La Fundación Canal reúne en una exposición todos los carteles del artista que mejor retrató la Belle Époque, con sus luces y sus sombras
El Museo Thyssen acogió, hasta el pasado 21 de enero, un duelo de altura entre Picasso y Toulouse-Lautrec. En sus salas colgaban algunos de los célebres carteles que el pintor francés elevó a la categoría de arte. Solo hay en el mundo dos colecciones completas de estos carteles. Una de ellas se halla en el Musée d’Ixelles de Bruselas, que ha prestado los 33 que produjo este pequeño gran artista para su exhibición, desde hoy hasta el 6 de mayo, en las salas de la Fundación Canal en Madrid (Mateo Inurria, 2). No están solos, le acompañan una treintena de carteles de otros artistas coeténeos, como Alphonse Mucha (cuya obra podemos ver estos días en el Palacio de Gaviria de la capital), Jules Chéret, Théophile Alexandre Steinlen...
«Toulouse-Lautrec y los placeres de la Belle Époque» cuenta con un montaje museográfico muy efectista, que recuerda a los salones art nouveau del París de la época (entre 1871 y 1914), a los cabarets, teatros y burdeles del Montmartre bohemio, que nuestro protagonista frecuentaba. Aquella colina revolucionó el mundo del arte. Un París con tantas luces como sombras, pero con sed de vida. Un París al que llega Henri Toulouse-Lautrec, junto con su aristocrática familia (sus padres eran condes), en 1782. El hecho de ser hijo de dos primos hermanos que decidieron casarse marcó su vida, pues nació con una enfermedad genética que le impedía el crecimiento de sus piernas. Ahogó en absenta el sufrimiento que le provocaba su deformidad y se consoló en brazos de cantantes, bailarinas y prostitutas. Su carrera, al igual que su cuerpo, fue corta (murió a los 36 años). Tiempo suficiente para exprimir aquel fascinante París y crear más de mil cuadros, 5.000 dibujos, además de litografías.
La noche parisina y sus placeres
Acompañamos a la comisaria de la exposición, Claire Leblanc, conservadora del Musée d'Ixelles de Bruselas, por las distintas secciones de la muestra, que arranca precisamente con los placeres de la noche parisina, sus templos y sus protagonistas. Entre los primeros, cómo no, el mítico Moulin Rouge. Su director, Charles Zidler, le encargó el cartel inaugural a otro artista, Jules Chéret, pero no acabó de convencerle, por lo que le encarga otro a Toulouse-Lautrec en 1891. Fue su primer cartel. En él aparece en primer plano La Goulue (La glotona), estrella del Moulin Rouge cuyo verdadero nombre era Louise Weber. La célebre bailarina actuaba junto con Valentín el Deshuesado en un espectáculo de contorsionismo que hacía las delicias del público. Al fondo, el público semeja una masa negra como si fueran sombras japonesas, algo que Toulouse-Lautrec descubrió en las obras de Van Gogh, que tenía un estudio muy cerca del suyo.
«Toulouse-Lautrec y los placeres de la Belle Époque» cuenta con un montaje museográfico muy efectista, que recuerda a los salones art nouveau del París de la época (entre 1871 y 1914), a los cabarets, teatros y burdeles del Montmartre bohemio, que nuestro protagonista frecuentaba. Aquella colina revolucionó el mundo del arte. Un París con tantas luces como sombras, pero con sed de vida. Un París al que llega Henri Toulouse-Lautrec, junto con su aristocrática familia (sus padres eran condes), en 1782. El hecho de ser hijo de dos primos hermanos que decidieron casarse marcó su vida, pues nació con una enfermedad genética que le impedía el crecimiento de sus piernas. Ahogó en absenta el sufrimiento que le provocaba su deformidad y se consoló en brazos de cantantes, bailarinas y prostitutas. Su carrera, al igual que su cuerpo, fue corta (murió a los 36 años). Tiempo suficiente para exprimir aquel fascinante París y crear más de mil cuadros, 5.000 dibujos, además de litografías.
La noche parisina y sus placeres
Acompañamos a la comisaria de la exposición, Claire Leblanc, conservadora del Musée d'Ixelles de Bruselas, por las distintas secciones de la muestra, que arranca precisamente con los placeres de la noche parisina, sus templos y sus protagonistas. Entre los primeros, cómo no, el mítico Moulin Rouge. Su director, Charles Zidler, le encargó el cartel inaugural a otro artista, Jules Chéret, pero no acabó de convencerle, por lo que le encarga otro a Toulouse-Lautrec en 1891. Fue su primer cartel. En él aparece en primer plano La Goulue (La glotona), estrella del Moulin Rouge cuyo verdadero nombre era Louise Weber. La célebre bailarina actuaba junto con Valentín el Deshuesado en un espectáculo de contorsionismo que hacía las delicias del público. Al fondo, el público semeja una masa negra como si fueran sombras japonesas, algo que Toulouse-Lautrec descubrió en las obras de Van Gogh, que tenía un estudio muy cerca del suyo.
«El Diván Japonés», de Toulouse-Lautrec
- MUSÉE D'IXELLES, BRUSEL
Contribuyó al estrellato de algunos protagonistas de la noche parisina: la larguirucha y escuálida cantante Yvette Guilbert, con sus inseparables guantes largos negros; su amiga la bailarina Jane Avril, cuyos movimientos le costaba coordinar; el cantante y empresario Aristide Bruant, dueño de Le Mirliton, al que Toulouse-Lautrec inmortalizó con sombrero de ala ancha, bastón y bufanda roja en un celebérrimo cartel... Toulouse-Lautrec contribuyó a dar color y llenar de alegría a un París sucio, triste y gris. Uno de los carteles más famosos del artista es «El Diván japonés», café de Montmartre reconvertido en cabaret. Su director, Edouard Fournier, le encargó el cartel de la reapertura del local, que protagoniza una elegante Jane Avril vestida de negro riguroso y sombrero de plumas. La sala de exposiciones de la Fundación Canal semeja una sala de baile. En el centro una pantalla proyecta imágenes de la película de John Huston «Moulin Rouge», protagonizada por José Ferrer y Zsa Zsa Gabor.«El Diván Japonés», de Toulouse-Lautrec
- MUSÉE D'IXELLES, BRUSEL
Las mujeres
Las mujeres, estrellas indiscutibles en la obra de Toulouse-Lautrec, se convierten en flores, en mariposas. Como la bailarina Loie Fuller, una obra de arte viva sobre el escenario. O Sarah Bernhardt, actriz y musa fetiche de Mucha. Y más lugares míticos, como «Le Chat Noir», al que Théophile Alexandre Steinlen consagra un conocidísimo cartel, cuyas reproducciones son uno de los souvenirs más vendidos a orillas del Sena.
Pero París no es solo un hervidero artístico y teatral, sino también literario. Por ello también se encargan carteles para promocionar revistas (como «La Revue Blanche»), periódicos, novelas... En este apartado lucen geniales y satíricas ilustraciones de Toulouse-Lautrec, como «La vaca rabiosa», o una de las once litografías que el artista hizo para el álbum «Ellas», en el que relata en imágenes la vida de los burdeles parisinos que tanto y tan bien conocía. Era muy benevolente con las prostitutas y esa mirada tierna trasciende en sus obras. La exposición acaba con una selección de carteles publicitarios. Son años en los que se inauguran los grandes almacenes. Gran aficionado al ciclismo, Toulouse-Lautrec creó unos preciosos carteles para vender bicicletas.
Toulouse-Lautrec supo atrapar como nadie en estos 33 carteles el espíritu libre y bohemio del París de aquellos años. Y lo hizo con sinceridad, ternura, compasión, sin juicios morales, siempre rindiendo un homenaje a la mujer.
Fuente
http://www.abc.es
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