Detalle de una de las litografías de Alphonse Mucha
Fue un hombre convencido del poder liberador del arte. Una exposición en el Palacio de Gaviria demuestra sus aportaciones al «Art Nouveau»
Alphonse Mucha fue una de las grandes figuras artísticas del cambio de siglo. Nacido en 1860 en la ciudad checa de Ivancice, a los 27 años se traslada a París para engrosar las filas de estudiantes de arte provenientes de Europa Central. La creación de un innovador cartel para la obra de teatro Gismonda, encargado por Sarah Bernhardt en 1894, le proporcionó un éxito sin precedentes y lo consagró como el gran renovador de los carteles publicitarios. De hecho, el encuentro entre la actriz y el artista supone el punto de partida de esta completa exposición: en sus primeros encargos gráficos se revelan ya sus excepcionales dotes como dibujante, así como la definición de un estilo que mezclaba con audacia motivos bizantinos con las exuberantes formas del art nouveau.
Los carteles adoptaron un papel central en la cultura visual parisina, hasta el punto de transformar por completo sus calles hacia el año 1900: era preciso promocionar los productos de una industria pujante entre los visitantes a la Exposición Universal. En este evento, inicio de la expansión internacional del art nouveau, Mucha tuvo un papel muy destacado y, entre los trabajos que realizó, ocupa un lugar central la decoración del pabellón bosnio por encargo del Imperio austro-húngaro. Esta experiencia reactivará su reflexión sobre el sometimiento de los pueblos eslavos y generará en él un intenso sentimiento patriótico sobre el que se incide a lo largo del discurso expositivo. Pero los aspectos más reveladores de la cita se encuentran en las secciones que reflexionan acerca del anhelo de encontrar, según palabras del propio Mucha, «las formas para difundir la luz», y que se definirán por medio de parámetros espirituales y humanísticos.
El poder liberador del arte
En Mucha confluyeron diversas ideologías e intereses: además de un nacionalista fervoroso, fue un hombre convencido del poder liberador del arte. Se interesó por diversas corrientes esotéricas y se integró de manera activa en la masonería. La exposición desgrana estos aspectos a través de obras que revelan las influencias del espiritualismo y de la filosofía masónica, particularmente manifiestas en el libro ilustrado Le Pater (1899), auténtico compendio de su versatilidad pictórica y de su inventiva iconográfica; además conviene no pasar por alto sus espléndidos pasteles expresionistas, inéditos hasta su muerte.
El último tramo de la muestra traza un recorrido por los trabajos en los que el checo, en el periodo de entreguerras, apela a la unión de los pueblos en aras del progreso de la humanidad. Son sus obras menos innovadoras, desligadas de las vanguardias, pero las que mejor trasmiten su ideario humanista y su deseo de articular la razón, la sabiduría y el amor como principios de la paz universal. Este deseo sobrevuela sus últimos proyectos, aunque las cosas no fueron como deseaba: apenas meses después de su muerte en marzo de 1939 dará comienzo la II Guerra Mundial.
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