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viernes, 21 de febrero de 2014

El escultor de Córdoba

                                                     
El próximo viernes se cumplen 90 años de la muerte del creador, una de las grandes figuras de la cultura cordobesa de los últimos siglos, que además fue pedagogo y restaurador.
                                             

El año 1924 empezó para Mateo Inurria con un malestar que médicamente se reveló como una angina de pecho. Venía de unos meses de mucho trabajo y tuvo que paralizar los proyectos en marcha. El 21 de febrero, en su casa de las afueras de Madrid, dijo adiós a la vida, poco antes de cumplir 57 años. El próximo viernes se cumplen nueve décadas del fallecimiento de quien es, "sin lugar a dudas, uno de los grandes escultores de la Edad de Plata de la cultura española", en palabras de José María Palencia, director del Museo de Bellas Artes de Córdoba, la institución que alberga "el grueso de su obra", además de enseres personales, y que exhibe de manera permanente una veintena de sus esculturas. 



Inurria es, según Jaime Brihuega, profesor titular de Historia del Arte de la Universidad Complutense de Madrid, "uno de los escultores que mejor representan la vigencia de la tradición figurativa en la escultura española de las dos primeras décadas del siglo XX, un tiempo en que, salvo en Cataluña si acaso, las estéticas de vanguardia no habían hecho aún mella en este género de expresión de nuestra cultura artística". Su aportación principal es "haber mantenido vivos los enlaces de esta tradición figurativa con las diversas adjetivaciones estéticas acontecidas en el cambio de siglo". Sin embargo, la proyección del "mejor escultor contemporáneo de Córdoba" fue "eclipsada intencionadamente", observa Ramón Montes, profesor titular de Historia del Arte de la Universidad de Córdoba y gran experto en Inurria, al que ha dedicado diversos libros y artículos. ¿A quiénes debe achacarse esta operación? Montes responde con claridad: "A los que han controlado la imagen artística de Córdoba: la familia Romero de Torres". También perjudicó al alcance de su legado el hecho de que no tuviera hijos. Las obras que quedaron en posesión de su viuda, explica Palencia, fueron adquiridas por el Ayuntamiento y el Museo de Bellas Artes a comienzos de los años 40, tras largos trámites. Hubo un proyecto de crear un museo con su nombre que no se llevó a cabo. 

Inurria, apunta Brihuega, "absorbe prácticamente todas las opciones operativas en torno a la figuración: realismo, naturalismo, sensualismo figurativo. Más que abrir nuevas vías, mantiene activas todas aquellas de las que se nutre". Palencia destaca su condición de "renovador" en la órbita de la "tradición clasicista" y "el grado de sensualidad y finura" que aportó a su obra a partir del "protagonismo" de la figura femenina. "Su formación es puramente clásica, se mantiene en la línea de no destrucción de la forma", añade, si bien bebe de otras fuentes "como la innovación romántica de Rodin". Montes ha aportado en sus estudios datos sobre la relación del cordobés y el francés, que se admiraron y se rindieron visitas mutuas. 

"Inurria es un artista muy explícito en su arte", indica Montes, que cita como una de sus obras más representativas, por su realismo, Un náufrago, "su primer éxito y su primer fracaso", presentada en la Exposición Nacional de Bellas Artes de Madrid en 1890 (tenía 23 años) y zaherida por el jurado, que la consideró un vaciado del natural. Las instituciones y la prensa de Córdoba arroparon al joven escultor, que fue objeto de un homenaje en el Gran Teatro. 

Pero explorar la obra de Inurria ofrece otros alicientes. Por ejemplo, navegar sus afluentes modernistas y simbolistas, de los que hay en sus esculturas, según Brihuega, "mucho y reiterado", pero "con frecuencia intermitente". "No llega a esfumar la materia como alguno de los modernistas catalanes, pero dota a sus figuras de una carga simbólica asociable a una honda épica de la condición humana", constata el experto, que fue el comisario, junto a Javier Pérez Segura, de la exposición Mateo Inurria y la escultura de su tiempo, celebrada en Córdoba en 2007. Palencia y Montes subrayan la presencia de estos rasgos en algunas de sus esculturas femeninas sinuosas y sugerentes como La parra.

Las manos de Inurria dieron forma al Gran Capitán, Lagartijo y Séneca, ángeles, cristos y gitanas. Y dejaron huella, apunta Brihuega, "sobre todo en los que siguieron practicando la tradición figurativa". Pero Montes advierte que el cordobés presenta otras dos vertientes muy relevantes, ya que fue un pedagogo "volcado en su labor" y un restaurador que trabajó con Ricardo Velázquez Bosco en la Mezquita y en Medina Azahara.
Fuente
http://www.eldiadecordoba.es

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