«Claro que este arte está loco. ¿Qué arte no es loco? Cuando no está loco no es arte».Jean Dubuffet
Cuando en julio de 1945 Paul Baudry, embajador cultural de turismo francosuizo, invitó a varios artistas a visitar Suiza para promocionar el país helvético, poco podía imaginar que uno de ellos, Jean Dubuffet, iba a pasar olímpicamente de montañas, monumentos y preciosas ciudades para centrar su atención en los manicomios. Así lo recuerdan en The Paris Reviewpara hablar de lo que el pintor y escultor francés bautizó como Art Brut (arte bruto).
Dubuffet quedó fascinado por los dibujos y obras que los enfermos mentales de los psiquiátricos que visitaba realizaban durante su internamiento. Para él, aquellas representaciones artísticas significaban la esencia más pura del arte: aquello que se crea sin convencionalismos, sin prejuicios, ajeno a escuelas y a movimientos. Arte nacido del fondo de la psique, creado sin intención de crear, como solo los locos, los niños, los marginados, los deshauciados pueden hacer: en total libertad.
Ese aspecto de marginalidad hizo que al art brut del artista francés se le conociera también como outsider art, término que llegó a través de la traducción al inglés de la denominación acuñada por Dubuffet.
Adolf Wölfli fue uno de aquellos internos que llamaron la atención del artista francés durante su estancia en Suiza. Se encontraba internado en el psiquiátrico de Waldau, a las afueras de Berna. De niño había sufrido abusos sexuales y ya de adulto se convirtió él mismo en un abusador.
Su médico, Walter Morgenthaler, fue el primero en interesarse por la labor artística de Wölfli y de otros pacientes internados en la clínica. Morgenthaler sostenía que alguien con una enfermedad mental severa podía convertirse en un artista que contribuyera con su obra al desarrollo del arte. Esta teoría quedó plasmada en su libro Ein Geisteskranker als Künstler (Un paciente psiquiátrico como artista), donde presentó el trabajo de Wölfi.
La actividad creativa de Adolf Wölfli fue enorme. Más de 25.000 papeles que incluían dibujos a cera, collages y composiciones literarias y musicales. Sus imágenes eran complejas, intensas, y mostraba un horror vacui –algo común también en las obras de otros artistas con patologías mentales como Aloïs Corbaz– que le llevaba a evitar dejar ningún hueco en blanco. En su universo, figuras enmascaradas conviven con notas musicales, trozos de texto y colores brillantes. Y los elementos decorativos tienen una función ornamental y rítmica.
De contenido sexual fueron las figuras de la mencionada Aloïs Corbaz. Suiza de nacimiento, Corbaz emigró a Alemania y allí llegó a trabajar para el káiser Guillermo II como institutriz. La artista se enamoró obsesivamente del monarca y creía vivir una historia de amor correspondida que solo existía en su cabeza. La guerra la obligó a regresar a su país de origen y allí fue internada en un psiquiátrico para tratar su esquizofrenia.
Aloïse Corbaz fue una de las escasísimas mujeres del art brut cuya obra goza de reconocimiento. Comenzó a pintar en secreto y su universo artístico está compuesto por figuras de mujeres voluptuosas, heroínas que atraían irresistiblemente la atracción de figuras masculinas uniformadas. El ambiente de la ópera y el teatro –antes de trabajar para el káiser quiso ser cantante de ópera– están presentes en prácticamente todos sus cuadros.
Los colores que utilizaba eran brillantes y se valía de cualquier material para realizar sus dibujos: tinta, tiza, pétalos y hojas machacados; incluso pasta de dientes. Pocas son las obras de esta mujer, sin embargo, que nos han llegado hoy en día.
Tampoco fue indiferente para Dubuffet la obra de Heinrich Anton Müller. Francés de nacimiento, Müller se casó con una joven suiza y estableció en ese país su residencia. Una severa depresión aconsejó su internamiento en el psiquiátrico de Münsingen, cerca de Berna. Fue allí donde comenzó su actividad artística. Empezó creando dispositivos mecánicos y engranajes a partir de ramas, alambres y trapos que lubricaba con sus propias heces. Hoy apenas se conservan algunas fotos de estos trabajos que él mismo acabó destruyendo.
Junto a estas esculturas, Müller también creó dibujos que realizaba en las paredes del hospital y en cartón. Sus obras se centraban en el deseo sexual, la vida animal y vegetal, las fuerzas de la naturaleza y la metamorfosis y disolución de la figura humana.
Antes de la visita de Dubuffet, la obra de Heinrich Anton Müller figuraba, junto con la de otros enfermos mentales, en un estudio publicado por el psiquiatra e historiador del arte alemán Hans Prinzhorn, titulado Bildnerei der Geisteskranken: Ein Beitrag zur Psychologie und Psychopathologie der Gestaltung (El arte de los enfermos mentales: Una contribución a la configuración de la Psicología y la Psicopatología). Y fue la lectura de este libro la que llevó a Dubuffet a interesarse por lo que años más tarde denominaría arte bruto.
Prinzhorn vio en las obras creadas por sus pacientes un mensaje más profundo lleno de simbologías y onirismo. Aquellos dibujos y esculturas se alejaban totalmente de los cánones establecidos y parecían mostrar un lenguaje imaginario que resultaba muy útil a la hora de analizar sus mentes.
Para su estudio, el psiquiatra alemán escogió únicamente a pacientes que no estuvieran medicándose con ningún tipo de droga que alterara sus condiciones mentales. Luego les daba un lienzo y un lápiz para que se dejaran llevar ante él como terapia para evadirse de sus demonios y de su enfermedad.
Prinzhorn sostiene que la creatividad de estas personas proviene de la misma fuente de la que se alimenta cualquier otra expresión artística profesional. En su opinión, la necesidad instintiva de expresión sobrevive a la locura, a la destrucción de la personalidad.
«Nuestros pacientes se encuentran en contacto, de manera totalmente irracional, con las más profundas verdades, y muchas veces revelan, inconscientemente, visiones de trascendencia. Reencontramos así, en un contexto diferente, la idea de la existencia de formas de expresión psíquica y de objetos de formas correspondientes que en todos los hombres, en determinadas condiciones, serían casi idénticas, como los procesos fisiológicos».
Durante los tres años que trabajó en el hospital psiquiátrico de la Universidad de Heidelberg, el médico consiguió reunir 5.000 trabajos de distintos pacientes. Basándose en ellos y en su estudio, publicó el libro que serviría a Jean Dubuffet de base para desarrollar su teoría del arte bruto.
No fue el único artista impresionado por la obra de aquellos enfermos mentales que había recopilado el psiquiatra alemán. Paul Klee, Picasso, André Breton y más tarde Dalí, Miró, Kandinsky, Antoni Tàpies o Max Ernst, entre otros muchos, encontraron en aquellos dibujos y expresiones artísticas recopiladas por Prinzhorn algo que llevaban tiempo buscando: un arte libre, espontáneo, sin ninguna base en la tradición occidental que ellos pretendían también alcanzar.
Hoy el Sammlung Prinzhorn es un museo dedicado a las obras de personas con alguna enfermedad mental realizadas entre 1840 y 1940. Artistas como Franz Karl Bühler, Karl Genzel, Paul Goesch, Emma Hauck, August Klett, August Natterer, Agnes Richter, Joseph Schneller, Barbara Suckfüll y el ya mencionado Adolf Wölfli.
Manifiesto del ‘Art Brut’
Tras recorrer varias instituciones psiquiátricas, Dubuffet regresó a París con un montón de obras realizadas por aquellos enfermos bajo el brazo. Pero su euforia y entusiasmo ante tales trabajos no calaron en los salones artísticos de la época. No todo el mundo supo entender y ver lo que el pintor y escultor atisbó en aquellos dibujos. Tan solo algunos pocos como él, el surrealista André Breton entre ellos, supieron comprender el valor de aquellas manifestaciones artísticas, toscas y grotescas a los ojos del espectador tradicional.
No se detuvo ahí el artista francés y escribió en 1947, dos años después de aquel viaje a Suiza, su manifiesto sobre arte bruto que llamó El Art Brut preferido a las artes culturales. Asociaba, así, el arte bruto a la contracultura, al contrapoder, y daba una definición de este movimiento:
«Nos referimos a las obras ejecutadas por gente carente de cultura artística, para los cuales la imitación, al contrario de lo que ocurre con los intelectuales, tiene poca o ninguna importancia, por lo que sus creadores lo extraen todo (temas, elección de los materiales, medios de trascripción, ritmos, maneras de escribir etc.…) de su propio interior, y no de los estereotipos del arte clásico o de moda: operación artística “químicamente pura”, que su autor reinventa en todas sus fases y que pone en marcha solo impulsado por sus propios motivos».
Un año después de escribir su manifiesto, Dubuffet, Breton y el crítico Michel Tapié, entre otros, crearon la Compagnie d´Art Brut para albergar toda aquella colección que iban reuniendo. Aquella llegó a estar formada por 5.000 obras, que tan solo fueron expuestas en unas pocas ocasiones. La primera, en 1949 en la galería René Drouin de París. La segunda más importante tuvo que esperar a 1967 y tuvo lugar en el Museo de Artes Decorativas de la capital gala. En 1976 se instaló definitivamente en el Château de Beaulieu de Lausana.
¿Qué es en realidad arte bruto?
El concepto llevaba dando vueltas en la cabeza de Dubuffet desde sus primeras visitas a los psiquiátricos de Suiza. Sin embargo, en un primer momento no tenía claro qué podría inscribirse dentro de esta denominación.
Pronto empezó excluyendo de la definición de arte bruto obras de arte primitivo, popular, naif e infantiles. También quedaron fuera autores que hubieran tenido cualquier tipo de formación artística.
«El verdadero arte siempre está donde no se le espera. Allí donde nadie piensa en él ni pronuncia su nombre», llegó a decir.
«El arte odia ser reconocido y saludado por su nombre. Se escapa enseguida. El arte es un personaje apasionadamente enamorado del incógnito. En cuanto alguien lo descubre, lo señala con el dedo, entonces se escapa dejando en su lugar un figurante laureado que lleva sobre sus hombros una gran pancarta en la que pone ARTE, que todo el mundo rocía enseguida con champaña y que los conferenciantes pasean de ciudad en ciudad con un aro en la nariz. […] ¡El verdadero señor Arte no hay peligro de que cargue con una pancarta! Por ello nadie lo reconoce».
Dubuffet acabó circunscribiendo en esta definición solo obras creadas por dementes y marginados sociales. Sin embargo, se negó rotundamente a definirlas como el «arte de los locos». No era eso. Para él, cualquier persona lleva un potencial creativo en su interior. Algunos llegan a desarrollarlo y otros muchos lo anulan dirigidos por las normas sociales. En el caso de los enfermos mentales, ese potencial creativo no estaba sujeto a ninguna convención y por eso afloraba.
«Estoy convencido de que el arte es aquí más vivo y apasionante que las manifestaciones del aburrido arte oficial catalogado, aunque sea de vanguardia», afirmó.
¿Todos los artistas están locos?
El arte suele ir asociado a la idea de locura. Son muchos los grandes creadores cuyas facultades mentales han estado, como poco, en entredicho. Van Gogh sufría un trastorno bipolar; de Miguel Ángel se sospecha un posible autismo; Edvard Munch vivió atormentado por la depresión y el alcoholismo… Pero ¿es posible afirmar que arte y locura están tan unidos que el uno no puede ir sin la otra?
A pesar de que ha habido estudios que parecían demostrar tal afirmación, a la luz de las últimas investigaciones estos caen por su propio peso. Simon Kyaga se basó en un estudio de 40 años que incluía una muestra de 1,2 millones de suecos para tratar de aclarar si esa relación entre arte y trastorno mental tenía razón de ser.
Los resultados indicaban que no era así (salvo en el caso del trastorno bipolar) y que un artista podía ser tan proclive como un fontanero a padecer una enfermedad mental. Tampoco había nada en aquellos estudios que demostrara que el hecho de padecer una enfermedad psiquiátrica aumentaba las posibilidades de convertirse en artista.
En un reportaje de ABC que recordaba la figura de diez grandes pintores que sufrieron problemas mentales, el doctor Luis Caballero, jefe de la sección del servicio de Psiquiatría del Hospital Universitario Puerta de Hierro de Majadahonda (Madrid) y portavoz de la Sociedad Española de Psiquiatría, respondía a una serie de preguntas realizadas por la periodista sobre arte y enfermedad mental.
Allí, el doctor Caballero ahondaba en el mismo argumento del estudio de Kyaga: no existe una relación directa entre esquizofrenia y arte. «No hay una relación inequívoca entre la enfermedad mental y la producción artística», explicaba el psiquiatra.
En su opinión, la pintura ofrece para algunos pacientes una oportunidad muy útil de expresarse. «La arteterapia les permite salir de su aislamiento ya que algunos de ellos han perdido la sociabilidad o el lenguaje expresivo comunicativo. Por ello, algunos producen mucho».
Así pues, no todo genio está loco ni todo loco es un genio del arte. Pero como decía Jean Dubuffet, ¿qué arte no está loco?
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