Adrián Goma es un pintor madrileño que aún no ha cumplido treinta años. Nacido y residente en el barrio de San Blas, desde allí observa y reacciona ante la realidad con una personalidad arrolladora, al margen de todo cliché, trabajando en la difusa línea recta de su propia individualidad. La elección de continuar el camino autodidacta que comenzara siendo apenas un niño, sigue siendo firme a día de hoy, es la base de su propuesta artística, y se combina con la presencia constante en su horizonte ideológico de referentes pictóricos internacionales, como Francis Bacon, Egon Schiele o Lucian Freud. Su obra se centra en el retrato como forma de expresión principal, pero su producción e investigaciones artísticas abarcan otros campos como la animación y la escultura, la ilustración y el cómic. En todos ellos busca plasmar su gran temperamento y la multiplicidad de sentimientos en lucha que le acompañan cada día.
La pintura estará seca sobre la camiseta que será la misma de otras veces. Junto a los mismos pinceles que estarán en algún lugar por el suelo, la misma maleta repleta de tubos de todos los tamaños, de todos los colores. En la habitación reinará un cuidado desorden de lienzos acabados, tijeras, fotografías manchadas y trapos muy viejos, negros, endurecidos, crujientes, enroscados en negras madejas atadas con un cordel. Una escalera que bien podría servir como el caleidoscopio que permite ver todas las perspectivas del mismo plano. Innumerables botes sucios, con el amargo dulzor hediondo de la trementina, el aguarrás, el barniz. Por doquier habrá brochas, espátulas y ceniceros improvisados, una peana enclenque que sostiene penosamente una copa de vino. Sabanas tachonadas de negros salpicones de pintura diluida y ceniza y dos espesas paletas con colores regurgitados, girando en pastosas espirales con los matices de la carne.
La mitad oculta, 2014, Óleo sobre tabla, 100 X 100 cm
Adrián estará soñando a tres metros del lienzo. Lo podríamos ver con los ojos entrecerrados y quizás retorciendo una mano que encarcelara la nada, pero estará seguramente liando un cigarrillo de tabaco negro o abasteciéndose de vino blanco. Negro: “antes blanco, ahora negro”, dice él mismo. Pintará sobre fondo negro como la noche de diciembre, como insondables abismos cercanos o como el mar puesto de pie. Cuando comience a sonar la música eterna sin estribillo y pasional será el único viento de los pulmones. La música irradiará espirales por todo el espacio retumbando sin clemencia, siendo todo, mascullando un concepto alrededor de media hora. Adrián agarrará un pincel cualquiera o un carboncillo y se enfrentará a lo inconcreto. Desde un punto al azar del lienzo, medirá la distancia hasta el borde por primera vez, una de tantas, pero enseguida seguirá su propia línea olvidándose, yendo más allá. Valiera aquí la imagen de un volcán en que la lava por dentro al bullir no encuentra acomodo, y lucha por salir al aire, derramándose. Irán el verde y el morado, seguramente el blanco a raudales. De nuevo otra vez medirá, a lo mejor desde otro punto hasta la frontera con el aire, de un ínfimo vistazo, encuadrando en la noche de diciembre las primeras líneas de un boceto.
Adrián estará soñando a tres metros del lienzo. Lo podríamos ver con los ojos entrecerrados y quizás retorciendo una mano que encarcelara la nada, pero estará seguramente liando un cigarrillo de tabaco negro o abasteciéndose de vino blanco. Negro: “antes blanco, ahora negro”, dice él mismo. Pintará sobre fondo negro como la noche de diciembre, como insondables abismos cercanos o como el mar puesto de pie. Cuando comience a sonar la música eterna sin estribillo y pasional será el único viento de los pulmones. La música irradiará espirales por todo el espacio retumbando sin clemencia, siendo todo, mascullando un concepto alrededor de media hora. Adrián agarrará un pincel cualquiera o un carboncillo y se enfrentará a lo inconcreto. Desde un punto al azar del lienzo, medirá la distancia hasta el borde por primera vez, una de tantas, pero enseguida seguirá su propia línea olvidándose, yendo más allá. Valiera aquí la imagen de un volcán en que la lava por dentro al bullir no encuentra acomodo, y lucha por salir al aire, derramándose. Irán el verde y el morado, seguramente el blanco a raudales. De nuevo otra vez medirá, a lo mejor desde otro punto hasta la frontera con el aire, de un ínfimo vistazo, encuadrando en la noche de diciembre las primeras líneas de un boceto.
¡Catapún!, 2014, Óleo sobre tabla, 60 X 70 cm
Después de esquiciar el punto de vista, a lo mejor las primeras gotas de sudor, arrancará un diálogo con su propio cuerpo extendido en la paleta, sobre la mesa auxiliar: una larga conversación hasta un lugar curioso de la mente, una trastienda donde no alcanza el lenguaje verbal. Millares de estímulos contados con los músculos de la cara, del cuello, de los pies. Narrados, bailados. La infinita actividad de estar en confianza se hará visible en la verbosidad, gesticulando. Se deleitará al debatir consigo mismo frente al espejo negro. Una mesura frenética que solo será furiosa aún en los ojos, y poco a poco en las manos, Adrián será el punto de paso de todas las señales, en el centro de un universo móvil. El aire de toda la habitación entrará y saldrá de los pulmones en cada respiración. Seguro que tendrá las ventanas cerradas y la luz de la bombilla colgada. En las idas y venidas del diálogo, la última agresividad.
Después de esquiciar el punto de vista, a lo mejor las primeras gotas de sudor, arrancará un diálogo con su propio cuerpo extendido en la paleta, sobre la mesa auxiliar: una larga conversación hasta un lugar curioso de la mente, una trastienda donde no alcanza el lenguaje verbal. Millares de estímulos contados con los músculos de la cara, del cuello, de los pies. Narrados, bailados. La infinita actividad de estar en confianza se hará visible en la verbosidad, gesticulando. Se deleitará al debatir consigo mismo frente al espejo negro. Una mesura frenética que solo será furiosa aún en los ojos, y poco a poco en las manos, Adrián será el punto de paso de todas las señales, en el centro de un universo móvil. El aire de toda la habitación entrará y saldrá de los pulmones en cada respiración. Seguro que tendrá las ventanas cerradas y la luz de la bombilla colgada. En las idas y venidas del diálogo, la última agresividad.
Rayo entre las nubes I, 2014, Técnica mixta, 60 X 80 cm
Diciembre será una pared. Adrián nunca se va a callar y seguirá intentando dar respuestas, seguirá intentando estar atento a todo. Solo con el apego visceral de su propia intuición, irá buscando e improvisando con las herramientas de una técnica mundana: querrá traducir el idioma ignoto del arte a través del argumentario fundador de su propia historia autodidacta, a través de un vocabulario local prodigioso, todo suyo. Adrián se define y se hace a sí mismo cuando pinta. Frente al fondo negro, diciembre vertical, verá ante sí todas las posibilidades del fondo de armario lírico. El que no reconoce deudas ni vinculaciones colectivas que reivindicar para su bien, tiene el campo abierto de miras ante la pared que separa el presente de mañana. El que se pregunta a sí mismo se repite originalmente.
Lluvia roja, 2014, Técnica mixta, 20 X 38 cm
En la soledad del taller, el pintor rebuscará en la disección de los colores mezclados con aceite, las texturas y el peso de lo telúrico. Estará buscando la sonoridad de la vibración en las cuerdas vocales, presentar la instancia para conocerse a uno mismo en la ventanilla de las sombras. Soñará en la carne, desde el primer jugo rupestre hasta la muerte fría iluminada. La muerte con las manos muertas o abierta sobre una tabla. Desde las manos humanas a los ojos de los animales, encontrará pasos energéticos entre los generadores y las líneas de distribución, en las neuronas de la sangre. El calor interno sudará perfilando la silueta emborronada hacia fuera: en el último recoveco intestinal se descompone orgánicamente el alimento que irradian los ojos. Arremeterá contra la química de millares de preguntas internas, tiñendo el aire, volcándose por fin al cuadro. Él será un momento inmediatamente después de la fotografía, una figura proyectada, un imperfecto contorno.
Diciembre será una pared. Adrián nunca se va a callar y seguirá intentando dar respuestas, seguirá intentando estar atento a todo. Solo con el apego visceral de su propia intuición, irá buscando e improvisando con las herramientas de una técnica mundana: querrá traducir el idioma ignoto del arte a través del argumentario fundador de su propia historia autodidacta, a través de un vocabulario local prodigioso, todo suyo. Adrián se define y se hace a sí mismo cuando pinta. Frente al fondo negro, diciembre vertical, verá ante sí todas las posibilidades del fondo de armario lírico. El que no reconoce deudas ni vinculaciones colectivas que reivindicar para su bien, tiene el campo abierto de miras ante la pared que separa el presente de mañana. El que se pregunta a sí mismo se repite originalmente.
Lluvia roja, 2014, Técnica mixta, 20 X 38 cm
En la soledad del taller, el pintor rebuscará en la disección de los colores mezclados con aceite, las texturas y el peso de lo telúrico. Estará buscando la sonoridad de la vibración en las cuerdas vocales, presentar la instancia para conocerse a uno mismo en la ventanilla de las sombras. Soñará en la carne, desde el primer jugo rupestre hasta la muerte fría iluminada. La muerte con las manos muertas o abierta sobre una tabla. Desde las manos humanas a los ojos de los animales, encontrará pasos energéticos entre los generadores y las líneas de distribución, en las neuronas de la sangre. El calor interno sudará perfilando la silueta emborronada hacia fuera: en el último recoveco intestinal se descompone orgánicamente el alimento que irradian los ojos. Arremeterá contra la química de millares de preguntas internas, tiñendo el aire, volcándose por fin al cuadro. Él será un momento inmediatamente después de la fotografía, una figura proyectada, un imperfecto contorno.
Noctívagos, 2014 , Óleo sobre lienzo, 120x100cm
Llegará el reposo al fin cuando la forma esté casi acabada, a lo mejor un retrato y la verdadera expresión humana en todo su aspecto animal, incontrolado, poco decente. Se acabarán los arrebatos, se volverá a sentar como al principio, incluso se lavará las manos manchadas para fumar. Yendo a buscar entre lo desapercibido, Adrián repasará realzando esquinas donde se inscribirá lo crudo, buscando rincones sin historia previa; a la velocidad improvisada de la intuición, raspará unas líneas para alejarse del contexto. Volverá a sentarse: después dará un brochazo queriendo ir allí donde el hombre social no se atreve a mirar. No habrá imágenes pequeñas, quizás estarán recortadas por los lados del cuadro, y en medio habrá restos de la locura y de la estupidez. Tras otra pausa, trazará un camino horroroso hacia retazos de la evidencia facial, hacia la enfermedad de la mente, al repudio. Va a sombrear todo aquello que no sea la vida oculta, y esta dejará de serlo entonces a los ojos.
Cabeza de pez (autorretrato), 2014, Óleo sobre lienzo, 100x100cm
El impulso único, la ceremonia estará llegando casi a la hora de echar el cierre. Puesto a secar, puesto a la vista, va a quedar el cuadro nuevo. Adrián se reintegrará por fin al mundo después de seis o siete horas. Yo no he visto jamás tal escena y la imagino en el futuro, como una tarde cualquiera que pudo ya haber sido. Es un motivo de orgullo eliminar toda certificación de entramados institucionales, para hablar sobre Adrián basta lanzar una escena del pasado a múltiples repeticiones futuras. Mientras él desaparece y da un paso al frente la obra, yo invito al lector a pasar la cortina de la trastienda, a participar del diálogo autodidacta, a hurgar en las galerías de lo propio humano.
Y vale, en Madrid, a un día cualquiera como hoy.
Texto: José Miguel Rodríguez Torres
El impulso único, la ceremonia estará llegando casi a la hora de echar el cierre. Puesto a secar, puesto a la vista, va a quedar el cuadro nuevo. Adrián se reintegrará por fin al mundo después de seis o siete horas. Yo no he visto jamás tal escena y la imagino en el futuro, como una tarde cualquiera que pudo ya haber sido. Es un motivo de orgullo eliminar toda certificación de entramados institucionales, para hablar sobre Adrián basta lanzar una escena del pasado a múltiples repeticiones futuras. Mientras él desaparece y da un paso al frente la obra, yo invito al lector a pasar la cortina de la trastienda, a participar del diálogo autodidacta, a hurgar en las galerías de lo propio humano.
Y vale, en Madrid, a un día cualquiera como hoy.
Texto: José Miguel Rodríguez Torres
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