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martes, 31 de mayo de 2016

La impostura del mundo del arte

El escritor y periodista Manuel Calderón, en Madrid
El escritor y periodista Manuel Calderón, en Madrid
Jesús G. Feria
Manuel Calderón presenta su segunda novela, «El hombre inacabado», una historia que tiene como protagonista a un influyente pintor al que persigue su pasado

Antonio Romero es, en palabras de Manuel Calderón (Peñarroya-Pueblonuevo, Córdoba, 1957), un tipo «inmoral». Cuando se puso manos a la obra con esta su segunda novela, la intención inicial, cuenta, no fue escribir sobre el mundo del arte contemporáneo «ni sobre su degradación y falsedad, ya que el resultado habría sido una parodia fácil que seguramente no nos habría llevado demasiado lejos. Lo que yo quería era hablar de la figura de un impostor, de alguien que falsea su identidad, de alguien que, además, estuviera en lo más alto de la cima simbólica de nuestra sociedad, en el mundo del arte en general, no sólo de las artes plásticas». Y así nació Toni X, que es el otro nombre que recibe Antonio. «El hombre inacabado» (Berenice) es una novela en la que el mundo artístico y un crimen se dan la mano y que hoy presentará junto al director del Museo Reina Sofía, Manuel Borja-Villel, y la escritora Juana Salabert. Se trata de la historia de un hombre sin escrúpulos, de un tipo cuyo nombre de pila es Antonio Romero, X para el mundo que le ha elevado a los altares, y a quien los periódicos definían como «el artista vivo más importante que ha dado esta tierra». Una tierra que podía estar en cualquier parte, pero cuya acción se desarrolla en España y que se desdobla al mirar a Nueva York, donde este grandísimo creador de ilusiones expone sus obras en la galería de Marcella Raven. En esa ciudad en la que el crítico Saúl L. Rosenberg, cuyo apellido conserva ecos de la estirpe de las grandes sagas del arte, echa por tierra su trabajo y desenmascara a Romero («me ha destrozado», dice), cuya obra asegura que es más falsa «que el oro que cagó el moro, por utilizar la expresión popular y española», escribe. «Y tiene que ser este crítico, un hombre que ha sobrevivido a un campo de concentración, el indicado, porque sólo él posee la capacidad de perdonar y de reír. Romero no cree que alguien pueda poner en duda su valía», dice.

Un buscavidas

Manuel Calderón –que ha desarrollado su labor en diferentes medios de comunicación y que hoy trabaja en la sección de Opinión de LA RAZÓN– siempre se ha sentido atraído «por la figura de los descarriados» y este protagonista lo es. Y de libro. «Estamos ante un buscavidas, una persona con capacidad depredadora enorme y que posee un instinto muy salvaje. Uno de los múltiples heterónimos utilizados por Pessoa señalaba tres cualidades en el triunfador: carencia de escrúpulos, de conciencia y mucha brutalidad. Podía resumirse en una sola: tendencia a la criminalidad, y es lo que he enlazado directamente con un delito». El mundo del arte no le es ajeno, para nada. Aprueba el examen con nota, pues lo ha recorrido durante años palmo a palmo en reportajes y entrevistas.
En la vida de este impostor hay, por otro lado, muchas mujeres y muchos hombres. Dos son definitivas. Teresa es la que está a su lado, «encarna a la pareja del artista capaz de poner una barrera entre él y todo aquel que quiera aprovecharse. Ata su destino y le obligará a firmar un contrato por el que le legará toda su obra. Y María del Carmen, que es el pasado fantasmal», explica. He aquí un juicio al arte, siempre eximido de toda culpa, subraya Calderón: «Lo hemos visto y lo vemos constantemente. Los delitos causados por el arte son siempre perdonados porque poseen una consideración superior. Ahí tenemos los casos, por echar manos de dos, de Bukowski, que mató a su esposa de un tiro mientras ésta sostenía un vaso con ginebra sobre la cabeza. Estaba borracho. O el de Diego Rivera, con un pistolón en una mano para disparar a los enemigos del pueblo y la otra lista para decorar las paredes con murales para Rockefeller».
Toni X, o X simplemente, dos trazos en aspa, una cruz de vida, sabe, dice el escritor y periodista, que «la huida para él es imposible porque siempre le conducirá al principio de todo, y ahí es donde se reencontrará con su lugar de nacimiento. Está atado por su destino. Entre los temas que daban vueltas en mi cabeza está el de que nada responde a una predestinación, todo es pura contingencia, y la idea de que el genio es un accidente. En palabras del gran historiador del arte Ernst Gombrich, se trataba de saber cuándo un garabato deja de ser un garabato». Entre los recuerdos de aquellos que estuvieron y no están, un guiño al desaparecido Rafael Santos Torroella, crítico artístico a quien Calderón conoció y de cuya amistad pudo gozar.

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