Francisco Ortega posa junto a ‘Pesadumbre’, una obra de resina de poliéster patinada, de 1998. - Israel L. Murillo
Recorrido vital’ traza la trayectoria de Francisco Ortega desde los años setenta a la actualidad con una evolución en el tratamiento y en la temática. En la Sala Pedro Torrecilla hasta el 18 de febrero
Francisco Ortega peina canas que cubre pizpireto con un sombrero, las arrugas surcan su rostro y sus manos hablan de muchos años de trabajo, pero su mirada mantiene la picardía, la voracidad y la curiosidad de un joven que empieza a soñar. Habla con entusiasmo y con un punto de misterio de su próximo proyecto al tiempo que presenta Recorrido vital, una retrospectiva con su obra en la Sala Pedro Torrecilla de Cajacírculo, que pinta las vidas del escultor desde los años setenta a la actualidad.
Las 61 piezas exhibidas muestran una evolución evidente en la temática y en la manera de trabajar el material. No en la gran protagonista de su obra que fue, es y será la figura humana.
Recorrido vital arranca en los años de la Transición, aquellos años setenta y ochenta que el autor vivió en el barrio de Hortaleza de Madrid y llevaba al estudio su activismo social. Incide en esta parte, quizás la más desconocida, con bronces y escayolas. Frente al paredón (1978), Sigue la jornada(1977), Detenido (1977), Minero (1980), Emigrante (1978), Moviendo paquetes (1975)...
El tiempo pasa y busca más la forma que el fondo. Profundiza en el estudio de los volúmenes, de la anatomía, la mirada, y abre una ventana a los desvelos del hombre con un viraje hacia lo conceptual. Pesadumbre (1998), Donde la mirada es tierra (1997)...
Su camino continúa hacia una cada vez mayor sencillez, juego de volúmenes acentuados, experimenta con la piedra, deja las esculturas inacabadas evidenciando el rastro de sus manos como la serie realizada en piedra rosa de Sepúlveda (Encuentro, Ojos que no ven, de 2015).
«Mi obra escultórica es sencilla y fácil de entender. En los años setenta y ochenta son piezas más expresionistas, de superficies más abullonadas, más rápidas de ejecución, con una temática con la que quería ser testigo de la época que me había tocado vivir. Después me dejé influir por los temas urbanos, que estuvieron muy presentes en gente de aquella generación, y quise ser observador de lo cotidiano. Pero siempre como un estudioso de la figura humana, sus movimientos, sus proporciones y sus volúmenes. Ese es el motivo recurrente de mi escultura», resume y confiesa que el primero que disfrutará de esta exposición será él porque, por fin, podrá observar sin estorbos las creaciones que copan su estudio de Abad Maluenda.
La colección, que estará en el espacio de la plaza de España hasta el 18 de febrero, se alimenta de retratos (su nieta Martina con seis meses, sus colegas Román y Sacris), relieves (La higuera y Ayuda, de 1990), piezas de pequeño formato y también de tamaño natural.
El artista de Quintanilla Sobresierra espera que Recorrido vital ayude a descubrir su trabajo más íntimo y personal, «la obra que yo quiero, yo aprecio y me sale más del alma», en contraposición a la escultura de encargo que se levanta en las calles de pueblos y ciudades (Peregrino, en la Casa de los Cubos, o Santo Domingo de la Calzada, junto al puente Malatos).
Él tiene su preferida. Un busto de su mujer, Carmina, de joven, fechada en 1976, realizado en escayola. Afirma que en ella se ven las ganas, la pasión y el amor. Por su esposa, claro, pero también por la escultura. Lleva una vida intentando desvelar el misterio que la envuelve. Y ahí continúa.
Fuente
http://www.elcorreodeburgos.com
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