Críticos, inversores y artistas entran al debate sobre el bombazo que puede cambiarlo todo
Terremoto en el mundo del arte. 11 de marzo de 2021. Christie's subasta la obra 'Everydays: The First 5000 Days' del artista digital Beeple. La historia ya es conocida: el tal Beeple, desconocido para la mayoría del público, se convierte en el artista vivo más caro después de Jeff Koons y David Hockney después de vender su obra, un collage de 21.069 x 21.069 pixels (319,168,313 bytes) por 69 millones de dólares, 58,5 millones de euros. Un precio superior a obras de artistas universales como Turner o Goya, y que pone el colofón (o no) a una tendencia que ha explotado en el último año con la venta de, por ejemplo, el GIF 'Nyan Cat', creado en 2011 por Chris Torres, por 509.000 euros.
En 'Everydays: The First 5000 Days' (traducible como 'Todos los días: los primeros 5000 días'), el autor, cuyo nombre real es Mike Winkelmann, nacido en Misuri hace 39 años, ha ido añadiendo una composición pictórica, día tras día, sin descanso, a un trabajo final compuesto por 5000 imágenes. De ahí el título. Pero, ¿cómo un artista que no ha expuesto en los grandes museos, que no forma parte del circuito de los grandes encuentros de arte de vanguardia, que no ha protagonizado reseñas en las principales revistas de arte, como 'ArtForum', se coloca al nivel de tótems contemporáneos como Koons o Hockney o Hirst? ¿Por qué alguien pagaría 58,5 millones de euros por una obra digital que usted mismo puede mandar imprimir y colgar en la pared de su salón? ¿Qué narices es el arte digital?
En las últimas semanas se han publicado muchos artículos sobre la venta de Beeple y el fenómeno -más bien la burbuja- de los TNF, acrónimo de Tokens No Fungibles, una especie de sello digital que verifica que la obra es la original y única y que el poseedor de los TNF son los dueños de la obra, aunque se haya reproducido millones de veces. Pero la prensa ha dedicado mucho menos espacio a reflexionar sobre el valor de este tipo de arte fuera de la especulación, de su valor estético, simbólico y artístico. ¿Puede el arte digital entenderse al margen de su valor comercial? ¿Pueden los artistas digitales compararse con los artistas tradicionales? ¿Cuáles son los parametros para determinar el valor cualitativo de una obra de arte?
"Lo que ha pasado con Beeple es muy complejo. Desde el punto de vista formal, este artista no tendría ninguna repercusión ni ningún reconocimiento en el arte tradicional", analiza Daniel García Andújar, exponente del Net.art, teórico del arte, artista expuesto en el Reina Sofía y habitual de La documenta, el encuentro de arte contemporáneo más relevante de Europa. "Si miras las listas de artistas más cotizados, que están en las colecciones del MoMa, del Reina o los lugares que tradicionalmente validan la valía de un artista, no está presente".
"Él hace unas obras que parecen más ilustraciones digitales, más que lo que entendemos como arte tradicional; porque, precisamente, lo que viene evolucionando y cuestionando el arte en estos últimos tiempos es ese discurso patriarcal en el que un artista está encerrado en su estudio, que no viene de un contexto social o cultural y que, a partir de ahí, crea obras de arte geniales", desarrolla. "Es un concepto que, desde los años sesenta, empieza a crear muchas tensiones y ahora estamos en un momento centrado en un discurso anticolonial, antipatriarcal, feminista, relacionado con la política, la filosofía, las ciencias sociales…".
Para García Andújar, el bombo alrededor de esta venta tiene mucho más de maniobra publicitaria que, realmente, de hito artístico. El valenciano reacciona este interés súbito en el arte digital con el espaldarazo de ciertas élites económicas a nuevos sistemas financieros como las criptomonedas o los certificados no fungibles. "Elon Musk acaba de comprar una animación y apoya la escalada del bitcoin, moneda a la que ha apoyado de forma muy explícita", señala. "Sospecho que es una de las mejores campañas de publicidad para apoyar este tipo de sistemas económicos, porque, del día a la mañana, todo el mundo, sin saber de arte ni siquiera valorar el proyecto o el artista, ha salido en todos los periódicos del mundo para hablar del pago con criptomonedas. Creo que el respaldo publicitario les ha salido barato para lo que han pagado. El valor económico de la pieza en sí tiene que ver con el mercado del arte, que va por un lado distinto al arte en sí".
Andújar cree firmemente en el arte digital como la generación de un espacio crítico y de resistencia en un mundo cada vez más controlado y estandarizado. El uso de las nuevas tecnologías de información y comunicación, herramienta básica para la creación de este arte digital es, a la ver, un instrumento para el artista, pero también una forma de control social: todo lo que hacemos va dejando rastro. Por eso duda que el trabajo de Beeple pueda considerarse con una obra acorde con los tiempos y la dirección de las vanguardias del arte digital. "Con Beeple y otros casos similares se están cruzando varios fenómenos: unos que son puramente económicos y financieros y tienen que ver con los procesos de digitalización que vivimos en las últimas décadas, en una sociedad basada en las tecnologías de información y comunicación. Todos los afectos de nuestra cotidianidad, los que eran puramente físicos como los conocíamos hasta este momento, ese mundo de objetos, tangible, de fisicalidad, se está transfiriendo al espacio digital".
Pero para García Andújar, la venta de Beeple pone en el foco algo mucho más importante. "Creo que la mayor parte de la gente que lea este artículo no será consciente de las implicaciones que ha tenido esta venta. Primero porque se está pagando con una moneda que gran parte de la sociedad no sabe lo que es todavía. Y otro cambio que están introduciendo estos autores es el de la autenticidad: un certificado que dice que una pieza es tuya. Lo importante, más allá de la calidad en términos estéticos, es la autenticidad, la exclusividad".
Para Pablo Rodríguez Fraile, inversor de activos digitales afincado en Estados Unidos, la venta de Beeple también supone un antes y un después, pero de otra manera. Él compró 'Crossroad #1/1' de Beeple, un vídeo de apenas diez segundos, por 50.800 euros y lo ha vendido por 5,6 millones de euros. Para él, no hay nada escandaloso en que una obra se revalorice de esa manera en tan poco tiempo ni que el mercado haya colocado a Beeple a la atura de Koons o Hockney. "La ventaja que ha tenido Koons es que tenía los medios necesarios para presentar y vender sus obras, por eso es muy respetado", explica Rodríguez. "Los artistas digitales hasta ahora no podían exponer y distribuir sus obras. A lo mejor el peso de un artista digital si hubiese tenido a mano las nuevas tecnologías antes hubiese tenido más importancia que Koons. Estamos en una revolución cultural que creo que la historia del arte reconocerá como fundamental y sus líderes serán recordados en los próximos años que gente de mucho más peso que Koons o Damien Hirst".
Para Rodríguez en el fenómeno Beeple se juntan las nociones artísticas y el coleccionismo, pero no hace mención a el valor volátil de los TNF, salvo de pasada. "Es todavía muy pronto, pero pronto vendra el ‘decoupling’. Hay mucha gente entrando a la vez en este mundo de los objetos digitales, pero sin demasiado conocimiento o ‘expertise’ de lo que está sucediendo. Por eso hay piezas que están llegando a valores muy altos con un número de piezas demasiado grande para una serie. Creo que estamos en la parte alta del ciclo". ¿Significa eso que todo lo que sube baja y que la burbuja puede explotar?
Y es que este fenómeno no cumple mucho más de un año, aunque en los últimos 12 meses se han superado varios hitos en el sector, según Rodríguez, lo que ha hecho que el interés por el arte digital se dispare. "La primera venta que hizo bastante ruido fue la de Pak, que ahora va a vender en Sotheby’s, y que es el autor de una obra que compré yo que se llama ‘Red’, que es una obra conceptual que se vendió por 7.000 u 8.000 dólares, lo que entonces parecía una locura, pero que se consideró el primer gran hito", explica. "Hubo otra venta muy importante, que empezó este movimiento a nivel más global, que fue Trevor Jones con su obra ‘Picasso’s Bull’, que también compré yo, y dio mucho que hablar porque fue la primera subasta seguida por tanta gente. Se vendió por 55.555,55 dólares. Fue el que realmente validó este movimiento".
Frente a los críticos con Beeple, el inversor defiende la obra del artista que le ha reportado su mayor éxito en el mercado del arte digital. "Beeple era un artista líder, súper reconocido dentro del sector del arte digital antes de que popularizase. Ha trabajado con las grandes firmas [de Luois Vuitton a Nike], lleva trece o catorce años todos los días, sin falta y de manera disciplinada, sacando una obra de arte. Lo que ha pasado es que hasta hace poco no había una manera de certificar que el arte digital no se vendía muchas veces. No se podía verificar la procedencia y la historia detrás de las obras. Lo que nos permite ahora la tecnología es comprar estas obras y tener por seguro que viene del artista. Por eso el interés ha crecido, porque la infraestructura nos permite verificar la autoría. Beeple ha venido a este mundo y ha puesto unas obras muy bien pensadas y muy bien ejecutadas que reflejan todo lo que hace en su carrera. Se ha convertido en lo que ya era: el símbolo del arte digital. Mientras la tecnología siga permitiendo exponer y transaccionar a nivel global, el arte digital seguirá creciendo de manera meteórica. Hoy día no es que se haya vendido por mucho, sino que antes la gente no sabía que esto era posible y las piezas costaban mucho menos de lo que deberían".
Sin embargo, para Gabriel Lucas, de Medialab-Prado, el laboratorio cultural especializado en vanguardias artísticas y arte digital y " lugar de encuentro para la producción de proyectos culturales abiertos", uno de los centros de este tipo con más reconocimientos de Europa, el concepto de arte digital es muy amplio, tanto que en él se puede encuadrar a los videojuegos. En el Medialab-Prado, por ejemplo, han llevado adelante un proyecto en el que han participado varios centros de toda Europa a traves de la fachada digital de 14 metros de altura y 26.000 píxeles de la que disponen -o disponían antes de que el Ayuntamiento haya propuesto el traslado del espacio a Matadero, a pesar de las reticencias del sector-. "Se colocaron varios dispositivos en los centros de varias ciudades de Europa, la gente se acercaba y encontraba unos prismáticos", explica Lucas. "A través de esos prismáticos, la persona veía la fachada en otro punto de Europa. Y a su vez el dispositivo captaba la imagen del ojo de la persona que miraba y se proyectaba en la fachada de otro lugar: el ojo de la otra persona se veía en gigante en la fachada en la otra punta de Europa. En el contexto de las nuevas tecnologías y de Internet y de las grandes corporaciones, cuando se habla de la vigilancia masiva en los documentos de Snowden, el valor simbólico de la obra es muy grande".
Para los responsables de Medialab el aspecto colectivo y abierto es fundamental. "Medialab ha colaborado en el desarrollo de varias de las herramientas más importantes de arte digital. Hay dos comunidades muy importantes, como la plataforma Arduino, que permite que los artistas superen la barrera de la electrónica aplicada al arte digital, algo que de primeras el artista desecharía- y que ahora se ha copiado mucho en China. Más ligado al software están las comunidades Processing y Open Frameworks, que son plataformas que desarrollan herramientas más ligadas a lo visual y que utilizan artistas digitales de todo el mundo", explica. A través de convocatorias públicas van confeccionando su programa y, por otro lado, los talleres de codificación o electrónica van formando a los potenciales artistas del futuro: "Al fin y al cabo, Leonardo da Vinci también se formó en escuelas y talleres".
La sensación en el sector es que la venta de Beeple poco tiene que ver con el arte en sí, sino que está más relacionada con el mercado del arte y con el auge de las criptomonedas y los tokens no fungibles, pero también con la idea de que nuestro mundo físico se ha hecho finito y que el desarrollo de la humanidad se adentra en el territorio aún poco explorado de los objetos no físicos, valga el oxímoron. Lo que está claro es que nos encontramos en la frontera de un mundo inmaterial que difícilmente nos hubiésemos imaginado hace tan sólo 30 años, cuando los primeros exponentes del arte digital empezaron a jugar con lo intangible.
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