Denisse Espinoza A.
8 JUN 2019
En los 80, la escritora bestseller se dedicó a la performance. Dos muestras en M100 y D21 rescatan esa faceta.
En 2017, la galería Artespacio exhibió por primera vez una serie de 80 collages, elaborados por la escritora Marcela Serrano (1956) de manera artesanal, que mostraron una faceta artística desconocida para gran parte de los lectores de sus novelas, pero no del todo ajeno a las raíces de la autora de Antigua vida mía. Antes de convertirse en escritora bestseller, Serrano se volcó durante cuatro años, entre 1979 y 1983, al arte de la performance y el body art.
Hasta el 16 de junio en Matucana 100 se exhiben videos y fotos de dos performances: Retrato hablado donde la escritora pinta su cuerpo desnudo con pintura blanca y Autocríticas, en el que se ve a Serrano en una escena cotidiana narrada con una voz en off. Mientras, que desde el 8 de agosto, en galería D21, se reeditará la instalación Autocríticas tal como vio la luz en 1980, en el desaparecido Instituto de Arte Contemporáneo y una foto inédita donde aparece Serrano cubierta de pintura como una yagana.
La autora que comenzó su trayectoria literaria en 1991 con Nosotras que nos queremos tanto y que acaba de cerrar un contrato con Penguin Random House para un nuevo libro, salió de Chile tras el Golpe de 1973, junto a su pareja miembro del Mapu. Se instaló en Roma, Italia, hasta que en 1976 decidió volver e ingresó a la carrera de Arte en la U. Católica. Su círculo, eso sí, siempre fue literario: hija de la novelista Elisa Pérez Walker y el ensayista Horacio Serrano, es la cuarta de cinco hermanas, entre ellas Sol Serrano, Premio Nacional de Historia. En los años 80 estuvo casada con el escritor Antonio Gil.
“A diferencia de otros artistas de la época que trabajan con teóricos, Marcela escribía y analizaba ella misma su obra. No tenía pretensiones conceptuales, era súper concreta y su discurso era muy feminista; para ella preguntarse por el rol de la mujer era primordial, pero no lo hacía desde una mirada ideológica, sino personal, desde su propia identidad”, dice el investigador.
Hasta el 16 de junio en Matucana 100 se exhiben videos y fotos de dos performances: Retrato hablado donde la escritora pinta su cuerpo desnudo con pintura blanca y Autocríticas, en el que se ve a Serrano en una escena cotidiana narrada con una voz en off. Mientras, que desde el 8 de agosto, en galería D21, se reeditará la instalación Autocríticas tal como vio la luz en 1980, en el desaparecido Instituto de Arte Contemporáneo y una foto inédita donde aparece Serrano cubierta de pintura como una yagana.
La autora que comenzó su trayectoria literaria en 1991 con Nosotras que nos queremos tanto y que acaba de cerrar un contrato con Penguin Random House para un nuevo libro, salió de Chile tras el Golpe de 1973, junto a su pareja miembro del Mapu. Se instaló en Roma, Italia, hasta que en 1976 decidió volver e ingresó a la carrera de Arte en la U. Católica. Su círculo, eso sí, siempre fue literario: hija de la novelista Elisa Pérez Walker y el ensayista Horacio Serrano, es la cuarta de cinco hermanas, entre ellas Sol Serrano, Premio Nacional de Historia. En los años 80 estuvo casada con el escritor Antonio Gil.
“A diferencia de otros artistas de la época que trabajan con teóricos, Marcela escribía y analizaba ella misma su obra. No tenía pretensiones conceptuales, era súper concreta y su discurso era muy feminista; para ella preguntarse por el rol de la mujer era primordial, pero no lo hacía desde una mirada ideológica, sino personal, desde su propia identidad”, dice el investigador.
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