El otrora emblema de la política cultural del castrismo reaparece lastrado por sus medios precarios y por un contexto poco propicio.
A ojos del occidental medio, todo en La Habana tiene un aire extemporáneo: la maltrecha arquitectura colonial, los coches estadounidenses de los años 50, el bloqueo del vecino capitalista, el daiquiri de Hemingway o el "patria o muerte" de Fidel Castro. No resulta fácil determinar si su bienal -la cuarta más antigua de las muchas que pueden visitarse alrededor del globo- se ha convertido también en el vestigio de un tiempo en el que se urgía superar el eurocentrismo dominante en el arte contemporáneo.
La historia es bien conocida. Tras la muerte del pintor cubano Wifredo Lam en 1982, el mismísimo Fidel impulsó la creación de la institución que lleva su nombre. El Centro Lam tenía como principal cometido organizar una bienal que, en sus inicios, contó con un importante apoyo gubernamental. Con Gerardo Mosquera como figura destacada del equipo curatorial durante las tres primeras ediciones, el encuentro adoptaba una posición crítica con respecto al 'mainstream' del arte occidental, en el que, sin embargo, necesitaba obtener cierto eco. Su primera entrega (1984) se centró en América Latina y el Caribe. La segunda (1986) y la tercera (1989, la más importante y estudiada) consolidaron una línea de trabajo que incorporaba a artistas provenientes de África, Asia y Oriente Medio. La pionera recuperación de esos espacios y agendas marginados por una historia del arte construida sobre el eje Europa-Estados Unidos ha sido la principal aportación de la cita habanera. El final de la Guerra Fría -con sus bloques irreconciliables y sus no alineados- y las privaciones del "periodo especial" causaron estragos en la Bienal, que, por muy diversos motivos, rara vez se ha celebrado cada dos años. De hecho, la anterior tuvo lugar en 2015.
En un contexto geopolítico muy diferente al de sus orígenes, esta decimotercera edición pretende dar continuidad a aquella línea de investigación basada en el ensanchamiento geopolítico y discursivo de lo artístico. Bajo el título 'La construcción de lo posible', los comisarios han concebido la bienal "como espacio para aquellas tipologías artísticas que entiendan la creación como acontecimiento vivo o experiencia en curso. Nos interesan aquellas estrategias que resulten de múltiples confluencias o propicien la existencia en redes de intercambio más allá de la autonomía estética y la noción tradicional de autoría, con vocación transformadora y de reconocimiento de la diversidad". Viendo el desarrollo de los primeros días de la cita, con un público más bien escaso -la primera edición tuvo más de 20.000 visitantes- y una organización y difusión deficientes -que no impiden reconocer el esfuerzo de los comisarios en un contexto de precariedad material-, parece difícil que esta bienal pueda convertirse en un foro vivo de intercambio y debate.
Más si cabe en el tenso momento que atraviesa el mundo artístico de la isla. Hace pocos días, el artista Luis Manuel Otero Alcántara fue detenido por realizar una 'performance' en la que corría por la calle con una bandera estadounidense en el marco de un acto colateral de la bienal. La víspera de la inauguración, Coco Fusco denunció que le había sido negada la entrada a su llegada al aeropuerto José Martí, cabe pensar que por sus críticas a las políticas culturales del Gobierno cubano y su apoyo a los artistas que protestan contra el Decreto 349. Desde hace varios meses, artistas e intelectuales han criticado ese decreto, por medio del cual el Gobierno, bajo el pretexto de regular la prestación de servicios artísticos, se arroga la capacidad de determinar quién es artista y qué práctica puede ser considerada como arte. Cuando muchos creadores consideran que el Estado trata de hacerse con el monopolio ideológico en el sector cultural, sobre la bienal se cierne la sombra de la incertidumbre.
Si el visitante consigue abstraerse de estas disputas entre el poder cubano y los artistas de la isla, que, por desgracia, tienen una historia tan larga como la revolución, encontrará un puñado de buenas piezas y exposiciones. Destaca 'Intersecciones' (Factoría Habana), con obras tan potentes como el trabajo de Ayò Akínwándé y Athi-Patra Ruga sobre los conflictos entre pastores y granjeros en el norte de Nigeria; los proyectos colaborativos del mexicano colectivo Tres, los colombianos El Puente_lab y los españoles C.A.S.I.T.A; la exposición 'Isla de azúcar' (Museo de Bellas Artes), que propone un análisis cultural de ese cultivo estrechamente relacionado con el colonialismo y la esclavitud; o el vídeo 'Del sonido de la labor: cantos de trabajo' (Centro Lam) de Tania Candiani, centrado en este mismo asunto.
Otras secciones resultan un tanto decepcionantes -por ejemplo, 'Detrás del muro', una selección de obras dispuestas para los paseantes en el Malecón de La Habana; también el proyecto de Gabriel Orozco-, aunque, sin duda, el principal problema de la bienal tiene que ver con la reconsideración de su propia identidad discursiva cuando algunas de sus líneas-fuerza ya han sido asumidas por el 'establishment' artístico internacional.
Fuente
No hay comentarios:
Publicar un comentario