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sábado, 9 de mayo de 2015

El buen destino del arte

Juan Carlos Botero
COMIENZA LA TEMPORADA DE SUbastas de arte en Nueva York, y ya resuenan las noticias de las diversas obras de arte vendidas en precios espectaculares.

Por: Juan Carlos Botero
Y cada vez que esto sucede, pienso que lo que más importa no es que se paguen esas cifras por esos cuadros y esas esculturas, sino que ojalá estas obras encuentren su camino para que finalmente se expongan en los museos y para el beneficio de todos.

En la National Gallery de Londres, por ejemplo, hay docenas de obras maestras, pero hay una en particular que siempre me conmueve, y cada vez que la contemplo quedo sembrado en mi sitio, pues es una creación realmente excepcional. Es el cartone de Leonardo da Vinci, La Virgen y el Niño, con Santa Ana y San Juan Bautista, el gran dibujo hecho en carboncillo, tiza blanca y negra sobre papel, de 141.5 por 104.6 centímetros de tamaño. Los cartones eran trabajos preliminares, dibujos efímeros hechos a la escala real de lo que luego sería la obra final, y se usaban para colocar la imagen sobre el muro preparado al fresco y en seguida se perforaban las líneas de las figuras para copiarlas en la pared todavía húmeda. A menudo se usaba un cisquero en el proceso, una bolsita de trapo llena de carbón molido que cabía en la mano del artista, y de esta manera, al pasarla sobre las líneas picadas del cartone, ésta iba dejando un rastro fino de carbón y así se transfería la imagen en su totalidad, incluyendo cada detalle del boceto original. Por ese motivo, muy pocos cartones sobrevivieron el paso del tiempo.

Después de su uso (con el dibujo mojado o agujereado) el papel quedaba tan dañado que terminaba en la basura. Pero este enorme carboncillo de Leonardo jamás se manchó ni se perforó, y nunca se utilizó para transferir la imagen a una obra posterior; seguro el artista consideró que esta pieza tenía sus propios méritos para existir como una obra autónoma (a pesar de tener algunas partes que lucen apenas esbozadas y sin terminar) y no como un boceto preparativo para un cuadro mayor y definitivo. Leonardo quiso hacer, más adelante, una magnífica pintura con este mismo tema, contratada como un obsequio para el rey Luis XII de Francia; el maestro inició el óleo alrededor de 1508 pero no lo alcanzó a concluir cuando murió en 1519, y hoy esa tela inconclusa está en el Louvre de París. El hecho es que este dibujo de gran formato que se halla en Londres se mantiene en un recinto aparte, iluminado con una luz tenue e indirecta en aras de su conservación, para que la potencia devastadora de una luz intensa jamás llegue a desteñir los delicados trazos del gran maestro italiano. Esta bella obra, al igual que tantos otros famosos cuadros del mundo, jamás ha salido a subasta, pues son piezas que están investidas de un valor cultural superior y de una dimensión casi mítica. Por eso es imposible calcular cuánto podría costar una obra de esta importancia si se sometiera al martillo y a la especulación del mercado del arte.

Pero eso, como digo, no importa. ¿Cuánto vale ingresar en el pequeño salón en donde se encuentra este mágico cartone de Leonardo, y contemplar el dibujo en esa misteriosa penumbra para admirarlo las veces que sea con el fin de apreciar toda su belleza, su sutileza, su gracia y su eterna hermosura? Nada. La entrada a la National Gallery es gratuita.
Fuente
http://www.elespectador.com

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