportación de humedad de los grandes océanos y, por tanto, de nieve, influyendo menos en los procesos glaciales. Por lo tanto, total o parcialmente, algunos continentes quedaron cubiertos por el hielo. El enorme peso de estos mantos, que llegaron a espesores de entre 2 y 4 km, provocó el hundimiento de las tierras que tenían que soportar aquel gigantesco peso. Por esto, cuando se deshelaron, gran parte de Canadá se convirtió en un gran lago. Incluso actualmente la península de Escandinavia, especialmente Suecia y Finlandia, se está levantando, sobre todo porque los avances de la tierra o del mar son muy lentos. Imaginémonos el enorme peso de la masa de hielo que tuvieron que soportar aquellas tierras. Las glaciaciones cambiaron drásticamente el paisaje, ya que el bosque se convirtió en tundra, y lo que era tundra se convirtió en una gran superficie de hielo. Asimismo, los glaciares en zonas montañosas se extendieron mucho más. Agassiz ya dijo que probablemente toda Suiza estuvo cubierta por un enorme glaciar.

Se sabe que actualmente Groenlandia todavía tiene en algunas zonas 2 km de espesor y la Antártida más de 4 km. En la última glaciación, además de los mantos de hielo que cubrieron extensiones que hoy son mares, sabemos que el nivel de los mares descendió al convertirse el agua líquida en hielo. La consecuencia de la congelación es que había menos agua líquida y, como consecuencia de ello, las costas estaban muchos kilómetros más adentradas en los antiguos mares que donde hoy se encuentran. Como ejemplo tenemos la gruta Cosquer, que es una famosa cueva submarina por contener pinturas prehistóricas del Paleolítico. El Paleolítico significa etimológicamente piedra antigua, término creado por el arqueólogo John Lubbock en 1865 en contraposición al de Neolítico, piedra nueva. Es el período más largo de la existencia del ser humano y se extiende desde hace unos 2,59 millones de años, en África, hasta hace unos 12 000 años, coincidiendo con el período geológico del Pleistoceno. Constituye, junto con el Mesolítico/Epipaleolítico, que son fases de transición, y el Neolítico, la llamada Edad de Piedra, denominada así porque la elaboración de utensilios líticos ha servido a los arqueólogos para caracterizarla, en oposición a la posterior Edad de los Metales. Aunque esta etapa se identifica con el uso de útiles de piedra tallada, también se utilizaron otras materias primas orgánicas para construir diversos artefactos, como hueso, asta, madera, cuero, fibras vegetales, etc. Durante la mayor parte del Paleolítico inferior las herramientas líticas eran gruesas, pesadas, toscas y difíciles de manejar, pero a lo largo del tiempo fueron haciéndose cada vez más ligeras, pequeñas y eficientes. El hombre del Paleolítico parece que era nómada, es decir, su vida estaba caracterizada por un desplazamiento continuo o estacional. El Neolítico es el último de los periodos en que se considera dividida la Edad de Piedra. Según los lugares se sitúa entre el 7000 a. C. y el 4000 a. C. El término, que quiere decir «de piedra nueva», se refiere a las elaboradas herramientas de piedra pulida que caracterizan ese período y lo diferencian de la «antigua» Edad de Piedra, o Paleolítico, con herramientas de piedra tallada, más toscas. En la periodización americana, el Neolítico coincide aproximadamente con el periodo Arcaico, que comenzó hace aproximadamente hace diez mil años, que coincide con los inicios del Holoceno, es decir, cuando terminaron las glaciaciones y todo el planeta entró en un calentamiento global. El Neolítico es el período de la historia humana en el que apareció y se generalizó la agricultura y el pastoreo de animales, dando origen a las sociedades agrarias. Generalmente, pero no necesariamente, fue acompañado por el trabajo de alfarería. En el Neolítico aparecen los primeros poblados y asentamientos sedentarios humanos. El período Neolítico fue seguido, según las regiones, por la Edad de los Metales o directamente por la Edad Antigua, en la que surgieron la escritura y las civilizaciones que conocemos.

La gruta Cosquer está situada al este de Marsella, cerca del cabo Morgiou. Su entrada se encuentra a unos 37 metros por debajo del nivel del mar Mediterráneo. Cuando se dibujaron las pinturas rupestres parece que el nivel del mar estaba 130 metros más bajo que actualmente. Asimismo, se piensa que la cueva pudo haber sido utilizada como santuario entre los años 27.000 y 19.000 a.C., antes de que su entrada quedase sumergida debido al aumento del nivel del mar. La gruta tiene más de 200 pinturas rupestres correspondientes a dos fases de ocupación, una de la fase del Gravetiense y otra de la del Solutrense. El Gravetiense es una fase de la cultura Perigordiense de los Homo sapiens, en el Paleolítico Superior, que se desarrolló principalmente en Francia y la mitad norte de España. Se desarrolló durante una fase climática fría, donde predominaban los renos y los mamuts. Abarcó la península ibérica, Francia, Bélgica, Italia, Europa Central, Ucrania y parte de Rusia. Hay una gran unidad cultural en la industria lítica, en las estructuras de habitación y en las esculturas femeninas, llamadas venus, representaciones femeninas, con un tamaño de unos 10 cm de media, y con una silueta que presenta una exageración de los atributos femeninos. La cultura Solutrense ocupa, dentro de la secuencia del Paleolítico Superior, un lugar transicional entre el Gravetiense y el Magdaleniense. Su desarrollo se dio en Europa Occidental, concretamente en territorio francés y en la península ibérica. El nombre proviene del descubrimiento de los yacimientos en Crôt du Charnier en Solutré, distrito de Mâcon, en el departamento de Saona y Loira, al este de Francia, en la región de Borgoña. La gruta lleva el nombre de Henri Cosquer, el buzo francés que la encontró en 1985, aunque su descubrimiento no se hizo público hasta 1991, cuando tres buzos se perdieron en la cueva y murieron. Sabemos que en las etapas más duras de las glaciaciones, Japón se encontraba unido a Corea, Nueva Guinea a Australia, Inglaterra al continente europeo, y existía el llamado Puente de Beringia, que unía, por el más bajo nivel de las aguas, Siberia con Alaska. Hace unos dieciocho mil años, seres humanos, y antes que ellos muchos animales, pasaron de Asia a América y poblaron este continente, que supuestamente estaba despoblado. Podemos ver que todo era muy distinto hace pocos miles de años, a causa de los cambios climáticos. Imaginemos que las costas de entonces estuviesen varios cientos de kilómetros más avanzadas con respecto a las actuales y que lo que son nuestras ciudades y pueblos costeros en aquel tiempo habrían sido poblaciones del interior. Más adelante ya veremos que con el posterior calentamiento del Holoceno se invirtió el proceso y las posibles poblaciones costeras quedaron bajo el mar, como pasó con la gruta Cosquer. !Cuántos secretos deben esconderse bajo las arenas del fondo de los mares!

Y aquí planteamos una posible hipótesis sobre la enigmática Atlántida. El filósofo griego Platón (427 – 347 a. C.) en su obra Critias, nos dice: “Nueve mil años atrás hubo una guerra entre los pueblos que habitan más acá y más allá de las columnas de Hércules, Atenas y la federación de reyes de la Atlántida. La Atlántida, que se sumergió en el mar por causa de terremotos, tenía un tamaño más grande que la Libia y el Asia y quedó reducida a un escollo que impide la navegación en esa parte de los mares“. Sabemos que la dorsal meso-atlántica es una dorsal medio oceánica, un límite de tipo divergente entre placas tectónicas, que se extiende por su fondo a lo largo del océano Atlántico. En el Atlántico norte, separa las placas euroasiática y la norteamericana, mientras que en el Atlántico Sur separa la africana y sudamericana. La dorsal se extiende desde el noreste de Groenlandia hacia el sur en el Atlántico sur. Aunque la dorsal meso-atlántica es un rasgo mayoritariamente subacuático, parte de ella tiene una elevación suficiente como para superar el nivel del mar. El ritmo medio de expansión es de unos 2 cm por año. La mayor parte de la dorsal se extiende, no obstante, entre 3000 y 5000 metros por debajo de la superficie oceánica. Desde el lecho marino, las montañas se alzan entre unos 1000 y 3000 metros de altura dentro de las aguas del Atlántico y se extienden a lo ancho alrededor de 1500 kilómetros desde el este a oeste desde su base. La dorsal Atlántica es hendida por un profundo valle a lo largo de su cresta, con una anchura aproximada de 10 kilómetros y con paredes que alcanzan los 3 kilómetros de altura. Este valle es la divisoria de dos placas divergentes del fondo del océano en donde el lecho marino se está separando, de acuerdo a la teoría de la tectónica de placas. El valle existente en la dorsal continúa ensanchándose a razón de unos 3 centímetros anuales. En la zona donde el lecho marino se abre, el denominado magma de roca fundida, situado bajo la superficie terrestre, asciende rápidamente. Este magma se convierte en una nueva capa oceánica situada sobre y bajo el lecho marino cuando se enfría. La dorsal Media está seccionada por zonas de fractura y otra serie de discontinuidades espaciadas entre ellas más de 100 kilómetros, lo que desvía a la cordillera de su curso general norte-sur. Las principales de todas estas desviaciones, como la zona de fractura de Romanche, de sentido este-oeste, tienen una longitud próxima a los 1000 kilómetros y se distribuyen cerca del ecuador. Esto explica el encaje casi perfecto que se distingue entre el saliente de la costa nororiental de Brasil, en Sudamérica, y el entrante del golfo de Guinea, en África. Nos podemos plantear si durante los aproximadamente 100.000 años de la última glaciación una parte significativa de esta dorsal hubiese podido estar por encima del nivel del mar debido al fuerte descenso del nivel de los mares, y, por lo tanto, ser habitable. Además, probablemente debido al vulcanismo, pudiese haber sido una zona relativamente templada. Luego, hace unos 11.000 años o antes, al producirse la rápido desglaciación del Holoceno con una subida de hasta 150 metros en el nivel de los mares, unido al posible hundimiento parcial debido a ser una zona muy volcánica y en medio de la línea separadora de las placas tectónicas americana y europea, habría podido dar lugar al relato de Platón.

La historia del clima y la geología también podría ayudarnos a descubrir el secreto de otros legendarios continentes perdidos en el océano Pacífico: Mu y/o Lemuria. El investigador británico James Churchward, en su libro El continente perdido de Mu, escribió: “El Jardín del Edén no estaba en Asia sino en un continente hundido en el Océano Pacífico. La historia bíblica de la creación – la epopeya de los siete días y las siete noches – no vino primero de los pueblos del Nilo o del Valle del Éufrates sino de este continente ahora sumergido, Mu, la patria del ser humano. Estas afirmaciones pueden ser probados por los registros complejos que descubrí sobre tablillas sagradas ya olvidado en la India , junto con los registros de otros países. Hablan de este extraño país de 64 millones de habitantes que, hace 50.000 años, habría desarrollado una civilización superior en muchos aspectos a la nuestra. Se describe, entre otras cosas, la creación del hombre en la misteriosa tierra de Mu. Al comparar este escrito con los registros de otras civilizaciones antiguas, como se revela en documentos escritos, restos prehistóricos y los fenómenos geológicos, he encontrado que todos estos centros de la civilización habían heredado su cultura de una fuente común, Mu. Podemos, por lo tanto, asegurar que la historia bíblica de la creación, tal como la conocemos hoy en día, se desarrolló según el impresionante relato obtenido de esas tablillas antiguas que relatan la historia de Mu, una historia de 500 siglos de antigüedad“. Por otro lado Hiva es el nombre de una mítica tierra o isla, de la cual habrían venido los ancestros de los nativos de la isla de Pascua, o Rapa Nui en el idioma aborigen, según la mitología pascuense. Hiva correspondería a la mítica Hawaiki de la mitología maorí, o su equivalente, y a las variantes existentes en las tradiciones de muchas culturas polinésicas. Asimismo, se cree que Hiva era Mu o Lemuria. Por esta razón, al igual como en el caso de la Atlántida, tenemos que dirigir la vista a la dorsal del Pacífico Oriental, la Gran Dorsal Pacífico-Antárctica, denominada también cordillera Albatros o cordillera Isla de Pascua, que es una dorsal oceánica o cordillera submarina que se extiende en sentido sur-norte por el fondo oriental del océano Pacífico, desde las inmediaciones de la Antártida, en el mar de Ross, hasta internarse en el golfo de California, manteniendo una continuidad geológica que culmina en el lago salado conocido como mar de Salton, en el desierto de Colorado. La longitud de la dorsal es de aproximadamente 8.000 a 9.000 km. El punto más alto, que aflora todavía sobre el nivel del mar, se ubica en Isla de Pascua. La profundidad de la base de la dorsal es de 3.500 a 4.000 metros. Su perfil transversal se caracteriza por la presencia de un eje de ancho, sobre el cual se presenta una estrecha área de cresta elevada. Como esta dorsal es un borde divergente de la corteza terrestre, constituye el límite entre varías placas tectónicas; como la placa Antártica, la placa de Nazca, la placa del Pacífico, la placa de Cocos y la placa Norteamericana. De la dorsal se desprenden varios ramales secundarios, como la Dorsal de Chile, el Cordón Nazca y la Dorsal de Galápagos además de colindar las micro placas de Juan Fernández y Pascua, la primera ubicada a partir del sitio en donde se desprende la dorsal de Chile y la segunda muy cerca de la Isla de Pascua. En esta dorsal han sido muy estudiadas las llamadas fumarolas negras, que abundan en su lecho. Esta actividad volcánica en el área de la dorsal ha dado origen a una serie de islas como Pascua, Sala y Gómez y Pitcairn. Todo parece indicar que el hundimiento de este continente perdido, si se produjo hace 50.000 años, tuvo que ser por terremotos y volcanes y no por la subida del nivel del mar.

Pero en el Cuaternario no solo observamos una serie sucesiva de glaciaciones sino que también podemos observar periodos interglaciares, relativamente cálidos. Pero algunos de estos interglaciares tuvieron temperaturas tan elevadas, que explorando los estratos de aquella época se han encontrado restos de hipopótamos, un animal de clima cálido, enterrados en suelo británico. Es curioso, pero a cada periodo en que el clima se excede en un sentido, frío o calor, luego acontece otro opuesto. En el tiempo atmosférico del día a día, que nos muestran nuestros meteorólogos, estamos acostumbrados a estas alternancias en que se producen inviernos templados o veranos frescos y lluviosos. Pero en la historia del clima estas alternancias son más sostenidas y potentes. Sin embargo, sabemos que en el Cuaternario los periodos fríos han sido más rigurosos y más extremados que los períodos templados o cálidos. Por lo que se sabe, en el Cuaternario no han habido interglaciaciones que hayan durado más de diez mil años, lo cual querría decir que en nuestra época, el Holoceno, ya tendríamos que estar entrando en una nueva glaciación. Pero vemos que también en los interglaciares existen ciertas alternancias de más frío o calor. En cambio las glaciaciones del Cuaternario han durado cien mil años o más, con las correspondientes oscilaciones. Actualmente los climatólogos consideran que nos encontramos en un periodo interglaciar, puesto que las temperaturas son relativamente benignas en la mayor parte del mundo, que las hacen aptas para la vida de los seres humanos en condiciones climáticas razonablemente cómodas. Zonas que hace pocos miles de años estaban cubiertas por grandes mantos de hielo, ahora están libres de hielo y los valles de las zonas montañosas están llenos de bosques y prados. Pero, ¿estamos viviendo realmente en un interglaciar o estamos viviendo un calentamiento con final indefinido? En el primer caso, ¿Vamos a tener en un futuro próximo una nueva glaciación o lo evitaremos durante un largo periodo geológico? Harald Lesch dice que hubo en el pasado cambios radicales del clima en un espacio de tan solo quince o veinte años. Actualmente un cambio tan violento parece poco probable, pero hay que estar prevenidos. Uno de los más grandes misterios de nuestro planeta es la desaparición de los mamuts lanudos, en que millones de mamuts gigantes se congelaron repentinamente de un día para otro, especialmente en Siberia. Algunos de los mamuts congelados aún conservaban restos de plantas que estaban digiriendo cuando se produjo su congelación. Ello implicaría una glaciación súbita, que aún no consta haya sucedido en la historia terrestre. Pero tal vez el aspecto más sorprendente de este evento es que ocurrió hace apenas 13.000 años, entre los dos períodos de fuerte enfriamiento reciente, que fueron el Dryas Antiguo (hace unos 14.000 años) y el Dryas Reciente (aproximadamente entre el 12.900 y el 11.650), cuando la especie humana ya estaba ampliamente establecida sobre el planeta Tierra. Para establecer una comparación, las pinturas del paleolítico superior encontradas en el sur de Francia (Lascaux, Chauvet, Rouffignac,…) fueron hechas entre hace 17.000 y 13.000 años.

Se ha especulado mucho sobre la vuelta al intenso frío invernal que afectó a Europa durante el Dryas Reciente y que tanto debió sorprender a nuestros ancestros paleolíticos europeos, recién acostumbrados a una época cálida. Quizás algunas zonas se salvaron mejor que otras de la renovada crudeza del clima. Es posible, por ejemplo, que entonces la región del suroeste europeo, básicamente Cantabria-País Vasco-Aquitania, en plena efervescencia de la cultura Magdaleniense, se convirtiese en una zona refugio de Europa, tanto para animales como para seres humanos, al verse favorecida por un clima más benigno motivado por una mayor frecuencia del viento sur y por el efecto del viento föhn invernal, que se produce en relieves montañosos cuando una masa de aire cálido y húmedo es forzada a ascender para salvar ese obstáculo. La cultura Magdaleniense es una de las últimas culturas del Paleolítico Superior en Europa occidental, que fue caracterizada por los rasgos de su industria lítica y ósea. Su nombre fue tomado de La Madeleine, cueva francesa de la Dordogne. Sucede a la cultura Solutrense. El Magdaleniense, que se extendió a lo largo de la fase final de la glaciación Würm, tuvo una secuencia alterna de clima frío y seco, y fresco y húmedo. El cambio climático acaecido hace unos 12.000 años hizo modificar los hábitos cinegéticos y alimenticios, dando por finalizado al Magdaleniense con la transición al Aziliense. Las subdivisiones dependen según autores y según zonas geográficas. La cultura Magdaleniense se extendió por Francia, Suiza, España y Alemania hace unos 15.000 años, perdurando hasta hace unos 8000 años. Se divide en Inferior y Superior, cada una a su vez subdividida en tres estadios. En Inglaterra existe una cultura paralela al final del Magdaleniense, llamada creswelliense. En la península ibérica, la obra magdaleniense más famosa son las cuevas de Altamira. Puede considerarse como la primera civilización europea occidental, pues debido a un aumento demográfico, sobrepasa los límites de su zona originaria y se extiende prácticamente por todo el continente europeo.

La necesidad de materias primas líticas de buena calidad es un motivo importante para que un grupo se desplace para buscarlas, a veces a varias decenas de kilómetros. Utensilios de un sílex especial denominado tipo Urbasa procedente de la sierra navarra de Urbasa, han sido encontrados a lo largo de la cornisa cantábrica y suroeste de Francia, en una extensión de unos 400 kilómetros. Las oscilaciones del clima entre cálidas y frías, y húmedas y secas tienen una gran influencia tanto sobre la fauna como sobre la flora. En las etapas templadas predominan los caballos, los bosques de hoja caduca y extensas praderas de gramíneas, mientras que en las épocas más frías la especie representativa es el reno y hay una regresión de los bosques en beneficio de las praderas. Enterraban a sus muertos, pero se han descubierto pocas sepulturas, que comúnmente son simples fosas poco profundas. Sin embargo, se han encontrado extensos campamentos al aire libre organizados en tiendas o cabañas. Esta tendencia al agrupamiento se vio reforzada, pues determinados yacimientos son auténticas necrópolis. Fue una cultura de cazadores, en que su base era la caza del caballo, mientras que en Europa del Este el mamut era la especie más codiciada. Se produce un aprovechamiento completo de las especies animales. El tipo humano que da lugar a este periodo es el Cromagnon u Homo sapiens. La expansión de los recursos que tuvo lugar durante el solutrense permite continuar con este modo de vida en entornos similares. La cantidad de recursos de que disponían los magdalenienses era tan grande que les permitía volverse más sedentarios. La principal novedad que aporta el magdaleniense a los recursos es la explotación de los recursos marinos. Una pieza lítica que caracteriza al magdaleniense es el arpón, diseñado para atrapar grandes presas marinas como cachalotes o ballenas. Esto hace suponer que utilizaban embarcaciones, tal vez las primeras embarcaciones de la historia, para pescar en alta mar. Pero desgraciadamente no se han conservado al estar hechas de madera. Aparte de la explotación de los recursos marinos, se continuaba con el sistema cazador-recolector adaptado a las nuevas condiciones.
Las diversas teorías que han sido propuestas para explicar la desaparición de los mamuts lanudos, como la de que se vieron atrapados en ríos congelados, son desconcertantes, variando desde que fueron víctimas del exceso de caza, que fueron afectados por tormentas de granizo, que fueron enterrados en deslizamientos de lodo, que cayeron en grietas de hielo, o que fueron atrapados por la glaciación. Pero no son suficientes para explicar satisfactoriamente esta extinción masiva y aparentemente tan repentina. Uno de los casos más impactantes es el de se refiere a un joven ejemplar femenino de mamut hallado bajo el hielo de Siberia, correspondiente a la última glaciación. Lo realmente relevante es que el estado de conservación es excepcional, ya que se ha podido extraer sangre de un animal extinguido. El hallazgo se ha producido en las islas Liajovski, un grupo de islas perteneciente al archipiélago de Nueva Siberia, situado al norte de la costa de Siberia Oriental. La sangre ha podido extraerse a una temperatura de -10 grados centígrados, y el análisis revela la existencia en la sangre de algún tipo de anticongelante natural. El científico Semyon Grigoriev comentó que el hallazgo es único en el mundo, pues “aún no se explica cómo es posible que el animal se encuentre en perfecto estado de conservación y aún con sangre fresca que hemos podido extraer. Para que algo así suceda, se requeriría que el animal se hubiese congelado vivo y que no hubiese sufrido descongelaciones y congelaciones posteriores a lo largo de los 10.000 años siguientes“. Lo cierto es que tal y como sugiere el Director del Museo de Mamuts del Instituto de Ecología Aplicada, el descubrimiento es único en el mundo. Posteriores investigaciones tal vez podrán determinar la razón por la que el mamut ha llegado a nosotros en perfecto estado de congelación y con la sangre intacta. Científicos estadounidenses han demostrado en la revista Science que la lenta extinción de mamuts, mastodontes y perezosos gigantes al final de la última glaciación en Norteamérica provocó cambios en la vegetación y el incremento de los incendios, y no al revés. Los investigadores proponen la hipótesis del impacto de un meteorito hace unos 12.900 años como causa de la extinción masiva de estos grandes herbívoros, lo que podría explicar otros misterios, como el de la Atlántida. Hasta ahora, los científicos pensaban que los cazadores del pueblo Clovis, supuestos primeros habitantes de América del Norte y las variaciones medioambientales llevaron al declive de la gran fauna de Norteamérica. Sin embargo, Jacquelyn Gill, autora principal e investigadora en la Universidad de Wisconsin-Madison, y su equipo demuestran ahora que la lenta extinción de los mamuts empezó hace entre 14.800 y 13.700 años, unos 1.000 años antes de la aparición de la cultura Clovis y de los cambios medioambientales que se produjeron al derretirse el hielo.

Jacquelyn Gill dice que: “Este trabajo no resuelve el debate sobre lo que causó la extinción de los mamuts y mastodontes, si la caza por parte de seres humanos o por el clima, aunque se esté empezando a eliminar algunas de las hipótesis“. Esta investigadora apoya la hipótesis del impacto de un meteorito en la Tierra hace unos 12.900 años. Según Jacquelyn Gill: “Planteamos también la pérdida de hábitat como argumento en este debate, pero el cambio del hábitat fue una consecuencia y no la causa de la extinción“. John W. Williams, uno de los autores del estudio y profesor de geografía en la Universidad de Wisconsin-Madison, afirma que: “Hasta la fecha, el estudio es la clara evidencia de que la extinción de estos grandes grupos de animales tuvo efectos negativos sobre los antiguos ecosistemas”. El estudio, que se publicó en la revista Science, es la primera cronología detallada de los acontecimientos que reconstruyen el comienzo de las comunidades biológicas del continente norteamericano hace unos 14.800 años. Según los científicos, el hecho de que la desaparición de los grandes herbívoros, como los mamuts, sucediese antes del cambio masivo de la vegetación, es muy ilustrativo sobre las dinámicas que produjeron la extinción y su influencia en los paisajes. Para llegar a estas conclusiones, Jacquelyn Gill y su equipo analizaron el polen, el carbón vegetal y la sporomiella, un peculiar hongo que crece en las heces de los grandes herbívoros, procedentes de antiguos sedimentos en la zona del lago Appleman, en Indiana. El análisis confirmó que la extinción de los mamuts fue un proceso gradual que se produjo a lo largo de unos 1000 años. Además, el estudio de la cantidad de hongos en las heces ha proporcionado un índice de la biomasa producida por los grandes herbívoros de ese momento. A través de este análisis, los científicos han logrado relacionar estos datos con los registros de la vegetación y de los incendios a partir del polen y el carbón vegetal. Jacquelyn Gill opina que: “Hace unos 13.800 años, el número de las esporas de los hongos bajó dramáticamente, y ahora mismo han desaparecido casi por completo del registro fósil”. Los científicos determinaron la secuencia de los acontecimientos a través de las esporas de los hongos presentes en las heces de los herbívoros, y demostraron así que la desaparición de la fauna de los mamuts empezó antes de que cambiaran las especies de plantas. Cuando los mamuts desaparecieron, algunos árboles, como el fresno negro, el olmo y el carpe negro de Virginia, empezaron a colonizar los paisajes antes dominados por abetos. Según Jacquelyn Gill : “En el momento en el que los herbívoros desaparecieron, empezaron a aparecer comunidades de plantas diferentes. Nuestros datos sugieren que estos árboles hubieran sido abundantes antes si la megafauna no hubiera estado para consumirlos”.

Y este tema de los mamuts nos da pié para hablar de otro tema importante que tiene que ver con los cambios climáticos. Según el National Geographic, un equipo de científicos de la Universidad de Marsella, en Francia, descubrió un virus, en Siberia, que había permanecido 30.000 años bajo el permafrost, parte profunda y permanentemente helada de las regiones frías. El virus estaba en buen estado, algo de por sí ya sorprendente. Pero el equipo de científicos no se quedó ahí, sino que intentó revivirlo, y lo consiguió. El nuevo, aunque antiguo, virus, se conoce por el nombre científico de Pithovirus sibericum, y su lugar de procedencia no es su única característica destacable. Para empezar, se trata de un virus gigante con respecto al resto de virus. Los pandora virus eran hasta ahora los mas grandes conocidos y solo miden 1 micrómetro de largo y 0.5 micrómetros de ancho, mientras que el Pithovirus sibericum mide 1.5 micrómetros de largo y 0.5 micrómetros de ancho. Por tanto es posible verlo con un microscopio óptico tradicional. También es mas complejo en su estructura genética, con 500 genes. Como referencia tenemos que el virus del VIH cuenta con solo 12 genes. Estas características han posibilitado que el virus sobreviva a las duras condiciones siberianas durante miles de años, y que fuese revivido por los científicos que lo usaron para infectar amebas y probar sus efectos. Afortunadamente el Pithovirus sibericum parece que no afecta a animales, incluidos los seres humanos, así que aparentemente no corremos peligro de epidemia por este virus. Ahora que en todo el mundo estamos sufriendo los efectos del coronavirus Covid-19 podemos entender lo que implica una epidemia. Sin embargo, este descubrimiento sí que es un recordatorio de que en los glaciares se encuentran virus y bacterias muy antiguos que podrían volver a ser una amenaza que pudiese proliferar gracias al calentamiento global. Siempre cabe la posibilidad de que un cuerpo humano o animal congelado traiga un virus helado contra el que nuestra sociedad carezca de defensas. Sobre todo si los hielos se derriten, como está sucediendo a gran escala, especialmente en el Ártico. “Basta con una simple descongelación y unas condiciones climáticas favorables, para que este tipo de virus vuelva a la vida. Si los viriones (virus aislados que no se encuentran infectando ningún organismo) permanecen en esas capas y se activan, se podría producir un cóctel para el desastre“, asegura la bióloga francesa Chantal Abergel. El cambio climático en el Ártico ruso es más evidente que en muchas otras regiones del mundo. Mientras que la temperatura mundial ha aumentado 0,7°C en el último siglo, allí ha subido 3°C. En el siglo XX, el permafrost del hemisferio norte ha disminuido en un 7%. Esto sin duda implica una gran liberación de microorganismos de los suelos previamente congelados.

Hace unos 115.000 años es cuando se produjo la última glaciación, conocida en Europa como Würm y en América como Wisconsin. Parece que todas las glaciaciones conocidas, incluida la de Würm, se han iniciado en el norte de América, con la congelación creciente de las llanuras del actual Canadá y de la parte central del Norte de lo que hoy son los Estados Unidos. Las grandes placas de hielo, debido a su enorme peso, hundieron unos 500 metros las tierras que cubrían. Este hundimiento quedó más que compensado con la capa de hielo que lo cubría y que alcanzó un espesor entre 1 y 2 km. La glaciación se extendió por la península del Labrador hacia Groenlandia, que sufrió una invasión de hielo todavía más importante. De allí partieron las corrientes oceánicas frías hacia el sur. En aquella época Europa vivía una época interglacial, conocida como Eemiense, con una temperatura benigna e incluso calurosa. Pero el frío llegó pocos miles de años más tarde, llegando a la Península Ibérica hace unos 106.000 años. En el norte y centro de Europa se formó el gran manto de hielo Finoescandinavo, que también provocó el hundimiento de tierras por el peso del hielo. Asimismo, los glaciares centroeuropeos se extendieron hasta territorios que hoy son relativamente cálidos. Los bosques de Alemania, Polonia, Inglaterra, gran parte de Francia, y las llanuras rusas se transformaron en tundra similar a la siberiana, o fueron invadidos por inmensas capas de hielo. Sin embargo, las zonas no heladas tenían un paisaje que carecía de arbolado y que tenía poca vegetación, ya que los vientos del Norte y del Este combinaban frío y sequía. Para alimentarse, los humanos europeos tenían que seguir a los rebaños de renos que migraban, según las estaciones, a los lugares en donde encontraban mejores pastos. El nivel del mar ya había descendido de 120 a 150 metros, y la línea de costa avanzó, dependiendo de la profundidad del mar, hasta llegar a los trescientos kilómetros. El clima era muy frío y seco, con temperaturas entre ocho y diez grados por debajo del nivel de temperaturas actuales. El anticiclón al Norte generaba temporales helados intensos y duraderos, que destruían la vegetación. Debido al gran descenso del nivel del mar, las Islas Británicas quedaron unidas al continente europeo.

Aunque conocemos mejor el desarrollo de esta última glaciación en el hemisferio Norte, se va sabiendo que la ofensiva del frío tuvo lugar en el hemisferio Sur casi al mismo tiempo. En principio esto no cuadraría con la teoría de que la inclinación del eje terrestre o la excentricidad de la órbita favorecía el frío en un hemisferio y el calentamiento en otro. Debido a este hecho actualmente se conceder menos importancia a los ciclos de Milankovitch, aunque no podamos despreciar su influencia. Parece que especialmente Australia sufrió las consecuencias del enfriamiento. Todo indica que solo África mantuvo un clima templado, aunque más húmedo y lluvioso que en la actualidad. Fue allí donde apareció el homo sapiens-sapiens. Pero casi al mismo tiempo, tal vez antes, se produjo una nueva catástrofe que se abatió sobre gran parte del mundo. En efecto, durante el comienzo de la segunda parte de la glaciación, hacia el 73.500 antes del presente, se produjo la erupción volcánica de mayor magnitud ocurrida en los últimos cien milenios, la del supervolcan de Toba, en el norte de Sumatra. Sus cenizas han sido identificadas en estratos marinos que distan miles de kilómetros del lugar de la erupción. Lanzó a la atmósfera unos mil millones de toneladas de polvo volcánico y de gases sulfurosos. Las explosiones debieron durar varios días y se calcula que multiplicaron por diez la potencia de cualquier otra erupción habida en los últimos cien mil años. Los gases sulfurosos llegaron con facilidad a la estratosfera, alcanzando alturas por encima de los 25 km. Al cabo de unos meses la capa de suciedad estratosférica debió esparcirse y cubrir todo el planeta. En el sondeo GISP de los hielos de Groenlandia, se ha encontrado que en aquellos años, los correspondientes a una profundidad de entre 2.000 y 2.500 metros en el hielo, aumentó enormemente la precipitación de azufre. El polvo y los gases sulfurosos esparcidos por la estratosfera redujeron significativamente la luz y radiación solar recibida en superficie, sumiendo a la Tierra en una duradera penumbra. Es muy probable que durante varios años descendiesen aún más las temperaturas superficiales del hemisferio norte, en torno a 3ºC y 5ºC, y que en las latitudes polares las temperaturas veraniegas bajasen entre 10°C y 15ºC durante dos o tres años.

Todo indica que la evolución humana fue afectada por un relativamente reciente acontecimiento de tipo volcánico. Esta posibilidad fue propuesta en 1998 por Stanley H. Ambrose, de la Universidad de Illinois. Este acontecimiento habría reducido la población mundial a tan solo unas 10.000 personas, casi al borde de la extinción. El conocimiento sobre la prehistoria humana es en gran medida teórico, pero está basado en las evidencias obtenidas de fósiles, la arqueología y las evidencias genéticas. En los últimos tres a seis millones de años, tras la separación de los linajes de humanos y simios del tronco común de homínidos, la línea humana se ramificó en varias especies. La teoría catastrófica del supervolcán Toba establece que una inmensa erupción volcánica cambió el curso de la historia al producir la casi extinción de la población humana. Tal como hemos dicho, hace entre 70 000 y 75 000 años, el supervolcán del lago Toba, en el norte de la isla indonesia de Sumatra, explotó como una caldera con una fuerza 3000 veces superior a la erupción del monte Santa Helena, en Estados Unidos, una de las erupciones volcánicas más catastróficas del siglo XX. La explosión del Toba dejó como rastro el actual lago Toba, el lago volcánico más grande del mundo, de 100×30 km y 505 metros de profundidad. Se han encontrado restos directos de esta explosión hasta en lugares alejados varios miles de kilómetros, como el sur de la India. La drástica disminución de las temperaturas debió producir múltiples cuellos de botella de población en varias especies que debían existir en la época, incluyendo la nuestra, e incluso llevando a la extinción a muchas de ellas. Una combinación de evidencias geológicas y modelos computacionales apoya la factibilidad de la teoría de la catástrofe de Toba, y la evidencia genética sugiere que todos los humanos actuales, a pesar de la aparente variedad, provienen de un mismo tronco formado por una población muy pequeña, como indica el Adán cromosomal-Y, que habría sido un hombre africano, homólogo de la Eva mitocondrial, que en la evolución humana correspondería al ancestro común más reciente humano masculino y que poseía el cromosoma Y, del cual descienden todos los «cromosomas Y» de la población humana actual.. Utilizando las tasas promedio de mutación genética, algunos genetistas han estimado que esta población humana original vivió en una época que concuerda con el acontecimiento de Toba. Esta teoría establece que cuando el clima y otros factores fueron propicios, los humanos nuevamente se expandieron a partir de África, migrando primero al Oriente Medio, y luego a Indochina y Australia. Las rutas migratorias crearon centros de población en Uzbekistán, Afganistán e India. Las subsiguientes adaptaciones al medio produjeron los diferentes rasgos y tonalidades en el color de la piel, que hoy en día se observan en la población humana, a partir de un reducido grupo de humanos, similar genética y físicamente a los actuales bosquimanos.

La erupción del Toba ocurrió cuando ya había comenzado la última glaciación y coincidió con un período en el que el frío se agudizó. Los efectos de aquellas nubes oscuras perduraron de una forma u otra tal vez siglos enteros, y las consecuencias hubo de sufrirlas el mundo entero. En la historia del clima hay múltiples desastres puntuales que influyeron en el clima, pero todo parece indicar que el del supervolcán Toba no tuvo precedentes en todo el Cuaternario, y desde aquel terrible evento no se tiene constancia de que haya vuelto a registrarse nada semejante. Si que recientemente hubo una importante erupción del volcán Tambora, otro volcán indonesio que estalló en 1815 con trágicas consecuencias, aunque no tan graves ni tan prolongadas como las causadas por el Toba. Conviene saber que no muy lejos cronológicamente del episodio del Toba, que acabó con otras especies de seres desarrollados, pero no inteligentes, el homo sapiens-sapiens, que había aparecido en la templada África, se dispersó, emigró a otras tierras, atravesando el istmo de Suez y extendiéndose por Asia del sudoeste y por el sur de Europa. Allí se encontró con una tierra fría, cubierta frecuentemente por hielos, pero abundante en caza. Y el homo sapiens-sapiens supo sobrevivir a todas las dificultades, hasta vencerlas y alcanzar grados de desarrollo cada vez más avanzado. John R. Gribbin es un escritor científico británico, astrofísico y profesor visitante de astronomía en la Universidad de Sussex. Sus escritos incluyen física cuántica, evolución humana, cambio climático, calentamiento global, los orígenes del universo y biografías de científicos famosos. En un libro titulado Ice Age: The Theory That Came In From The Cold!, nos dice que “las dificultades de aquel mundo europeo y asiático sometido a una fuerte glaciación estimularon el ingenio de nuestros predecesores. Escaseaban los frutos naturales, pero abundaban los rebaños de los grandes mamíferos, desde los mamuts lanudos hasta los renos. Eran animales mucho más fuertes que los hombres, y no era posible hacerles frente. Pero se les podía atacar con piedras lanzadas a distancia, palos y azagayas, que se fueron haciendo, por obra del ingenio, cada vez más agudas; o bien se los hacía caer en trampas, grandes hoyos excavados en la tierra y cubiertos con ramajes. Una vez caídos, no podían salir de su encierro, y allí eran rematados, o morían de hambre“.

La caza permitió alimentarse a los humanos, además de proporcionarles pieles con que protegerse del frío. El descubrimiento del fuego fue fundamental, entre otras cosas para poderse calentar. Los hombres de la época glacial buscaban donde guarecerse de la dura intemperie, por lo que exploraban cuevas de donde expulsar a las alimañas que las habitaban. A pesar del intenso frío, el ingenio humano les permitió superar todas las pruebas. Los seres humanos del paleolítico podían seguir las huellas de los grandes mamíferos sobre la nieve, estaban familiarizados con la migración de las grandes manadas, sabían donde apostarse para sorprender a los rumiantes con sus flechas, y podían adivinar la pronta llegada de los salmones en los ríos. Brian Murray Fagan opina que aquellos seres humanos eran mejores meteorólogos que la mayoría de la gente de hoy, ya que podían prever los vientos favorables, las lluvias, que eran escasas pero necesarias en una época de sequía, así como la invasión de polvo continental que enturbiaba el aire, muy frecuente en los tiempos paleolíticos, que llegaba procedente de las grandes llanuras del Este de Europa o el Oeste de Asia. Lo cierto es que supieron defenderse de las inclemencias ambientales y emigrar cuando era necesario. Seguramente el hombre paleolítico no era consciente de que vivía en una glaciación, ya que un clima como aquél lo habían soportado sus antecesores y lo seguirían soportando sus descendientes. Y el mismo frío les proporcionaba el tipo de caza que mejor podían aprovechar para alimentarse y vestirse. Una vez superado el paleolítico inferior (2.5 millones a 120 000 años) y el paleolítico medio (120 000 a 40 000 años), el ser humano alcanzó un grado más elevado de desarrollo en el paleolítico superior (40 000 a 12 000 años). Ya sabía elaborar buriles de piedra, raspadores, herramientas de hueso, etc… Más tarde, parece que en el Solutrense (entre 22.000 y 15.000 años), inmediatamente después del Último Máximo Glacial, terriblemente frío, hizo un invento muy útil para la caza. Se trataba del arco y las flechas, que pueden ser lanzadas a gran distancia, para alcanzar a animales. Las puntas de flecha del solutrense son verdaderas obras de arte, muy bien elaboradas. Más tarde vendrían los arpones dentados para pescar. Y hasta las agujas de hueso, provistas de un agujero para el hilo, que parece servían para coser. El Último Máximo Glacial fue el tiempo más reciente, durante la última glaciación de Würm, en que las capas de hielo fueron mayores. En efecto, grandes mantos de hielo cubrieron gran parte de América del Norte, el norte de Europa y Asia y afectaron profundamente el clima de la Tierra al provocar sequías, desertificación y una gran caída en el nivel del mar. El crecimiento de las capas de hielo comenzó hace 33,000 años y la cobertura máxima fue entre hace 26.500 y 19.000 años, cuando comenzó la desglaciación en el hemisferio norte, causando un aumento abrupto en el nivel del mar. La disminución de la capa de hielo de la Antártida Occidental se produjo entre 14,000 y 15,000 años atrás, en consonancia con la evidencia de otro aumento brusco del nivel del mar hace aproximadamente 14,500 años.

Otro detalle sorprendente del hombre primitivo es el arte, al que llamamos pintura rupestre. Las pinturas rupestres son dibujos que encontramos en algunas rocas o cavernas, especialmente prehistóricos. Rupestre haría referencia a actividad humana sobre las paredes de cavernas, abrigos rocosos, etc… Desde este aspecto, es prácticamente imposible aislar las manifestaciones pictóricas de otras representaciones del arte prehistórico como los grabados, las esculturas y los petroglifos, grabados sobre piedra mediante percusión o abrasión. Al estar protegidas de la erosión por la naturaleza, las pinturas rupestres han resistido el paso de los siglos. Se trata de una de las manifestaciones artísticas más antiguas de las que se tiene constancia, ya que, al menos, existen testimonios datados hasta los 40 000 años de antigüedad, es decir, durante la mitad de la última glaciación. No obstante, a mediados de septiembre de 2018, investigadores de la Universidad de Witwatersrand, en Sudáfrica, encontraron una piedra en la que se encuentran dibujos paleolíticos que superan los conocidos hasta la fecha. Se estima que fueron grabados hace unos 73 000 años. Por otra parte, aunque la pintura rupestre es esencialmente una expresión prehistórica, esta se puede ubicar en casi todas las épocas de la historia del ser humano y en todos los continentes, exceptuando la Antártida, por razones obvias, al no tener acceso a la superficie terrestre enterrada bajo un enorme manto de hielo. Las más antiguas manifestaciones y las de mayor relevancia se encuentran en el sur de Francia y el norte de la Península Ibérica. Se corresponden con el periodo de transición del Paleolítico al Neolítico. Del primero de los periodos citados son las extraordinarias pinturas de la Cueva de Altamira, situadas en Santillana del Mar, Cantabria, en España. Se cree, en general, que está relacionado con prácticas de carácter mágico-religiosas para propiciar la caza. Dado el alcance cronológico y geográfico de este fenómeno es difícil proponer generalizaciones. Por ejemplo, en ciertos casos las obras rupestres se dan en zonas recónditas de la cueva o en lugares difícilmente accesibles; hay otros, en cambio, en los que están a la vista y en zonas despejadas. Cuando la decoración está apartada de los sitios ocupados por el asentamiento se plantea el concepto de santuario religioso o fuera de lo cotidiano. En los casos en los que la pintura aparece en contextos domésticos es necesario considerar la completa integración del arte, la religión y la vida cotidiana del ser humano primitivo.
Aquellos animales que figuran en las pinturas rupestres eran todavía, hace diez o doce mil años, propios de climas fríos, lo que demostraría que la glaciación de Würm continuaba. Debemos recordar que las artes y el dominio de las técnicas del hombre paleolítico fueron conseguidos bajo un clima crudo y difícil. Por ejemplo, las pinturas de la cueva de Cosquer. antes mencionada, parecen tener una antigüedad de 18.500 años, con lo que resultarían un poco más antiguas que las de Altamira y Lescaux, las dos maravillas del arte rupestre. La de Cosquer no les va a la zaga en valor artístico, aunque el colorido es menos vivo. La caverna de Cosquer es un testimonio impagable de lo que fue la vida del hombre en la glaciación de Würm. Sin ser conscientes de ello, aquellos artistas del Solutrense nos han legado una valiosísima información. Pero llegó un momento en que comenzó a elevarse la temperatura. Aunque aún no sabemos las causas, el cambio empezó a producirse, según se cree hace unos 18.000 años en América y 16.000 años en Europa. Sí que sabemos que el gran anticiclón del Norte, que era la causa principal de las grandes corrientes frías que invadían los dos continentes, empezó a debilitarse. Entonces soplaron vientos del suroeste que llevaron las borrascas de vientos templados y grandes lluvias cada vez más al Norte. Por otro lado, la Corriente del Golfo, que antes llegaba a la latitud de las Canarias, lo que podría tener alguna relación con la hipotética existencia de la Atlántida, comenzó a enviar aguas templadas a las costas de Europa. Como consecuencia de todo ello, los grandes mantos de hielo  y los glaciares se fueron deshelando, provocando que las tierras sepultadas por los grandes mantos helados comenzaron a liberarse de aquel enorme peso y, por lo tanto, a elevarse progresivamente. Los icebergs que llegaban hasta las costas de la Península Ibérica dejando caer al fondo del mar rocas de Groenlandia y Norte América, se deshelaban en aguas de latitudes cada vez más elevadas. Aquellas rocas transportadas por icebergs han sido de gran ayuda para que los geólogos conociesen el clima que hubo durante la última glaciación, a los que llamaron eventos Heinrich. Al desaparecer el hielo y subir las temperaturas, comenzaron a crecer en el centro de Europa y de Norteamérica bosques propios de climas templados, como hayas, robles y encinas. El nivel de los mares se elevó, por lo que, por ejemplo, Gran Bretaña, antes unida al continente europeo, se convirtió de nuevo en una isla. Los hielos que invadían el centro y norte de lo que hoy son los Estados Unidos se fueron fundiendo, provocando que se  formara un gran lago, el lago Agassiz, que fue un lago glaciar situado en la parte central de América del Norte. Alimentado por la escorrentía glaciar del final de la glaciación de Würm, alcanzó un área mayor que la de todos los actuales Grandes Lagos juntos. La fauna propia de climas fríos emigró a latitudes más altas, mientras que otras especies se extinguieron.

Lo más sorprendente fue la casi repentina desaparición de los mamuts en Norteamérica, hace ahora unos 18 o 20.000 años, tal como ya hemos comentado antes en referencia a Siberia. Inicialmente se acusó a seres humanos de haberlos exterminado. Pero las investigaciones recientes efectuadas muestran que el ser humano no había llegado todavía a las regiones habitadas por los mamuts en América. En Europa, los renos cambiaron su hábitat, y las tribus humanas que vivían de su caza y de sus emigraciones los siguieron a sus nuevas tierras, porque daban prioridad a alimentarse de su carne que a disfrutar de temperaturas más cálidas. Sin embargo otros seres humanos prefirieron recoger los frutos o cazar animales en un entorno más cálido. Pero aquella época de repentino calor no duró mucho, tal vez unos mil años. Pero entramos en una época en que había terminado oficialmente la gran glaciación de Würm. Sin embargo, antes de que se impusiese el Holoceno, la época actual, la Tierra sufrió una sorprendente sucesión de épocas cálidas y frías, cada uno de los cuales duraron alrededor de mil años. Tenemos por lo menos tres clases de eventos conocidos, los Dryas, o épocas frías, y dos épocas cálidas, los llamados Bolling y Allerod intermedios. El primer Dryas se produjo hace aproximadamente 17.500 años. El nombre se debe a una flor alpina, Dryas octopelata, que todavía se encuentra hoy en regiones frías, como Escandinavia o las altas montañas de Europa y América. Hace unos 17.000 años las flores dryas crecían en lugares donde hoy tenemos un clima cálido. Ello induce a los paleo-climatólogos a creer que hubo una época muy fría, aunque no pueda considerarse propiamente una glaciación. Pero, ¿sabemos las causas  de aquel enfriamiento? Quizás fue la mayor abundancia de agua dulce en los mares, al fundirse los hielos, y sabemos que el agua dulce se congela más fácilmente que el agua salada. Se supone que los casquetes polares habrían avanzado, provocando corrientes frías en todo su entorno. El hecho es que poco después de que se entrase en un clima más cálido, llego el Dryas antiguo, provocando que volviese a cambiar el paisaje tanto en Europa como en Norte América. Con este cambio la fauna nórdica volvió a extenderse por la geografía, mientras que los seres humanos tuvieron que volver a vestirse con pieles animales y buscar refugios para poder soportar las bajas temperaturas.

Sin embargo, este nuevo frío duró poco en términos geológicos, poco más de dos mil años. Luego vino un nuevo calentamiento hace unos 14.600 años, al que los climatólogos  llaman Bolling, en honor de la oscilación de Bølling, que fue una oscilación climática en que el clima se volvió templado, entre el segundo y tercer periodo de la glaciación de Würm, en el Paleolítico Superior. La llamada capa de Bølling, en la excavación del Lago de Neuchatel, Suiza, ha sido datada entre los 14.650 y 14.000 años antes del presente, en tanto el registro de isótopos de oxígeno del hielo de Groenlandia, permite datar el pico de máxima temperatura de Bølling, hace entre 14.600 y 14.100 años. Bølling es el nombre de un lago danés, ya que los lagos permiten, mediante los rebordes que quedan de sus orillas de otros tiempos, conocer sus crecidas, sus descensos o las épocas en que permanecieron helados. Y también los limos del fondo son reveladores. El calor llegó casi repentinamente y duró unos seiscientos años, hace entre 14.600 y 14.000 años. Entonces Escandinavia quedó casi enteramente libre de hielos, subió el nivel de los mares a causa del deshielo y Gran Bretaña se convirtió otra vez en una isla. Pocas veces en la historia del clima hay constancia de un calentamiento tan rápido. Pero su duración también fue muy breve geológicamente hablando. Entonces, hace unos 14.000 años vino un nuevo enfriamiento, el Dryas Reciente, que trajo los hielos de nuevo. Como casi siempre que hace frío, dominó un clima seco, por lo que muchas llanuras de Europa vieron desaparecer sus árboles. Aunque no llegó a predominar la tundra como es el caso de Siberia en la actualidad, el paisaje se volvió más árido. Pero, de nuevo, unos mil años más tarde llegó otro calentamiento rápido, al que se denominó Allerød, en honor de la oscilación de Allerød, que es una oscilación climática, en que de nuevo el clima se volvió templado, dentro de la parte final de la glaciación Würm, en el Paleolítico Superior, que se extendió aproximadamente entre hace 14.000 y 12.000 años. Todos estos cambios evidentemente afectaron la vida de los seres humanos.

Este nuevo clima más suave provocó la fusión de las zonas heladas y la aparición de nuevos bosques en Europa central. Pero posiblemente el fenómeno más significativo se produjo en América del Norte, donde se formo un gran lago, Agassiz, debido a la fusión del enorme manto de hielo Laurentino, que había cubierto gran parte del Sur de Canadá y el Norte de lo que hoy son Estados Unidos. Algunos investigadores creen que el periodo cálido de Allerød duró aproximadamente entre hace 13.000 y 12.800 años. Es curioso lo sorprendentemente breves que fueron las oscilaciones de aquel periodo loco. Fueron desconcertantemente breves, teniendo en cuenta la duración que han tenido los grandes periodos climatológicos. Tal vez el clima se estaba reajustando a la nueva situación climatológica, el Holoceno. Pero las cosas todavía tenían que cambiar de nuevo. En efecto, hace unos 12.500 años llegó el último gran enfriamiento, el conocido como Dryas Reciente, un espectacular período glacial transitorio. Se mantuvo aproximadamente durante unos mil años, hasta hace unos 11.600 años. El profesor de antropología Brian Fagan lo llama «el frío que duró mil años». Pero, ¿cuáles fueron las causas de este nuevo breve enfriamiento? Tal vez el aporte de agua dulce al mar, la interrupción de las corrientes oceánicas, u otras causas. En el 2006 el oceanógrafo Wallace Broecker sugirió que el lago Agassiz rompió las barreras de hielo cada vez más débiles, provocando una monstruosa cascada hasta encontrar un cauce por donde está actualmente el río San Lorenzo, en Canadá, vertiendo sus aguas en las costas del Labrador y Terranova. Muy probablemente la aportación de agua fría al océano Atlántico norte cortocircuitó la corriente del Golfo, causando el enfriamiento de toda Europa. El Dryas Reciente afectó principalmente a Europa a pesar de originarse en América del Norte. Pero algunos científicos ponen en duda la tesis de Broecker, aunque la idea de que el enfriamiento fuese provocado por vientos y corrientes sigue siendo altamente probable. Hay otros investigadores que proponen que fue debido a una disminución del CO2 debido a que en la época templada se habían desarrollado grandes bosques, por lo que la absorción por los árboles del gas carbónico habría disminuido los gases invernadero, provocando la bajada de las temperaturas. Tal vez fue una concatenación de factores que causaron el enfriamiento. Aún queda mucho por investigar.

Cualesquiera que fuesen las causas que provocaron el Dryas Reciente, el hecho es que se produjo un cambio en las corrientes atmosféricas y en las corrientes marinas. Por alguna razón la Corriente del Golfo quedó bloqueada y los icebergs llegaban de nuevo hasta las costas de la Península Ibérica. Gran Bretaña volvió a estar unida al continente europeo. Este hecho quedó confirmado cuando un pesquero que trabajaba al Norte de las costas de Holanda rompió sus redes cuando éstas se enredaron en un fondo de solo 30 metros. Los marineros retiraron los restos de la red, y recogieron una punta del lanza hecha con un asta de ciervo, que estaba adherida al barro. El hallazgo llegó a conocimiento de los profesores de arqueología John Grahame Douglas Clark y Charles Goodwin, de la Universidad de Cambridge, que analizaron el arma y el barro al que estaba adherido, y que contenía pólenes fosilizados. Se comprobó que aquellos objetos correspondían al Dryas Reciente, y que el cazador que empleaba aquella lanza se encontraba en tierra cuando perdió su punta de lanza. El descenso del nivel de mar en el Canal de la Mancha había sido de más de treinta metros con respecto al nivel actual. Lo que actualmente es el paso de Calais y la parte meridional del mar del Norte era tierra firme, con una superficie bastante mayor de lo que hoy son Bélgica y Holanda juntas. Los geólogos se refieren a este territorio hoy sumergido como Doggerland. En efecto, Doggerland es el nombre dado por arqueólogos y geólogos a una antigua masa de tierra en el sur del mar del Norte, que conectaba la isla de Gran Bretaña al continente europeo durante y después de la última glaciación. Se mantuvo emergida hasta aproximadamente hace 8500 o 8200 años, aunque poco a poco se sumergió por el aumento del nivel del mar cuando fuimos entrando en un período cálido. Estudios geológicos sugieren que Doggerland fue una gran área de tierra seca que se extendía desde la costa este británica y frente a la actual costa de los Países Bajos, hasta las costas occidentales de Alemania y Dinamarca. Probablemente fue un hábitat rico en asentamientos humanos durante el período Mesolítico, período de la prehistoria que sirve de transición entre el Paleolítico y el Neolítico. El Mesolítico comenzaría con la transición del Pleistoceno al Holoceno, hace unos 12.000 años, y finalizaría con la aparición de los modos de vida productores, cuya cronología varía mucho de unas regiones a otras y de un continente a otro. Mientras que en el Oriente Próximo despuntaba hace unos 11.000 años, en Escandinavia y ciertas áreas de la Europa atlántica no llegó hasta hace 6000 años.

El potencial arqueológico del antiguo Doggerland.se planteó a principios del siglo XX, pero el interés se intensificó en 1931, cuando un barco de arrastre faenando entre los bancos de arena y bajíos de los bancos Leman y Ower al este del estuario del Wash, uno de los principales entrantes del mar del Norte en la costa oriental de Gran Bretaña, sacó a la superficie una cornamenta de púas que data de una época en que la zona era una tundra en lugar de mar. Con posterioridad, otros barcos han extraído restos de mamuts y leones, entre otros restos de animales terrestres, y un pequeño número de herramientas prehistóricas y armas que fueron utilizadas por los habitantes de la región. Nos podemos preguntar quiénes vivieron en esta zona ahora sumergida, y si fueron el origen de los antiguos relatos del rey Arturo. Como los niveles de los mares y océanos subieron después del fin de la última etapa glacial, como fue el Dryas Reciente, Doggerland comenzó a sumergirse en el mar del Norte, aislando la península británica de Europa continental, aproximadamente hace unos 8500 años. El banco Dogger, que era una tierra alta de Doggerland, se cree que se mantuvo como isla hasta hace unos 7000 años, antes de inundarse completamente, Doggerland fue una planicie ondulante con ríos que crearon meandros asociados a canales y lagos. Este aumento coincide con la inundación del Ponto Euxino, que se refiere a que, a raíz de la última glaciación, el nivel del agua en el Mar Negro y en el mar Egeo se elevaron de forma independiente hasta que fueron lo suficientemente altos para intercambiar sus aguas. El momento exacto de este proceso sigue siendo objeto de debate. Una posibilidad es que el Mar Negro se llenase primero y que el exceso de agua fluyera por encima del Bósforo hacia el Mediterráneo. También hay escenarios catastróficos, como la “teoría del diluvio del mar Negro” de William Ryan, Walter Pitman y Petko Dimitrov. Otra hipótesis más reciente explica que gran parte de las tierras costeras restantes de la antigua Doggerland, ya muy reducidas en tamaño de la superficie original, fueron inundadas por un maremoto alrededor de hace aproximadamente 8200 años, a causa de  un corrimiento de tierra submarino cerca de Noruega, conocido como el corrimiento Storegga. Los tres deslizamientos de Storegga figuran entre los mayores deslizamientos conocidos. Se produjeron bajo el agua, en el borde de la plataforma continental noruega, en el mar de Noruega, 100 kilómetros al noroeste de la costa Møre, causando un gran tsunami en el océano Atlántico Norte. Este colapso afectó, según estimaciones, a unos 290 km de la plataforma costera, con un volumen total de 3.500 km³ de detritos. Este sería el volumen equivalente a un área del tamaño de Islandia cubierto con un espesor de 34 metros. Según la datación por radiocarbono del material vegetal recuperado de sedimentos depositados por el tsunami, el último incidente ocurrió alrededor de hace 8100 años. En Escocia se han registrado restos del tsunami posterior, gracias al descubrimiento de sedimentos depositados en la cuenca de Montrose y en el fiordo de Forth, hasta 80 km tierra adentro y 4 metros por encima de los niveles actuales de la marea normal. Esta teoría sugiere que el maremoto derivado de este corrimiento de tierra fue devastador para cualquier población mesolítica costera. Después del tsunami de Storegga parece que Gran Bretaña finalmente se separó del continente y cada uno siguió su propia época mesolítica.

Volviendo al Dryas Reciente, el geógrafo español Antón Uriarte sugiere que la zona del Cantábrico, y especialmente del golfo de Vizcaya, quedó relativamente a salvo de las inclemencias climáticas, y tal vez esta relativa suavidad del ambiente pueda explicar la alta densidad de población que había en regiones como Aquitania, el País Vasco y Cantabria. Un gran anticiclón centrado en Escandinavia y el Ártico azotaba con vientos del nordeste la mayor parte de Europa, transportando frecuentemente polvo de los desiertos asiáticos, que hoy todavía se pueden rastrear. El mar Mediterráneo tenía un clima más benigno, pero en cambio tuvo que soportar terribles sequías, especialmente en su zona oriental. Pero casi por sorpresa todo cambió. Si el Dryas Reciente había llegado también casi por sorpresa, aún más sorprendente y rápida fue su finalización. Los climatólogos Richard Alley y K. Taylor han estudiado a través de los testigos de hielo todo el proceso. De sus análisis han deducido que hubo tres cortas etapas de retirada del frío, cada uno de ellas de unos cinco años de duración. El tiempo total pudo durar unos cuarenta años, según estos investigadores, un tiempo que engloba el tiempo de vida de una persona normal, que habría podido vivir en plena glaciación y luego vivir en los inicios de una época geológica distinta y templada, el Holoceno. Esto quiere decir que, a veces, los cambios climáticos son tremendamente rápidos, aunque no es lo habitual. No todo se transformó de golpe, ya que se cree que las oscilaciones climáticas que siguieron fueron más lentas y suaves. Luego se desarrollaron otras corrientes oceánicas, como la corriente del Golfo, y otros vientos, procedentes del Atlántico, y el clima se hizo más templado y húmedo. El paisaje de Europa se tornó más habitable, quedando cubierto de prados y bosques. No obstante, llegó un momento en que el clima se hizo tan cálido y húmedo, que en regiones de la Península Ibérica, como Galicia, crecían plantas tropicales, tal como han detectado investigadores como P. Ramil Rego y L. Gómez Orellana, de la Universidad de Santiago de Compostela, en su Historia Ecológica de Galicia, publicada en 2008. Ello indica que los seres humanos que habitaban esta parte del mundo pudieron vivir en un entorno más benigno y, por lo tanto, desarrollarse en mejores condiciones. Sorprendentemente había comenzado un período nuevo, el Holoceno, en que todavía estamos viviendo.

Ya sabemos que el Holoceno es el último y actual  período geológico. Pero aún no sabemos cómo se desarrollará en el futuro y si dará lugar a una continuación indefinida de una época cálida o si entraremos en una nueva época glacial. El Holoceno se caracteriza por un clima templado en gran parte del mundo, que es favorable a la vida, sin llegar a la mucho más calurosa y húmeda época del Jurásico o del Cretácico, en que proliferaron las plantas con flor y nuevos tipos de insectos. Asimismo empezaron a aparecer peces teleósteos más modernos, siendo comunes las ammonites, belemnites, bivalvos rudistas, equinoides y esponjas. También vivieron varios tipos de dinosaurios, como los tiranosáuridos, los titanosáuridos, los hadrosáuridos y los ceratópsidos, que evolucionaron en la tierra, así como los cocodrilos modernos, los mosasaurios y los tiburones modernos que aparecieron en el mar. Las aves primitivas remplazaron gradualmente a los pterosaurios, mientras que aparecieron monotremas, marsupiales y mamíferos placentarios. También se produjo la ruptura del supercontinente de Gondwana en varias partes. Volviendo al Holoceno, vemos que el clima se volvió favorable al desarrollo del ser humano, que en estos pocos miles de años se había multiplicado de manera exponencial, como en otros tiempos más fríos no había podido hacer. Pero el clima del Holoceno no parece que haya sido constante en los últimos ocho mil años, por lo que la idea de que, desde entonces, vivimos en un paraíso climático no parece demasiado cierta. Tim Flannery, mastozoologo australiano especialista en mamíferos y paleontólogo, destaca que «desde el Holoceno la temperatura de la Tierra se ha mantenido en torno a los 14-15 grados, y esta circunstancia nos ha favorecido extraordinariamente a los humanos». Con esta frase nos indica que debemos nuestras posibilidades de desarrollo a la bondad del clima. Sí, mucho de cierto hay en todo esto, quién puede dudarlo; pero cabe hacerse ciertas reflexiones. En efecto, vemos que en el paleolítico superior, cuando la glaciación era más intensa, los seres humanos pudieron desarrollarse, especialmente en las zonas más templadas, por lo que no podemos especular sobre lo que habría pasado si, en lugar del Holoceno, hubiese seguido la glaciación. Por otro lado el Holoceno no ha tenido un clima constante, sino que ha sufrido pequeños pero significativos cambios climáticos.

Es evidente que los cambios climáticos durante el Holoceno son pequeños en relación a la época de las glaciaciones o de los más recientes Dryas. Es cierto que en el Holoceno hemos tenido cambios menos catastróficos que en épocas anteriores, pero que igualmente han influido en la vida de los seres humanos. Hay evidencias de que hace unos 10.000 años, una vez finalizado el Dryas Reciente, el clima se hizo cálido y húmedo, por lo menos en el hemisferio Norte. Luego, entre hace 8.000 y 6.000 años, hubo una serie de alteraciones entre frío y calor, que indican cierta inestabilidad. El oceanógrafo y paleo-climatólogo norteamericano Peter B. de Menocal, en un artículo publicado en la revista Science el año 2000, corroborado por otros científicos, nos explica que hubo un súbito y significativo enfriamiento hace unos 8200 años, aunque duró poco tiempo. Por otro lado, hace unos 6000 años las temperaturas subieron, hasta el punto que se redujo el tamaño del casquete polar Norte a la mitad de la extensión que tiene actualmente. Esto ocurrió durante el denominado Óptimo Climático del Holoceno, en que parece se registró la temperatura más alta de los últimos diez mil años. El Óptimo Climático del Holoceno fue un periodo cálido que comenzó alrededor de hace 8000 años y duró aproximadamente hasta hace 4500 años. El Óptimo Climático del Holoceno fue seguido por un enfriamiento gradual que duró hasta el 900 d.C. cuando volvieron a aumentar las temperaturas hasta el 1300 d.C., el Período cálido medieval, surgiendo un nuevo enfriamiento que duró hasta aproximadamente el año 1850 d.C., llamado la Pequeña Edad de Hielo, para posteriormente surgir un nuevo calentamiento global que dura hasta la actualidad. Pero, en general, el calentamiento terrestre en estos primeros milenios del Holoceno parece claro. Aunque hubo épocas en el Holoceno en que se registraron temperaturas más altas que actualmente, no solo en la superficie terrestre sino también en las aguas de los mares y océanos.
Fue durante el Holoceno y no en tiempos glaciales, aproximadamente entre hace 8000 y 6000 años, cuando lo que ahora es el desierto del Sahara se convirtió en una verde pradera en la que crecían árboles, corrían ríos, había grandes lagos de agua dulce y lo poblaban animales de todas clases. Los nativos se dedicaban a cazarlos y ello lo han dejado reflejado en las pinturas que encontramos en los refugios de las rocosas montañas del sur de Argelia y del sur de Libia, que hoy constituyen una de las zonas más áridas y menos habitables del globo. En la zona de los macizos del Hoggar y del Tassili, en el centro del Sahara, aparecen pinturas rupestres que muestran escenas con jirafas y otros mamíferos de la sabana. En lagunas hoy desecadas al pie de estos macizos se han hallado fósiles de ranas y de cocodrilos. Toda la región del Sahel, desde el Atlántico al Indico, estuvo intercomunicada por un sistema de ríos y de lagos. Por el oeste, una enorme región de marismas de miles de km2 en la que se expandía el Níger cubrió la zona al norte de Tombuctú. En zonas en donde la lluvia anual es hoy de sólo 25 mm, existía una población humana que se alimentaba esencialmente de tortugas de aguas dulces, de moluscos y de peces. Nos podemos preguntar: ¿a qué se debe que en una época más cálida que la actual el desierto del Sahara fuera un tipo de paraíso? Algunos investigadores, como Andrew W. Smith, en 1992, y los arqueólogos Fiona Marshall y Elisabeth Hildebrand, trataron de resolver este misterio. Pero fue posteriormente, en el 2006, cuándo científicos como R. Kupper o S. Kröpelin dieron una explicación a este misterio. En aquellos tiempos, los monzones, atraídos por las bajas presiones del verano, alcanzaban parte de África y descargaban sus lluvias en las regiones montañosas del centro del Sahara. Estas lluvias provocaron que surgiesen al menos tres ríos, dos de los cuales eran afluentes del Nilo, y el tercero desembocaba en el Mediterráneo. El lago Tchad, hoy salado y muy seco, era entonces tan extenso como toda la Península Ibérica, y en los ríos que desembocaban en él proliferaban moluscos de agua dulce. Había otras zonas cubiertas de agua en la región donde hoy está la desolada ciudad de Tombuctú, en la República de Malí. Toda la mitad sur del Sahara y la vecina región del Sahel eran entonces una zona relativamente abundante en agua, en la que crecían árboles y matas de hierba fresca y vivían animales que se alimentaban de aquella vegetación. Había también animales como los cocodrilos e hipopótamos. El delta interior del río Níger, donde hoy el río está a punto de morir sumergiéndose en el desierto, era entonces una vasta región de lagunas y humedales, bien poblada y rica en frutos y en caza.

Vemos que el Sahara era un lugar donde abundaba el agua y tenía gran riqueza animal y vegetal, por lo que era un hábitat idóneo para la vida humana. Pero, si aquella época fue más calurosa que la actual, ¿cómo era posible una vida floreciente en aquella región, hoy convertida en un desierto? Antes debemos aclarar que el hecho de que hoy el Sahara sea uno de los lugares más calurosos del mundo solo es verdad en las horas del mediodía y en verano, en que pueden registrarse temperaturas de unos 50º cuando el Sol brilla en su máxima potencia. Pero el termómetro puede bajar a solo pocos grados sobre cero por la noche. Además, en invierno las heladas nocturnas son más frecuentes que en algunas zonas del norte europeo, como Escocia, donde hiela poco. Así, vemos que el Sahara tiene un clima extremadamente continental, donde las diferencias de temperatura son muy grandes. Pero aquella región desértica lo es más por su gran sequía, ya que tiene poquísima humedad, que por su calor. Hay zonas en el Congo o en el Caribe en que las temperaturas medias son más altas que en el Sahara, pero su paisaje es radicalmente distinto. Hace seis mil años, en aquellas regiones la temperatura media era más calurosa que la actual, pero tenían agua, vegetación, con bosques de acacias, cuyos pólenes aún se conservan para poderlos analizar. Asimismo, las nubes frecuentes, con sus lluvias, la hacían tan soportable como otras zonas hoy abundantemente pobladas del centro de África. Los seres humanos podían pescar peces en los ríos y en los grandes lagos, donde abundaban las tortugas, los hipopótamos, las avestruces, las jirafas y las liebres, que los seres humanos podían cazar. En las pinturas rupestres a que antes nos hemos referido se les ve armados de arcos y flechas, corriendo tras sus presas. Por las mismas pinturas sabemos que las mujeres vestían faldas y se ocupaban de tareas domésticas. También en algunas zonas se han encontrado restos de ruedas, e incluso, como en la región de Tezzan, hay restos de carros que eran arrastrados por bueyes, como si allí ya hubiese comenzado el Neolítico antes que en otros lugares. La imagen que tenemos es que aquellos seres humanos del antiguo Sahara habían simultaneado la caza con la ganadería. Hasta se han encontrado vestigios de harina de gramíneas molidas. Tal vez aquellos pueblos ya sabían hacer pan. ¿Podemos imaginarnos hoy este paisaje en el Sahara hace más de 6000 años?

Pero otras zonas de África también alcanzaron este grado de desarrollo. Por ejemplo en Nubia, hoy Sudán, también existen pinturas rupestres muy parecidas a las del Sahara. Se ha comprobado que la zona de clima monzónico se extendía también a países hoy desérticos del hemisferio Sur. Esto quiere decir que las lluvias alcanzaban una franja mucho más amplia a un lado y otro del ecuador. En cambio, la zona Norte del Sáhara, la que llega hasta el Mediterráneo, era tan seca como actualmente. Asimismo, parece que los monzones también penetraban por el suroeste asiático hasta zonas que actualmente son desiertos. Podemos concluir que un exceso de calor no es malo, sino todo lo contrario, si viene acompañado de lluvias suficientes. El calentamiento de hace 6500 a 6000 años parece haber sido bastante general, al menos en el hemisferio Norte. Pero ello no solo aconteció en África o en Asia Central, sino también en regiones frías, que se hicieron algo más templadas. Los científicos rusos V. L. Koshkarova y A. D. Koshkarov, creen haber llegado a la conclusión de que, en el nordeste de Siberia, las temperaturas eran de tres a seis grados más altas que actualmente, por lo que los inviernos eran un poco menos fríos y los veranos más tibios. Lo mismo sucedía con las acumulaciones de hielo en Alaska, que en aquella época disminuyeron notablemente. Pero, desgraciadamente, en las regiones tropicales aquel periodo ideal de calor con lluvias no duró mucho. Hace 5500 años la humedad comenzó a disminuir en el sur del Sahara y en otras regiones. De esta manera, hace 4000 años aquellas tierras eran casi tan desérticas como hoy, aunque existen algunos vestigios de vida posteriores a esa época, e incluso tenemos a los misteriosos tuaregs todavía viviendo allí. Pero la mayoría de los pueblos saharianos de aquella época, privados de vegetación y caza, emigraron hacia zonas más húmedas que les permitieran seguir viviendo como hasta entonces. Mientras algunos llegaron a las costas del Atlántico, siguiendo la corriente del Níger, otros parece que se dirigieron al Mediterráneo, por el norte. Las evidencias indican que la mayoría siguió el curso de los ríos más importantes, que corrían hacia el este, encontrándose con un río de enorme caudal, el Nilo. Aunque el clima se hacía cada vez más seco, el Nilo proporcionaba terrazas fáciles de regar, animales para la alimentación, y otros animales que podían ser domesticados para utilizarlos para la carga. Egipto debe su vida al Nilo, uno de los lugares del mundo donde se desarrolló la cultura neolítica, y que sería cuna de una de las más importantes civilizaciones de la Edad Antigua.

También los pueblos cazadores o recolectores del sudoeste de Asia, privados de los monzones, y sometidos a un clima seco que transformó su hábitat en un desierto, emigraron hacia zonas más favorables o buscaron algún gran río. Sucedió ello en zonas del Oriente Medio, como Irán o Siria, que eran más húmedas que ahora y en las cuales se ubicaron culturas muy desarrolladas. Es sorprendente que la antigua población de Jericó, a orillas del Jordán, que ha celebrado nada menos que los diez mil años de su existencia, estuviese en una zona actualmente bastante desolada. Pero muchos pueblos se ubicaron en la zona de los dos grandes ríos de Mesopotamia, el Tigris y el Éufrates, que, a diferencia del Nilo, se desbordan en primavera. Los seres humanos establecidos en sus orillas aprendieron el cultivo y la recolección de los frutos antes que nadie. La cercanía de los dos grandes ríos, que discurren por el mismo valle casi paralelos y en algunos puntos distan pocos kilómetros entre sí, hizo que grandes masas de población se ubicasen allí. Asimismo el río Indo, en el actual Pakistán, también se desbordaba en primavera o en verano, regando territorios a su alrededor. Pero donde no llegaban sus aguas solo había desiertos. En Pakistán podemos comprobar el gran contraste entre la fertilidad de las tierras regadas, de un verde intenso, las altísimas montañas del Karakorum cubiertas por la nieve, y el desierto de aquellas zonas a donde no llega el agua. Las ruinas de Harappa y Mohenjo Daro son testimonio de una de las más antiguas civilizaciones del mundo, con sus fortificaciones, sus graneros, sus templos y sus miles de casas donde podían residir decenas de miles de personas. En efecto, en Pakistán, en lo que era el valle del Indo, y en la India, hay ruinas de varias ciudades antiguas que tienen fama de haber albergado en sus enormes áreas, poblaciones que podrían haber albergado hasta un millón de habitantes. No se mencionan en la historia, por lo que podemos suponer que existían antes de nuestra historia escrita. Las más grandes se llaman ahora Mohenjo-Daro y Harappa, aunque no tenemos idea de cuáles eran sus nombres cuando prosperaron. Su sistema de escritura no ha sido descifrado nunca, aunque se ha encontrado una escritura parecida en otra zona, nada menos que en la isla de Pascua, en el Pacífico, al otro lado del mundo. Ello podría explicarse por la supuesta existencia de los continentes perdidos de Mu y Lemuria.

Hay un gran misterio con esta zona de Pakistán y con el Rajasthan de la India. Una gran capa de cenizas radioactivas fue encontrada en Rajasthan, India en 1992, cubriendo un área de unos ocho kilómetros cuadrados, a 16 kilómetros al oeste de Jodhpur, la segunda ciudad más grande del estado de Rajastán, en el noroeste de la India, y que está situada en el desierto de Thar. La radiación es tan intensa que aún contamina la zona. La zona se caracteriza por el gran número de malformaciones congénitas que se dan en los alrededores. Los niveles de radiación son tan elevados que como medida cautelar el gobierno hindú acordonó la zona. Al parecer en las inmediaciones se encuentran restos de una antigua ciudad que dataría de una época entre hace 8.000 y 12.000 años, y que pudo estar habitada por cerca de medio millón de personas. Al parecer, Mohenjo-Daro y Harappa fueron destruidas repentinamente. Las excavaciones hasta el nivel de sus calles han revelado esqueletos dispersos, como sí el fin del mundo hubiera llegado tan rápidamente que los habitantes no hubieran tenido tiempo de irse a sus casas. Todo indica que se alcanzaron temperaturas tan altas que cristalizaron los materiales. Esos esqueletos, al cabo de no se sabe cuántos miles de años, están todavía entre los más radiactivos que se han encontrado nunca, al nivel de los de Hiroshima y Nagasaki. ¿Serían causados por las terribles armas que relatan el Ramayana y el Mahabhárata?  En este caso, ¿quiénes poseían estas armas? También los dos grandes ríos de China, el Hoang Ho, o río Amarillo, el río más importante de China en cuya cuenca se han descubierto numerosos yacimientos arqueológicos que demuestran la presencia humana ininterrumpida desde la prehistoria, y el Yang Tse, el río mayor del país y del continente asiático, sirvieron de refugio a pueblos que huían del desierto o buscaban sustituir la caza por la ganadería y el cultivo. Las zonas bajas del Hoang Ho, hasta el golfo de Pekín y la cuenca fértil del Yang Tse vieron crecer ciudades importantes, así como los inicios de una civilización y de una refinada cultura. En otras zonas más húmedas del mundo, como las praderas y bosques de Europa, los distintos pueblos pudieron permitirse vivir más diseminados y alternar la caza con los cultivos. La concentración de grandes cantidades de gente en ciudades de climas desérticos, pero cercanas a grandes ríos, fue uno de los más importantes factores para el desarrollo de la civilización humana.

Pero en relación a la desglaciación queremos hacer hincapié en una de las tradiciones más universales: el llamado Diluvio Universal, y que tal vez tiene alguna relación con el período final de la última glaciación o la época de los Dryas. En el Génesis, capítulo 7, podemos leer: “El nivel de las aguas creció tanto que quedaron cubiertas todas las montañas más altas de la Tierra; por encima de las cumbres más altas aún había siete metros de agua. Se ahogaron todos los seres vivos sobre la Tierra: pájaros, animales domésticos y feroces, bestias que se arrastran y todos los hombres“. Esta frase más bien parece tener relación con un gigantesco tsunami que con un diluvio, lo que tal vez lo relacionaría con la caída de un gran asteroide o algo equivalente. En el Génesis podemos encontrar distintos párrafos que hacen referencia directa a un posible Diluvio. Además, en tradiciones antiguas de distintas culturas en todo el mundo encontramos referencias que hablan de grandes lluvias, de agua, y de que la tierra quedó sumergida. Otros escritos relatan que la tierra entera fue zarandeada y que el norte se convirtió en el sur, lo que vuelve a llevarnos a algún tipo de cataclismo cósmico. También encontramos relatos que dibujaban un panorama apocalíptico en el que cielo y tierra chocaban o donde ésta se plegaba sobre ella misma. Asimismo, leemos otros escritos en que se dice que el cielo estallaba o la tierra se abría para engullir a toda la especie humana. También había diluvios de fuego o se explicaba que la temperatura aumentó tanto que los que se acercaban al agua para refrescarse morían hervidos. En el llamado Papiro Harris, encontrado en Egipto, podemos leer: “Fue un Cataclismo de fuego y agua. El sur se convirtió en el norte y la Tierra volcó“. Con el nombre de Harris hay varios papiros, todos ellos encontrados por Anthony Charles Harris y conservados en el Museo Británico. Platón, en su obra Timeo, dice: “La Tierra basculó adelante y atrás, a derecha e izquierda, moviéndose en todos sentidos“. Nos podemos preguntar qué puede haber tan poderoso que zarandee la Tierra con semejante violencia y asimismo nos podemos preguntar quién habría sobrevivido después de un cataclismo de tales proporciones para poder explicar lo sucedido. Tal vez un Diluvio universal sea poco creíble, pero un tsunami ya es otra cosa y el efecto puede ser tanto o más devastador. En un relato de indios de América del Sur se dice: “Un gruñido quebrantó cielo y tierra, y los ríos se desbordaron a su paso por las ciudades. Un mes más tarde, resonó de nuevo, enorme esta vez, y la Tierra se quedó a oscuras bajo una lluvia incesante y espesa“. Los indios Choctaw, de América del Norte, también hablaban de una ola tan alta como una montaña: “La Tierra se quedó a oscuras, cuando una luz viva alumbró todo el norte. Pero era una ola, alta como una montaña, que avanzaba a toda velocidad“. Un legendario poema lapón, en el norte de Finlandia, en Europa, también habla de un tsunami gigantesco: “Avanzaba la pared de agua, espumante, ensordecedora. Se elevó hasta el cielo, rompiéndolo todo. De un solo golpe, el suelo se levantó, se plegó, se dio la vuelta y cayó. La bella Tierra, el hogar de los hombres, se llenó del lamento de los moribundos“.

Una tradición de indígenas del Brasil, explica que: “Los relámpagos rasgaban el cielo y el trueno producía tal estruendo que los hombres se quedaron petrificados. Entonces el cielo estalló. En su caída, los fragmentos lo aplastaron todo, matando a todo el mundo. Tierra y cielo volcaron. Nada vivo quedó sobre la Tierra“. «Entonces el cielo estalló» es una descripción adecuada para indicar que algo terrorífico se nos vino encima. En América del Norte, entre las tribus Tlingit se cuenta un relato que dice: “La mayor parte de la humanidad pereció en un diluvio. Los supervivientes fueron entonces víctimas de una ola de calor a la que siguió un frío intenso y una helada“. En esta descripción aparece una novedad, ya que habla de un diluvio seguido de una ola de calor y luego un frío intenso y una helada. Es un descripción que podría coincidir con las épocas de los Dryas. Pensando en el Diluvio universal y en Noé u otros protagonistas en otras tradiciones, podemos preguntarnos si existía alguna relación entre ambos sucesos. El Diluvio universal abría un gran interrogante: ¿de dónde salió tanta agua? y ¿a dónde fue a parar luego? Y el agua no aparece ni desaparece por arte de magia. Hay una hipótesis que trata de un cometa denominado Clovis. Esta hipótesis se refiere a una gran explosión en el aire o un impacto astronómico de un objeto u objetos del espacio exterior que dio comienzo al período frío denominado Dryas Reciente hace entre 12 900 años y 10 900 años. Este escenario supone que se produjo una explosión en el aire o un impacto en la Tierra, en que un enjambre raro de condritas carbonáceas o cometas prendió fuego a vastas zonas de América del Norte, causando la extinción de la mayoría de los grandes animales en América del Norte y la desaparición de la cultura Clovis al final de la última glaciación. La cultura de Clovis, en el sur de Estados Unidos, fue considerada a mediados del siglo XX como la cultura indígena más antigua del continente americano. Su datación por radiocarbono calibrada indica un periodo entre el 10.600 y el 11.250 a. C. Esa época corresponde a los últimos años de la glaciación de Würm, la última era glacial. Estos cuerpos estelares habrían estallado principalmente sobre el enorme manto de hielo Laurentino, provocando un gigantesco tsunami que se habría extendido por toda la Tierra. Si se cree que el asteroide que exterminó a los dinosaurios pudo generar un enorme tsunami de varios kilómetros de altura y si tenemos en cuenta que algunos científicos creen que hace 1,5 millones de años se generó en el Pacífico una ola de 600 metros de altura, a causa de la explosión de un volcán en la isla hawaiana de Molokai, podemos imaginarnos algo similar al final de la última glaciación. Tal vez esta hipótesis explique la razón por la que hubo este gran diluvio del que hablan todas las tradiciones y por la que entramos en el Holoceno. Asimismo ello explicaría que no tengamos registros históricos de las épocas anteriores al Holoceno, que existan restos de fósiles marinos en altas montañas y que la agricultura se iniciase en las zonas montañosas a inicios del Holoceno. Pero todas estas referencias, ¿se refieren a los finales de la última glaciación o a épocas aún más remotas, como parece sucede con la Antártida? Misterio por resolver.

Y aquí introducimos otra teoría planteada por Immanuel Velikovski (1895 – 1979), médico, psicólogo y psicoanalista ruso, autor de varias obras especulativas, entre las que destaca Mundos en Colisión, publicada en 1950, que tal vez también tuviese alguna relación con lo que estamos comentando. Según Velikovsky, la antigua civilización de Egipto fue casi destruida por una catástrofe cósmica que puso en peligro al planeta entero. Es conocido que las antiguas civilizaciones en Asia, América, Europa y el Medio Oriente eran altamente avanzadas en astronomía. Velikovsky dice que la Tierra y Marte estuvieron involucrados repetidas veces en colisiones con un gigantesco cometa. Los eventos descritos en el Éxodo y en los papiros egipcios describen una época con plagas, agitaciones y oscuridad, y el escape de los hebreos de Egipto tras una “columna de fuego” en el Sinaí. Según Velikovsky, la Tierra sufrió un frenazo en su rotación y su eje fue levemente alterado al pasar cerca un cometa. Una serie de fuerzas electroestáticas causaron descargas que formaron arcos entre la Tierra y el cometa, por lo que se veían los cielos llenos de fuego, lo que provocaba que los bosques sufrieran incendios. La corteza de la Tierra fue rasgada y los volcanes entraron en erupción, mientras diversos terremotos sacudieron la Tierra y la oscuridad envolvió al planeta. Era en el tiempo del Éxodo. Setecientos años más tarde, Isaías, Joel y Amos describieron otra serie de eventos, incluyendo que el Sol parecía haberse detenido en el cielo. Estos fueron, de hecho, los últimos actos de un drama cósmico. El evento más temprano del cual tenemos registro es el llamado Diluvio. Todas las teorías cosmológicas asumen que los planetas han evolucionado durante billones de años. Pero, según Velikovsky, Venus fue anteriormente un cometa y se unió a la familia de los planetas. La órbita de la Tierra cambió más de una vez y, con ella, la duración del año. La posición del eje terrestre y su dirección astronómica cambió repetidamente. En fechas relativamente recientes, la estrella polar estaba en la constelación de la Osa Mayor.

Velikovsky creía que el origen del cometa que fue responsable de los cambios en la órbita de terrestre, estaba en el planeta que conocemos como Júpiter. Esta idea escandalizó a la comunidad científica. Pero sus teorías acerca de la naturaleza de Júpiter y Venus todavía no ha sido probadas ser erróneas. Velikovsky afirmó que dado que Venus era más joven que los otros planetas, la temperatura de su superficie sería mucho más caliente y su atmósfera más densa de lo que los astrónomos creían. Estas predicciones probaron ser correctas. Velikovsky predijo que se encontraría que Venus tenía anomalías orbitales con relación a los otros planetas. Posteriormente fue descubierto que Venus rota en su eje en dirección contraria a los otros planetas, y que su día es más largo que su año. Nosotros sabemos ahora que partes de la atmósfera de Venus rotan en 4 días, con vientos hasta de 400 Km./h, mientras el planeta mismo hace su rotación en 243 días. Ambas rotaciones son retrógradas. Una de las hipótesis de Velikovsky para la lentitud de la rotación de la Tierra, que hizo que el Sol pareciera haberse detenido, fue que nuestro planeta entró en la extendida atmósfera del cometa Venus. Algo de la rotación diurna de la Tierra fue afectada por esta nube de polvo, según Velikovsky, lo cual encaja con las excéntricas características de la atmósfera venusina. El cometa pasó en espiral por la Tierra en un camino siempre decreciente alrededor del Sol antes de adoptar su órbita actual como planeta Venus. Para los mayas y antes los toltecas, Venus era el objeto astronómico de mayor interés. Quizá lo conocían mejor que cualquier otra civilización que no perteneciera a Mesoamérica. Pensaron que era más importante que el Sol. Lo observaron cuidadosamente mientras se movía a través de sus estaciones y se dieron cuenta que tardaba 584 días en coincidir la Tierra y Venus en la misma posición con respecto al Sol. Además, se fijaron que transcurrían cerca de 2922 días para que la Tierra, Venus, el Sol y las estrellas coincidieran.

Cuando nos referimos al Neolítico, lo menos significativo es el paso de la piedra tallada a la piedra pulimentada. Lo importante es que algo cambió en la vida de los seres humanos, como fue la gran explosión demográfica. Después de miles de años de lentísimo progreso demográfico, el ser humano pobló todo el mundo y lo transformó. Los beneficios del clima templado del Holoceno influyeron en el desarrollo de la vida y de las civilizaciones. Pero también es posible que este mismo desarrollo haya influido o esté influyendo actualmente en el clima. Algo llevó a los grupos humanos a asentarse en un territorio determinado y sustituir su vida nómada por una vida sedentaria. Pero este proceso no fue repentino ni tampoco general. Hubo siempre pueblos nómadas, dedicados fundamentalmente a la caza, como el caso de los Hunos, así como movimientos migratorios como el de los europeos que se fueron a vivir al Nuevo Mundo en el siglo XVI. Pero los seres humanos del Paleolítico, dedicados a la caza y a la recolección de frutos, también tenían sus refugios, a los que regresaban después de sus incursiones en busca de sus presas. Y el Neolítico marca una época de asentamiento generalizado de muchos pueblos. El sedentarismo modificó las formas de vida, los hábitos y las costumbres. El cambio climático que significó el Holoceno llevó a sustituir la caza y la pesca por el cultivo de la tierra y la ganadería. Hubo seres humanos que siguieron a los renos, a los osos o a los elefantes lanudos, que migraron hacia zonas más frías, pero otros procuraron aprovecharse de las temperaturas más cálidas. En algunos antiquísimos poblados mesopotámicos se han encontrado semillas de plantas que no se producen allí espontáneamente, por lo que todo indica que fueron traídas hasta allí para ser utilizadas como simiente. Entre ellas figuran la cebada, el guisante, el garbanzo, la lenteja, seguidas del trigo, el centeno y el arroz, que se extendió por las llanuras inundables de China. El ser humano aprendió a cultivar y consumir vegetales, que enriquecieron su dieta alimenticia. Se mantuvo el consumo de carne, pero como no era posible conservar la carne de animales muertos, se optó por la ganadería de animales vivos. Ya que, a falta de hielo, no se conservaba la carne, tenían que consumirla inmediatamente. De la ganadería se obtuvo carne, pieles, lana, leche y huevos. Más tardía fue la domesticación del caballo, un animal que rindió un inapreciable servicio como animal de transporte y de monta, y que favoreció los viajes, la guerra, el comercio.
Pero el gran invento del Neolítico fue la rueda, que se cree apareció en Mesopotamia entre hace 6000 y 5000 años. Con ella el caballo se convirtió en un inapreciable animal de tiro. Esto permitió el intercambio entre pueblos cazadores y pueblos agricultores. Apareció así el comercio, tanto entre miembros de una misma comunidad como entre comunidades distintas. Por otra parte, tanto el ganado vivo como los granos podían guardarse por mucho tiempo, por lo que se impusieron los cercados y los graneros, de los cuales es posible encontrar restos en las ruinas de culturas muy antiguas. Todo ello implicaba que los seres humanos se reuniesen en agrupaciones más amplias, que necesitaban agua y lugares aptos para cultivar. Nunca hasta entonces, que sepamos, se habían visto comunidades tan numerosas. El clima parece que tuvo una evidente influencia en la vida humana. El paso del Neolítico a los grandes imperios señala el paso de la Prehistoria a la Historia. La afluencia masiva hacia el río Nilo propició la aparición del poder faraónico y la potente cultura egipcia. Al mismo tiempo, la necesidad de transmitir conocimientos dieron lugar a la aparición de la escritura, y por consiguiente de la «Historia». Pero no podemos olvidar lo que dice el egiptólogo inglés Toby Wilkinson cuando escribe que «Egipto es un don del Nilo, pero la antigua civilización egipcia fue un regalo del desierto». Algo por el estilo puede decirse de las grandes civilizaciones mesopotámicas, como la de Sumer, surgidas de la afluencia de pueblos que antes habían disfrutado de un clima monzónico, hasta que se convirtieron en tierras estériles. Pero así como el pueblo egipcio se mantuvo alrededor del Nilo a lo largo de más de 3400 años, en Mesopotamia dominaron pueblos muy diversos, de origen y culturas dispares, que fueron conquistando sucesivamente aquella región, pero heredando gran parte de la cultura y la civilización de los pueblos anteriores. También allí crecieron grandes imperios, majestuosas ciudades, y una elevada cultura y ciencia. Aunque los ríos Tigris y Éufrates están rodeados de terrenos desérticos, a través de las trazas de cultivos encontrados se supone que la región mesopotámica disfrutaba, entre hace cuatro y cinco mil años, de un clima más húmedo y lluvioso que en la actualidad. Cuando la sequía aumentó, los mesopotámicos construyeron canales que extendían las zonas cultivadas y permitían levantar ciudades a cierta distancia de los ríos, a fin de prevenir posibles inundaciones. Asimismo también levantaban diques para defenderse de las avalanchas de agua de los ríos en tiempos de crecida. Un desarrollo equivalente gracias a grandes ríos también lo encontramos en China. Allí también acudieron seres humanos que huían de la desertización de otras tierras de Asia Central, ya que China siempre siguió disfrutando de un clima monzónico. Por esta razón los chinos no se expandieron por regiones lejanas, sino que se encerraron en sí mismos, en un entorno desarrollado y refinado en sus costumbres.

En Europa, el período Epipaleolítico-Mesolítico comenzaría con la transición del Pleistoceno al Holoceno, hace unos 12.000 años, y acabaría con la adopción de la agricultura y ganadería, cuya cronología varía de unas regiones a otras de Europa. Es el último periodo en el que la producción de comida estuvo enteramente basada en la caza-recolección. Debido al cambio climático correspondiente al final de la glaciación Würm se desarrollaron complejos ecosistemas forestales y acuáticos que alteraron la biodiversidad anterior, lo que provocó la adopción de nuevas estrategias de caza y pesca. Las mujeres se encargaban de la recolección de raíces, hierbas, frutos secos, huevos, moluscos, fruta o miel, productos que probablemente tuvieron un mayor peso en la dieta que los obtenidos mediante la caza. Los artefactos se fabricaron con piedra, huesos o madera, mientras que el cuero o algunas plantas servían para vestidos, cuerdas y canastos. Las herramientas tendieron a hacerse cada vez más pequeñas e incluían delicados utensilios como anzuelos y agujas de costura. Con ámbar se fabricaron figuritas de animales. Al menos durante las fases finales, los muertos fueron enterrados en tumbas y dotados con objetos familiares, tal y como lo demuestra una tumba de Skierniewice, que data de nada menos que hace unos 7500 años, aunque está en buen estado y, aparentemente, pertenecía a un artesano. El Neolítico en Europa abarca desde la adopción de la agricultura y ganadería, hace unos 10.000 años, hasta la invención de la metalurgia. Según la visión tradicional, la adopción de los modos de vida productores, basada en cultivos y pastoreo, en Europa sería debida a la influencia de las culturas del Oriente Próximo. Los grupos neolíticos comenzaron a basar su alimentación en el cultivo de trigo, cebada y centeno, a la par que domesticaban cabras, ovejas y bueyes, así como asnos, caballos o renos. También empezaron a hacerse más sedentarios, apareciendo los primeros poblados cerca de los ríos y lagos. Asociados a este periodo están la invención de la cerámica, del arado, la hoz, el molino de mano para moler cereales, así como los primeros tejidos hechos de lino y lana. La minería del sílex representa la mayor industria de este período, pero también se extraían obsidiana o variscita. Los útiles de piedra pulimentada sustituyeron en parte a los de piedra tallada y las manifestaciones artísticas se redujeron, cambiando radicalmente su tipología.

Las quemas de bosques para obtener tierras de cultivo y pastos se generalizaron, reduciéndose por primera vez la superficie arbolada. Aunque muchos cultivos se plantaban en huertos junto a las viviendas, el trigo y la cebada solían ser cultivados en pequeños campos cercanos, con lo que el área usada por un solo asentamiento podía tener un radio de unos 5 km. Las comunidades agrarias alrededor del río Danubio estaban en contacto unas con otras e intercambiaban bienes a través de largas distancias, como el ámbar del Báltico, que llegaba hasta el Mediterráneo. Uno de los grupos culturales más significativos sería el de la cerámica de bandas, en Europa central, cuyo apogeo data del período 5500 – 4500 a.C. Formaron grandes comunidades rurales, mantenían ganado, cultivaban cereales y producían una alfarería característica. Desde la península ibérica se extendió a partir del 2900 a.C. el vaso campaniforme, cuyo límite de expansión oriental fue el sudeste de Polonia. Asociados al vaso campaniforme hay una serie de elementos nuevos, como los conocimientos metalúrgicos o los enterramientos individuales, que se extendieron por toda Europa. Pero en aquella época no se formaron grandes imperios en Europa. ¿Fue por razones climáticas? Se sabe que hace cuatro o cinco mil años Europa era un poco más húmeda y lluviosa que actualmente, abundaban los bosques y los pastos y la cruzaban innumerables ríos. Las cosechas, aunque de especies diferentes, se daban en todas partes. Los animales domésticos, como ovejas y vacas podían criarse en cualquier lugar. Por ello durante miles de años no fue necesario crear grandes imperios en Europa. Los logros de las grandes civilizaciones, propias de países rodeados de desiertos y cruzado por enormes ríos, acabarían llegando a Europa a través de las culturas de Mesopotamia y Egipto. Ello permitiría el desarrollo de las culturas mediterráneas, y más tarde pasaría del área mediterránea al centro y norte del continente europeo y, con ello, la formación de grandes entidades estatales. Pero todo esto no tiene mucho que ver con los cambios climáticos. El profesor de antropología Brian Murray Fagan ha observado que las comunidades civilizadas son más vulnerables a los cambios climáticos que los pueblos que viven en un estado más o menos salvaje, ya que tienen más capacidad de adaptarse a los cambios en el entorno.

En el Neolítico ya comenzó a hacerse visible esta vulnerabilidad. Cuando cambia el clima, aunque sea por una simple oscilación del régimen de vientos y corrientes, es complicado abandonar ciudades construidas a lo largo de generaciones, así como tener que abandonar las zonas de cultivo. Ya se había perdido la costumbre de cazar para vivir o edificar chozas con ramajes para soportar los días del invierno. El hombre del Neolítico, por lo tanto, se hizo más vulnerable. Pero sobrevivió porque durante el Holoceno todavía no se han producido cambios climáticos catastróficos. Algunos historiadores daneses han estudiado el desplazamiento de los bancos de pesca, debidos a variaciones del clima, a través del movimiento de pueblos que se dedicaban a la pesca. El paleontólogo e historiador español Ignacio Olagüe trata de explicar la evolución de algunos pueblos mediterráneos en función de las fluctuaciones pluviométricas, y propone la hipótesis de que la decadencia de España en el siglo XVII se debe en gran parte al predominio del frente polar, u oscilación del Atlántico Norte, un fenómeno climático en el norte del océano Atlántico, con fluctuaciones en la diferencia de presión atmosférica entre la baja presión islandesa y la alta presión de Azores, o anticiclón de las Azores. Moviéndose de este a oeste, entre la baja presión de Islandia y la alta presión de Azores, va controlando la fuerza y dirección de los vientos del oeste y las formaciones tormentosas a través del Atlántico Norte. Se observa que tiene una alta correlación con la oscilación ártica. Amanda Laoupi, arqueóloga y especialista en desastres, además de profesora de la Universidad Nacional de Atenas, ha escrito un interesante libro, Arqueología de desastres. la ciencia de los archeodisasters, sobre las grandes catástrofes que operaron sobre el hombre, tales como volcanes, terremotos, tsunamis, epidemias y pestes. Pero también hace referencia a los cambios climáticos como causantes de catástrofes. Todas las hipótesis son dignas de ser tenidas en cuenta. El clima, casi siempre en continua evolución, es evidente que ha condicionado los comportamientos humanos y la vida en general. Y tal vez todos estos factores catastróficos han provocado que la vida en el planeta Tierra haya tenido que reinventarse diversas veces a lo largo de la existencia de nuestro planeta.

Hoy en día no estamos hablando de cómo el clima condiciona a los seres humanos sino cómo los seres humanos condicionamos el clima. A partir de la revolución industrial, y sobre todo en los últimos decenios, se nos dice que estamos calentando la Tierra. Nos parece menos posible que los seres humanos prehistóricos, escasos en número y dedicados a la caza y a la recolección, hayan sido capaces de provocar un cambio climático significativo. Varios profesores de la universidad danesa de Roskilde, como son Niels Schrøder, L. H. Pedersen, R. Joll, han escrito un interesante trabajo, 10.000 Years of Climate Change and Human Impact on the Environment in the Area Surrounding Lejre, sobre la influencia del hombre en el clima desde hace 10.000 años. Quizá el primero que sostuvo esta tesis fue el paleo-climatólogo y profesor emérito de la Universidad de Virginia, William F. Ruddiman. Los intereses de investigación de Ruddiman se centran en el cambio climático durante varias escalas de tiempo. Ruddiman es conocido por su hipótesis del antropoceno antiguo, en la que los cambios inducidos por el hombre en el volumen de gases invernadero en la atmósfera no se iniciaron en el siglo XVIII, con el advenimiento de las máquinas a carbón de la era industrial, sino que se remontan a hace 8000 años, provocada por las actividades agrícolas intensas de nuestros antepasados. Fue en ese momento que las concentraciones de gases de efecto invernadero atmosférico dejaron de seguir el patrón periódico de subidas y caídas que había caracterizado con exactitud su comportamiento pasado a largo plazo, un patrón que está bien explicado por las variaciones naturales en la órbita de la Tierra, conocidas como ciclos de Milankovitch. En su hipótesis de glaciación retrasada, Ruddiman afirma que una edad de hielo incipiente probablemente habría comenzado hace varios miles de años, pero esa edad de hielo no llegó por las actividades de los primeros agricultores. La hipótesis de la glaciación de retraso ha sido cuestionada con el argumento de que las explicaciones alternativas son suficientes para explicar la actual anomalía cálida sin recurrir a la actividad humana, pero Ruddiman cuestiona la metodología de sus críticos.

Llamamos Antropoceno a la época geológica propuesta por parte de la comunidad científica para suceder o remplazar al denominado Holoceno, la época actual del período Cuaternario en la historia terrestre, debido al presunto significativo impacto global que las actividades humanas están teniendo sobre los ecosistemas terrestres, especialmente ilustradas por la denominada ‘extinción masiva del Holoceno’. No hay un acuerdo común respecto a la fecha precisa de su comienzo. Algunos consideran que se inició con la Revolución Industrial, a finales del siglo XVIII, mientras que otros investigadores remontan su inicio al comienzo de la agricultura, lo que abarcaría prácticamente todo el Holoceno. Ruddiman también es conocido por su hipótesis, publicitada en la década de 1980, de que el levantamiento tectónico del Tíbet creó la circulación monzónica altamente estacional que domina actualmente Asia. Ayudado por Maureen Raymo desarrolló la hipótesis en la que el levantamiento de la cordillera del Himalaya y la meseta tibetana causó una reducción en el dióxido de carbono atmosférico (CO2) a través de aumentos en la meteorización química, que es el conjunto de procesos llevados a cabo por medio del agua o por los agentes gaseosos de la atmósfera, como el oxígeno y el dióxido de carbono, y, por lo tanto, era un factor importante en la tendencia de enfriamiento del Cenozoico que finalmente llevó a las más recientes glaciaciones. Para Ruddiman todos los cambios climáticos anteriores al hombre fueron provocados por agentes naturales, ya sea la actividad solar, los ciclos de Milankovitch, la posición de los anticiclones y las borrascas, o las corrientes marinas. Desde entonces «fuimos nosotros» uno de los factores del cambio. Para su hipótesis, Ruddiman se basa en la evolución de la tasa de metano. Desde hace 8000 años la cantidad de metano debiera haber disminuido, de acuerdo con los factores naturales. Pero, sin embargo, contra toda previsión lógica, ha aumentado. Todo indica que las talas sistemáticas de árboles, la roturación de los terrenos, los cultivos, especialmente de arroz, así como también la ganadería de rumiantes, han disparado la liberación de metano, que produce un efecto invernadero. Ruddiman también dice que «Antes de construir ciudades, antes de inventar la escritura, antes de fundar las grandes religiones y los grandes principios filosóficos, ya estábamos alterando el clima: estábamos cultivando». Tim Flannery, otro paleo-climatólogo, afirma que, por lo menos, la mitad del calentamiento global fue provocado por el hombre antes de la Revolución Industrial. El climatólogo y ecologista argentino, Diego Moreno, ha afirmado que «desde el Neolítico, el espacio natural ha dejado de existir, porque está manufacturado por los seres humanos».

Después de una serie de años cálidos del inicio del Holoceno, hace entre unos 6200 y 5800 años entramos en una época más fría, que todo indica fue por una nueva interrupción de la Corriente del Golfo. Quienes sufrieron este enfriamiento fueron principalmente los europeos, por culpa del debilitamiento de la Corriente del Golfo, así como los asiáticos del suroeste, que ya habían fundado grandes culturas. La cultura china, según la mitología, se inaugura con los tres emperadores originarios: Fuxi, Shennong y el Emperador Amarillo Huang, este último considerado como el verdadero creador de la cultura china. Sin embargo, no existen registros históricos que demuestren la existencia real de estas personalidades que, de acuerdo con la transmisión oral de generación en generación, habrían vivido hace unos 5000 a 6000 años. Este enfriamiento no fue una catástrofe, pero sí tuvo efectos sobre la vida de algunos pueblos, como los mesopotámicos, que habían conseguido un importante grado de civilización. Muchas zonas sufrieron sequías y fueron abandonadas para migrar a zonas con más abundancia de agua. Y, de nuevo, alrededor de hace 5800 años, regresaron las temperaturas más suaves. Se supone que en aquella época se produjo la invasión del mar Negro por el mar Mediterráneo. Las evidencias indican que hace cuatro millones de años el mar Mediterráneo, reducido a una serie de lagos salados, recibió las aguas del océano Atlántico hasta convertirse en un mar. Pero el mar Negro, antiguamente llamado lago Euxino, siguió aislado y hasta hace unos seis mil años todavía era un lago de agua dulce. Ello era debido a que el clima más húmedo provocó que los grandes ríos que desembocaban en él, como el Danubio, el Dniester, el Dnieper, o el Don, endulzaran sus aguas, de la misma manera como el río Volga endulza el mar Caspio, uno de los remanentes del antiguo mar de Thetys. Lo que ahora es el mar Negro tenía entonces una extensión más o menos la mitad que la actual. En lo que ahora es el fondo del mar Negro se han encontrado restos de comunidades humanas que pescaban o cultivaban la tierra. Ello se ha podido averiguar gracias a que Robert Ballard, un famoso oceanógrafo, conocido por su trabajo en arqueología submarina, utilizando robots submarinos encontró restos de poblados humanos en lo que en otro tiempo fueron las orillas de un lago, hoy cubiertas por aguas saladas.

Debido tal vez a una importante subida del nivel del mar Mediterráneo o por la apertura de una falla, se produjo el paso del agua, que rompió los estrechos de la actual Turquía. De esta manera se repitió la antigua historia del Mediterráneo, cuando lo invadió una cascada de agua desde el océano Atlántico. Pero esta vez había seres humanos para presenciar el terrible espectáculo y dejar constancia del mismo. En el Bósforo, donde hoy está Estambul, y donde el moderno puente del Bósforo une en poco más de un kilómetro Europa y Asia, se generó una tremenda cascada, doscientas veces más caudalosa que la del Niágara y de unos 150 metros de desnivel. La cascada duró dos o tres años, hasta que la altura de las aguas se igualó. Se calcula que el crecimiento del nivel del lago Euxino, desde entonces mar Negro, fue de unos 15 centímetro por día; pero como las orillas eran llanas, la costa retrocedía aproximadamente un kilómetro cada día. Quizá muchos pobladores de la zona de irrupción de las aguas fueron sorprendidos por la avalancha y perecieron bajo el inmenso torrente, mientras que el resto de los habitantes de las llanuras rumanas o ucranianas tuvieron tiempo de evacuar sus tierras, a costa de tener que huir de la catástrofe, y vieron inundados sus poblados, sus cultivos y sus pertenencias. Para Fagan aquel fue «uno de los desastres naturales más grandes que han afectado a la humanidad». Los geólogos William Ryan y Walter Pitman, de la Universidad de Columbia, han planteado una posible inundación del mar Negro, que durante la última era glacial pudo haber sido un lago de agua dulce cuyo nivel descendió considerablemente. Al terminar la era glacial, con el aumento del nivel de los océanos, la estrecha franja de tierra que lo separaba del mar Mediterráneo se habría erosionado causando una inundación catastrófica en toda la cuenca del mar Negro, que habría aumentado su nivel e inundado grandes extensiones de superficie en tal vez unas pocas semanas. Existen pruebas convincentes de que esta inundación del mar Negro efectivamente ocurrió, pero no parece que sea el recuerdo de este hecho el que dio origen a las historias del Diluvio. No obstante, el Poema de Gilgamesh sería compatible con esta interpretación, pues en él se indica “La vasta tierra se hizo añicos como una perola. Durante un día la tormenta del sur sopló, acumulando velocidad a medida que soplaba, sumergiendo los montes, atrapando a la gente como en una batalla“. Los habitantes de la región del Mar Negro habrían visto, por tanto, llegar la inundación o tsunami procedente del sur, sumergiendo montes y atrapando a la gente. Los supervivientes de dicha inundación podrían haberse desperdigado a su alrededor dando lugar a la zona de influencia del idioma indoeuropeo junto con sus mitos.

De hecho, en el Poema de Gilgamesh se relata que el único superviviente, Utnapishtim, “residirá lejos, en la boca de los ríos“. Es decir, probablemente en la baja Mesopotamia y en la desembocadura de los ríos Tigris y Eúfrates. Descartando el uso de pruebas de carbono-14 y otros modelos de determinación de la edad de los distintos períodos de la Tierra, se presenta la hipótesis de que todas aquellas culturas que refieren un evento en la antigüedad relacionado con el impacto de un asteroide, como en Yucatán, México, o con un tsunami atlántico, se encuentran de hecho refiriéndose seguramente al mismo evento cataclísmico provocado por el impacto de un asteroide en la zona del golfo de México, provocando una vaporización y atomización del agua salina, y la precipitación de aguas del Océano Atlántico por el Mediterráneo, con rumbo al valle de Persia (actual Irán) en la forma de un tsunami gigante, así como la consecuente formación de nubes cubriendo todo el planeta y causando daños a corto y medio plazo. Se asocian las crecidas de los ríos en los que se desarrollaron las primeras civilizaciones con las catástrofes que afectaron a las primeras comunidades urbanas del Tigris y el Éufrates. En este sentido existe una amplia tradición local que asocia estas catástrofes con el diluvio del Génesis bíblico-mesopotámico. Se ha teorizado que el Diluvio pudo ser en realidad un tsunami mediterráneo producido por el estallido del volcán Etna en la ribera oriental de Sicilia. Una investigación publicada en 2006 sugiere que ello ocurrió alrededor del año 6000 a.C. y causó un enorme tsunami que dejó su marca en varios lugares del mar Mediterráneo oriental, como en el asentamiento de Atlit Yam (Israel), hoy día bajo el nivel del mar, que fue abandonado repentinamente alrededor de esa época. Por otro lado, se sugiere que el mito del diluvio universal estaría relacionado con la teoría de la catástrofe del supervolcán Toba. La teoría de la catástrofe de Toba explica un hecho que se produjo en el norte de la isla de Sumatra, en Indonesia, hace entre 70 y 75 mil años, cuando un supervolcán situado en el lago Toba entró en erupción. Walter Pittman y William Ryan han estudiado la salinización del Euxino (mar Negro) y el cambio radical de la fauna. Hoy la antigua costa queda sumergida y es posible rastrear la primitiva forma y extensión del lago, convertido de pronto en un mar. Pero el mar Negro sigue siendo uno de los mares más extraños del mundo. Su superficie está formada por aguas frías y de menor salinidad. Parece que las aguas saladas del Mediterráneo, más densas, ocuparon el fondo. En todos los mares la temperatura desciende conforme profundizamos; pero en el mar Negro este descenso es muy poco sensible, de modo que las capas profundas son relativamente más calientes que en otros mares, mientras que la superficie es mucho más fría, más rica en oxígeno y de agua algo menos salada que el Mediterráneo. Las dos capas, después de miles de años, siguen sin mezclarse. Por el contrario los niveles profundos son muy pobres en oxígeno disuelto, y por tanto con muy poca vida. Hay así como dos mares distintos superpuestos y encerrados en el mismo espacio geográfico.
La población que habitaba las costas del lago Euxino se retiró hacia el interior, especialmente hacia Ucrania, y tal vez por falta de agua dulce en cantidades suficientes parte de ella emigró hacia la cuenca del río Danubio, a donde llevó sus técnicas de cultivo, contribuyendo a introducir el Neolítico en Europa. Se ha descubierto que amplias zonas de Rumanía y hasta de Hungría, ocupadas por bosques, fueron deforestadas en aquella época para poder ser cultivadas. El hombre huyó de un cambio climático desfavorable, y al sustituir el bosque por áreas de cultivo pudo influir en otro cambio posterior. Es bien sabido que el clima mediterráneo se diferencia claramente del atlántico. El primero es soleado y más bien seco, con un máximo de lluvias en otoño, mientras que el clima atlántico sufre borrascas y lluvias durante la mayor parte del año, aunque su clima es relativamente templado. Pero el límite entre los dos climas ha sufrido frecuentes alteraciones, ya que unas veces el clima mediterráneo llegaba hasta el centro de Europa, mientras que en otras el clima atlántico influía en la costa mediterránea francesa e italiana. Cuando el límite entre ambos climas estaba más al norte, había sequía en el Norte de África y el Oriente Medio, mientras que cuando el límite estaba más al sur, las lluvias llegaban con más frecuencia al área mediterránea y sus alrededores. Los antropólogos norteamericanos Carole L. Crumley and William H. Marquardt, en su libro Historical Approaches to the Assessment of Global Climate Change Impacts, han analizado estas oscilaciones y dan algunas posibles fechas para aquel evento. Parece que fue una de estas oscilaciones la que provocó, entre hace 5800 y 5500 años, la desertización del Sahara. También parece que desapareció el régimen monzónico de muchas regiones del Oriente Medio, provocando la sequía incluso en Mesopotamia. El Éufrates y el Tigris dejaron de crecer durante los monzones de verano, pero sí que se produjeron algunas lluvias invernales. Por esta razón los pueblos que habitaban la cuenca de los dos grandes ríos se vieron obligados a modificar  sus costumbres agrícolas, teniendo que plantar y cosechar en otras épocas del año y también teniendo que utilizar otras especies vegetales, lo que influyó en su tipo de alimentación.

En toda el área mesopotámica, después de unos trescientos años de clima favorable, entre hace 5500 y 5200 años, llegó una nueva época de sequía. Ello provocó que la población migrase a los lugares donde abundaba más el agua, o bien se realizaron importantes obras de irrigación para hacer llegar el agua a las grandes ciudades, lo que incrementó la necesidad de una potente organización. Según Fagan, hasta aquella época los recursos de la tierra habían podido repartirse de forma bastante equitativa. Pero a pesar de la construcción de graneros, los más ricos son los que pudieron mantener reservas para los tiempos más difíciles. También hay evidencias de que se construyeron nuevos canales para conducir y almacenar el agua. Algunas ciudades decayeron, entre ellas la famosa Ur, una de las cunas de la civilización mesopotámica, concretamente la de Sumer, supuestamente por una desviación del río Eufrates, que convirtió sus tierras en estériles. Ur fue una antigua ciudad del sur de Mesopotamia. Originalmente, estaba localizada cerca de Eridu y de la desembocadura del río Éufrates en el golfo Pérsico. Hoy en día, sus ruinas se encuentran a 24 km al suroeste de Nasiriya, en el actual Irak. Los primeros restos de Ur pertenecen al período de El Obeid, durante el V milenio a.C., en el cual se produjeron los primeros asentamientos urbanos en la zona. Ur es, por tanto, una de las ciudades más antiguas de Sumer. También fue, según la Biblia, la ciudad cuna del profeta y patriarca hebreo Abraham. Durante el IV milenio a.C., la gran cantidad de cerámica encontrada parece indicar que Ur pudo haber sido un centro importante de producción. Esta situación se prolongó hasta el período Yemdet-Nasr, hace unos 5000 años. En algún momento del milenio siguiente se produjo una inundación de carácter local que dejó una importante capa de lodo en los estratos. Otras ciudades, más tarde famosas, se fundaron sobre terrenos más favorables. Alrededor de hace 4800 años los sumerios construyeron un poderoso imperio que ocupó buena parte de Mesopotamia, y que conoció una era próspera y de elevada cultura. Sin embargo, hace unos 4500 los acadios, procedentes del Norte, menos civilizados y más agresivos, ocuparon el territorio y se apropiaron de la cultura de los vencidos. La historia nos dice que Mesopotamia fue siempre una región conquistada por unos y otros, pero que, sin embargo supieron conservar su legado cultural.

Alrededor de hace 4200 años hay vestigios de una gran erupción volcánica en algún lugar del hemisferio Norte, que cubrió de cenizas buena parte de las zonas habitadas. Nos podemos preguntar si fue una explosión volcánica la que provocó una catástrofe en regiones muy civilizadas, como Egipto, Mesopotamia, India o China. Tal vez fue la erupción de la Caldera de Bandama, una caldera volcánica de grandes dimensiones y paredes escarpadas, situada en el noreste de la isla de Gran Canaria, que, más o menos, sufrió erupciones por aquella época. O tal vez alguna otra causa que aún desconocemos. Se tienen registros de ciudades que desaparecieron en aquella época. Es curioso que corresponde a la época de Abraham y de la destrucción de Sodoma y Gomorra, en que algunos investigadores, como Zecharia Sitchin, hablan incluso del uso de armas nucleares o similares contra estas ciudades y el Sinaí. Lo que se sale de lo normal es la larga sequía que siguió, que no puede ser atribuida al efecto de un volcán, cuyas cenizas repartidas por la atmósfera pueden durar unos años, pero no durante unos siglos. Tal vez fue, como opinan otros arqueo-climatólogos, a causa de una oscilación de la Corriente del Niño que habría debilitado el monzón del océano Índico. O tal vez fueron varias causas distintas. El hecho es que hace unos 4200 años decae el imperio acadio en Mesopotamia. Samuel Noah Kramer, autor del interesante libro La historia empieza en Sumer, cita el testimonio de un escriba que lamentaba la escasez angustiosa de agua: «ningún terreno se podía regar, faltaba la vegetación, el hambre era cruel...»… Los egipcios hablan de «trescientos años de sequía», hace entre 4200 y 4100 años. Conocemos que se secó el lago egipcio El Fayum, una gran superficie de agua dulce en la antigüedad, pero actualmente de agua salada y dimensiones más reducidas. ¿De dónde vino esta agua salada? ¿Tal vez de un tsunami? El Fayum es un inmenso oasis del desierto de Egipto, que se extiende por debajo del nivel del mar dentro de una enorme depresión del desierto Líbico y que comprende un oasis casi circular. Se encuentra a unos treinta kilómetros al oeste del Nilo. Asimismo se sabe que después del largo reinado del faraón Neferkara Pepy II, que reinó aproximadamente entre hace 4255 y hace 4165 años, sobrevino una época de dificultades, guerras, revoluciones, saqueos, por lo que un testimonio de la época explica este dramático relato: «todo el país parecía un saltamontes hambriento… las gentes huían al Norte o al Sur… los padres llegaron a comer a sus propios hijos…» El Nilo, que en aquella época no crecía, se llenó de bancos de arena. Como en Egipto no llueve, dependen de que el río Nilo se llene con el agua que los monzones depositan miles de kilómetros más al sur, en África Centro Oriental. Y si no llegan los monzones, Egipto se muere de sed y hambre.

Por todas estas causas, debidas al clima y otros factores, desapareció el Imperio Antiguo egipcio. Más tarde, una vez pasada una época de desastres, se fundó el Imperio Medio, con capital en Tebas, que tendría periodos de gran esplendor. También en Asia Central y Oriental hay señales de que hubo una época de sequías. Aunque no siempre es fácil sincronizar cronológicamente hechos históricos con fenómenos climáticos, dan más pistas de lo que uno podría esperar. Existen suficientes vestigios para suponer que hubo un régimen seco y más frío hace cerca de 5000 años. Después, hace entre 4000 y 3900 años pueden rastrearse vestigios que indican una distribución estacional más regular de las lluvias. Y sobre todo, desde hace 3900 años se produjo una prosperidad casi general en Oriente Próximo y Oriente Medio. Pero algo catastrófico sucedió en el Mediterráneo oriental, un desastre lo suficientemente terrible como para poner fin a las prósperas civilizaciones de la región. Según análisis por medio del radiocarbono se considera que la fecha fatídica fue entre hace 3628 y 3627 años, pero los arqueólogos prefieren una fecha algo más reciente, alrededor de hace 3600 años. Aunque fue un fenómeno volcánico y no estrictamente climatológico, tuvo repercusiones inmediatas en el clima. La caldera del volcán Thera, en la isla de Santorini, fue, hace unos 3600 años, el centro de un volcán que estalló con tremenda fuerza, y provocó una de las mayores catástrofes que se conocen. En aquella isla, lo mismo que en otras islas del Egeo, y especialmente en la isla de Creta, dominaba en aquel tiempo la civilización minoica. Se levantaban grandes palacios, con maravillosas pinturas murales y preciosos relieves decorativos. Los minoicos eran expertos en una cerámica de gran belleza. También eran buenos navegantes y tenían relaciones comerciales con Asia Menor y con las costas de la Europa mediterránea. De repente la profunda caldera del volcán estalló con tremenda fuerza y la isla de Santorini quedó materialmente destruida, muriendo todos sus habitantes. La explosión fue oída a más de mil kilómetros de distancia, mientras que la onda expansiva causó daños en todo el mar Egeo y alrededores. Una nube de polvo y gases sulfurosos cubrió todo el Mediterráneo oriental, por lo que en Creta se hizo totalmente de noche. Las crónicas egipcias dicen que la oscuridad duró nueve días y se temió que el Sol no volviese a salir nunca más. Al mismo tiempo, por si faltaba algo, sobrevino un grave terremoto que produjo un tsunami que barrió las costas de la zona. El norte de la isla de Creta resultó asolado, desaparecieron las poblaciones costeras y se hundieron todos los barcos.

Analizando los vestigios de vegetación existente, especialmente de semillas, se deduce que la catástrofe se produjo en primavera. Aquel año el verano fue menos caluroso y el invierno fue más riguroso debido a la débil acción del Sol. Todas las regiones próximas a Santorini sufrieron seriamente las consecuencias, pero los efectos del desastre se percibieron en todo el mundo, aunque más atenuados. Hasta en China notaron los efectos. La civilización minoica sufrió tanto los efectos de la catástrofe que prácticamente desapareció, como sucedió con la población del norte de Creta, junto con sus plantaciones y sus navíos. Los palacios edificados en lo alto de montañas todavía resistieron, pero con importantes daños. El comercio que sostenían con las otras islas, con el continente europeo y con Asia Menor ya no se recuperó. Aunque puede que otras causas contribuyesen a la decadencia de la civilización minoica, es evidente que la catástrofe del volcán Thera, en Santorini, fue la principal causa. Poco más tarde, los micénicos de Grecia invadieron Creta sin encontrar apenas resistencia. La civilización micénica se desarrolló en el período prehelénico, al final de la Edad del Bronce, entre hace 3600 y 3200 años. Representa la primera civilización avanzada de la Grecia continental con sus estados palaciales, su organización urbana, sus obras de arte y su sistema de escritura. Los restos de la civilización minoica les sirvieron para edificar nuevos palacios, levantar columnas, pintar frescos y crear una cultura que influiría decisivamente en la cultura griega. Desde el punto de vista climático aquel frío duró varios años, pero no fue un episodio prolongado. Luego el frío se volvió atemperar. El climatólogo B. Holzhauer y su equipo llevaron a cabo un análisis de los glaciares de los Alpes, descubriendo que hubo un periodo cálido durante la Edad del Bronce, que se calcula ocurrió entre hace 3450 y 3250 años, durante el cual los glaciares alpinos se encogieron considerablemente, siendo menos extensos que actualmente. Esto no deja de ser sorprendente cuando se nos dice que estamos viviendo uno de los periodos históricos más cálidos de los últimos 5.000 años. Pero los glaciares no nos aseguran la temperatura de una época determinada, porque dependen no solo del frío existente sino también de la precipitación que haya. Pero el estudio del equipo de B. Holzhauer merece ser tenido en cuenta, por lo que podemos considerar que tuvimos una época templada de unos doscientos años de duración. Pero como el clima oscila, el frío regresó algunos siglos más tarde.

Al fin llegamos a un nuevo periodo frío durante la Edad del Hierro. Los paleo-climatólogos sitúa esta época más fría aproximadamente entre hace 2900 y 2300 años. La antropóloga Amanda Laoupi reduce este tiempo a entre hace 2800 y 2500 años. Se sabe que el frío ya había comenzado alrededor de hace 3000 años. William J. Borroughs, en A Guide to Weather, advierte claras señales de descenso térmico en Gran Bretaña, Alemania y Escandinavia. Nos dice que el bosque europeo se desplazó hacia el Sur y el viñedo retrocedió hasta el Mediterráneo, incluso desapareciendo del norte de Italia. Lo mismo ocurrió con la ganadería y la fauna, que emigró hacia climas más benignos. Gerard. C. Bond, en su libro Iceberg Discharge into the North Atlantic on Millennial Time Scales during the Last Glaciation, ha constatado que hubo una mayor penetración de los hielos flotantes en el Atlántico y una notable ampliación de los glaciares alpinos. Todo lo que se ha sabido sobre aquella época hace pensar en una ofensiva del frío, sin llegar a ser una pequeña glaciación. Los climatólogos españoles M. Aguilar, C. Espinosa creen que hace tres mil años el clima en la Península Ibérica era más frío y húmedo que actualmente, a diferencia de otras zonas del Mediterráneo y Oriente Medio, donde era más frío, pero más seco. Sin duda, al estar en el límite del clima atlántico/mediterráneo provocó que la mayor parte de la Península Ibérica estuviese bajo el predominio de los frentes de lluvia, con un clima  más parecido al que hoy tienen en las islas Británicas o Alemania. Los antiguos «Pueblos del Mar», que es como son denominados en inscripciones egipcias, y especialmente en las paredes del templo de Amón, en Medinet Habu, localidad situada en la orilla occidental del Nilo, frente a Tebas, aluden a las luchas del faraón Ramsés III contra unos invasores que quisieron conquistar el delta del Nilo. Para los egipcios, aquellos invasores vinieron del mar. Hoy sigue siendo complicado identificar a los «Pueblos del Mar». Pero sí es cierto que el imperio hitita, que llegó a ser una gran potencia y fue rival de los egipcios, acabó colapsando, y su capital, Hattusa, situada en el centro de Anatolia, junto al río Kizil-Irmak, fue destruida. En aquellos tiempos también cayó la civilización micénica, y nuevos pueblos se establecieron en lo que luego iba a ser Grecia. Egipto se mantuvo, pese a algunas derrotas, pero perdió una parte de su influencia en la zona del Egeo. El movimiento de los «Pueblos del Mar» podría estar relacionado con la destrucción de Troya por los aqueos, los cuales, deseosos de controlar el paso de los estrechos turcos, habrían asaltado la fortaleza de Troya más o menos en la época del denominado «frío homérico», por corresponder al tiempo de Homero.

Un equipo de científicos europeos han publicado en la revista Nature Geoscience que han descubierto que las condiciones climáticas pueden verse afectadas por un gran mínimo en la actividad solar. En efecto, científicos del Centro Alemán de Investigación sobre Geociencias, en colaboración con colegas de Suecia y Países Bajos han encontrado vestigios que muestran que, hace 2800 años, Europa sufrió un enfriamiento abrupto acompañado de un aumento de humedad y viento, que coincidió con una reducción prolongada de la actividad solar. Su estudio se basó en el análisis de los sedimentos del lago Meerfelder Maar, situado en Eifel, Alemania. Emplearon los métodos más modernos a su disposición, para determinar las variaciones anuales de los parámetros climáticos y la actividad solar. El lago es un cráter volcánico creado por el contacto entre aguas subterráneas y lava ardiente. Normalmente este tipo de volcanes están cubiertos de agua y forman una laguna cratérica de poca profundidad. La región de Eifel, zona donde se describió por vez primera este lago volcánico, se caracteriza por haber experimentado en el pasado una intensa actividad volcánica. El estudio referido desveló que un gran mínimo en la actividad solar es capaz de modificar las condiciones climáticas de Europa occidental mediante cambios en los patrones de circulación atmosférica.. Hace 2800 años, aproximadamente cuando Homero escribió los poemas épicos de la Ilíada y la Odisea, se produjo uno de estos periodos, lo que provocó en Europa occidental un cambio climático apreciable en menos de una década. El lago volcánico estudiado proporcionó unos sedimentos laminados estacionales excepcionales que permitieron datar con precisión incluso cambios climáticos de poca duración. Los resultados muestran que durante un periodo de doscientos años aumentó la intensidad de los vientos primaverales con un predominio del clima frío y húmedo. Gracias, además, al empleo de simulaciones, el equipo científico sugirió la existencia de un mecanismo que puede explicar la relación entre la debilidad de la radiación solar y el cambio climático. Según Achim Brauer, promotor del estudio: «El cambio en la dirección y la intensidad de los sistemas de vientos troposféricos podría estar relacionado con procesos estratosféricos que, a su vez, se ven afectados por la radiación ultravioleta. Esta compleja cadena de procesos actúa, por lo tanto, como un mecanismo de retroalimentación positiva que podría explicar por qué variaciones tan pequeñas en la actividad solar han causado cambios climáticos regionales». Achim Brauer indicó que estos resultados no pueden proyectarse al futuro debido a que el clima actual se ve afectado, además, por factores relacionados con la actividad de los seres humanos. No obstante, proporcionan un indicio claro de un aspecto aún poco conocido del sistema climático.

No obstante, la historia sigue desconociendo una parte de lo que ocurrió y sobre quiénes fueron «los Pueblos del Mar». Todo parece indicar que fue una migración de pueblos que probablemente buscaban un clima más benigno. Lo que parece evidente por los vestigios encontrados es que algunos «Pueblos del Mar» conocían el uso del hierro. También sabemos que los egipcios, que no tenían minas de hierro, trabajaban el bronce, por lo que utilizaban este metal para sus armas, y todo indica que en la guerra de Troya se utilizaron armas de bronce. El hierro que emplearon los «Pueblos del Mar», mucho más duro y penetrante que el bronce, pudo ser un arma imbatible para los egipcios. De ahí que se haya hecho referencia a la época fría de la Edad del Hierro. Lo que es evidente es que hubo migraciones de pueblos alrededor de hace unos 3000 años, y que también hubo por entonces un fuerte descenso de las temperaturas. Tiene bastante sentido relacionar ambos hechos. El filósofo griego Aristóteles consideraba que el desarrollo de una elevada cultura y una refinada civilización solo era factible a orillas del mar Mediterráneo. Pero probablemente desconocía que en otras partes del mundo, como China, también existían grandes civilizaciones y culturas. Pero es evidente que un clima favorable ayuda al desarrollo de las actividades humanas. No obstante, el devenir de los seres humanos no depende solo de las condiciones climáticas, ya que también se desarrolló bajo duras glaciaciones y se crearon poderosos imperios en zonas desérticas. Sin embargo, es evidente que en el Mediterráneo de la época clásica surgieron y prosperaron dos pueblos, el griego y el romano, Todo esto bajo un clima benigno, que duró en la región mediterránea, más o menos, desde el año 500 a.C. al 500 d.C.. Unos mil años sin grandes perturbaciones climáticas, que casi constituyen una excepción  en la historia del clima. Por ello no es extraño que el Mediterráneo tuviera un papel determinante en el desarrollo de aquellas civilizaciones. Normalmente se concede más importancia a las grandes alteraciones climáticas que a las normalidades climáticas, que permiten vivir y desarrollarse sin sobresaltos. De todas maneras, en la época clásica griega, sobre los años 500 a.C. a 300 a.C. es casi seguro que el clima se enfrió ligeramente, algo más frío que el que tenemos en el siglo XXI, mientras que todo indica que el clima que disfrutaron los romanos, sobre todo entre el siglo I y el III d.C. fue algo más cálido. Y bajo este clima benigno proliferó la navegación y el bienestar general. Todo ello hizo del Mediterráneo la región más civilizada del mundo.

Los sabios griegos estudiaron los fenómenos de la naturaleza, y entre ellos los meteorológicos, por su interés en la observación y por su utilidad para la agricultura y la navegación. Hesiodo, poeta de la Antigua Grecia y autor de la Teogonía, que vivió entre el 700 y el 650 a.C., es seguramente el primero en registrar fenómenos atmosféricos en uno de sus libros más conocidos, Los trabajos y los días. De hecho es un tratado de agricultura y de las fechas más convenientes para cada labor; pero también señala los momentos de año en que suele llover. Hesiodo se refiere también a los rigores del invierno y a la necesidad de resguardarse de ellos. También habla de paisajes nevados. Leyendo a Hesiodo da la impresión de que los inviernos en Grecia eran entonces un poco más duros y prolongados que hoy día. En cambio indica que los veranos eran más cortos, como cuando dice que el mejor tiempo para navegar se registra solo «en los cincuenta días que siguen al solsticio del verano», que corresponde más o menos de fines de junio a la primera quincena de agosto. También  el historiador y militar ateniense Tucídides, en su libro Historia de la Guerra del Peloponeso, cuenta que muchos soldados heridos, que no podían andar, «murieron de congelación». Los sabios griegos estudiaban las distintas formas del tiempo atmosférico, describían su evolución y trataban de explicar las razones por las que se producían los fenómenos atmosféricos. En cambio nos proporcionan menos información sobre cambios climáticos, ya que no disponían de información suficiente para ello. Pero sí intuían que el clima cambia, que hubo tiempos más cálidos o más fríos, más secos o más lluviosos. Demócrito, el filósofo atomista, entiende que el aire es un cuerpo más, que se mueve, incluso con violencia, por lo que considera es un fenómeno más de la naturaleza. Y el filósofo, matemático, geómetra, físico y legislador griego. Tales de Mileto, afirma que el viento no es más que el aire en movimiento. Puede que tuviera un buen conocimiento de la evolución del tiempo atmosférico, pues se afirma que predijo una extraordinaria cosecha de aceituna.
También el geógrafo de la Antigua Grecia, Anaximandro, estaba seguro de que el viento no es más que el aire en movimiento, pero además añadía que la densidad o condensación del aire provoca los vientos, las nubes y la lluvia. También nos dice que el rayo es provocado por la colisión entre nubes muy densas. Asimismo, Anaximandro también nos dice que el arco iris se forma por el efecto de la luz del Sol sobre nubes densas. Aunque seguramente no sabía qué es la refracción de la energía solar por parte de las nubes, su afirmación es correcta. Pero, en cambio, el filósofo griego Anaxímenes, discípulo de Tales y de Anaximandro, se equivoca cuando afirma que los terremotos se producen en momentos en que la tierra está muy seca, porque se resquebraja, o muy húmeda, porque se hunde. Sin embargo, se acerca más a una respuesta más correcta que Anaximandro cuando dice que la lluvia se produce por la condensación de las nubes, y el granizo cae cuando, por efecto del frío, las gotas se hielan. Empédocles, el filósofo griego que elaboró la teoría de los cuatro elementos: agua, tierra, fuego y aire, estuvo bastante acertado en sus observaciones meteorológicas, como cuando dice que el aire, calentado por el Sol, tiende a subir a lo alto, y que este movimiento del aire, como resultado del calentamiento, derivan los vientos. Por el contrario, afirma que cuando es de noche y no actúa el Sol, suele predominar la calma, algo que es frecuente en la zona mediterránea, pero no en aquellas regiones donde dominan borrascas y frentes. Pero Empédocles si que está en lo cierto cuando afirma que el aire ascendente empuja a las nubes hacia arriba, donde hace más frío, y por esta razón allí la lluvia se hiela, formando granizo. Cuando tenemos un intenso calor se suele generar granizo y tormentas. Empédocles también afirmaba que las lluvias son frecuentes durante todo el año y, según su opinión, no había una estación predominantemente seca. Solo a fines de julio se registraba un calor ardiente. Pero ya a mediados de septiembre  desaparecían las golondrinas. Actualmente las golondrinas llegan a Grecia a comienzos de marzo, y emigran hacia el sur en octubre o inicios de noviembre. El testimonio de Empédocles nos aportaría información de que en la Grecia clásica el clima era más frío que hoy día.

Aristóteles (384 – 322 a. C.), famoso filósofo y científico nacido en la ciudad de Estagira, al norte de Antigua Grecia, es considerado, junto a Platón, el padre de la filosofía occidental. Aristóteles escribió cuatro libros sobre meteorología. Respecto del clima nos dice que el clima es variable, que hubo tiempos en que llovía más, otros en que la lluvia era más escasa, como hubo épocas en que predominaba el calor y otras en que predominaba el frío. «Y siempre será así», concluye Aristóteles. Es el primer científico que nos dice una verdad que hoy es admitida generalmente. Además acierta cuando deduce que el desecamiento progresivo del desierto obligó a las poblaciones a acercarse al río Nilo. También es sorprendente su afirmación de que «las tierras y mares no siempre fueron lo que son: hay tierras que en tiempos muy lejanos fueron mares, y mares que en tiempos muy lejanos fueron tierras». Aristóteles se adelantó en muchos siglos a la ciencia de la geología. Y por si faltara algo, afirma que «el sol, moviéndose como lo hace, provoca movimientos en la atmósfera, la humedad de la tierra se evapora, de forma que el agua es elevada todos los días, y convertida en vapor, alcanza las regiones superiores, donde se condensa a causa del frío, y así regresa a la tierra en forma de lluvia». Aristóteles es el primero que expone el ciclo del agua, un tema del que no se hablará hasta tiempos más modernos. Teofrasto, discípulo de Aristóteles, difundió las teorías de Aristóteles en un libro titulado El Libro de los Signos. Más que un tratado de meteorología es un conjunto de reglas para predecir el tiempo. Explica cómo son los vientos los que empujan a las nubes, así como que la dirección de las nubes es la misma dirección del viento; y cuando no es así, es que reinan otros vientos en regiones superiores. En total, proporciona doscientas reglas para acertar el futuro meteorológico, según los vientos, las nubes y su aspecto. Por ejemplo, la progresiva abundancia de nubes altas puede predecir nubes más densas y lluviosas; si las auroras son rojas, anuncian calor; si los ocasos son muy enrojecidos, anuncian un cambio de tiempo, generalmente lluvia; si los ocasos son amarillentos, anuncian viento; etc… Teofrasto fue el primero en decir que un halo en la luna anuncia lluvia. En realidad, solo anuncia cirrus en el cielo nocturno, que pueden o no preceder a un frente de lluvias. La meteorología de Teofrasto se ha recogido en el refranero de toda Europa.

La Torre de los Vientos es un edificio en forma de torre, de planta octogonal, sito en el Ágora romana de Atenas. Se trata de un tipo de reloj. Sus dimensiones son 12 metros de altura y casi 8 metros de diámetro. La Torre de los Vientos tiene una planta octogonal, con lados de 3,20 m de longitud. Se alza sobre una base de tres peldaños y está construida con mármol blanco del Pentélico. Cuenta con un techo cónico, un anexo cilíndrico en el lado sur y dos porches corintios, uno al noreste y otro al noroeste. En la parte superior de cada uno de sus ocho lados hay un relieve que representa a un viento. Está simbolizado por una figura masculina con los atributos apropiados y su nombre grabado en la piedra. En las paredes externas había diales de reloj de Sol. El interior contenía un reloj de agua. Se hallaba dotada con una brújula y posiblemente una veleta ubicada en el tejado con la que apuntaba a cada uno de sus ocho lados, que representa una dirección del viento según la rosa de los vientos, orientados a los puntos cardinales. En ellos se muestra un relieve que representa al viento asociado a ese punto. Este edificio servía de punto de orientación y de información meteorológica para los atenienses. Sobre el edificio había un remate piramidal sobre el cual un tritón de bronce giraba al soplo de los aires, haciendo de veleta. De modo que los atenienses sabían muy bien por dónde soplaban los vientos en la ciudad: y para eso nada mejor que acudir al ágora. La costumbre de colocar en lo alto de una torre una veleta, se generalizó. No podemos hacer caso de todo lo que se cuenta sobre los vientos y su influencia en la vida; pero muchas observaciones antiguas son ciertas y resultan útiles para comprender su influencia en la agricultura, en la navegación y en las costumbres de una determinada época. Los griegos de la época de Platón y Aristóteles vivieron una gran vitalidad creadora, al mismo tiempo que gozaban de un clima amable, soleado, con lluvias suficientes para el cultivo de los cereales, el olivo, la vid, y azotados por unos vientos variables y bastante predecibles. Es el mismo Platón el que comenta: «el Mediterráneo es un charco, y los griegos son las ranas que se mueven alrededor del charco». De todos modos, las temperatura eran algo más bajas que las actuales, tal como nos indican los análisis de semillas, de depósitos formados por fragmentos de roca o de tierras que se acumulan junto a los ríos, o lo que los propios griegos nos cuentan de las nieves, el hielo, la mayor brevedad de los veranos y las costumbres de las golondrinas. Por otra parte, el estudio de los glaciares alpinos nos demuestra que alrededor del 500 o 400 a.C. eran mucho más extensos que en el siglo I o III d.C. El ambiente en el Mediterráneo era algo frío, pero suave. Luego, como de costumbre, se produciría una oscilación hacia unas temperaturas más cálidas.

Como estamos viendo, la historia más reciente del clima nos muestra oscilaciones continuas entre un clima más frío o otro más cálido, pero todo dentro de un interglacial cálido, el Holoceno actual, sin entrar todavía en una nueva glaciación. El imperio romano, en sus mejores momentos, dominó toda la orla mediterránea, desde Marruecos a Egipto y desde el estrecho de Gibraltar al mar Negro, aparte de toda Francia, más de la mitad de Gran Bretaña, Bélgica, Holanda, la mitad de Alemania, hasta el río Elba, Suiza, Austria, parte de Hungría, Bulgaria, Rumania, Turquía, Mesopotamia y el mar Caspio. No tiene sentido hablar, como hemos hecho con Grecia, del tiempo atmosférico y clima que había en este enorme espacio, que estaba expuesto a fenómenos meteorológicos y climáticos muy diferenciados, que iban desde el desierto de Libia hasta las selvas de Germania o desde las costas del Atlántico a las cuencas desérticas del río Éufrates. Así era aquel espacio que estaba controlado por un mismo poder y tenía la misma lengua común latina, como sucede en parte con el inglés actual. En este espacio también apareció el cristianismo que, tras la caída de Roma, seguiría manteniendo la cohesión cultural en el continente europeo. Los romanos fueron grandes constructores, ya que inventaron el arco de medio punto, la cúpula, las calzadas, los acueductos y los grandes puentes sobre los ríos más caudalosos, que permitieron las comunicaciones. Pero también fueron grandes constructores de códigos legales y de instituciones. El Derecho Romano se convertiría en la base del Derecho europeo, todavía vigente. Los romanos conocieron también la ciencia de la meteorología, aunque se preocuparon de construir más relojes de Sol que de colocar veletas en lo alto de las torres para medir los vientos. Plinio el Joven era hijo de un gran magistrado y general cuando la tremenda erupción del Vesubio del año 79 d.C.. Plinio recuerda aquel fenómeno y describe muy bien el enorme hongo de humo y cenizas que se formó «empujado por la fuerza del volcán hasta formar como un tronco altísimo y luego allá en las regiones superiores se ensanchaba horizontalmente como un pino de amplias ramas, como si hubiera sido detenido por su propio peso o por otra fuerza superior, hasta alcanzar sorprendente amplitud». Su descripción nos recuerda los hongos que se forman tras la explosión de una bomba nuclear, que se han podido ver en algunas erupciones volcánicas muy potentes. El hongo de materia volátil se forma por el empuje ascendente causado por la erupción, atraviesa la troposfera y choca con la barrera de la estratosfera, que representa una dificultad para seguir ascendiendo. Entonces, la nube de gases se desparrama hacia los costados. Plinio es el primero que describe este fenómeno. Fruto de sus investigaciones es la monumental Historia Natural, de treinta y siete libros, de los que el segundo se ocupa de meteorología, en que resume todo el saber de su tiempo, debido principalmente a los griegos.

Si los griegos, en los siglos de máxima expansión de su cultura, vivieron un clima algo más frío que el actual, los tiempos de más alto esplendor del imperio romano transcurrieron en medio de un clima más cálido, con temperaturas más altas en el área del Mediterráneo y en gran parte de Europa, muy parecidas a las temperaturas actuales e incluso superiores. El escritor canadiense sobre el medio ambiente, Lawrence Solomon, en un libro titulado Historia de la temperatura, afirma que «en tiempos de César y Cristo las temperaturas fueron gratamente cálidas, en algunos casos más que en los tiempos recientes». Fue el llamado Periodo Cálido Romano «un tiempo de riquezas y logros, cuando el clima llenaba los graneros y extendía el área cultivada de las viñas y de los olivares». Otros estudios rigurosos confirman lo dicho por Solomon, llegando a conclusiones similares. Probablemente el declive de grandes civilizaciones ha estado vinculado en muchas ocasiones a cambios climáticos extremos, desde sequías hasta glaciaciones, pasando por inesperadas inundaciones o erupciones volcánicas. Todos estos desastres naturales afectan al abastecimiento del agua y a la economía, lo cual se traduce en inestabilidad social y política. La expansión del imperio romano, desde el 100 a.C. hasta el 200 d.C., coincidió con una estabilidad climática y un nivel bajo de actividad volcánica. Los estudios indican que bajo el mandato del emperador Augusto las temperaturas estivales medias eran, al menos, un grado superior a la media climática actual. Los veranos cálidos y húmedos, seguidos de inviernos templados, caracterizados por una escasa variabilidad en las condiciones meteorológicas, seguramente fortalecieron la economía romana y permitieron la prosperidad del comercio. Durante esta época el cultivo de la vid se extendió a gran parte de Alemania e, incluso, de Inglaterra. La bonanza climática se tradujo en abundantes y regulares cosechas de cereales en los graneros imperiales, como Hispania y Egipto, lo cual favoreció la expansión del Imperio romano. Esto nos indica que climas cálidos, como los actuales, suelen ser beneficiosos para los seres humanos, siempre que haya un régimen de lluvias suficiente y siempre que no contaminemos el aire y el mar, con partículas perjudiciales o con plásticos. Los científicos son capaces de reconstruir el clima europeo durante los dos últimos milenios gracias a la información que obtienen tras analizar los movimientos de los glaciales en los Alpes, los registros de sedimentos en lagos de Asia y Europa, ciertos minerales en cuevas de Austria y Turquía, los patrones de crecimiento de los anillos de los árboles, etc…, para inferir la temperatura de un momento determinado, con un error de unos diez años. Las malas condiciones climáticas se traducen en árboles con estrechos anillos de crecimiento.

Pero en el siglo III d.C. el clima cambió de nuevo. Se produjeron grandes sequías, descensos bruscos de la temperatura y precipitaciones intensas en periodos cada vez más irregulares. También se incrementaron las erupciones volcánicas, especialmente entre los años 235 y 285 d.C., en que hubo hasta cinco erupciones volcánicas. El clima se hizo más frío y seco, por lo que las condiciones empeoraron para la producción de alimentos, lo cual provocó que fueran disminuyendo los tributos e impuestos destinados a Roma. El cambio climático puso en graves apuros la economía de Roma y el Imperio se fue debilitando lentamente. Los inviernos en el norte de Europa se hicieron más rigurosos, por lo que las malas cosechas llevaron a los llamados bárbaros a atravesar los ríos Rin y Danubio e internarse en las zonas del sur de Europa, en donde las condiciones climáticas eran más favorables. Los llamados bárbaros eran tribus nómadas que se mantenían en la parte norte de Europa, en el exterior del Imperio Romano. Los antiguos griegos empleaban este término para referirse a personas extranjeras, que no hablaban el griego ni el latín y cuya lengua extranjera sonaba a sus oídos como un balbuceo incomprensible. A pesar de que durante mucho tiempo se consideraba como bárbara tan sólo la civilización de los otros, para, de esta manera, legitimar y ensalzar la civilización propia, pensadores críticos modernos como Walter Benjamin han destacado que toda civilización o cultura enraíza en algún tipo de barbarie propia y no ajena. En concreto, los clasificaron en tres grupos: 1) los de raza amarilla, como los avaros y hunos; 2) los de raza blanca eslava, como los vendos, que vivían en lo que hoy es Polonia, los sármatas, que vivían en el Danubio, y los alanos, que vivían a orillas del mar Negro; 3) los de otras razas blancas distintas que las eslavas, cómo germanos, galos, francos, cimbrios, teutones, ambrones. visigodos, etc… Los pueblos del norte presionaron también las fronteras de los imperios sasánida, en Persia, y gupta, en la India. Fue imposible contener, ni mediante la fuerza ni con la diplomacia, las masivas migraciones de los pueblos bárbaros. Los galos llegaron a Hispania en el 260 d.C., y tres años después los godos tomaron Éfeso, en la actual Turquía; en el 410 d.C. los visigodos, comandados por Alarico I, saquearon por vez primera Roma. A partir de entonces nada volvería a ser igual, ya que la civilización romana estaba moribunda.

El prestigios glaciólogo suizo Hans Peter Holzhauser ha estudiado con detalle la historia de los glaciares, sobre todo el más grande de Europa, el glaciar de Aletsch, que actualmente es el glaciar más grande de los Alpes, con 23 km de longitud y más de 120 km², localizado en el suroeste de Suiza, en el cantón de Valais, dentro del espacio Jungfrau-Aletsch-Bietschhorn, declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Holzhauser ha llegado a la conclusión de que en el siglo I d.C. el glaciar era menos extenso que hoy, de lo que podría deducirse un clima algo más cálido. R. Schmidt, C. Kamenik y M. Roth, en un libro titulado The Archaeology of Mediterranean Landscapes: Human-Environment Interaction, han analizando vestigios de algas silíceas y pólenes de vegetación arbórea, que les indican que en la época romana el clima era similar o ligeramente más cálido que el actual. También se refieren a que los romanos usaban ropa ligera. De hecho fueron los invasores germanos los que, viviendo en un clima más frío, importaron el uso del pantalón. Durante la época clásica romana, en la mayor parte de Europa se disfruto de un relativo calor, que algunos científicos atribuyen a la influencia de los ciclos solares, que habrían podido provocar un cambio en las corrientes marinas y el régimen de vientos. El climatólogo F. Mc Dermott, en un libro titulado Centennial-scale Holocene climate variability, analizó la proporción de carbono-18 en las estalactitas de algunas cuevas europeas, de lo que se puede deducir que, entre los años 1 y 200 d.C., las temperaturas eran tan altas como en el Periodo Cálido Medieval, un periodo de clima extraordinariamente caluroso que ocurrió más tarde en la región del Atlántico norte, y que duró desde el siglo X hasta el siglo XIV, momento en el que disminuyó la temperatura global, dando entrada a la Pequeña Edad de Hielo. El geólogo australiano, académico, y profesor de geología minera en la Universidad de Adelaida, Ian Rutherford Plimer, afirma que los olivares crecían entonces en la cuenca del Rin, y que los cítricos y los viñedos se cultivaban en Gran Bretaña hasta el Muro de Adriano, que señalaba el límite con Escocia. El Muro de Adriano es una antigua construcción defensiva de la isla de Britania, levantada entre los años 122 y 132 d.C. por orden del emperador romano Adriano para defender el territorio britano, que estaba sometido a los ataques de las belicosas tribus de los pictos, que se extendían más al norte del muro, en lo que llegaría a ser más tarde Escocia, tras la invasión de los escotos provenientes de Irlanda. La muralla tenía como función también mantener la estabilidad económica y crear condiciones de paz en la provincia romana de Britania, al sur del muro, así como marcar físicamente la frontera del Imperio romano. Plimer añade que «buena parte de Europa disfrutaba de un clima mediterráneo». Ello indicaría que el límite meteorológico/climático atlántico/mediterráneo estaba más al norte de lo que está ahora.

La Península Ibérica, situada entre el Atlántico y el Mediterráneo, también sufrió cambios climáticos. Los profesores J.C. Rubio Dobón y J. del Valle Melendo, de la Universidad de Zaragoza, realizaron un estudio sobre humedales en el 2005. En su estudio llegan a la conclusión de que, entre los años 100 a.C. y 400 d.C., «transcurre un periodo de temperaturas más suaves, veranos cálidos y secos, y falta de inviernos extremados. Las condiciones climáticas eran similares a las actuales, pero con unos inviernos más suaves…». Pero este clima bastante benigno cambió en los siglos V, VI, VII y VIII d.C. por otro clima más frío. En la Universidad de Vigo, en Galicia, analizaron el clima en la región hace dos mil años. Los análisis se realizaron especialmente sobre las terrazas y los sedimentos depositados frente a las Rías Bajas, así como sobre los pólenes que arrastraron los ríos, y en ambos casos confirmaron que, más o menos, entre los años 200 a.C. y 450 d.C. se registró un clima templado y húmedo, que contrasta con dos periodos fríos que se registraron antes y después. Un equipo dirigido por la geóloga María José Gil-García en 2007, ha analizado los depósitos en las Tablas de Daimiel, y deduce que, allá por el siglo V a.C., la temperatura fue fría y árida, por lo que no se conservan más que pólenes de hierbas. Las Tablas de Daimiel es un parque nacional, situado en Castilla-la Mancha, que contiene un humedal. Las Tablas son uno de los últimos representantes de un ecosistema denominado tablas fluviales que se forman al desbordarse los ríos en sus tramos medios, favorecidos por fenómenos de semi-endorreísmo y la escasez de pendientes. El humedal se forma en la confluencia del río Guadiana y su afluente Cigüela, y es uno de los ecosistemas acuáticos más importantes de la Península Ibérica por la variedad y calidad de la fauna y flora que habitan en ella, así como por aquellas aves que la emplean en los pasos migratorios. Más adelante, entre los años 150 a.C. y 270 d.C., llegó un clima más suave y más húmedo, en que crecían las encinas en la zona de las Tablas de Daimiel. Pero luego llegaría de nuevo el frío. Durante los años del imperio romano el clima fue más agradable y templado; y en Hispania también fue más húmedo que en las épocas frías que le precedieron y le siguieron. El Periodo Cálido Romano es un hecho constatado por la investigación más reciente.

La decadencia del imperio romano está muy bien explicada por el historiador británico Edward Gibbon, que en 1787 escribió su magnífica obra Historia de la decadencia y caída del Imperio romano. Quién esté interesado por saber más de aquella época les recomendamos leer este libro. De hecho sabemos que Roma estuvo en decadencia durante unos 260 años. Pero, ¿qué movió a los pueblos bárbaros a penetrar en el territorio imperial y reemplazar en gran parte a los ciudadanos romanos? Podemos hacer referencia la incapacidad de los romanos para sostener un imperio que poco a poco se venía abajo; a la mayor vitalidad de los pueblos bárbaros, que desde siglos antes ya habían estado hostilizando las fronteras del Imperio; a las malas cosechas, que alguna causa provocó; a las pestes, que disminuyeron la población de las aglomeraciones urbanas mediterráneas; y, posiblemente, un cierto cambio climático, claramente perceptible durante los siglos III, IV, V y VI d.C. Joseph H. Reichoff, en su libro Historia natural del último milenio, cree que la oleada de frío que se extendió por Europa fue la razón principal para la migración de los pueblos bárbaros. Pero considera  que no fueron los germanos quienes iniciaron la migración, sino los pueblos eslavos, empujados a su vez por pueblos de más allá de los Urales, como los Hunos. Unos empujaron a otros, y entre todos provocaron la avalancha general que irrumpió como un elefante enfurecido en el imperio romano. Anteriormente nos hemos referido a algunos estudios de las formaciones de estalactitas y estalagmitas en grutas europeas, que han confirmado tanto el calentamiento de la época de auge del imperio romano como el enfriamiento que llegó a partir del siglo III d.C., para alcanzar su máximo frío en el siglo V d.C.. Científicos del Instituto Geológico de Israel, en colaboración con el geólogo norteamericano Ian Orland, de la Universidad de Wisconsin, han estudiado las formaciones de estalactitas en grutas de Israel y han datado el proceso de enfriamiento de la atmósfera en aquella época. Según Ian Orland: «No podemos discernir con certeza que el cambio climático fuera la causa principal de la decadencia del imperio romano, pero sí es perfectamente claro que el avance del frío se produjo justamente entonces». También en aquella época hubo un aumento de la sequía en la mayor parte de la cuenca mediterránea. Parece que fue debido a los vientos del Norte y del Este. Esta sequía podría explicar las malas cosechas y la escasez del trigo, que se sabe provocó hambrunas.
El profesor de la Universidad Libre de Bruselas y miembro de la Real Academia de Bélgica, Jean-Pierre Devroey, opina que la sequía de los años de decadencia romana llevó al bajo rendimiento de las tierras y a obtener pésimas cosechas que, para empeorarlo, coincidieron con brotes del peste bubónica que diezmaron a la población. Actualmente se cree que no es la peste la causa de los males, sino la consecuencia de los mismos. En efecto, los pueblos desnutridos tienen menos defensas en su organismo, por lo que la peste tiene más facilidades para extenderse. La realidad es que no sufren hambre porque haya peste, sino que la peste ataca principalmente a los pueblos hambrientos. Pero la sequía y el frío no se limitó al área mediterránea, sino que también afectó al norte de China, así como a las áreas de Polonia y Ucrania. Un testimonio de Irlanda, en aquel tiempo llamada Hibernia, explica que «hacía tanto frío que los pájaros se podían coger con la mano», con lo que el cronista pretende indicar la sensación de un frío anormal. Brian Fagan se refiere a la drástica disminución de las cosechas de trigo en la Galia, una penuria agraria que también afectó a la ganadería. Otro paleo-climatólogo, F. Ruddiman, al que antes nos hemos referido, relaciona también la crisis agraria con la peste, y ambos fenómenos los vincula al enfriamiento general. Casi todos los autores están de acuerdo en que se produjo una oscilación climática, como tantas otras veces en la historia del clima. Se cree que un anticiclón situado en el Norte pudo cortar las corrientes templadas del Atlántico, y tal vez, influir en otras continentes. Una oscilación invierte la situación normal hasta entonces,  en este caso provocando un tiempo más frío y seco en las regiones templadas. También alrededor de los años 535-536 d.C., cuando ya había caído el imperio romano, pero aún bajo un tiempo frío, se produjo un fenómeno de naturaleza distinta, que hizo bajar más, de forma abrupta, las temperaturas. Procopio de Cesarea fue un destacado historiador bizantino del siglo VI d.C., cuyas obras constituyen la principal fuente escrita de información sobre el reinado del emperador del Imperio romano de Oriente Justiniano. Durante su reinado buscó revivir la antigua grandeza del Imperio romano clásico, reconquistando gran parte de los territorios perdidos del Imperio romano de Occidente. Procopio, que residía entonces en Cartago, nos relata que «el Sol daba su luz sin brillo, como si fuera la Luna, o como cuando hay un eclipse; y el fenómeno duró casi un año». Por otro lado, el obispo sirio Juan de Éfeso nos dice que alrededor del 535-536 d.C., «el sol se oscureció, y la oscuridad duró dieciocho meses. La gente pensó que el sol no se recuperaría nunca más». Se extendió el terror entre la gente, ya que temieron que la semioscuridad y el frío habían venido para quedarse, por lo que sería el final de la vida en el mundo.

Se tienen evidencias de que nevó en Mesopotamia. Y los testimonios chinos hablan de una especie de extraña nevada de «copos amarillos». Este relato chino ofrece una pista sobre lo que pudo ocurrir, ya que podemos suponer que lo que cayó fue nieve contaminada de polvo sulfuroso. Los fenómenos meteorológicos extremos, de los años 535-536 d.C., fueron los más severos y prolongados de los episodios de corta duración de enfriamiento en el hemisferio norte en los últimos 2000 años. Aquellos fenómenos se cree que fueron causados por un extenso velo de polvo atmosférico, posiblemente como resultado de una gran erupción volcánica en los trópicos, o debido a escombros desde el espacio que impactaron la Tierra. Sus efectos se generalizaron, causando  que el clima frío y seco provocara malas cosechas y hambrunas en todo el mundo. El historiador bizantino Procopio, antes mencionado, se refiere al 536 d.C. en su informe sobre las guerras con los vándalos: “durante este año hubo un mayor temor a un mal augurio y el Sol dio una luz sin brillo“. En una serie de anales irlandeses, , de los cuales el primero fue la Crónica de Irlanda, da constancia en los anales del Ulster de lo siguiente: “Se produjo una falta de pan en el año 536 d.C.“. Y según los anales de Inisfallen, “Se produjo una falta de pan a partir de los años 536-539 d.C.”. Asimismo otros fenómenos fueron reportados por varias fuentes. Se produjeron bajas temperaturas, incluso con nieve durante el verano, ya que se tienen relatos según los cuales la nieve cayó en agosto en China, durante las dinastías meridionales y septentrionales, lo que causó pérdidas de cosechas. Se denomina dinastías meridionales y septentrionales a la periodización tradicional de la historia de China durante la etapa de desunión que siguió a la caída de la dinastía Jin, y que duró desde el año 420 d.C. hasta el año 589 d.C. Durante estos años, el sur y el norte de China estuvieron gobernados por dinastías diferentes. En realidad, la división había comenzado mucho años antes, con la invasión del norte de China por parte de pueblos nómadas no chinos procedentes del norte. En el año 316 d.C., la capital de la dinastía Jin, Luoyang, fue destruida en una invasión de los tuoba o tabgach, pueblo que fundaría en el año 386 la dinastía Wei del Norte. La dinastía Jin se vio obligada a refugiarse en el sur y los territorios de cultura china permanecerían divididos en dos entidades políticas hasta la reunificación lograda por la dinastía Sui en 589 d.C..

Aunque el norte de China ya estaba por entonces en manos de la primera de las dinastías septentrionales, los Wei del Norte, la fecha de comienzo de este periodo histórico se sitúa de manera convencional en el año 420 d.C., cuando la dinastía Jin refugiada en el sur llegó a su fin, y fue remplazada por la primera de las dinastías meridionales, la dinastía Liu-Song. El periodo llega a su fin cuando la dinastía Sui, proclamada en el norte en el 581 d.C., derrotó a la última de las dinastías meridionales, la dinastía Chen, en el año 589 d.C. A pesar de la división política y de los enfrentamientos entre el norte y el sur, esta época se caracterizó por una intensa actividad artística, debida fundamentalmente a la difusión del budismo, religión procedente de India, que, bajo el patrocinio de algunos emperadores, y pese a las persecuciones por parte de otros, se convertiría en una parte inseparable de la cultura china que se ha mantenido hasta nuestros días. Según relatos de Oriente Medio, China y Europa, se produjo “Una seca densa niebla“. También se relata una sequía en Perú, que afectó a la cultura moche, que es una cultura arqueológica del Antiguo Perú que se desarrolló entre los siglos II y V d.C. en el valle del río Moche, actual provincia de Trujillo. Esta cultura se extendió hacia los valles de la costa norte del actual Perú. Esta cultura hizo grandes obras de ingeniería hidráulica, como canales de riego y represas, lo que les permitió ampliar su frontera agrícola a gran escala. Su materia prima fue el adobe. Construyeron complejos religiosos-administrativos de carácter monumental, conformados por palacios y templos, o huacas, en forma de pirámides truncadas, las cuales los recubrían de grandes murales en alto y bajo relieve, pintados con colores extraídos de la naturaleza, donde plasmaron sus dioses, mitos, leyendas y toda su cosmovisión cultural. Las más notables de estas construcciones son las llamadas Huacas del Sol y de la Luna, en el valle de Moche.

Los moches fueron los mejores metalúrgicos en América de su época, ya que conocieron una gran variedad de técnicas, como dorado, laminado, etc., lo que les permitió fabricar herramientas, armas, atuendos, emblemas u ornamentos. Son considerados los mejores ceramistas del antiguo Perú, gracias a su fino y elaborado trabajo. En ellas representaron, tanto de manera escultórica como pictórica, a divinidades, seres humanos, animales y escenas sobre temas ceremoniales y mitológicos que reflejaban su concepción del mundo. De este arte sobresalen los huacos retratos y los huacos eróticos. Fueron navegantes y construyeron caballitos de totora, los más pequeños para la pesca y los más grandes para sus viajes hasta las costas ecuatoriales, desde donde traían la concha spondyllus, que era sagrada para los moches, y en general, para el resto de las culturas costeñas del Antiguo Perú. Políticamente, las sociedades moches, segmentadas en clases sociales, se organizaban en reinos o señoríos confederados. Se ha podido conocer más sobre esta cultura gracias al descubrimiento de algunas tumbas intactas de sus gobernantes o señores, como la del Señor de Sipán y la Dama de Cao. Volviendo al tema climático, podemos ver que los análisis de los anillos de los árboles, efectuados por Mike Baillie, de la Universidad de Queens, de Belfast, muestra un crecimiento anormal y pobre en el roble irlandés alrededor del 536 d.C. y otro fuerte crecimiento anormal en el 542 d.C., después de una recuperación parcial. Patrones similares se registran en los anillos de árboles de Suecia y Finlandia, así como en California y Sierra Nevada. Asimismo, los núcleos de hielo de Groenlandia y la Antártida muestran evidencia de sulfatos en depósitos alrededor del 534 d.C., que es evidencia de una extensa nube de polvo ácido. Se ha emitido la hipótesis de que los cambios se debieron a cenizas o polvo lanzadas al aire después de la erupción de un volcán, que habría causado un fenómeno conocido como “invierno volcánico“, seguido o precedido por el impacto de un cometa o meteorito. La evidencia de depósitos de sulfato en los núcleos de hielo apoya la hipótesis del volcán Sin embargo, el pico de sulfato fue aún más intenso que el que acompañó a una situación climática excepcional, en 1816, conocido popularmente como el “año sin verano“, que ha sido relacionado con la explosión del volcán del monte Tambora, ubicado en la parte norte de la isla de Sumbawa, Indonesia.

La Caldera de Rabaul es un gran volcán sobre la punta de la península de Gazelle, en Nueva Bretaña, Papúa Nueva Guinea, y debe su nombre a la ciudad de Rabaul, que está dentro de la caldera. En 1984, Richard B. Stothers, científico de la NASA, postuló que el evento del 534 d.C. podría haber sido causado por el volcán Rabaul. En 1999, David Keys, en su libro Catástrofe: En busca de los orígenes del mundo moderno, que se apoyó en el trabajo Volcanology and Geothermal Energy, de la vulcanóloga norteamericana Kenneth Wohletz, sugirió que el volcán Krakatoa, situado en el estrecho de Sonda, entre Java y Sumatra, al suroeste de Indonesia, explotó realmente en los años 535-536 d.C. y fue el causante de cambios climáticos. Un extraño oscurecimiento a partir del año 536 d.C. duró más de un año, provocando una ola de frío, hambruna y revueltas. Este fenómeno se cree que fue debido a la explosión de un volcán submarino. En algunas partes de Europa y Asia, el Sol solo brillaba unas cuatro horas al día y según algunos testimonios, el Sol no dio más luz que la Luna. Dallas Abbott es científico investigador en el Observatorio de la Tierra Lamont-Doherty de la Universidad de Columbia y es parte del Grupo de Trabajo de Impacto del Holoceno. El enfoque principal de su investigación actual es en los cráteres de impacto submarinos y su contribución al cambio climático, así como a los mega-tsunamis. También ha presentado investigaciones sobre un gran cráter de impacto en el Golfo de Maine. Según Dallas Abbott, la gente pensó que era el fin del mundo. Pero, como sabemos, el mundo no terminó hace unos 1500 años. Pero este período de oscurecimiento y enfriamiento fue el comienzo de un período de convulsión más largo. Los árboles tuvieron dificultades para crecer entre el 536 y el 555 d.C., lo que da a entender que la atenuación solar fue grande, pero los investigadores no saben aún la razón.  En una reunión de la American Geophysical Union, Abbott y su colega John Barron, del U.S.Geological Survey, presentaron una nueva hipótesis del evento, basada en el análisis de un núcleo de hielo de Groenlandia. Este análisis señala como causa posibles erupciones submarinas que transportaron sedimentos y microorganismos marinos a la atmósfera, donde atenuaron la luz solar. Se sabe que las erupciones volcánicas arrojan azufre y otras partículas a la atmósfera que pueden dificultar la llegada de la luz solar a la superficie terrestre. Pero los registros geológicos indican grandes erupciones en los años 536 y 541 d.C., que no bastan para explicar el descenso durante nueve años en el crecimiento de los árboles. Además, se necesitaría la emisión de mucho azufre y cenizas para oscurecer de una manera tan grande la atmósfera. Por otro lado, parte de ese material de azufre y cenizas debería poder observarse en las capas de roca y en los núcleos de hielo.

Sin embargo, Abbot nos dice que “la cantidad de sulfato que se depositó no fue tanto como en otras erupciones donde experimentaron una cantidad similar de atenuación“.  Esto llevó a Abbott y John Barron a sopesar la idea de que tal vez los impactos de grandes meteoritos podrían haber producido suficiente polvo para causar aquella atenuación de la luz solar. Pero, después de analizar un núcleo de hielo de Groenlandia, han planteado otra teoría.    A partir de un núcleo de hielo, denominado GISP2, los científicos analizaron las capas de hielo entre los años 532 y 542 d.C., a continuación midieron la química del agua de deshielo y extrajeron fósiles microscópicos para estudiarlos a través de un microscopio. Ante su sorpresa vieron que las capas del núcleo de hielo contenían 91 fósiles de especies microscópicas que habrían vivido en aguas cálidas y tropicales. Según Abbott: “Encontramos, con mucho, los microfósiles de baja latitud que nadie había encontrado en un núcleo de hielo“. No obstante, solo pudieron identificar una especie microscópica de latitudes altas en la muestra. La pregunta que les surgió fue de cómo pudieron llegar todas esas especies tropicales y subtropicales a la capa de hielo de Groenlandia. Abbott y Barron creen que fueron arrojados a la atmósfera por erupciones volcánicas submarinas cerca del ecuador. En lugar de emitir mucho azufre, estas erupciones submarinas, que acontecieron alrededor de los años 536 y 538 d.C., habrían vaporizado el agua de mar, y el vapor ascendente habría transportado sedimentos cargados de calcio y de especies microscópicas marinas a la atmósfera. Después de flotar en la atmósfera durante un cierto tiempo, algunas de estas partículas se habrían depositado en el Ártico. Se conoce que las erupciones volcánicas ecuatoriales pueden afectar a toda la Tierra. Entonces, una vez en la atmósfera, los sedimentos y microorganismos habrían reflejado la luz solar de vuelta al espacio exterior. Todavía existe otra posibilidad, que consistiría en que meteoritos que cayesen en la zona del ecuador pudiesen haber arrojado al aire los sedimentos y los microfósiles. No obstante, la química del núcleo de hielo y la falta de polvo cósmico en las capas de hielo hace que esta hipótesis sea improbable, pero no descartable. El lago de Ilopango es un lago de origen volcánico en El Salvador. Mide 8 x 11 km, tiene una superficie de 72 km² y una profundidad de 230 metros. Se sitúa a una altitud de 440 metros a 16 km de la ciudad San Salvador, entre los departamentos de San Salvador, Cuscatlán y La Paz. Es el lago natural más grande de El Salvador. Sus aguas, con abundante pesca de mojarras, guapotes y juilines, es propio para la navegación a vela o en embarcaciones de motor. La caldera de Ilopango se formó como resultado de una erupción cataclísmica en el siglo VI d.C., en la época que estamos relatando, produciendo enormes flujos piroclásticos que destruyeron diferentes ciudades mayas. Esta erupción produjo aproximadamente 25 km³ de tefra o piroclasto, fragmentos sólidos de material volcánico, veinte veces más que la erupción del Monte Santa Helena en 1980, y tuvo un valor de 6 en el índice de explosividad volcánica.

Estudios más recientes, como los efectuados en 2010 por los geólogos Robert Dull, de la Universidad de Texas, Austin, John Southon, de la Universidad de California, y otros colegas, sugieren que la erupción del Ilopango fue aún más grande, fechándola en el 535 d. C. y situando la expulsión de piroclasto en alrededor de 84 km³. Estos nuevos datos incluso sugieren que esta erupción fue la causante del cambio climático en los años 535 y 536 d.C., que, sumado a las muertes directas y otros efectos diversos en todo el mundo, podría llegar a ser considerada como la catástrofe volcánica más grande en la historia de la humanidad. Erupciones posteriores formaron diferentes montículos de lava en el lago y en sus riberas. La única erupción que registra la historia ocurrió en los años 1879–1880 d.C. y produjo un montículo de lava dentro del lago, formando las islas Quemadas. Las pruebas de radiocarbono sugieren un rango de entre los años 408 y 536 d.C., lo que es consistente con el enfriamiento global del clima. En el 2018, investigadores de la Universidad de Harvard consideraron que la causa fue una erupción volcánica en Islandia que estalló a principios del 536 d.C., sin descartar la hipótesis de América. M. G. L. Baillie, profesor emérito de paleo-ecología en la Queen’s University de Belfast, opina que el crecimiento de los anillos de los árboles irlandeses fue prácticamente nulo en el 536 d.C. También se puede observar un fenómeno parecido en los árboles de Suecia y Finlandia, tal como antes hemos mencionado. Asimismo, se han encontrado vestigios de depósitos sulfúricos en el hielo de Groenlandia y la Antártida, correspondientes a esa época. Se sabe que Europa quedó envuelta en una densa y persistente niebla durante aquella época. Según relatos encontrados en Gran Bretaña, el peor año parece que fue el 542 d.C. Tal vez se trate de la gran peste que inmediatamente le siguió, la llamada «plaga de Justiniano» en 542-43. El historiador británico Edward Gibbon dice que el mal persistió durante cuarenta y dos años. Debe referirse a sucesivas catástrofes o epidemias; pero evidentemente la humanidad lo pasó muy mal, al menos en muchas regiones, en el siglo VI d.C., sobre todo tras la supuesta erupción volcánica.

Entre los años 540 y 592 d.C., cuando Justiniano estaba publicando sus reformas cristianas, una peste bubónica sumergió al imperio romano oriental y se expandió por Europa. La epidemia comenzó durante el reinado de Justiniano y por esto se llamó la “Plaga de Justiniano”. Esta plaga fue una de las más devastadoras de la historia y mucha gente creyó en este tiempo que era un castigo de Dios. En efecto, la palabra “plaga” viene de la palabra latina “llaga” y también ha sido apodada “enfermedad o mal de Dios”. Una de las razones por la cual la gente pensaba que la plaga venía de Dios era la frecuente aparición de extraños fenómenos aéreos conjuntamente con los brotes de plaga. Uno de los cronistas de la plaga de Justiniano fue el famoso historiador Gregorio de Tours, quien documentó una cantidad de extraños eventos que se sucedieron en los años de la plaga. Gregorio relata que exactamente antes de que la plaga invadiera la región de Auvergne en Francia, el año 567 d.C., aparecieron tres o cuatro luces brillantes alrededor del Sol y el cielo parecía encendido. Esto puede haber sido un efecto natural, pero otro fenómeno celeste extraño también fue visto en el área. Otro historiador relató un acontecimiento similar veintitrés años más tarde en otra parte de Francia, en Avignon. Extrañas visiones fueron reportadas en el cielo, y la tierra era algunas veces tan brillantemente iluminada en la noche como en el día. Poco tiempo después ocurrió allí un desastroso brote de plaga. Gregorio de Tours reportó una visión en Roma consistente de un inmenso “dragón” que flotaba alrededor de la ciudad y bajó al mar, seguido por un brote severo de la plaga inmediatamente después de esto. Tales relatos espeluznantes sugieren lo impensable: que la Plaga de Justiniano fue causada por agentes de guerra biológica propagados por naves de los “dioses” de la antigüedad. Esto constituiría una repetición de las plagas relatadas en la Biblia y en los textos antiguos de Mesopotamia. Sin embargo, en el tiempo de la plaga de Justiniano, los “dioses” de la antigüedad permanecían invisibles, a diferencia de periodos más antiguos. De acuerdo a la profecía, un evento como la Plaga de Justiniano, supone el anuncio de la venida de un nuevo Mesías o mensajero de Dios. Probablemente se trataba de Mahoma, ya que él nació cuando reinaba Justiniano y cuando la plaga estaba todavía en su máximo furor. Proclamado en su edad adulta como el nuevo salvador, Mahoma, se convirtió en el líder de una nueva religión monoteísta: el Islam.

El análisis de los anillos de los árboles revelaba una época fría y seca, por lo menos hasta mediados de aquella centuria. En cuanto al oscurecimiento del Sol, todo indica que fue causado por una tremenda irrupción de polvo volcánico en la atmósfera. A los antes indicados, podemos añadir el volcán el Chichón, en el noroeste del Estado mexicano de Chiapas, que habría acabado con la civilización mochica, y habría dejado profundamente afectada la cultura maya. Aquellos fueron los que los historiadores han llamado «los siglos oscuros». Todavía se registraron sequías, malas cosechas y pestes durante el siglo VII d.C, pero la situación fue mejorando en el siglo VIII d.C., y poco a poco se iría restableciendo una climatología más benigna. Empezaba a florecer en Europa una nueva edad, que se denominaría Edad Media, que es el período histórico de la civilización occidental comprendido entre el siglo V y el XV. Convencionalmente, su inicio se sitúa en el año 476 d.C. con la caída del Imperio romano de Occidente y su fin en 1492 d.C. con el descubrimiento de América o, según otros historiadores, en 1453 d:C. con la caída del Imperio bizantino, fecha que tiene la singularidad de coincidir con la invención de la imprenta, mediante la publicación de la Biblia de Gutenberg, y con el fin de la guerra de los Cien Años, conflicto armado entre los reinos de Francia e Inglaterra que duró 116 años, desde 1337 d.C. hasta finales de 1453 d.C.. Los historiadores distinguen esta ruptura entre Antigüedad y Edad Media de manera que entre los siglos III y VIII d.C. se suele hablar de Antigüedad Tardía, que habría sido una gran etapa de transición en lo económico, por la sustitución del modo de producción esclavista por el modo de producción feudal, mientras que en lo social implicaba la desaparición del concepto de ciudadanía romana y la definición de los estratos sociales medievales, y en lo político se produjo la descomposición de las estructuras centralizadas del Imperio romano que cambió a una dispersión del poder. Por otro lado, se produjo la absorción y sustitución de la cultura clásica por las culturas cristiana e islámica. Suele dividirse en dos grandes períodos: Alta Edad Media, de los siglos V a X, y Baja Edad Media, de los siglos XI a XV, que a su vez puede dividirse en un periodo de plenitud, la Plena Edad Media, de los siglos XI a XIII, y los dos últimos siglos que presenciaron la crisis del siglo XIV. La Historia nos habla de los «años oscuros», sobre todo en lo que se refiere al período que va, más o menos, entre el 500 y el 800 d.C. Este término se basa en las escasas referencias que tenemos de aquella época.
Con la caída del imperio romano, la cultura de la antigüedad, así como la capacidad de leer y escribir, o de fomentar los conocimientos y la filosofía, tendió a reducirse a los monasterios religiosos, donde se conservaron y ordenaron los libros escritos más antiguos. Los textos ya no se escribían en un largo rollo que se envolvía en una especie de canuto, sino que entonces se escribía en hojas que se cosían y se encuadernaban para conservarlas todas juntas. Para Pierre Chaunu, historiador e hispanista francés, dos descubrimientos, el tomo escrito y el uso del pantalón en vez de la túnica, que favorecía los movimientos, fueron algunos avances de aquellos «años oscuros». Tal vez todo ello tuvo algo que ver con una época más fría y seca, con una mayor dificultad para las comunicaciones y el desarrollo, con cosechas pobres, ya que un clima seco es frecuente en tiempos de bajas temperaturas. Pero tal vez fuese la desintegración del Imperio romano el que provocase una gran diversidad de pueblos y una sociedad confinada en sus tierras y ejercitando pequeñas labores artesanales. Eso sí, aquella sociedad tenía un común denominador, que era la fe cristiana, ya extendida por la mayor parte de Europa. Todo ello llevaría a una civilización europea común y dispuesta a reconstruir el viejo Imperio. Como es sabido, el Imperio de Oriente fue producto de la división de Teodosio el Grande, emperador de los romanos, en el 395 d.C. En efecto, Teodosio reunió las porciones oriental y occidental del Imperio, siendo el último emperador en gobernar todo el mundo romano. Teodosio promovió la creencia en la Trinidad niceno dentro del cristianismo y el cristianismo lo impulsó dentro del Imperio. El 27 de febrero del 380 d.C. declaró el cristianismo, en su versión ortodoxa, como la única religión imperial legítima, acabando con el apoyo del Estado a la religión romana tradicional y asimismo prohibió la “adoración pública” de los antiguos dioses. Después de su muerte, las dos partes del Imperio se separaron definitivamente. El Imperio de Oriente perduró durante siglos, concretamente hasta el XV, como un importante foco de cultura, más griego que romano.

Los «testigos» vegetales, como los anillos de los árboles o los pólenes que pueden relacionarse con la época del crecimiento de cada especie, así como también los testimonios de los pocos textos de aquellos tiempos, que nos hablan de los duros inviernos, de la necesidad de permanecer en casa durante días enteros, como ahora nos sucede con el Covid19, a ser posible refugiados junto al fuego de leña o de carbón vegetal, o bien el uso de pieles de abrigo, de tela muy basta labrada de lana burda, por parte de los campesinos que tenían que moverse en la intemperie, demuestran que el clima era más bien frío en los primeros tiempos de los reinos medievales. Además, el centro de la civilización se movió hacia países más al Norte que el Mediterráneo. En la Península Ibérica, donde se alcanzó un cierto nivel cultural bajo el reino visigodo, las crónicas hablan de frío y de una fuerte sequía, sobre todo en la meseta de Castilla, en donde se redujeron las cosechas, provocando una gran despoblación en algunas zonas. Nasif Nahle Sabag, un biólogo estadounidense nacido en México, conocido por sus publicaciones sobre el tema de cuantificación termodinámica, ha realizado un interesante estudio sobre la época altomedieval. Nasif Nahle establece los siguientes periodos: 1) Un período frío, después de la desaparición del imperio romano, que se mantiene en términos generales hasta el año 800 d.C. Alrededor del 800 d.C., por primera vez después de dos o tres siglos, puede decirse que la temperatura fue normal en relación a la media de temperaturas durante los últimos dos mil años. 2) Se produjo un rápido incremento de las temperatura a partir del 800-810 d.C., que alcanzaría un gran máximo hacia el 825 d.C. 3) Luego, hacia el 850-870 d.C., se produjo un descenso momentáneo de las temperaturas, sin que llegasen a alcanzarse niveles demasiado fríos. 4) Nuevamente se produjo un rápido ascenso de temperaturas desde el 870 hasta 980 d.C., que dio entrada al Período cálido medieval, al que nos referiremos en un siguiente artículo. Los anillos de los árboles parecen indicar un máximo absoluto en las temperaturas por aquellas fechas, con valores de altas temperaturas que posiblemente no han sido igualados desde entonces. Se verifica que en este espacio de unos cien años la curva de elevación de las temperaturas no registró oscilaciones negativas. 5) Las temperaturas se seguirían manteniendo altas, aunque con valores algo más modestos, y con algunas fluctuaciones escalonadas, hasta llegar a la «Pequeña Edad del Hielo», a la que nos referiremos en un siguiente artículo, que se inicia en el siglo XIII y se desarrollará especialmente durante el siglo XIV y siglos sucesivos, con avances y retrocesos, hasta mediados del siglo XIX.
Fuentes:
  • José Luis Comellas – Historia de los Cambios Climáticos
  • Antón Uriarte Cantolla – Historia del Clima de la Tierra
  • José Fernando Isaza Delgado, Diógenes Campos Romero – Cambio Climático. Glaciaciones y calentamiento global
  • David Wallace-Wells – El planeta inhóspito: La vida después del calentamiento
  • Mario Molina, José Sarukhán – El cambio climático. Causas, efectos y soluciones
  • Tim Flannery – La amenaza del cambio climático
  • Edward J. Tarbuck – Ciencias de la Tierra
  • Gorshkov – Geología General
  • Santiago Escuain – La Edad de las Formaciones Geológicas
  • Artículo de este Blog: Eras Geológicas de la Tierra
  • Edward Gibbon – Historia de la decadencia y caída del Imperio romano
  • Joseph H. Reichoff – Historia natural del último milenio
  • James Churchward – El continente perdido de Mu
  • Immanuel Velikovski – Mundos en Colisión
  • Lawrence Solomon – Historia de la temperatura
  • Amanda Laoupi – Arqueología de desastres. la ciencia de los archeodisasters
  • David Keys – Catástrofe: En busca de los orígenes del mundo moderno
  • Samuel Noah Kramer – La historia empieza en Sumer
  • Niels Schrøder, L. H. Pedersen, R. Joll – 10.000 Years of Climate Change and Human Impact on the Environment in the Area Surrounding Lejre
  • Carole L. Crumley y William H. Marquardt – Historical Approaches to the Assessment of Global Climate Change Impacts
  • John R. Gribbin – Ice Age: The Theory That Came In From The Cold!
  • William J. Borroughs – A Guide to Weather
  • Schmidt, C. Kamenik y M. Roth – The Archaeology of Mediterranean Landscapes: Human-Environment Interaction
  • Mc Dermott –Centennial-scale Holocene climate variability
  • Gerard. C. Bond- Iceberg Discharge into the North Atlantic on Millennial Time Scales during the Last Glaciation
  • John Imbrie – Ice Ages: Solving the Mystery
  • Fuente
  • https://oldcivilizations.wordpress.com

¿Qué sabemos sobre los cambios climáticos en la Tierra? –  Desde el siglo XIX y Futuro



Tal como dijimos en los anteriores artículos, ahora que todo el mundo habla del cambio climático hay que revisar la historia del clima en la Tierra a fin de entender mejor lo que ha sucedido y puede suceder, así como verlo todo desde una perspectiva más objetiva. Entre otras polémicas, hay una fuerte controversia entre quienes niegan la influencia humana en el previsible cambio climático en que estamos inmersos y los que defienden la intervención humana en el cambio climático, aunque difieran en el porcentaje de intervención humana en el clima. Lo que nadie puede discutir son los altos niveles de contaminación en el aire y los mares debido a la acción humana, como incendios, coches, aviones, cruceros, aerosoles, vertidos descontrolados, agricultura, ganadería, etc… En este articulo continuamos lo relatado en el anterior artículo sobre el clima durante el Cuaternario, y lo centramos especialmente desde mediados del siglo XIX hasta la actualidad, en lo que podríamos considerar en gran parte la Edad Contemporánea. También, en base a lo visto en los dos anteriores artículos y una parte de éste, intentaremos hacer una cierta predicción sobre lo que puede acontecer en el futuro en relación al clima, a partir de datos de tiempos pasados y actuales, aún sabiendo lo difícil que ello es y teniendo en cuenta que la ciencia no se pone de acuerdo sobre ello. A pesar de los posibles beneficios que el aumento moderado de las temperaturas y el incremento del CO2 podría reportar a la humanidad a corto plazo, como menos frío en invierno, una mayor temporada de crecimiento de la vegetación, que absorbe el CO2, más biomasa a escala global, etc., existe una amplia mayoría de opinión, expresada por organizaciones científicas, políticas, sociales y medios de comunicación, que piensa que serán mayores los perjuicios, por lo que prefieren que se haga algo para reducir las emisiones. Pero, por otro lado, podríamos estar en camino de un nuevo período frío alrededor del 2030, si nos guiamos por estudios que indican, entre otros factores, el debilitamiento de la corriente del Golfo, que influye en que las temperaturas en Europa sean bastante benignas, y en las posibilidades de un nuevo mínimo solar. Seguramente todavía hay demasiados intereses en juego con respecto al llamado cambio climático, que incluso se utiliza en temas geoestratégicos. Y, tal vez, se esté utilizando tecnología como el HAARP para manipular el clima, tal como algunos investigadores sugieren, aunque es difícil aportar pruebas. Pero debemos confiar en el futuro. Y si existen factores cósmicos o naturales, como supervolcanes, que alteran nuestro clima, actualmente poco podemos hacer para evitarlos. El fin de la Tierra, o tal vez de nuestra especie, llegará algún día, como pasó con los dinosaurios, pero no sabemos cómo ni cuándo, como tampoco lo sabemos a nivel individual.
La historia climática de la segunda mitad del siglo XIX no es especialmente remarcable, pero sí que supone el inicio de un nuevo proceso de calentamiento después de acabada la Pequeña Edad de Hielo, que había ocurrido entre el siglo XIV y mediados del siglo XIX. Ello implicaba que la segunda mitad del siglo XIX fuese un nuevo período con un claro ascenso de las temperaturas, como lo fue el Periodo Cálido Medieval, ocurrido hacía unos mil años. El hecho de que las temperaturas se hayan recuperado con respecto al frío anterior de la Pequeña Edad de Hielo, resulta positivo, por cuanto nos acerca a una temperatura ideal para un desarrollo más satisfactorio de la vida humana, tal como hemos podido ver a lo largo de la historia del clima. Desde finales del siglo XIX numerosos climatólogos han intentado averiguar cuáles son las condiciones ideales para vivir o cual es el umbral térmico en el que la mayoría de personas dice sentirse confortable. En ocasiones este valor ideal puede verse alterado por factores psicológicos, pero fisiológicamente nuestro cuerpo tiene unos mecanismos de termorregulación que se activan cuando hace demasiado frío o calor, y que, en cambio, no se ven alterados cuando nos encontramos en un equilibrio térmico. Este equilibrio térmico, no sólo depende de la temperatura, sino también de otras variables, como la humedad, el viento y la radiación solar, que cobran especial relevancia. Teniendo en cuenta todos estos factores podemos evaluar la sensación térmica que siente nuestro cuerpo, aunque la temperatura real del aire sea diferente. De todos es sabido que a una misma temperatura de, por ejemplo, 30 grados, la sensación de calor es mayor cuanta más alta sea la humedad. Sin embargo, cuando las temperaturas son bajas, la sensación de frío también aumenta si la humedad relativa del aire está en valores muy elevados. No obstante, cabe destacar que los valores extremos de humedad no son buenos para la salud. Mientras que valores inferiores al 20% pueden ocasionar problemas e infecciones en las vías respiratorias, humedades superiores al 80% tampoco son recomendables y permiten la proliferación de ácaros, hongos, bacterias y virus. Por otro lado, el viento siempre tiende a hacer descender la sensación térmica, aunque no en todos los casos, ya que con temperaturas superiores a 40 grados la sensación de calor aumenta cuanto más fuerte sople el viento. Una vez tenidos en cuenta todos estos diversos factores, a lo largo del siglo XX los diferentes climatólogos han elaborado diversas cartas bioclimáticas o de confort térmico. Las más aceptadas indican que con sensación térmica de entre 21 y 26 grados nuestro cuerpo estará en total armonía y equilibro con el entorno. Esto, por ejemplo, quiere decir, que un día con una temperatura real de 28 grados, pero con cielos nubosos, una humedad baja y bastante viento, será igual de confortable, térmicamente hablando, que otro día con 20 grados, humedad alta, mucho sol y viento en calma. Tomando en cuenta tan sólo estas variables, podemos concluir que con temperaturas entre los 21 y los 26 grados y humedades comprendidas entre el 30 y el 60 por ciento, en la mayoría de los casos nos sentiremos confortables.

Pero estos datos han de ser aceptados con reservas, puesto que el óptimo térmico depende de muchas circunstancias, aparte de las antes indicadas, como la ropa utilizada, la edad, etc. Y sabemos que la temperatura media de la Tierra, a comienzos del siglo XXI, es de 15,8 grados: lo que quiere decir que al aire libre y a la sombra es más fácil que en distintos lugares de la Tierra tengamos más bien frío que calor, lo que es curioso cuando hablamos de calentamiento. Evidentemente, según la región donde estemos y la estación en que nos encontremos, la temperatura media será diferente. Si ello es así, podemos pensar que un cierto proceso de calentamiento sería deseable para gran parte de los seres humanos. Pero lo que más alarma a bastantes científicos, de cara al futuro, es que la intervención humana, a la que se atribuye el proceso de calentamiento actual, se mantenga de forma indefinida hasta extremos que puedan resultar peligrosos y, tal vez, irreversibles. Pero el único punto que se menciona generalmente es el relativo a la elevación de las temperaturas. No obstante, en realidad, el clima está basado en manifestaciones meteorológicas como la nubosidad, las lluvias, los vientos, los temporales, los contrastes entre las estaciones. Todos ellos son fenómenos que condicionan nuestra vida, nuestros viajes, nuestras cosechas, etc. Tenemos la impresión de que los que se preocupan por el cambio climático solo consideran el fenómeno del calentamiento, como si el resto de los componentes del clima no les preocupase. En el primer artículo explicamos que, aproximadamente entre hace 8000 y 6000 años, lo que ahora es el desierto del Sahara se convirtió en una verde pradera en la que crecían árboles, corrían ríos, había grandes lagos de agua dulce, y lo poblaban animales de todas clases, así como seres humanos. En aquellos tiempos, los monzones, atraídos por las bajas presiones del verano, alcanzaban parte de África y descargaban sus lluvias en las regiones montañosas del centro del Sahara. Estas lluvias provocaron que surgiesen al menos tres ríos, dos de los cuales eran afluentes del Nilo, y el tercero desembocaba en el Mediterráneo. El lago Tchad, hoy salado y muy seco, era entonces tan extenso como toda la Península Ibérica, y en los ríos que desembocaban en él proliferaban moluscos de agua dulce. Había otras zonas cubiertas de agua en la región, donde hoy está la desolada ciudad de Tombuctú, en la República de Malí. Toda la mitad sur del Sahara y la vecina región del Sahel eran entonces una zona relativamente abundante en agua, en la que crecían árboles y matas de hierba fresca, y en la que vivían animales que se alimentaban de aquella vegetación. Había también animales como los cocodrilos e hipopótamos. Pero hace 5500 años la humedad comenzó a disminuir en el sur del Sahara y en otras regiones. De esta manera, hace 4000 años aquellas tierras eran casi tan desérticas como hoy. Sin embargo, las temperaturas eran tan cálidas como las de hoy día. Pero cuando había un régimen de lluvias era un vergel y cuando dejaron de llegar lluvias se convirtió en un desierto. Cuando se habla de la frecuencia de los ciclones tropicales, del fenómeno de El Niño o a las sequías del Sahel africano, se atribuyen normalmente a un único fenómeno, el «calentamiento global». Pero, ¿tienen razón los que se alarman ante este calentamiento?

Por lo que respecta a la evolución del clima hasta inicios del siglo XX, debemos decir que en aquel tiempo no se consideraba precisamente alarmante el ascenso de las temperaturas, ya que se venía de una larga época en que había predominado el frío. Tampoco había un suficiente nivel de información climática, por lo que la contaminación atmosférica, que ya era muy alta en algunas zonas de Europa y Norteamérica, no era motivo de preocupación. El siglo XIX se caracterizó, sobre todo en los países más adelantados, por el inicio de la Revolución Industrial, una revolución en el aspecto económico, social, así como en las formas de vida y convivencia, en las costumbres y en los movimientos políticos y sociales. La Revolución Industrial estuvo basada principalmente en el carbón y el hierro. Sin carbón y sin hierro no hubiera sido posible construir los ferrocarriles, que representaron la «nueva aurora de la humanidad», según decía Augusto Comte, filósofo francés, considerado el creador del positivismo y de la sociología. Al tiempo que se acababa la sociedad preindustrial y se construía una sociedad de clases dirigida por la burguesía, se desarrollaba un movimiento obrero, en nombre del cual se propusieron alternativas al capitalismo. Más profundas fueron las transformaciones políticas e ideológicas, como la revolución liberal, así como el auge de los nacionalismos y de los totalitarismos. También se asistió a importantes cambios geoestratégicos y a las más horribles guerras conocidas por la humanidad. La ciencia y la cultura entraron en un periodo de extraordinario desarrollo, mientras que el arte y la literatura contemporáneos, abiertos a un público y un mercado cada vez más amplios, se vieron sometidos al impacto de los nuevos medios de comunicación de masas, tanto los escritos como los audiovisuales, lo que provocó una verdadera crisis de identidad, que comenzó con el impresionismo y con las vanguardias intelectuales. La Edad Contemporánea representa un periodo en que triunfan y alcanzan todo su potencial de desarrollo las fuerzas económicas y sociales que durante la Edad Moderna se habían ido gestando lentamente, tales como el capitalismo y la burguesía; así como entidades políticas como la nación y el Estado. En el siglo XIX todos estos distintos elementos confluyeron para conformar la formación del estado liberal europeo clásico, surgido tras la crisis del Antiguo Régimen, que había sido socavado ideológicamente por el ataque intelectual de la Ilustración a todo lo que no se justificase mediante la razón, como los privilegios contrarios a la igualdad o la economía contraria a la libertad de mercado propugnada por Adam Smith, mediante la publicación de La riqueza de las naciones, en 1776.

Pero, a pesar de lo espectacular de las revoluciones y de lo inspirador de sus ideales de libertad, igualdad y fraternidad, junto con la idea de propiedad, el escritor italiano Giuseppe Tomasi di Lampedusa, autor de El gatopardo, ambientado en la Unificación italiana, definió el cinismo con el que los partidarios del Antiguo Régimen se amoldaron al triunfo inevitable de la revolución, usándolo en su propio beneficio, situación definida en una frase lapidaria del propio Lampedusa: “Que todo cambie para que todo siga igual“. El Nuevo Régimen fue regido por una clase dirigente de composición muy variada que, junto con la vieja aristocracia, incluyó por primera vez a la pujante burguesía responsable de la acumulación de capital. La burguesía, tras su acceso al poder, pasó de revolucionaria a conservadora, consciente de la precariedad de su situación en la cúspide de una pirámide cuya base era la gran masa de proletarios, que además estaba dividida por las fronteras de unos estados nacionales con sus propios mercados nacionales que, a su vez, controlaban un espacio exterior disponible para su expansión colonial. El resultado de la era del ferrocarril sería, en cierto modo, el inicio de la globalización. El barco de vapor y de hélice, capaz de surcar todos los mares con gran rapidez y seguridad, también ayudaron a la globalización. El acero, una aleación de hierro y carbono, pasó a resultar más fácil de obtener y resultó muy útil en la nueva época industrial y técnica. Vemos que el empleo de los combustibles fósiles para producir energía fue la base de la revolución industrial y tecnológica. Durante el siglo XIX lo fue con el carbón, mientras que en el siglo XX y lo que llevamos del siglo XXI lo ha sido con el petróleo y sus derivados. Por lo tanto, quemar combustibles fósiles para hacer funcionar máquinas ha sido símbolo de progreso y de civilización. Solo en tiempos relativamente recientes se ha convertido también en fuente de preocupaciones sobre nuestro porvenir, especialmente por sus repercusiones climáticas. Pero el empleo del carbón mineral se retrasó durante siglos ya que se suponía que los productos que crecían o se encontraban bajo tierra eran perjudiciales. Por ejemplo, la patata era considerada venenosa, aunque se supiera que los nativos americanos recurrían a ella para su alimentación. En Europa la patata apenas se usaba más que como planta decorativa, que se conservaba en macetas. Solo en el siglo XVII, y sobre todo en el XVIII, en años de hambre, empezó a utilizarse como alimento y se descubrió que aquel tubérculo era sano, sabroso y nutritivo. Fue, se dice, una consecuencia de los años difíciles de la Pequeña Edad de Hielo.

El carbón mineral era considerado también como nocivo y hasta diabólico. Solo en algunos sitios, como en Inglaterra, deforestada debido al aumento de población y la necesidad de transformar los bosques en cultivos, se comenzó a utilizar por necesidad el llamado carbón de piedra, que en la región de los Midlands, que es el nombre con el que se conoce el área de la actual Inglaterra y que aproximadamente se corresponde con el que ocupaba el Reino de Mercia en la temprana Edad Media, aparece a muy poca profundidad; y se descubrió con sorpresa que arde muy bien, produce más calor y rinde mucho más que el carbón de leña. Fue allí y en aquel tiempo cuando comenzó la Revolución Industrial y, con ella, una nueva edad en la historia humana. El carbón fue cada vez más utilizado por la industria, los ferrocarriles y los barcos. Los países ricos en carbón, tales el centro de Inglaterra, Bélgica, la cuenca del Ruhr, en Alemania, y Silesia, se convirtieron en las zonas más desarrolladas del mundo. Luego crecería Pittsburgh, entre Nueva York y Chicago, al pie de otras ricas minas de carbón, y comenzaría el proceso de industrialización de los Estados Unidos. Los altos hornos y las fábricas exhalaban enormes cantidades de humo negro, que entonces simbolizaban el progreso. Essen y Sheffield competían entre sí por ser la ciudad del mundo con más chimeneas humeantes. La industria, por apestosos que fueran sus humos, significaba empleo, progreso y riqueza. El mismo pintor inglés Joseph Mallord William Turner, el pintor de los crepusculares días del año sin verano. representó también en uno de sus más famosos cuadros el «Great Western», el tren arrastrado por la locomotora más poderosa del mundo, llenando el espacio con sus torrentes de humo. Nadie era entonces consciente de lo que hoy llamamos contaminación, o cuando menos no lo consideraba un problema. Pero nos podemos preguntar qué efectos causó la revolución industrial en el clima. Queda claro que la combustión del carbón incrementó la tasa de CO2 en el mundo. Muchas ciudades se contaminaron a causa de la liberación de grandes cantidades de humo que produjeron el ennegrecimiento de los edificios y contaminaron el ambiente. El dióxido de carbono liberado a la atmósfera, junto con otros gases industriales que no son favorables para la salud humana, contribuyeron a ensuciar los pulmones de la gente y a provocar enfermedades respiratorias, como la tuberculosis, una enfermedad causada por una bacteria que casi siempre afecta a los pulmones. Efectivamente, muchos artistas y escritores del romanticismo murieron de tuberculosis, entre ellos Schiller, Keats, Chopin, Weber, Anton Chejov, Washington Irving o Gustavo Adolfo Bécquer. La enfermedad existe desde hace muchos siglos y persistió después de que Robert Koch descubriera su bacilo. Pero nunca tanta gente, e incluso gente importante y no precisamente relacionada con los niveles más pobres de la sociedad, murió, casi siempre en años de juventud, debido a la tuberculosis.

La contaminación de los ambientes debido a la combustión del carbón, en una época en que éste era la base económica de Occidente, fue muy visible y muy poco criticada, afectando principalmente a los habitantes de los míseros suburbios y a los trabajadores de las factorías. De la combustión del carbón, o de la reacción del carbono con el oxígeno, altamente energética, surge el dióxido de carbono (CO2). El dióxido de carbono procede de cualquier tipo de combustión, incluyendo la respiración humana y de los animales. En efecto, se llama respiración al proceso mediante el cual los seres vivos intercambian gases con el medio externo. Consiste en la entrada de oxígeno al cuerpo de un ser vivo, humanos o animales, y la salida de dióxido de carbono del mismo. En cambio, las plantas absorben dióxido de carbono atmosférico (CO2) y elaboran azúcares y oxígeno durante la fotosíntesis. Pero la utilización masiva del carbón por el hombre para obtener energía mecánica se aceleró en el siglo XIX. Sin embargo, actualmente seguimos contaminando y lanzando a la atmósfera gases de efecto invernadero. Es más, en los siglos XX y XXI se ha quemado y aún se sigue quemando más carbón que durante el siglo XIX. Pero es realmente en el siglo XIX cuando comenzó a aumentar la tasa de CO2 presente en la atmósfera. El CO2 es uno de los gases de efecto invernadero, el más conocido de todos, por la difusión que se le ha dado, aunque se encuentre por debajo, en cuanto a sus efectos invernadero, de otros gases, como el vapor de agua, los aerosoles y el metano. Una pregunta que nos podemos hacer es si, durante la segunda mitad del siglo XIX, hay una relación directa entre la liberación a la atmósfera de una tasa creciente de CO2 y el aumento de las temperaturas en la Tierra. Parece claro que los gases provocados por la Revolución Industrial son altamente contaminantes y pudieron provocar un empeoramiento de la salud, sobre todo en las zonas urbanas de los países más desarrollados. También parece evidente que esos gases han causado un proceso de calentamiento. El hombre contaminó, de una forma u otra, como con la agricultura y la ganadería, por lo menos desde el neolítico, pero se incrementó a partir de la Revolución Industrial. Aunque tenemos que tener en cuenta que no siempre es lo mismo contaminación que calentamiento. Las latas de conserva, de envoltorios de plástico y de otros tipos de basura que encontramos en demasiados lugares, influyen en la contaminación de tierras, ríos y mares, pero no influyen en el clima.

Sin embargo, cuando entramos en la Revolución Industrial, la contaminación y el calentamiento parecen ser dos fenómenos relacionados entre sí. Pero lo que aún necesita más investigación es si el calentamiento también es inducido por otros factores distintos a los debidos a la acción humana. No obstante, no deja de ser curioso que durante el siglo XIX, una época tremendamente contaminante, la temperatura se elevase en solo unas décimas de grado como promedio, lo que no era considerado alarmante. Pero sí que fue el principio de una época de calentamiento que aún no ha terminado. Por testimonios termométricos sabemos que las temperaturas comenzaron a subir en Bélgica y Holanda alrededor del 1820 y sobre todo desde el año 1830. En Gran Bretaña, el proceso está registrado a partir de 1830, y en un proceso acelerado hasta el 1850. En Alemania no es evidente hasta el 1860. Pero, en general, el calentamiento se agudizó y generalizó durante la segunda mitad del XIX, mientras que en la primera mitad se advertían todavía los últimos efectos de la Pequeña Edad de Hielo. La década de 1850-1860 registró una subida suave de las temperaturas, mientras que la tendencia al calentamiento se aceleró durante el periodo 1860-1875, sin que todavía hubiesen mensajes alarmistas al respecto. Los datos reflejan un mantenimiento de las temperaturas entre 1875 y 1880, mientras  que entre 1880 y 1895 se produjo un suave descenso, sin llegar al relativo frío de la primera mitad del siglo XIX. Esto parecería indicar un frenazo en el proceso de calentamiento debido, tal vez, a una ralentización de la revolución industrial, Pero no fue así, sino que en el último cuarto del siglo XIX hubo un progreso tecnológico sin precedentes y la industrialización se extendió a muchos países del mundo a los que hasta entonces no había llegado. Ello ya nos daría un cierto indicio de que el calentamiento causado por el ser humano no fue el único factor del proceso de elevación de las temperaturas. Algún factor distinto al ser humano debió contribuir al ligero enfriamiento. De todos modos, como ya hemos visto en los anteriores artículos, un proceso climático sufre frecuentes fluctuaciones u oscilaciones.

En el siglo XIX aparece un nuevo tipo de literatura de divulgación científica, con dos concepciones intelectuales de la época: el socialismo romántico y el positivismo. El socialismo romántico se basa en la ciencia y la industria como elementos necesarios para un porvenir de felicidad y armonía, acompañado de un mayor progreso material y moral. El positivismo implica una nueva visión del mundo y una nueva manera de actuar en las distintas áreas de la actividad humana, en que la razón se convierte en el único principio válido. En la literatura, las ideas positivistas de Auguste Comte influirían en la aparición de un nuevo tipo de novela, la novela “realista“, basada en su verosimilitud. Es en este siglo XIX cuando nace una verdadera necesidad de vulgarizar todos los conocimientos científicos. Los Viajes extraordinarios de Julio Verne nacen en aquel momento. La ciencia y la industria estaban en pleno auge, favorecidas en Francia por el ambiente creado por el emperador Napoleón III, que lo fue entre 1852 y 1870. La filosofía política de Napoleón III era una mezcla de romanticismo, de liberalismo autoritario y de socialismo utópico, aunque en los últimos años fue un defensor del tradicionalismo y del catolicismo. Fueron unos momentos en los que parecía cumplirse la profecía de una Nueva Edad de Oro que propugnaba el filósofo, economista y teórico social francés Henri de Saint-Simon. Si durante la Revolución francesa se realizaron los primeros intentos de implantar el socialismo, no sería hasta finalizado el periodo napoleónico que emergería de nuevo. Nacería con toda la fuerza del romanticismo. Cuando las conciencias europeas sintieron decaer su orden social, surgieron los nombres de Saint-Simon, Owen, o Fourier, que creían poder proporcionar esperanzas y proyectos futuros a la sociedad. Se trataba de sistemas socialistas basados en la completa realización del hombre, en el desarrollo de sus capacidades y en colmar sus necesidades físicas, morales e intelectuales. Charles Fourier es otra de las figuras destacadas dentro del movimiento socialista romántico. Sus ideas eran más radicales, más elaboradas y más fantasiosas que las de Saint-Simon. La sociedad que propugnaba tenía como objetivo la satisfacción de todos los placeres y necesidades humanas. Era una crítica completa a la sociedad de la época. La diferencia más notable que le separaba de Saint-Simon es que mientras que éste intentaba cambiar la naturaleza humana, Fourier. por el contrario, tomaba al hombre tal como era, un ser lleno de pasiones y deseos. Es decir, que mientras que Saint-Simon trabajaba con grandes grupos, Fourier lo hacía con individuos, con su gran diversidad de caracteres.

Ambos conceden importancia al trabajo, actividad con la cual el hombre se identifica y auto realiza. El trabajo deja de ser una actividad esclavizadora para convertirse en una actividad necesaria, en la que el hombre se integra plenamente en la sociedad. La revolución de 1830, en que las barricadas de París llevan al trono a Luis Felipe de Orleans, se extiende por todo el continente europeo, con la independencia de Bélgica y los movimientos en Alemania, Italia y Polonia. En Inglaterra, en cambio, se opta por la estrategia reformista, que consiguió aumentar lentamente la representatividad del sistema político, aunque el sufragio universal tuvo que esperar hasta el siglo XX. La era revolucionaria se cerrará con la revolución de 1848, que fue la más generalizada por todo el continente, iniciada también en París y difundida por Italia y toda Europa Central, e inicialmente la más exitosa, ya que en pocos meses cayeron la mayor parte de los gobiernos afectados. Pero, en realidad, estos movimientos revolucionarios no condujeron a la formación de regímenes que lograran suficiente continuidad, y en la totalidad de los casos la situación política se recondujo nuevamente hacia la moderación. En el caso de Francia, una insurrección logró derrocar a la monarquía reinante, dando paso a la Segunda República, que duraría hasta el golpe de estado de 1851, del que se instauraría el Segundo Imperio con Napoleón III (1852-1870); mientras que en Italia, después del estallido de la Primera Guerra de la Independencia Italiana, dio paso al comienzo de la unificación del país, que no culminaría hasta 1870. En cambio, en Alemania la revolución duró hasta 1849 y, pese a su fracaso parcial, fue el precedente directo de la eventual disolución de Confederación Germánica, en 1866, del que surgió el debate sobre el proceso de unificación alemana. Las fuerzas históricas cambian de tendencia y la burguesía pasa de revolucionaria a conservadora, mientras el movimiento obrero comienza a organizarse; aunque los que movilizan a las poblaciones serán los movimientos nacionalistas. Fuera del mundo occidental, tenemos la Era Meiji, en Japón (1868), la fallida Rebelión de los cipayos en India (1857), los Jóvenes Otomanos y Jóvenes Turcos en el Imperio otomano (1871 y 1908). Rebeliones como la de Taiping (1850) y de los bóxers (1900-1901) mostraron el descontento social que más tarde desencadenó el levantamiento de Wuchang en 1911, que abolió el Imperio chino. Por otro lado, distintas iniciativas de reforma del Imperio ruso y otras llevaron hasta la Primera Guerra Mundial.
Volviendo al clima, el proceso de calentamiento iniciado hacia 1850 no fue un episodio aislado. Los cinco últimos años del siglo XIX son de un ascenso continuo y rápido de las temperaturas, de tal manera que el año 1900, el último del siglo, fue el más caluroso del siglo XIX. Pero la década de 1880 y la primera mitad de la década de 1890 fueron más bien fríos, sin que la media dejase de ser superior a la del periodo de 1800 a 1850. Con todo, hubo algunos inviernos claramente fríos, especialmente en Europa. Todavía en los años 1894-1895 se observaron témpanos de hielo en el río Támesis, que dificultaron la navegación. Pero desde entonces el río Támesis no ha vuelto a helarse. También en Escandinavia y Alemania se produjeron significativas heladas. Mientras en las costa del sur de España los termómetros descendieron hasta 0ºC, un valor excepcional en aquella zona, en Washington se alcanzó una temperatura mínima de −26ºC., también un hecho anormal. Pero todo indica que este frío temporal se limitó al hemisferio norte. Lo que sí sucedió es que, al mismo tiempo, en el hemisferio sur sufrieron una sequía de tres años, de 1877 a 1879, provocada por El Niño, que agravó una crisis económica de alcance global. Cuando unos pescadores de las costas del norte de Perú se percataron de la temperatura inusualmente cálida de las aguas del océano Pacífico en diciembre, nombraron a aquel fenómeno El Niño, en memoria de la época navideña. Con este nombre se sigue conociendo este fenómeno en América del Sur, que puede tener efectos sobre otras partes del mundo. Otro fenómeno es La Niña, que es el fenómeno opuesto al El Niño. Se considera que ambos fenómenos, de El Niño y La Niña, forman parte de la Oscilación del Sur de El Niño (ENSO), que representan al conjunto de cambios en los patrones de temperatura de viento y mar que provocan temperaturas superficiales del océano Pacífico anormalmente frías o cálidas, durante períodos largos que abarcan desde unos pocos meses hasta poco más de un año. De acuerdo con la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA), los episodios del Niño y la Niña ocurren cada 3 a 5 años, pero con variaciones. La superficie de los océanos se enfría y se calienta de acuerdo con la fuerza de los vientos alisios, que son aquellos vientos superficiales que soplan entre los trópicos, desde el noreste hacia el suroeste en el hemisferio norte, y desde el sureste hacia el noroeste en el hemisferio sur, permitiendo que el Pacífico central se mantenga relativamente fresco. Es la temperatura del océano la que establece el clima, los patrones de lluvia y los patrones de viento que afectan a la Tierra. Mientras menos cantidad de agua se evapora, menos lluvia cae.

El Niño es el resultado de vientos alisios más débiles de lo que suelen ser. Entonces, el agua cálida se acumula a lo largo de las zonas ecuatoriales y se mueve hacia el este, justo en la zona oriental del océano Pacífico, cercana a la costa de Perú. Como la superficie del agua es más caliente de lo normal, la atmósfera también se calienta, hecho que ocasiona que el aire húmedo se eleve, forme nubes y se produzcan tormentas. La Niña es todo lo contrario. Dado que los vientos alisios se fortalecen, el agua fría se acumula en la región ecuatorial del Pacífico oriental, cerca de la costa peruana. En consecuencia, la atmósfera se enfría por el contacto con las frías aguas superficiales del océano y, a causa del frío, el agua no se evapora y el aire no se eleva, así que el nivel de lluvias y tormentas disminuye de forma anómala. De acuerdo con la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA), los episodios de El Niño y La Niña ocurren cada 3 a 5 años, pero este período puede variar. El ciclo de Oscilación del Sur de El Niño (ENSO) puede producirse cada 3 a 7 años, según el Observatorio de la Tierra de la NASA, y no es raro que después de El Niño ocurra La Niña. Las características de El Niño son que los vientos alisios se debilitan; la temperatura superficial del océano se eleva; se presenta mayor nubosidad; se produce abundancia de precipitaciones; ocurre a intervalos de 3 a 7 años, con una duración de 9 meses a 2 años. Los efectos de El Niño son que, en general, las condiciones climáticas del Pacífico se modifican, pero Sudamérica recibe los efectos de manera más directa. En Perú y Ecuador se experimenta un clima muy cálido y húmedo de abril a octubre, y las lluvias frecuentes pueden ocasionar graves inundaciones. En las costas sudamericanas disminuye el nivel de nutrientes, pues el agua fría es más rica en estos, por lo que muchos peces pueden morir. Esta disminución de especies daña la industria pesquera. En invierno, el noroeste del Pacífico, en Estados Unidos, recibe menos precipitaciones, mientras que el sur de California y la costa del Golfo del mismo país reciben más lluvias y tormentas. Mientras tanto, Australia, el sur de África y Brasil experimentan sequías. En México y el sureste de Estados Unidos se producen menos lluvias, mientras se elevan las probabilidades de tifones en el océano Pacífico. En el océano Atlántico se forman menos huracanes. Por otro lado, las características de La Niña son que los vientos alisios se fortalecen; la temperatura del océano es inusualmente fría; se percibe una escasez de precipitaciones; puede ocurrir cada 3 a 5 años en promedio, pero según los registros históricos el intervalo entre cada evento varía de 2 a 7 años; sus condiciones duran entre 9 y 12 meses, pero los episodios pueden durar hasta 2 años; asimismo, se produce con menos frecuencia que El Niño. Los efectos de La Niña son que, en invierno, las temperaturas son más cálidas en el sureste y más frías en el noreste; Australia e Indonesia experimentan más humedad en el ambiente; el centro-este del Pacífico ecuatorial percibe períodos de temperaturas de la superficie del mar por debajo del promedio; entre diciembre y febrero, la zona norte de Brasil es más húmeda de lo normal; en el centro de los Andes aumentan las lluvias, lo que ocasiona fuertes inundaciones.

Un hecho remarcable es la depresión de 1873, que marca el fin del período de supremacía económica británica y del liberalismo, así como de la expansión basada en el algodón, el carbón, la siderurgia y el ferrocarril. La “fábrica del mundo” parecía agotarse y otros países tomaban el relevo. La industrialización tuvo una faceta internacional de integración de mercados y división internacional del trabajo. El gran momento del librecambio, entre las décadas de 1850 a 1870, fue efímero, pero dejo una profunda huella en las economías y en las mentes de los europeos. La depresión de 1873 fue resultado de una profunda crisis industrial y también agraria. Agotado el empuje del algodón, el vapor y el ferrocarril, eran muchos los países que en Europa y fuera de ella se habían incorporado a la nueva economía industrial. La producción había crecido tanto que hubo situaciones de exceso de oferta. La agricultura europea sufrió en muchos países la competencia de otros productos, como los cereales y la lana, más baratos ya que llegaban desde América a bordo de transportes cada vez más baratos. La difusión de las doctrinas librecambistas habían permitido, junto con el mecanismo del patrón oro, un crecimiento sin precedentes del comercio internacional. Pero la especialización internacional, que hasta entonces era vista como algo positivo, amenazaba con arruinar a los agricultores e industriales. Para muchos países la respuesta fue el proteccionismo y unas políticas autárquicas, que buscaban el autoabastecimiento industrial del país, mediante la sustitución de importaciones por industrias nacionales fuertemente protegidas mediante aranceles elevados. Pero estas políticas primaban industrias poco competitivas. No obstante, se mostraron eficaces para defender los intereses de los sectores industriales nacionales que no podían competir en un mercado internacional. El descubrimiento y utilización de nuevas fuentes de energía, como la electricidad y el petróleo, así como de nuevas tecnologías, como los motores eléctricos o la radio, junto a la expansión de nuevos sectores industriales, como la  química y la electricidad, y de nuevas formas de organización de la industria, permitieron a algunos países salir de la crisis en mejores condiciones que otros países. El imperialismo, representado por la expansión económica y militar de Europa en otros continentes, será otra de las vías para tratar de superar la crisis. En todo caso, cuando la gran depresión comenzó a remitir hacia la década de 1890, la economía mundial había cambiado sustancialmente.

A causa del fenómeno de El Niño de 1877 a 1879, en el norte de Perú, especialmente en la zona de Piura, en Ecuador y parte de las montañas de Bolivia, se produjeron fuertes chubascos y varias inundaciones. También fueron abundantes las lluvias en el norte de Chile. El desastre se produjo allí donde retrocedió la «piscina caliente» del Pacífico, es decir, en Indonesia, Filipinas, la India y sur de China. La piscina de agua caliente del Indo-Pacífico, la mayor región cálida superficial del mar en todo el mundo, parece que crece sobre todo debido a los gases de efecto invernadero. La piscina de agua caliente del Indo-Pacífico, que tiene las mayores precipitaciones y es fundamental para la circulación atmosférica global y el ciclo hidrológico, ha registrado un calentamiento y un crecimiento sustancial durante el siglo XX y también las mayores tasas de aumento del nivel del mar en el mundo. Fue, afirmó el antropólogo Brian Murray Fagan, «el episodio El Niño más fuerte de los trescientos últimos años». En la India apenas descargó el monzón durante tres años consecutivos, ante la angustia de los naturales, que vieron fracasar tres cosechas seguidas. Murieron millones de personas, sobre todo a causa del hambre, aunque es imposible conocer la cifra exacta. Solo en la región de Madrás, en India, perecieron, según determinados informes, millón y medio de seres humanos. Los más ricos tampoco salieron bien librados y muchos tuvieron que vender sus joyas para procurarse alimentos. Las autoridades inglesas, que todavía gobernaban la India, declararon que «remediar el desastre está fuera de nuestras posibilidades», y aunque no faltaron ayudas, resultaron del todo insuficientes. Familias enteras murieron víctimas del hambre, y muchos otros millones quedaron debilitados. Y entonces vino la segunda parte de la tragedia. Al hambre y la debilidad siguió una peste, esta vez de cólera, una enfermedad infecto-contagiosa intestinal aguda, provocada por la bacteria Vibrio cholerae. Parecía que se volvía a los peores años de la Pequeña Edad de Hielo. Mientras tanto, en China el desastre humano no fue menor. Las lluvias no llegaron y gran parte del norte del país se vio invadido por tormentas de polvo seco y amarillo, procedente del desierto, que producía problemas respiratorios a la gente y dañaba la tierra. En la región de Shanxi, ubicada al este de la región Norte de China, murió un tercio de la población. Millones de chinos trataban de emigrar hacia el sur, de un clima generalmente más húmedo. La región de Shanghai recibió cientos de miles de inmigrantes, mientras otros muchos se quedaron en el camino. Mucha gente incluso se alimentaban de las cortezas de los árboles. Por todas estas razones se generalizó el bandidaje. Las autoridades de aquel imperio en decadencia apenas pudieron hacer nada. Se habla de que incluso se produjeron episodios de canibalismo, aunque no existen pruebas concretas.

El invierno de 1877-78 fue de una gran crudeza, con un frío que incrementó la hambruna generalizada. No parecería lógica una tragedia de estas dimensiones a fines del siglo XIX, ya que se supone que las sociedades estaban mucho más avanzadas. Pero la civilización moderna y tecnológica todavía no alcanzaba a algunas partes del mundo que actualmente consideramos como avanzadas, aparte de no disponer de medios de ayuda internacional. Esta tragedia nos recuerda la trascendencia que pueden tener los fenómenos climáticos. Otras partes de Asia del sudeste, incluida Filipinas, donde se perdió la cosecha de arroz, también sufrieron las consecuencias de la falta del monzón. Pero la tragedia también alcanzó a otras partes del mundo, como acostumbra a suceder en los episodios de El Niño. Sin embargo, en Indonesia la sequía no implicó frío, como en China, sino que se mantuvieron las temperaturas propias de las regiones ecuatoriales, con mucho sol y escasez de lluvias. Como consecuencia, de la sequía se registraron grandes incendios de bosques, que fueron registrados por el naturalista británico Henry Forbes. Mientras caían grandes lluvias en California y en Chile, el nordeste de Brasil, en la región que los brasileños llaman Sertâo, una de las cuatro subregiones de la Región Nordeste de Brasil, se sufrió una tremenda sequía. Toda esta zona del Brasil está influenciada en gran manera por El Niño y los monzones, lo mismo que el África ecuatorial. Las informaciones de aquella época hablan de que murieron unas 500.000 personas, en su mayoría agricultores que perdieron sus cosechas. Otras informaciones cuentan que murió un tercio de la población de Fortaleza, una de las tres ciudades más importantes de la región Nordeste de Brasil. Se organizaron expediciones de ayuda, que no siempre llegaron a su destino porque los caballos morían de hambre por el camino, mientras que los que pudieron, emigraron. En efecto, lo que podría ser el mayor El Niño jamás registrado pudo haber causado sequías récord que ayudaron a desencadenar hambrunas desastrosas, probablemente matando a más de 50 millones de personas en todo el mundo, según un nuevo estudio. Además, un fenómeno de El Niño tan extremo podría repetirse en el futuro, agregaron los científicos. De 1876 a 1878 las sequías fueron seguidas por hambrunas en Asia, África y América del Sur que en total mataron hasta el 3% de la población mundial. “No se ha producido un desastre ambiental más mortal desde entonces“, dijo el climatólogo Deepti Singh de la Universidad de Columbia, en Nueva York. Las muertes en India por esta hambruna global llevaron a la enfermera, escritora y estadística británica Florence Nightingale a decir en 1877: “Cuanto más se escucha sobre esta hambruna, más se siente que es un registro tan horrible de sufrimiento y destrucción humana que el mundo nunca ha visto antes“.

Deepti Singh tuvo referencias sobre esta hambruna mundial a partir de un análisis de registros históricos realizado por el historiador Mike Davis, en la Universidad de California, quien sugirió que El Niño jugó un papel en este drama. Para arrojar luz sobre estas hambrunas, Singh y sus colegas analizaron cuatro “atlas de sequía” basados en siglos de datos encontrados en anillos de árboles de todo el mundo. Los troncos de los árboles se dividen en anillos, cada uno de los cuales representa el crecimiento de un árbol en un año determinado y sirve como un registro de las condiciones ambientales experimentadas en ese año. Los anillos más anchos representan más lluvia y más crecimiento, y los anillos más estrechos, menos lluvia y menos crecimiento. Además, los científicos investigaron los niveles de lluvia mensuales globales utilizando la red de climatología histórica global, que archiva datos de más de 20.000 estaciones en todo el planeta, con algunos registros que datan de más de 175 años. También analizaron las estimaciones de las temperaturas globales de la superficie del mar desde aquella época, que se reconstruyeron a partir de datos recopilados por tripulaciones de buques de carga y otras fuentes, según dijo Singh. Los investigadores descubrieron que la hambruna mundial estaba relacionada con el fenómeno El Niño más intenso y persistente descubierto hasta ahora. Según Singh: “Su duración total puede haber sido de 16 a 18 meses“, unos dos a tres meses más que los eventos anteriores de El Niño. Parece que El Niño condujo a sequías extremas, algunas de las cuales involucraron lluvias récord en diversas áreas durante varias estaciones. Asia, una de las regiones más afectadas, experimentó la sequía más intensa de los últimos 800 años. “Hallazgos como este realmente pueden mostrar el impacto de los eventos climáticos en la vida humana“, dijo Catherine Pomposi, científica climática de la Universidad de California, Santa Bárbara, que no participó en esta investigación y que añadió: “Lo bueno de este estudio es que analizó múltiples canales de datos, lo que nos proporciona un poco más de confianza en sus hallazgos“. Singh señaló que el clima no era la única causa de las hambrunas: “Uno puede lidiar con las sequías sin causar hambrunas; los factores políticos y económicos ayudaron a traducir las malas cosechas en hambrunaspero diríamos que la sequía provocó la hambruna“. Los científicos también descubrieron que los océanos Índico y Atlántico Norte tenían temperaturas récord durante este tiempo. Sigue siendo incierto si fue solo una coincidencia que situaciones récord ocurrieran simultáneamente en los océanos Atlántico, Pacífico e Índico. Según Singh: “Varios estudios anteriores han relacionado el comportamiento de los océanos Índico y Atlántico con El Niño, pero no es un vínculo del 100 por cientoPodrían estar relacionados, pero no podemos probarlo“.

Singh advirtió que este récord de El Niño surgió de condiciones naturales “que podrían ocurrir en cualquier momento en el futuroLa investigación futura buscará predecir tales eventos para evitar catástrofes similares e investigar si las sequías serán potencialmente más severas debido a los climas más cálidos“. Un periodista llamado Herbert Smith, que viajó a la zona catastrófica, cuenta que «pasaban aquellos fugitivos, hombres, mujeres y niños, sin llevar nada consigo, medio desnudos, cadavéricos, debilitados por el hambre». Australia también fue víctima de la sequía, que causó la muerte de millares de ovejas. No fue mejor la suerte de África central, que normalmente se beneficia de un régimen de lluvias estacional monzónico. Pero estas lluvias también escasearon. Una de las zonas que más padeció fue la de África del Sur, más influenciable por el fenómeno El Niño que otras zonas. No se registraron muertes humanas entre la población neerlandesa y británica de lo que hoy es la República Sudafricana, pero sí una gran mortandad entre el ganado vacuno y lanar. Sudáfrica, que se había beneficiado por las minas de oro de Orange y de diamantes en Kimberley, padeció una dura crisis. En cambio, los nativos zulúes padecieron una gran hambruna, acompañada de una fuerte epidemia de la enfermedad del sueño provocada por la mosca tse-tsé. También Egipto se vio afectado. Aunque allí no se registró una sequía anormal, ya que la sequía es endémica, disminuyeron fuertemente las crecidas del Nilo durante los años 1877-78, por lo que se perdió la cosecha del algodón egipcio. En resumen, durante aquellos años el mundo entero sufrió el fenómeno de El Niño, lo que provocó la escasez de materias primas y dio lugar a una crisis económica mundial. No se conoce un fenómeno anterior de El Niño que influyese tanto en el mundo entero. Como si los dioses no tuviesen suficiente, después de esta etapa de frío y sequía estalló un volcán, que con sus nubes de polvo y gases provocaron un nuevo descenso de las temperaturas. Lo normal es que primero se produzca la erupción volcánica y luego la época fría, pero en este caso la erupción fue posterior. !Curioso! En este caso el frío se registró durante los años 1878-1880 en varias partes del mundo, como atestiguan tanto los registros termométricos, como las noticias de heladas. Entonces el volcán Krakatoa estalló en 1883, y provocó un nuevo descenso térmico, que duró casi diez años. Pero la historia del Krakatoa nos indica que antes ya entró en erupción varias veces, entre ellas el año 416, coincidiendo con la entrada de los pueblos germánicos en el imperio romano. También el año 535, en que provocó un enfriamiento sin precedentes del que ya hemos hablado en un artículo anterior, y también en el 1661, en plena «Pequeña Edad de Hielo». El Krakatoa está ubicado en una isla del estrecho de la Sonda, entre Java y Sumatra, en una de las zonas más inestables de la Tierra. Cuando tras  200 años de estar inactivo, comenzó una nueva erupción en marzo de 1883, ni los naturales ni los colonos holandeses se alarmaron.

En Indonesia hay nada menos que unos 150 volcanes y es normal que alguno de ellos se encuentre activo en algún momento. En mayo de 1883 se empezó a ver una columna de humo y comenzaron a sacudir a la isla diversos temblores. El 20 de mayo se produjo la primera explosión, que lanzó a la atmósfera gran cantidad de piedras ardientes. Fue entonces cuando se generalizó la alarma entre la población. La situación se fue agravando progresivamente, hasta que en agosto llegó a su máximo. Muchos habitantes de la isla huyeron en todas las embarcaciones disponibles, pero quedaron unos 4.000 que perecieron. El 26 de agosto las explosiones alcanzaron su máximo, llegando a sembrar el pánico en las islas vecinas. Y el 27 de agosto, a las diez de la mañana, explotó la isla entera, que fue lanzada a los aires, como en otra época había pasado en la isla griega de Santorini. La nube de polvo oscureció el día, y en lo que hoy es Yakarta la temperatura descendió de 27 a 18 grados. El Krakatoa se convirtió en uno de los volcanes más destructivos de la historia. Con sus explosiones originó tsunamis gigantescos que arrasaron las costas de Java y Sumatra. “¡Una espesa niebla nos ha envuelto toda la noche! ¡Ni una estrella en el cielo! ¡Y esta terrible noche que ha durado 18 horas!“, escribía Rudolf Adriaan Van Sandick en la mañana del 26 de agosto de 1883 a bordo del Gouverneur-Generaal Loudon, un vapor fondeado en la bahía de Lampung, en el estrecho de Sunda, entre Java y Sumatra. Poco se imaginaba este ingeniero de puentes y caminos holandés que estas impresiones que recogía en su cuaderno eran el preludio de una de las mayores catástrofes naturales de la era moderna, según relató después en su libro En el reino del volcán. Van Sandick fue uno de los pocos supervivientes del cataclismo que provocó la erupción del volcán Krakatoa, considerado uno de los más destructivos de la historia. Su estallido desató una de las explosiones más violentas que la humanidad haya visto jamás, con una potencia 10.000 veces superior a la bomba atómica lanzada sobre Hiroshima. Fueron algo más de 24 horas que los habitantes de las costas del estrecho de Sunda vivieron un auténtico infierno, desde que el Krakatoa entró en erupción a las 13.00 horas del 26 de agosto, hasta la tarde del día siguiente. Provocó gigantescos tsunamis que causaron 36.417 muertos y arrasaron 295 ciudades. La hecatombe se inició con una fuerte explosión, que se oyó a 600 kilómetros de distancia y lanzó lava, piedras y ceniza a 21 km de altura. Una hora después, el estrecho de Sunda estaba sumido en la oscuridad más absoluta, con una lluvia de materias incandescentes que se abatió sobre los barcos que estaban fondeados, mientras que un primer tsunami golpeó las costas de Sumatra y Java. Las explosiones siguieron toda la noche, llegándose a oír en Singapur, a 900 kilómetros. Pero lo peor aún estaba por llegar.

A primera hora del día siguiente, entre las 5.30 y las 8.20 horas, tres violentas explosiones, que se oyeron en Sri Lanka, Manila, y Perth, según el informe del ingeniero holandés Rogier Verbeek, marcaron el inicio de una jornada dantesca. Los estallidos del volcán fueron seguidos por varios tsunamis que, con olas de casi 40 metros de altura, se abatieron sobre las ciudades de Ketimbang, Tjiringin y Telok Betong, en Sumatra, y Anyer y Merak, en Java, arrasándolo todo a su paso.“A Anyer, 27 de agosto, seis de la mañana, la mayoría de habitantes están aún en la cama, una masa de agua negra, enorme, llega con gran estruendo e inunda la ciudad. Después se retira, arrastra al mar a hombres, mujeres y niños. Todo está de nuevo en calma y silencio, se ven cuerpos destrozados y restos de barcos, puentes y árboles. No es más que el principio. Las personas que se han salvado, casi todas ellas heridas, recuperan el aliento. Llega una segunda ola, tiene una altura de unos 35 metros y a su paso arrastra a todos los que habían resistido el primer choque. ¡Anyer ya no existe!”, escribió Van Sandick, que sobrevivió a esos tsunamis gracias a la pericia del capitán de su barco. Y es que al ver el muro de agua que se avecinaba, el capitán Lindeman logró virar su barco para encarar la ola, remontarla y situarse en su cresta. Desde allí, la tripulación y los pasajeros vieron cómo el agua arrasaba la ciudad. La explosión durante la erupción se considera el ruido más potente jamás oído. La violencia del Krakatoa, sin embargo, aún no había llegado a su apogeo. Lo alcanzó a las 10 de la mañana con una cuarta explosión. La más potente. Su estruendo se oyó, cuatro horas después, en la isla Rodrigues (Mauricio), a 4.800 kilómetros. Los expertos la consideran como la explosión más potente jamás oída por el ser humano. Una erupción que lanzó nubes de lava, piedras y ceniza a una altura de 80 kilómetros y que precedió a más tsunamis, que volvieron golpear las costas ya devastadas de Java y Sumatra, penetrando hasta 10 kilómetros y destruyéndolo todo a su paso. Al día siguiente, 28 de agosto, la violencia del Krakatoa cesó, pero la demostración de su poder destructivo era sobrecogedora. El volcán, en sí mismo, desapareció, al igual que el 70% de la superficie de la isla en que se hallaba, como resultado de las explosiones. La región se sumió en la oscuridad más de dos días, y fue tal la cantidad de escombros volcánicos que arrojó a la atmósfera que la temperatura del planeta cayó 1,2 grados centígrados al año siguiente. Sus cenizas cubrieron una superficie de 827.000 kilómetros cuadrados. “Es más que la extensión de Francia, Alemania, Austria, Dinamarca, Islandia, Holanda y Bélgica juntas”, escribió Van Sandick. Se estima que provocó la muerte de 36.417 personas, de las que 35.000 fallecieron como consecuencia de los tsunamis, y 295 ciudades quedaron destruidas.
Desde aquel cataclismo han transcurrido 137 años, pero los vulcanólogos no descartan que el Krakatoa protagonice una nueva catástrofe en el futuro. Desapareció en 1883, pero en 1930 volvió a emerger. La nueva isla fue bautizada con el nombre de Hijo de Krakatoa y desde entonces lo que emergió mantiene una actividad constante y no ha parado de crecer, hasta superar los 300 metros de altura. Por todo ello, algunos climatólogos siguen recordando que aquella catástrofe volcánica fue la mayor de los tiempos históricos, aunque parece que no llegó a alcanzar la magnitud del volcán de la isla griega de Santorini, entre el 1639 y el 1616 a. C., por medio de la datación por radiocarbono, y el volcán Tambora, ubicado en la parte norte de la isla de Sumbawa, Indonesia, que ocurrió en 1815. Con respecto a la erupción del Krakatoa, en Europa el cielo adquirió un tono terroso, con anocheceres rojizos. Los alemanes vieron el Sol de color azul, mientras que los ingleses lo vieron de color verde, y el fenómeno de la Luna azul duró dos o tres años. Para que haya una Luna verdaderamente azul, generalmente es necesario que se produzca una erupción volcánica. En el año 1883, por ejemplo, la gente vio lunas azules prácticamente todas las noches después de que explotó el volcán indonesio Krakatoa. Columnas de cenizas se elevaron hasta los límites mismos de la atmósfera terrestre. ¡Y la Luna se volvió azul! La razón fueron las cenizas del volcán Krakatoa. Algunas de las nubes de cenizas estaban llenas de partículas de una micra de diámetro, aproximadamente el tamaño de la longitud de onda de la luz roja. Las partículas de este tamaño especial dispersan fuertemente la luz roja y permiten que pase la luz azul. En consecuencia, las nubes del volcán Krakatoa actuaron como un filtro azul. La temperatura global descendió entre 1,2º y 1,5º C, según las versiones. La atmósfera no quedó limpia hasta 1885, aunque la temperatura se mantuvo relativamente baja hasta la década de 1890. La catástrofe del Krakatoa también fue plasmada en la literatura y el arte. El vulcanólogo John Davidson, del Instituto de Ciencias de la Tierra de la universidad de Durham, ha declarado que una nueva explosión del Krakatoa, que podría ser mayor que la de 1883, es inevitable, pero es imposible predecir cuándo va a ocurrir. Todo parece indicar que el relativo frío que se sintió en todo el mundo hasta aproximadamente 1894 estuviera agravado por las nubes estratosféricas del Krakatoa. Pero como si el calentamiento tuviera ganas de desquitarse de aquella terrible interrupción, la pendiente de ascenso térmico fue más fuerte que nunca entre 1895 y 1900, que sería la época más cálida del siglo XIX.

La Mer de Glace (Mar de Hielo) es un glaciar que se encuentra en las laderas norte del macizo del Mont Blanc, en los Alpes franceses. Con 7 kilómetros de largo y 200 metros de profundidad, es el glaciar más largo de Francia. En los siglos XVIII y XIX el glaciar descendió hasta el fondo del valle, alcanzando la aldea de Les Bois, por lo que era conocido como glaciar des Bois. En aquella época el río Arveyron surgía desde el glaciar bajo una bóveda parecida a una gruta y atrajo a pintores y fotógrafos más tarde, por ejemplo el famoso pintor paisajista inglés Joseph Mallord William Turner, con su cuadro “The Source of the Arveyron“, pintado el 1816. La posición de su extremo delantero ha fluctuado a lo largo de los años, pero su máxima extensión fue a mediados del siglo XIX. Actualmente solo un tercio del cauce lleva hielo; el resto se ha derretido y secado. En el siglo XIX, la Mer de Glace llegaba hasta el valle de Chamonix, mientras que en el siglo XVIII desembocaba en el rio Arve, y hasta en ocasiones el hielo obligaba a evacuar aldeas y abandonar pastos. Ahora la Mer de Glace produce una cierta desilusión, ya que parece estar a punto de extinguirse. Todo ello se imputa a lo que actualmente se llama «calentamiento global». Esta expresión de «calentamiento global» aparece por primera vez en un trabajo del geofísico estadounidense Wallace Smith Broecker, publicado en 1975 en la revista Science, cuando todavía se hablaba de la inminencia de una quinta glaciación. De hecho no empezó a hablarse de calentamiento global hasta 1988, en que cada vez más aumentó la preocupación por este fenómeno. Desde 1880 hasta el año 2010, 130 años, según el equipo de evaluación térmica GISTEMP, del Instituto de Investigación Goddard de la NASA, la temperatura se ha elevado 0,88 grados, lo que podemos considerar poco alarmante si miramos la historia del clima, e incluso que beneficia a más gente de la que perjudica. Pero el miedo viene de considerar que si este calentamiento es producido por las actividades humanas, podría ser irreversible y comprometer nuestra civilización si no podemos controlarlo a tiempo. Si contemplamos la historia del clima en la Tierra, tenemos que deducir sí nos encontramos en una fase de calentamiento, con las consiguientes oscilaciones de más frío o más calor que son normales a lo largo de la historia, en que las temperaturas son las más altas desde que empezó la Pequeña Edad de Hielo a inicios del siglo XIV. Pero el futuro es normalmente impredecible.

Ya hemos dicho que el año 1900 fue el último y el más cálido del siglo XIX. Luego se entró en el siglo XX con temperaturas que se mantuvieron o tendieron a bajar. Pero el devenir del siglo XX iba a caracterizarse por una casi constante tendencia al alza térmica, por primera vez desde finales del siglo XIII. Las causas de este descenso de principios de siglo XX puede ser que se debiesen a la erupción del volcán Montagne Pelée, (‘Montaña pelada’), en la isla de Martinica, en las Pequeñas Antillas, en mayo de 1902. Cuando Cristóbal Colón, en su segundo viaje, recaló en Martinica, supo que los naturales llamaban a aquel cono rocoso que se alzaba al norte de la isla, «Montaña de Fuego», aunque por entonces no experimentó ninguna erupción. El Pelée es uno de los volcanes más destructivos de la Tierra, y su cono está formado de capas de cenizas volcánicas y lava solidificada. El monte es famoso por la extraordinaria destrucción que provocó su erupción de 1902, en la cual murieron 30.121 personas y que arrasó completamente la región, destrozando St. Pierre, la ciudad más grande y capital de Martinica, con enormes flujos piroclásticos. Sin embargo, no se ha estudiado suficientemente la incidencia climática de aquella explosiva erupción del volcán Montagne Pelée. No hay noticias de cielos oscurecidos como en otras ocasiones, ya que, tal vez, las cenizas sulfurosas no alcanzaron la estratosfera. Pero si que se ha hablado de lunas azules, una clara indicación de alguna erupción volcánica. Hay registros de datos que indican que las temperaturas experimentaron una disminución durante la primera década del siglo XX, alcanzándose un mínimo de temperaturas en 1904. Pero no sabemos si fue consecuencia de las cenizas volcánicas, por otras causas distintas, o por todas ellas a la vez. Actualmente conocemos que uno de los factores que influyen sobre el clima es la progresiva liberación a la atmósfera de grandes cantidades de gases de efecto invernadero, derivados del carbono, como resultado de la combustión de restos fósiles, tanto sólidos, como líquidos o gaseosos, que se desentierran para obtener energía. No obstante, ¿sabemos si hay otros factores que influyan para que las temperaturas experimenten constantes fluctuaciones? Los registros nos indican que desde el 1910 hasta el 1949 hubo una etapa de ascenso casi continuo del calentamiento. Hubieron años de disminución de temperaturas, con olas de frío, así como veranos irregulares y lluviosos en Europa y otras regiones de la zona templada de la Tierra; pero manteniendo una tendencia al calentamiento. Sin embargo, durante la primera mitad del siglo XX en los países fríos se vivía con un clima más benigno, mientras que en los países cálidos el calor aún no era excesivo. En realidad, en esta primera mitad del siglo XX la media termométrica no subió más que 0,3 grados, que aunque parezca poco, tuvo influencia en muchas partes. En las zonas templadas predominaron los vientos del oeste, que fueron húmedos y tibios en Europa, con lluvias frecuentes, pero no excesivas. Se produjo una fuerte diferencia de presión entre el anticiclón de las Azores, que se había reforzado, y las bajas presiones del Atlántico Norte. La corriente del Labrador es una corriente oceánica fría en el norte del océano Atlántico la cual fluye por el sur del océano Ártico a lo largo de la costa de Labrador y pasa alrededor de Terranova, continuando al sur a lo largo de la costa este de Nueva Escocia. Es una continuación de la corriente de Groenlandia Occidental y de la corriente de la isla de Baffin. Se inicia por la corriente del este de Groenlandia que termina en el sur de Groenlandia. La corriente se extiende desde el sureste de Groenlandia hasta el norte y continúa por la costa este de Canadá desde el norte hasta el sur, encontrándose con la corriente de Florida. Pues bien, esta corriente fría de Labrador producía continuas borrascas que se formaban en las zonas donde chocaban el viento frío y el cálido. Como consecuencia de ello se producían remolinos con sus frentes de lluvia, que regaban las costas del este de Estados Unidos y atravesaban el océano Atlántico para regar con lluvia los campos de las Islas Británicas, Francia, el norte de España, Alemania, y prácticamente toda Europa central. Asimismo, estas borrascas llegaban a Rusia con agua o nieve, que ayudaban a reducir las bajas temperaturas. Fue una época de un clima claramente benigno.

Pero esta situación confortable, desde el punto de vista climatológico, quedó truncada por una terrible guerra entre los años 1914 y 1918, en la que se utilizaron adelantos tecnológicos y medios de destrucción superiores a los hasta entonces conocidos, que causó la desolación en casi toda Europa, extendiéndose a gran parte del mundo, con millones de muertos y grandes pérdidas materiales. Al finalizar la Primera Guerra Mundial y declararse el armisticio, los Países Aliados se reunieron en la Conferencia de Paz de París para acordar los términos de la paz con Alemania, el antiguo Imperio Austro-Húngaro, dividido en Hungría y Austria, y Bulgaria. Uno de sus resultados fue el llamado Tratado de Versalles, que fue presentado ante Alemania en mayo de 1919 como única alternativa, ya que su rechazo habría implicado la reanudación de las hostilidades. La delegación y el gobierno alemán consideraron el Tratado como un dictado impuesto a la fuerza sin un mecanismo de consulta o participación. Particularmente molesto fue el precepto, incorporado en el Tratado, de la culpa y responsabilidad de Alemania en la iniciación de la guerra. Esto se convirtió en un elemento de tensión en la política interna en Alemania entre quienes rechazaban de plano todo el Tratado y quienes trataban de atenuar las cláusulas más dañinas contra Alemania, como eran las reparaciones económicas y el aislamiento diplomático. Mientras tanto, el mundo civilizado vivía los «felices años veinte» con la esperanza de un futuro mejor. Aunque se detectaba un ligero aumento de las temperaturas y una época algo más lluviosa de lo normal, los veranos seguían siendo agradables y soleados. Ello impulsó los viajes turísticos para disfrutar de las playas y de las distintas culturas. Pero el progresivo y lento cambio climático no fue positivo para todo el mundo. El profesor de antropología en la Universidad de Santa Bárbara, Brian Fagan, nos explica que los vientos predominantes del oeste desataron importantes tempestades de polvo en los desiertos americanos del interior de California, Arizona, Utah, que invadieron la cuenca del rio Misisipi y causaron enfermedades respiratorias, daños y malas cosechas, aparte de un ambiente desagradable. Puede observarse que lo que en unas partes significó lluvias abundantes, en otras trajo sequías. El Sahel, una zona de transición entre el desierto del Sáhara, al norte, y la sabana sudanesa, al sur, se extiende a través del norte del continente africano, entre el océano Atlántico y el mar Rojo. Es una zona  que avanza o retrocede según las lluvias de cada año y según acontecen cambios climáticos. Se tienen registros de que el Sahel sufrió duras sequías a partir de 1911, y sobre todo en los años 1914-1915. La ganadería, muy importante para las tribus de esa parte de África, sufrió una grave crisis, causando que cientos de miles de seres humanos perdieron la vida, víctimas del hambre y de la sed. “Nos podemos preguntar por las razones de que el lago Chad, uno de los más grandes del mundo, haya perdido más del 90% de su superficie en cuatro décadas. Solía ser el sexto lago más grande del mundo y en las fotos satelitales llamaba la atención el intenso color azul que lo identificaba“. Así describe Mary Harper, editora para África de la BBC, al agonizante lago Chad, que hasta inicios de la década de 1970 era como un mar dentro de África. Pero ahora, el lago compartido por Níger, Nigeria, Chad y Camerún está dividido en múltiples charcas y extensiones de tierra seca. “Los pueblos y ciudades que antes bordeaban la orilla del lago, ahora están separados por hectáreas de desierto“, dice Harper.

La razón de estos cambios geográficos es que el lago Chad ha perdido entre el 80% y 90% de su superficie en las últimas cuatro décadas. El Chad era la principal fuente de agua del Sahel. En la década de 1960 el lago ocupaba un área de 25.000 kilómetros cuadrados y acogía a unas 135 especies de peces, según la Unesco. Pero en la década de 1980 se redujo su superficie a 2.500 kilómetros cuadrados, es decir a un 10% de su tamaño original. Aunque en 2013 las lluvias en la zona registraron un incremento excepcional, la superficie de este lago  aumentó a solo 5.000 km2, es decir, hasta el 20% de lo que fue. Un estudio publicado en la revista científica Environmental Research Letters en 2011 y entidades como Naciones Unidas señalan que la pérdida es incluso superior al 90%. La situación afecta a alrededor de 40 millones de personas, que dependen del lago para obtener agua potable, pescar y cultivar las tierras cercanas. “La sequía ha provocado la pérdida de pastizales y el inicio de la migración hacia la sabana de Guinea, en el sur de la cuenca del lago“, señalan los organizadores de la ICLC. Pero no hay una sola causa para la desaparición del lago Chad. El lago está desapareciendo debido al manejo insostenible del agua para el consumo humano y animal, y al cambio climático. El estudio de Environmental Research Letters atribuye el desastre a la tendencia del lago a dividirse en lagos más pequeños en ciertas temporadas y a la extracción de agua para irrigación, que impide que el lago vuelva a llenarse y ser uno solo. Hay que tener en cuenta que millones de personas dependen de la pesca en el lago Chad para alimentarse. La construcción de represas en los ríos que alimentan el lago, para proyectos hidroeléctricos, también ha tenido un efecto devastador. Además, la población local dice que la cantidad de lluvias ha disminuido progresivamente desde la década de 1970. El lago Chad sigue secándose y, al mismo tiempo, está volviéndose cada vez más salino conforme pasan los años. El reforzamiento del anticiclón subtropical atlántico, o anticiclón de las Azores, ha perjudicado a gran parte del África septentrional, Senegal, Malí, Níger, Chad y Burkina Fasso, así como zonas del norte de Nigeria. También se ha alterado el régimen de lluvias en zonas africanas que ya no dependen del clima atlántico, como es el caso de las crecidas del Nilo, que disminuyeron entre 1910 y 1940 en un 35%. En cambio los monzones de la India se mantuvieron a un buen nivel, excepto el año 1925.

Por contra, los países fríos resultaron beneficiados por este calentamiento, como el caso del sur de Canadá, que experimentó una época de prosperidad sin precedentes. Escandinavia se benefició también de una robustecida corriente del Golfo, que ayudo a deshelar los hielos, que hasta entonces habían sido mucho más frecuentes en aquella zona geográfica. En Islandia la temperatura subió más que en el resto de Europa, estimándose en cerca de dos grados en solo medio siglo. Ello provocó que una isla bastante desolada se convirtiese en un país desarrollado y próspero. En el siglo XIX, a las islas Svalbard, a solo mil kilómetros del Polo Norte, solo se podía llegar durante el verano, mientras que actualmente son accesibles durante la mayor parte del año. Aunque sigue haciendo frío, las temperaturas son mucho más soportables que hace un siglo, y seguramente es una de las partes del mundo que más se ha visto afectado por el calentamiento. Las islas Svalbard son conocidas hoy como El Arca de Noé de los vegetales, por el gigantesco depósito de semillas de todos los vegetales del mundo que se conservan en un túnel cavado en el hielo para su conservación. Pero para cumplir su finalidad, las islas Svalbard no deberían tener nunca un clima cálido. Según James Lovelock, científico independiente y meteorólogo, famoso por la Hipótesis Gaia, que visualiza a la Tierra como un sistema auto-regulado, Canadá, Escandinavia y Siberia serán el último refugio de la humanidad si el calentamiento continúa a un ritmo acelerado e irreversible. Una pregunta que nos podemos hacer es que si las temperaturas del mundo durante el siglo XX no han superado 1º centígrado, ¿a qué se debe que el clima de determinadas zonas haya cambiado tanto? Un aumento promedio de 0,8º C en un siglo parece muy poco, pero la naturaleza es mucho más sensible que nosotros a los promedios. Lo que sabemos es que el calentamiento, evidente y casi sostenido entre 1910 y 1940, se interrumpió para dejar paso a un descenso en las temperaturas, lo cual confirma las continuas oscilaciones climáticas. La terrible segunda guerra mundial (1939-1945) no parece haber sido la causa del cambio, aunque sí que el duro invierno ruso afectó gravemente a las tropas alemanas que invadieron Rusia. Es cierto que los alcances de la contienda fueron espantosos, habiéndose cifrado en unos 55 millones la cantidad de seres humanos que perdieron la vida. Además sabemos que en 1940 la población del mundo era de unos 2.350 millones de personas, pero en 1950 la población había ascendido ya a 2.518 millones, una época en que comenzaron a estancarse las temperaturas. Sabemos que en la guerra hay ciudades que arden, así como humo procedente de bombas, como las atómicas de Hiroshima y Nagasaki, pero una simple erupción volcánica puede liberar una cantidad de gases y cenizas mucho más abundante que una guerra. Podríamos suponer una cierta incidencia de aquellas explosiones en el clima, pero el hecho es que los inicios de la era nuclear se caracterizaron por un enfriamiento y no por un calentamiento.

Durante la década de 1960, en que vivimos el asesinato del Presidente norteamericano John F. Kennedy, se tuvieron inviernos duros en Europa, gran parte de Norteamérica y zonas del Oriente Medio, mientras que no constan veranos particularmente calurosos. En Gran Bretaña el invierno de 1962-63 fue el más frío del siglo XX, y en algunos lugares se alcanzaron valores de frío no registrados desde el siglo XVIII. En 1963 se heló el lago Constanza, que está entre Alemania, Austria y Suiza, lo cual no había sucedido desde 1829. También el mar Báltico se heló en 1965-66, impidiendo durante unos días la navegación, y en 1968 Islandia se vio rodeada totalmente por el hielo por primera vez desde 1885. Pero ya entrados en la década de 1970, tenemos que el invierno de 1971-72 fue el más frío que se recordaba en Europa oriental y en Turquía en los anteriores100 años. También hay registros de que el rio Tigris, en Irak, se heló como no lo había hecho en muchos años. Asimismo, en el Este de Estados Unidos se registraron por aquellos años temperaturas más bajas de lo normal. En aquellos tiempos, no tan lejanos, la revista Time publicó un artículo explicando la posibilidad de que se estuviese acercando nada menos que una quinta glaciación en el Cuaternario, en lo que coincidieron varios climatólogos. Actualmente, sin embargo, atribuimos a los seres humanos el calentamiento que estamos experimentando, mientras que en la década de 1970 se atribuyo el mismo origen humano al enfriamiento que parecía vislumbrase. Varios científicos, entre ellos el antropólogo, economista, historiador y sociólogo ruso, Andréi Vitálievich Korotáyev, defendieron la teoría de que las grandes «bolas de fuego» lanzadas por las bombas nucleares y termonucleares, alcanzan alturas de 35 a 40 kilómetros de altura y en la estratosfera generan óxido de nitrógeno (NO), que frena la llegada de la radiación solar, lo que implicaría un enfriamiento. El papel de las bombas nucleares podrían jugar un papel comparable al de las grandes erupciones volcánicas, capaces de traspasar la estratosfera. Sería contradictorio que hubiese que recurrir a explosiones termonucleares para frenar un proceso de calentamiento, tal vez provocado por el ser humano.

Pero, !otra vez las continuas oscilaciones!, se pudo constatar que el calor volvió de repente, cuando todavía se estaba hablando de una posible quinta glaciación. Antes de continuar, aquí introducimos una extraña historia del genial científico e inventor Nikola Tesla, que tiene alguna relación con el clima. Arthur H. Matthews era un ingeniero eléctrico, que desde su niñez estuvo relacionado con Tesla. Matthews afirmó que Tesla le confió muchas ideas, incluyendo un dispositivo de Tesla para las comunicaciones interplanetarias, que fue concebido en 1901, con el objetivo de comunicarse con el planeta Marte. Tesla había sugerido que él podía transmitir desde la tierra y el aire grandes cantidades de energía a distancias de miles de millas: “Puedo fácilmente tender un puente sobre el golfo que nos separa de Marte, y enviar un mensaje casi tan fácilmente como a Chicago”. Debido a otras investigaciones en ese tiempo, el primer modelo no fue construido por Tesla hasta 1918. Pero es desde finales del siglo XIX cuando Nikola Tesla reportó la intercepción de señales escalares de tipo S. En febrero de 1989, el ingeniero eléctrico Greg Hodowanec escribió un informe diciendo: “Sin entrar en detalles de cómo se determinó esto, ¡seres extraterrestres pueden estar en Marte!“. En 1931, en ocasión de una entrevista para la revista Time, Tesla dijo lo siguiente: “Yo creo que nada puede ser más importante que la comunicación interplanetaria. Ciertamente tendremos algún día la certeza de que hay otros seres humanos en el universo, trabajando, sufriendo, luchando, como nosotros. Ello producirá un efecto mágico en la humanidad y formará la base de una hermandad universal que durará tanto como la misma humanidad”. Según los diarios personales de Tesla, extrañas transmisiones de voz escuchadas a través de su receptor especial de radio, discutían sobre el calentamiento del planeta. Tesla también tuvo  la impresión de que las misteriosas voces estaban favorecieron este calentamiento y que pudieran realmente haber acelerado el proceso mediante la ayuda en el desarrollo del motor de combustión interna. Tesla puede muy bien haber sido el primer humano en conocer lo que hoy en día referimos como “Calentamiento Global” y “Efecto Invernadero”. Tesla, convencido de que las voces que estaba recibiendo eran de una fuente hostil extraterrestre, comenzó un plan para desarrollar un medio de energía que no usara la quema de madera o los combustibles fósiles. Una fuente de energía que fuera limpia e ilimitada y que prevendría de contaminantes hechos por el hombre, que llenaran la atmósfera y causaran  la retención del calor del Sol.
Nikola Tesla se volvió consciente, a comienzos del siglo XX, de que el planeta se estaba calentando, tanto que consideraba que en las primeras décadas del siglo XXI la Tierra sería casi inhabitable para la especie humana. La fuente de información de Tesla eran las extrañas voces que estaba registrando en su receptor de radio, especialmente adaptado. ¿Tal vez voces procedentes del futuro o del pasado? Estas misteriosas transmisiones de voz fueron el resultado de la investigación de Tesla sobre las extrañas señales de radio que el recogió durante sus experimentos en Colorado Springs en 1899. Para entonces Tesla había mejorado su equipo receptor para permitirle recoger transmisiones de voz. Sin embargo, estas voces estaban siendo escuchadas en frecuencias que se suponía no estaban habilitadas para esta clase de transmisiones. Pero, sin embargo, allí estaban. Tesla escribió que estas voces eran de seres de otros mundos. Y añadía, sorprendentemente, que pertenecían a seres que habían vivido en la Tierra alguna vez en su prehistórico pasado, que habían desarrollado la tecnología para colonizar el espacio próximo y que estaban todavía interesados en los habitantes del planeta Tierra que habían dejado atrás. Estos seres habían colonizado el planeta Marte y mantenían bases en la Luna. Otros habían ido más lejos en el espacio, fuera de nuestro sistema solar, a explorar la Galaxia. Habían decidido que la Tierra iba a convertirse en una reserva, por así decirlo, para permitir que la naturaleza retomara su curso y para que evolucionaran nuevas especies que llenasen el vacío dejado por la partida de sus antiguos habitantes. Sin embargo, algunas cosas no fueron dejadas solamente al azar de la naturaleza. Aquellos antiguos seres decidieron dejar atrás algunas muestras de sí mismos en la forma de nuestros remotos ancestros. La descripción de Tesla del “re-sembrado” del planeta Tierra con homínidos inteligentes suena mucho a manipulación genética, tal como indican los antiguos mitos Sumerios.

Entonces, en 1974, Gran Bretaña experimentó el verano más cálido de todo el siglo XX, y en 1977 y 1978 hubo varias olas de calor en Europa, que llegaron hasta los países escandinavos. La paradoja fue que la misma gente que pocos años antes hablaba de una quinta glaciación empezaron a hablar de que el mundo se estaba calentando. Mientras tanto, al otro lado del océano Atlántico, probablemente como consecuencia de la oscilación de El Niño, hubo una gran sequía, que sobre todo afectó a la América Central, aunque también afectó algunas zonas de California. A causa de El Niño se esperaban fuertes lluvias en Perú, que al parecer no fueron tan catastróficas como se esperaba, aunque sí que afectó a la pesca en la zona, que fue muy escasa en contrapartida a lo abundante que era cuando imperaba la corriente fría. En cambió la sequía en el Pacífico occidental fue terrible, siendo muy intensa en Indonesia, especialmente en Borneo, donde fueron frecuentes los incendios en la selva por falta de lluvias. También afectó a Australia, donde faltó la lluvia especialmente en la zona más húmeda. El monzón se debilitó y sumió a la India y a las regiones del sur de China en una grave sequía. En el Sahel africano la falta de lluvias causó que se secaran los pastos y murieran gran cantidad de cabezas de ganado, llevando a la miseria a sus pobladores. Los estudios demográficos indican que, después de la climatología favorable de las décadas de 1950 y 1960, había aumentado mucho la población humana y el número de reses, con lo que las consecuencias fueron más desastrosas que las que se produjeron a comienzos del siglo XX. También hubo graves problemas con las cosechas de trigo en la Unión Soviética, que hubo de pedir suministros de cereales a Estados Unidos. El 26 de diciembre de 1979, el diario español El País publicó: “La Unión Soviética ha comprado a Estados Unidos quince millones de toneladas métricas de maíz y trigo, lo que supone una cifra récord, para compensar los efectos de la desastrosa cosecha de cereales. La cosecha soviética fue de 179 millones de toneladas de cereales, 47 millones menos de lo previsto en el plan económico y unos cincuenta millones menos que el año pasado. Estos resultados desfavorables de la agricultura soviética, debidos en gran parte a las malas condiciones atmosféricas de este año, fueron puestos de relieve por el propio jefe del Estado, Leónidas Breznev, ante el reciente pleno del Comité Central del Partido Comunista. Leónidas Breznev lamentó, de una forma aguda y crítica, que a las deficiencias del campo se suman también los graves fallos producidos en sectores clave de la economía nacional, como transportes, energía, metalurgia, papel y productos de consumo. En 1970 la URSS compró a Estados Unidos 15,7 millones de toneladas de maíz y trigo. Teniendo en cuenta la pésima cosecha de 1979 en la URSS, se calcula que los soviéticos compren alrededor de veinticinco millones de toneladas de cereales norteamericanos. Según un acuerdo firmado por los Gobiernos de ambos países en 1975, la URSS está autorizada a adquirir de seis a ocho millones de toneladas anuales a Estados Unidos hasta 1980, pero si se rebasa esta cantidad debe conseguir una autorización expresa de la Casa Blanca. Desde el comienzo del año fiscal, el 1 de octubre, ya adquirió casi dieciséis millones para la temporada que termina en septiembre de 1980. Las cantidades citadas corresponden a 10,6 millones de toneladas de maíz y 5,2 millones de toneladas de trigo. Las compras soviéticas a Estados Unidos, que no se anuncian en los medios de comunicación soviéticos, fueron reveladas por el Departamento de Agricultura“.

Rusia decidió entonces primar la producción de bienes de consumo sobre la de armamento militar. Ello fue el principio del fin y la idea que llevaría, en tiempos de Gorbachov, a la Perestroika, con el desmantelamiento del sistema comunista. Vemos que en ello el clima sí que tuvo alguna participación. Después de unos años de relativo descenso de temperaturas, el calor volvió a llegar, haciéndose más patente que nunca en 1980, coincidiendo con un máximo de la actividad solar, tanto si consideramos que sea o no el Sol la causa principal de aquel incremento del calentamiento. Se denomina variación solar a todas aquellas variaciones que acontecen en el Sol. Se trata de fluctuaciones en la cantidad de energía emitida por el Sol. Y se pueden dar a dos niveles. Variaciones en la luminosidad y en el viento solar o campo magnético. Ambas suelen estar interrelacionadas y tienen efectos visibles, como las manchas solares. A pesar de todo, el valor medio de la radiación solar, 1366 W/m2, apenas cambia, por lo que se considera una constante solar. De hecho las oscilaciones producidas por el ciclo de las manchas solares no van más allá de 1 W/m2, por lo que su contribución en los cambios climáticos aún es motivo de controversia. La temperatura media de la Tierra depende, en gran medida, del flujo de radiación solar que llega. Se podría pensar que el clima también puede verse influido por el Sol en la misma medida, pero no es así. El Sol es una estrella de tipo G, en fase de secuencia principal, muy estable, por lo que su flujo se mantiene casi constante en el tiempo. El flujo de radiación es, además, el motor de los fenómenos atmosféricos, ya que aporta la energía necesaria a la atmósfera para que estos fenómenos se produzcan. Pero debido a que ese aporte de energía apenas si varía en el tiempo no se considera que sea una contribución fundamental para la variabilidad climática. A pesar de todo, el Sol sí influye a muy largo plazo. Se ha calculado mediante modelos numéricos que un aumento de un 1% en su brillo provocaría que la temperatura media atmosférica subiese uno o dos grados, según el modelo. Se sabe, además, que la luminosidad solar aumenta con el tiempo, aproximadamente un 10% cada 1.000 millones de años, debido a que la presión en el interior del Sol también aumenta para compensar el paulatino agotamiento del hidrógeno estelar. Estos incrementos de luminosidad, si bien son despreciables a corto y medio plazo, sí son destacables a largo plazo. Inexorablemente, el Sol irá brillando cada vez más hasta que, aproximadamente dentro de 1.000 millones de años, los océanos terrestres empiecen a evaporarse. De hecho ese aumento de brillo persiste desde que se formó la estrella, pero nuestro planeta ha sido capaz de adaptarse a esos cambios hasta ahora, ya que son lo suficientemente lentos como para que no desequilibren el sistema. Pero a muy largo plazo llegará un momento en que el brillo solar romperá nuestro ciclo atmosférico y desencadenará un efecto invernadero descontrolado que quizá convierta al planeta en un nuevo Venus.

La variación solar más conocida es la de los ciclos de las manchas solares, de unos 11 años de duración. Se sabe que existe un máximo del brillo cuando el número de manchas es máximo y un mínimo cuando casi no hay manchas. Esa variación de intensidad, sin embargo, es de tan solo un 0,1%, por lo que sus efectos son casi insignificantes. Por otro lado, el periodo de esas variaciones es tan corto que los factores moderadores terrestres, como los océanos o las nubes, impedirían que causaran un efecto sensible por simple inercia térmica. Existen otros ciclos de mayor duración y, por ello, de mayor influencia en el clima. Se trata sobre todo del ciclo de Gleissberg, con un período de 72 a 83 años, causante del Mínimo de Maunder del que hablamos en un anterior artículo. La variación de intensidad de estos ciclos es, más o menos, del mismo orden que el de los ciclos de 11 años, pero con la diferencia de que se produce en un periodo más dilatado de tiempo, suficiente como para ocasionar algunos cambios climáticos apreciables. Se han hecho varios estudios teniendo en consideración el número de manchas solares, usando estos datos como patrón de la radiación solar, de la cual solo se tienen datos precisos desde hace unas pocas décadas. Como explicación a lo indicado, debemos decir que en el siglo XVII se produjo un importante periodo de enfriamiento llamado «Mínimo de Maunder», que se extendió desde 1645 a 1700 y durante el cual las manchas solares prácticamente desaparecieron por completo. Durante este periodo, en efecto, apenas se contabilizaron unas 50 manchas solares en lugar de las cerca de 50.000 habituales. El viento solar es una corriente de partículas cargadas y liberadas desde la atmósfera superior del Sol, llamada corona solar, o atmósfera del Sol, que no es estática, sino que se mueve abandonando la estrella. La corona solar es un gas completamente ionizado, es decir, un plasma. Este movimiento de la corona es el llamado viento solar, que crea la heliosfera, una burbuja enorme en el medio interestelar que rodea el sistema solar. Otros fenómenos son las tormentas geomagnéticas que pueden destruir redes de energía en la Tierra, así como las auroras boreales y australes, y el plasma de las colas de los cometas que siempre apuntan lejos del Sol.

El calentamiento de 1982-83 también coincidió con un fenómeno El Niño de gran intensidad, que se distinguió por fuertes lluvias en ciertas partes del mundo, como California y Sudamérica, o por terribles sequías en otras partes, como el sur de China, el norte de Australia, el nordeste de Brasil y el Sahel. Fue entonces cuando se popularizó mundialmente el fenómeno de El Niño, que desde entonces suele relacionarse con el calentamiento, aunque realmente signifique calor anormal en unas zonas del planeta y frío con sequías anormales en otras zonas. Se pudo comprobar que la temperatura media terrestre se elevó en aquella época. El periodo desde 1983 a 1998 fue posiblemente el período histórico, en que se tienen registros, en que el proceso de calentamiento tuvo una mayor pendiente. Por ejemplo, el verano de 1988 fue el más cálido que se recordaba en la mayor parte de los de Estados Unidos, alcanzándose en Washington nada menos que una temperatura máxima de 38°C el 23 de junio. En la misma época el río Misisipi experimentó un descenso de nivel considerable, que fue más debido a la sequía, por falta de lluvias, que al calor. También se produjo un incendio en los bosques del parque de Yellowstone. Todo ello explica que en el Senado de los Estados Unidos se registrase un acalorado debate sobre el calentamiento. El climatólogo James Hansen emitió un informe en la Comisión de Energía del Senado, lleno de amenazas, en las que acusaba del calentamiento a la proliferación del uso de combustibles fósiles en el mundo. Aquel verano de 1988 se intensificó la tesis del calentamiento global que, desde entonces, se ha hecho popular en todo el mundo civilizado. Un interesante estudio de William K. Stevens sobre «el cambio climático y la gente» nos revela hasta qué punto se ha creado una conciencia general sobre el proceso del calentamiento. Pero, ¿es realmente urgente el problema del cambio climático? Stevens nos dice que a menudo se ha considerado que es un problema de un futuro lejano, quizá para dentro de un siglo, puesto que ésa es la escala temporal en que se han basado muchos estudios sobre el tema. Es difícil que preocupe un tema que parece estar tan lejos. El presidente Clinton dijo: “Vemos llegar al tren, pero muchos americanos no escuchan su silbido en la vida diaria“. “La realidad climática es que, si uno mira por la ventana, parte de lo que ve, en relación con el tiempo atmosférico, es producto de nuestra actividad“, dice Thomas Karl, científico del Centro Nacional de Datos Climáticos de Asheville, en Carolina del Norte. “Y dentro de 50 años, cuando miremos por la ventana, seremos responsables de lo que veamos en una proporción mayor“. Y de tener razón un grupo de más de 2.000 científicos que asesoran a los gobiernos de todo el mundo, esto es sólo el principio. Si bien nadie predice un apocalipsis en un futuro próximo, las previsiones más optimistas de los científicos anuncian que el mundo se calentará otros 0,25º C en los próximos 30 años, si no se reducen las emisiones de efecto invernadero. Según Thomas Crowley, paleo-climatólogo de la Universidad A&M de Tejas, si se calienta otros 0,25º C, la temperatura media global se acercará a la más alta experimentada desde la última glaciación.

Pero no todos los científicos están de acuerdo con Thomas Karl, Thomas Crowley, ni con los expertos del panel intergubernamental IPCC. Y el desacuerdo está basado en la incertidumbre que hay para calcular la urgencia del problema climático. Esa incertidumbre también dificulta la labor de los negociadores a nivel global que luchan por determinar en qué cantidad y con qué rapidez se deberían eliminar las emisiones de gas de efecto invernadero. “Sí, es verdad que se han producido grandes cambios climáticos, pero creo que todos son naturales“, declaró William Gray, de la Colorado State University, quien duda de que los gases productores del efecto invernadero estén alterando el clima. “Siento mucho respeto por Tom Karl, pero no estoy de acuerdo con la interpretación de sus datos“. Otro escéptico, Richard Lindzen, del MIT, dice que la naturaleza tiene una resistencia intrínseca que “vacila de vez en cuando” y que los cambios observados son una expresión de ello. Cree que el calentamiento será pequeño y que, por tanto, es un asunto poco o nada urgente. La importancia del factor humano es, tal vez, la mayor duda a la hora de determinar la urgencia ante el problema del cambio climático. Según Kevin Trenberth, del Centro Nacional de Investigación Atmosférica de Boulder, en Colorado, todavía no se han apreciado todas las ramificaciones de los gases de efecto Invernadero ya emitidos. Esto se debe a que la inercia intrínseca, producida principalmente por corrientes de calor que se desprenden de los océanos, impide que el sistema climático reaccione de inmediato a las emisiones. Hasta la fecha, sólo se ha hecho efectiva la mitad del potencial de calentamiento de los gases de efecto invernadero que ya hay en la atmósfera, según la opinión de James Hansen, climatólogo y director del Instituto Goddard de Estudios Espaciales de la NASA, de Nueva York. Esto implica que, aunque cesasen de repente las emisiones de gases de efecto invernadero, durante el próximo cuarto de siglo las temperaturas globales aumentarían en algunas décimas. Algunos científicos, a pesar de estar convencidos de la importancia de la actividad humana en el cambio climático y de que el efecto invernadero es un asunto muy serio, creen que el hecho de que no se haga nada ahora mismo tendrá poca Influencia sobre el cambio climático. Es el caso de Tom Wigley, del Instituto Goddard de Estudios Espaciales, quien ha declarado: “Estrictamente, desde el punto de vista del cambio climático, es poco probable que otros 20 años sin hacer nada al respecto empeoren la situación“. Reconoce que muchos científicos no estarán de acuerdo, por lo que añade: “No estoy diciendo que no debamos hacer nada durante los próximos 20 años. Para empezar, cuanto más nos retrasemos, más quedará por hacer luego“.

Pero hay otros científicos que creen que el problema es casi irresoluble, como el climatólogo Michael Schlesinger: “Si se cumplen los cálculos más bajos de los expertos y los delegados de Kioto deciden emprender acciones demasiado enérgicas, el coste para la economía mundial será excesivo. Pero si se cumplen los cálculos más altos y se decide emprender medidas suaves, el daño climático será muy grande y también será demasiado costoso. No deberíamos quedarnos de brazos cruzados y esperar que pase lo mejor. Eso sería una locura. Tampoco deberíamos hacer todo lo que se puede hacer. No queremos malgastar recursos en algo que podría ser una falsa alarma“. Tanto Schlesinger como otros expertos son partidarios de una estrategia flexible, de tomar al menos algunas medidas ahora y reexaminar periódicamente tanto los efectos sobre el clima como el coste económico. Pero para Schlesinger hay otra dificultad. Puesto que el impacto de cualquier medida emprendida ahora para reducir las emisiones no se notará en las dos próximas décadas, durante algún tiempo será imposible saber si se ha hecho bien lo que había que hacer. Y si las medidas tuvieran éxito a la hora de atenuar el calentamiento, ese hecho precisamente haría más difícil saber la gravedad del calentamiento y, por consiguiente, qué medidas adicionales habrían sido o no necesarias. En los años 1990 y 1991 se alcanzó un nuevo máximo térmico que aumentó las alarmas. Sin embargo, fue en junio de 1991 cuando se produjo la erupción del volcán Pinatubo, en la isla de Luzón, Filipinas, que se considera la erupción más intensa del siglo XX. El volcán Pinatubo llevaba más de doscientos años de inactividad, y nadie se esperaba aquella catástrofe, que causó 700 víctimas y obligó a evacuar muchos pueblos, provocando la consiguiente emisión de cenizas y gases que llegaron a la estratosfera. De todas maneras, esta erupción no fue tan intensa como la de otros volcanes históricos a los que nos hemos referido. Pero lo cierto es que las temperaturas experimentaron un cierto descenso, cerca de medio grado centígrado, desde fines de 1991 hasta mediados del 1993. Los climatólogos John Christy y Roy Spencer, de la universidad de Alabama, estimaron un descenso de temperaturas de 0,6ºC, mientras que otros lo estimaron en 0,4ºC. Aunque se dijo que la erupción del Pinatubo «destruyó la capa de ozono», ello se consideró una exageración. De hecho, la destrucción de la capa de ozono por los aerosoles CFC, que entonces se utilizaban en la industria de la refrigeración, fue detectada ya en la década de 1970. Este temporal descenso de las temperaturas puede considerarse beneficioso para el clima global, ya que detuvo el calentamiento; pero no duró mucho tiempo. Desde los años 1993-94 se detectó un incremento del calor, que se aceleró hasta que en 1998 se alcanzó la temperatura media terrestre más alta de los siglos XIX y XX. El verano de 1998 fue de los más calurosos en los Estados Unidos, solo superado por los más calurosos de 1930 y 1934. En Del Río, ciudad y sede del condado de Val Verde, Texas, en Estados Unidos, se registraron 69 días consecutivos por encima de los 38ºC, una persistencia del calor como no se recordaba desde que existen registros meteorológicos. También Europa sufrió un verano muy caluroso, mientras que tanto en Europa como en América del Norte los inviernos de 1997-98 y del 1999-2000, están entre los más benignos conocidos. Esto aún robusteció más la idea de un cambio climático acelerado hacia un calentamiento generalizado.

Michael E. Mann es un climatólogo y un geofísico estadounidense. Ha obtenido relevancia pública como uno de los generadores de los gráficos de tendencias apodados por sus críticos como “el controvertido gráfico del palo de hockey“, por la forma del gráfico que pretendía enfatizar de una manera más dramática esta aceleración del cambio climático. Ese gráfico ha recibido tanto elogios como críticas luego de su publicación en el informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático. Ha sido muy conocido por sus reconstrucciones del paleo-clima de los dos últimos milenios a partir de los anillos de los árboles, las muestras de hielo antártico, datos de los corales y otros factores. Uno de sus últimos artículos es sobre el modelado del fenómeno de El Niño y la reducción de emisiones de combustible fósil requeridos para hacer manejable el proceso de calentamiento. Asimismo ha dicho que “nos estamos comprometiendo a 50 – 100 años de calentamiento global y varios siglos de subida del nivel del mar“. Desde entonces creció la alarma de muchos científicos, ecologistas, medios de comunicación y políticos, de tal manera que muchos de los cambios en las manifestaciones atmosféricas, algunos de ellos temporales y aleatorios, fueron imputados sistemáticamente al «calentamiento global». Al mismo tiempo, se produjo en el período 1997-98 un nuevo fenómeno de El Niño, casi tan potente como el de 1983. Las lluvias produjeron inundaciones en Ecuador y Perú y afectaron a ciudades como Trujillo, Tumbes, Piura e Ica. Las pérdidas, en esos dos países andinos, fueron evaluadas en 750 millones de dólares. Muchos ríos se desbordaron, lo que causó que se perdieran cosechas y que tanto carreteras como vías férreas quedaran gravemente dañadas, con la correspondiente afectación a las comunicaciones. La catástrofe fue atribuida unánimemente al «calentamiento global», a pesar de que la temperatura, según el Instituto de Meteorología Peruano, descendió nada menos que 7ºC en el norte del país. Ello aumentó la disputa sobre si la oscilación de El Niño era causa del calentamiento, o más bien resultado del calentamiento. Para clarificar la cuestión, en el año 2005 el climatólogo Mat Collins explicó que El Niño era una inversión de la corriente de agua, habitual en el Pacífico, que desplaza la «Piscina Caliente» del Pacífico hacia el este o hacia el oeste. La situación normal es la que corresponde a los vientos alisios, que atraen las aguas frías de la corriente de Humboldt, una corriente oceánica originada por el ascenso de aguas profundas y, por lo tanto, muy frías, que se produce en las costas occidentales de América del Sur, hacia la costa sudamericana del Pacífico, mientras que arrastran las aguas calientes hacia Indonesia y el norte de Australia. Como esa es la situación normal, los habitantes de una y otra orilla del Pacífico, con su vida y cultivos, están habituados a La Niña, la contrapartida de El Niño.

Es sorprendente el frío que encontramos en las costas y montañas de Perú, tan cercano al ecuador, donde los habitantes se abrigan con gruesas mantas de pieles de llama y desean que la situación se mantenga de aquella manera, mientras en Indonesia se sufre un calor húmedo y agobiante que, en cambio, favorece la cosecha de arroz y la vida en aquellas islas. La inversión de estas condiciones implica que llega la lluvia a regiones habitualmente secas y llega la sequía a regiones que necesitan el agua. Si un calentamiento global puede empeorar los daños es otra cuestión. Pero El Niño siempre existió, desde que se tienen registros, mientras que el calentamiento global, no. Tal vez el calentamiento del aire y de las aguas agrava la irrupción de estas oscilaciones de El Niño y La Niña, pero no parece probable que el fenómeno de El Niño sea el causante del calentamiento global. Lo que sí es evidente es que El Niño es responsable del calentamiento anormal de unas determinadas regiones y del enfriamiento anormal de otras regiones. Pero no puede descartarse que el hecho de la coincidencia de un pico de calor y la irrupción anormalmente potente de El Niño puedan tener alguna relación, lo cual no quiere decir que consideremos que la oscilación del Pacífico sur sea la causa del calentamiento global. Ante una situación de temor se tiende a buscar culpables, y esta es la razón de que, a fines del siglo XX, comenzase a crecer la alarma por el calentamiento climático. Los modelos actuales permiten hacer predicciones con mucha más precisión que a mediados del siglo XX, pero es arriesgado utilizarlos en previsiones a largo plazo, ya que aún ignoramos qué factores van a influir en los cambios futuros. Incluso aceptando la irresponsabilidad humana en temas como la deforestación, la contaminación o la liberación a la atmósfera de gases de efecto invernadero, no podemos saber el comportamiento de las futuras generaciones de seres humanos ni los medios científicos y tecnológicos de que se dispondrá para evitar efectos perniciosos.
El Centre for Climatic Change refleja la máxima temperatura global registrada en la Edad Contemporánea, ocurrida en el año 1998, con 14,65ºC de media, mientras que muestra un descenso progresivo en los años siguientes, con 14,35ºC en 1999, 14,35ºC en el 2000, y, ya en el siglo XXI, encontramos valores entre 14,1ºC y 14,4ºC para el periodo entre 2001 y 2009. Parece que el año 2004 fue el más frío de la primera década del siglo XXI, mientras que el año 2006 registró fríos y calores extremos que han provocado ciertas controversias. Por otro lado, los años 2009 y 2010 fueron los más cálidos, aunque las temperaturas medias se mantienen fluctuantes. Pero no valen las experiencias de carácter local, ya que, por ejemplo, tenemos años en que Turquía registra temperaturas excepcionalmente altas y en Sudamérica se registran fríos heladores. Al final tenemos que centrarnos en los promedios de temperaturas, a pesar de que no contemplan las particularidades de cada región. De todos modos nos hallamos en un periodo fluctuante que ofrece una cierta indeterminación. Veamos algunos casos para reflejar lo que decimos. A fines de julio y la primera quincena de agosto de 2003 se produjo una fuerte ola de calor en Europa occidental, que alcanzó sobre todo a Francia, España, Portugal, Italia, algunas zonas de Inglaterra y Escocia, y con menos intensidad el centro-sur de Alemania y la República Checa, Austria y Hungría. Yo personalmente sufrí esta ola de calor estando en Poitiers, Francia, en donde las noches acostumbran a ser agradables. Pues bien, durante el día teníamos temperaturas a la sombra de 42ºC y por la noche no bajábamos de los 33ºC. Por lo que a España respecta, aparte de los 45ºC de Sevilla, que es una temperatura relativamente habitual en dicha ciudad, son remarcables los 38°C de San Sebastián y Pontevedra, zonas normalmente de un clima suave en verano. Francia sufrió un verano terrible con respecto a lo habitual, destacando los 39,6ºC de París, y valores no más bajos en regiones de la cuenca del Ródano. También fueron sorprendentes los 38ºC medidos en el aeropuerto londinense de Heathrow, e incluso sorprenden los 32ºC de Finlandia. Lo más remarcable de aquella ola de aire caliente procedente de África no solo fueron las temperaturas máximas, sino las mínimas. Pero, aunque en Europa podemos considerar que fue un verano excepcionalmente cálido, la media mundial fue solo ligeramente más alta que en 2002 y que en 2004, pero no tuvo niveles excesivos. Por esta razón, los que aquel verano anunciaron que el calentamiento global había llegado a extremos amenazantes, no dijeron toda la verdad.

En el año 2004 se publicó una noticia alarmante relacionada con el calentamiento, que parecía contradictoria. Se decía que la corriente del Golfo se estaba debilitando, como consecuencia de la fusión de la placa de hielo de Groenlandia y de la mayor aportación de agua dulce al Ártico. La afluencia desde del Norte de una corriente de agua más dulce y más fría podía bloquear la corriente del Golfo, por lo que Europa quedaría privada de las aguas templadas que le proporcionan su clima benigno. La corriente del Golfo es una de las más fuertes del planeta. Fue descubierta hace unos 500 años y los científicos la analizan para conocer su huella climática. Los galeones españoles navegaban aprovechando la corriente del Golfo para llegar a España desde América, ya que es como un río en el océano Atlántico, pero los cauces fluviales continentales más caudalosos resultan insignificantes a su lado. Su silueta es visible desde el espacio exterior mediante imágenes infrarrojas que varían de color en función de sus cambios de temperatura. Este río oceánico es una masa de agua cálida que discurre del sur al norte de la costa atlántica norteamericana. Su descubrimiento tuvo lugar el 27 de marzo de 1513, a los pocos días de la llegada del conquistador español Juan Ponce de León a la península de Florida. Ponce de León y uno de sus navegantes más experimentados, Antón de Alaminos, fueron testigos de la envergadura de la corriente del Golfo. Por más que desplegasen todas las velas de los navíos, no solo les resultaba imposible avanzar, sino que retrocedían. “La corriente era tan grande que podía más que el viento”, narró el cronista Antonio de Herrera en Décadas (1601), en que figura la primera evidencia escrita de la corriente del Golfo. Seis años después, Antón de Alaminos aprovechó esa misma fuerza marina para huir de Cuba, tras un conflicto con el gobernador de la isla. Se sirvió del impulso de las aguas para dejar atrás a sus perseguidores y llegar a España en un tiempo récord. Aquel viaje inauguró la ruta oceánica que durante siglos recorrerían los galeones españoles en su periplo desde las colonias de América a España. Además de acortarse la duración de la travesía, los marinos evitaban el tedioso anticiclón de las Bermudas, con vientos débiles e impredecibles. La rentabilidad de la ruta era tal que las primeras cartas marinas que describían el curso de sus aguas se guardaban en el más completo secretismo. Los primeros mapas en darse a conocer sin restricciones datan de la segunda mitad del siglo XVII, aunque tuvieron un interés más científico que práctico. En uno de ellos, de 1665, considerado la primera carta centrada en la circulación de los océanos, su autor, el jesuita y enciclopedista alemán Athanasius Kircher, localizó de forma exacta la corriente. La aparición de un plano eminentemente práctico no llegó hasta el año 1768, cuando el gobierno británico pidió al futuro estadista norteamericano Benjamin Franklin que averiguara por qué los buques tardaban varias semanas más en alcanzar América desde Gran Bretaña que a la inversa. Para resolver el enigma, Franklin pidió asesoramiento a su sobrino, Timothy Folger, capitán de uno de los balleneros que faenaban en la costa de Nueva Inglaterra. Este le explicó que los barcos navegaban, sin saberlo, contra la corriente del Golfo.

Franklin y Folger cartografiaron el curso de la corriente del Golfo con una asombrosa precisión. El mapa de la corriente del Golfo se publicó en Londres en 1770, pero los capitanes de barco ingleses, escépticos ante cualquier iniciativa procedente de las colonias, lo rechazaron. Franklin intentó hacerles cambiar de opinión, hasta que, tras el estallido de la guerra de la Independencia norteamericana, desistió para no favorecer al enemigo inglés. Al igual que Franklin, también el norteamericano Matthew Fontaine Maury, inspector del Depósito de Mapas e Instrumentos de la Marina estadounidense, contribuyó, un siglo después, a compartir sus conocimientos sobre la corriente con el fin de estimular el comercio marítimo. Además, Maury lanzó una teoría que arraigaría con fuerza hasta prácticamente nuestros días. Esta teoría afirmaba que el noroeste de Europa goza de un frío relativamente suave, en comparación con las temperaturas gélidas que se alcanzan en la misma latitud al otro lado del Atlántico, como el nordeste de Estados Unidos y Canadá, gracias al calor que la corriente del Golfo y su prolongación, la corriente del Atlántico Norte, inyectan sobre los fuertes vientos que cruzan el océano de oeste a este. Maury también fue el primero en postular que, en caso de disminuir esa cesión de calor por parte de la corriente del Golfo, los vientos llegados al continente europeo serían mucho más fríos y, por lo tanto, sus inviernos se asemejarían a los del Ártico. Desde hace unos años, los oceanógrafos han empezado a descartar la primera tesis de Maury por carecer de una comprobación empírica, y han propuesto varias explicaciones alternativas. Todas ellas se basan en la interacción entre la corriente del Golfo y la circulación de los vientos, pero ninguna coincide en atribuir a la corriente un mismo nivel de importancia en un papel similar al de un termostato del noroeste europeo. Tampoco existe consenso a la hora de determinar cómo el cambio climático puede alterar la corriente del Golfo. Algunos expertos temen que el calentamiento global, al fundir parte del hielo del Ártico, detuviera la corriente. De manera que ello implicaría un drástico descenso de las temperaturas en el norte de Europa y la aparición de grandes tormentas de nieve.

Otros climatólogos, en cambio, consideran no solo que la interrupción de la corriente parece improbable, sino que, además, ello no dependería del deshielo, sino de los vientos a gran escala que soplan en las latitudes medias. Según sus cálculos, una hipotética fusión del hielo ártico no debería alterar en exceso la corriente del Golfo. Tal vez la incertidumbre se solucione en el futuro mediante la obtención de un mayor número de datos oceánicos. Volviendo a la alarmante noticia del 2004, se consideraba que las temperaturas iban a descender entre dos y cinco grados centígrados en el transcurso del siglo XXI. Algo así como lo que parece sucedió en las épocas de enfriamiento climático denominadas Dryas, hace de 12.000 a 15.000 años. Si fuese así, Europa se convertiría en un continente con temperaturas muy por debajo de lo normal, pero no como consecuencia de un enfriamiento global, sino paradójicamente por un calentamiento que estaba fundiendo los hielos. El geofísico estadounidense Wallace Smith Broecker, de la universidad de Columbia, publicó un trabajo en que explicaba la «ruptura de la cadena de la actual circulación termohalina», y poco después el climatólogo Kendrick Taylor publicaba en el American Scientist que, «paradójicamente, el calentamiento del planeta podría enfriar de modo repentino a Europa y tal vez al este de Estados Unidos». Se denomina circulación termohalina, o cinta transportadora oceánica, a una parte de la circulación oceánica a gran escala que es determinada por los gradientes de densidad globales producto del calor en la superficie y los flujos de agua dulce. Es muy importante por su significativa participación en el flujo neto de calor desde las regiones tropicales hacia las polares y su influencia sobre el clima terrestre. El adjetivo termohalino hace referencia a la temperatura y al contenido de sal, factores que juntos determinan la densidad del agua de mar. Las corrientes superficiales de las aguas marinas, tales como la corriente del Golfo, se dirigen desde el océano Atlántico ecuatorial hacia las latitudes templadas y, eventualmente, a las latitudes árticas, enfriándose en su recorrido y hundiéndose en latitudes cercanas al polo, formando la masa de agua profunda del Atlántico Norte. Esta agua densa luego fluye hacia las cuencas oceánicas. Mientras que gran parte de la misma surge en el océano Antártico, las aguas más antiguas, con un tiempo de tránsito de unos 1600 años, surgen en el océano Pacífico Norte, por lo que se produce un considerable grado de mezclado entre las cuencas oceánicas, reduciendo las diferencias entre ellas y convirtiendo a los océanos de la Tierra en un sistema global. En su recorrido, las masas de agua transportan tanto energía, en forma de calor, como materia, sólidos, sustancias disueltas y gases, alrededor del globo. Por lo tanto, el estado de la circulación ejerce un gran impacto en el clima sobre la Tierra.

En conjunto la circulación global puede describirse como un flujo relativamente superficial de agua que se calienta en el Pacífico y el Índico hasta el Atlántico, en cuyas latitudes tropicales sigue recibiendo calor, para finalmente hundirse en el Atlántico Norte, retornando en niveles más profundos. La circulación es debida a convección, es decir que se produce por diferencias de densidad, con las masas más densas tendiendo a hundirse y las menos densas a ascender. En el caso de las masas oceánicas las diferencias de densidad dependen de dos factores: la temperatura y la salinidad. La densidad decrece cuando aumenta la temperatura y crece con la salinidad. Las masas que se hunden en el Atlántico y en la banda oceánica meridional lo hacen por el efecto de vientos que, al provocar la evaporación del agua, reducen su temperatura a la vez que provocan la concentración de las sales. La formación de hielo cuando crece la banquisa helada separa agua pura, dejando una salmuera (agua con una concentración de sal o cloruro de sodio) que o rellena las grietas o se mezcla con el agua oceánica, amplificando el efecto. Las masas enfriadas, más densas, se trasladan por gravedad por los fondos polares. En el Atlántico Norte la densificación debida a la evaporación da origen a una masa de agua fría y densa que circula a lo largo del Atlántico en un camino de retorno al Pacífico, teniendo imposible, por la actual distribución de los continentes, la vía directa por el noroeste. Un incremento en el flujo de agua dulce en la superficie del Atlántico Norte puede llevar a un significativo debilitamiento o un completo colapso en la circulación termohalina. Las corrientes marinas actúan como reguladores térmicos. Se dice que las corrientes marinas en el mundo funcionan como un cinturón termohalino, pues la circulación profunda en el mar es regulada por diferencias de densidad que son regidas principalmente por la salinidad y la temperatura. La circulación marina en general es un complejo sistema en el cual interactúan la atmósfera y el océano, donde el océano capta la luz infrarroja y, debido al alto calor específico del agua, es capaz de retener el calor absorbido. La atmósfera está presente en este intercambio de calor y con sus vientos genera corrientes superficiales. La circulación profunda funciona de otra manera, ya que, como se ha mencionado anteriormente, la densidad del agua juega el papel principal. Por ejemplo, en la corriente del Golfo las aguas calientes y con más alta salinidad son llevadas a altas latitudes, confiriendo de esta manera el clima templado que allí se observa, pues de otra manera el clima sería mucho más frío, teniendo en cuenta que esta corriente es de las más fuertes y llega a desplazarse a 2 m/s. En la década de 1980 Wallace Broecker sugirió por primera vez el término de cinturón termohalino, en el cual explica como la circulación en todo el océano funciona por diferencia de densidades, y como ello afecta al clima.

En el año 2004, en Europa se pensaba que había que prepararse para un frío helador, pero estos temores no se confirmaron. En 2010 el Geophysical Journal publicó que la corriente del Golfo gozaba de buena salud. Pero lo que es evidente es que para muchos especialistas el año 2004 fue el año más frío de la década. No obstante, técnicos de la NASA dijeron posteriormente que el año más frío fue el 2008. El año 2005 midió temperaturas ligeramente superiores a las del 2004, pero estuvo marcado por el huracán Katrina, que se abatió sobre la ciudad de Nueva Orleans: causando un verdadero desastre humano. El 27 de julio de 2005 el Katrina atravesaba el golfo de México con una temible fuerza 5; pero en los días siguientes fue debilitándose hasta fuerza 3. Sin embargo, una desviación imprevisible llevó su zona de máxima actividad hacia el delta del Misisipi y la histórica ciudad de Nueva Orleans, con casi medio millón de habitantes. Aunque se ordenó su inmediata evacuación, solo cosa de un cuarto de millón de personas pudieron salir por autopistas y carreteras bloqueadas, en medio de dramáticas escenas. El 30 de agosto el viento huracanado y olas de más de diez metros rompieron los diques protectores de una ciudad, en gran parte edificada bajo el nivel del mar. Las aguas invadieron las calles, alcanzando en algunos puntos una profundidad de siete metros. Miles de personas aterrorizadas se refugiaron en el gigantesco Superdome, un recinto deportivo y de espectáculos, circular y coronado por una cúpula. Parecía que allí se sentían todos seguros y al menos a salvo del chaparrón, cuando la cúpula empezó a romperse y los muros a resquebrajarse. Una operación de unidades especiales provista de helicópteros logró salvar a la mayoría, pero los daños fueron inmensos. Nueva Orleans perdió la mitad de sus habitantes, ya que aunque apenas hubo muertos, sí hubo muchos desplazados que no quisieron volver por haberlo perdido todo. Fue la mayor catástrofe natural ocurrida en la historia de Estados Unidos. Inmediatamente se atribuyó la causa de la catástrofe al calentamiento global. Pero hay que destacar que el Katrina no fue un huracán excepcionalmente violento, sino desastroso por haber dañado a una gran ciudad. Y tampoco está demostrado que el calentamiento genere más huracanes que en épocas más frías. Tanto es así, que en los años anteriores, los primeros del siglo XXI, y especialmente los más cálidos, fueron los de menos frecuencia de ciclones y tormentas tropicales en la zona, hasta el punto de que empezó a especularse sobre un cambio climático capaz de hacer desaparecer este tipo de eventos catastróficos en el área del Caribe. Ciclones y huracanes hubo siempre en aquellas costas, con tiempos cálidos y con tiempos fríos. Todos estos fenómenos dependen de la diferencia de temperaturas entre el aire y el agua, y el régimen de circulación atmosférica. Parece lógico que una elevación de las temperaturas provoque más tormentas, pero que sean extremas está todavía por confirmar.

También el año 2006 pasa por ser el más frío hasta ahora en el siglo XXI, aunque tiene que compartirlo con el año 2004. Aquel invierno, los mapas obtenidos por satélite mostraban por primera vez una sábana blanca de nieve que iba desde la península de Labrador, en el noreste del Canadá, atravesando el norte de Asia, hasta Polonia, solo interrumpida por el agua del estrecho de Behring, entre Alaska y Rusia. Entonces algunos analistas dijeron que los hechos contradecían la teoría del calentamiento global, pero aún era demasiado pronto para dar por sentado un cambio climático, tanto en un sentido como en otro. El año siguiente, 2007, fue tanto muy frío como muy caliente, según la estación y el lugar geográfico. Empezó con un duro invierno en el centro y norte de Estados Unidos, con fuertes nevadas en Nebraska y Minnesota, mientras quedaron cortadas las comunicaciones en muchas carreteras y vías férreas. Como consecuencia del peso de la nieve caída se rompieron muchos cables de teléfono y de suministro eléctrico, por lo que muchos usuarios se quedaron a oscuras e incomunicados. Por otro lado, en el norte de Argentina y sur de Bolivia, la mezcla de calor y humedad causó numerosas tormentas, provocando inundaciones. En cambio el invierno austral fue muy frío, nevando el 9 y 10 de julio de 2007 en Buenos Aires, Tucumán, Mendoza y otras ciudades del interior, por primera vez en los anteriores ochenta años. En las fotos de satélite aparecía toda la República Argentina cubierta de un manto blanco. Sin embargo, en agosto apenas nevó en ningún sitio, debido a un clima seco, pero las temperaturas aún fueron más bajas en América del Sur, con un promedio de 3°C por debajo de lo normal. El frío, que ya azotaba a Argentina, Paraguay y Bolivia, se extendió a Chile y a Perú, e incluso a Colombia. Todo ello se debió a un fenómeno de La Niña más severo de lo normal. Y como consecuencia del mismo fenómeno, la sequía azotó especialmente el nordeste de Brasil. Pero en otras zonas, como en los Balcanes y Rumanía, en julio y agosto hizo un calor anormalmente alto, que llegó a alcanzar a zonas como Italia, España y Grecia, en que Atenas llegó a los 40°. Debido al calor y la sequía se produjeron incendios. El más dramático fue el fuego que se propagó rápidamente por el norte de Atenas. Pero en el último momento calmó el viento y se pudo evitar la catástrofe. El calor también llegó a Turquía, mientras que un fuerte monzón provocó inundaciones en la India y Pakistán. Pero el promedio térmico global del año dio resultados no muy diferentes del año anterior.

En el año 2010 también se produjo una divergencia térmica en distintas zonas del mundo. Desde diciembre de 2009 se registró una oscilación en el Atlántico Norte, por lo que el anticiclón se situó entre Islandia y Escandinavia, causando grandes fríos en el norte y centro de Europa, que también afectaron al este de Estados Unidos. En cambio, las borrascas se extendieron al sur de las Azores, afectando a Canarias, Madeira y el sur de la Península Ibérica, que experimentaron fuertes inundaciones, en especial la provincia española de Cádiz. Esta oscilación se volvió producir los meses de noviembre y diciembre de 2010, lo que contradice la teoría de que el calentamiento global es incompatible con estas oscilaciones, más bien propias de épocas de frío. A fines de agosto de 2010 nevó en las montañas de Escocia, un hecho claramente anormal. Asimismo también nevó a comienzos de septiembre en las grandes ciudades de Canadá y en la Región Autónoma Uigur de Sinkiang, perteneciente a China. También nevó en el hemisferio Sur, donde todavía era invierno, y se produjeron fríos intensos en la zona de Atacama, en Chile. En agosto de 2010 se registró también una ola de frío en Argentina, el sur de Brasil y Paraguay. El frío se produjo, por tanto, casi simultáneamente en ambos hemisferios. Pero ello no implicaba que nos encontrásemos en una nueva fase de enfriamiento, ya que al mismo tiempo, en agosto de 2010, una ola de calor sin precedentes se abatía sobre Rusia, la península balcánica y el suroeste de Asia. En Moscú llegaron a 38°C y el calor se mantuvo durante dos semanas. El sensor MODIS, del satélite que recoge las temperaturas del mundo, señaló en color rojo fuerte toda Rusia, el Cáucaso, parte de las repúblicas de Asia central, y con menos intensidad el centro-sur de Siberia, especialmente Siberia oriental. La habitual coincidencia calor-sequía en pleno verano, provocó enormes incendios de bosques en el centro de Rusia. Debido a un fenómeno de La Niña, se produjeron calores en Indonesia, sur de China y norte de Australia, por lo que los expertos de la NASA dijeron que el año 2010 había sido el más cálido de todos los tiempos. El 20 de enero de 2011 la Organización Meteorológica Mundial, con sede en Ginebra, confirmó el dato de que el año 2010 pudo ser el más cálido de los últimos siglos, en línea con los años 1998 y 2005. 2010 parece haber sido un año con un promedio más cálido que frío, aunque en él coincidieron calores y fríos anormales, en lugar de una única tendencia en un determinado sentido.
Asimismo, también el año 2011 fue abundante en climas extremos. Podemos resaltar un fenómeno La Niña, que fue catastrófico para el nordeste de Australia. Todo indica que debido a la irrupción de agua muy caliente procedente de la «piscina» del Pacífico, se produjeron lluvias torrenciales en el estado de Queensland, con las consiguientes inundaciones, especialmente en la ciudad de Brisbane, que suele disfrutar de un clima más bien suave. Para complicar más la situación, la zona fue devastada poco después, el 3 de febrero de 2011, por el ciclón Yasi, el más fuerte que se recuerda en Australia. Fue un fenómeno que llamó la atención, ya que las temperaturas en toda la costa oriental de Australia, al contrario de la costa occidental, habían sido especialmente cálidas. Normalmente se habla de los desastres causados por El Niño, con lluvias torrenciales donde no suele llover y sequías en donde se necesita mucha agua. Pero esta vez fue La Niña la causante del desastre. Al mismo tiempo, como contrapunto, en Perú y Ecuador se registraron temperaturas muy bajas. Mientras tanto, en enero de 2011, en la zona de Río de Janeiro cayeron lluvias torrenciales, que provocaron desastrosas avalanchas de barro. En relación o sin relación con estas oscilaciones, hubo también una oscilación del Atlántico Norte en la primera mitad del invierno del 2010-2011, con un significativo frío en Europa y Norteamérica. Aaunque la oscilación finalizó en enero-febrero de 2011, los Estados Unidos habían sufrido tres olas polares muy intensas que habían colapsado ciudades como Nueva York y Chicago, habiéndose llegado a temperaturas bajo cero en la ciudad de Nueva Orleáns. Aunque en América Central el frío en el primer mes de 2011 fue notable, el récord se alcanzó en la estación meteorológica de Colón, al este de La Habana, con un registro de 1,9ºC, el más bajo medido en Cuba desde que existen termómetros. Con respecto a los inicios del siglo XXI es evidente que su primera década registró fenómenos violentos y temperaturas anormales en uno u otro sentido. Lo que sí es cierto con respecto a los valores promedio, es que las temperaturas siguen altas con respecto a antes de 1980, pero desde 1999 no se ha detectado una aceleración del calentamiento promedio. Vemos pues que la primera década del siglo XXI ha significado una cierta estabilización de las temperaturas promedio, pero todavía es arriesgado hacer previsiones a más largo plazo, ya que los cambios climáticos no pueden deducirse de series de solo diez años.

Observando los datos anuales de temperaturas promedio, posiblemente no veremos que hayan signo de un calentamiento anormal, ya que las curvas anuales señalan ascensos y descensos de temperaturas, pero sin que sean variaciones alarmantes. Por ejemplo, si tomamos los datos del National Center of Climatic Data de los Estados Unidos para todo el siglo XX, nos encontramos con que, de los cincuenta estados existentes, los valores térmicos más altos de la primera mitad del siglo XX batieron el récord de calor en 37 estados, mientras que en la segunda mitad del siglo solo sucedió en 17 estados. Guiándonos por estos datos podríamos decir que la primera mitad del siglo XX fue mucho más calurosa que la segunda mitad, lo que, sin embargo, no es cierto. En realidad el año más caluroso en Estados Unidos fue 1934, seguido del 1998, 1931, 1938, 1953 y 1999. Los valores absolutos resultan interesantes, pero aún más interesantes, ya que reflejan la tendencia general, son los valores promedio obtenidos, al menos, de cinco en cinco años. De acuerdo con el Centre for Climatic Change, el valor promedio de 1900 fue de 13,7ºC y el del 2009 ha sido de 14,4ºC. Vemos que la diferencia no es muy grande, aunque apreciable, ya que refleja una temperatura 0,7ºC más alta en el año 2009 que en el año 1900. Si repasamos la serie completa de temperaturas durante el siglo XX, hallamos que se aprecia una pendiente positiva en los períodos 1905-1918 y 1930-1941, mientras que se ve un ligero descenso en el período 1974-1998. En la primera década del siglo XXI se observa una cierta estabilidad, que habrá que ir confirmando en el futuro. Como regla general, vemos que en los últimos 120 años ha habido una cierta tendencia al calentamiento, si bien puede considerarse, por lo que a la sensación térmica se refiere, más bien beneficiosa para muchas partes del mundo. El problema es que se afirma que el proceso de calentamiento actual está provocado por el ser humano. Además, se nos dice, ese proceso de calentamiento se está acelerando, de tal manera que podría ser irreversible, lo que pudiera provocar un calentamiento sin precedentes que nos llevara a un punto de no retorno. Que el ser humano tenga que ver con el actual calentamiento que estamos experimentando parece bastante evidente. Pero, ¿en qué porcentaje? De hecho, el paleo-climatólogo y profesor emérito de la Universidad de Virginia, William F. Ruddiman, nos dice que el hombre ha venido influyendo en el clima, que se sepa, desde el neolítico, con la deforestación de bosques, el cultivo de la tierra y la práctica de la ganadería. Pero esta influencia se ha acelerado desde la revolución industrial y el empleo masivo de combustibles fósiles, que liberan a la atmósfera grandes cantidades de gases de efecto invernadero.

Y ahora veamos algunos datos sobre la segunda década del actual siglo XXI. Los indicios del cambio climático y sus efectos, como el aumento del nivel del mar, el derretimiento de los hielos y la aparición de fenómenos meteorológicos extremos, se intensificaron durante el período 2015-2019, que, según la Organización Meteorológica Mundial, será probablemente el período más cálido jamás registrado. La concentración de gases de efecto invernadero ha aumentado también a niveles sin precedentes, confirmando una tendencia al calentamiento. Según la Declaración de la Organización Meteorológica Mundial sobre el estado del clima mundial durante el período  2015-2019, que ha servido de base para los debates de la Cumbre sobre la Acción Climática organizada por el Secretario General de las Naciones Unidas, la temperatura media mundial ha aumentado en 1,1 ºC desde la era preindustrial y en 0,2 ºC con respecto al período 2011-2015. La Declaración sobre el estado del clima, que abarca hasta el mes de julio de 2019, se publica como parte del informe de síntesis titulado United in Science, que ha sido elaborado con las contribuciones de importantes instituciones científicas bajo los auspicios del Grupo Consultivo sobre Ciencia Climática de la Cumbre sobre el Clima de 2019 de las Naciones Unidas. En el informe se ofrece una evaluación conjunta del estado del sistema de la Tierra bajo la creciente influencia del cambio climático, así como la respuesta que el ser humano ha podido aportar hasta la fecha y los cambios previstos del clima mundial en el futuro. Asimismo, se destaca el potencial que ofrece la adopción de medidas climáticas ambiciosas para limitar efectos posiblemente irreversibles y la necesidad imperiosa de adoptarlas. En un informe complementario sobre la concentración de gases de efecto invernadero elaborado por la Organización Meteorológica Mundial se indica que, durante el período 2015-2019, se ha observado un incremento continuo de los niveles de dióxido de carbono (CO2) y de otros importantes gases de efecto invernadero en la atmósfera, que han alcanzado niveles récord. La tasa de aumento del CO2 fue casi un 20 % superior a la de los cinco años anteriores. Este gas permanece en la atmósfera durante siglos y aún más tiempo en los océanos. Según se desprende de datos preliminares correspondientes a 2019 y procedentes de diversos sitios de observación de gases de efecto invernadero, la concentración mundial de CO2 debería alcanzar, o incluso exceder, las 410 partes por millón (ppm) para finales de 2019. “Las causas y los efectos del cambio climático se están multiplicando en lugar de reducirse”, dijo el Secretario General de la Organización Meteorológica Mundial, Petteri Taalas, copresidente del Grupo Consultivo sobre Ciencia Climática de la Cumbre sobre el Clima de las Naciones Unidas.

Petteri Taalas, en tono alarmista, añadió que “se ha acelerado el aumento del nivel del mar y que se teme que se produzca una reducción abrupta de la cubierta de hielo en la Antártida y en Groenlandia, que a su vez exacerbará el aumento del nivel del mar en el futuro. Como ha sucedido este año en las Bahamas y Mozambique, donde ha habido trágicas consecuencias, el aumento del nivel del mar y las tormentas tropicales intensas producen catástrofes humanas y económicasEstamos frente a grandes desafíos. No se trata solo de mitigar los efectos del cambio climático, sino que cada vez es más necesario adaptarse a este fenómeno. Según un informe publicado recientemente por la Comisión Global de Adaptación, la forma de adaptación más eficaz es invertir en servicios de alerta temprana y prestar especial atención a las predicciones que tienen en cuenta los impactos”. Taalas destacó que “es sumamente importante que reduzcamos las emisiones de gases de efecto invernadero, en especial las que proceden de la producción de energía, la industria y el transporte. Esto es decisivo para mitigar los efectos del cambio climático y alcanzar los objetivos definidos en el Acuerdo de ParísPara frenar un aumento de la temperatura mundial de más de 2ºC por encima de los niveles preindustriales, debemos triplicar el nivel de ambición. Y para limitar el aumento por debajo de 1,5 grados, es necesario multiplicarlo por cinco”. Durante el período 2014-2019, la tasa de aumento medio global del nivel del mar fue de 5 mm por año, frente a 4 mm por año durante el decenio 2007-2016. Este aumento es muy superior a la tasa media de 3,2 mm por año registrada anteriormente, desde 1993. La contribución al aumento del nivel del mar de la fusión de los hielos continentales de los glaciares y de la cubierta de hielo, como el caso de Groenlandia, es cada vez mayor y actualmente esa fusión, y no la expansión térmica, es el elemento dominante en el aumento del nivel del mar. Durante el período 2015-2018, la extensión mínima promedio de los hielos marinos en el Ártico durante el mes de septiembre fue muy inferior al promedio registrado entre 1981 y 2010, y lo mismo puede decirse de la extensión promedio en invierno. Los cuatro valores invernales más bajos de los que se tienen datos se dieron durante ese período. El hielo multianual ha desaparecido prácticamente. Desde 2016 los valores mínimos de la extensión de los hielos marinos que se han venido observando para febrero y septiembre son muy inferiores al promedio correspondiente al período 1981-2010. Estos valores contrastan con los del período anterior de 2011-2015 y los del período más extenso de 1979-2018.

En la Antártida, la extensión de los hielos marinos durante el verano alcanzó su primer y segundo valor más bajo en 2017 y 2018 respectivamente, y en 2017 también se registró la segunda extensión más reducida durante el invierno. El derretimiento anual de la cubierta de hielo de la Antártida ha aumentado al menos seis veces, desde el período 1979-1990 al período 2009-2017. El ritmo de derretimiento de la cubierta de hielo de Groenlandia también se ha acelerado considerablemente desde comienzos del último milenio. Según el Servicio Mundial de Vigilancia de los Glaciares, la observación de los glaciares de referencia indica que se ha producido un cambio promedio de masa específica de −908 mm de equivalente en agua por año, valor superior al registrado para cada uno de los quinquenios desde 1950. Se sabe que los océanos almacenan más del 90 % del exceso de calor provocado por el cambio climático. En 2018, sobre la base de mediciones realizadas hasta los 700 metros, se registraron los valores más elevados de contenido calorífico de los océanos, y los años 2017 y 2015 ocuparon el segundo y tercer lugar respectivamente. Además, los océanos absorben aproximadamente el 30 % de las emisiones anuales de CO2, evitando así un mayor calentamiento. Sin embargo, esto supone un alto costo ecológico para los océanos ya que el CO2 que absorben reacciona con el agua de mar modificando así la acidez de los océanos. El nivel de acidez de los océanos ha aumentado en un 26 % desde los comienzos de la Revolución Industrial. También se sabe que más del 90 % de los desastres naturales están relacionados con fenómenos meteorológicos y climáticos. Los principales desastres son las tormentas y las inundaciones, que provocan las pérdidas económicas más cuantiosas. Las olas de calor y las sequías se cobran vidas humanas, avivan los incendios forestales y provocan pérdidas de cosechas. Las olas de calor, que fueron el peligro meteorológico más mortífero durante el período 2015-2019, afectaron a todos los continentes y contribuyeron a que se registrasen muchos nuevos récords de temperatura.

Según un informe, en prácticamente todos los estudios que se han realizado desde 2015 sobre olas de calor significativas se hace referencia a la impronta del cambio climático. Las pérdidas económicas más grandes están relacionadas con los ciclones tropicales. En el Atlántico, la temporada de huracanes de 2017 fue una de las más devastadoras que se haya conocido jamás y las pérdidas asociadas únicamente al paso del huracán Harvey se cifraron en más de 125.000 millones de dólares de los Estados Unidos. En el océano Índico, en marzo y abril de 2019, Mozambique se vio azotado por dos ciclones tropicales consecutivos sin precedentes que causaron gran devastación. Los fenómenos meteorológicos y climáticos inciden sobremanera en los incendios forestales. La sequía aumenta en gran medida el riesgo de incendios forestales en la mayoría de las regiones de bosques e influye particularmente en los incendios de larga duración. Los incendios forestales causantes de las tres mayores pérdidas económicas de las que se tiene registro han ocurrido durante los últimos años. En muchos casos los incendios liberan grandes cantidades de CO2 en la atmósfera. Hacia mediados de 2019 se produjeron incendios forestales sin precedentes en el Ártico. Solo en el mes de junio esos incendios emitieron 50 megatoneladas de CO2 en la atmósfera. Este valor supera la cantidad de CO2 que liberaron todos los incendios que se produjeron en la región ártica durante el mismo mes de 2010 a 2018. Asimismo, en 2018 se registraron grandes incendios forestales en el Canadá y Suecia. También se notificaron extensos incendios en selvas pluviales tropicales de Asia meridional y la Amazonia, donde se albergan recursos no renovables, que afectaron el presupuesto mundial del carbono. Según el Boletín de la Sociedad Meteorológica de los Estados Unidos, durante el período 2015‑2017, en 62 de los 77 fenómenos que se estudiaron se apreció una significativa influencia humana en la génesis de estos fenómenos, y lo mismo revelaban prácticamente todos los estudios realizados sobre importantes olas de calor. De hecho, cada vez en más estudios se señala la influencia humana en relación con el riesgo de precipitaciones extremas. Como podemos ver, estos estudios de la segunda década del siglo XXI inciden en la influencia humana en los fenómenos meteorológicos y climáticos, aunque creemos que se incide poco en la parte que sería más atribuible a causas naturales y a contemplar todos los posibles factores que intervienen.

Pero la historia del clima no muestra que este proceso de calentamiento no se ha producido de forma lineal, sino que han habido fases de estabilidad en la curva térmica, o incluso ligeros enfriamientos. Sobre todo son remarcables los enfriamientos en las décadas de 1960 y 1970, cuando el empleo de combustibles fósiles no solo se mantenía sino que se incrementaba. Por ello, podemos suponer que el cambio climático en que estamos inmersos tiene relación con el empleo humano de esos combustibles fósiles, pero no solo con este factor, ya que se han registrado procesos contradictorios. Por lo tanto, parece que hay otros factores que influyen en el cambio climático y que no están relacionados con la intervención humana. Se trata de factores que ya existieron muchísimo tiempo antes de la supuesta aparición de los seres humanos. Pero, ¿cuál es la proporción entre los factores humanos y los factores naturales que influyen en el clima? Hay algunas curiosidades a tener en cuenta, como que la temperatura media mundial de 1950 fue exactamente la misma que en 1900, como si no hubiese existido medio siglo de calentamiento en medio. Asimismo, la temperatura media mundial de 1980 fue igual a la de 1960, como si durante esos veinte años no se hubiese producido un acelerado proceso de emisión de gases de efecto invernadero. Hay que utilizar las medias móviles de temperaturas para ver cuál es la tendencia general. Con la media móvil las variaciones son suavizadas, y se observa, por ejemplo, cómo en la representación de las variaciones de temperatura media el rango de anomalías comprende desde +3 a -3 ºC, correspondiente a 6 ºC, mientras que con la media móvil este rango se reduce a 3 ºC. Otro aspecto a tener en cuenta es que las estaciones meteorológicas, especialmente las mejor montadas, se ubican en grandes núcleos urbanos, y las ciudades se calientan más que el entorno rural. Si las ciudades no hubieran crecido tanto, convirtiéndose en generadoras de contaminación y de gases invernadero, podríamos comparar mejor las mediciones térmicas de hace un siglo con las actuales. De todos modos, actualmente disponemos de buenas estaciones meteorológicas en ámbitos rurales, en los mares y en los aviones y satélites, que señalan un aumento de temperaturas, aunque de manera más suave. En efecto, el calentamiento ha sido relativamente suave y parece que no ha sido más rápido que el que hubo durante el máximo climático medieval, desde el siglo X hasta el siglo XIV. Es evidente que los glaciares de Escandinavia, de Islandia, de los Alpes, de los Andes, o de los Himalaya se han reducido claramente. Y aún ha sido más impresionante la fusión de hielos árticos, sobre todo en Groenlandia y en la zona del casquete polar, especialmente en el área europea. Estos hechos son la parte más visible del proceso de calentamiento que, además, puede influir en el clima del hemisferio norte, afectando la vida animal en aquellas regiones y las comunidades inuit que viven de la caza de aquellas especies. También hay la evidencia del desprendimiento de grandes bloques de hielo de la cornisa de la Antártida o de un ligero aumento del nivel de las aguas de los océanos, aunque ambos hechos se han exagerado. Según el Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC), las aguas de los océanos se han elevado unos 18 centímetros a lo largo del siglo XX. Pero hay que tener en cuenta que el agua del mar, además de a causa de las mareas, oscila por el impulso de vientos y corrientes. Por ejemplo, la oscilación El Niño-La Niña hace subir o bajar el nivel de las aguas unos cincuenta centímetros a un lado u otro del Pacífico, según sea su dirección. Otro ejemplo lo tenemos en Escandinavia, especialmente en Suecia, donde parece que el mar está descendiendo, aunque realmente no es así, sino que es la tierra la que se está levantando, supuestamente como reacción a haber estado sepultada a lo largo de centenares de miles de años por la enorme capa de hielos de hasta 4 km. de altura del manto Fino-escandinavo durante las glaciaciones. Aunque ya llevamos más de once mil años en el Holoceno, una época interglaciar cálida, todavía no ha terminado la recuperación de Escandinavia. Algo que sí se ha podido comprobar es que se están calentando las aguas del mar, como han mostrado diversas exploraciones marinas.

Un hecho que ha podido confirmarse es que han subido más las temperaturas mínimas que las máximas. Aunque los veranos pueden ser más o menos calurosos, se verifica una tendencia a inviernos más suaves, con menos nevadas en general, como indican las olas de frío de tipo continental, que son aquellas que hacen bajar drásticamente los termómetros, y que suelen ser secas. Aún menos suele nevar en la Antártida. El tópico de que «ahora nieva menos que antes» depende menos de la temperatura que de la presencia de frentes de lluvias. Independientemente de la nieve, sabemos que las temperaturas se han ido elevando como tendencia durante los últimos 150 años. El hecho de que hayan subido más las temperaturas mínimas que las máximas seguramente esté relacionado con el efecto invernadero, que dificultaría los fuertes enfriamientos nocturnos. Podemos tener veranos muy calurosos e inviernos templados. Sin embargo, en el conjunto del mundo cada vez proliferan más las primaveras o los otoños con temperaturas superiores a las que antes eran normales, con primaveras anticipadas u otoños prolongados. Asimismo es curioso que el calentamiento se haga más visible en las zonas polares, en que suele hacer habitualmente más frío, que en las zonas ecuatoriales. En lugares como Alaska, Groenlandia, Islandia, o la península Antártica, se ha podido visualizar un evidente calentamiento; mientras que el incremento del calentamiento es difícil de verificar en la India, en África central, en el noreste de Brasil y en la Amazonia. A nivel global podemos decir que hasta ahora el calentamiento ha afectado más al hemisferio Norte que al Sur. Esta disparidad es explicable por los ciclos de Milankovich, que dependen de la inclinación del eje de la Tierra o la relación entre la cercanía de la Tierra al Sol y las estaciones en los hemisferio norte y sur. Actualmente coincide la cercanía al Sol con el invierno en el hemisferio norte, y este hecho queda compensado con la mayor superficie terrestre en este hemisferio con respecto del austral. Otras veces, a lo largo de los siglos, puede ocurrir lo contrario. Al parecer lo que estamos experimentando actualmente no obedece a grandes cambios causados por los grandes ciclos astronómicos. Pero sigue siendo una incógnita el que sea un fenómeno más visible en el hemisferio norte que en el sur. Si consideramos que el calentamiento es generado por los seres humanos, tal vez la explicación sea que aproximadamente el 88% de la humanidad vive en el hemisferio Norte, ya que hay muchas más tierras en el hemisferio norte y, además, están más pobladas. El único país con más de cien millones de habitantes en el hemisferio austral es Brasil. Otro país con cerca de doscientos cincuenta millones de habitantes es Indonesia. Pero como está en la línea ecuatorial, lo podríamos integrar en los dos hemisferios. Es lógico que si en el hemisferio norte somos más, también contaminemos más y, tal vez, calentemos más.

Pero aquí encontramos otra posible contradicción, ya que en la mayoría de los casos el calentamiento ha sido más intenso en las zonas cercanas al Polo Norte, que no son precisamente las más pobladas, mientras que ha sido mínimo en las regiones que están alrededor de la zona ecuatorial, aunque estén muy pobladas, como India. Es un hecho realmente sorprendente y digno de tener en consideración. En concreto, las zonas con mayor nivel de calentamiento son Groenlandia, la banquisa de hielos polares que se encuentran entre Groenlandia y el norte de Noruega, y el nordeste de Siberia. En estas zonas no es que haga calor sino que en promedio hace un poco menos de frío. Es evidente que algo no cuadra, ya que se calientan zonas del hemisferio norte con muy poca población y donde apenas se emiten elementos contaminantes. Esta contradicción la puso de relieve en el 2005 el climatólogo Igor Polyakov, experto en oceanografía, cambio climático y en el Ártico, que además explica que en estas zonas el calentamiento ha sido mayor en la primera mitad del siglo XX que en la segunda. Sabemos que la zona de máxima fusión de los hielos está cerca de Groenlandia. También se calientan, aunque en menor grado, Europa, Estados Unidos, sobre todo en su lado este, pero mucho menos en el oeste donde California y Oregon han experimentado pocos cambios de temperaturas promedio. Asimismo, también se calientan China y buena parte de Asia Central. Por el contrario, el calentamiento es mínimo, o incluso hay un ligero enfriamiento en la mayor parte de África, sobre todo el África ecuatorial, Sudamérica, el golfo de Guinea, la India y las regiones del sudeste asiático. Mientras tanto hay zonas en Brasil, en África central o en la costa del Pacífico sudamericano donde incluso se habría producido un cierto enfriamiento. Un ejemplo de esta variabilidad lo tenemos en la Antártida. Mientras que todo indica que en los últimos años se ha enfriado la mayor parte de la Antártida, la Península Antártica, la parte que apunta hacia el cono Sur del continente americano, y la costa que se encuentra al oeste, en dirección al Pacífico, se han calentado en dos o tres grados centígrados. Este calentamiento de algunas zonas de la Antártida se debería a la mayor penetración en aquella latitud de las borrascas del Pacífico Sur, que habrían roto el cordón de agua y aire frío que incomunicaban la Antártida del resto de la dinámica climática mundial. Sin embargo, como contrapartida, se ha enfriado la mayor parte del gran continente antártico que rodea al polo sur, provocando que la enorme masa de hielo haya aumentado en lugar de disminuir. Esto se ha podido constatar en las bases antárticas de Vostok, Scott y Amundsen, y también lo han refrendado los satélites que miden las temperaturas terrestres. El climatólogo Kurt Davis, de la universidad de Missouri, ha estudiado este fenómeno del enfriamiento antártico, que ha sorprendido a los expertos. En las noticias de televisión de vez en cuando nos muestran el desprendimiento de grandes masas de hielo en la banquisa Antártida como demostración del calentamiento global. Pero no se explica que ello puede deberse a distintas causas. Una causa podría indicar que las lenguas glaciares se funden parcialmente al llegar al mar, desprendiendo enormes icebergs aislados en aguas más tibias, por lo que se acaban fundiendo. Otra causa podría deberse a una presión más fuerte de las crecientes masas de hielo en el centro de la Antártida, que forzarían a esos fragmentos de la banquisa litoral se separaran del resto de la masa de hielo. Este es uno de los ejemplos que indicarían que el calentamiento no es global, lo que no quiere decir que no está muy extendido y que haya que estudiarlo seriamente.
Lo que queda claro es que no deberíamos alarmarnos por las temperaturas que se han alcanzado en el siglo XX, ya que desde un punto de vista exclusivamente térmico estamos mejor de lo que estábamos antes de mediados del siglo XIX. En efecto, épocas históricas y climáticas como el «periodo óptimo romano» o el «periodo óptimo medieval», en que las temperaturas fueron muy cálidas, similares o superiores a las actuales, están registrados como unos tiempos de estabilidad en las formas de vida y de desarrollo humano. Asimismo recordemos lo dicho sobre el Sahara, en que, con la misma temperatura calurosa que actualmente, aproximadamente entre hace 8000 y 6000 años lo que ahora es el desierto del Sahara era una verde pradera en la que crecían árboles, corrían ríos, había grandes lagos de agua dulce, y lo poblaban animales de todas clases, así como seres humanos. En aquellos tiempos, los monzones, atraídos por las bajas presiones del verano, alcanzaban parte de África y descargaban sus lluvias en las regiones montañosas del centro del Sahara, lo que ahora no sucede. Nos podemos preguntar por qué razón actualmente se nos dice que este calentamiento térmico, similar al de otras épocas prósperas, es una amenaza para la humanidad. Entre las causas de esa valoración tan negativa tenemos que, de todos los procesos de cambio climático que ha habido en la historia de la Tierra, el que estamos viviendo es distinto a los demás, ya que todo indica que está influenciado por el ser humano. Por primera vez consideramos que no se trata de un fenómeno climático provocado por factores naturales, sino que es obra de los seres humanos. También se considera que el calentamiento actual es consecuencia del afán del ser humano por progresar a toda costa, sacrificando incluso aquellos principios naturales que garantizan el equilibro de nuestro entorno. Por ello, se dice, puede llegarse a un punto de no retorno si no renunciamos a nuestro modo actual de hacer las cosas en nuestro planeta. Pero para evitar los posibles peligros tenemos que comprender mejor lo que ocurre y lo que puede ocurrir en el futuro. Una vez aceptada la intervención del hombre en el proceso de calentamiento climático, esta acusación se ha extendido a nuestros antepasados, al menos desde el neolítico, como si la especie humana fuera un elemento patológico para el equilibrio del mundo o como si fuésemos un virus similar al Covid19 con respecto al resto del planeta. Es evidente que el ser humano ha sido capaz de grandes progresos y ha podido resistir las fuerzas de la naturaleza, avanzando para alcanzar altos niveles de desarrollo. Todo ello nos hace suponer que para este desarrollo el ser humano ha podido influir desde la antigüedad en la atmósfera y en la elevación de la temperatura a causa de la deforestación, los cultivos, la domesticación de animales, especialmente los rumiantes, que liberan grandes cantidades de metano a la atmósfera. Asimismo, la capacidad humana para prender fuego y quemar maleza, para calentarse o para cocinar ha podido afectar el clima. Pero aunque sea cierto que en el pasado contaminaron o contribuyeron hasta cierto punto a cambiar el clima, debemos suponer que su influencia fue mínima, ya que había muy pocos habitantes en la Tierra, por lo que su acción no pudo tener efectos importantes.

Todo parece indicar que la influencia del género humano sobre el clima debió incrementarse a medida que aumentaba y progresaba la población en la Tierra. Pero lo que incrementó enormemente las posibilidades del ser humano en este mundo fue la revolución industrial en el siglo XIX y especialmente la aplicación de la máquina de vapor para transformar el calor en trabajo útil, haciendo funcionar los telares, moviendo otras máquinas, haciendo girar las ruedas o ayudando a fundir metales en las calderas de los altos hornos. El carbón se empleaba para obtener hierro colado y, posteriormente, con la técnica del convertidor para transformar el hierro en acero, se convirtió en fundamento de la moderna maquinaria. Una evidente simbiosis del carbón y del hierro lo fue el ferrocarril, un símbolo del progreso humano. El ferrocarril se impuso como medio de transporte para los viajes y para el traslado de mercancías. El ferrocarril sustituyó al caballo y al carro tirado por caballos, pero no sustituyó al barco, que también se transformó gracias al carbón y al hierro, porque en la segunda mitad del siglo XIX se inventó la hélice, que permitió reemplazar las velas por el vapor, mucho más rápido y seguro. La electricidad, por medio del motor eléctrico, sirvió lo mismo para hacer trabajar una máquina como para arrastrar un tren, hacer hablar a un aparato tocadiscos, o transmitir mensajes a través de la distancia, como en el caso del teléfono, la radio o la televisión. Asimismo, sirvió para producir luz e iluminación. Pronto todo el mundo civilizado dispondría de luz eléctrica. Ahora bien: esta nueva y maravillosa energía tenía que ser producida mediante una fuerza no eléctrica. Solo más tarde se intuyó la posibilidad de una energía limpia: la hidráulica. En muchas partes del mundo se construyeron embalses que generaban energía hidroeléctrica. Es evidente que la revolución industrial transformó el mundo. La revolución industrial provocó al mismo tiempo efectos negativos. Uno de los más claros fue la proletarización de grandes masas de trabajadores, que supuso la miseria de muchas familias. Harían falta muchas luchas y muchos años antes de que la riqueza derivada de la revolución industrial mejorara el nivel y la calidad de vida de una parte importante de los ciudadanos del mundo civilizado, pero sin acabar con las desigualdades. Otro inconveniente fue basar el progreso material en la utilización masiva de combustibles fósiles para producir energía. Los combustibles fósiles contaminan el ambiente y contribuyen a calentar la atmósfera. Pero al igual que el ser humano del neolítico, el ser humano de la revolución industrial no fue culpable del cambio climático, ya que nadie pudo imaginar en aquellos tiempos las consecuencias que podía causar en el clima el empleo de combustibles fósiles.

El llamado carbón de piedra, en estado fósil desde lejanas eras geológicas, es el resultado de restos de leñas vegetales que se pudrieron y quedaron aislados del oxígeno libre cuando estuvieron bajo el nivel del mar. Los países que tenían riqueza en carbón fueron los que primero se industrializaron. Todavía podemos ver documentales y películas antiguas con enormes nubes de humo negro que salían de las altas chimeneas de los centros siderúrgicos, así como también el humo que lanzaban las locomotoras de los trenes y los barcos de vapor. El carbono, combinado con el oxígeno produce monóxido de carbono, CO y dióxido de carbono, CO2. El monóxido de carbono (CO) no provoca efecto invernadero, pero contamina y es venenoso, mientras que el CO2 no es venenoso en sí, pero tampoco sirve para respirar, y produce un efecto invernadero, pero inferior al del vapor de agua y el metano. Como su tasa aumenta en el mundo desde la revolución industrial, la opinión más extendida es que el CO2 resulta ser el responsable principal del calentamiento global. Aunque la producción y el consumo de carbón ha descendido en Europa y en Estados Unidos, ha aumentado en los países de economías emergentes. Los países emergentes exigen el derecho a contaminar que en otro tiempo tuvieron los países ricos. Por ello la producción y el consumo de carbón siguen incrementándose en el conjunto del planeta. El petróleo es otro combustible fósil, constituido esencialmente por hidrocarburos. Tanto el carbón como el petróleo estuvieron durante millones de años cubiertos, por lo que no les pudo llegar el oxígeno en estado libre. Pero mientras el carbón procede de antiguos bosques de árboles o plantas leñosas, el petróleo se formó a base de pequeños seres marinos o de algas. Por esta razón la mayor parte de las bolsas de crudo petrolífero se encuentran bajo los mares o cerca de ellos, como el golfo de México, Alaska, el mar del Norte, el mar Caspio, o el golfo Pérsico. Actualmente el 60% de los pozos petrolíferos utilizados se encuentran en tierra y el 40% bajo el mar, ya que es más fácil perforar en un terreno seco que en un fondo submarino. Por lo que se refiere a sus aplicaciones, el petróleo puede sustituir con ventaja al carbón en plantas generadoras de energía, y es fundamental en los transportes. Lo mismo ocurrió en los barcos movidos por combustible. Y apenas hay energía capaz de sustituir masivamente el consumo de los derivados del petróleo en los automóviles y en los aviones. Aunque hemos conseguido algunos resultados en vehículos movidos por electricidad, no debemos olvidar que los trenes eléctricos y los automóviles eléctricos necesitan de una energía que ha de ser generada por centrales, en su mayoría todavía accionadas por carbón o petróleo.

El consumo de petróleo ha superado actualmente el consumo del carbón para fines industriales, de calefacción o de transportes. Nos podemos preguntar si podremos seguir incrementando el consumo de los derivados del petróleo, teniendo en cuanta que las reservas mundiales son limitadas. Cada vez es más difícil encontrar petróleo o no vale la pena explorar yacimientos que no serían apenas rentables. Pero pueden explotarse nuevas formas de energía alternativas rentables que sustituyan al petróleo mucho antes de que se agote. Lo que nadie puede negar es que, tanto el carbón como el petróleo, aparte del efecto invernadero que producen con la liberación de CO2 a la atmósfera, despiden hollín y gases derivados, como óxido de nitrógeno (NO), y dióxido de azufre (SO2). Estos gases, en presencia del vapor de agua, forman respectivamente ácido carbónico y ácido sulfúrico, que son muy nocivos. Uno de sus efectos más conocidos es la llamada «lluvia ácida», que daña especialmente la vegetación, hasta el punto de secar los árboles, impedir la floración y echar a perder las cosechas. Estos gases nocivos también contaminan las aguas, causando la muerte de peces y otras especies, además de favorecer la corrosión de edificios y construcciones. Aunque se han tomado medidas para combatir la lluvia ácida, quizá no la habremos vencido definitivamente hasta que se reduzca drásticamente el uso de combustibles fósiles. Llegados a este punto es importante establecer las diferencias entre el calentamiento y la contaminación. Durante las décadas de 1960 y 1970 se desarrolló la ciencia de la ecología, dedicada al estudio del medio ambiente y los peligros que amenazan al ecosistema. Inicialmente se promocionó mantener la naturaleza limpia, no degradando los ríos y los océanos, así como evitando los vertidos peligrosos para la salud. Pero el ecologismo fue objeto de críticas por denunciar los excesos del progreso tecnológico, que tan importante es para el actual desarrollo humano. Durante las décadas de 1980 y 1990 los ecologistas denunciaron la destrucción de la capa de ozono existente en la alta atmósfera, que era debida, según pudo comprobarse, a la acción del cloro. Se evidenció que los culpables eran los cloroflurocarburos, que fueron inventados precisamente como gases no contaminantes, ya que no pueden combinarse con ningún elemento existente en la atmósfera. Además, se utilizaban en los aerosoles, incluso para los desodorantes, los insecticidas y los plaguicidas que se emplean desde aviones para proteger las cosechas. Asimismo se descubrió que los cloroflurocarburos se mantienen sin alteración en la atmósfera. Pero, si empujado por la tremenda corriente ascensional de un ciclón o tormenta tropical, el ozono rebasa la frontera de la estratosfera, todo cambia. Precisamente en los trópicos esa frontera está a un nivel más bajo y es más fácil de alcanzar que en los polos. Pero si bien en la estratosfera ecuatorial los clorofluorocarburos son prácticamente inofensivos; las corrientes los llevan, con mucha lentitud, hacia los polos, y allí se vuelven peligrosos.

Sobre los polos, y especialmente sobre la Antártida, se ven unas curiosas «nubes polares», iridiscentes, que están formadas por diminutos cristales de hielo que descomponen la luz del Sol. El hielo es sólido, mientras que los clorofluorocarburos son gaseosos, y solo en aquellas condiciones extraordinarias pueden efectuarse algunas especiales reacciones químicas. El cloro es muy ávido de oxígeno y en cuanto se encuentra con una molécula de ozono (O3), absorbe un átomo de oxígeno, y éste queda convertido en una molécula de oxígeno normal (O2). La razón por la que esta pérdida de ozono es perjudicial para los seres vivos es debido a que el ozono estratosférico absorbe las radiaciones ultravioleta del Sol que llegan a la Tierra, haciendo de filtro. Sin esta protección nos afectarían enfermedades de la piel, como el cáncer cutáneo, y nos moriríamos jóvenes. Sin el ozono estratosférico probablemente ni se hubiera desarrollado la vida. Al contrario, una concentración fuerte de ozono en la troposfera, que es la zona de la atmósfera más próxima a la superficie terrestre y que contiene el aire que respiramos, no es nada conveniente para la salud humana. El ozono, que es provocado por las reacciones químicas de los gases de la combustión, sobre todo de los automóviles, puede alcanzar grandes concentraciones cuando es invierno y estamos bajo la influencia de un anticiclón en que brilla el Sol. En las ciudades, con un tráfico intenso y un clima más bien frío, puede observarse una ligera neblina, de un tenue color azulado. Esta concentración de ozono es peligrosa, ya que provoca picor en los ojos y molestias respiratorias, que pueden tener graves consecuencias para los seres humanos. Vemos pues que el ozono puede ser bueno o malo para los seres humanos según la altura a que se encuentre en la atmósfera. Cuanto más alto mejor para nosotros. Pero los elementos contaminantes no terminan con el ozono. El polvo atmosférico y la descomposición de basuras, los vertidos de residuos a los ríos o mares, o los materiales que no se degradan, como los plásticos, o que no se oxidan, también representan un peligro para la salud de los seres humanos y los animales. Por ello conviene no confundir los factores que producen contaminación, a los que debemos combatir para salvaguardar nuestra salud, con los factores que provocan el calentamiento, que pueden afectar al clima. Tenemos que tener presente que no toda forma de contaminación calienta, así como también hay formas de energía que calientan el ambiente, pero no podemos decir que contaminen. El hollín, resultado de la combustión incompleta de los hidrocarburos, , ensucia y contamina, pero no influye en las temperaturas, ni en las nubes, las lluvias o los vientos. Las ciudades más contaminadas del mundo suelen encontrarse en los climas fríos y en los que es frecuente la presencia de un anticiclón, con escaso viento y provocando un tapón atmosférico que impide la renovación del aire contaminado.

Como un ejemplo de lo antes indicado tenemos el caso de Norilsk, situada en el norte de Siberia, que es una zona rica en níquel y en carbón, que se utiliza para procesar el níquel. En Norilsk no crecen árboles en sus proximidades, mientras el humo de centenares de fábricas invade la ciudad, por lo que es inevitable respirar una neblina sucia y de un olor fétido. El río que atraviese la ciudad pasa contaminado y el promedio de la duración de la vida de sus habitantes es de tan solo 49 años. Allí sí que desearían un calentamiento, ya que en invierno llegan hasta temperaturas de -40ºC, mientras que en verano no superan los 15ºC al mediodía. Sin embargo, en algunas regiones de China la situación aún es peor. Según un informe del Banco Mundial, de las 20 ciudades más contaminadas del mundo, 16 se encuentran en China. Entre ellas destaca Linfen, en la provincia de Shanxi, al oeste de Pekín, donde tienen minas de carbón y cobre. Allí nunca llegan a ver la salida y puesta del Sol, ya que una niebla sucia no deja ver el horizonte, por lo que Linfen es la ciudad del mundo con más tasa de cáncer. También Linfen es una ciudad muy fría, por lo que, en este caso, la contaminación no tiene nada que ver con el calentamiento. En lo que se refiere al calor, muchas ciudades tropicales que registran altas temperaturas son al mismo tiempo muy húmedas, como pasaba en el pasado en el Sahara. Hay que tener en cuenta que uno de los factores más decisivos en el calentamiento del mundo es el vapor de agua. El vapor de agua en la estratosfera terrestre contribuye de forma clave en el calentamiento global, según sugiere un estudio del Laboratorio de Investigación del Sistema Terrestre, en Estados Unidos, que se publica en la revista Science. Los resultados del estudio muestran que un descenso en el vapor de agua en la estratosfera de la Tierra ha contribuido probablemente a la reciente ralentización del aumento de las temperaturas superficiales globales. Los investigadores explican que el vapor de agua es un potente gas de efecto invernadero, ya que absorbe la luz solar y reenvía el calor a la atmósfera terrestre. Los descubrimientos revelan que el vapor de agua estratosférico ha sido un importante promotor del cambio climático global en la pasada década. Asimismo, la humedad aumenta considerablemente la sensación térmica, por lo que sentimos más calor o más frío en un ambiente húmedo. Pero también son abrasadores los verano en ciudades de clima seco situadas al borde de desiertos, como El Cairo o Bagdad. En ello también tiene relevancia el hecho de que en toda ciudad importante hay niveles altos de contaminación.

Pero tenemos que tener en cuenta otros gases que también provocan un aumento de la temperatura. Pues bien, actualmente el factor de calentamiento que más está aumentando es el dióxido de carbono, CO2, como consecuencia del crecimiento de la combustión de carbón y derivados del petróleo. Hacia 1900 la concentración de CO2 en la atmósfera era de 280 ppm (partes por millón). En 1960 era ya de 315, en 1980 de 337, en 1990 de 352, en 2000, de 368 y en 2010 de 385, mientras que en el año 2019 llegó a los 415 ppm, supuestamente por primera vez desde hace 3 millones de años. En la naturaleza, sin la intervención humana, el llamado «ciclo del carbono» tiende a mantener un equilibrio por la combinación de dos ciclos distintos. El ciclo corto se opera mediante la fotosíntesis, es decir, por la absorción del CO2 por parte de las plantas, que necesitan carbono para vivir, y que devuelven oxígeno a la atmósfera. El CO2 generado por los volcanes, por los seres vivos que respiran, por la descomposición de ciertos materiales orgánicos, es disociado por la respiración de los vegetales con hojas, y las algas. El ciclo largo es el que procede de la absorción de CO2 por el agua y fundamentalmente por los océanos. El oxígeno disuelto en el agua es aprovechado por los peces y otros organismos acuáticos que necesitan respirar. Del carbono resultan carbonatos, necesarios también para otras formas de vida, como las conchas y los corales. Gran parte del CO2 absorbido por el agua termina convirtiéndose en ácido carbónico. Y en cambio, los mares devuelven una parte del oxígeno absorbido. Vemos que el ciclo del carbono mantiene, de manera natural, más o menos la tasa de CO2 en la atmósfera a un nivel conveniente para la vida. Pero no siembre la naturaleza ha actuado de la misma manera a lo largo de la historia de la Tierra. Mientras en la época de glaciaciones globales la tasa de gases invernadero en la atmósfera era muy reducida; en la época de los dinosaurios la proporción de CO2 era del orden de 1000 ppm, el triple que la actual. Y a pesar de ello había una vida intensa, en que había gigantescos dinosaurios, pequeños mamíferos, peces y una exuberante vegetación. Lo preocupante de la situación actual es que el incremento de las condiciones térmicas y ambientales ocurre en un plazo de pocos cientos de años, por lo que si continuase indefinidamente, la adaptación de los seres humanos sería complicada. El verdadero problema no es que continúen subiendo las temperaturas y se viva mejor en el norte que en el ecuador, sino que el ascenso de temperaturas se acelere hasta límites insoportables como consecuencia de la emisión de gases de efecto invernadero.

Pero, ¿hay verdaderas razones para alarmarse? Ya hemos dicho que los calores del verano de 1991 en el hemisferio Norte despertaron la alarma de los científicos, los ecologistas y los medios de comunicación, poniéndose entonces de moda el problema del calentamiento global, del cual ya habían alertado las Naciones Unidas. En 1988 se creó el Panel Internacional sobre el Cambio Climático (IPCC), que comenzó a emitir informes desde 1990. Pero el Panel define el cambio climático como «la modificación de las condiciones que operan en la atmósfera por obra, directa o indirecta, del hombre», de lo que se deduce que no admite otra forma de calentamiento en la atmósfera que el causado por los seres humanos, lo que es bastante aventurado si estudiamos la historia del clima en la Tierra. Asimismo, el IPCC apenas ha tratado de otro factor como causa del calentamiento global que la emisión de gases de CO2, cuando existen otros factores, algunos de ellos más peligrosos. En todo caso, los informes son invariablemente alarmistas y alertan sobre el peligro que corre el mundo si no se corrigen las causas del calentamiento. Paralelamente ha habido reuniones de una comisión al efecto de las Naciones Unidas, con intervención de miembros del IPCC, para prevenir y combatir los efectos del cambio climático, entre las que destaca Kyoto en 1997, donde se tomaron medidas para reducir la emisión de gases invernadero, principalmente CO2, que solo en parte han sido cumplidas. Aunque no podemos ignorar que el calentamiento se debe en buena parte a la emisión de CO2, hay que recordar que el CO2 no puede ser el único responsable del calentamiento, ya que hay otros gases que debemos tener en cuenta. Antes ya hemos dicho  que el principal factor de calentamiento es el vapor de agua que, además, es un gas necesario y benéfico, del que no podemos prescindir. El ciclo del agua también se auto regula sin que el ser humano tenga que intervenir. Pero el problema es que sí estamos interviniendo en su ciclo. En efecto, si consideramos que el ser humano está calentando la atmósfera con los gases de efecto invernadero, también está provocando un calentamiento de las aguas, lo que implica una tasa creciente de evaporación del agua por encima de su nivel natural. Y éste es realmente el peligro, ya que a mayor evaporación, más vapor de agua, y a más vapor de agua, más efecto invernadero y más calentamiento. Tal vez, sin darnos cuenta, estamos provocando un calentamiento más acelerado que el que se produciría con únicamente la emisión de gases industriales. Y esta aceleración sí que sería peligrosa.
Antón Uriarte, en su libro Historia del clima de la Tierra, nos explica que los posibles cambios ocurridos, a escala global, en la humedad de la atmósfera terrestre durante el transcurso del siglo XX son poco conocidos, pues se tienen muy pocas series de mediciones. Además, el vapor de agua no se reparte homogéneamente por el espacio, lo que hace difícil cuantificarlo. El máximo de humedad se registra en las zonas ecuatoriales y el mínimo en las latitudes cercanas a los polos. Si en un instante toda la humedad de una columna de aire se condensase y precipitase en forma líquida, el espesor de la cantidad recogida sobre los océanos tropicales sería de unos 60 mm y sobre los círculos polares de tan sólo 5 mm, lo que es menos que en los desiertos más áridos. Con el calor, la evaporación aumenta y también aumenta la capacidad de retención de humedad por parte del aire. Por ello, si se produce por cualquier causa un incremento de la temperatura del aire, a causa del aumento de la radiación solar, del incremento del CO2, etc., también aumenta la concentración de vapor de agua en la atmósfera, lo que amplifica, debido a un mecanismo de retroalimentación positiva, el calentamiento inicial. Se calcula que, si se mantiene constante la humedad relativa, la humedad absoluta de vapor de agua en el aire aumenta entre un 6 % y un 8 % por cada grado de incremento de la temperatura global en la atmósfera. Si esto es así, durante el siglo XX el vapor de agua ha debido aumentar a escala global entre un 3 % y un 4 %. Y, según los modelos climáticos, el vapor de agua ha de aumentar, a finales del actual siglo XXI, un 20% en la baja troposfera y un 100 % en la alta tropósfera. Lo que es evidente es que el vapor de agua es el principal gas invernadero de la atmósfera terrestre. Su presencia se calcula que provoca, por término medio, más del 60 % del efecto natural de calentamiento, no imputable directamente a los seres humanos, debido a que el vapor de agua es muy eficiente atrapando las radiaciones infrarrojas terrestres en diversas longitudes de onda. Por esta razón es lógico que las mediciones vía satélite sobre los océanos reflejen una alta correlación entre la temperatura del aire de la baja troposfera y su contenido de vapor de agua en muchas zonas. Es evidente que, a mayor temperatura, mayor contenido de humedad, y viceversa. Una de las mayores incógnitas de los modelos climáticos es la variación de humedad en los diferentes niveles de la atmósfera. Conocer esta variable es importante, ya que el papel del vapor de agua en el cambio climático, sobre todo en los flujos radiativos, depende no sólo de su concentración sino también de su distribución vertical. Si es difícil saber la evolución y los efectos del vapor de agua, aún lo es más cuando nos referimos a la condensación del agua atmosférica, es decir, de las nubes.

Las nubes afectan de manera importante a los flujos de energía solar y terrestre. El resultado del efecto reflectante, o albedo, con respecto a la radiación solar, lo que implica una pérdida de energía, y el efecto invernadero con respecto a la radiación terrestre, lo que implica una retención de energía, depende del tamaño de las gotas, de la densidad de las nubes, de su espesor; de su altitud, de su temperatura, etc. La creencia popular es que el efecto neto de las nubes es el de enfriar la superficie terrestre. En efecto, a partir de las diferencias de la radiación solar cuando hay o no nubes, se deduce que las nubes incrementan el albedo planetario, o la reflectividad global, en un 15%, lo que supone una pérdida de energía de 50 W/m2. Pero hay una segunda parte de la historia, ya que se calcula que la retención por parte de las nubes de la radiación infrarroja saliente de la superficie terrestre supone una ganancia de energía, o efecto invernadero, de unos 30 W/m2. Por lo tanto, el resultante es una pérdida de energía de 20 W/m2. Ahora bien, la inclusión del efecto de las nubes en los modelos climáticos sigue siendo complicada. Se sabe que el efecto radiativo de las nubes es muy desigual en distintas zonas del planeta, ya que el reparto de los porcentajes de energía solar absorbida y reflejada varía mucho según el tipo de nube, la latitud y la estación del año. Por ejemplo, en las regiones oceánicas tropicales del oeste de África y de Sudamérica, cubiertas con frecuencia por capas bajas de estratocúmulos, las nubes pueden provocar una disminución neta de energía en superficie de hasta 100 W/m2 , mientras que los altos cirros finos que a veces cubren los desiertos tropicales pueden producir un aumento neto de energía de hasta 25 W/m2. Por otro lado, en latitudes medias, las depresiones profundas con frentes de nubes asociados tienen un efecto de enfriamiento debido a que el albedo es muy alto. Por el contrario, en las regiones polares la cubierta de nubes tiene un efecto de calentamiento, ya que, aparte del efecto invernadero, las nubes tienen menor albedo que las superficies sin estar cubiertas de nubes pero cubiertas de nieve. En el balance de radiación que llega a la superficie, los cálculos efectuados a partir de mediciones vía satélite indican que las nubes producen un pequeño calentamiento en los trópicos, un enfriamiento muy notable en las latitudes medias y, de nuevo, un calentamiento pequeño en las latitudes altas, cercanas a los polos. asimismo, aunque globalmente las nubes enfríen, su efecto térmico en superficie es diferente durante el día que durante la noche, ya que las nubes tienden a enfriar durante el día y a calentar durante la noche, causando la disminución en las oscilaciones térmicas entre las máximas diurnas y las mínimas nocturnas.

La influencia de las nubes en la oscilación térmica diaria tuvo una confirmación en los tres días posteriores a la destrucción de las Torres Gemelas, en los que se prohibió el vuelo de aviones sobre los Estados Unidos, o como ha pasado durante el confinamiento por el Covid19 en que se han reducido drásticamente los vuelos. En los días posteriores a la destrucción de las Torres Gemelas la oscilación térmica diurna aumentó en más de 1ºC. La razón más probable fue la ausencia de las estelas que dejan los aviones y que facilitan la condensación del vapor de agua. Después del vapor de agua, el más importante factor causante del efecto invernadero es el metano. Se encuentra, como el petróleo, en grandes bolsas a cierta profundidad, pero también se genera espontáneamente en ciénagas y humedales, en lugares donde se descomponen plantas en un medio acuático. También existe el metano en minas, especialmente en minas de carbón, donde se le conoce como gas grisú. Asimismo, también lo expulsan las erupciones volcánicas. Pero una de las causas de su emisión es la actividad humana, especialmente en determinados cultivos en tierras húmedas, como los del arroz. También lo liberan animales que el hombre ha domesticado, especialmente los rumiantes, como las vacas. Se cree que el 60% del metano que existe en la atmósfera es de origen natural, mientras que un 40% sería consecuencia de la actividad humana. Actualmente el metano no sobrepasa la proporción de 2 ppm (partes por millón), mientras que el CO2 supera las 415 ppm. Pero el metano es 25 veces más activo como factor del efecto invernadero que el CO2, de modo que si el metano llegara a representar solo la cuarta parte de lo que representa el CO2, resultaría más peligroso, lo que no sería tan extraño, ya que es evidente que la tasa de metano está aumentando con rapidez. Aunque algunos paleo-climatólogos como William F. Ruddiman predicen que en la segunda mitad de este siglo el metano será el principal factor del calentamiento, no parece que haya evidencias de que ello vaya a suceder. De todos modos, un equipo internacional de científicos ha averiguado que una zona del fondo del Océano Ártico, que almacena gran cantidad de metano congelado, muestra signos de inestabilidad y presenta fugas generalizadas de este gas de efecto invernadero. Los hallazgos de este estudio se publicaron en la revista Science. Los investigadores, procedentes de Rusia, Suecia y Estados Unidos, observaron unas perforaciones en el permafrost situado bajo la Plataforma Ártica de Siberia Oriental, que emiten grandes cantidades de metano a la atmósfera. Incluso la emisión de una pequeña proporción del metano almacenado en la plataforma continental podría agravar el calentamiento global. «La cantidad de metano que se libera de la Plataforma Ártica de Siberia Oriental es comparable a la aportada por el resto de los océanos del planeta. El permafrost submarino está dejando de ser un manto impermeable», advirtió la autora principal del estudio, la Dra. Natalia Shakhova, del Centro Internacional de Investigaciones Árticas (IARC) de la Universidad de Alaska Fairbanks (Estados Unidos).

La Plataforma Ártica de Siberia Oriental es un área de unos dos millones de kilómetros cuadrados de la plataforma continental del Océano Ártico que es rica en metano, siendo una de las principales fuentes de este compuesto químico a escala mundial. Un análisis de los descubrimientos del estudio muestra que la Plataforma Ártica de Siberia Oriental emite 7 teragramos (1 teragramo = 1 millón de toneladas) de metano al año. La cantidad es similar a la emitida en conjunto por el resto de los océanos del planeta. «Nuestra mayor preocupación es que el permafrost submarino ya ha mostrado signos de desestabilización, Si continúa esta tendencia, las emisiones de metano puede que dejen de medirse en teragramos y sean considerablemente mayores», indico la Dra. Shakhova. Según esta investigadora, los registros geológicos de la Tierra muestran variaciones en las concentraciones atmosféricas de metano: entre 0,3 y 0,4 partes por millón durante periodos fríos y entre 0,6 y 0,7 partes por millón durante periodos cálidos. La concentración media de metano en el Ártico se encuentra en torno a las 1,85 partes por millón, todo un record en los últimos 400.000 años. Pero la Plataforma Ártica de Siberia Oriental presenta concentraciones incluso mayores, un dato aún más alarmante. Los investigadores afirmaron que la plataforma sólo posee 50 metros de profundidad y no emite metano durante los periodos más fríos del planeta, pues permanece como una llanura costera ártica congelada. Pero cuanto más se calienta la Tierra, más aumentan los niveles del mar, lo que provoca que la plataforma se inunde con agua marina que es entre 12 y 15 grados más cálida que la temperatura media del aire, según los expertos. «Hasta ahora se pensaba que el agua marina mantenía congelado el permafrost de la Plataforma Ártica de Siberia Oriental. Nadie había pensado en esta enorme zona», indicó la Dra. Shakhova. En estudios anteriores realizados en Siberia se descubrieron fuentes de metano procedentes del permafrost terrestre en proceso de descongelación. Sin embargo, estudios llevados a cabo durante la década de 1990 por el coautor del artículo, el Dr. Igor Semiletov, demostraron que la cantidad de metano liberada por fuentes terrestres descendió en latitudes más cercanas al polo. Cabe señalar que estos estudios se limitaron a la tierra firme. Los doctores Shakhova y Semiletov y su equipo ampliaron el estudio al mar entre 2003 y 2008. La investigación ayudó a determinar que las concentraciones de metano eran por lo general mayores y que el mar contenía unos cien focos de emisión. También descubrieron que el gas metano atrapado en el hielo marino no sólo se disolvía en el agua, sino que también escapaba a la atmósfera. «La liberación de tan sólo el 1% del metano que se calcula está almacenado en estos depósitos de hidratos poco profundos podría multiplicar por tres o por cuatro la actual carga del gas en la atmósfera. Las consecuencias climáticas de este cambio son muy difíciles de predecir», declaró la Dra. Shakhova. Se habla relativamente poco del metano, pero también deberíamos estar en guardia sobre su proliferación en la atmósfera.

Otros gases, como el dióxido de azufre (SO2) o el óxido nítrico (NO) producen un efecto invernadero mucho menos peligroso que los factores antes indicados, pero que no podemos despreciar. Asimismo no podemos obviar la acelerada deforestación del planeta, siendo máxima la deforestación de nuestras selvas y bosques en zonas intertropicales, como Brasil, Indonesia, Birmania o Zambia, justo donde abundan los árboles de hojas grandes, que son los más eficaces en la función de fotosíntesis, que es la manera que tiene la naturaleza de absorber el CO2. En Brasil, en la zona del Paraná y la Amazonia, donde en su tiempo hubo selva, ahora hay praderas inmensas. Vemos que se están reduciendo dramáticamente los bosques tropicales, que tanto ayudan a combatir el incremento del CO2, ya que lo absorben, sin que haya una actuación internacional contra este preocupante proceso de deforestación. El proceso de calentamiento de la Tierra es evidente, pero no tenemos que caer en el alarmismo sin más. Asegurar que el proceso de calentamiento terrestre es ya un proceso irreversible no es la mejor manera de animar a que se tomen medidas para contrarrestarlo. Richard B. Alley, famoso glaciólogo que ha efectuado trabajos en Groenlandia y que conoce bien el proceso de fusión de los hielos, confiesa que «es difícil, si no imposible, predecir cuál va a ser el futuro». Si consideramos que la Tierra va a seguir calentándose indefinidamente hasta límites insoportables, este proceso probablemente ya no dependería del empleo de combustibles fósiles, cuyas reservas están disminuyendo rápidamente. La realidad es que si no podemos reemplazar los combustibles fósiles por fuentes de energía renovable y rentable, entonces la crisis mundial no sería debida al calentamiento, sino a un progresivo retroceso económico provocado por la escasez de nuevas fuentes de energía. Antes nos hemos referido al Sahara al hablar de que, a la misma temperatura, un régimen de lluvias puede llevar a la exuberancia de la vida, mientras que la sequía puede llevar a la desertización y muerte de la vida. Por ello podemos preguntarnos, ¿hasta qué punto el calentamiento está produciendo desastrosas sequías? El Centro Hadley de Investigación sobre el Calentamiento Global asegura que el planeta ha experimentado, desde la década de 1990, un incremento de un 25% en el índice de sequías. Y el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente avisa que 450 millones de seres humanos ya sufren las consecuencias de la falta de agua, y predicen que en el 2025 esa carencia de agua alcanzará a nada menos que 2.800 millones de personas.

Podríamos considerar que el actual cambio climático provoca más sequías que un alto índice de lluvias, o también podríamos considerar que el incremento de población en algunos lugares del mundo hace más difícil que el agua llegue a todo el mundo. Todavía hay serias dudas sobre la supuesta relación entre el calentamiento y la sequía, como ya vimos en relación al Sahara, incluyendo la opinión de que el proceso de calentamiento provocará más cantidad de lluvia pero menos días de lluvia, aunque más torrenciales. Esta  suposición se corresponde con el régimen de lluvias en países cálidos intertropicales, en que las lluvias son muy fuertes, pero que se producen en una determinada época del año. Es en realidad un régimen de tipo monzónico, tal como ocurre en la India, África central, zonas del Caribe o de Indonesia. En esas regiones cálidas ya están acostumbrados a la alternancia de lluvias torrenciales y sequías. Pero si un régimen de alternancia de este tipo se extendiese a países que hoy no lo tienen, como Europa, la mayor parte de los Estados Unidos, Japón, o Sudamérica, que hoy disfrutan de un clima suave, muchos millones de seres humanos tendrían que prepararse para esta alternancia climática. Aún es prematuro prever si el escenario que algunos nos anuncian es seguro ni cuándo llegará. Otra predicción que se hace es que aumentará la frecuencia de ciclones y tormentas tropicales, lo que también es prematuro afirmarlo. De hecho, en los primeros años del siglo XXI hubo una disminución de este tipo de fenómenos en el área del Caribe. Pero luego, en el 2005, el huracán Wilma fue el huracán más intenso registrado en el Atlántico y el décimo ciclón tropical más intenso registrado en todo el mundo, que afectó a toda la zona del Caribe. Además, fue el más fuerte registrado en Estados Unidos, con vientos que llegaron a la costa con una velocidad de 320 km/h. Posteriormente, ese mismo año, el huracán Katrina fue bastante menos intenso, pero el más catastrófico que se recuerda por haber afectado de lleno a la ciudad de Nueva Orleans y una zona muy densamente poblada. Más tarde han escaseado los ciclones antillanos, mientras que han abundado, sobre todo en 2009 y 2010, los tifones en Oriente, que se mueven independientemente de los monzones, que son un fenómeno distinto. Hay que tener en cuenta que el tiempo meteorológico y, a más largo plazo, el clima, son aparentemente muy caprichosos.

Bjørn Lomborg es un escritor, profesor y ambientalista danés. Es conocido principalmente como autor del polémico libro El ecologista escéptico. En 1998 publicó cuatro artículos sobre el estado del ambiente en el Politiken, uno de los principales periódicos daneses, que dieron pie a un intenso debate medioambiental en Dinamarca, extendiéndose a todos los periódicos y generando numerosos artículos, comentarios y críticas. Debido al intenso debate generado por los artículos publicados en Politiken, Bjørn Lomborg decidió estudiar más a fondo el tema, haciendo un análisis detallado de los datos existentes respecto de los diversos problemas ambientales. Usando su buena experiencia en el campo de la estadística y tomando datos de las fuentes de fiabilidad reconocida, como la ONU (Organización de las Naciones Unidas), la FAO, el Banco Mundial, la EPA (Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos), el IPCC, la OMC (Organización Mundial de Comercio), en general las mismas fuentes que el movimiento ecologista utiliza para apoyar sus tesis, publicó El ecologista escéptico, un libro que pone en duda un amplio rango de problemas ambientales que suelen ocupar portadas y titulares de los medios de comunicación de todo el mundo y que causó escándalo entre los más acérrimos partidarios del calentamiento global. Lomborg nunca ha negado el calentamiento que ahora sufre el mundo, pero acusa de exagerados a los más radicales, ya que cree que el proceso no es de momento grave ni mucho menos acelerado, aunque sí que es preciso corregir errores y, sobre todo, preocuparse de temas más importantes, como el hambre en el mundo o la expansión del virus del SIDA. Sin embargo, su reacción provocó la indignación de los ecologistas más radicales, que en un artículo publicado en Scientific American le acusaban de malintencionado y anticientífico. Trató de explicar su tesis en universidades europeas y americanas, en muchas de las cuales fue abucheado. No faltaron tampoco partidarios entusiastas que le aplaudieron. La polémica estaba servida, y en todo lo que llevamos de siglo XXI no se ha resuelto. En 2010, coincidiendo con las críticas de las Naciones Unidas a su filial ecológica, el IPCC, y los proyectos para su reforma, Lomborg ha experimentado un giro y ahora aboga por una política contra el calentamiento y la búsqueda de nuevas soluciones, porque estima que el protocolo de Kyoto es caro e ineficaz. Aunque sigue opinando que la lucha contra el calentamiento es importante, pero no urgente: «El calentamiento no es el fin del mundo». Lo peor de todo es que la polémica se ha convertido en un problema ideológico. En un extremo están los partidarios radicales, que consideran que el proceso de calentamiento es ya irreversible o casi, y auguran para fines del siglo XXI un aumento de las temperaturas del orden de 5º a 7ºC, que provocará guerras, migraciones, hambrunas, etc. El paleontólogo, ambientalista, explorador y científico australiano, Tim Flannery, declaraba que «si los humanos siguen haciendo las cosas como hasta ahora a lo largo de la primera mitad de este siglo, creo que el ocaso de la civilización a causa del cambio climático es inevitable».

Científicos consultados por Naciones Unidas califican de “abrumador, generalizado e irreversible” el impacto del calentamiento global en el planeta. Suena a algo que ya hemos leído o escuchado, pero el Panel Intergubernamental para el Cambio Climático (IPCC) asegura que estas conclusiones son resultado de una completa evaluación de cómo está afectando el cambio climático a la Tierra. En efecto, cientos de investigadores de 70 países produjeron un nuevo reporte el año 2014, con la ayuda de miles de expertos de todo el mundo, basados en más de 12.000 estudios científicos. Sin embargo, no todos los participantes quedaron satisfechos con el resultado, difundido tras días de intensas negociaciones en Yokohama, Japón. Es el caso de Richard Tol, especialista en el aspecto económico del cambio climático por la universidad británica de Sussex, quien de hecho pidió que retiraran su nombre de partes del documento por considerarlo demasiado alarmista. Richard Tol dice que estaba más conforme con el borrador inicial del documento, ya que “transmitía el mensaje correcto”. Pero según explicó Richard Tol a la BBC, “pasó de ser un mensaje positivo sobre cómo podemos hacer frente a estos riesgos a una historia sólo sobre los riesgos, que afirma que el cambio climático es algo terrible y la única solución posible es la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero lo más rápido posible. Algo que creo que no se sostiene con el reporte y es un mensaje que el IPCC ha estado transmitiendo en los últimos 25 años sin mucho éxito en términos de influencia en las políticas, y esta era la última oportunidad para cambiar el mensaje y ofrecer un consejo diferente a los responsables políticos“. Según Tol, muchos riesgos del cambio climático son exagerados y sus efectos pueden ser reducidos adaptándose a los cambios. Los esfuerzos económicos, dicen los críticos al reporte de Naciones Unidas, deberían concentrarse en la adaptación al cambio climático en lugar de tratar de impedir que suceda. De acuerdo con el texto que hizo público el IPCC, es probable que nuestra salud, nuestras casas, nuestros alimentos y nuestra seguridad se vean amenazadas por temperaturas cada vez más altas. Sin embargo, también añade que aún podemos adaptarnos a muchas de las transformaciones. Según Richard Tol: “El cambio climático supone riesgos, pero muchos de esos riesgos son en realidad síntomas de subdesarrollo y mala gestión. Estimulando el crecimiento económico y con un mayor aprovechamiento de los recursos naturales de eventos climáticos extremos podemos hacer frente los efectos del cambio climáticoEl IPCC está para proveer al mundo con una clara visión científica sobre el actual estado de conocimiento sobre cambio climático y sus potenciales impactos medioambientales y socioeconómicos“. Los informes del IPCC son importantes para asesorar a los responsables de las políticas medioambientales de diversos gobiernos. Según Tol: “El mensaje en el primer borrador era que a través de la adaptación y el desarrollo inteligente estos eran riesgos manejables, pero que requieren una acción conjunta. Esto ha desaparecido por completo del texto, que es sobre los impactos del cambio climático y los cuatro jinetes del apocalipsis. Es una oportunidad perdida“.

Jean-Pascal van Ypersele, vicedirector del IPCC, dijo que las críticas de Tol no son correctas: “Estamos señalando las razones de la alarma. Los hechos y la ciencia muestran que hay razones para alarmarse. No es porque somos alarmistas“. El informe, titulado Cambio Climático 2014: Impactos, Adaptación y Vulnerabilidad, sostiene que los efectos ya están ocurriendo en todos los continentes y en los océanos. Y el mundo, en muchas partes, no está lo suficientemente preparado para hacer frente a estos peligros. Sin embargo, Vicente Barros, codirector del Grupo de Trabajo, también menciona la necesidad de dedicar esfuerzos a la adaptación: “La adaptación es tan importante porque el mundo enfrenta varios riesgos por el cambio climático que ya se ha producido debido a las emisiones pasadas y a la presente infraestructura“. Según Chris Field, quien también encabeza el grupo responsable de este informe, la adaptación para reducir los riesgos está comenzando a desarrollarse, pero aún está enfocada en reaccionar a eventos pasados más que en la preparación para un futuro cambiante: “Comprender que el cambio climático es un desafío para la gestión de riesgos abre una amplia gama de posibilidades para integrar adaptación con desarrollo económico y social, y con iniciativas para limitar el futuro calentamiento“. Cristian Frers, experto en Gestión Ambiental, aseguraba que «la Tierra está sufriendo de fiebre. La culpa es de todos. Estamos muy enfermos, pero no nos damos cuenta». Anthony Costello, director del Institute for Global Health en la University College of London, afirmó en la prestigiosa revista británica The Lancet que el calentamiento «pondrá en grave riesgo, en las próximas décadas, la vida de miles de millones de personas». Si nos guiamos por estos mensajes catastrofistas diríamos que estamos a las puertas del fin del mundo. Pero hay quienes tienen una opinión más moderada en que, aún admitiendo la posible gravedad del problema a medio y largo plazo si se mantienen las condiciones existentes, no consideran que todo está perdido, por lo que aportan posibles soluciones y aceptan la posibilidad de un futuro más prometedor, gracias a la utilización de energías renovables. Carlo A. Ricci, presidente del European Polar Board y directivo del programa EPICA, que estudia el cambio climático a través de las muestras de hielo, declaró que «es evidente que la Tierra se está calentando, pero aún no sabemos la magnitud exacta de ese calentamiento. Los polos no se van a fundir en cincuenta años; al menos tardarían unos mil, si la temperatura sigue aumentando a este ritmo». Algunos renombrados científicos piensan que, aunque no podemos dormirnos, disponemos de tiempo suficiente para tomar las medidas que sean necesarias. Opinan que el calentamiento hasta ahora no es extremadamente preocupante, pero se diferencia de otros procesos climáticos históricos en el hecho de que es el ser humano quien parece lo está provocando, por lo que sería el ser humano el que tendría que tomar medidas para evitar llegar a extremos peligrosos.
Pero hay otros científicos, minoritarios, que opinan que el proceso de calentamiento no se debe exclusivamente a la acción humana y que hay otros factores que también pueden ser importantes. Uno de sus argumentos es que no ha existido una linealidad entre las emisiones de gases invernadero provocadas por el ser humano y la evolución de las temperaturas. Como ejemplo presentan el caso de las décadas de 1950 y 1960, en que predominó un relativo enfriamiento, mientras que la emisión de gases invernadero se disparaba. En la primera década del siglo XXI se produce un nuevo estancamiento del calentamiento, por lo menos hasta el 2008. Si las temperaturas descienden o se estancan cuando aumentan los gases producidos por los combustibles fósiles, es que actúa otra causa independiente, que es la que provoca esas inflexiones. Todo ello parecería apuntar a que hay, por lo menos, dos factores distintos, uno humano y otro de origen natural. El meteorólogo Anthony Watts se muestra un tanto escéptico, aun sin negar la intervención del ser humano: «no se trata de negar la existencia de un calentamiento global, sino de determinar con exactitud y sin sesgos hasta qué punto es el ser humano el único responsable». Este porcentaje de intervención humana en el cambio climático es justamente lo que no sabemos y lo que estamos necesitando conocer para tomar las medidas adecuadas. También tenemos a los escépticos, que no niegan la posibilidad del calentamiento provocado por la acción del ser humano, pero dudan en alto grado de la fiabilidad de los datos. Una de sus objeciones se basa en las llamadas «islas de calor». Resulta que las estaciones meteorológicas situadas en las grandes ciudades o sus alrededores sufren los efectos del calor mucho más que las zonas agrarias o las regiones poco habitadas. La densa presencia humana, aún prescindiendo de los coches, aires acondicionados, calefacciones, industrias, etc…, se ve afectada porque el ser humano contribuye a calentar el ambiente, ya que tiene una temperatura corporal de 37 grados centígrados y porque respira, exhalando a la atmósfera una cierta cantidad de CO2. Pero, evidentemente, aportan más al calentamiento factores como la industria, los aparatos que transforman el movimiento en calor, los automóviles y demás vehículos que circulan, las calefacciones en invierno, o el aire acondicionado en verano, que devuelve calor al ambiente. El profesor Carlos M. Madrid, en un análisis de las curvas térmicas en el periodo 1880-2000, registradas en las estaciones meteorológicas de Madrid Retiro y Navacerrada, indica que, en sus datos promediados, la primera revela una tendencia al calentamiento y la segunda no. Pero las estaciones meteorológicas distribuidas por todo el mundo, aunque de manera desigual, parecen indicar que en gran parte de los continentes y de los mares se registran temperaturas promediadas superiores a las de hace un siglo, aunque en un valor distinto según su situación geográfica. Hay países en que el calentamiento no queda demostrado, e incluso algunos en que parece haberse registrado un enfriamiento. Pero la tendencia global hacia el calentamiento es la más frecuente.

También tenemos el caso de los negacionistas radicales del cambio climático, que opinan que todo lo que se nos cuenta es un engaño intencionado. En suma, la polémica ha dividido a la gente y ha hecho surgir la sospecha de intereses poco confesables. Ante ello, vale la pena leer lo que dice el paleo-climatólogo William F. Ruddiman, ya citado en este artículo: «El tema del calentamiento global se ha convertido en un avispero, y no tengo la menor intención de meter la mano en algo tan sucio y desagradable. Lo único claro de todo ello es que la polémica está llegando a un punto que perjudica la investigación». Lo que sí parece claro, al menos para unos cuantos científicos con los que estoy de acuerdo, es que la discrepancia entre el aumento de los gases de efecto invernadero y la curva generalizada de las temperaturas nos hace pensar que hay algún factor natural, ajeno al ser humano, que está interviniendo. Sabemos de la variabilidad de la meteorología, en que a una etapa anormalmente abundante en borrascas sucede otra de anticiclón y estabilidad, mientras que a una temporada de calores anormales sucede otra de cierto enfriamiento. En resumen, a una anormalidad en un sentido suele suceder generalmente una anormalidad en sentido contrario. Sabemos que existen factores naturales que determinan esa alternancia climática. De manera natural, un episodio de calor provoca un aumento de la convección o de ascensión de aire caliente, más ligero, hacia las alturas, y su sustitución por masas de aire más pesado y más frío, que vienen a refrescar el ambiente. Una zona de baja presión aleatoria tiende a ser rellenada por una irrupción del aire circundante, que viene a crear un área de alta presión, y así sucesivamente. Los meteorólogos y los que observan los mapas del tiempo lo pueden corroborar. La tendencia a la compensación es natural en la dinámica atmosférica. Ahí tenemos las oscilaciones del Atlántico Norte o Atlántico Sur, las de California o de Patagonia, El Niño, La Niña, la intensidad variable en un sentido o en otro de los monzones. Nos podemos preguntar si estas oscilaciones están basadas en la dinámica del contrapeso o bien es un factor exterior, no puramente atmosférico, que opera entre los factores del calentamiento. A más largo plazo tenemos los ciclos de Milankovich, pero tenemos otros factores cósmicos, como la actividad solar, que pudo tener una influencia muy grande en la época del Mínimo de Maunder, durante la Pequeña Edad de Hielo, y probablemente en otras muchas. Un equipo dirigido por científicos de la universidad de Maine ha estudiado recientemente los elementos contenidos en muestras de hielo, y cree poder demostrar el influjo de la actividad solar en la Pequeña Edad de Hielo, y aseguran haber descubierto una nueva pista para investigar el influjo del Sol en el clima.

Sami Khan Solanki, Director del Instituto Max Planck de Göttingen, en una conferencia titulada ¿Es el Sol el culpable del Calentamiento Global? ha declarado que «el Sol más energético y los llamados gases de efecto invernadero han contribuido al cambio de temperatura en la Tierra; pero es imposible precisar cuál tiene una incidencia mayor». Creemos que plantea el problema de qué factores y en qué proporción intervienen en el actual proceso de calentamiento. Los científicos vienen registrando ciclos en la actividad del Sol. El más conocido es el ciclo de 11 de años, correspondiente a las manchas solares, descubierto en 1843 por el astrónomo alemán Heinrich Schwabe. Pero hay un ciclo más largo, que es el de Gleissberg, con un período aproximado de 80 a 90 años, supuestamente causante del famoso Mínimo de Maunder. Asimismo, se ha pronosticado la existencia de un tercer ciclo de unos 166 años, provocado por el movimiento del Sol con respecto del centro de gravedad del sistema planetario, al cual se ha atribuido cierta incidencia en la Pequeña Edad de Hielo. Que algunos de estos ciclos haya influido en el clima actual es solo una posibilidad, que aún hay que investigar. Pero un análisis de la actividad variable del Sol en los últimos dos milenios indica que, contrariamente a los pronósticos del IPCC sobre un calentamiento global, provocado por el ser humano, de hasta 5,8°C en los próximos cien años, se prevé un largo período de clima frío con su fase más fría alrededor del año 2030. Se muestra que los mínimos en el ciclo de actividad solar de Gleissberg de entre 80 a 90 años, que coinciden con períodos de clima frío en la Tierra, están constantemente relacionados con un ciclo de 83 años en el cambio de la fuerza rotatoria que impulsa el movimiento oscilatorio del Sol sobre el centro de masa del sistema solar. A medida que se pueda calcular el curso futuro de este ciclo y sus amplitudes, se puede ver que habrá un mínimo de Gleissberg alrededor del 2030 y otro alrededor de 2200, que provocarán un equivalente al mínimo de Maunder acompañado de un enfriamiento severo en la Tierra. Este pronóstico es fiable, ya que otros pronósticos a largo plazo de fenómenos climáticos, basados en ciclos en el movimiento orbital del Sol, han resultado correctos como, por ejemplo, la predicción de los últimos tres años de la oscilación de El Niño. El Dr. Theodor Landscheidt, del Schroeter Institut for Research of Solar Activity ha hecho una serie de pronósticos que apuntan a un periodo relativamente frío hacia el año 2030, un calentamiento hacia el 2069, un nuevo mínimo con enfriamiento en torno al 2122, y otro máximo con calentamiento alrededor del 2159. Landscheidt asegura que con su método ha logrado predecir varios episodios de El Niño, aunque con referencia a las temperaturas medias de cada época pueden obrar otros factores. H. Abdussamatov, del observatorio Pulkovo, cerca de San Petersburgo, otro entusiasta de la teoría del calentamiento natural frente a la de causas humanas, anuncia fechas muy parecidas a las de Landscheidt.

Investigadores del Imperial College de Londres y de la Universidad de Colorado, USA, en un trabajo publicado en la revista Nature, en octubre de 2010, creen haber descubierto que durante el prolongado mínimo solar de los años 2003-2008, con una gran escasez de manchas solares y que hizo sospechar en un equivalente al mínimo de Maunder, la energía emitida por el Sol fue mayor que la normal. Ello coincide con observaciones de la NASA, publicadas en la revista Science, en que se advierte que desde 1980 el Sol está emitiendo más fulguraciones brillantísimas de partículas de alta energía que las registradas hasta entonces. También se destaca la abundancia de los llamados «agujeros coronales», por los cuales la alta atmósfera del Sol deja pasar radiaciones sin filtrarlas. En junio de 2010 se lanzó la sonda espacial Sunrise a 40 kilómetros sobre la superficie de la Tierra, que aportó importantes registros. Entre la información aportada son destacables unas fuertes perturbaciones magnéticas en zonas del Sol que se consideraban carentes de actividad. Ello implica que aún tenemos que mejorar los métodos de medida de la actividad solar. También hay que tener en cuenta uno de los fenómenos climáticos más importantes del planeta, la corriente del Golfo, que templa las temperaturas en la Europa central y septentrional, provocando que el clima sea más moderado que lo que correspondería por las latitudes. Pues bien, se ha detectado que la corriente se ha ralentizado en las últimas décadas. Esta es la conclusión de un estudio dirigido por Stefan Rahmstorf, del Instituto de Investigación del Impacto Climático de Potsdam, Alemania. El gradual pero acelerado derretimiento de la capa de hielo de Groenlandia, a causa del calentamiento global, es posiblemente un factor clave que ha contribuido a esa ralentización de la corriente del Golfo, sobre todo debido a la mayor aportación de agua dulce en la zona ártica del océano Atlántico. Si el proceso continúa, el impacto sobre los ecosistemas marinos de Europa y el nivel del mar se hará notar. Otras investigaciones previas habían señalado a la ralentización de la llamada circulación oceánica meridional atlántica como la culpable, pero ahora hay pruebas de que es toda la circulación oceánica global es la que se ha debilitado. Los científicos se basaron en datos sobre la temperatura de la superficie del mar y mediciones sobre las corrientes oceánicas, el nivel de hielo, los anillos de los árboles, los corales y los sedimentos. Con esos datos han podido reconstruir la evolución de las temperaturas a lo largo de más de un milenio.

La corriente del Golfo es una gran masa de agua que está impulsada por las diferencias en la densidad del agua del océano. El agua del sur es más caliente, y por tanto más ligera. Por esta razón fluye hacia el norte, donde las aguas son más frías. Al chocar con ellas, la corriente cálida baja a las capas más profundas del océano y luego fluye de vuelta hacia el sur. Jason Box, del Servicio Geológico de Dinamarca y Groenlandia, cree que el agua dulce que sale de la fusión de la capa de hielo de Groenlandia “probablemente esté perturbando la circulación“. Con el agua del deshielo hay menos agua salina en la superficie, que, al no hundirse, enfría más la corriente del Golfo. Complementando la acción de la corriente del Golfo, se considera que la baja actividad solar podría ocasionar en el año 2030 una nueva Pequeña Edad de Hielo. Esta predicción ha causado impacto entre climatólogos de todo el mundo y yo, personalmente, creo que son los factores que van a tener más incidencia durante los próximos años. En efecto, un grupo internacional de investigadores, liderado por Valentina Zharkova, profesora de la Universidad de Northumbria, explicó, durante un Encuentro Nacional de Astronomía, en Llandudno, Gales, que estamos a punto de experimentar una nueva Pequeña Edad de Hielo, similar a la que provocó un fuerte enfriamiento de buena parte del mundo, especialmente Europa, desde el siglo XIV a mediados del XIX. Según su predicción, este enfriamiento se produciría entre 2030 y 2040. Como es sabido, el campo magnético del Sol varía a lo largo del tiempo. Y estas variaciones magnéticas en la ardiente atmósfera solar tienen una influencia directa en la radiación electromagnética que emite el Sol, así como en la intensidad de sus flujos de plasma y en el número de manchas en su superficie. La variación en la cantidad de manchas solares tiene una estructura cíclica, con máximos que se producen aproximadamente cada once años y que tienen efectos concretos sobre el medioambiente de la Tierra. Esos efectos pueden medirse observando la presencia de ciertos isótopos, como el carbono-14 o el berilio-10, en glaciares o en los árboles. Pero existen otros ciclos diferentes que se repiten una y otra vez, con diferentes periodos y consecuencias, aunque los mejor conocidos son los de once y noventa años. El primero se manifiesta con una reducción periódica de manchas sobre la superficie solar. Y su variante de 90 años se asocia con la reducción periódica en el número de manchas en determinados ciclos de once años. Ya hemos dicho que en el siglo XVII se produjo el llamado mínimo de Maunder, durante el cual las manchas solares prácticamente desaparecieron por completo. El análisis de la radiación solar, además, ha demostrado que sus máximos y mínimos coinciden casi siempre con los máximos y mínimos en cuanto al número de manchas.

Y no olvidemos que se ha observado que, durante la fase final del Neógeno y durante el Cuaternario, dentro del Cenozoico, los periodos interglaciales, o cálidos, como promedio han durado algo más de diez mil años, mientras que los periodos glaciales han durado unos cien mil años. Y nosotros ya llevamos unos 11.000 años del actual interglacial Holoceno. En los últimos 430.000 años, el porcentaje de tiempo en el que el clima ha sido tan cálido como en la actualidad es realmente muy pequeño, entre el 5% y el 10%. Esta es una de las primeras conclusiones del estudio de una muestra de hielo de 740.000 años recuperado por los científicos del Proyecto Europeo de Extracción de Muestras de Hielo en la Antártica (EPICA). Esta reducción de la actividad solar implica una disminución de la radiación solar de 3 Watts por metro cuadrado, más del doble de lo habitual, lo que llevará a un recrudecimiento invernal extremo y a veranos fríos. Según Helen Popova, física de la Universidad Estatal Lomonosov de Moscú: “Muchos estudios han mostrado que el Mínimo de Maunder coincidió con la fase más fría del enfriamiento global en el siglo XVII, hasta el punto de que se la conoce como Pequeña Edad de HieloDurante ese periodo se sufrieron inviernos muy fríos en Europa y Norte América. Durante el Mínimo de Maunder el agua de ríos como el Támesis o el Danubio se congelaron, el río Moscova se cubría de hielo cada seis meses, la nieve cubría las llanuras todo el año y Groenlandia estaba cubierta de glaciares“. Helen Popova es la investigadora que desarrolló el modelo matemático que ha permitido predecir la evolución de la actividad magnética del Sol. Si se produce en la actividad solar una reducción similar a la registrada durante el mínimo de Maunder, también la atmósfera terrestre se enfriará. Según Popova, si las actuales teorías sobre el impacto de la actividad solar en el clima terrestre son ciertas, entonces el próximo mínimo solar de 2030 traerá un enfriamiento significativo, muy similar al ocurrido durante el siglo XVII. Sin embargo, solo en los próximos años será posible ver si estas predicciones son acertadas. Según Helen Popova: «Dado que nuestro futuro mínimo tendrá una duración de al menos tres ciclos solares, que es de unos 30 años, es posible que la disminución de la temperatura no sea tan drástica como durante el Mínimo de Maunder. Pero debemos examinar los datos con detalle. Estamos en estrecho contacto con climatólogos de varios países y seguiremos trabajando en ello». Se sabe que basta una ligera variación de un 1% en la actividad solar para causar cambios sensibles en la distribución de temperaturas y del flujo de aire en todo el planeta.

Asimismo, los rayos ultravioleta, que aumentan considerablemente cuando se produce una llamarada solar, tienen efectos foto-químicos, que llevan a la formación de ozono en la atmósfera, a una altura de entre 30 y 40 km. El ozono, que absorbe los rayos del Sol lo suficientemente bien, se calienta como consecuencia de este aumento de radiación y afecta a las corrientes de aire en las capas bajas de la atmósfera, afectando, en consecuencia, al clima. También la emisión de partículas cargadas aumenta con la actividad solar. Esas partículas alcanzan la Tierra y se mueven en trayectorias complejas, causando auroras, tormentas geomagnéticas y problemas en las comunicaciones por radio. La pregunta que nos podemos hacer es si actualmente estamos viviendo un máximo de energía procedente del Sol. En este caso nos podemos preguntar si es responsable del calentamiento actual. STEREO (Observatorio de Relaciones Solar-Terrestres), es una misión de observación solar, lanzada por la NASA el 26 de octubre de 2006. Consiste en dos satélites casi idénticos, provistos de instrumentos para obtener imágenes estereoscópicas del Sol y de los fenómenos solares, como la eyección de masa coronal (EMC), erupciones que pueden desatar serias tormentas magnéticas en la Tierra y afectar la infraestructura eléctrica, las comunicaciones vía satélite y la aeronavegación. La misión es liderada por la NASA y el Laboratorio de Física Aplicada de la Universidad Johns Hopkins de Maryland. Entre los contribuyentes más destacados de esta misión espacial está el Reino Unido que dotó a las sondas de sus sistemas de cámaras, que incluyen aparatos especializados en imágenes heliosféricas. Las dos sondas de STEREO fueron lanzadas el 26 de octubre de 2006. El 15 de diciembre de ese año, en la quinta órbita, ambas sondas utilizaron la órbita lunar para situarse en una órbita heliocéntrica. Ahora mismo la sonda Secchi está logrando descubrimientos que pueden ser sensacionales, ya que han empezado a enviarnos imágenes en todas las frecuencias posibles de la emisión energética de nuestra estrella. Dado que la radiación de eyecciones de masa coronal puede interrumpir las comunicaciones, de la Tierra, las líneas aéreas, redes eléctricas, y los satélites, la previsión más exacta de la masa coronal tiene el potencial de proporcionar una mayor advertencia a los operadores de estos servicios.

Otro hecho remarcable y todavía sin explicación es que el calentamiento global puede ser un calentamiento que está afectando a otros planetas del Sistema Solar. El cambio climático que está sufriendo nuestro planeta es una evidencia cada día más palpable, y la comunidad científica es prácticamente unánime al achacar sus causas a la acción del ser humano. Sin embargo, estudios de científicos soviéticos basados en datos de sondas de la NASA, concluyen que es el Sistema Solar en su conjunto el que se está calentando. Se trata, dicen, de la consecuencia de estar entrando en una zona de la galaxia altamente energética. En efecto, los datos indican que todos o casi todos los planetas de nuestro sistema solar parece que se están calentando. La NASA advierte que los casquetes polares de Marte se están derritiendo desde hace más de treinta años. El polo Sur marciano nos muestra montañas y grandes barrancos que han quedado al descubierto, y que hasta ahora no habíamos podido ver a causa de los hielos. También aumenta el albedo, o radiación energética devuelta por la superficie de Marte recalentada. Se atribuye al incremento de las temperaturas la abundancia actual de grandes tempestades de arena y de furiosos tornados en Marte. Y, que se sepa, no podemos acusar a supuestos marcianos de su propio calentamiento. Pero las mismas señales de calentamiento se han observado en Júpiter, en que se distingue su famosa Mancha Roja, descubierta ya por los astrónomos a fines del siglo XVII. Se creyó durante mucho tiempo que la Mancha Roja era el reflejo en las nubes de un gigantesco volcán en la superficie del planeta. Pero desde el siglo XX se sabe que es una especie de gran tormenta permanente. No obstante, en 2006 se descubrió una nueva y más pequeña mancha roja, y en 2010 una tercera. Por si fuera poco, en 2009 y en 2010-2011 se ha dislocado la banda de nubes de la parte sur del ecuador de Júpiter. Se ha observado que la atmósfera de Júpiter parece estar sometida a fuertes perturbaciones térmicas, ya que, tal vez, ha surgido una nueva fuente de calor, de origen desconocido, por lo que sus nubes visibles desde el exterior aparentemente están sufriendo una radiación superior a la recibida hasta ahora.
No menos sorprendentes y preocupantes son las transformaciones que están experimentando otros planetas gaseosos del Sistema Solar. Desde la década de 1990 se han desatado en Saturno fuertes tormentas. Su capa nubosa, menos movida a la vista que la de Júpiter, pese a unos vientos rápidos y regulares, se ha visto alterada por grandes perturbaciones, muchas de ellas en forma de borrascas. A fines de 2010 se ha desatado una gran tormenta en el hemisferio norte, que en los primeros meses de 2011 ha desprendido una espectacular cola de más de 60.000 km de longitud, que puede acabar dando una vuelta completa al planeta, tal vez convirtiéndose en un nuevo anillo. El astro-fotógrafo planetario Anthony Wesley nos dice que: «Nunca he visto nada como esto. Es algo que no tiene precedentes al menos desde hace mucho tiempo». Los sensores de la sonda Cassini, que gira alrededor de Saturno, están detectando descargas eléctricas derivadas de la tormenta, de una intensidad que hasta ahora no se habían registrado. Por su parte, el planeta Neptuno se ha calentado mucho a partir de 1980 y, al menos, hasta el 2004, según un estudio de H. B. Hammel y G. W. Lockwood, astrofísicos del observatorio Flagstaff, en Arizona, que fue publicado en Geophysics Research en 2007. Y lo mismo sucede en el satélite de Neptuno, Tritón, cuya superficie helada se ha vaporizado, aumentando el volumen de su atmósfera. Con referencia a Plutón, sus hielos carbónicos tienden a sublimarse desde hace catorce años, hasta el punto de haber triplicado su masa gaseosa. Es especialmente sorprendente, sobre todo si tenemos en cuenta que desde 1989 Plutón se está alejando del Sol y, por lo tanto, debiera enfriarse. ¿Quiere esto decir que hay alguna fuente energética y de calor no procedente del Sol y que aún desconocemos? Muchos laboratorios están tratando de detectar materia oscura, puesto que la Tierra se está moviendo en un viento cósmico de materia oscura. Nikola Tesla fue uno de los proponentes de la energía de punto cero, es decir, la idea de que el vacío, tal vez la materia oscura, quizá posea inagotables cantidades de energía. Y tal vez ahora el Sistema Solar esté circulando por una zona con más materia oscura de la normal. Pero de momento esto es una simple elucubración. Lo que es evidente es que si se confirma que está calentándose todo el Sistema Solar, muchas de las teorías sobre las causas del calentamiento de la Tierra tendrán que ser revisadas drásticamente.

Es evidente que el clima de la Tierra es un fenómeno muy complejo del que todavía tenemos datos muy limitados. Por ejemplo, los registros más antiguos de temperaturas datan del siglo XIX y las huellas del clima del pasado que quedan registrados se refieren a períodos de tiempo muy largos. La mayoría de los expertos opina que se está produciendo un calentamiento global acelerado por el ser humano y agravado por la destrucción de la naturaleza, pero en paralelo a este proceso hay otros factores naturales que ejercen una influencia que todavía no podemos evaluar adecuadamente. La actividad del Sol, las erupciones volcánicas, el comportamiento de la magnetosfera, la actividad de los seres vivos, etc., también pueden influir en los cambios climáticos. A veces unos factores van en una misma dirección pero otras veces no, y a veces se compensan. Un estudio, publicado recientemente en Proceedings of the National Academy of Sciences proporciona evidencias de un proceso que es capaz de cambiar el clima. Científicos de la Universidad de Rutgers, en Estados Unidos, han confirmado que el tirón gravitacional de Venus y Júpiter alarga la órbita de la Tierra en un 5% cada 405.000 años. Se ha verificado que la Tierra pasa por una etapa media, a los 202.500 años del comienzo del ciclo, en la que la órbita es casi circular. Este efecto ha estado influyendo en la cantidad de luz solar que ha llegado al hemisferio Norte y ha modulado el clima de la Tierra al menos durante los últimos 205 millones de años. Dennis V. Kent, primer autor del estudio y experto en paleomagnetismo comenta lo siguiente: «Es un resultado impresionante, porque se pensaba que este largo ciclo había ocurrido hace 50 millones de años, pero ahora se ha confirmado para al menos los últimos 205 millones de años. Ahora, los científicos pueden vincular cambios en el clima, el medio ambiente, la evolución de los dinosaurios y los mamíferos y los fósiles en todo el mundo con este ciclo de 405.000 años de una forma precisa». Desde hace cierto tiempo los astrofísicos han sugerido que la resonancia de los planetas del Sistema Solar crean ciclos en la órbita de la Tierra. Los cálculos matemáticos habían permitido, incluso, reconstruir la evolución de este fenómeno durante los últimos 50 millones de años. Pero ahora, por primera vez, los investigadores han encontrado evidencias físicas para apoyar esta hipótesis, lo que tiene relevancia para los estudios del clima, la evolución de la vida y la propia evolución del Sistema Solar. Este efecto sobre la órbita es causado sobre todo por Venus y Júpiter. El motivo es que el primero es el planeta más cercano a la Tierra y que el segundo es el planeta más masivo del Sistema Solar. Pues bien, las órbitas de estos planetas hacen que cada varios cientos de miles de años la posición de estos planetas tire de la Tierra en relación con el Sol o que el efecto sea contrario. Para llegar a estas conclusiones, los autores del estudio han extraído testigos de roca en Arizona y han analizado otras muestras procedentes de Nueva York y Nueva Jersey. En Arizona analizaron rocas formadas en el Triásico tardío, hace 209 a 215 millones de años, en un momento en que comenzaron a evolucionar los mamíferos y los dinosaurios, mientras que el súper continente de Pangea se fragmentó. En concreto, analizaron pruebas de fenómenos de inversión de los polos magnéticos. En Nueva Jersey y Nueva York encontraron restos de la misma época con señales de una alternancia entre períodos secos y húmedos. Al combinar ambos obtuvieron evidencias de que el ciclo de 405.000 años potencia los efectos de otros ciclos planetarios que influyen en el clima.

Pero, ¿cuáles son estos ciclos? Si los sencillos movimientos de rotación y traslación determinan el paso de los días y las estaciones, algunos movimientos más sutiles de la Tierra influyen en el clima y generan largos ciclos, que, por ejemplo, generan períodos glaciales e interglaciales. Se trata de los llamados ciclos de Milankovitch, en honor al matemático serbio que los estudió en la década de 1920. Se conoce un ciclo de 100.000 años en la excentricidad de la órbita terrestre y que se suma al de los 405.000 ahora estudiado. También hay un ciclo de 41.000 años de duración marcado por la inclinación del eje de la Tierra en relación con el Sol, y uno de 21.000 marcado por el cabeceo del planeta, que recuerda al de un trompo cuando gira y se tambalea. La realidad es que todos estos ciclos influyen en el clima. Determinan cuánta luz solar incide sobre cada hemisferio, lo que es muy importante, porque el norte y el sur no tienen la misma superficie de tierra firme y de océano y, por lo tanto, no reaccionan igual a los cambios en la cantidad de radiación solar que llega. Sin tener en cuenta que los continentes se mueven en el plazo de millones de años, puede ocurrir que varios de los ciclos de Milankovitch empujen en un mismo sentido y promuevan el calentamiento del planeta. Sin embargo, otras veces alcanzarán un equilibrio o bien promoverán el enfriamiento. En la década de 1970 se averiguó que los ciclos de Milankovitch parecían explicar la sucesión de glaciaciones y calentamientos de los últimos millones de años, pero no se pueden correlacionar estas tendencias con los cambios en la concentración de dióxido de carbono (CO2) en la atmósfera, otro factor que influye en el clima. Ahora, la investigación de Kent explica que cuando el ciclo de 405.000 años llega al máximo y la órbita de la Tierra se alarga, los cambios provocados por los otros ciclos se hacen más intensos. En consecuencia, los veranos acaban siendo más cálidos y los inviernos más fríos. Los períodos secos más secos y los húmedos, más húmedos. Esto coincide, según los investigadores, con lo que ocurrió a finales del Triásico, un momento en que el clima era cálido por motivos desconocidos. Las precipitaciones aumentaron cuando la órbita era más excéntrica, y cuando fue más circular aparecieron períodos más secos. Según la teoría de Milankovitch, en la actualidad la Tierra está en el máximo de un ciclo de calentamiento de 21.000 años, que acabó con el último período glacial. Por lo tanto, dentro de unos milenios deberían comenzar a notarse los efectos del enfriamiento natural del clima. Por otro lado, el planeta está casi en la parte circular del ciclo de 405.000 años, por lo que es difícil que este ciclo tenga consecuencias en la escala de tiempo humano. Según Dennis V. Kent: «Podría pasar. Supongo que podríamos esperar para ver. Por otro lado, todo el dióxido de carbono que estamos metiendo en la atmósfera ahora es clave. Está teniendo un efecto que podemos medir justo ahora. El ciclo planetario es más sutil».

Aunque se supone que buena parte de las radiaciones de partículas de alta energía, que ahora recibimos en proporciones mayores que antes, proceden del Sol, se sabe que también pueden proceder del espacio interestelar. El hecho de que los planetas del Sistema Solar más apartados del Sol se calientan más que los más próximos abona la preocupante teoría de que la influencia viene de fuera del Sistema Solar. Científicos del Centro Nacional del Estudios del Espacio de Dinamarca, dirigidos por Henrik Svensmark, consideran que los rayos cósmicos venidos de las lejanías del espacio pueden modificar drásticamente el clima, tanto para calentar la atmósfera como para enfriarla. En efecto, al mismo tiempo que suponen una aportación de energía, favorecen la formación de aerosoles en la atmósfera, que producen núcleos de condensación, en torno a los cuales se agrupan las moléculas de vapor de agua para formar pequeñas gotitas, originando nubes. Svensmark, en un artículo bajo el título Cosmoclimatology, a New Theory emerges, publicado en la revista Astronomy and Geophysics ha causado sorpresa, ya que contradice todas las teorías aceptada hasta ahora, incluida la del origen a causa de la actuación humana del calentamiento terrestre. El científico danés pretende que los grandes cambios climáticos que ha experimentado la Tierra dependen en gran manera de la acción de los rayos cósmicos. Tenemos que tener en cuenta que el Universo está bañado en rayos cósmicos, que son haces de partículas aceleradas a grandes velocidades. Llegan a la Tierra constantemente, aunque la atmósfera nos protege de ellos. Pero el origen de los rayos cósmicos más energéticos, conocidos desde hace más de cien años, hasta hace poco era un misterio. Pero a partir de la pista de una única partícula, un neutrino, una colaboración internacional de científicos, liderada por el observatorio IceCube, en la Antártida, ha logrado rastrear por primera vez uno de los posibles orígenes de los rayos cósmicos de alta energía. El hito abre nuevas posibilidades en la llamada astronomía multimensajero, que se inició con la detección simultánea de un choque de estrellas de neutrones mediante ondas gravitacionales y electromagnéticas. La fuente de este neutrino y de los rayos cósmicos que lo originaron, es un objeto conocido como blazar, a 4.000 millones de años luz de la Tierra, según publicaron los investigadores en un artículo en la revista Science. Se trata de una galaxia que en su centro alberga un agujero negro supermasivo que engulle toda la materia que se le acerca, un fenómeno extremadamente violento y que está en un débil equilibrio. Cuando el equilibrio se rompe, emite fogonazos de radiación electromagnética y rayos cósmicos de alta energía, justo en dirección a la Tierra. Es por eso que los investigadores han podido rastrearlo, a través de un esfuerzo combinado de veinte observatorios situados en la Tierra y el espacio.

Enviadas originalmente para estudiar los planetas Júpiter y Saturno, las sondas espaciales  Voyager 1 y 2, que se lanzaron en 1977, son en la actualidad las sondas que más se han alejado de nuestra Tierra. Han llegado hasta los límites del Sistema Solar y su objetivo es estudiar cómo interactúa el Sol con el resto de la galaxia. Para ello analizan los límites externos de la heliosfera, una burbuja magnética creada por el viento solar, que rodea y compenetra al Sistema Solar. En ese límite, conocido como heliopausa, se produce un choque entre el viento solar, compuesto por una corriente continua de partículas que emite el Sol, y el viento interestelar que procede de la galaxia. Se llama heliosfera a la región de la Vía Láctea que se encuentra bajo la influencia del campo magnético del Sol y del viento solar. Su límite exterior se llama heliopausa, que es la zona donde el viento solar se une al medio interestelar o al viento solar procedente de otras estrellas. Nuestro Sol, junto con toda su familia de planetas, gira alrededor de la Galaxia a la que da una vuelta completa cada 230 millones de años. Alexey A. Dmitriev, de la Academia Rusa de Ciencias, y sus colegas creen que los cambios en el Sistema Solar se deben a que estamos atravesando una zona del espacio interestelar que contiene una gran cantidad de partículas altamente energéticas. Durante ese viaje alrededor del centro de la galaxia, el Sistema Solar atraviesa regiones con nubes de polvo, gas y partículas cargadas, zonas vacías y otras densamente pobladas de estrellas, como los brazos espirales. La región de la heliopausa está marcada por lo que se conoce como “onda de choque”, un lugar en el que el viento solar se ralentiza precipitadamente al chocar contra las partículas que encuentra al atravesar la galaxia. Es un choque de una magnitud extraordinaria, que se produce en una región variable, dependiendo de la fuerza con la que golpee el viento interestelar y la fuerza que posea el viento solar para frenarlo. Los científicos de la NASA creen que la Voyager 2 cruzó esta onda de choque en diciembre de 2004, y según la valoración de investigadores del Instituto de Tecnología de California en Pasadena, en Estados Unidos, la sonda atravesó este límite de la heliopausa más cerca del Sol de lo esperado. Basándose en los datos de las Voyager, Dmitriev estima que en la actualidad el tamaño de la onda de choque se ha multiplicado por diez en estos últimos 20 años, cuando las Voyager hicieron las primeras mediciones. Dmitriev y sus colegas creen que se debe a que estamos atravesando una zona del espacio interestelar que contiene una gran cantidad de partículas altamente energéticas. Es una especie de turbulencia interestelar llena de desechos espaciales que, según parece, podrían ser el resultado de la explosión de una estrella. A medida que nuestro Sistema Solar avanza hacia esta nube de energía, sus partículas cruzan con mayor intensidad la heliopausa, atraviesan la heliosfera y llegan hasta el mismo Sol. Dmitriev cree que el incremento de actividad solar que estamos teniendo es resultado directo de este continuo flujo de materia y energía, proveniente de esta nube interestelar.

Y tenemos que ser conscientes de que todo lo que afecta al Sol afecta a sus planetas. De este modo las atmósferas, el clima y el magnetismo de todos los planetas del Sistema Solar, incluida nuestra Tierra, están siendo afectados, por una parte por un Sol alterado, y por otra por las partículas y la energía que llegan de la galaxia. Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno son los planetas en los que más fuerte está impactando la onda de choque. Las alteraciones geológicas, geofísicas y climáticas que actualmente está viviendo la Tierra, tienen su origen en la aportación de energía que nos está llegando de la galaxia. El caso de Júpiter es especial, ya que ha duplicado su campo magnético y ha generado en estos últimos años una segunda y tercera mancha roja de dimensiones casi tan grandes como las de la Tierra, gracias al incremento de energía que está recibiendo. Nuestro Sistema Solar, en su conjunto, está viviendo un calentamiento global. Las conclusiones de Dmitriev están siendo confirmadas por un número creciente de científicos, principalmente rusos. Sin embargo, la ciencia más ortodoxa no considera importantes los impulsos energéticos procedentes de la galaxia, ni los efectos producidos por la configuración planetaria del Sistema Solar. En todo caso se sabe que nuestra heliosfera permanecerá dentro de la onda de choque durante los próximos 3.000 años y que nos queda mucho por conocer lo que esto implica. Dmitriev tiene claro que el estado excitado de nuestra heliosfera afecta a todo el organismo del Sistema Solar, incluyendo Sol, planetas, lunas, cometas y asteroides, así como el espacio interplanetario. Respecto a nuestra Tierra, cree que las alteraciones geológicas, geofísicas y climáticas que actualmente está viviendo, tienen su origen en la aportación de energía que nos llega de la galaxia, pero que la habilidad de la Tierra para adaptarse se altera y disminuye debido a los cambios en la naturaleza provocados por el ser humano. En poco tiempo, predice Dmitriev en un tono alarmista, asistiremos a fenómenos climáticos catastróficos nunca antes vistos. La conclusión de Dmitriev y de otros científicos de la Academia Rusa de Ciencias es que la humanidad se enfrenta a un problema de adaptación al nuevo estado de la Tierra, pero no sólo porque este flujo energética esté alterando al clima, sino porque también puede hacerlo sobre los seres vivos, sus procesos vitales y, en definitiva, sobre toda la Tierra.

Las partículas emitidas por el Sol quedan retenidas y, al mismo tiempo, las radiaciones externas son más fuertes de lo que se había calculado, por lo que se cree que pueden contribuir a calentar el Sistema Solar. Un artículo del investigador Merav Osher, publicado en la revista Nature en diciembre de 2009, explica que el Sistema Solar está atravesando una zona muy rica en radiaciones de alta energía, procedentes de la explosión de una supernova hace diez millones de años. Actualmente el CERN, el Instituto Europeo de Energía Nuclear, cerca de Ginebra, cuyos experimentos de aceleración de partículas pesadas tanta sensación y temores están provocando, ha iniciado un nuevo programa, denominado CLOUD, cuya finalidad es estudiar la recepción en la Tierra de partículas aceleradas y cargadas procedentes de rayos cósmicos. Y Nasif Nahle, un científico que fue profesor en Harvard y actualmente trabaja en México, ha estudiado la correlación entre el flujo de rayos cósmicos interestelares y la temperatura en las capas de la atmósfera, y afirma que esta correlación es mucho más evidente que la que se obtiene entre las emisiones de CO2 y las temperaturas, por lo que Nasif Nahle relativiza la importancia de los gases invernadero en el proceso de calentamiento. Es una lástima que no se analicen todas estas investigaciones sin entrar en estériles polémicas. Ahora bien, si el calentamiento de la Tierra no dependiera de la acción del ser humano a través de la emisión de gases de efecto invernadero, sino que dependiese principalmente de las radiaciones del Sol o de los rayos cósmicos, sería dar un giro muy grande a las actuales teorías oficiales sobre el calentamiento. Y es que si el calentamiento procediese de fuerzas naturales y exteriores a nuestro planeta, fuerzas que no podemos controlar, en caso de que el proceso de calentamiento se mantuviese hasta límites insoportables, no podríamos combatirlo, al menos con la tecnología actual.

Visto lo visto, ¿qué podemos esperar del futuro a nivel climático? Cualquier vaticinio es muy arriesgado, aunque sí que podemos aventurar algunas suposiciones. Evidentemente, una de las posibilidades es un proceso acelerado que puede implicar en el futuro la retroalimentación de calentamiento más evaporación, que puede producir más calentamiento. Pero más preocupante es el fenómeno que han teorizado Gerald R. Dickens, profesor de Ciencias de la Tierra en la Universidad de Rice e investigador de la historia de los océanos del mundo, así como el paleo-oceanógrafo y geólogo marino James Kennett. Según su teoría, el agua de los mares, cada vez más caliente, puede disipar los clatratos, unas moléculas que inhiben la salida del metano que yace bajo las aguas del Ártico. Se sabe que el efecto invernadero del metano es 23 veces superior al del CO2, por lo que los efectos de una emisión descontrolada de metano podría ser catastrófico. Pero a estas amenazas terrestres se unen ahora las que se refieren a la incidencia en el clima de factores extra-planetarios. Desde mediados del siglo XIX la temperatura del aire ha subido por término medio alrededor de un grado. No es demasiado, si lo comparamos con lo que ha ocurrido en la historia climática de nuestro planeta. Pero es evidente que actualmente, por nuestro sistema de vida, somos mucho más vulnerables a cualquier cambio climático en relación a tiempos más antiguos, tanto en calentamiento como enfriamiento, pero también es cierto que hoy disponemos de medios tecnológicos para intentar atenuar los peligros y buscar nuevas soluciones. Lo que sí podemos decir es que, de momento, el calentamiento no nos afecta de modo decisivo. Una media mundial de 15° o 16º C puede ser más beneficiosa que perjudicial para la mayor parte de los seres humanos, a no ser que en este proceso se desencadenen otras consecuencias actualmente no previstas. Si el calentamiento produce una descongelación masiva de las masas de hielo ártico, la corriente fría de Groenlandia obstaculizaría el flujo de la corriente cálida del Golfo que atraviesa el Atlántico y baña las costas de Europa. Entonces las aguas saladas procedentes del trópico quedarían sepultadas por las frías y dulces que vienen del norte, y las temperaturas bajarían en la mayor parte de Europa, llegándose a descensos de hasta 5ºC en la parte septentrional de Noruega y las islas Svalbard, mientras que el enfriamiento sería también muy significativo en toda Escandinavia, las Islas Británicas, el Benelux, Alemania, Francia, y en menor proporción en el resto de Europa. Veríamos que en una de las regiones más pobladas del globo haría más frío, mientras que en el conjunto del planeta probablemente haría más calor. Algo similar sucedería en otras zonas afectadas por la fusión de los hielos y la entrada de corrientes de agua fría. Otra consecuencia sorprendente podría ser la llegada de nuevo del monzón a regiones de África que hoy son secas, como el Sahara, tal como sucedió hace unos miles de años.

Tal vez el calentamiento sea un evento positivo, aunque parezca extraño, en diversas regiones del mundo menos desarrollado. También podría convertir en más secas y carentes de lluvia otras zonas. Todavía estamos en vías de saber si el proceso de calentamiento se debe exclusivamente o no a la liberación a la atmósfera de gases de efecto invernadero, o si existen otros factores de origen cósmico que no podemos controlar. Nadie puede discutir que los gases derivados de combustibles fósiles participan en el calentamiento del planeta. Conocemos que esos gases inhiben parte de la radiación de calor de la Tierra al exterior. Si tuviésemos que escoger, preferiríamos el origen humano en el calentamiento, que podríamos controlar, que un origen cósmico, que está fuera de nuestro control actual. Aún en el caso poco probable de que los gases invernadero tuviesen una influencia poco importante en el proceso de calentamiento, deberíamos combatir la contaminación, que perjudica nuestra salud. Además, suprimiendo, en la medida en que sea posible, el efecto invernadero, aumentando la radiación de la Tierra al exterior, tal vez podemos compensar en parte el calentamiento que puedan causar otros factores que no controlamos. Deberíamos esforzarnos en utilizar cada vez más otras fuentes de energía alternativas que sean limpias y no se nos agoten rápidamente. Conviene consumir menos y favorecer la fotosíntesis, impidiendo la deforestación de bosques, o repoblando, con árboles de hojas grandes, regiones donde pueden ejercer una activa función para consumir el CO2 sobrante y renovar el oxígeno de la atmósfera. También hay que tener en cuenta que las algas realizan una función clorofílica de tres a cinco veces más enérgica que los vegetales terrestres, especialmente las algas azules, que son muy ávidas de CO2. Se está estudiando crear grandes balsas de algas en zonas marítimas que no entorpezcan la navegación. James Lovelock, famoso por la Hipótesis Gaia, que visualiza a la Tierra como un sistema autorregulado, propone la construcción de grandes tubos que permitan subir a las aguas profundas, ricas en nutrientes, a la superficie, para atraer la proliferación de algas. Lo que no podemos hacer es quedarnos parados o limitarnos exclusivamente a producir menos y ser más pobres. Tenemos la alternativa de las energías limpias. Disponemos de energías renovables y absolutamente limpias, como son la solar y fotovoltaica, o la eólica, aparte de otras como la de las mareas o la geotérmica, además de otras por explorar.

La energía más importante que recibimos es la del Sol, que es suficiente para evaporar las aguas, levantar los vientos, provocar las lluvias, mover las corrientes marinas, hacer crecer los bosques y hacer posible la proliferación de la vida en la Tierra. Pero si queremos aprovechar la energía solar hemos de considerar que del Sol, filtrado por la atmósfera, apenas nos llega un kilovatio por metro cuadrado. En cambio, si es de noche, no nos llega energía solar. Y si el cielo está nublado, nos llega parte de la luz, pero la radiación calorífica infrarroja es muy pequeña. Si existen otros factores cósmicos que alteran nuestro ambiente, no por ello debemos desesperarnos. El equilibrio termodinámico del Sol, en tanto no llegue a la fase de fusión del helio dentro de unos miles de millones de años, se mantendrá al igual que se mantendrá el equilibrio de nuestra atmósfera si no interviene un factor externo. Y si nuestro sistema solar ha penetrado en una zona abundante en radiaciones cósmicas de alta energía, tampoco hay que suponer que sus efectos vayan a afectarnos de manera creciente. Podría suceder que las fronteras de la heliopausa hayan alcanzado una fase de equilibrio y puedan un día recuperarse, o que los cálculos hayan estado equivocados desde un principio y las radiaciones detectadas por los Voyager sean las que han sido normales desde, tal vez, hace millones de años. También hay la posibilidad de que volvamos a una nueva Pequeña Edad de Hielo hacia el 2030, por el debilitamiento de la corriente del Golfo y un nuevo mínimo solar. Esta es la alternativa que, hoy en día, veo como la más viable, ya que se basan en datos comprobables. Pero lo que es evidente es que el clima de la Tierra ha estado oscilando siempre, sin cesar, en un sentido o en otro. La oscilación que ahora se registra no tiene por qué ser mayor que otras que el ser humano, como en las glaciaciones, ha logrado superar. Y siempre debemos confiar en la capacidad del ser humano para buscar soluciones. Aunque ahora somos más vulnerables que en el pasado, también disponemos de más medios.

Fuentes:
  • José Luis Comellas – Historia de los Cambios Climáticos
  • Antón Uriarte Cantolla – Historia del Clima de la Tierra
  • José Fernando Isaza Delgado, Diógenes Campos Romero – Cambio Climático. Glaciaciones y calentamiento global
  • David Wallace-Wells – El planeta inhóspito: La vida después del calentamiento
  • Mario Molina, José Sarukhán – El cambio climático. Causas, efectos y soluciones
  • Tim Flannery – La amenaza del cambio climático
  • Edward J. Tarbuck – Ciencias de la Tierra
  • Joseph H. Reichoff – Historia natural del último milenio
  • Lawrence Solomon – Historia de la temperatura
  • Carole L. Crumley y William H. Marquardt – Historical Approaches to the Assessment of Global Climate Change Impacts
  • John R. Gribbin – Ice Age: The Theory That Came In From The Cold!
  • William J. Borroughs – A Guide to Weather
  • Mc Dermott –Centennial-scale Holocene climate variability
  • Fuente
  • https://oldcivilizations.wordpress.com/

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