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miércoles, 25 de julio de 2018

Los trastornos mentales surgidos por y para el arte









Algunas sustancias químicas del cerebro, en proporciones anormales, generan estados de ánimo poco convencionales. Los autores que padecen algún desarreglo neuroquímico pueden catalizar un tipo de arte que, de otra forma, probablemente, nunca se hubiese alumbrado. Hablamos de la locura como fuente de inspiración del arte de forma bidireccional, no solo para producirlo, sino para fomentar, popularizar y compartimentar la locura.
Algunos expertos, como Thomas Armstrong, autor del libro El poder de la neurodiversidad, llegan a sostener con argumentos de connotaciones fáusticas que el desarrollo de fármacos para curar dichos trastornos ha tenido necesariamente que reducir la creatividad en el campo del arte.
Según científicos de la Universidad de Oxford, por ejemplo, los cómicos suelen presentar rasgos similares a los de las personas diagnosticadas de esquizofrenia o trastorno bipolar. El psicólogo Gordon Claridge ha llegado a escribir: «La psicosis, en su forma más leve, podría aumentar la capacidad de asociar ideas raras y conexiones originales propias de los cerebros más creativos».
Por ejemplo, cuando en 1967 llegó el primer auténtico estabilizador del estado de ánimo, el litio, una sal capaz de controlar el reloj interno del cuerpo, probablemente redujo las posibilidades de muchos poetas que abrevaban en el pozo de la locura para escribir, tal y como sugieren Sam Kean en La cuchara menguante:
Muchos artistas dicen sentirse aplacados o tranquilizados con el litio. (…) No cabe duda de que su poesía cambió después de 1967, que se tornó más áspera e intencionadamente menos trabajada.
De igual modo, el arte es también un generador de trastornos, y una rica fuente de términos para bautizar estos y otros ámbitos de la psicología. Veamos unos cuantos ejemplos llamativos.

Efecto Pollyanna

Cuando se le solicita a una persona que produzca palabras espontáneamente, tenderá a decantarse por palabras positivas y menos por negativas. Es un efecto psicológico ampliamente estudiado, y que recibió este nombre por una novela de Eleanor H. Porter publicada en el año 1913. La protagonista, llamada Pollyanna, es una niña que siempre ve el lado positivo de las cosas. De hecho, las primeras palabras que menciona en el libro son: «Estoy tan, pero tan contenta de verte».

Fuente
https://www.yorokobu.es


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