Cai Guo-Qiang, en el Prado junto a su monumental obra «El espíritu de la pintura», de 18 por 3 metros - ISABEL PERMUY
El museo inaugura una exposición del artista chino Cai Guo-Qiang, que reúne 27 obras, ocho de las cuales han sido «pintadas» con pólvora en el Salón de Reinos
Además de su obsesión por el «Guernica», Miguel Zugaza nunca ocultó su empeño en abrir el Prado al arte contemporáneo. Por sus salas han pasado creadores vivos como Thomas Struth (y sus retratos de los visitantes a los museos), Miquel Barceló (hizo, junto a Josef Nadj, la performance «Paso doble» en el Casón), Eduardo Arroyo («El Cordero místico»)... También estaban vivos Richard Hamilton y Cy Twombly cuando exhibieron en la pinacoteca sus «Meninas» y «Lepanto», respectivamente. Francis Bacon no vivió lo suficiente para ver sus obras expuestas en su querido Prado. Y Richard Serra se quedó compuesto y sin escultura. Este coqueteo de la pinacoteca con el arte contemporáneo –extraña pareja, para unos; peligrosas amistades, para otros– no siempre ha tenido la misma fortuna. Unos proyectos, como el de Bacon, tuvieron más sentido (y éxito) que otros, más forzados.
Zugaza se marchó dinamitando el Salón de Reinos. Real (hasta el último momento trató de que en él colgara el «Guernica») y metafóricamente (su testamento como director fue una exposición del creador chino Cai Guo-Qiang (Quanzhou, 1957), el primero en conseguir una residencia artística en el Prado). Durante el último mes ha realizado ocho obras «site-specific» en el antiguo Palacio del Rey Planeta. Ha habido varias «explosiones» con público. La última, hace solo dos días, ante unos selectos invitados, entre los que estaban los directores de la National Gallery de Londres y de los Uffizi de Florencia, y dos de las mayores fortunas de China: Jack Ma, dueño del grupo Alibaba (38.500 millones de dólares, según Forbes) y Silas Chou (2.700 millones), magnate del sector textil y de la moda en Hong Kong que, además, ha realizado «una generosa contribución» en esta exposición.
Sus obras cotizan al alza
Cai Guo-Qiang tiene estudio en Nueva York, pero no una galería que le represente. Ni falta que le hace. Sus obras cotizan al alza y se lo rifan los mejores museos del mundo. Pero la pregunta que ayer flotaba en el aire es si el Prado tiene que hacer este tipo de exposiciones «más comerciales». Las obras, advierte Miguel Falomir, director de la pinacoteca, no son propiedad del Prado: «No vamos a comprar ninguna, pero si nos las regala, nos las quedaremos». Del precio de las obras, el artista no dice ni mu. Vista su cotización, a buen seguro no son baratas. Y, vistos los invitados del lunes, candidatos a adquirirlas no van a faltar. A nadie escapa que unas obras que cuelgan en un museo del prestigio del Prado se revalorizan en el mercado.
Desde que llegó a la dirección del museo hace siete meses, Falomir siempre ha repetido que el Prado «no tiene que dedicarse a exponer arte contemporáneo per se. Otros ya lo hacen magníficamente. Pero este museo ha inspirado a numerosos artistas españoles y extranjeros, como Manet, Renoir, Bacon... No debemos poner obstáculos, sino alentar ese diálogo. El Prado tiene aún mucho que contar al arte contemporáneo, sigue teniendo un gran atractivo para fecundar la imaginación de los artistas». Eso sí, puntualiza que «siempre hay que exigir rigor. Y este proyecto lo tiene. No es un capricho. Cai Guo-Qiang lleva más de un año trabajando en él. Se ha pasado muchas horas hablando con los conservadores del Prado, con los restauradores, visitando los almacenes... Que sea un artista vivo no significa que su proyecto tenga una visión comercial».
Homenaje a Rafael Moneo
Explica Falomir que se ha firmado un convenio según el cual queda prohibido que las obras puedan comercializarse mientras estén colgadas en el museo. La medida es de aplaudir, pero llega tarde. Recordemos que en 2012, como desveló ABC, una miniatura de Murillo, pintada por ambas caras, se vendió mientras se exponía en el Prado. Dos días antes de caducar el permiso del Ministerio de Cultura, la pieza salió del país siendo propiedad privada española, voló a Londres y regresó a la muestra como propiedad de una colección particular británica.
Aclara el director del Prado que no hay a la vista ningún otro artista vivo en cartera (aunque no cuenta como tal, el lunes el museo le hará un homenaje a Rafael Moneo por el X aniversario de su ampliación del Prado). Bromea Falomir cuando dice que espontáneos, a partir de esta exposición, no faltarán. Le preguntan si él la hubiera programado. Capea el temporal como puede y dice que ha asumido todas las exposiciones programadas. La muestra le cayó de rebote a Alejandro Vergara, que heredó el comisariado del propio Zugaza. Vergara es especialista en pintura flamenca. Y muy, muy flamenco que digamos no parece Cai Guo-Qiang.
Huele a pólvora
En la sala C del Edificio Jerónimos huele a pólvora (medicina de fuego en chino). El cuadro que da título a la muestra, «El espíritu de la pintura» (diez lienzos unidos conforman una monumental obra de 18 por 3 metros), está recién salido del horno: «explotó» este lunes. Su creación fue «una liberación osada y catártica». La muestra, patrocinada por Acciona, resulta desigual. Hay unas obras más logradas que otras. Chirrían los retratos de sus familiares muertos en «Ceremonia negra». El runrún de los críticos presagiaba la tragedia: el proceso es interesante, pero el resultado no convence. El Prado es muy traicionero. Pesa demasiado su colección y no todos aguantan el tipo. Sorolla y Picasso salieron victoriosos, pero Manet no salió indemne.
En la muestra, que permanecerá abierta hasta el 4 de marzo de 2018, Cai Guo Qiang se mide, con fuegos artificiales diurnos y pólvora valenciana («es muy enérgica»), con el misticismo del Greco (su pintor favorito, «un refugio del espíritu adonde retornar, un espejo donde podía verme reflejado»), a quien dedica varias obras –«Día y noche en Toledo, un Apostolado, «El Salvador»...–; la nobleza de Velázquez («el maestro de la pintura, posee una destreza técnica suprema; es impresionante su naturalidad y franqueza»), la sensualidad de Rubens, la pincelada suelta de Tiziano y la violencia sombría de Goya. Casi nada. Valiente sí que es. Para él, «la libertad y naturalidad de las obras de estos maestros expresan el espíritu de la pintura que prevalece en España». En su monumental obra descubrimos un avión que arrastra un cartel ilustrado con «La Maja desnuda» de Goya; a la «Familia de Carlos IV», también del aragonés; una Menina velazqueña y al maestro mirándonos a través del espejo; la «Bacanal de los Andrios» de Tiziano; el deseo carnal de Rubens reflejado en unas braguitas... Y los colores de estos maestros: el rojo de Tiziano, el azul y el púrpura del Greco, el verde y el amarillo de Rubens, el negro de Goya... El que le resultó más difícil fue Velázquez.
Volver a su juventud
Es un homenaje con el que quiere reivindicar ese espíritu de la pintura a la que ha vuelto tras muchos años: «Mi sueño de joven artista era en realidad convertirme en pintor. Después trabajé en vídeos, instalaciones... Noté que la pintura se me iba. Pero con esta exposición he sentido algo asombroso. El Prado me ha hecho volver a mi juventud. Esta muestra es para mí un hito». En otro de los trabajos expuestos trató el artista de recrear el «Tres de mayo», de Goya, pero acabó siendo un homenaje a la ciudad de Palmira, «hito de la civilización antigua en el momento de su desgracia». No siempre resultó fácil la creación de estas pinturas con pólvora. Confiesa que en una titulada «Salón de Reinos» notó que «le faltaba algo espiritual. Mis asistentes me decían que no la tocara, pero hice una explosión más con la que se creó una línea negra, una especie de puente que conectaba las dos dimensiones del lienzo».
Pintar con fuego
Según Alejandro Vergara, «Cai Guo-Qiang se plantea cómo convertir una cuestión intangible en algo tangible, plasmándolo en una pintura». Comenta Cai Guo-Qiang que la pólvora «se emplea en atentados, en guerras, pero también puede usarse en el arte para crear belleza y esperanza para la humanidad». Antes de explotar, dice el artista, «la pólvora solo es polvo, no tiene energía». No sabe cuál será el resultado: «Es expectación, riesgo, una aventura. Es como hacer el amor, un momento de mucha excitación hasta llegar al clímax de la explosión». El artista se viene arriba en su explicación, pero le viene de repente un arrebato de timidez. No sabe si es apropiado hablar así ante la prensa.
Fuera de la sala se exhibe un documental sobre el artista rodado por Isabel Coixet. Al lado, cuelgan dos obras de Cai Guo-Qiang, de los comienzos de su carrera. Encerrados en una vitrina, bocetos del proyecto del Salón de Reinos y unas cajitas de cerillas en las que su padre dibujaba paisajes con una pluma estilográfica y que han inspirado a Cai Guo-Qiang a «encender fuegos alrededor del mundo». Pero, como quien juega con fuego, quien pinta con fuego corre el riesgo de quemarse.
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