Tras más de 56 años excavando trincheras por una supuesta amenaza bélica de Estados Unidos, la invasión norteamericana a Cuba finalmente se materializa a través del arte, sus artistas, curadores, coleccionistas y un batallón de turistas estadounidenses que han viajado a La Habana a participar en la XII Bienal de la Habana, el evento de artes plásticas más importante del país que durará hasta el próximo 22 de junio.
Para el público cubano es también la oportunidad de ver frente a frente obras de Andy Warhol y de más de 50 artistas estadounidenses o residentes en el vecino país del norte, mayormente desconocidos en la isla hasta ahora.
Al habanero Museo Nacional de Bellas Artes lo preside una inmensa bandera afroamericana del artista David Hammons anunciando una de las principales atracciones de la XII Bienal de La Habana: Wild Noise (Ruido Salvaje), exposición con más de 100 obras de la colección permanente del Museo de El Bronx para las Artes de Nueva York.
Cuba está de moda, aseguran muchos arrobados desde ambas orillas del Estrecho de la Florida. Hasta Jorge Pérez, el empresario, urbanizador y mecenas de las artes, del Perez Art Museum Miami (PAMM), declaró su voluntad de viajar a Cuba y participar del evento.
“Todo el mundo habla de la Bienal de La Habana. Antes tenías que ir medio escondido. Habrá una concurrencia inmensa. La isla se abrirá y va a mostrar su extraordinario arte. Quiero comprar más de 300 piezas y regalárselas al PAMM”, expresó en febrero al diario El País.
CUBA VUTITULARES
“Esta Bienal de La Habana es como una película de Robert Altman escrita por el neorrealista Cesare Zavattini. La estrella es Tania Bruguera. Las mayores exhibiciones son eventos paralelos en los cuales los protagonistas principales tienen conflicto de intereses. El curador de arte es también un comerciante del mismo”, dice para el Nuevo Herald el reconocido consultor de arte independiente, Manuel González.
“Sobre la Bienal en sí no puedo criticar su contenido porque no sé de qué se trata”, explica González quien asegura que le es difícil entender que el arte se mida por números y porcentajes. “Me siento ambivalente con respecto a la Bienal. Cuando buscas información, de todo lo que se habla es de cifras y porcentajes. Cuántos participantes, cantidad de países, cúmulo de personas”, argumenta.
Por su parte, el cubanoamericano Peter Menéndez, coleccionista de arte que ha participado en otras ediciones de la Bienal de La Habana, opina que los curadores y directores de museos de Estados Unidos y los galeristas de Nueva York “no van a encontrar un derroche de ‘nuevos genios’ en La Habana. Muchos han estado allí antes”.
“Todo lo que está sucediendo en torno a la Bienal me recuerda lo que pasó aquí en Miami en los primeros años de Art Basel, cuando abrieron galerías como la de Emmanuel Perrotin y Luis Adelantado en Wynwood, con grandes esperanzas de venta para poco después encontrarse con la realidad de que solo un puñado de gente compra en las galerías”, señala Menéndez que califica a la Bienal como “una feria de arte”.
“Se supone que cientos de estadounidenses han ido ‘forrados de billete’ a comprar todas las mercancías que encuentren, descubriendo nombres a precios que les parecen gangas”, comenta.
ARTISTAS ENTRE LAS DOS ORILLAS
Otro componente interesante de esta Bienal es la participación considerable de artistas cubanos exiliados –o emigrados, o residentes en el exterior– como muchos se denominan ahora, y hasta sus descendientes. Entre ellos nombres como Emilio Pérez, Florencio Gelabert, Glexis Novoa, Jacqueline Maggi, José Rosabal, María Magdalena Campos-Pons, Nereida García Ferraz, Tomás Sánchez, Gustavo Pérez Monzón o Alexandre Arrechea, por solo mencionar algunos. Sin embargo, sus nombres no aparecen en la página oficial del evento.
“Creo que esto se debe a un doble interés por aprovechar las oportunidades de visibilidad internacional y comunicación con curadores, coleccionistas, instituciones y artistas de otros contextos que siempre ha ofrecido la Bienal, conjugándose en este caso con el aparente inicio de una ‘apertura’ entre Cuba y Estados Unidos, que facilita los viajes e intercambios profesionales y culturales”, explica desde Miami la artista Sandra Ramos, quien también expone en varias muestras colectivas en La Habana por estas fechas.
“Todo esto es muy bueno porque contribuye al conocimiento y divulgación de la obra de los artistas dondequiera que estos vivan, como siempre debió haber sido”, afirma Ramos.
Más de 300 creadores de 45 países participan en el evento de la capital cubana, a pesar del intento de boicot hecho por algunos invitados latinoamericanos a la Bienal en solidaridad con la artista cubana radicada en Nueva York, Tania Bruguera, a quien en Cuba le han retenido arbitrariamente el pasaporte, tras su intento de hacer el performance El susurro de Tatlin #6 el pasado 30 de diciembre en la Plaza de la Revolución de La Habana.
“Los artistas cubanos que participan en esta Bienal, aunque su obra pueda contener algunas críticas sutiles, están apoyando y legitimando una política cultural asfixiante, que ha destrozado gran parte de la cultura nacional y continúa haciéndolo cada vez peor. Es pan para hoy y hambre para mañana”, opina el artista multidisciplinario residente en Madrid, Aldo Maldito Menéndez, a quien, teniendo su pasaporte en regla para ir a Cuba, el gobierno le niega un permiso de habilitación para entrar a la isla.
DETENCIONES ARBITRARIAS
Mientras que el artista neoyorquino Duke Riley colocó una pista de hielo en el malecón habanero y Arlés del Río Flores, novio de una nieta del gobernante Raúl Castro, instaló una “playa” artificial también en el paseo del Malecón, artistas cubanos como el grafitero Danilo Maldonado, conocido como El Sexto permanece en una cárcel desde el pasado 25 de diciembre por intentar unperformance de dos cerditos llamados Raúl y Fidel. A El Sexto le entregan en ausencia el Premio Václav Havel este miércoles 27 y la bloguera Lia Villares lo recogerá en su nombre en Oslo, Noruega.
“En Cuba falta, entre otras cosas, que las autoridades comprendan y permitan abiertamente la existencia de un arte público performático, participativo y crítico que exista fuera del control de las instituciones culturales. Por eso es que se dan casos como el de Bruguera o El Sexto, que demuestran los límites de hasta dónde está permitido y hasta dónde no hacer este tipo de acciones en la Cuba actual, repitiendo esquemas de censura que ya se habían dado en 1980 con las obras participativas de Arte Calle, el proyecto de la calle G o Ángel Delgado, [entre otros ejemplos]”, asegura Ramos.
El sábado 23, el líder del grupo musical Porno para Ricardo, Gorky Águila, intentó ubicar un cartel en el Museo Nacional de Bellas Artes pidiendo libertad para El Sexto. A Gorky lo detuvieron inmediatamente agentes de la policía política y se lo llevaron en un auto a paradero desconocido por más de 12 horas.
Por su parte, Bruguera no se quedó con los brazos cruzados. Con un sillón colocado en una sala y un micrófono en mano comenzó una lectura de 100 horas consecutivas del libro de la filósofa alemana Hannah Arendt, Los orígenes del totalitarismo. Acto seguido apareció una brigada de construcción martillando la calle justo en su puerta de entrada.
“Esta Bienal siempre quedará marcada por imágenes como la de Tania Bruguera sentada en la sala de su casa en La Habana Vieja y unos obreros frente a su puerta rompiendo el asfalto. Mientras, nos imaginamos su lectura del libro de Hannah Arendt a golpe del ensordecedor ruido de un martillo hidráulico, picos y palas, que la Seguridad del Estado ha enviado como si se tratara de un certámen, a ver quién puede hacer más ruido”, dice la artista cubana Quisqueya Henríquez, de quien la Serie Espacios Públicos se exhibe en la Bienal como parte de las obras permanentes del Museo de El Bronx para las Artes, aunque ella no asistió al evento. Henríquez reside entre República Dominicana, Nueva York y Miami.
El domingo, al culminar su performance de la lectura de 100 horas del libro de Arendt, acompañada por el curador Gerardo Mosquera y el artista Levi Orta, la Seguridad del Estado la detuvo al poner un pie fuera de su casa, y la dejó en otro punto de la ciudad. Pocos artistas cubanos o personalidades del arte han tenido un gesto solidario con Bruguera en La Habana como el de Mosquera y Orta. Incluso, algunos exiliados o residentes fuera de Cuba a quienes se les pidió unas palabras sobre la situación de Bruguera antes de viajar a la isla prefirieron no comentar, como fue el caso de José Rosabal y Emilio Pérez.
Sobre la ecuación Bruguera y policía política cubana, Henríquez comenta: “Como si de una máxima Duchampina se tratase, aquí, en lugar de ser el público quien completa su obra, es la Seguridad del Estado Cubano, ellos son los coautores pasivos a la espera de que Tania Bruguera les dé una orden con su próxima obra”.
“De todo eso se puede concluir que la Bienal es una mezcla de carnaval para que los esclavos se sientan libres durante unos días y los turistas se vuelvan locos y, de feria de arte comercial, que no representa con justicia e imparcialidad al arte cubano, sino a la política cultural del régimen”, resumió Menéndez.
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