La atracción de París
Serán los artistas catalanes y los vascos los que inicien el que será, durante todo el siglo XX, viaje obligado a París. Los pintores Santiago Rusiñol (1861-1930) y Ramón Casas (1866-1932) fueron, en Cataluña, los primeros entusiastas innovadores de la modernidad.
Rusiñol llegó a París a principios de 1889, donde se encontró con Miguel de Utrillo y el escultor Enric Clarasó (1857-1941). Los tres compartían el mismo taller y forman un grupo de trabajo al que se les une en seguida Ramón Casas.
La renovación que se aprecia en la pintura catalana de esta década -una renovación tanto técnica como temática- se debe al intenso trabajo de Casas y Rusiñol en este período, con una serie de obras de muy similar factura, en las que la huella personal de uno u otro queda muy matizada por el trabajo colectivo. Rusiñol y Casas asimilan las aportaciones de los grandes pintores del momento, la pincelada suelta, el color y la luz que practicaban los impresionistas junto con el gris y el azul de la escuela de París, las insólitas perspectivas de Degas; pero también una nueva temática: el mundo de los bulevares, el suburbio y la vida cotidiana.
Para los artistas catalanes de una segunda generación, Isidre Nonell (1873-1911), Ricard Cañáis (1876-1931) o el malagueño formado en Barcelona, Pablo Picasso (1881-1973), el viaje a Francia fue también una cita imprescindible. El primer artista vasco que inicia el viaje a París es Adolfo Guiard (1860-1916); por su parte, Ignacio Zuloaga (1870-1945), amigo de Rusiñol, llega a París en 1889, pero Italia desempeña también un papel importante en su formación; finalmente, hay que mencionar a los otros artistas que trabajan en la capital de Francia, ya en la primera década del siglo XX: Juan de Echevarría (1875-1931), Francisco Iturrino (1864-1934) y Aurelio de Arteta (1879-1940), que asimilan las corrientes de las primeras vanguardias europeas.
Ignacio Zuloaga
Ignacio Zuloaga
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